México
El Bajío
Querétaro Abandonamos Ciudad de México con la intención de visitar la zona conocida como el Bajío, que es una parte de lo que llaman el altiplano central y está ubicado hacia el norte de la capital. En el Bajío pudimos encontrar unas cuantas ciudades declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Las conexiones entre dichas ciudades las hicimos todas en autobús. Como hemos señalado al comienzo de este relato, entre estas ciudades encontramos una variada oferta de empresas de autobuses que realizaban el recorrido que queríamos hacer, por lo que pudimos ir reservando sobre la marcha, analizando precios y horarios y tomando las decisiones correspondientes. Comenzamos dirigiéndonos hacia Querétaro. Fuimos nuevamente a la terminal Autobuses del Norte y nos subimos al primer autobús directo con destino a dicha ciudad. Después de la interminable experiencia que fue la vuelta a Ciudad de México desde Cholula en un autobús que no iba directo, decidimos no volver a cometer dicho error. Al llegar a Querétaro tomamos un taxi que nos llevó hasta el alojamiento que teníamos reservado. Dejamos los bártulos y comenzamos a caminar por la ciudad. Una gran parte del centro histórico tiene la típica ordenación urbana en forma de cuadrícula, con largas calles paralelas y perpendiculares entre sí, que hace muy fácil la orientación. Las calles del centro cuentan en general con edificios de dos alturas pintados en colores pastel suave y un montón de iglesias y plazas muy agradables. No podemos decir que encontráramos un edificio o lugar especialmente representativo, sin embargo, todo el entorno del centro histórico es realmente bonito. Da la sensación de que el reconocimiento de la ciudad como Patrimonio de la Humanidad haya sido más por su conjunto que por una serie de edificios concretos.
De todas las ciudades que visitamos en México, Querétaro puede que no haya sido la más bonita (y desde luego, no es la más turística), pero a nosotros fue la que más nos gustó.
Después de deambular un rato, nos acercamos a comer a Tikua Sur-Este, donde pudimos disfrutar de una de las mejores experiencias gastronómicas de nuestra estancia mexicana (sin duda, este detalle influyó en el buen recuerdo que nos dejó la ciudad).
Tras la comida descansamos un rato en la habitación para dejar que pasara un poco el calor, y a media tarde reiniciamos la marcha. Caminamos hasta la catedral, que estaba muy animada, y continuamos hasta el mirador que hay detrás de ésta para observar el larguísimo acueducto.
Después volvimos sobre nuestros pasos a las plazas del centro, donde destaca el gran espacio que forman la plaza de la Corregidora y el jardín Zenea. Allí estuvimos un rato viendo pasar a la enorme cantidad de gente que se iba agolpando por la zona. Poco a poco se fue llenando de artistas callejeros de diversa índole y de una gran multitud a su alrededor.
Continuando nuestro paseo, llegamos hasta la plaza Mariano de las Casas, donde se halla la iglesia de Santa Rosa de Viterbo, que tiene unos curiosos contrafuertes. En esa plaza había una orquesta tocando canciones suponemos que típicas, porque había una congregación de personas de la tercera edad bailando agarrados y disfrutando como jovenzuelos.
San Miguel de Allende
A la mañana siguiente, después de desayunar, tomamos un taxi y nos fuimos hasta la estación de autobuses, donde nos subimos al primer bus que partió con destino a San Miguel de Allende. A la llegada a esta población utilizamos otro taxi para llegar hasta el alojamiento. La verdad es que abusamos un poco de los taxis, pero fue porque en general (salvo en Guadalajara unos días más tarde) eran bastante baratos.
Comenzamos visitando la parroquia de San Miguel, ubicada en la plaza Principal (no se esforzaron al buscarle un nombre a esta plaza). Destaca el color rosa en el que fue construida.
A la hora a la que llegamos a la plaza hacía mucho calor, lo que no fue obstáculo para que multitud de gente estuviera paseando. Nosotros dimos una pequeña vuelta y con la intención de dejar pasar un poco la hora de más calor, nos fuimos a comer. Fuimos a un restaurante llamado El Pegaso, que nos había recomendado una amiga mexicana, porque según ella, era de los pocos lugares en San Miguel donde se podía comer muy bien a precios razonables. Y fue todo un acierto. Nos comimos una enchilada de marisco con salsa de guacamole y unos tacos de pescado rebozados que estuvieron exquisitos.
