Islandia
Oeste de Islandia
Llegamos al alojamiento por la tarde. Nos quedamos en el hotel North West, donde tuvimos una estancia muy agradable. Cenamos allí mismo, tras lo cual decidimos aprovechar el rato de luz que quedaba para acercarnos al cañón Kolugljúfur. Por primera (y última) vez, estuvimos completamente solos en un lugar de Islandia. El cañón tenía primero una pequeña catarata y luego comenzaba el cañón propiamente dicho. Estuvimos caminando un rato por el sendero que había en un lado hasta que se empezó a hacer de noche, momento en que volvimos al hotel. |
Nos fuimos a la habitación para dar por concluida la jornada pero cuando ya teníamos los pijamas puestos y estábamos listos para irnos a la cama, se nos ocurrió mirar por la ventana. La sorpresa más inesperada del viaje estaba justo al otro lado: ¡una aurora boreal! Estuvimos un rato contemplando los juegos de luces hasta que decidimos volver a vestirnos para salir a la calle con la cámara y el trípode. Disfrutamos embobados del espectáculo, pues era la primera vez en nuestra vida que veíamos auroras boreales.
Nos pareció increíble cómo se movían por el cielo, cómo aparecían y desaparecían. Las fotos no reflejan ni de lejos lo impactante que es la escena pues no somos expertos en fotografía nocturna de larga duración, pero el momento quedará siempre guardado en nuestras retinas.
Nos pareció increíble cómo se movían por el cielo, cómo aparecían y desaparecían. Las fotos no reflejan ni de lejos lo impactante que es la escena pues no somos expertos en fotografía nocturna de larga duración, pero el momento quedará siempre guardado en nuestras retinas.
A la mañana siguiente disfrutamos de un magnífico desayuno en el hotel, tras lo cual emprendimos la marcha. Ese día lo íbamos a dedicar por completo a visitar la península Snæfellsnes.
La primera parada fue en Stykkishólmur, la población más grande de la península. Aparcamos en el pequeño puerto, donde había un transbordador atracado, y nos acercamos a la isla de basalto que hay al otro lado, hoy en día unida a tierra. Subimos hasta el faro, desde donde se obtiene una bonita panorámica del puerto y de casi toda la población.
La primera parada fue en Stykkishólmur, la población más grande de la península. Aparcamos en el pequeño puerto, donde había un transbordador atracado, y nos acercamos a la isla de basalto que hay al otro lado, hoy en día unida a tierra. Subimos hasta el faro, desde donde se obtiene una bonita panorámica del puerto y de casi toda la población.
Tras el corto paseo reanudamos la ruta e hicimos una breve parada en mitad del enorme campo de lava de Berserkjahraun, de marcado aspecto lunar.
Seguimos hasta Grundarfjörður, donde nos detuvimos para contemplar la montaña Kirkjufell, de la que dicen es uno de los lugares más fotografiados de Islandia.
Continuamos hasta el extremo occidental de la isla, donde nos adentramos en el Parque Nacional Snæfellsjökull, dominado por el glaciar que le da nombre. La carretera va bordeando el glaciar dejándolo siempre en el lado izquierdo. Dentro del parque nacional paramos primero en el cráter Saxhóll, muy poca cosa comparado con los que habíamos visto en los alrededores del lago Myvatn, pero que es el responsable de gran parte de los campos de lava que lo rodean.
Para facilitar el acceso hasta el borde del cráter han colocado una escalera de hierro curvada. Desde lo alto, a pesar de las nubes, pudimos vislumbrar un poco del glaciar.
Para facilitar el acceso hasta el borde del cráter han colocado una escalera de hierro curvada. Desde lo alto, a pesar de las nubes, pudimos vislumbrar un poco del glaciar.
Siguiendo nuestro recorrido por la península Snæfellsnes la siguiente visita fue una de las que más nos gustó. Paramos en el aparcamiento de la playa de Djúpalónssandur. Para acceder a la playa había que atravesar un espectacular campo de lava (nuevamente) hasta llegar a una playa de piedras negras muy bonita.
A la entrada de la playa nos encontramos unas piedras de diferentes pesos y tamaños (25, 50, 100 y 150 kilos aproximadamente). Se utilizaban para medir la fuerza de los aspirantes a pescadores: los que eran incapaces de levantar la de 50 kg eran declarados no aptos para la vida del mar. Nosotros lo intentamos con la de 25 y ambos pudimos levantarla, aunque a duras penas. Evidentemente con la de 50 kilos ni lo intentamos, así que quedó patente nuestra negligencia como marineros (algo que ya sospechábamos).
En un lateral de la playa vimos los restos de hierro oxidado de un barco inglés que se hundió en esa costa. Tras sendas anécdotas caminamos hasta el final de la playa, donde hay unas formaciones rocosas de lo más curiosas. El día era muy agradable y el lugar muy bucólico, así que disfrutamos mucho de nuestra parada en la playa de Djúpalónssandur. Nos hubiéramos quedado mucho más tiempo pero todavía nos quedaba una última visita antes de irnos al alojamiento.
