Portugal
Mayo de 2019
Alentejo
Preparativos
A veces, los destinos más cercanos son los más difíciles de visitar. Con la sempiterna excusa de que ese lugar está aquí al lado, que cualquier día se coge el coche y se llega en un santiamén, estos viajes se van posponiendo; se va dando prioridad a lugares más exóticos y lejanos y, en muchas ocasiones, no conocemos lo que tenemos a la vuelta de la esquina. Esto es lo que nos pasaba con la región portuguesa del Alentejo: nos apetecía mucho ir, pero siempre encontrábamos otro destino al que dábamos preferencia. Pero todo llega en esta vida.
Organizar un recorrido por el Alentejo es, a la vez, fácil y difícil. Es sencillo porque está cerca y no es una región demasiado grande, por lo que con el coche se abarca fácilmente. Es complicado porque, si se atiende a las recomendaciones de las guías de viajes, hay infinidad de pueblos y ciudades que merecen una visita, por corta que esta sea, y al final no hay tiempo para todo. Bajo esta perspectiva, tuvimos que confeccionar un itinerario en el que la tarea más ardua fue decidir qué poblaciones visitar y cuáles pasar de largo. Al final nos quedó un recorrido que nos gustó mucho, en el que entre tanta ciudad y tanto pueblo no faltó un poco de naturaleza.
Reservamos alojamiento solamente para la primera noche, en la ciudad de Elvas, donde comenzaría nuestra ruta por tierras portuguesas. El resto del viaje iríamos pernoctando donde nos encontrase el atardecer. Hicimos también un par de reservas más, en esta ocasión de carácter más lúdico, por mediación de unos conocidos, quienes nos recomendaron una bodega y un restaurante, ambos en Estremoz. Así que, antes de salir de casa, hicimos un cálculo aproximado de qué día andaríamos por ese municipio según el itinerario previsto, y reservamos una visita con cata en la bodega y una mesa para cenar en el restaurante.
Con estos pequeños preparativos estábamos listos para recorrer el Alentejo.
Alentejo central
Llegamos a Elvas por la tarde y fuimos directamente al alojamiento que habíamos reservado previamente. El lugar estaba ubicado dentro de la muralla, pero justo donde comienza el centro histórico, por lo que pudimos dejar el coche aparcado muy cerca. Una vez hubimos subido nuestro equipaje a la habitación, salimos a pasear.
Llegamos a Elvas por la tarde y fuimos directamente al alojamiento que habíamos reservado previamente. El lugar estaba ubicado dentro de la muralla, pero justo donde comienza el centro histórico, por lo que pudimos dejar el coche aparcado muy cerca. Una vez hubimos subido nuestro equipaje a la habitación, salimos a pasear.
Comenzamos recorriendo la peatonal rua de Alcamim para llegar a la Praça da República, centro neurálgico de la ciudad. Era una apacible tarde de domingo en la que ya empezaba a hacer calor, lo que se notaba en el ambiente: poca gente por las calles, todos los negocios cerrados, y tan solo unos cuantos turistas y un puñado de lugareños sentados en las terrazas de los bares de esta plaza tomando una cerveza.
Al fondo de dicha plaza, en lo alto de unas escaleras, contemplamos la iglesia de Nossa Senhora da Assunção, que durante una época fue catedral, aunque hace ya tiempo que perdió dicha condición.
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Continuamos hacia el castillo, pasando por la plaza donde se halla el pelourinho de Elvas. Este fue el primero de los muchos que veríamos en el viaje: se trata de una columna de piedra que se utilizaba para exponer a los delincuentes a la vergüenza pública (y las cabezas de los ajusticiados), para que les sirviese de escarmiento. Es el equivalente a la picota castellana.
Para llegar al castillo tuvimos que recorrer la rua das Beatas, una estrecha calle peatonal profusamente adornada con tiestos con plantas, realmente agradable.
Para llegar al castillo tuvimos que recorrer la rua das Beatas, una estrecha calle peatonal profusamente adornada con tiestos con plantas, realmente agradable.
El castillo estaba en obras y no parecía gran cosa. Desanduvimos el camino, deambulando por otras calles para salir de la muralla y acercarnos hasta el acueducto, una estructura imponente que se veía desde bien lejos.
Desde lo alto de la muralla contemplamos el fuerte de Santa Lucía y el resto de la ciudad extramuros; tras pasear un tramo por la muralla, regresamos al interior.
Estuvimos caminando un rato por otras calles, disfrutando mucho de los edificios y rincones, y finalmente terminamos en la plaza, donde nos tomamos unas cervezas.
Desde lo alto de la muralla contemplamos el fuerte de Santa Lucía y el resto de la ciudad extramuros; tras pasear un tramo por la muralla, regresamos al interior.
Estuvimos caminando un rato por otras calles, disfrutando mucho de los edificios y rincones, y finalmente terminamos en la plaza, donde nos tomamos unas cervezas.
Esa noche cenamos en el restaurante Adega Regional, un lugar muy típico donde disfrutamos de una cena muy rica: entre otras cosas, comimos bacalhau com natas (nuestro primer bacalao del viaje, y de hecho, el primero de varios) y de postre probamos la sericaia com ameixa, un postre típico de la zona y especialidad de Elvas. Todo regado con nuestra primera botella de vino del Alentejo.
