Francia
Normandía (continuación)
El plan era visitar alguna destilería donde se fabricase sidra y alguna quesería donde se elaborase queso. Al fin y al cabo, eran dos de los motivos que nos habían llevado a recorrer Normandía, por lo que desde nuestro punto de vista no era un mal plan.
Previamente a nuestro viaje habíamos seleccionado una serie de destilerías que ofrecían visita y degustación gratuita, con la idea de conocer y degustar tanto la sidra normanda (a la que somos tan aficionados) como el calvados, un licor que no habíamos probado nunca. El calvados es un destilado de manzana que se añeja en barriles de madera de roble.
El primer sitio al que fuimos fue el Domaine Christian Drouin, ubicado a las afueras de Trouville-sur-Mer. Una vez en la finca, dejamos el coche en el aparcamiento y fuimos al edificio principal. Allí comentamos que queríamos hacer la visita y la degustación: en cuanto se quedó un guía libre, nos atendió.
Previamente a nuestro viaje habíamos seleccionado una serie de destilerías que ofrecían visita y degustación gratuita, con la idea de conocer y degustar tanto la sidra normanda (a la que somos tan aficionados) como el calvados, un licor que no habíamos probado nunca. El calvados es un destilado de manzana que se añeja en barriles de madera de roble.
El primer sitio al que fuimos fue el Domaine Christian Drouin, ubicado a las afueras de Trouville-sur-Mer. Una vez en la finca, dejamos el coche en el aparcamiento y fuimos al edificio principal. Allí comentamos que queríamos hacer la visita y la degustación: en cuanto se quedó un guía libre, nos atendió.
La simpática chica que nos hizo de guía nos llevó hasta el lugar donde está el alambique. Allí nos explicó el proceso de elaboración. Después nos condujo hasta el edificio donde almacenan los barriles y al final del recorrido llegamos a la tienda donde hicimos la degustación. Allí probamos también el pommeau, una bebida relativamente nueva que se obtiene de mezclar zumo de manzana con calvados. Así, mientras el calvados tiene generalmente una graduación alcohólica del 40 %, la del pommeau es solamente de un 17 %. Es una bebida que se sirve normalmente de aperitivo.
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Así pues, probamos sidras, pommeau y calvados (todo en pequeñas dosis porque teníamos que seguir conduciendo). Como nos encantó el pommeau del Domaine Christian Drouin, decidimos comprar una botella para traérnosla a casa.
La siguiente parada fue en la Fromagerie Durand, situada a las afueras del pueblo de Camembert. Esta visita fue radicalmente distinta a la anterior.
Nos sentaron en un banco y nos pusieron un vídeo; después nos condujeron a la parte trasera del edificio donde nos dejaron para que leyésemos unos carteles que explicaban la historia del lugar y el proceso de elaboración del queso; junto a estos carteles vimos a través de unas ventanas las cavas donde estaban los quesos madurando. De vuelta en la tienda, la señora que nos había atendido se limitó a preguntarnos qué queríamos comprar. Le dijimos que nada y nos marchamos con la sensación de haber perdido el tiempo.
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Para compensar el mal sabor de boca decidimos acercarnos hasta la Fromagerie Graindorge. Habíamos elegido en primer lugar la Fromagerie Durand porque habíamos leído que era una quesería artesanal, mientras que la Graindorge era industrial y muy orientada a la visita de grupos. Pero no queríamos irnos de allí sin hacer una visita en condiciones. En Normandía hay cuatro quesos con denominación de origen: Pont-L’évêque, Livarot, Neufchâtel y el conocido Camembert. En Durand solamente producen Camembert, mientras que en Graindorge elaboran los cuatro tipos.
La visita está muy bien organizada. La hace cada uno a su ritmo, ya que está todo perfectamente indicado con carteles. A lo largo de una pasarela con cristales se van viendo las diferentes salas: investigación, elaboración, maduración, empaquetamiento… Se finaliza en la tienda donde se pueden degustar gratuitamente las cuatro variedades. |
Continuamos la ruta y decidimos parar en otra destilería, en esta ocasión en Domaine Dupont. A nuestra llegada nos informaron de que solamente hacían dos visitas al día, pero ya habían tenido lugar. No obstante, nos ofrecieron degustar gratuitamente toda la gama de productos que tenían. Así pues, comenzamos con las sidras, que eran mucho más variadas que las de Christian Drouin. Además de la sidra tradicional, elaboran otras un poco más complejas y diferentes. Nos encantó la Cidre Reserve, que según nos contaron añejan seis meses en barriles que han contenido previamente calvados. Una bebida fina y sublime. Nos trajimos una botella para casa.
