Australia
Diciembre 2009
Preparativos
En el año 2009 tuvimos la suerte de poder disponer de todo el mes de diciembre de vacaciones, y lo aprovechamos para ir a Australia, que era el único continente que no habíamos visitado. Lo primero que hicimos fue comprar los billetes. Nos decidimos por Thai Airlines, ya que hacía una única escala en Bangkok, y aunque había billetes un poco más “económicos”, nos obligaban a hacer dos escalas. Hemos puesto comillas en económicos porque ningún billete que te lleve hasta Australia es económico. Con dos escalas la duración del viaje se convertía en interminable, así que preferimos pagar un poco más y tardar un poco menos. Total, ya sabíamos que pasar un mes en Australia no iba a resultarnos barato precisamente. Cuando compramos los billetes de avión, solicitamos el e-visitor imprescindible para viajar a Australia para todos los ciudadanos españoles. El trámite fue rápido y barato: nos mandaron un e-mail de respuesta enseguida, y no nos costó un euro. Después teníamos que decidir el itinerario. Compramos la guía de Lonely Planet, que era muy exhaustiva, y estudiamos los itinerarios que seguían los viajes organizados por los turoperadores. Una vez procesada toda la información, decidimos dividir nuestro viaje en tres grandes etapas: el sur, desde Sídney hasta Adelaida pasando por Melbourne; el centro, conduciendo desde Alice Springs hasta Darwin, completamente al norte y atravesando así parte del desierto australiano conocido como el Outback; y el noreste, el estado de Queensland, donde se encuentra la Gran Barrera de Coral. Terminaríamos volviendo a Sydney para pasar la Nochevieja antes de regresar el mismo 1 de enero a España. Una vez diseñada la ruta, compramos los billetes internos para enlazar Adelaida con Alice Springs, Darwin con Cairns y finalmente Cairns con Sydney. Solventado el desplazamiento por aire, alquilamos los respectivos coches para el resto de los trayectos terrestres. Según las informaciones de la embajada de Australia en España, para conducir por el país es necesario disponer del carné de conducir internacional, para lo cual nos pasamos la mañana de rigor en la DGT de Madrid y conseguir así nuestro ejemplar. En realidad, podríamos haber obviado el trámite, porque no nos pidieron el carné internacional en ninguna de las cuatro ocasiones en las que alquilamos coche.
Por último, y tras una exhaustiva búsqueda por mil y una páginas web, contratamos unas cuantas excursiones, ya que no queríamos arriesgarnos a esperar a contratarlas en el propio sitio por si nos quedábamos sin plaza. Sydney y alrededoresLo bueno que tiene aterrizar en Sydney es que lo peor ya ha pasado. Después de dos vuelos de 12 y 9 horas respectivamente, con una escala en Bangkok de casi tres, a partir de ese momento teníamos por delante un mes para disfrutar de ese inmenso país.
En Sydney nos alojamos en Kings Cross, una de las zonas más animadas de la ciudad, sobre todo por la noche y especialmente los fines de semana. Afortunadamente, el hotel estaba lo suficientemente bien insonorizado como para que la noche de Sydney nos pasase desapercibida. Al día siguiente a nuestra llegada nos levantamos con el consabido jet lag, y cuando salimos a la calle nos juntamos con la gente que todavía no se había ido a dormir. Visitar los sitios más importantes de la ciudad nos llevó dos días. Quizá se pueda tomar con más calma y dedicarle más tiempo, pero cuando nosotros vamos de turismo a sitios que no conocemos, la impaciencia por ver cosas nos hace seguir hasta reventar. Somos capaces de estar 12 horas trotando parando sólo para comer y hacer nuestras necesidades. En primer lugar, había que ir a ver el famoso Teatro de la Ópera, y leímos que desde la punta de Mrs. Macquaries había una vista muy bonita. Y efectivamente así fue. Cuando vimos por primera vez ese edificio tan mundialmente reconocible fue cuando tuvimos conciencia de que realmente estábamos en Sydney, prácticamente al otro lado del planeta. Para llegar hasta el mismo Teatro tuvimos que ir bordeando el mar y atravesamos los Royal Botanic Gardens. Es un paseo impresionante. El mar a un lado, el edificio del Teatro de la Ópera en frente, el Sydney Harbour Bridge detrás, los jardines que son realmente espectaculares y tras ellos una magnífica vista de la City de Sydney plagada de rascacielos. Comenzábamos nuestro periplo poniendo el listón muy alto.
