Croacia
Agosto 2009
Aunque generalmente no necesitamos un motivo para visitar un país, el caso de Croacia fue distinto. Tenemos una pareja de amigos, francesa ella, alemán de origen croata él, que decidieron casarse y hacerlo en la zona de la que procede la familia de él. Por tanto, recibimos una invitación de boda a celebrar en una pequeña isla de Croacia, y decidimos aprovechar la ocasión para dar una vuelta por el país.
La planificación de este viaje fue bastante sencilla: billetes de avión a Zagreb con escala en Praga, alquiler de coche en el aeropuerto para toda nuestra estancia en el país y alquiler de apartamento con otros amigos en el sitio donde se celebraría la boda para pasar unos días juntos. El resto iría viniendo sobre la marcha.
La planificación de este viaje fue bastante sencilla: billetes de avión a Zagreb con escala en Praga, alquiler de coche en el aeropuerto para toda nuestra estancia en el país y alquiler de apartamento con otros amigos en el sitio donde se celebraría la boda para pasar unos días juntos. El resto iría viniendo sobre la marcha.
Al aterrizar en Zagreb decidimos dejar la visita a la capital para el final de nuestro itinerario, así que nos dirigimos hacia la península de Istria. Nuestra primera parada fue en Rijeka, donde pudimos hacernos una pequeña idea del calor que íbamos a pasar durante nuestra estancia en Croacia. Es lo que tienen estos destinos mediterráneos en pleno mes de agosto. Dimos un corto paseo por Rijeka, que no nos pareció nada del otro mundo, y continuamos hasta Pula. No necesitamos ser historiadores para constatar que la península de Istria ha sido terreno italiano durante mucho tiempo: los carteles de las calles estaban en croata e italiano, y por toda la península escuchamos el dialecto local, tan cercano al italiano que decidimos abandonar el inglés y comunicarnos en italiano con la gente local. En Pula visitamos el anfiteatro romano, considerado uno de los seis anfiteatros más grandes que se conservan, y que es sin duda la joya de la ciudad.
Tiene capacidad para 5.000 espectadores y en él se celebran eventos musicales. Al menos, cuando lo visitamos nosotros estaban montando un escenario para un concierto. Después de visitar el anfiteatro, seguimos paseando por esta pequeña ciudad; atravesamos una bonita plaza en la que se alza el templo de Rómulo y Augusto y subimos hasta el castillo, desde donde se puede observar una bonita panorámica de la ciudad en general, y del anfiteatro en particular.
Nuestro siguiente destino fue Rovinj en su acepción croata, Rovigno en italiano. Llegamos cuando ya había anochecido, y la zona del puerto tenía un ambiente y un bullicio dignos de cualquier población mediterránea turística. Las terrazas estaban abarrotadas, se oían multitud de idiomas por todas partes, y nos costó no pocos esfuerzos encontrar algún sitio tranquilo donde poder cenar. Aprovechamos para pasear por Rovinj a la mañana siguiente, momento en el que seguramente mucha de la gente del día anterior estaría durmiendo la mona, y cuando el paseo sería mucho más agradable.
El centro está lleno de casitas de colores y se encuentra en una pequeña colina, en lo alto de la cual se halla la catedral, que domina toda la zona y posee una torre muy parecida al Campanile de Venecia. Paseando por sus empedradas callejuelas encontramos un mercado en una plaza en el que ofrecían toneladas de fruta fresca. Nos pareció un destino muy agradable, al menos durante el día.
Seguimos bordeando la península de Istria y llegamos a Porec (Parenzo en su versión italiana). Además de sus callejuelas empedradas y sus edificios típicamente venecianos, nos llamaron la atención las embarcaciones de recreo que había en su puerto, que sin embargo no fue más que un pequeño aperitivo de lo que encontraríamos por toda la costa.
La última parada que hicimos en la nombrada península fue Novigrad o Cittanova, donde aprovechamos para comer unas suculentas pizzas. La población no nos pareció nada del otro mundo, pero las pizzas fueron también un preámbulo de lo que encontraríamos por todo el país: los croatas no tienen nada que envidiar a los italianos a la hora de preparar pizzas. Eso, y el magnífico pescado fresco que encontramos hasta en los lugares más recónditos e insospechados, fueron lo mejor gastronómicamente hablando de nuestra ruta por Croacia.
Nuestra siguiente parada fue sin duda uno de los lugares de Croacia que más nos gustaron de todo el viaje: el Parque Nacional de los Lagos de Plitvice. Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1979, este parque está compuesto por un bosque lleno de lagos de agua cristalina a diferentes alturas que forman pequeñas cascadas. En el interior del parque hay numerosos senderos y pasarelas de madera que permiten disfrutar de la zona.
Nuestra siguiente parada fue sin duda uno de los lugares de Croacia que más nos gustaron de todo el viaje: el Parque Nacional de los Lagos de Plitvice. Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1979, este parque está compuesto por un bosque lleno de lagos de agua cristalina a diferentes alturas que forman pequeñas cascadas. En el interior del parque hay numerosos senderos y pasarelas de madera que permiten disfrutar de la zona.