Cuando salimos de comer no hacía menos calor, por lo que tuvimos que conformarnos y seguir adelante. Nos dirigimos hacia el mercado de artesanías, aunque pasamos antes por un mercado de abastos donde nos volvimos a admirar de la cantidad de chiles que cultivan los mexicanos.
Recorrimos entero el mercado de artesanías, aunque no compramos nada, para después continuar paseando por la ciudad y visitando alguna que otra iglesia. A San Miguel de Allende le sucede un poco como a Querétaro: lo bonito del lugar es el entorno en general, no edificios concretos.
Cuando comenzó a atardecer subimos caminando hasta un mirador muy concurrido para ver una panorámica de la ciudad.
A la bajada atravesamos el parque Benito Juárez y fuimos hasta el Instituto Allende, aunque estaba cerrado. El azar hizo que encontrásemos un bar donde ofrecían happy hour de margaritas y no pudimos resistirnos a entrar a repostar. Sin duda, una tarde de margaritas es algo que todo turista debe hacer en México.
Cuando salimos del bar ya era de noche. En una de las plazas encontramos unos mariachis en plena acción, así que decidimos sentarnos en un banco a escucharlos. A una hora prudente, nos retiramos a nuestros aposentos.
Guanajuato Para llegar a Guanajuato hicimos la misma operación de siempre: taxi hasta la terminal de autobuses de San Miguel de Allende, primer bus con destino a Guanajuato, y taxi en Guanajuato hasta el alojamiento reservado. La ciudad de Guanajuato es probablemente la más original de todas las que visitamos en México. El amplio centro histórico está rodeado de colinas, y como algunas de ellas parecían un tanto insalvables, construyeron una curiosísima red de túneles que une todo el centro por debajo. Esta infraestructura ofrece una buena manera de ir de un punto a otro sin tener que atravesar la ciudad por arriba, porque es un auténtico caos de gente y vehículos sobre calles estrechas e intrincadas: en Guanajuato se terminó aquello de calles paralelas y perpendiculares. Lo primero que hicimos fue dejar la ropa sucia en una lavandería para poder continuar nuestro viaje con un mínimo de pulcritud. Solventado este punto, comenzamos la visita de la manera más típica: caminando hasta el teatro Juárez y montando en el funicular que hay en la parte de atrás del teatro para subir al mirador que hay delante del monumento al Pípila. Desde dicho mirador se obtiene una vista magnífica de toda la ciudad. Tras disfrutar de la panorámica el tiempo suficiente, volvimos al funicular para bajar y comenzar a caminar. Lo primero que visitamos fue la basílica de Nuestra Señora de Guanajuato, edificio que sobresale en la vista desde el mirador.
Después recorrimos toda la avenida Juárez hasta llegar al mercado Hidalgo. Este bonito mercado fue proyectado inicialmente como estación de ferrocarril, de ahí la forma tan amplia que tiene. En la primera planta hay principalmente tiendas de recuerdos y de regalos, mientras que en la planta baja hay una parte de productos de comida, otra de puestos para comer y otra con tiendas varias. Nosotros aprovechamos la zona de comida para ingerir unos deliciosos bocadillos (aunque un tanto picantes).
Continuamos hasta la Alhóndiga, antiguo almacén de grano donde se gestó el principio del fin de la conquista española de esas tierras. Desde allí continuamos por la calle Positos hasta la universidad, pasando por las agradables plazas de San Roque y San Fernando. En la universidad hicimos una pequeña parada para contemplar las escaleras donde los estudiantes se sientan para ver cine en verano. Este edificio, junto con la basílica, son probablemente los dos más emblemáticos de Guanajuato.
La siguiente parada la hicimos en la plaza Allende, donde además del teatro Cervantes se puede ver una estatua de hierro de Don Quijote y Sancho Panza.
Desde allí nos acercamos al callejón del Beso; y decimos que nos acercamos porque era tal el gentío que se agolpaba junto a este estrecho callejón que nos resultó imposible atravesarlo.
Llegados a este punto decidimos subir nuevamente al mirador para ver el atardecer desde lo alto. Nos llevamos el trípode y esperamos pacientemente a que anocheciese. A la mañana siguiente madrugamos un poco para pasear por la ciudad con un poco menos de bullicio. Realmente lo conseguimos, pero hemos de decir que la gente madruga bastante en Guanajuato. Pudimos finalmente atravesar el famoso callejón del Beso, y compramos víveres para nuestro siguiente trayecto en autobús, que iba a ser un poco largo.