El edificio de la Ópera no decepciona. Los idiomas posibles para la visita guiada por su interior eran inglés, japonés, coreano y mandarín, así que, sin dudarlo mucho, nos conformamos con el inglés. El guía era un tipo muy majo que no paraba de llamarnos “folks” y de preguntarle a todo el mundo cada dos por tres de dónde venía. Aunque se llama Sydney Opera House, en realidad el complejo está formado por tres edificios que albergan 6 salas y un restaurante. Las salas más impresionantes son la de ópera y la de conciertos.
Tras esta visita, paseamos por Circular Quay. Esta zona es una especie de intercambiador de transportes, con trenes, buses y ferrys. La bahía de Sydney no es solamente una bonita zona para que los turistas saquemos fotos: al parecer mucha gente usa el ferry como medio de transporte. Es una zona tremendamente animada y con un gran trasiego de gente correteando de un lado para otro.
Tras esto le tocó el turno a la Sydney Tower para ver la ciudad desde lo alto. Somos unos fanáticos de las panorámicas de las ciudades desde lo alto y no hay torre que dejemos pasar sin subir. En este caso la vista desde lo alto no fue de las más espectaculares que hemos visto, pero tiene bonitas panorámicas. Pudimos apreciar bastante bien todas las pequeñas bahías que hay hasta llegar a mar abierto, así como la zona de Darling Harbour y todos los demás rascacielos que rodean la Sydney Tower.
Al lado de la torre se encuentra el Queen Victoria Building, un centro comercial al que merece la pena entrar (aunque no sea para comprar) y subir a la última planta para verlo por dentro desde arriba. Cuando fuimos estaba con la decoración navideña puesta y había un gigantesco árbol de Navidad decorado con cristal de Swarovski.
Al día siguiente comenzamos con un paseo en barco: en vez del típico barco-clavada para turistas que da la vuelta por la bahía, cogimos un ferry que iba a Watsons Bay y así poder disfrutar de la vista de Sydney desde el mar. En Watsons Bay hicimos una pequeña caminata de menos de un kilómetro hasta llegar al último cabo de Sydney antes de salir a mar abierto. Fue una caminata bastante bonita, pues esa zona está llena de acantilados y, como hacía viento, disfrutamos del mar chocando sin parar contra las rocas.
A nuestra vuelta fuimos a Darling Harbour. Es una zona en la que es bastante agradable pasear ya que hay infinidad de cosas en las que fijarse: muchas panorámicas de rascacielos, un puente peatonal por donde pasa el monorraíl, el Museo Marítimo, el Aquarium, el centro comercial Harbourside… Aprovechamos para dar una vuelta en el monorraíl que resultó bastante decepcionante. Es bastante caro, la vuelta dura sólo unos 15 minutos y las vistas que ofrece tampoco son nada del otro mundo.
El Fishmarket se encuentra a un paso de ahí, y hacia allá fuimos para comer. Todos los restaurantes que se encuentran en él estaban absolutamente abarrotados de gente comiendo todo tipo de pescado y marisco. Nosotros le hincamos el diente a una ración de langosta y otra de pulpo, ambos a la plancha. Nos quedamos con ganas de ver la zona de la lonja, pero solo se puede acceder a ella con visitas guiadas que operan únicamente los jueves.