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Probamos también el pommeau. Nos congratuló comprobar que nos había gustado más la botella de Christian Drouin que ya habíamos comprado. Cuando el amable señor que nos estaba atendiendo nos sugirió comenzar a catar los diferentes calvados que tenían, declinamos educadamente su invitación ya que teníamos que conducir.
Antes de ponernos en marcha, decidimos ir a dormir ese día a Caen. Por el camino hicimos una breve parada en Beuvron-en-Auge, un pequeño pueblo cuyo centro está lleno de típicas plazas normandas. Beuvron-en-Auge está considerado uno de los cien pueblos más pintorescos de Francia. Nosotros dimos un pequeño paseo por la plaza y por las calles adyacentes y continuamos nuestro camino.
En Caen decidimos quedarnos en un hotel no muy céntrico para que fuese tranquilo y poder aparcar fácilmente. Una vez dejamos todo en la habitación nos acercamos caminando hasta el centro de la ciudad. Paseamos por las calles peatonales del centro, todas llenas de tiendas y de gente yendo y viniendo. Llegamos hasta la Place Saint-Saveur, una bonita y gran plaza peatonal triangular que desemboca en la explanada donde se ubican el ayuntamiento y la abadía de los Hombres.
Esta ciudad fue una de las más dañadas de Normandía durante la Segunda Guerra Mundial, así que casi todo lo que se ve es una reconstrucción llevada a cabo en los años 50 y 60.
Desde la Esplanade Jean-Marie Louvel se ve una bonita y amplia vista del ayuntamiento y sus jardines, de la abadía que está junto a él y de la iglesia Saint-Étienne-le-Vieux, al otro lado de la plaza.
Desde la Esplanade Jean-Marie Louvel se ve una bonita y amplia vista del ayuntamiento y sus jardines, de la abadía que está junto a él y de la iglesia Saint-Étienne-le-Vieux, al otro lado de la plaza.
Volvimos a atravesar el centro y llegamos a la zona de la rue Vaugueux, la zona de restaurantes de Caen. Estuvimos echando un vistazo a casi todos y nuestro instinto hizo que entrásemos en Le Bouchon du Vaugueux. Nos dijeron que estaban completos pero que, si volvíamos en media hora o tres cuartos, nos darían una mesa. Aunque teníamos hambre optamos por dejarnos llevar por nuestro instinto y aceptamos la oferta. Decidimos continuar paseando por Caen para hacer tiempo y nuestros pasos nos llevaron por la rue des Chanoines, desde donde llegamos hasta la abadía de las Mujeres. A esas horas la iglesia de la abadía estaba cerrada, así que tuvimos que conformarnos con disfrutar de su sobria fachada.
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Continuamos hasta llegar al castillo. Pensamos que a esas horas estaría cerrado, pero el recinto interior de las murallas permanece siempre abierto, así que entramos. El castillo alberga el museo de Bellas Artes. También hay alguna que otra almena a la que se puede subir. Nosotros salimos por otra puerta, desde donde obtuvimos una bonita vista de la iglesia de Saint-Pierre.
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Como ya había pasado un tiempo razonable, regresamos al restaurante para comprobar que nuestra mesa ya estaba preparada. Como es habitual en estos sitios tipo bistró, nos acercaron una pizarra enorme con los menús y los platos y pedimos más o menos aquello que pudimos entender.
La cena en Le Bouchon du Vaugueux fue una de las mejores comidas que disfrutamos en Normandía.
La cena en Le Bouchon du Vaugueux fue una de las mejores comidas que disfrutamos en Normandía.
