Portugal
Lisboa
En la capital portuguesa hemos estado en varias ocasiones. Por distancia, es un lugar al que podemos acceder en avión o en coche con cierta facilidad, lo que le convierte en un buen destino para hacer una escapada.
Dicen que Lisboa, al igual que Roma, fue fundada sobre siete colinas. No sabemos si será cierto, pero la realidad es que ir a Lisboa es estar dispuesto a estar todo el rato subiendo y bajando. Existe una tarjeta de viajes que en periodos de 24 horas permite utilizar todos los transportes públicos de manera ilimitada. Nosotros somos amigos de patear las ciudades y olvidarnos de transportes públicos, pero en el caso de Lisboa hemos hecho siempre una excepción y hemos sucumbido a la comodidad de ir de un sitio a otro sin caminar. Además tienen en funcionamiento tranvías que se encargan principalmente de subir a las zonas altas de la ciudad por calles estrechas que son una bendición.
Lo primero que hay que visitar en Lisboa, y a poder ser a primera hora de la mañana, es el Castillo de San Jorge. Lo de a primera hora de la mañana lo decimos por dos motivos: el primero, porque desde el castillo hay una espléndida vista de la ciudad, y la posición del sol hace que sea preferible visitarlo durante la mañana; el segundo, porque según van pasando las horas van llegando las hordas de turistas, especialmente en temporada alta, que hace que no se disfrute igual de la visita.
Dicen que Lisboa, al igual que Roma, fue fundada sobre siete colinas. No sabemos si será cierto, pero la realidad es que ir a Lisboa es estar dispuesto a estar todo el rato subiendo y bajando. Existe una tarjeta de viajes que en periodos de 24 horas permite utilizar todos los transportes públicos de manera ilimitada. Nosotros somos amigos de patear las ciudades y olvidarnos de transportes públicos, pero en el caso de Lisboa hemos hecho siempre una excepción y hemos sucumbido a la comodidad de ir de un sitio a otro sin caminar. Además tienen en funcionamiento tranvías que se encargan principalmente de subir a las zonas altas de la ciudad por calles estrechas que son una bendición.
Lo primero que hay que visitar en Lisboa, y a poder ser a primera hora de la mañana, es el Castillo de San Jorge. Lo de a primera hora de la mañana lo decimos por dos motivos: el primero, porque desde el castillo hay una espléndida vista de la ciudad, y la posición del sol hace que sea preferible visitarlo durante la mañana; el segundo, porque según van pasando las horas van llegando las hordas de turistas, especialmente en temporada alta, que hace que no se disfrute igual de la visita.
La vista se aprecia nada más entrar en el recinto. Se ve perfectamente la inmensidad del río Tajo cerca ya de su desembocadura, el puente 25 de abril, la Plaza de Comercio, la zona de Baixa donde sobresale el elevador de Santa Justa, las plazas Rossio y Figueira… Después de disfrutar un rato de la vista, se puede ver un pequeño museo, se puede caminar por las murallas, y en la Torre Ulises, se debe ver el periscopio o cámara oscura. Es un artilugio atribuido a Leonardo da Vinci que permite ver una panorámica de 360 grados de Lisboa. Es una especie de periscopio con unas lentes que la guía va moviendo con unas cuerdas y refleja lo que capta la lente sobre una superficie cóncava. Toda una curiosidad. Hacen visitas en diferentes idiomas cada media hora.
Una vez visitado el castillo, es un placer callejear por las calles aledañas que conforman el barrio de Alfama. De ahí se pasa por el mirador de Santa Lucía, donde también hay una bonita vista, y se continúa por el barrio de Gracia hasta llegar a la Iglesia de Gracia.
Una vez visitado el castillo, es un placer callejear por las calles aledañas que conforman el barrio de Alfama. De ahí se pasa por el mirador de Santa Lucía, donde también hay una bonita vista, y se continúa por el barrio de Gracia hasta llegar a la Iglesia de Gracia.
Hay ahí otro mirador con una vista similar a la que se obtiene desde el castillo pero no igual, ya que desde la iglesia se ve el propio castillo. Desde ahí se puede tomar algún medio de transporte que baje hasta Baixa pasando por el barrio de Alfama nuevamente, y así poder ver la Sé Patriarcal.