Tras esto volvimos a Darling Harbour y entramos en el Museo Marítimo. El Museo no vale la pena, pera pagando un poco más se puede visitar por dentro un submarino, un barco de guerra y una réplica del “Endeavour” que tienen amarrados en el puerto. Estas tres visitas sí que fueron interesantes. Lo del submarino no tiene nombre. Parece increíble que sus ocupantes puedan pasar el tiempo que pasan en un sitio tan estrecho, pequeño y agobiante. Qué fuerza de voluntad deben de tener para aguantar ahí dentro a no sé cuántos metros de profundidad sin volverse locos. Nosotros estuvimos un cuarto de hora en su interior y cuando salimos casi nos faltaba la respiración. El “Endeavour“ fue el barco en el que el amigo Thomas Cook, allá por 1770, arribó por vez primera en esa gran isla. Fue curioso ver cómo se las apañaban para vivir en un barco de aquellos (sobre todo dónde hacían sus necesidades…). Y el barco de guerra era un Destructor. También fue interesante ver las diferentes dependencias que tiene. Cuando salimos del tercer barco nos encaminamos a los Jardines Chinos que se encuentran al otro extremo de Darling Harbour. Cuando llegamos ya estaban cerrados, así que dejamos su visita para una hipotética próxima ocasión.
Tras este intento fallido le llegó el momento al puente. Tomamos el metro hasta Milsons Point y descendimos al otro lado del puente, para atravesarlo caminando entrando en la ciudad.
Desde ahí se obtiene una vista espléndida del Teatro de la Ópera y de la zona de Circular Quay. Mientras cruzábamos el puente pudimos ver a la gente escalando por él, en lo que se ha convertido en una de las mayores atracciones de Sídney desde hace unos años. Al parecer te pones un mono especial, te anclan unos arneses y recorres una parte del puente trepando por la estructura. Es una atracción no apta para sufridores de vértigo, y nosotros lo padecemos en grado extremo. Nos encanta ver las ciudades desde lo alto, pero con la tranquilidad que te da un cristal protector (en el fondo somos unos cobardes, lo reconocemos). Así que esa visita sabíamos que no se encontraba en nuestro itinerario.
Una vez cruzamos el puente, callejeamos para llegar a Circular Quay y vimos atardecer con la famosa estampa del Teatro de la Ópera en frente. Puede parecer que este edificio esté muy presente en este relato, pero es que después de haberlo visto tantas veces en fotografía, poder presenciarlo con nuestros propios ojos fue como un sueño hecho realidad.
Blue Montains
Nuestro tercer día en Australia comenzó con un alquiler de coche. Era la primera vez en nuestra vida que íbamos a conducir por la izquierda, así que decidimos alquilarlo con cobertura total de daños sin franquicia. Más valía prevenir… Nos dieron un Ford Focus, que es el modelo que nosotros tenemos en España, así que al menos nuestra primera experiencia de conducir por la izquierda iba a ser con un viejo conocido. Y pusimos rumbo a las Blue Montains. A pocos kilómetros de Sydney se encuentran las Blue Montains, un enorme parque nacional de visita obligada. Hay muchas zonas desde las que se puede disfrutar de este parque, así que nosotros nos decidimos por dos de ellas, ambas en la localidad de Katoomba: la primera fue Echo Point, desde donde obtuvimos una magnífica vista de unas rocas llamadas “The Three Sisters”. Bajamos por unas empinadísimas escaleras que llevan hasta la base de estas tres rocas, y allí tuvimos nuestro primer contacto importante con las omnipresentes moscas, aunque nosotros todavía no sabíamos que nos iban a acompañar a partir de entonces durante prácticamente el resto de nuestro trayecto. Muy cerca de Echo Point se halla el Scenic World, típico sitio diseñado para turistas y que fue nuestra segunda parada. Lo tienen bastante bien montado con dos atracciones: una es el Scenic Skyway, que es una cabina bastante grande que pasa sobre un precipicio. Una parte del suelo de la cabina es de cristal y durante el trayecto se hace transparente para ver el fondo bajo tus pies. La otra atracción es el tren con mayor pendiente del mundo (52% de desnivel) que baja hasta una zona donde se puede dar un paseo entre la vegetación, para luego subir al punto de partida en funicular. Nosotros, como buenos guiris, pagamos por ambas atracciones.
Tras esta breve visita pusimos dirección a Canberra. Habíamos leído que no era precisamente la ciudad más bonita de Australia, pero decidimos incluirla en nuestro itinerario porque es la capital y porque nos pillaba de paso hacia Melbourne.
Qué decir de Canberra. Solamente se nos ocurre una cosa: mejor pasar de largo. |