El día siguiente iba a ser un día largo. Nuestra primera parada sería en Bayeaux, camino de la zona de las playas del desembarco. Aprovechamos que camino de Bayeux pasamos por una destilería de nuestra lista y paramos a visitarla. En este caso fue en Domaine de la Flaguerie. Otras dos parejas llegaron casi a la vez que nosotros, así que nos hicieron la visita a los seis juntos. Primero nos pusieron un pequeño vídeo introductorio tras el cual nos dieron una vuelta por el Domaine. Fuimos primero hasta los campos de manzanos, que en ese momento estaban en flor. El guía nos comentó que trabajaban con tres apicultores que se encargaban de que las abejas hiciesen su trabajo y polinizasen los manzanos.
Después pasamos a la zona de producción, seguida de la de almacenaje. Nos contó que, al ser un productor pequeño, no contaba con destilería propia, ya que mantenerla era muy costoso. Lo que hacían era juntarse con otros productores en la misma situación, compartir entre todos el alambique y así dividir los gastos.
Después pasamos a la zona de producción, seguida de la de almacenaje. Nos contó que, al ser un productor pequeño, no contaba con destilería propia, ya que mantenerla era muy costoso. Lo que hacían era juntarse con otros productores en la misma situación, compartir entre todos el alambique y así dividir los gastos.
Finalmente terminamos en la tienda catando todas las variedades de sidra y de calvados del Domaine y, por supuesto, el pommeau. Nos gustó mucho la sidra ecológica semiseca y compramos una botella. También nos trajimos una de calvados V.S.O.P. de medio litro. En ese momento decidimos que la compra de botellas se había terminado: para evitar incidentes desagradables, no queríamos tentar a la suerte transportando tantas botellas en la maleta.
De vuelta en el coche retomamos nuestro camino hacia Bayeux. Esta ciudad cuenta con aparcamientos gratuitos disuasorios a la entrada, por lo que dejamos allí el coche y fuimos al centro a pie. Nos acercamos a la oficina de información turística donde nos dieron un plano con un itinerario sugerido por el centro de la ciudad y decidimos seguirlo.
Aunque cuenta con varias casas típicas normandas, la arquitectura de Bayeux es un poco diferente: aquí la mayor parte de las casas son de piedra con los tejados grises, una estética más parecida a la que se encuentra en París.
Aunque cuenta con varias casas típicas normandas, la arquitectura de Bayeux es un poco diferente: aquí la mayor parte de las casas son de piedra con los tejados grises, una estética más parecida a la que se encuentra en París.
Bayeux es una de las pocas ciudades normandas que prácticamente no sufrió ningún desperfecto durante la Segunda Guerra Mundial. Ni siquiera su impresionante catedral gótica, que es la joya de la ciudad.
El interior es estrecho, alargado y bastante alto, y cuenta con mucha luz natural. Eso es algo que nos llamó la atención en general de las catedrales e iglesias de estilo normando: al ser tan altas y contar con grandes ventanales en la parte superior, disfrutan de mucha luz natural.
El itinerario nos llevó por la rue Saint-Jean; atravesamos un canal del río donde vimos un viejo molino; llegamos hasta la diáfana plaza Charles de Gaulle donde en tiempos pasados se ubicó el castillo de la ciudad; tras callejear un poco más, llegamos al punto de inicio.
Fue un paseo no muy largo pero bastante agradable.
Fue un paseo no muy largo pero bastante agradable.
Volvimos al coche y enfilamos hacia el norte en dirección a Arromanches. Comenzaba un día por los principales lugares de interés de las playas del desembarco.
Para favorecer el desembarco (especialmente de material pesado), los aliados construyeron en Arromanches uno de los dos puertos artificiales que existen en esta zona. Una tormenta se lo llevó por delante, pero aún quedan visibles algunos restos en la playa. Cuando llegamos apenas se veía sobresalir del agua algún que otro bloque de hormigón, y eso no era lo que esperábamos. Fuimos a la oficina de información turística y nos comentaron que era porque la marea estaba alta. Si queríamos ver lo que queríamos ver, tendríamos que regresar por la tarde, cuando hubiese bajado la marea.
Para favorecer el desembarco (especialmente de material pesado), los aliados construyeron en Arromanches uno de los dos puertos artificiales que existen en esta zona. Una tormenta se lo llevó por delante, pero aún quedan visibles algunos restos en la playa. Cuando llegamos apenas se veía sobresalir del agua algún que otro bloque de hormigón, y eso no era lo que esperábamos. Fuimos a la oficina de información turística y nos comentaron que era porque la marea estaba alta. Si queríamos ver lo que queríamos ver, tendríamos que regresar por la tarde, cuando hubiese bajado la marea.