A la entrada hay tres rutas sugeridas, cada una de diferente duración, aunque todas de fácil acceso. Nosotros optamos por hacer la ruta más larga y así ver la mayor cantidad posible del parque. Los puntos de inicio y final de las rutas están comunicados por autobuses eléctricos; en el lago principal hay una embarcación eléctrica que une varios puntos. Estuvimos en el parque poco más de cuatro horas, caminando casi todo el rato (aunque todos los senderos son llanos) y subimos en el barco eléctrico. Después, uno de los autobuses eléctricos nos condujo de vuelta a la entrada.
Una vez finalizamos la visita del parque, continuamos dirección sur y aterrizamos en Zadar: habíamos llegado a la región de Dalmacia, la más turística y grande de Croacia, merced a sus inacabables kilómetros de playas y a sus incontables islas. En realidad, dicen que tiene más de 5.000 kilómetros de playas y más de 1.000 islas. Ambas cifras nos parecen un tanto exageradas, pero hemos de reconocer que no nos dedicamos a medir la costa ni a contar las islas, así que no diremos más.
El caso es que llegamos a Zadar y, después de aparcar el coche, dimos una vuelta por la ciudad. El centro urbano es pequeño y se encuentra en una curiosa y estrecha península. De hecho, subimos a lo alto del campanario de la iglesia de Donato para ver la ciudad desde una perspectiva elevada; pudimos ver las dos orillas de la península perfectamente. El centro estaba bastante animado y estuvimos dando un paseo que fue bastante corto, ya que como hemos dicho, se trataba de un centro urbano pequeño.
El caso es que llegamos a Zadar y, después de aparcar el coche, dimos una vuelta por la ciudad. El centro urbano es pequeño y se encuentra en una curiosa y estrecha península. De hecho, subimos a lo alto del campanario de la iglesia de Donato para ver la ciudad desde una perspectiva elevada; pudimos ver las dos orillas de la península perfectamente. El centro estaba bastante animado y estuvimos dando un paseo que fue bastante corto, ya que como hemos dicho, se trataba de un centro urbano pequeño.
Seguimos dirigiéndonos hacia el sur hasta llegar a Sibenik, otra de las principales ciudades de la costa dálmata. El centro histórico de Sibenik, al igual que el de Zadar, es bastante pequeño y tampoco nos llevó mucho tiempo recorrerlo. Destaca el fuerte de Santa Ana, en lo alto de una colina, a la que se accede a golpe de cuádriceps. Desde el fuerte hay una bonita vista de Sibenik y sus alrededores. Para llegar a él pasamos por delante de la catedral de Santiago, sin duda uno de los edificios más interesantes de la ciudad. Se ubica en una plaza muy animada y enfrente se encuentra la logia antigua, cuya planta baja es una galería con arcos.
No podíamos ir a Croacia y no visitar alguna de sus innumerables islas; aunque la boda se celebraría en una de ellas, decidimos visitar otra por nuestra cuenta. Habíamos pensado visitar la isla de Brac, famosa porque de allí se sacó la piedra blanca con la que se construyó la Casa Blanca de Washington, pero viendo los horarios de los ferrys, decidimos optar por Hvar. Fuimos con el coche hasta Drvenik y de ahí en ferry hasta Sucuraj. Una vez en Sucuraj, nos percatamos de que no habíamos hecho una elección muy inteligente: la isla de Hvar es estrecha y alargada, muy alargada, y su capital, llamada también Hvar y lugar más importante de la isla, se encuentra en el extremo opuesto de donde nos dejó el ferry. Como ya no tenía remedio, tuvimos que recorrer la isla entera, por una carretera un tanto sinuosa y en no muy buen estado. Habíamos leído en la guía que Hvar (ciudad) era excesivamente bulliciosa, así que decidimos parar en Stari Grad y buscar alojamiento allí. Una vez solventado el tema, fuimos hasta Hvar. Por las dificultades que tuvimos en encontrar sitio para aparcar, nos dimos cuenta de que estábamos en uno de los sitios más concurridos quizá de toda Croacia. Tuvimos que dejar el coche un tanto alejado del centro histórico de Hvar y bajar caminando, mientras no dejábamos de pensar en que a la vuelta íbamos a tener una buena subida de despedida. La plaza principal es uno de los puntos álgidos de Hvar y, sin duda, uno de los más bonitos. En uno de los lados se encuentra la catedral de San Esteban y en un lateral la Torre del reloj, junto a la logia municipal.
Antes de dar una vuelta por el concurrido puerto, subimos hasta el fuerte, que domina el entorno desde lo alto de la colina. A pesar de que la subida se nos hizo un tanto dura, en parte porque había varios tramos interminables de escaleras, la vista panorámica de la zona mereció la pena: la ciudad, el puerto, el mar, las islas cercanas…
A la bajada paseamos por el puerto, cotilleamos las enormes y carísimas embarcaciones de recreo que estaban atracadas (y los personajes que las habitaban) y decidimos volver a cenar a Stari Grad. A pesar de la enorme cantidad de gente, reconocemos que Hvar (ciudad) nos gustó.
A la mañana siguiente dimos una vuelta por Stari Grad, que estaba prácticamente desierta (lo mismo que Hvar); también tenía un pequeño puerto mucho menos glamuroso que el de Hvar. Había casi tantas pequeñas embarcaciones de recreo como botes de pescadores.
Con cierto margen de tiempo, salimos de vuelta a Sucuraj para llegar a tiempo de tomar el ferry, ya que nos quedaban unos pocos kilómetros de carretera sinuosa. En el camino de vuelta del ferry pudimos observar frente a nosotros la majestuosidad de la cordillera del Biokovo.