los viajes de juanma y carol
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China

Pekín

Tras nuestro periplo por el resto del país, finalmente llegamos a la capital. Después de dos semanas visitando diferentes puntos de la geografía china, por fin le llegaba el turno a Pekín.

En Pekín nos alojamos en el hotel Plaza Wangfujing, un hotel moderno, cómodo y muy bien situado, en el que había bicicletas gratuitas disponibles para los huéspedes. Es por ello que decidimos que uno de los días de nuestra estancia pekinesa lo dedicaríamos a rodar.

Como llegamos al hotel a la hora de la comida, decidimos destinar esa primera tarde a visitar (por fuera principalmente) algunos edificios curiosos que un amigo arquitecto un tanto friki nos había recomendado. El primero fue el mega-edificio de la televisión, el CCTV Building. El original edificio está formado por seis secciones horizontales y verticales, y como curiosidad diremos que cuenta con un helipuerto en la azotea.

Continuamos paseando por el distrito financiero, hasta llegar a una calle en la que todos los carteles estaban en ruso. De repente todos los viandantes dejaron de ser chinos y se llenó el sitio de rusos. Parece que estábamos atravesando little Russia. 
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Llegamos hasta el segundo de los tres lugares que queríamos visitar, el Galaxy Soho, diseñado por la afamada arquitecta Zaha Hadid. Nos encontramos con un modernísimo centro comercial y de oficinas que debía de estar recién terminado, porque muchos locales estaban todavía vacíos; además había zonas por las que no se podía transitar. 
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Este recinto está compuesto por cuatro edificios en forma de huevo interconectados entre sí. 
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Nuestra última parada fue en The Place, sin duda el más friki de los tres. Se trata de dos centros comerciales enormes, separados entre sí por una calle peatonal cubierta por la pantalla de plasma más grande de Asia. En esta mega pantalla de televisión se van sucediendo imágenes y vídeos más o menos horteras, hasta llegar al momento que más le gusta al personal (según lo que nos contó un escocés que pasaba por allí): cuando se pueden mandar mensajes de texto a un número y el sms aparece en la pantalla, con la consiguiente algarabía de la gente.
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Nuestro primer día completo en la capital lo comenzamos como no podía ser de otra manera: visitando la Ciudad Prohibida. Para ello llegamos en metro hasta la plaza de Tiananmén y la recorrimos entera hasta la famosa puerta de la Paz Celeste, que da nombre a la plaza, en la que hay colgada una fotografía de Mao Zedong.

Esta enorme plaza, delimitada por un lado por la mencionada puerta y por el otro por la puerta de Quian Men, alberga en su parte central el mausoleo de Mao (en el que se conserva el cuerpo embalsamado del susodicho) y el monumento a los Héroes del Pueblo, una columna de granito cerca de la cual hay una enorme bandera de China. A ambos lados de la plaza pueden verse dos grandes estructuras de estilo soviético: el Gran Palacio del Pueblo y el Museo Nacional de China.
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Antes de acceder a la Ciudad Prohibida decidimos entrar en la puerta de la Paz Celeste para contemplar la vista de la plaza. Después nos pusimos a la cola en una de las casi treinta taquillas abarrotadas que había para sacar las entradas de acceso al recinto sagrado. Nunca en nuestra vida viajera habíamos visto tantos turistas reunidos en un mismo sitio.
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La Ciudad Prohibida es una sucesión de patios bastante grandes en general, separados por edificios en forma de puerta con nombres tan curiosos como Puerta de la Armonía Suprema, de la Pureza Celeste, del Genio Militar, de la Fortuna Espléndida o de los Grandes Ancestros. Los palacios tampoco se quedan atrás y tienen nombres como Palacio de la Primavera Eterna, de la Armonía Conservada, de las Elegancias Acumuladas o de la Longevidad Tranquila.