Recogimos la ropa de la lavandería, volvimos al alojamiento para rehacer el equipaje y tomamos un taxi hasta la estación de autobuses, donde pusimos rumbo a nuestro siguiente destino. Zacatecas
Zacatecas fue el punto situado más al norte en el que estuvimos en México. Está un poco alejado de todo el circuito turístico y por este motivo no tiene un excesivo volumen de turismo foráneo, aunque por lo que pudimos comprobar in situ, sí es un destino turístico muy popular entre los mexicanos. El viaje en autobús desde Guanajuato fue largo: llegamos a Zacatecas cuando estaba atardeciendo. Una vez más, desde la terminal de autobuses tomamos un taxi hasta nuestro alojamiento y una vez nos hubimos instalado en nuestra habitación, salimos a pasear. Zacatecas nos cautivó desde el primer minuto. El centro histórico estaba abarrotado de gente, ya que nuestra estancia coincidió con la celebración del Festival Cultural de Zacatecas. La avenida Hidalgo, que lleva hasta la plaza de Armas, estaba llena de puestos de comida y artesanía y era difícil avanzar. La ciudad posee un color rosado que alcanza su máxima expresión en la catedral. A esas horas estaba cerrada, así que la visitaríamos por dentro al día siguiente. Habían comenzado a encender las luces de la ciudad y éstas creaban un efecto muy curioso. En lugar de farolas, en las aceras y balcones han colocado focos de led, de manera que la luz se proyecta desde el suelo hacia arriba. Si a eso le añadimos que todos los edificios del centro están rehabilitados en tonos blancos, amarillos y rosados, y que no hay carteles, sino que los nombres de los negocios están escritos en las paredes, el conjunto tenía un aire mágico (aunque quede un poco cursi).
Después de cenar dimos otro largo paseo: no podíamos dejar de maravillarnos con el ambiente.
A la mañana siguiente recorrimos en esencia los mismos sitios que habíamos visto la noche anterior. El ambiente, evidentemente, era muy diferente. Madrugamos un poco ya que habíamos reservado los billetes de autobús a Guadalajara para después de comer y no queríamos quedarnos sin visitar lo más típico de Zacatecas.
Entramos en el extemplo de San Agustín, antigua iglesia reconvertida en museo, donde pudimos ver una magnífica exposición de Enrique Carbajal, famoso escultor mexicano conocido con el sobrenombre de Sebastián. Cuando estábamos finalizando la visita se acercó el portero y nos dijo que el museo todavía no estaba abierto y que debíamos marcharnos. Antes de entrar habíamos visto la puerta abierta y como no había nadie, entramos pensando que se trataba de una iglesia y no de un museo. Pero como lo que había en el interior nos gustó mucho, nos quedamos. Así que pudimos visitarlo gratis y solos. Ya lo dice el refrán: al que madruga, Dios lo ayuda. A la salida del museo entramos en la iglesia de Santo Domingo. Sin embargo, fue la catedral de Zacatecas la que más nos sorprendió. En primer lugar, por la piedra rosa que lo inunda todo. También la fachada principal, que está profusamente tallada y que incluye una imagen de Dios, con su barba y su triángulo encima de la cabeza. En el interior destaca el moderno altar con una serie de grandes figuras de bronce sobre un fondo dorado.
A esas horas la ciudad estaba muy tranquila y pudimos deambular por sus calles con total tranquilidad. El bullicio comenzaría un poco más tarde.
Nuestra siguiente parada fue en el palacio de Gobierno. En su patio interior estuvimos viendo un mural de la historia de Zacatecas.
Desde ahí subimos hasta la mina El Edén. La mina tiene dos entradas y nosotros accedimos por la que está más cerca del teleférico, que sería nuestra siguiente atracción.
La visita a la mina se hace con guía. Tuvimos la suerte de ser un grupo muy reducido. El guía era muy simpático, aunque se metió un poco con nosotros por ser los únicos españoles del grupo. Y es que cuando contó las barbaridades que cometieron allí nuestros paisanos durante varios siglos, nos dio vergüenza ajena. En esta mina encontraron numerosos minerales, aunque principalmente plata. Se llamó El Edén porque parecía no agotarse nunca. De hecho, la cerraron en la década de 1960 porque ya no era rentable seguir extrayendo, no porque se agotase. Al final de la visita hay un interesantísimo museo de rocas y minerales. A la salida nos subimos al teleférico que lleva hasta el cerro de La Bufa y atravesamos Zacatecas desde lo alto. Tanto desde el propio teleférico como desde el cerro se ve una bonita vista de la ciudad.
