Uzbekistán
Bukhara
Nuestro tren salía a mediodía, así que nos levantamos con calma, desayunamos, hicimos la maleta y pagamos nuestra estancia. Mientras esperábamos en la recepción un taxi que nos condujera a la estación de trenes se nos acercó una pareja de rusos que se puso a hablar en español con nosotros. Él lo hablaba muy bien y ella no hablaba pero entendía bastante. Mantuvimos una agradable conversación durante la cual nos contaron que estaban de turismo con los padres de él y en la que descubrimos que hacíamos un recorrido similar al nuestro por Uzbekistán. Así que cuando llegó nuestro taxi quedamos en continuar nuestra charla si nos encontrábamos en otro sitio. El tren que nos condujo hasta Bukhara no era un Talgo como el del primer día, pero el trayecto no se hizo pesado. A nuestra llegada a la ciudad, negociamos el precio del traslado al hotel que habíamos reservado con uno de los muchos taxistas que se agolpaban en la puerta. En Bukhara habíamos elegido el Kukaldosh Hotel, que resultó ser todo un acierto: ubicado en pleno centro pero a la vez muy tranquilo. Salimos a pasear y enseguida llegamos a la plaza Lyabi-Hauz, la más animada del centro histórico de Bukhara. En ella hay un pequeño estanque en el centro. A un lado y a otro se encuentran la madrasa y la kanaka Nadir Divan-Begi, y en un lateral la madrasa Kukaldosh. Entre medias hay árboles y bancos donde sentarse para contemplar el ambiente. La fachada de la madrasa Nadir Divan-Begi es muy espectacular. En ella se pueden apreciar dos pavos reales agarrando sendos corderos (aunque más bien parecen cerdos), uno a cada lado de un sol con cara humana; según la guía, contraviniendo la prohibición islámica de dibujar criaturas vivientes. En el interior encontramos algunas tiendas de artesanías.
Al otro lado del estanque está la kanaka Nadir Divan-Begi. Al parecer las kanakas eran lugares donde se acogían a los monjes sufíes. Actualmente alberga un museo.
Nuestro camino nos condujo hasta la madrasa Abdul Haziz Khan. En ella coincidimos con un numeroso grupo de turistas italianos regateando con sus compras. En el patio interior de la madrasa estuvimos observando trabajar a un artesano: estaba grabando un dibujo sobre un plato de cobre.
Por supuesto, en todos los bazares nos iban preguntando si queríamos cambiar moneda. En el interior de esta madrasa encontramos a un chico que nos ofreció el mejor cambio hasta ese momento, así que decidimos aprovechar la ocasión.
Al salir de esta madrasa entramos en la de Ulugbek. Estas dos madrasas se encuentran la una frente a la otra. Para entrar en la madrasa Ulugbek nos pidieron pagar una entrada por primera vez en Bukhara. Estábamos extrañados, porque en Samarcanda en todos los lugares turísticos habíamos tenido que pagar y en Bukhara no habíamos tenido que hacerlo hasta ese momento. Decidimos regatear el precio y cuando lo hubimos reducido al mínimo, aceptamos. En el interior de esta madrasa hay un pequeño museo de escritura. El patio central estaba vacío, pues éramos los únicos visitantes en ese momento, así que después del bullicio de los italianos de la madrasa Abdul Haziz Khan aquello fue un remanso de paz y tranquilidad. Una vez en la calle de nuevo, continuamos hasta el complejo Po-i-Kalon, sin duda el lugar más espectacular de Bukhara. Este lugar es una plaza en la que se halla a un lado la mezquita Kalon con su minarete (que está fuera de la mezquita, sobre la plaza), y enfrente la madrasa Mir-i-Arab, la única que encontramos en activo durante nuestro recorrido por Uzbekistán.
La mezquita Mir-i-Arab posee una espectacular puerta de entrada con dos cúpulas azules a los lados que hacen que sea una fachada deslumbrante. Se puede acceder hasta la entrada pero no al patio interior por estar en uso.