El recinto es muy grande y visitar todas las dependencias que están abiertas al público lleva más de un día. Así que nosotros decidimos ir viendo dependencias hasta que nos cansáramos. 
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Una vez hubimos atravesado la puerta del Mediodía, decidimos girar a la derecha para visitar las galerías de cerámica y poder contemplar la famosa cerámica de la dinastía Ming.
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Volvimos al patio anterior y atravesamos la puerta de la Suprema Armonía. El siguiente patio resultó ser el más grande de todos. 
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Para acceder al palacio de la Armonía Suprema pasamos por dos figuras de bronce de dos leones, uno a cada lado. Siempre que aparecen estas figuras, a la derecha se encuentra el macho, que sujeta entre sus garras una bola, y a la izquierda la hembra, que tiene un cachorro.
Tras atravesar dos palacios más, pudimos apreciar la losa de mármol de los nueve dragones: es la obra Ming más grande de la Ciudad Prohibida, que mide diecisiete metros de largo y tiene doscientas cincuenta toneladas de peso. No queremos ni imaginar la que tuvieron que armar para trasladarla hasta allí.
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Aquí nos volvimos a desviar a la derecha, y después de pasar por la puerta de la Fortuna Espléndida, pudimos contemplar el muro de los nueve dragones. Luego seguimos deambulando por lo que llaman barrios exteriores del este.
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Volvimos sobre nuestros pasos para visitar a grandes rasgos los seis palacios del oeste, porque a esas alturas empezábamos a estar cansados de tanta gente, tanta puerta y tanto palacio.

Una vez hubimos visto esa zona, recorrimos los últimos palacios hasta llegar a la puerta del Genio Militar, que es la salida norte de la Ciudad Prohibida.

De ahí cruzamos hasta el parque Jingshan, donde subimos a la colina de Carbón con la intención de disfrutar de la vista de la Ciudad Prohibida desde lo alto. Desgraciadamente ese día había bastante polución, así que la panorámica quedó un tanto desmerecida. 
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A la salida del parque intentamos tomar un taxi, pero fue una tarea imposible. Los pocos que pasaban libres no querían recoger pasajeros, así que nos montamos en un autobús que nos llevó hasta la plaza de Tiananmén. Desde aquí nos acercamos a ver el edificio de la ópera. Es una curiosa construcción rodeada por un lago. Para acceder al interior hay que pasar por debajo del mismo. Intentamos entrar pero no nos dejaron, suponemos que habría que comprar una entrada para algún espectáculo, pero estábamos demasiado cansados, así que nos fuimos al hotel.
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Esa noche fuimos a cenar pato pekinés al restaurante Da Dong, muy recomendado en los foros, y en el que comimos espléndidamente a precios realmente desorbitados. Una auténtica trampa para turistas.
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Nuestro siguiente día en Pekín lo dedicamos también a ver palacios y pabellones con nombres rimbombantes: le tocaba el turno al palacio de Verano. Situado en las afueras de la ciudad y fácilmente accesible en metro, nos enfrentábamos a otro día de aglomeración. En esta ocasión, además, había que sumarle varios grupos de colegios.

Compramos la entrada múltiple que permitía el acceso a todas las dependencias abiertas la público.
Iniciamos nuestra andadura en este vasto recinto acercándonos hasta la torre Wenchang. Junto a esta torre hay una pequeña isla unida a tierra por un puente desde donde se ve una bonita vista del lago, de la isla Nanhu junto al puente de diecisiete arcos, y de los principales pabellones del palacio de Verano.
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Desde ahí fuimos pasando por diversas dependencias, tales como el palacio de la Benevolencia y la Longevidad, el palacio de las Olas de Jade y el jardín de la Armonía Virtuosa. En las numerosas dependencias de este jardín vimos una sosa actuación con música y danza.