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La mañana siguiente comenzamos nuestro recorrido. La primera parada fue Vila Viçosa, una de las villas conocidas como ciudades del mármol, por estar en una zona con gran cantidad de minas de las que se extrae este material.
Aparcamos en la Praça da República, una plaza con forma alargada, dominada en un extremo por la iglesia de São Bartolomeu y en el otro por el castillo. Nos acercamos hasta el castillo pero se encontraba cerrado, ya que los lunes no abre sus puertas al público. Desde allí pudimos contemplar una bonita vista de la plaza.
Aparcamos en la Praça da República, una plaza con forma alargada, dominada en un extremo por la iglesia de São Bartolomeu y en el otro por el castillo. Nos acercamos hasta el castillo pero se encontraba cerrado, ya que los lunes no abre sus puertas al público. Desde allí pudimos contemplar una bonita vista de la plaza.
Callejeamos hasta llegar al palacio Ducal, imponente edificio recubierto de mármol y ubicado en una plaza muy amplia, que cuenta además con dos iglesias (una de ellas conventual) y un hotel de la cadena Pousadas de Portugal.
Tanto las iglesias como el palacio estaban cerrados, así que tuvimos que conformarnos con pasear por los jardines de la Pousada. Volvimos a la Praça da República y nos sentamos en un bar a desayunar dos cosas típicas portuguesas: un pastel de nata y una torrada. Tras la ingesta dimos un paseo por la localidad. Aunque era lunes, no había demasiada actividad en las calles: en estos lugares parece que el tiempo pase más despacio y las prisas no sean bien recibidas. |
De vuelta al coche continuamos yendo hacia al sur hasta llegar a Monsaraz, uno de los pueblos más pintorescos del Alentejo. La parte vieja se halla en lo alto de una colina. Se trata de una fortificación con poco más de dos calles. El interior es peatonal pero hay bastante aparcamiento antes de las murallas. Su ubicación es impresionante: hacia el lado portugués se pueden contemplar infinitos campos de viñedos; hacia el lado español, la presa de Alqueva, erigida sobre el valle del Guadiana. A esa altura hace de frontera natural entre los dos países.
La puerta de entrada a la ciudadela se encuentra en el lado opuesto al castillo. Recorrimos una de las calles que van hasta el castillo, pasando por delante de la iglesia de Nossa Senhora da Lagoa y del pelourinho. Entramos en el castillo, pequeña construcción cuyo mayor encanto es la hermosa vista del Guadiana, y volvimos a la entrada por otra de las calles.
Monsaraz está muy bien cuidado y cuenta apenas con unos cuantos alojamientos y unas cuantas tiendas para turistas: sin duda, el paraíso para los amantes de los selfies.
Monsaraz está muy bien cuidado y cuenta apenas con unos cuantos alojamientos y unas cuantas tiendas para turistas: sin duda, el paraíso para los amantes de los selfies.
Continuando nuestra ruta hacia el sur atravesamos São Pedro do Corval, famoso por ser tierra de alfareros: en este pequeño pueblo se encuentra la mayor concentración de artesanos de barro de todo el país. Desgraciadamente, pasamos por allí a la hora de comer y todos los talleres-tienda están cerrados a esa hora. Encontramos tan solo uno abierto, pero no pudimos ver a los artesanos trabajando. Tuvimos que conformarnos con comprar una jarra de barro (muy bonita, por cierto).
Nos acercamos a comer a Reguengos de Monsaraz pues pensamos que, al ser una población más grande, sería más fácil encontrar un restaurante. Tuvimos mucha suerte, porque dimos con un lugar donde nos comimos un bacalao y un pulpo muy ricos. Desde ahí nos acercamos a Herdade do Esporão, una de las bodegas más grandes de Portugal. Nuestra llegada a la bodega no coincidió con el horario de visita, pero tienen una sala donde se pueden probar todos los vinos que elaboran, así que nos acodamos en la barra y catamos unos cuantos.
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Bajo Alentejo La siguiente parada fue en Moura. Por el nombre ya se puede adivinar el origen de esta ciudad. Aparcamos el coche junto al castillo, que no tiene demasiado interés más allá de la vista que ofrece de los campos que rodean la ciudad. Junto a este se encuentra el barrio árabe, un pequeño entramado de callejuelas adoquinadas con casas encaladas adornadas con tiestos. Tras pasear por esta zona, caminamos hacia el centro. Aquí las calles tienen un aire parecido, pero son un poco más anchas y cuentan ya con establecimientos y no solo con viviendas.
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Deambulando llegamos hasta el jardim Dr. Santiago, un pequeño parque situado junto a un balneario. Y es que Moura es también conocida como localidad termal debido a su situación cercana a fuentes de agua con gran riqueza en minerales. Frente a este balneario vimos la iglesia de San Juan Bautista, con una curiosa fachada.
A pesar de que hacía un poco de calor, el paseo que dimos por Moura nos pareció muy agradable.
Prosiguiendo nuestro itinerario, ahora le tocaba el turno a Serpa, una pequeña localidad amurallada. Aparcamos junto a la muralla y nos adentramos en el interior. Serpa es conocida por su producción quesera y muy especialmente por sus queijadas (pasteles de queso), que no perdimos ocasión de probar. Durante el resto del viaje comimos este tipo de dulce en otros lugares, pero ninguno de ellos nos supo como el de Serpa. El centro intramuros es pequeño y se recorre enseguida. No encontramos ningún turista y, de hecho, nos cruzamos con muy poca gente. Dimos un pequeño paseo, atravesamos la Praça da República y nos acercamos hasta la iglesia de Santa María, junto a la que se encuentra el castillo, que a esas horas estaba ya cerrado. Volvimos al coche y condujimos hasta Beja, capital del Bajo Alentejo. Encontramos un agradable y céntrico hotel llamado Residencial Bejense, en el que decidimos pernoctar.