Así que volvimos al coche y continuamos bordeando la costa. Como queríamos volver a Arromanches, decidimos conducir hasta el punto más alejado al que teníamos previsto llegar e ir regresando poco a poco. Así pues, fuimos hasta el Pointe Du Hoc. En ese lugar, una punta estratégica cuya conquista favorecería mucho el desembarco de las playas de Utah y Omaha, se produjo uno de los más importantes escarceos del desembarco. Primero fue bombardeado fuertemente por los aliados (hay muchos agujeros que confirman el dato) y después desembarcaron los rangers de Texas, especialistas que con un escala tenían que trepar por el acantilado.
En la zona quedan muchos restos de las edificaciones defensivas que construyeron los nazis.
Dimos un paseo por la zona, entrando en estas edificaciones, viendo los socavones de las bombas y contemplando los acantilados por los que tuvieron que escalar los soldados.
Dimos un paseo por la zona, entrando en estas edificaciones, viendo los socavones de las bombas y contemplando los acantilados por los que tuvieron que escalar los soldados.
El siguiente lugar en el que paramos fue en el cementerio americano de Colleville-sur-Mer. Toda esa parte de la costa normanda está llena de cementerios y de museos. En casi cualquier pueblo se puede encontrar un museo con explicaciones y restos de algún tema concreto del desembarco, lo que para un verdadero aficionado en el tema conlleva que pueda pasar fácilmente una semana en la zona. También hay numerosos cementerios agrupados por nacionalidades. Probablemente el más famoso de todos es el que visitamos nosotros.
Ubicado sobre un acantilado que da a la playa de Omaha, alberga las tumbas de casi diez mil soldados estadounidenses. A la entrada hay algunos monumentos conmemorativos, pero lo más impactante es el propio cementerio, con todas las cruces dispuestas en filas en un campo totalmente cubierto por césped.
Ubicado sobre un acantilado que da a la playa de Omaha, alberga las tumbas de casi diez mil soldados estadounidenses. A la entrada hay algunos monumentos conmemorativos, pero lo más impactante es el propio cementerio, con todas las cruces dispuestas en filas en un campo totalmente cubierto por césped.
En las cruces se pueden leer los nombres de los soldados, su graduación y la fecha de su fallecimiento. Sobrecoge comprobar la gran cantidad de ellos que murieron los días 6 y 7 de junio, es decir, el primer y segundo día del desembarco: eso quiere decir que muchos soldados participaron apenas unas horas en la guerra.
Como curiosidad diremos que las tumbas de los soldados judíos, en vez de tener una cruz católica, cuentan con una estrella de David.
Como curiosidad diremos que las tumbas de los soldados judíos, en vez de tener una cruz católica, cuentan con una estrella de David.
En Pointe Du Hoc vimos una gran aglomeración de turistas, pero nada parecido a lo que encontramos en el cementerio americano. Sin duda, debe de ser el lugar más visitado de la zona.
Uno de los sitios donde mejor conservados están los restos de las construcciones alemanas es en Longues-sur-Mer. Allí queda una batería de defensa con cuatro puntos de artillería situados en línea, tres de los cuales conservan el cañón en pie. Ese fue nuestro siguiente destino.
Dejamos el coche en el aparcamiento y caminamos por un sendero que llega hasta los cuatro puntos. Salvo el primero, que está un poco más derruido, los otros tres se conservan muy bien; todos tienen restos del fuego aliado en su construcción.
Uno de los sitios donde mejor conservados están los restos de las construcciones alemanas es en Longues-sur-Mer. Allí queda una batería de defensa con cuatro puntos de artillería situados en línea, tres de los cuales conservan el cañón en pie. Ese fue nuestro siguiente destino.
Dejamos el coche en el aparcamiento y caminamos por un sendero que llega hasta los cuatro puntos. Salvo el primero, que está un poco más derruido, los otros tres se conservan muy bien; todos tienen restos del fuego aliado en su construcción.
Hay una última edificación más cerca del acantilado a la que también se puede acceder.