En ese punto llegamos a la galería cubierta más larga del mundo: setecientos veintiocho metros de galería destinada a resguardarse del sol y la lluvia. 
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Abandonamos la galería hacia la mitad de su recorrido para visitar el palacio de las Nubes Ordenadas. Una vez hubimos atravesado este pabellón, subimos unas escaleras para llegar al palacio de las Fragancias Budistas, situado en lo alto de la colina y desde donde se aprecia una bonita vista del lago y de todo el conjunto.
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De regreso abajo, recorrimos el resto de la galería cubierta hasta llegar al barco de mármol, sin duda lo más kitsch que vimos en China.
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Continuamos la visita caminando hasta la última parte que nos quedaba por ver, la calle Suzhou. Se trata de una curiosa calle comercial cuya parte central es un río, construida especialmente para el emperador, ya que este no podía mezclarse con la gente del pueblo. Al parecer, cuando el emperador iba allí, todos los que trabajaban para la corte se disfrazaban de comerciantes y vendedores para dar sensación de realismo al sitio. 
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Por la tarde fuimos al parque Tiantan para visitar el templo del Cielo. Este templo está compuesto por tres zonas. La primera que vimos fue la Sala de Oración para las Buenas Siegas. Es una especie de pagoda circular con tres tejados situada sobre una edificación con tres círculos, a la que se accede por escaleras. Está ubicada en medio de un patio muy amplio; nos pareció una construcción muy elegante y bonita.
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De ahí caminamos atravesando el puente Danbi y llegamos a la segunda parte del templo, la Bóveda Celeste Imperial, edificio muy parecido al anterior, pero de menor tamaño.
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El tercer elemento es el Altar del Cielo, considerado nada menos que el centro del mundo. Es otra construcción circular, aunque en esta ocasión no hay ningún edificio: en el centro sobresale una piedra que se supone que es el centro del mundo. Lo más gracioso fue ver cómo los chinos se peleaban como jabatos para hacerse una foto subidos al pedestal.

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Nuestro hotel estaba muy bien ubicado para salir por el mercado nocturno de Wangfujing. Este sitio es famoso por su enorme hilera de puestos de comida, en los que se puede encontrar para comer de todo. Incluido arañas, escorpiones y demás delicias de insectos. Como la mayoría de los productos que hay se cocinan en aceite, hay un olor a fritanga un tanto desagradable. A nosotros no nos entró absolutamente nada por los ojos, así que nos fuimos a cenar a otra parte.
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El día siguiente fue el que escogimos para ir en bicicleta. Tras colocarnos unas mascarillas para filtrar el aire traídas desde España, comenzamos a pedalear. A pesar del pequeño caos de tráfico que es Pekín, la verdad es que no tuvimos ningún problema con las bicis en ningún momento del día. La ciudad es muy plana, por lo que es muy cómoda para recorrer. Además hay carriles bici por todas partes.

Comenzamos acercándonos a una zona de hutongs, los barrios con casas tradicionales chinas. Aparcamos y candamos las bicicletas y lo recorrimos caminando. Algunas zonas están muy bien reconstruidas, pero otras no lo estaban en absoluto, así que estas últimas tienen un aspecto bastante más decadente.
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Recuperamos nuestras bicis y fuimos hasta las torres de la Campana y el Tambor. Situadas una frente a la otra y separadas por una pequeña explanada, decidimos entrar solamente a la del Tambor; con tan buena fortuna que cuando terminamos de subir las empinadas escaleras comenzaba un pequeño espectáculo tamboril. 
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A la salida volvimos a montarnos en las bicicletas y recorrimos la zona de los tres lagos: Xihai, Houhai y Qianhai. Los alrededores del puente Yingding, que separa el Qianhai y el Houhai, estaban especialmente concurridos. Como no podíamos avanzar, decidimos aparcar para comer. 
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La siguiente parada fue el parque Beihai, cuya superficie está ocupada casi en su totalidad por el lago del mismo nombre. En mitad del lago se halla la isla de las Hortensias, una pequeña colina en cuya cima se ubica el Dagoba Blanco, visible desde muchos puntos de la ciudad.
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La maratoniana jornada nos llevó hasta el templo de los Lamas, ubicado junto al templo de Confucio. Decidimos que no nos apetecía visitar los dos, así que le toco la china al de los Lamas.