La última excursión del día fue una caminata desde Hellnar hasta Arnarstapi. Hay un sendero que une estos dos lugares muy espectacular: va atravesando un campo de lava en el que a un lado se pueden ir contemplando pequeños acantilados llenos de aves (pues discurre paralelo a la costa), mientras que al otro se ve a lo lejos el glaciar Snæfellsjökull.
La distancia entre Hellnar y Arnarstapi es de unos 2,5 kilómetros. Nosotros dejamos el coche en Hellnar y echamos a andar, por lo que cuando llegamos a Arnarstapi tuvimos que hacer el camino en sentido contrario.
En Arnarstapi pudimos contemplar un curioso monumento hecho con piedras que homenajea a un personaje más o menos mitológico de la historia local.
En Arnarstapi pudimos contemplar un curioso monumento hecho con piedras que homenajea a un personaje más o menos mitológico de la historia local.
De vuelta al coche condujimos hasta Bogarnes, donde teníamos reservado el alojamiento para esa noche. Cuando anocheció salimos a la calle a ver si repetíamos la suerte del día anterior y veíamos alguna aurora boreal, pero no pudo ser. Entre otras cosas porque estaba un poco nublado.
Nuestro penúltimo día en Islandia lo invertimos en hacer un recorrido que no teníamos previsto recomendado por el dueño del hotel North West.
En lugar de ir directamente hacia Reikiavik como habíamos previsto inicialmente, tomamos otra carretera y fuimos hasta Hraunfossar. Este lugar único en Islandia está compuesto por unas pequeñas cascadas muy originales: el agua que forma la cascada no proviene del propio río, sino que se origina debajo de un campo de lava y emerge a la superficie sobre el río Hvitá. De ahí su nombre: “hraun”= lava; “fossar”= cascadas; “hraunfossar”= cascadas de lava.
Nuestro penúltimo día en Islandia lo invertimos en hacer un recorrido que no teníamos previsto recomendado por el dueño del hotel North West.
En lugar de ir directamente hacia Reikiavik como habíamos previsto inicialmente, tomamos otra carretera y fuimos hasta Hraunfossar. Este lugar único en Islandia está compuesto por unas pequeñas cascadas muy originales: el agua que forma la cascada no proviene del propio río, sino que se origina debajo de un campo de lava y emerge a la superficie sobre el río Hvitá. De ahí su nombre: “hraun”= lava; “fossar”= cascadas; “hraunfossar”= cascadas de lava.
Estuvimos paseando un poco por la zona fotografiando el bonito paisaje hasta que decidimos proseguir la marcha. Nos habían sugerido que atravesáramos el valle del Kaldidalur, para lo cual teníamos que transitar por la carretera 550. El problema era que habíamos visto que en algunos mapas la carretera 550 la nombraban como F550 (por tanto sólo apta para vehículos 4x4) pero en otros sitios no. Preguntando a los locales estos tampoco se ponían de acuerdo: unos decían que no era una carretera F mientras que otros decían que sí, aunque las condiciones del firme permitían el tránsito a todo tipo de vehículos. Como el principio de dicha carretera se encontraba muy cerca de Hraunfossar decidimos salir de la duda por nosotros mismos. Después de tantos días transitando por Islandia nos habíamos fijado en que al inicio de estas carreteras hay unas señales de tráfico que especifican claramente el tipo de carretera que es. Finalmente el problema quedó resuelto: era una carretera de grava, pero no era F, así que nos adentramos en ella con prudencia. Estuvimos casi tres horas transitando por la vía hasta que volvimos al asfalto. Aunque en algunos momentos el firme tenía bastantes piedras, el trayecto no fue demasiado complicado.
En todo momento el paisaje fue muy espectacular. Durante gran parte del recorrido tuvimos el glaciar Langjökull a nuestra izquierda, a lo largo del cual fuimos contemplando las diferentes lenguas que asomaban en dirección a la carretera (una descomunal planicie de arena y piedras sin ningún tipo de vegetación).
Hicimos unas cuantas paradas literalmente en medio de ninguna parte para hacer alguna foto y contemplar el paisaje, ya que el que iba conduciendo iba siempre muy pendiente de la carretera.
De vuelta al asfalto enfilamos directamente hacia Reikiavik.
Aparcamos el coche cerca del centro, tras asegurarnos de que no era una zona de aparcamiento de pago. Lo primero que hicimos fue buscar un puesto callejero llamado Bæjarins Beztu, donde al parecer se comen los mejores perritos calientes de la capital. Es toda una institución en la capital.
Desde luego, el lugar famoso es: cuando llegamos había una cola considerable. Como buenos turistas, nos pusimos los últimos y esperamos pacientemente nuestro turno. Tenemos que admitir que el bocado estaba bueno, pero vamos, que estamos hablando de un simple perrito caliente.
Aparcamos el coche cerca del centro, tras asegurarnos de que no era una zona de aparcamiento de pago. Lo primero que hicimos fue buscar un puesto callejero llamado Bæjarins Beztu, donde al parecer se comen los mejores perritos calientes de la capital. Es toda una institución en la capital.