Al minarete Kalon no se puede subir, aunque nos dijeron que lo estaban restaurando por dentro para hacerlo visitable.
Decidimos dejar la visita a la mezquita Kalon para el día siguiente y nos fuimos a cenar. Volvimos a la animada plaza Lyabi-Hauz y cenamos en el concurrido restaurante del centro de la misma. Repetimos el shashlik y comprobamos que el pan era diferente al que nos habían dado en Samarcanda. La mañana siguiente amaneció lluviosa, así que decidimos visitar tres sitios que se encuentran a las afueras de la ciudad. La chica de la recepción del hotel nos ayudó a negociar un precio con un conductor, cogimos el chubasquero y el paraguas y nos pusimos en marcha. Comenzamos por el mausoleo de Bakhaouddin Nakhchbandi. En este lugar hay enterrado un sufí, siendo un centro de peregrinaje muy importante y el lugar más sagrado de Bukhara. El complejo posee un bonito patio central con un pequeño estanque junto al que hay un árbol y un pequeño monumento. La gente camina rodeando reiteradamente dicho monumento mientras reza, y luego se sienta junto al árbol para continuar con sus plegarias.
En el lateral hay una pasarela cuyo techo está recubierto de madera tallada, que se sostiene por unas columnas de madera también con relieves.
Este lugar nos gustó mucho a pesar de la lluvia.
Volvimos al coche y el chófer nos condujo hasta la segunda parada, el palacio de Verano del Emir. Prácticamente vacío de turistas, está compuesto por varios salones profusamente decorados, un estanque que hace las veces de piscina y un par de pequeños edificios más; entre ellos, una pequeña torre de madera a la que no se puede subir, suponemos que por peligro de derrumbamiento. La tercera visita de la mañana fue a Chor Bakr. Este complejo es una necrópolis en la que están enterradas varias personalidades de la ciudad. Cuenta con una mezquita, una madrasa y una kanaka, todas ellas en restauración. Salvo los obreros trabajando no había nadie más, así que estuvimos deambulando un rato a solas por el lugar.
En el camino de vuelta al hotel le preguntamos al conductor cómo podíamos ir hasta Khiva, nuestro siguiente destino dos días más tarde. Nos dijo que teníamos que tomar un taxi para ir a un determinado punto que no entendimos y allí coger un taxi colectivo. El taxi no salía hasta que no reuniese cuatro personas, por lo que igualmente tendríamos que esperar un rato hasta que se llenara. También nos comentó que el trayecto duraba entre 5 y 6 horas porque la carretera no era muy buena. Decidimos negociar con él un precio para nosotros solos y que nos recogieran directamente en el hotel. Acordamos una cantidad y quedamos para dos días más tarde.
De vuelta al hotel se puso a llover de verdad. Tuvimos suerte de que durante las visitas de la mañana simplemente hubiese chispeado y se pusiera a llover cuando ya estábamos de regreso en el hotel. Estuvimos esperando hasta que parase, momento que aprovechamos para ir a comer a una chaikhana. Ese día conseguimos por fin comer plov. Es el plato nacional por excelencia en Uzbekistán y consiste en una mezcla de arroz frito con verduras, pasas y carne guisada. Generalmente en los restaurantes cocinan una cantidad determinada, de manera que cuando se termina no hay más hasta el día siguiente. Hasta ese momento siempre que habíamos ido a comerlo se había terminado, pero ese día tuvimos suerte, así que lo probamos. No es un plato especialmente delicioso, pues es sencillo, pero el de aquel día estaba muy rico. La tarde la pasamos caminando sin rumbo. Volvimos a la plaza Po-i-Kalon y cuando ya casi no quedaba luz, a las madrasas Abdul Haziz Khan y Ulugbek, que ya estaban cerradas.
Pudimos comprobar que en Uzbekistán las ciudades no están demasiado iluminadas por la noche. Ya lo experimentamos en Samarcanda y lo mismo ocurría en Bukhara.