Este templo es el centro de culto lamaísta más importante fuera del Tibet. Se trata nuevamente de una sucesión de pabellones con nombres muy originales y sugestivos, separados entre sí por patios. En los interiores de los templos hay diferentes figuras de Buda, donde los fieles aprovechan para hacer sus rituales. Se visitan las salas de los Cuatro Guardianes Celestes, de la Concordia Amorosa, de la Protección Eterna y de la Rueda de Ley, finalizando el recorrido en el pabellón de las Diez Mil Felicidades; todos ellos de color rojo intenso y con sus respectivos tejados, en algunos casos, dobles.
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Todavía nos quedaron ganas de acercarnos hasta la parte sur de la plaza de Tiananmén, donde se encuentra la calle Dazhalan. Se trata de varias calles peatonales llenas de tiendas ubicadas en edificios más o menos modernos, pero de corte tradicional. Esa zona, como no podía ser de otra manera, estaba abarrotada de gente.
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Tras nuestro periplo, volvimos al hotel y finalmente dejamos las bicis. No sabemos cuántos kilómetros recorrimos, pero debieron de ser bastantes.

Por la noche todavía nos quedaron fuerzas para visitar el mercado de la seda. En este enorme centro comercial, lleno de pequeñas e innumerables tiendas, se pueden encontrar todo tipo de falsificaciones de casi cualquier producto de ropa, calzado o complementos. Fue el único sitio en todo nuestro viaje en el que encontramos que el número de occidentales superaba al de orientales.

Nuestro último día de visita en China lo destinamos a la Gran Muralla. Coincidía con que la tarde anterior habían aterrizado en Pekín unos amigos que iban a hacer también una ruta de tres semanas por el país, así que decidimos alquilar un coche con conductor entre los cuatro y pasar el día juntos.

De entre los diferentes sitios a los que se puede acceder a la Gran Muralla desde Pekín, escogimos la zona de Mutianyu. Habíamos decidido evitar el punto más cercano con la idea de que habría menos turistas y sería más agradable. No sabemos si acertamos, pero desde luego ese día, aunque había mucha gente en Mutianyu, no encontramos ninguna aglomeración destacable.

La Gran Muralla serpentea por lo alto de las montañas. Para acceder a ella se puede subir a pie un buen número de escaleras o tomar un telesilla, mucho más cómodo y rápido, pero también más caro. Nosotros optamos por esta última opción.
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La visita a la Gran Muralla fue bastante simple. Decidimos ir en una dirección de las dos posibles y estuvimos un rato caminando, hasta que nos pareció suficiente, momento en que nos dimos media vuelta. 
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La muralla es bastante espectacular debido a su ubicación y a su longitud; pero por lo demás, no es más que eso: una muralla. Cada cierto tiempo hay torres de vigilancia y se pueden ver unas panorámicas del entorno más amplias.
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Parar regresar hasta el coche, además de las dos opciones mencionadas (a pie y en telesilla), hay una tercera: deslizarse en tobogán. No pudimos resistir la tentación de sentirnos como niños una vez más y decidimos deslizarnos hasta el aparcamiento.
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Desde Mutianyu fuimos hasta el parque olímpico. Una vez allí, estuvimos paseando entre los dos estadios que más deslumbraron al mundo en las olimpiadas de Pekín 2008: el de atletismo, conocido como el Nido, y el de natación, llamado el Cubo. Ambos están situados uno frente al otro, así que nos dedicamos a deambular por la zona haciendo unas cuantas fotos. Cuando tuvimos suficiente, volvimos al coche y el conductor nos llevó de vuelta al hotel. 
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Y con esta última visita dimos por concluida nuestra ruta por el gigante asiático.

Pese a los comentarios negativos que habíamos leído y escuchado, al final nos llevamos una mejor impresión del país. Se dice de los chinos que son un poco descuidados con la higiene, que escupen y gritan todo el rato, que son maleducados… Nuestra experiencia fue un tanto diferente. Es verdad que vimos este tipo de comportamientos, pero nos atreveríamos a decir que fue una gran minoría de la gente. En general encontramos que las personas son razonablemente educadas, respetan las normas y son más civilizadas de lo que nos vendieron. Y desde luego, al menos por las zonas donde nos movimos, encontramos un país muy moderno y avanzado. Suponemos que en provincias perdidas por las que los turistas no solemos aparecer, se podrá ver una China mucho más tradicional, pero en las grandes ciudades hay las mismas comodidades que en cualquier gran ciudad europea.

A lo que no pudimos acostumbrarnos fue a la gastronomía china, pero qué le vamos a hacer.
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