Grecia
Septiembre de 2008
Atenas y las islas
Preparativos A vuelo regalado no le mires el destino. Así debería llamarse el relato de este viaje. El azar hizo que nuestro destino fuera Grecia. Teníamos unos puntos en la tarjeta Iberia Plus que caducaban en diciembre, y así como hay quien dice eso de “antes muerto que sencillo”, nosotros dijimos “antes muertos que perder un viaje de avión gratis”. Al final todo es relativo, porque por no perder esos puntos tienes el vuelo gratis, pero las tasas no te las quita nadie. Si a eso se le añade lo que pagamos por los hoteles, ferrys y demás, resulta que aprovechar los dichosos puntos nos costó una pasta. Pero como dice el refrán, “no hay viaje que por bien no venga”. Y, como decimos, fue el azar el que nos llevó a Grecia (bueno, fue un avión de Iberia, pero era una metáfora), porque dividimos los puntos de que disponíamos entre dos personas, y de entre los destinos posibles por esos puntos, Grecia nos pareció el más apetecible. A mediados de septiembre no habría tanta gente como en verano, los precios serían más moderados, todavía haría buen tiempo y, además, somos unos fieles amantes de la comida griega. Así que, una vez pagadas las tasas del viaje y descontados los referidos puntos, nos encontramos con que teníamos que decidir qué visitar en Grecia en siete días. Y nos decidimos por las islas más famosas. Aunque seguramente algún despistado estará pensando en la isla de Lesbos, nosotros optamos por Rodas, Mykonos y Santorini. Vimos que Santorini y Mykonos se encuentran en las Islas Cícladas, y que había fácil conexión entre ambas y Atenas. El problema surgió con Rodas. Era mucho más fácil, operativo y barato, volar desde Atenas. Así que el plan nos quedó un poco raro: volamos a Atenas; ferry a Santorini (por ser la más alejada); ferry a Mykonos; ferry a Atenas; avión a Rodas; vuelta a Atenas; y vuelta a casa. Ese era el plan. Ya sobre el terreno decidimos hacer una parada entre Santorini y Mykonos, en la isla de Paros. Así que compramos el vuelo a Rodas y reservamos todas las noches de hotel en Atenas, que fueron cuatro en total, y en tres hoteles diferentes. Los ferrys y los hoteles en las islas los dejamos a la improvisación. Llegamos a Atenas por la noche, y en cuanto aterrizamos cogimos el autobús que lleva directamente al puerto, donde habíamos reservado el primer hotel ateniense, ya que la idea era tomar al día siguiente el ferry de las 7 de la mañana hacia Santorini. Dormimos más bien poco, ya que madrugamos bastante pues debíamos comprar los billetes del ferry. Encontramos la oficina de venta sin mucho problema. Había ya dos japonesas intentando a duras penas hacerse entender para comprar también billetes de ferry.
Nos resultó curioso, aunque no hubiera debido, ver el movimiento que había en el puerto a esas horas de camiones y gente. Y decimos que no hubiera debido sorprendernos porque a esas horas salían un montón de ferrys en dirección al sinfín de islas que hay en Grecia, y el puerto estaba que echaba humo. Santorini
Durante las 7 horas que duró el trayecto en ferry desde Atenas hasta Santorini nos dedicamos principalmente a recuperar las horas de sueño. Un viaje en ferry carece completamente del glamour que tiene hacer ese mismo recorrido en un crucero. A nuestra llegada a la isla nos encontramos con una estampa que no habíamos previsto, y que nos facilitó mucho la labor de encontrar dónde dormir. Había un montón de gente a la salida del ferry ofreciendo alojamiento por toda la isla. La gente portaba fotos del sitio que ofrecían, y mapas explicando dónde estaba ubicado. Así conseguimos un hotelito muy majo en el centro de Fira por 40 euros la noche. El señor que nos hizo la oferta nos acompañó hasta la furgoneta en la que había ido al puerto. Dentro de la furgoneta ya había otra pareja, y cuando consiguió una tercera pareja debió darse por satisfecho con la captura del día y puso rumbo a la ciudad. Santorini es una isla muy peculiar. Forma parte de un volcán que al parecer sufrió una erupción mítica hace varios miles de años, y que provocó un tsunami que arrasó Creta. El caso es que es una isla en la que sus dos principales ciudades, Fira y Oía, se encuentran en lo alto de un acantilado, lo que proporciona unas vistas panorámicas espectaculares. Para acceder al pequeño puerto donde llegan los ferrys hay que bajar una carretera serpenteante. Los grandes cruceros de pasajeros llegan directamente a Fira, pero como la zona no tiene calado suficiente, atracan en medio de la caldera y transportan a los pasajeros a tierra mediante pequeñas embarcaciones hasta una especie de muelle. Una vez allí, para subir hasta la ciudad hay tres opciones: en teleférico, o subir la empinadísima cuesta que va haciendo eses, la cual se puede subir a pie o en burro.