Como ya caía la tarde, decidimos que era el momento de volver a Arromanches. Aparcamos el coche en el mismo lugar donde lo habíamos dejado por la mañana y nos acercamos a la playa. Tal y como nos había informado la señora de la oficina de turismo, la marea había bajado y ya se podían ver los restos del puerto artificial de Arromanches, e incluso pasear entre ellos.
En un solo día recorriendo la zona y leyendo carteles explicativos de lo que pasó aprendimos un montón de aspectos y curiosidades del famoso Día D que desconocíamos. Solamente alcanzamos a hacernos una leve idea de lo que debió de implicar planear el desembarco, con toda la logística que se llevó a cabo.
No obstante, en un único día en la zona nos dio tiempo a ver muy poco. Haría falta una semana recorriendo el lugar para empaparse bien del tema.
Decidimos quedarnos por la zona a dormir para ir a cenar a L'Angle Saint Laurent, un restaurane Bib Gourmand situado en el centro de Bayeux. La cena estuvo rica, pero el lugar estaba muy enfocado al turismo: todos los que estábamos cenando éramos extranjeros. De hecho, fue el primer restaurante donde nos ofrecieron la carta en inglés.
No obstante, en un único día en la zona nos dio tiempo a ver muy poco. Haría falta una semana recorriendo el lugar para empaparse bien del tema.
Decidimos quedarnos por la zona a dormir para ir a cenar a L'Angle Saint Laurent, un restaurane Bib Gourmand situado en el centro de Bayeux. La cena estuvo rica, pero el lugar estaba muy enfocado al turismo: todos los que estábamos cenando éramos extranjeros. De hecho, fue el primer restaurante donde nos ofrecieron la carta en inglés.
Al día siguiente llegábamos al Mont-Saint-Michel, sin duda uno de los platos fuertes del viaje (y uno de los lugares más visitados de toda Francia). De camino hicimos dos paradas. La primera fue en Coutances.
Visitamos primero la catedral, visible desde bien lejos debido a la altura de sus torres. Un edificio nuevamente alto y espigado que cuenta con unas bonitas vidrieras. Después nos acercamos al jardín botánico, donde dimos un agradable paseo. Entramos en su pequeño laberinto, del que afortunadamente no nos costó demasiado salir. |
Desde el punto de vista turístico la ciudad no daba para más, así que entramos en una panadería y compramos una baguette; después en una charcutería para comprar un poco de embutido.
La segunda parada del día fue en Granville. En esta ciudad dimos un paseo por su pequeño centro histórico, situado en lo alto de una pequeña colina, y después bajamos a la zona más moderna. Allí fuimos hasta una tienda de quesos, donde nos hicimos con un pequeño surtido y una botella de zumo de manzana (al estilo de los que habíamos probado en las destilerías y que tanto nos había gustado).
La segunda parada del día fue en Granville. En esta ciudad dimos un paseo por su pequeño centro histórico, situado en lo alto de una pequeña colina, y después bajamos a la zona más moderna. Allí fuimos hasta una tienda de quesos, donde nos hicimos con un pequeño surtido y una botella de zumo de manzana (al estilo de los que habíamos probado en las destilerías y que tanto nos había gustado).
De vuelta en el coche pusimos rumbo al Mont-Saint-Michel. Se trata de una pequeña isla rocosa sobre la que se construyó una abadía fortificada. A este promontorio no se puede acceder en coche. Hay que dejar el vehículo en un aparcamiento disuasorio y atravesar un puente de algo más de dos kilómetros de longitud. Hay autobuses (de pago) que van y vienen constantemente. Dicho puente fue construido porque la marea sube y baja mucho en torno a la abadía. Con la marea alta, si no existiera esa conexión, no se podría acceder a ella.
En el interior de la isla hay varios hoteles cuyos precios son generalmente bastante elevados, por lo que decidimos reservar una habitación en uno de los alojamientos que hay en tierra firme, justo antes de atravesar el puente. Allí han construido una minipoblación artificial en la que no hay más que hoteles, tiendas y restaurantes, lo cual facilita el acceso a la gente que no puede (o no quiere) pagar una habitación dentro de la isla. El autobús que conecta este punto con el promontorio es gratuito.