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Antes de cenar dimos un paseo por el centro de la ciudad. Pasamos por delante del edificio de la Empresa Municipal de Aguas de Beja, que cuenta con una bonita fachada cubierta de azulejos y una curiosa fuente. Enfrente está la iglesia convento da Conceição, sede del Museo Regional.
Desde allí callejeamos hasta la Praça da República, bonita plaza alargada donde vimos el pelourinho. Junto a esta se encuentra el castillo, sin duda el más grande y aparentemente mejor conservado de los que habíamos visto hasta entonces. A esas horas estaba cerrado, así que decidimos bordearlo. Ello nos llevó a recorrer unas bonitas calles adoquinadas.
De vuelta a la zona del hotel, entramos en un bar a tomar unas tapas antes de irnos a dormir. Ese día habíamos visitado muchas poblaciones, algunas de las cuales nos gustaron mucho y otras que nos parecieron prescindibles.
El día siguiente lo comenzamos con una visita un tanto atípica: la mina de Santo Domingo. Se trata de una mina al aire libre abandonada de la que se extraían diversos minerales; se encuentra enclavada en un extremo del Parque Natural del Valle del Guadiana.
En los terrenos de la mina hay diversos edificios abandonados, pero lo más llamativo del lugar es el reducto de agua que se ha formado en la zona donde se extraían los minerales: agua de color casi negro, totalmente opaca, cuyos bordes tiene un color rojizo. Un lugar un tanto aterrador, en el que los niveles de contaminación son muy elevados.
El día siguiente lo comenzamos con una visita un tanto atípica: la mina de Santo Domingo. Se trata de una mina al aire libre abandonada de la que se extraían diversos minerales; se encuentra enclavada en un extremo del Parque Natural del Valle del Guadiana.
En los terrenos de la mina hay diversos edificios abandonados, pero lo más llamativo del lugar es el reducto de agua que se ha formado en la zona donde se extraían los minerales: agua de color casi negro, totalmente opaca, cuyos bordes tiene un color rojizo. Un lugar un tanto aterrador, en el que los niveles de contaminación son muy elevados.
Estuvimos deambulando un rato entre los edificios contemplando el lugar, entre admirados y espantados. El siguiente punto en el que paramos fue en las cercanías de la ermita de Nuestra Señora de Amparo. Habíamos leído que desde esta ermita, situada en lo alto de una pequeña colina, se obtenía la mejor vista del parque natural. Aparcamos el coche un poco en medio de ninguna parte, al final de un camino sin asfaltar, y subimos caminando hasta la ermita. La vista desde allí resultó bonita, pero ya mientras subíamos la cuesta entendimos que era una parada que podíamos haber obviado.
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Nuestra última visita en el Bajo Alentejo fue a la localidad de Mértola. Localizada todavía dentro del Parque Natural del Valle del Guadiana y ubicada a orillas de dicho río, justo antes del puente que lo cruza hay un mirador desde el que se contempla una espectacular panorámica de la población.
Según leímos en la guía, la temperatura en Mértola supera los cuarenta grados en verano con mucha facilidad. Aunque nosotros fuimos en mayo, como llegamos a la hora de más calor, nos pudimos hacer una leve idea de lo que debe suponer en época estival.
Aparcamos el coche junto a la muralla y nos adentramos en la parte antigua. Comenzamos la visita por la iglesia mayor de Nossa Senhora da Anunciação. Además de la placidez y la buena temperatura del interior, de esta iglesia cabe destacar los elementos arquitectónicos de estilo árabe que contiene.
Continuamos hasta llegar al castillo, el punto más alto del lugar. Después bajamos callejeando hasta el punto más alejado de la puerta por donde habíamos accedido a la zona amurallada; desde ahí volvimos hasta el coche.
Aparcamos el coche junto a la muralla y nos adentramos en la parte antigua. Comenzamos la visita por la iglesia mayor de Nossa Senhora da Anunciação. Además de la placidez y la buena temperatura del interior, de esta iglesia cabe destacar los elementos arquitectónicos de estilo árabe que contiene.
Continuamos hasta llegar al castillo, el punto más alto del lugar. Después bajamos callejeando hasta el punto más alejado de la puerta por donde habíamos accedido a la zona amurallada; desde ahí volvimos hasta el coche.
Aprovechamos para comer algo ya que teníamos por delante un buen trecho: teníamos que atravesar todo el país hasta llegar a la costa.
Alentejo litoral
La parte de la costa atlántica del Alentejo la compone el Parque Natural del Suroeste Alentejano y Costa Vicentina. Este parque, con ese nombre tan largo y pomposo, abarca una zona muy amplia de la costa suroeste portuguesa. Una parte importante de él pertenece en realidad al Algarve.
Además de bonitas playas ventosas, ideales para la práctica del surf, y de pueblos encantadores y tranquilos poblados por jubilados centroeuropeos, este parque tiene un componente magnífico para los amantes de la naturaleza y el senderismo: la ruta Vicentina.