En el cerro hay una iglesia y unas enormes figuras de bronce dedicadas a los generales de la revolución mexicana, entre los que se encuentra Pancho Villa.
Del cerro bajamos hasta la ciudad caminando. A esas horas la ciudad estaba más que despierta, y había una gran cantidad de tráfico y de gente por la calle. Visitamos dos mercados, el Arroyo de la Plata y el Laberinto, y paramos a comer en un local en el que solamente servían gorditas. Se trata de una especie de taco relleno, que estaba muy rico (aunque algo picante en exceso para nuestro paladar). Nuestra última visita en Zacatecas fue al hotel Quinta Real. Este sitio está ubicado junto al acueducto y es una antigua plaza de toros, reconvertida en hotel de lujo. Volvimos al hotel, donde pedimos un taxi que nos llevó la estación de autobuses. Allí, a la hora en punto, salimos hacia Guadalajara, última ciudad que visitaríamos de esa zona.
Guadalajara Llegamos de noche a la estación de autobuses de Guadalajara, donde tomamos un taxi hasta el hotel que teníamos reservado. El taxi nos costó significativamente más caro que el resto de taxis que habíamos tomado hasta ese momento. Estaba claro que nos encontrábamos en una de las ciudades más grandes de México. Comenzamos la visita de la ciudad a la mañana siguiente caminando hasta la plaza de Armas. Allí pudimos ver la catedral y entramos en el palacio Municipal para ver sus murales. De ahí recorrimos el llamado paseo Degollado, que es un gran espacio que va desde la catedral hasta el teatro Degollado. Allí entramos en el palacio de Gobierno y en el palacio de Justicia. Nuevamente pudimos deambular libremente por estos dos recintos mientras contemplábamos a los funcionarios trabajar en sus despachos a través de las ventanas abiertas que tenían casi todos, suponemos que para combatir el calor. También pudimos ver sendos murales en la escalera principal de cada palacio.
Dejamos a un lado el teatro Degollado y llegamos hasta la plaza Tapatía, al final de la cual se halla el Instituto Cultural Cabañas. Este lugar merece una visita por dos motivos: el primero por el edificio en sí, con otra serie de murales (en esta ocasión, de José Clemente Orozco); el segundo, porque es un centro muy grande con exposiciones temporales. Nosotros vimos las tres que había en ese momento y nos encantó especialmente la dedicada a Pedro Ramírez Vázquez, famoso arquitecto mexicano ya fallecido, que fue el presidente del comité organizador de los Juegos Olímpicos de México 68.
Una vez concluida la visita, buscamos un autobús que nos llevara hasta Tlaquepaque. En este pueblo, que más parece un barrio de Guadalajara, viven muchos artesanos. El centro se ha llenado de tiendas de artesanía, muebles y regalos que hacen la delicia de los turistas. Recorrimos la calle principal y entramos en varias tiendas y boutiques, más por curiosear y ver que con la intención de comprar. La verdad es que está todo muy bien puesto y hay verdaderas obras de arte. Paramos a comer en Casa Fuerte, recomendado por nuestra amiga mexicana; fue todo un acierto. Nos comimos unos camarones con salsa de tequila que fueron épicos.
Dimos una última vuelta por la zona y volvimos a tomar un bus que nos llevó nuevamente de vuelta hasta el centro de Guadalajara. Volvimos a descansar un rato al hotel con idea de darnos una ducha antes de que nuestra amiga mexicana y su marido vinieran a recogernos, ya que habíamos quedado con ellos para cenar. En un principio habían pensado llevarnos a la zona de Chapultepec, pero finalmente optaron por ir a Zapopan, otro conocido barrio en las afueras de Guadalajara. Allí disfrutamos de una magnífica cena en el lugar más concurrido y famoso de Zapopan, la Fonda Doña Gabina Escolástica. Tras la cena dimos un paseo y llegamos hasta la plaza donde se encuentra la basílica de Nuestra Señora de Zapopan, que estaba bastante animada a pesar de las horas que eran. Después de una agradable velada nos llevaron hasta el hotel y allí nos despedimos. A la mañana siguiente madrugábamos bastante para tomar un avión. |