El Mont-Saint-Michel se aprecia desde bien lejos, conforme uno se va acercando con el coche. Es una vista increíble. Habíamos visto un montón de fotografías del lugar, pero nada se asemeja a verlo allí. Nuestra primera visión del lugar nos pareció muy impactante.
En el interior de la isla hay varios hoteles cuyos precios son generalmente bastante elevados, por lo que decidimos reservar una habitación en uno de los alojamientos que hay en tierra firme, justo antes de atravesar el puente. Allí han construido una minipoblación artificial en la que no hay más que hoteles, tiendas y restaurantes, lo cual facilita el acceso a la gente que no puede (o no quiere) pagar una habitación dentro de la isla. El autobús que conecta este punto con el promontorio es gratuito.
El Mont-Saint-Michel se aprecia desde bien lejos, conforme uno se va acercando con el coche. Es una vista increíble. Habíamos visto un montón de fotografías del lugar, pero nada se asemeja a verlo allí. Nuestra primera visión del lugar nos pareció muy impactante.
Fuimos directos al hotel a dejar nuestras pertenencias y sin dilación salimos para coger el autobús que lleva hasta la isla. Queríamos visitar la abadía antes de que cerrara.
El autobús no llega hasta el final de la pasarela, por lo que hay que caminar un pequeño trecho hasta la entrada. La vista del lugar seguía pareciéndonos impresionante.
Para evitar el bullicio, una vez atravesamos la puerta de acceso doblamos a la izquierda y subimos hasta la abadía por la parte de atrás, evitando así la calle de los hoteles y los restaurantes, tan concurrida casi a cualquier hora del día.
Al pagar la entrada a la abadía nos dieron un pequeño folleto explicativo de las diferentes estancias que se recorrían, que nos fue muy útil para entender todo el lugar y las dificultades de su construcción.
Nada más entrar en la abadía, se suben unas escaleras y se llega hasta una terraza desde donde se puede apreciar muy bien el camino de acceso a la isla.
El autobús no llega hasta el final de la pasarela, por lo que hay que caminar un pequeño trecho hasta la entrada. La vista del lugar seguía pareciéndonos impresionante.
Para evitar el bullicio, una vez atravesamos la puerta de acceso doblamos a la izquierda y subimos hasta la abadía por la parte de atrás, evitando así la calle de los hoteles y los restaurantes, tan concurrida casi a cualquier hora del día.
Al pagar la entrada a la abadía nos dieron un pequeño folleto explicativo de las diferentes estancias que se recorrían, que nos fue muy útil para entender todo el lugar y las dificultades de su construcción.
Nada más entrar en la abadía, se suben unas escaleras y se llega hasta una terraza desde donde se puede apreciar muy bien el camino de acceso a la isla.
Desde esta terraza se atraviesa un pasadizo que lleva a otra terraza, en este caso con vistas a la otra parte de la isla. Ahí se encuentra la entrada a la iglesia abacial, de estilo románico.
Junto a la iglesia encontramos un bonito claustro, con unas filas de columnas dobles muy originales. |
Después se van pasando por diversas estancias, como el refectorio, la sala de los huéspedes, un par de criptas y una capilla hasta llegar a la sala de los caballeros, un salón diáfano donde se termina la visita.
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El recorrido permite apreciar la curiosa construcción de la abadía, teniendo en cuenta la forma piramidal del monte en el que se encuentra.
A la salida de la abadía paseamos por las murallas; estas conforman un recorrido bastante extenso que da casi toda la vuelta al monte. Desde lo alto de las murallas se pueden ver bonitas estampas tanto del exterior como del interior.
A la salida de la abadía paseamos por las murallas; estas conforman un recorrido bastante extenso que da casi toda la vuelta al monte. Desde lo alto de las murallas se pueden ver bonitas estampas tanto del exterior como del interior.
A esas horas la marea estaba bastante baja, por lo que había mucha gente caminando en torno a la isla.
Antes de llegar a la calle principal (y única) del monte pasamos por una iglesia que alberga en la parte de atrás un pequeño cementerio.
Antes de llegar a la calle principal (y única) del monte pasamos por una iglesia que alberga en la parte de atrás un pequeño cementerio.