Desde luego, el lugar famoso es: cuando llegamos había una cola considerable. Como buenos turistas, nos pusimos los últimos y esperamos pacientemente nuestro turno. Tenemos que admitir que el bocado estaba bueno, pero vamos, que estamos hablando de un simple perrito caliente.
Después del perrito caliente fuimos a tomar un helado a Valdis, una de las heladerías más populares de Reikiavik. Tanto es así que a la entrada hay que coger número para ser atendido.
Comenzamos entonces la visita propiamente dicha de la ciudad. Dimos un paseo por el pequeño puerto viejo y llegamos hasta el Harpa, un moderno auditorio y centro cultural situado a las orillas del océano.
Comenzamos entonces la visita propiamente dicha de la ciudad. Dimos un paseo por el pequeño puerto viejo y llegamos hasta el Harpa, un moderno auditorio y centro cultural situado a las orillas del océano.
Este edificio nos gustó mucho. La entrada es gratuita y se puede deambular por su interior, exceptuando las salas y algunas zonas en las que estaba prohibido el acceso. La construcción alterna paneles de cristales cóncavos y convexos, lo que hace que tanto el interior como el exterior sean muy especiales.
De ahí nos acercamos a la escultura El viajero del sol, situada en el paseo marítimo y que se ha convertido en algo parecido al emblema de la ciudad, para continuar hasta la calle Laugavegur, una de las más animadas de la ciudad, llena de tiendas, bares y restaurantes y, por supuesto, de gente.
Terminamos la visita a Reikiavik paseando por lo que se denomina el casco viejo: un conjunto de calles peatonales en el centro junto a un bonito estanque llamado Tjörnin, junto al que habíamos dejado el coche.
Justo en ese momento se puso a llover copiosamente así que decidimos dar por concluidas las visitas y nos fuimos a nuestro alojamiento.
La mañana de nuestro último día en Islandia tuvimos que madrugar. Como hemos comentado al principio de este relato, habíamos comprado entradas para la Blue Lagoon. Se trata de unas piscinas con aguas geotermales (similares a las que habíamos encontrado en Myvatn) ubicadas muy cerca del aeropuerto. Esta circunstancia hace que sea un lugar magnífico en el que pasar las últimas horas antes de tomar el vuelo de vuelta a casa.
Venden un número determinado de entradas a cada hora. Cuando nosotros miramos en su página web, dos semanas antes de la fecha en la que íbamos a ir, la disponibilidad era muy baja. Las entradas entre las 9 y las 10 de la mañana, que eran las que mejor nos venían teniendo en cuenta el horario de nuestro vuelo, ya estaban agotadas. Así que tuvimos que comprar entradas a las 8 de la mañana. Por ese motivo tuvimos que madrugar, pues el lugar está a unos 45 minutos en coche de Reikiavik. Una vez dentro se puede estar en las instalaciones el tiempo que se quiera.
Estuvimos un buen rato relajándonos dentro del agua, comprobando como poco a poco, según iba pasando el tiempo, el lugar se iba llenando de turistas. En su descargo hay que decir que tienen unos vestuarios bastante grandes y las piscinas son también hermosas, por lo que pueden acoger mucha gente.
La mañana de nuestro último día en Islandia tuvimos que madrugar. Como hemos comentado al principio de este relato, habíamos comprado entradas para la Blue Lagoon. Se trata de unas piscinas con aguas geotermales (similares a las que habíamos encontrado en Myvatn) ubicadas muy cerca del aeropuerto. Esta circunstancia hace que sea un lugar magnífico en el que pasar las últimas horas antes de tomar el vuelo de vuelta a casa.
Venden un número determinado de entradas a cada hora. Cuando nosotros miramos en su página web, dos semanas antes de la fecha en la que íbamos a ir, la disponibilidad era muy baja. Las entradas entre las 9 y las 10 de la mañana, que eran las que mejor nos venían teniendo en cuenta el horario de nuestro vuelo, ya estaban agotadas. Así que tuvimos que comprar entradas a las 8 de la mañana. Por ese motivo tuvimos que madrugar, pues el lugar está a unos 45 minutos en coche de Reikiavik. Una vez dentro se puede estar en las instalaciones el tiempo que se quiera.
Estuvimos un buen rato relajándonos dentro del agua, comprobando como poco a poco, según iba pasando el tiempo, el lugar se iba llenando de turistas. En su descargo hay que decir que tienen unos vestuarios bastante grandes y las piscinas son también hermosas, por lo que pueden acoger mucha gente.
Cuando nos cansamos nos dimos una ducha y salimos del recinto. El lugar está en medio de un descomunal campo de lava, así que aprovechamos para dar un pequeño paseo por los alrededores: fue nuestra última caminata por un campo de lava en Islandia, actividad que junto a la visita de cataratas fue probablemente la que más repetimos en ese país.
La Blue Lagoon fue un caro pero gran broche final a un magnífico viaje en el que disfrutamos muchísimo del paisaje del país, sin duda, único en el mundo.