Se trata de una ruta de más de trescientos kilómetros para recorrer a pie formada por la unión de dos rutas: el camino histórico y el camino de los pescadores. En algún punto las dos rutas confluyen y comparten kilómetros. Ambas están perfectamente señalizadas con pequeñas estacas con colores.
Alentejo litoral
La parte de la costa atlántica del Alentejo la compone el Parque Natural del Suroeste Alentejano y Costa Vicentina. Este parque, con ese nombre tan largo y pomposo, abarca una zona muy amplia de la costa suroeste portuguesa. Una parte importante de él pertenece en realidad al Algarve.
Además de bonitas playas ventosas, ideales para la práctica del surf, y de pueblos encantadores y tranquilos poblados por jubilados centroeuropeos, este parque tiene un componente magnífico para los amantes de la naturaleza y el senderismo: la ruta Vicentina.
Se trata de una ruta de más de trescientos kilómetros para recorrer a pie formada por la unión de dos rutas: el camino histórico y el camino de los pescadores. En algún punto las dos rutas confluyen y comparten kilómetros. Ambas están perfectamente señalizadas con pequeñas estacas con colores.
Por supuesto, nosotros no teníamos la intención de recorrer toda la ruta, sino solo algún pequeño tramo. Afortunadamente, en la web oficial de la ruta Vicentina encontramos unas cuantas etapas circulares; seleccionamos un par de ellas para llevarlas a cabo y obtener así una primera toma de contacto con la ruta Vicentina.
La primera de las dos rutas que hicimos estaba situada más al sur; concretamente era un circuito por la playa de Amoreira, zona que, de hecho, pertenece al Algarve. Dejamos el coche aparcado en medio de la nada, al final de un camino sin asfaltar, junto a una cerca en la que al otro lado se arremolinaba un tranquilo grupo de vacas pastando. El sendero fue en claro descenso hasta el nivel del mar y enseguida alcanzamos la playa de Amoreira. |
A esas horas de la tarde había más gente en el chiringuito que en la propia playa, pero se veía que había sido un agradable día de baño. El camino continuaba con una pequeña ascensión por la parte de atrás del chiringuito, desde donde dicha ascensión discurría paralela al mar durante un buen rato.
Como nuestra visita al Alentejo fue en el mes de mayo, coincidió con el esplendor primaveral: la zona estaba plagada de florecillas de vívidos colores que hacían muy agradable el paseo.
En un punto determinado, vimos la estaca que indicaba que había que abandonar el sendero que iba paralelo al mar para adentrarse hacia el interior y comenzar el camino de vuelta hacia el punto de inicio. En ese tramo pasamos una arboleda muy agradable. Al salir de ella reconocimos los campos donde habíamos aparcado el coche. Fue una caminata suave de seis kilómetros.
De vuelta al coche condujimos hacia el norte e hicimos un alto en la playa de Odeceixe. Esta amplia playa está bordeada por uno de sus lados por el río Seixe, que ejerce de frontera natural entre el Algarve (al sur del río) y el Alentejo (al norte).
En un punto determinado, vimos la estaca que indicaba que había que abandonar el sendero que iba paralelo al mar para adentrarse hacia el interior y comenzar el camino de vuelta hacia el punto de inicio. En ese tramo pasamos una arboleda muy agradable. Al salir de ella reconocimos los campos donde habíamos aparcado el coche. Fue una caminata suave de seis kilómetros.
De vuelta al coche condujimos hacia el norte e hicimos un alto en la playa de Odeceixe. Esta amplia playa está bordeada por uno de sus lados por el río Seixe, que ejerce de frontera natural entre el Algarve (al sur del río) y el Alentejo (al norte).
Dada la hora de la tarde que era, decidimos buscar alojamiento. Lo encontramos un poco más al norte de Zambujeira do Mar, en un hotel en medio de la nada que, como era de esperar, resultó muy tranquilo. Por esa carretera, muy cerca del hotel, habíamos visto al pasar un restaurante que tenía buena pinta y fuimos a cenar allí. Su nombre era A Barca-Tranquitanas. Estaba ubicado en un pequeño acantilado junto al mar, por lo que desde la terraza de atrás se podía contemplar el atardecer. Aunque no somos muy partidarios de las terrazas, en esa ocasión pensamos que valdría la pena hacer una excepción, así que nos instalamos en la terraza para poder contemplar el atardecer mientras cenábamos una ensalada de bacalao y una feijoada. La mañana siguiente iniciamos las visitas acercándonos al cabo Sardão con la idea de contemplar el faro. Dejamos el coche en el aparcamiento exterior del faro y lo bordeamos. Una vez allí, decidimos acercarnos al borde del acantilado para contemplar el panorama.
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El lugar nos gustó mucho y decidimos caminar un rato por el sendero que bordeaba el acantilado, contemplando las magníficas vistas del lugar.
Pudimos ver dos cigüeñas con sus crías que habían colocado sus nidos en dos riscos cercanos. Fue una manera muy agradable de comenzar el día.
Pudimos ver dos cigüeñas con sus crías que habían colocado sus nidos en dos riscos cercanos. Fue una manera muy agradable de comenzar el día.
Desde ahí condujimos hasta el pueblo de Almograve, donde aparcamos el coche en sombra y nos dispusimos a hacer otra caminata. La de ese día era otro circuito circular, en esta ocasión de ocho kilómetros, con salida y llegada en Almograve, pasando por la playa del lugar.