Una vez fuera de la isla, nos dedicamos a pasear por los alrededores aprovechando que la marea estaba baja; aunque poniendo cuidado donde pisábamos, porque si bien el agua se había retirado, hay algunas zonas que nunca llegan a estar secas del todo y se corre el peligro de llenarse los zapatos de barro.
Estuvimos haciendo un sinfín de fotografías desde todas las perspectivas imaginables. Seguíamos maravillados del paisaje y del lugar.
Estuvimos haciendo un sinfín de fotografías desde todas las perspectivas imaginables. Seguíamos maravillados del paisaje y del lugar.
Cuando nos cansamos decidimos volver al hotel dando un paseo. Como dejábamos a nuestra espalda el monte, cada cierto tiempo nos dábamos la vuelta y contemplábamos el lugar. Suponemos que todo esto puede sonar un poco exagerado, pero es que el Mont-Saint-Michel nos dejó sin palabras.
De vuelta en el hotel, sacamos el pan, los quesos, el embutido y el zumo de manzana que habíamos ido comprando en nuestras paradas, nos sentamos en una mesa que había fuera del hotel e improvisamos una cena a modo de picnic de lo más agradable y apetitosa.
Cuando terminamos, aprovechando que la luz del atardecer lo inundaba todo, decidimos volver caminando hasta el monte para contemplarlo con otra luz. Teníamos la esperanza de que la marea subiera para verlo rodeado de agua, pero no tuvimos suerte.
Estuvimos esperando hasta que anocheció, momento en el que la iluminación de la isla pasó a ser artificial, y nos marchamos al hotel a dormir.
Estuvimos esperando hasta que anocheció, momento en el que la iluminación de la isla pasó a ser artificial, y nos marchamos al hotel a dormir.
A la mañana siguiente nos acercamos a ver si había subido la marea, pero seguía baja. No sabemos si subió y bajó durante la noche; sea como fuere, nos quedamos sin ver el Mont-Saint-Michel propiamente como una isla.
Nos subimos al coche y nos pusimos en marcha. Ese punto había sido el más alejado del aeropuerto de París al que llegaríamos: a partir de allí comenzaríamos el camino de regreso, aunque todavía nos quedaba un día y medio. Teníamos que hacer bastantes kilómetros de vuelta, por lo que habíamos seleccionado tres lugares para parar y hacer más ameno el viaje: Alençon, Verneuil-sur-Avre y Évreux.
La primera parada del día fue en Alençon. Gran parte del centro histórico estaba en obras.
Nos subimos al coche y nos pusimos en marcha. Ese punto había sido el más alejado del aeropuerto de París al que llegaríamos: a partir de allí comenzaríamos el camino de regreso, aunque todavía nos quedaba un día y medio. Teníamos que hacer bastantes kilómetros de vuelta, por lo que habíamos seleccionado tres lugares para parar y hacer más ameno el viaje: Alençon, Verneuil-sur-Avre y Évreux.
La primera parada del día fue en Alençon. Gran parte del centro histórico estaba en obras.
Habían levantado casi todas las calles, suponemos que para sustituir el adoquinado; la verdad es que eso hizo que el paseo por la ciudad fuese un tanto incómodo, además de deslucir el encanto de Alençon.
Iniciamos la visita por la catedral, una más a añadir a la larga lista de iglesias y catedrales que nos gustaron mucho. Esta además cuenta con unas vidrieras muy bonitas. Después estuvimos callejeando un poco sin rumbo siguiendo nuestro instinto. Encontramos rincones muy bonitos y tranquilos. Atravesamos los dos ríos que pasan por la ciudad y culminamos nuestro recorrido regresando a la catedral.
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La segunda parada del día fue en Verneuil-sur-Avre. Esta pequeña población fue toda una sorpresa. Dejamos el coche en una calle más o menos céntrica y nos acercamos hasta la oficina de información turística, donde nos dieron un mapa de la ciudad con dos itinerarios sugeridos: un circuito histórico-cultural y otro que seguía los fosos defensivos de la ciudad, reconvertidos en zonas verdes. Decidimos optar por el primero.
El itinerario comenzaba desde la propia oficina, que se encuentra en la Place de la Madeleine, la plaza central del lugar. En un lado de esta plaza se erige la iglesia Sainte-Madeleine, la cual posee una torre muy alta. El interior cuenta con unas estatuas y unas vidrieras muy bonitas.