Al día siguiente comenzamos caminando hasta las lejanas madrasas Abdullah Khan y Modari Khan. Ambas estaban cerradas y a pesar de aparentar estar abandonadas, las fachadas principales contaban con bastantes azulejos azules.
Entramos en un parque vecino para ver el pequeño mausoleo Ismail Samani, que ostenta el título de edificio más antiguo de la ciudad, y el mausoleo Chashma Ayub, cuyo interior alberga el museo del agua.
Junto a este segundo mausoleo encontramos el bazar Kolkhoz, mercado central de Bukhara. Al igual que el de Samarcanda, este mercado es bastante grande y está separado por zonas. Recorrimos casi todas y comprobamos que tenían más o menos lo mismo que habíamos visto en el de Samarcanda, con la única salvedad de que en este había una gran cantidad de puestos donde vendían semillas para flores y plantas.
Continuamos caminando hasta la mezquita Bolo Hauz, situada delante de un pequeño estanque y con una hermosa fachada sostenida por numerosos pilares de madera tallada.
Después entramos en la ciudadela conocida como The Ark. Rodeada de unas murallas muy bonitas, para entrar hay un único acceso a través de una rampa. En la taquilla nos informaron de que había dos tipos de entrada: una más barata para recorrer la ciudadela y otra más cara para acceder a todos los museos que había en el interior. Nosotros optamos por la primera ya que no teníamos cuerpo para ver museos.
Nada más subir la rampa hay una mezquita y a continuación una serie de construcciones, la mayoría de las cuales albergaba algún tipo de museo. Así que nuestra visita fue más bien corta. Vimos un pequeño patio con unos carros, la sala del trono (que también era un patio rodeado por una galería cubierta sostenida por las típicas columnas de madera tallada) y poco más. La verdad es que fue un poco decepcionante. Igual si hubiéramos entrado en los museos nos habría gustado algo más.
A la salida comimos en una chaikhana que había justo enfrente y que estaba llena de gente local. No había carta así que el camarero, en un inglés rudimentario, nos dijo lo que había de comer. Pedimos los únicos platos que entendimos, que resultaron ser una ensalada y un guiso de carne, este último muy sabroso. A la hora de pagar nos cobraron lo que les dio la gana (fue el sitio más “popular” en el que comimos y el más caro).
Tras el almuerzo caminamos un rato junto a las murallas para admirar la construcción. Desde allí se veían las cúpulas de la madrasa Mir-i-Arab y la mezquita Kalon, nuestros siguientes destinos. Para acceder a la mezquita tuvimos que pagar una entrada. Nada más bajar unas escaleras se accede a un patio enorme, lo que la convierte en una de las mezquitas más grandes de Asia Central, con capacidad para más de 10 000 personas. Todo el patio está rodeado por arcos musulmanes y en el centro hay un árbol solitario. A esa hora no había casi nadie, así que durante un rato pudimos disfrutar de la mezquita prácticamente para nosotros solos.
El mihrab se encuentra en un pequeño recinto ubicado al otro lado de la entrada. Desde ese lado se obtiene una bonita vista del patio, con el minarete Kalon al fondo y las cúpulas azules de la madrasa Mir-i-Arab asomando.
Estuvimos contemplando tranquilamente la vista totalmente maravillados. Cuando decidimos que ya nos habíamos recreado lo suficiente fuimos hasta la última visita del día: Chor Minor. Es un pequeño edificio que no sabemos para qué se utilizaba, aunque hoy en día alberga una tienda de artesanía y regalos. Su principal singularidad es que es pequeño y tiene cuatro pequeños minaretes con sus respectivas cúpulas azules.
Esta ubicado en una plaza muy tranquila en la que solamente había unos cuantos niños jugando con una pelota que estuvieron merodeando a nuestro alrededor mientras hacíamos fotos.
Con este último monumento terminaron nuestras visitas a Bukhara. Esa noche cenamos en otra chaikhana y nos fuimos a dormir. |