Tras caminar un rato por un sendero entre campos, nos adentramos en una pequeño bosque de acacias. Al salir de esta zona, el camino llevaba directamente hacia el mar. Allí el suelo pasó a ser de arena de playa, para permanecer así el resto de la ruta. |
Caminar por arena es un poco más latoso, pero todo quedó compensado con las magníficas vistas del entorno y de la playa de Brejo Largo, la primera de una sucesión de playas que contemplaríamos a lo largo del camino. A partir de ese punto la ruta transcurre paralela al mar hasta la playa de Almograve. Como el terreno es elevado, las vistas son en todo momento magníficas.
Continuando por el sendero contemplamos la playa dos Picos, la playa de Angra do Travesso, hasta llegar a la playa da Foz dos Ouriços. Tuvimos que descender hasta ella, atravesarla (incluyendo el sorteo de un río por un puente confeccionado con piedras) y volver a ascender para continuar.
Todas estas playas son de difícil acceso. Aunque todas tienen una manera de llegar, estaban prácticamente desiertas.
Desde allí el camino hasta la playa de Amoreira es corto. Esta playa estaba más concurrida, ya que se puede acceder a ella en coche; cuenta además con un pequeño chiringuito. Desde ese punto volvimos al coche por el lateral de la carretera. Fue una ruta increíble: una de las actividades que más nos gustaron de todo nuestro viaje por el Alentejo. Definitivamente, el Parque Natural del Suroeste Alentejano y Costa Vicentina es un lugar para volver.
Desde allí el camino hasta la playa de Amoreira es corto. Esta playa estaba más concurrida, ya que se puede acceder a ella en coche; cuenta además con un pequeño chiringuito. Desde ese punto volvimos al coche por el lateral de la carretera. Fue una ruta increíble: una de las actividades que más nos gustaron de todo nuestro viaje por el Alentejo. Definitivamente, el Parque Natural del Suroeste Alentejano y Costa Vicentina es un lugar para volver.
Una vez en el coche nos acercamos hasta Vila Nova de Milfontes, donde dimos un corto paseo. Encontramos una cafetería llamada Mabi que nos llamó la atención por la aglomeración de gente que había en su interior. Decidimos entrar y nos tomamos un helado muy rico, unos pasteles típicos y un café espectacular. Fue un magnífico tentempié.
Alentejo central
En ese punto abandonamos la costa portuguesa y nos dirigimos nuevamente hacia el interior, camino a Évora, la capital del Alentejo. Antes de llegar a esta ciudad pasamos por el crómlech de los Almendros, uno de los monumentos megalíticos más importantes de Europa y probablemente el más importante de la península ibérica.
Situado en las cercanías de Évora, para llegar hasta allí hay que transitar por una polvorienta pista con no pocos baches. Una vez se llega al aparcamiento, hay un pequeño sendero para acceder hasta el lugar. Parece que los menhires fueron encontrados dispersos por la zona. Fueron los arqueólogos quienes los colocaron de la manera en la que creen que estaban. Sea como fuere, el lugar es curioso. Algunos menhires son bastante voluminosos.
En ese punto abandonamos la costa portuguesa y nos dirigimos nuevamente hacia el interior, camino a Évora, la capital del Alentejo. Antes de llegar a esta ciudad pasamos por el crómlech de los Almendros, uno de los monumentos megalíticos más importantes de Europa y probablemente el más importante de la península ibérica.
Situado en las cercanías de Évora, para llegar hasta allí hay que transitar por una polvorienta pista con no pocos baches. Una vez se llega al aparcamiento, hay un pequeño sendero para acceder hasta el lugar. Parece que los menhires fueron encontrados dispersos por la zona. Fueron los arqueólogos quienes los colocaron de la manera en la que creen que estaban. Sea como fuere, el lugar es curioso. Algunos menhires son bastante voluminosos.
Al finalizar la visita del crómlech de los Almendros, evidentemente tuvimos que desandar el camino polvoriento hasta llegar al asfalto. Fuimos directamente a Évora. Lo primero que hicimos fue buscar un alojamiento para las siguientes dos noches. Encontramos el hotel Riviera, muy bien ubicado en pleno centro. Decidimos quedarnos en él, a pesar de que tendríamos que aparcar a las afueras de las murallas.
Entre unas cosas y otras se nos hizo prácticamente de noche. Hasta después de cenar no pudimos salir a dar una vuelta para tener un primer contacto de la ciudad.
Desde un principio, Évora nos encantó. Aunque no era muy tarde, las calles se quedaron bastante desiertas. Los locales madrugaban al día siguiente, así que su ausencia era comprensible, pero era como si todos los turistas se hubiesen decidido retirar a la vez a sus aposentos. Así que dimos un paseo agradable y tranquilo, disfrutando de las calles solitarias.
Entre unas cosas y otras se nos hizo prácticamente de noche. Hasta después de cenar no pudimos salir a dar una vuelta para tener un primer contacto de la ciudad.
Desde un principio, Évora nos encantó. Aunque no era muy tarde, las calles se quedaron bastante desiertas. Los locales madrugaban al día siguiente, así que su ausencia era comprensible, pero era como si todos los turistas se hubiesen decidido retirar a la vez a sus aposentos. Así que dimos un paseo agradable y tranquilo, disfrutando de las calles solitarias.