El itinerario comenzaba desde la propia oficina, que se encuentra en la Place de la Madeleine, la plaza central del lugar. En un lado de esta plaza se erige la iglesia Sainte-Madeleine, la cual posee una torre muy alta. El interior cuenta con unas estatuas y unas vidrieras muy bonitas.
El recorrido nos llevó por los edificios más característicos del lugar, muchos de ellos construcciones con entramados de madera. Lo que más nos gustó fue que había algunos edificios más modernos construidos también con un estilo antiguo para dar al conjunto un encanto especial.
Completar el itinerario nos llevó algo más de una hora. Como era la hora de más calor, muchas de las calles por las que transitamos estaban completamente vacías.
De vuelta en la plaza encontramos una tienda maravillosa, donde vendían quesos y embutidos, platos para llevar, quiches de tipos y sabores inimaginables y patés caseros. ¡Los hubiéramos probado todos! Si nos pusieran una tienda como esa al lado de casa moriríamos de felicidad.
Compramos algo de comida y nos sentamos a la sombra en un banco de la plaza a comerla. Después entramos en un bar a tomar un helado y un café au lait.
La tercera parada del día fue en Évreux. Nuevamente, nos impresionó su catedral. Alta, espigada, con bonitas vidrieras y mucha luz natural, está emplazada en una bonita plaza junto a un canal del río, lo cual hace que sea el monumento más importante de la ciudad.
La tercera parada del día fue en Évreux. Nuevamente, nos impresionó su catedral. Alta, espigada, con bonitas vidrieras y mucha luz natural, está emplazada en una bonita plaza junto a un canal del río, lo cual hace que sea el monumento más importante de la ciudad.
Nos gustó mucho también el edificio del ayuntamiento, situado también en el centro de una amplia plaza.
El resto de la ciudad no ofrece demasiado interés al turista, si bien nos pareció una ciudad muy animada, con mucha gente paseando por las calles del centro, todas llenas de tiendas, bares y restaurantes.
El resto de la ciudad no ofrece demasiado interés al turista, si bien nos pareció una ciudad muy animada, con mucha gente paseando por las calles del centro, todas llenas de tiendas, bares y restaurantes.
Antes de abandonar la ciudad subimos con el coche hasta un parque desde donde se puede ver una panorámica de la ciudad.
Tras la visita a Évreux estábamos ya cerca de Ruan. Para esa noche habíamos decidido ir a cenar a un restaurante con una estrella Michelin situado a las afueras de la ciudad. Ya que era nuestra última cena en Normandía queríamos despedirnos a lo grande.
Nos alojamos en un hotel ubicado un poco en medio de la nada, pero convenientemente cerca del restaurante. El lugar elegido, L'Auberge de la Pomme, está situado en una antigua casa normanda rehabilitada con jardín. La cena tuvo un claro toque francés incluyendo el momento del carro de los quesos, cuando la jefa de sala lo acercó a nuestra mesa y, tras una breve explicación (de la que no entendimos ni la mitad), nos dejó escoger. Decidimos acompañar la comida de una sidra de pera, que los franceses llaman directamente Poiré, que estaba espectacular. |
Como nuestro vuelo salía por la tarde, el último día en Normandía decidimos hacer un par de visitas de camino al aeropuerto. Pasamos en primer lugar por Les Andelys, una población que cuenta con los restos de un castillo en lo alto de una colina y que disfruta de una ubicación privilegiada junto al río Sena. El castillo (o lo poco que queda de él) es famoso porque lo construyó Ricardo Corazón de León, quien fuera rey de Inglaterra y duque de Normandía (los franceses lo dicen en orden inverso, porque les parece más importante el título francés que el inglés).
La segunda parada fue en Vernon, también ubicada a orillas del Sena. Allí dimos un pequeño paseo por el centro que nos dejó con la sensación de que igual podíamos haberle dedicado más tiempo a la ciudad. Pero teníamos que comer e irnos hacia París.
Como siempre que viajamos por Francia, disfrutamos mucho del lugar, los pueblos, el paisaje y, por supuesto, la gastronomía; aunque tenemos que reconocer que en esta ruta por Normandía habría que añadir a esa lista la bebida, especialmente el zumo de manzana y la sidra.
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