Llegamos al hotel, dejamos nuestras maletas de mano y nos fuimos a buscar un sitio donde comer, que nuestros estómagos rugían pues en el ferry no habíamos tomado más que un tentempié.
Después de dar un pequeño paseo por Fira, tomamos un autobús para ir hasta Oía (también la traducen como Ía) y ver el atardecer allí. En el bus coincidimos con dos argentinos que estaban haciendo un pequeño tour por Europa, y con los que fuimos charlando (quizá por eso nos hemos sentido en el deber de decir que tomamos un bus en vez de que lo cogimos).
Una vez terminamos con nuestro paseo decidimos ir a comer a una típica taberna griega que habíamos visto durante nuestra caminata. Y allí pudimos comenzar a degustar nuestros platos griegos favoritos: tzatziki, dolmades, mousaka, o una simple ensalada griega. Todo ello regado por la mejor cerveza del país: Mythos.
Salimos encantados del local, y tras esto, tomamos un autobús para ir a Kamari, uno de los sitios con playa de Santorini. Hacía buen tiempo, pero no nos pareció que tanto como para bañarse (aunque había valientes en el agua, sobre todo niños), así que nos conformamos con mojarnos un poco los pies e ir a tomar un delicioso café frappé a uno de los garitos que poblaban el paseo marítimo. Estábamos solos en la terraza, sentados en una especie de hamacas de mimbre, con un poco de música de fondo, oyendo las olas del mar… En fin, que no nos quedamos dormidos por educación (o ¿puede ser que diéramos una cabezada y no nos diésemos cuenta?). Cuando se nos pasó el sopor, pusimos rumbo directamente hacia Oía, puesto que esa tarde no se nos escapaba el atardecer de marras. Como llegamos con tiempo, estuvimos paseando por la ciudad (hablar de ciudades en Santorini quizá sea un poco excesivo, pero en fin), contemplando las magníficas panorámicas que hay desde casi cualquier rincón y cualquier calle.
Cuando el sol desapareció por el horizonte, decidimos volver a Fira para ir a cenar al mismo sitio donde comimos; y es que el sitio nos había gustado mucho. Variamos los platos para no cansarnos, y esa noche nos comimos una dorada al grill y un plato de calamares a la romana que fueron espectaculares. Alguno dirá que no hace falta irse tan lejos para comer eso. Y no le faltará razón. Pero tiene mucho encanto estar en Santorini, degustando una Mythos, en buena compañía y constatando que los españoles no somos los únicos que hablamos a gritos en un restaurante. Por cierto, aunque pueda llegar a parecerlo, no somos representantes de esa cerveza en España.
A la mañana siguiente el mismo conductor que nos recogió el primer día en el puerto, nos llevó de vuelta con la antelación suficiente para coger un ferry que nos llevara a otra parte. Ese día amaneció lluvioso otra vez, así que mientras esperábamos el ferry y decidíamos a qué isla íbamos antes de llegar a Mykonos, nos sentamos en el interior de un café a tomar un café frappé (tampoco somos sus representantes). Como no se podía estar fuera por la lluvia, el local se empezó a llenar, y ofrecimos a un matrimonio entrado en años que compartieran nuestra mesa para que pudieran sentarse. Así nos contaron que eran yanquis, de algún sitio de Minnesota o de Idaho o de Montana, que ambos eran octogenarios y que desde que se jubilaron dedicaban un par de meses al año a viajar por Europa. Fue una charla muy amena y muy agradable, que hizo que nuestros prejuicios de que los norteamericanos no saben señalar su propio país en un mapa se nos vinieran un poco abajo.
Cuando llegó el ferry con destino Mykonos decidimos subirnos en él y bajar en alguna isla en la que hiciera parada. Así, un poco más tarde, desembarcamos en la isla de Paros. |
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