El día siguiente cogimos el coche y nos acercamos a Arraiolos, un pequeño pueblo situado en los alrededores de Évora. Este lugar es famoso por ser el principal lugar de producción de alfombras a mano del país. Dimos un pequeño paseo por la localidad, entrando en alguna que otra tienda de alfombras, en cuyo interior encontramos de vez en cuando a alguna persona tejiendo.
Más allá de esta peculiaridad, el pueblo tiene un castillo en lo alto de una colina, una bonita plaza con su pelourinho y unas cuantas calles tranquilas en las que los lugareños se paran a charlar.
Más allá de esta peculiaridad, el pueblo tiene un castillo en lo alto de una colina, una bonita plaza con su pelourinho y unas cuantas calles tranquilas en las que los lugareños se paran a charlar.
De vuelta en Évora, dejamos aparcado el coche extramuros y fuimos directamente a un local denominado Rota dos Vinhos do Alentejo. Se trata de un centro en el que se explican las diferentes zonas del Alentejo en las que se elabora vino; por un precio irrisorio, se puede hacer una cata de seis vinos de tres bodegas diferentes. Cada mes cambian los vinos a probar, lo que nos parece muy buena idea, especialmente para los lugareños. También se pueden comprar vinos de la región.
Estuvimos solos en el local, por lo que la cata y la charla en exclusiva con la encargada fueron bastante educativas. Los vinos alentejanos no gozan precisamente de mucha fama, así que no llevábamos unas expectativas demasiado altas. Quizá por este motivo nos sorprendieron mucho. Pese a que alguno no fue de nuestro gusto, en general nos pareció que la calidad media de todos los vinos que degustamos en nuestro viaje fue muy buena.
Tras la cata de vinos y un almuerzo ligero, iniciamos nuestro paseo por Évora acercándonos al acueducto, donde encontramos una curiosa estampa con casas construidas debajo de los arcos.
Estuvimos solos en el local, por lo que la cata y la charla en exclusiva con la encargada fueron bastante educativas. Los vinos alentejanos no gozan precisamente de mucha fama, así que no llevábamos unas expectativas demasiado altas. Quizá por este motivo nos sorprendieron mucho. Pese a que alguno no fue de nuestro gusto, en general nos pareció que la calidad media de todos los vinos que degustamos en nuestro viaje fue muy buena.
Tras la cata de vinos y un almuerzo ligero, iniciamos nuestro paseo por Évora acercándonos al acueducto, donde encontramos una curiosa estampa con casas construidas debajo de los arcos.
Recorrimos la calle por la que discurre el trazado del acueducto hasta llegar a una zona de callejuelas solitarias y tranquilas. Es curioso cómo en las ciudades turísticas, en cuanto se sale un poco del circuito habitual y de las zonas más típicas, los turistas literalmente desaparecen.
Estuvimos callejeando un rato por esa zona y, desde allí, fuimos hasta la plaza donde se ubican los restos del templo romano.
Estuvimos callejeando un rato por esa zona y, desde allí, fuimos hasta la plaza donde se ubican los restos del templo romano.
Junto al templo se halla el palacio Cadaval que, además de un bonito patio, cuenta con una iglesia espectacular y diferente, la iglesia de San Juan Evangelista. Esta iglesia, muy bien restaurada, tiene las paredes revestidas de azulejos que, junto a la iluminación (una luz tenue nada invasiva), hacen del interior un sitio casi mágico.
A la salida de la iglesia nos acercamos hasta la catedral, donde visitamos el interior y el claustro. Este cuenta con dos plantas; desde la superior hay una bonita vista del patio del claustro y de las torres.
Bajamos la calle Cinco de Octubre, famosa por estar llena de tiendas con todo tipo de productos manufacturados con corchos, y llegamos hasta la Praça do Giraldo, centro neurálgico de la ciudad.
Esta bonita plaza rectangular, peatonal en su mayor parte, está llena de gente a casi todas horas. Sus bares ocupan una parte con mesas y sillas durante el día.
Esta bonita plaza rectangular, peatonal en su mayor parte, está llena de gente a casi todas horas. Sus bares ocupan una parte con mesas y sillas durante el día.
Seguimos nuestro recorrido por Évora visitando la iglesia de la Misericordia, también profusamente decorada con azulejos, aunque un poco menos espectacular que la del palacio Cavadal. Después le tocó el turno a la iglesia de Gracia, que cuenta con una fachada original y diferente.
Por último, dimos un paseo por el jardín público, un pequeño parque colindante con la zona amurallada. Allí nos sentamos en un banco a la sombra a descasar un rato.
Esa noche nos acercamos a cenar a un pequeño bistró llamado Terceiro Tempo que nos gustó mucho. Todos los platos estaban elaborados en base a tres ingredientes, por lo que resultaron muy frescos y muy ricos.
Esa noche nos acercamos a cenar a un pequeño bistró llamado Terceiro Tempo que nos gustó mucho. Todos los platos estaban elaborados en base a tres ingredientes, por lo que resultaron muy frescos y muy ricos.
La mañana siguiente, antes de ir a por el coche, nos pasamos por el mercado municipal. Estuvimos deambulando un rato por los puestos de comida que había en su interior, pero no nos llamaron especialmente la atención.
Ya en el coche condujimos hasta Estremoz. Ese día era un tanto de asueto, pues teníamos la visita a la bodega por la tarde y la reserva en el restaurante por la noche, así que no teníamos demasiada prisa.
Nada más llegar, buscamos alojamiento. Tuvimos mucha suerte, pues en el primer lugar que encontramos, nos dieron una habitación gracias a una cancelación de última hora que habían tenido para ese día. Aparentemente, se celebraba una feria en la ciudad, y nos comentaron que seguramente estaría prácticamente todo reservado en todos los hoteles.
Habíamos dejado aparcado el coche a la sombra y ya teníamos habitación, así que teníamos por delante un día relajado de turismo. Junto al hotel había una plaza con un estanque, el lago do Gadanha, cuya mayor peculiaridad es que está construido en mármol.
Ya en el coche condujimos hasta Estremoz. Ese día era un tanto de asueto, pues teníamos la visita a la bodega por la tarde y la reserva en el restaurante por la noche, así que no teníamos demasiada prisa.
Nada más llegar, buscamos alojamiento. Tuvimos mucha suerte, pues en el primer lugar que encontramos, nos dieron una habitación gracias a una cancelación de última hora que habían tenido para ese día. Aparentemente, se celebraba una feria en la ciudad, y nos comentaron que seguramente estaría prácticamente todo reservado en todos los hoteles.
Habíamos dejado aparcado el coche a la sombra y ya teníamos habitación, así que teníamos por delante un día relajado de turismo. Junto al hotel había una plaza con un estanque, el lago do Gadanha, cuya mayor peculiaridad es que está construido en mármol.
Decidimos comenzar la visita subiendo al castillo. Para llegar a él pasamos por la Praça Luís de Camões, en cuyo centro se alza el pelourinho de Estremoz.
Subiendo unas cuantas calles solitarias llegamos a la parte alta de la ciudad: una zona amurallada en cuyo interior se encuentra el castillo (o lo que queda de él). Las callejuelas de esta zona son un tanto empinadas hasta que se llega a la parte alta. Allí encontramos una pequeña plaza donde se ubica lo que queda del castillo, que ahora es una Pousada de Portugal. Se puede acceder libremente y subir a la torre del homenaje. Desde lo alto hay una bonita panorámica de Estremoz y una amplia vista de los alrededores, incluyendo la bodega que visitaríamos por la tarde.
En esa parte alta de la zona amurallada encontramos una iglesia y una capilla, pero estaban cerradas. Salimos de las murallas por la parte opuesta a la que habíamos entrado y dimos un pequeño rodeo para volver hacia el centro. El calor comenzaba a apretar y las calles de esa zona estaban también desiertas.
En nuestro camino hacia el centro pasamos por delante de una churrascaria, un tipo de restaurante muy típico de Portugal donde hacen carnes a la brasa. Es imposible no reconocerlos, porque de su interior sale un olor que abre el apetito a cualquiera. Eso es exactamente lo que nos pasó a nosotros. Así que guiados por el olorcillo a carne a la brasa, nos metimos en el restaurante sin pensarlo dos veces. En él nos comimos un secreto ibérico muy rico.
Decidimos dejar pasar las horas de más calor descansando en el hotel, donde dormimos una buena siesta. Por la tarde nos acercamos a Rossio Marquês de Pombal, una enorme plaza en el centro de Estremoz que hace las veces de aparcamiento y está siempre abarrotada de coches. En un lateral de la plaza se halla el convento das Maltesas, que en la actualidad es la sede del ayuntamiento de la ciudad, de la biblioteca municipal y de un museo. Estuvimos deambulando un rato por su interior, donde encontramos una escalinata de mármol muy señorial, con las paredes recubiertas de azulejos hasta la mitad. |
Desde ahí fuimos caminando hasta la bodega. Tiago Cabaço Winery, que es como se llama, se encuentra a las afueras de la ciudad, pero se puede llegar dando un paseo no muy largo.
Habíamos hecho una reserva previa, por lo que cuando llegamos nos estaban esperando. Como suele ser habitual en estos sitios, primero nos dieron una vuelta por la bodega y nos explicaron qué tipo de vinos hacen y cómo los elaboran. Pasamos por la zona de las cubas de acero inoxidable, después por la sala de embotellado y, finalmente, por la cava donde guardan las barricas de madera. El evento finalizó con una cata de sus principales vinos.
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Por la noche fuimos a cenar al restaurante que nos habían recomendado, Mercearia Gadanha. Los platos de este local tienen un enfoque moderno; en algunos casos, son recetas tradicionales con un toque más actual. La verdad es que cenamos muy bien.
La mañana siguiente, antes de partir hacia el norte, nos acercamos a la plaza Rossio, donde todos los sábados ponen un mercadillo enorme, en el que tiene cabida todo tipo de cosas: frutas y verduras, quesos, embutidos, dulces; pero también ropa o flores, así como menaje y cosas de lo más variopinto, de segunda mano. Es muy popular por la zona: según nos dijeron, mucha gente de España cruza la frontera los sábados por la mañana hasta Estremoz para comprar en este mercadillo.
Alto Alentejo
En nuestro último día por el Alentejo nos dirigimos hacia el norte, más concretamente, a la sierra de São Mamede. Antes de adentrarnos en las poblaciones hicimos un par de paradas en sendos miradores para contemplar la sierra; también nos encontramos con los restos de una calzada romana.
La primera visita del día fue a Castelo de Vide, un pueblo que nos encantó. Llegando a la localidad nos topamos con un mirador que ofrecía una magnífica vista del sitio.
Alto Alentejo
En nuestro último día por el Alentejo nos dirigimos hacia el norte, más concretamente, a la sierra de São Mamede. Antes de adentrarnos en las poblaciones hicimos un par de paradas en sendos miradores para contemplar la sierra; también nos encontramos con los restos de una calzada romana.
La primera visita del día fue a Castelo de Vide, un pueblo que nos encantó. Llegando a la localidad nos topamos con un mirador que ofrecía una magnífica vista del sitio.
Dejamos el coche aparcado junto a un parque y nos acercamos caminando hasta el centro. Las calles que salían a nuestra derecha eran todas bastante empinadas, ya que ascendían hasta el fuerte de San Roque. Nosotros seguimos en dirección al castillo. En la parte trasera de la iglesia de Santa María de la Devesa nos encontramos con el pelourinho, habitual en el centro de casi todas las poblaciones que visitamos. Desde allí emprendimos la subida hasta el castillo. |
Esta fortaleza conserva una torre a la que se puede acceder. Desde lo alto se observa una bonita panorámica de Castelo de Vide y sus alrededores.
A la salida del castillo nos acercamos al barrio judío, del que quedan algunos vestigios; entre otros, una sinagoga reconvertida en museo.
Al ser un pueblo pequeño, Castelo de Vide no tiene demasiados elementos de interés turístico. Pero sus agradables callejuelas, sus casas encaladas y su ambiente relajado y tranquilo, hizo que nos gustase mucho.
En las calles principales hay varios sitios donde comer, así que aprovechamos nuestro paso por allí para tomar algo. En esta ocasión probamos un bocadillo típico portugués, la bifana, que no es más que un filete de cerdo, macerado y frito, entre el típico pan portugués. Muy rico y muy barato. |
A pesar de estar en la sierra, a esas horas el calor apretaba un poco. Aún así continuamos con las visitas y fuimos hasta Marvão, pequeño pueblo amurallado situado en lo alto de una colina. Está considerado uno de los pueblos más bonitos del Alentejo y, efectivamente así es. Aunque para nuestro gusto, al igual que nos pasó con Monsaraz al inicio de la ruta, son pueblos demasiado preparados para hacer las delicias del turista, con todo muy limpio y muy cuidado, pero donde se echa de menos algo de vidilla. A nosotros nos gustaron más otros pueblos como Castelo de Vide o Vila Viçosa: lugares bonitos, pero sin exagerar, donde es factible encontrarse una acera en mal estado o una fachada desconchada, pero con sus gentes caminando por las calles, y donde no todos los negocios y tiendas están orientados al turista.
Cuando llegamos a Marvão, dejamos el coche aparcado fuera de las murallas y nos adentramos a pie en su interior para explorar el lugar. Durante el paseo por sus calles, que a esas horas estaban bastante solitarias, nos llamó la atención lo bien adecentadas que estaban todas las casas. Desde la zona de la muralla pudimos contemplar unas espectaculares panorámicas de los alrededores: no es de extrañar que Marvão fuese un importante bastión de defensa contra las tropas españolas.
Cuando llegamos a Marvão, dejamos el coche aparcado fuera de las murallas y nos adentramos a pie en su interior para explorar el lugar. Durante el paseo por sus calles, que a esas horas estaban bastante solitarias, nos llamó la atención lo bien adecentadas que estaban todas las casas. Desde la zona de la muralla pudimos contemplar unas espectaculares panorámicas de los alrededores: no es de extrañar que Marvão fuese un importante bastión de defensa contra las tropas españolas.
Antes de la entrada al castillo hay unos pequeños jardines muy bonitos, que en época de menos calor deben de ser realmente agradables.
El castillo está bien restaurado y cuenta con una cisterna en buen estado, así como con una torre del homenaje con bonitas vistas. De todos los castillos que visitamos por el Alentejo, este fue el único en el que tuvimos que pagar entrada.
Todavía en el interior de la Sierra de São Mamede, la ciudad de Portalegre fue la última visita de nuestro itinerario. Encontramos un hotel razonablemente moderno que nos gustó, el Rossio Hotel, donde decidimos quedarnos a dormir. Aparcamos el coche en la vecina plaza Rossio, centro neurálgico de la ciudad, y desde ahí comenzamos a caminar por la parte vieja. Como era un sábado por la tarde, las calles estaban bastante tranquilas, ya que la mayoría de comercios estaban cerrados. Por esa zona todas las calles están en cuesta.
En la parte alta encontramos el castillo, o más bien lo que queda de él. Se trata de una estructura un tanto extraña, que parece ser un centro cultural. Muy cerca está la catedral, casi al lado de la muralla. Estuvimos callejeando por esa zona y volvimos a la plaza Rossio dando una gran vuelta. Lo mejor de Portoalegre fue la cena: optamos por el restaurante Tombalobos y fue todo un acierto. Platos tradicionales y otros originales, magnífica carta de vinos, gran ambiente y muy buen servicio. Y lo mejor, que estaba todo muy rico. Por recomendación del maître, uno de los platos que pedimos fue la açorda de fraca no forno; no terminamos de saber lo que era, pero nos encantó. Fue un gran broche final para un viaje en el que estuvimos muy a gusto, comimos y bebimos muy bien, y no resultó nada caro. |