En el barrio de Baixa, el más llano de toda la ciudad, destaca la Plaza de Comercio, junto al río, con un arco de triunfo que une la plaza con Baixa. Está flanqueada por arcadas con columnas. En el centro cuenta con una estatua ecuestre.
El barrio de Baixa está compuesto por una sucesión de calles rectas, paralelas y perpendiculares, entre las que destaca la Rua Augusta por ser peatonal. Al otro lado de estas calles se halla Rossio, llamada así por todos, aunque su verdadero nombre es Plaza de Don Pedro IV. En Rossio hay dos fuentes y un monumento, y en un lateral el Teatro Nacional Dona Maria II. A su lado se encuentra la Plaza de Figueira, más pequeña y con una estatua ecuestre en el centro. Junto a Rossio se encuentra la estación de Rossio, que cuenta con una fachada realmente imponente.
Si volvemos a Baixa, en la Rua Aurea nos encontramos con el elevador de Santa Justa, extraño ascensor metálico que sube hasta la Plaza do Carmo, en el barrio de Chiado, situado entre Baixa y el Bairro Alto. En la parte alta del elevador hay también una buena panorámica, en esta ocasión opuesta a la que se ve desde el castillo. Se puede visitar la Iglesia de Carmo, dejada tal cual quedó tras el famoso incendio de 1755, y junto a la que hay un pequeño museo arqueológico que nosotros no hemos visitado nunca.
En el barrio de Chiado destaca la rua Garret, llena de tiendas (entre ellas una enorme librería en la que siempre que vamos paramos un rato), y que va desde un moderno centro comercial hasta Largo do Chiado, donde comienza el Bairro Alto. En Largo do Chiado está el café A Brasileira, con su famosa estatua de Fernando Pessoa sentado en una mesa en la terraza, viendo pasar al personal. Esta cafetería del siglo XIX es toda una institución en Lisboa; y es que en general, el café forma parte de la cultura lusa, como el jamón de la española o la pasta de la italiana. Hay por toda la ciudad infinidad de cafeterías, todas ellas a su vez pastelerías, que están siempre con gente y en las que se pueden degustar cafés muy ricos y toda clase de bollos y pastelitos, a cualquier hora del día. Lisboa es un templo de perdición para los más golosos.
Como decíamos, una vez se pasa por A Brasileira se llega al Bairro Alto. Esta zona de callejuelas empinadas durante el día está bastante vacía y uno puede cruzarse con algún turista despistado o algún habitante de la zona. Pero es durante la noche cuando cobra una vida increíble, cuando sus restaurantes para todos los bolsillos se abarrotan (especialmente los fines de semana) y se llena todo el barrio de turistas (en temporada alta y en temporada baja también), y si no se anda muy avispado, hay que hacer cola para cenar. Los locales suelen tener las mesas muy juntas, haciendo que la labor de los camareros sea toda una proeza. Es fácil encontrar especialidades portuguesas en cualquier restaurante. Y siempre a unos precios más razonables que a este lado de la frontera.
En el Bairro Alto pueden verse dos funiculares, llamados elevadores porque su función es la de recorrer una única calle desde el extremo más bajo al más alto, y ahorrar las energías de los peatones, especialmente si se sube. Uno es el elevador de Bica, que lleva a la zona del río; el otro es el de Gloria, que baja hasta la Plaza de los Restauradores.
En el Bairro Alto pueden verse dos funiculares, llamados elevadores porque su función es la de recorrer una única calle desde el extremo más bajo al más alto, y ahorrar las energías de los peatones, especialmente si se sube. Uno es el elevador de Bica, que lleva a la zona del río; el otro es el de Gloria, que baja hasta la Plaza de los Restauradores.
Junto a este último está el mirador de San Pedro de Alcántara, bonito jardín desde el que se obtiene una magnífica vista de la ciudad, especialmente de la zona de Restauradores, Rossio y el Castillo de San Jorge.
En la Plaza de los Restauradores comienza (o acaba) la Avenida da Liberdade, que llega hasta la Plaza del Marqués de Pombal. En esta avenida se hallan algunos de los mejores y más selectos hoteles de Lisboa. La Plaza de Marqués de Pombal, además de ser el lugar por el que pasan numerosos autobuses de línea, entre ellos muchos de los que van al aeropuerto, marca el inicio del Parque Eduardo VII, flanqueado por dos avenidas peatonales enmarcadas por sendas hileras de olmos, y donde se encuentran el abandonado Palacio de los Deportes a un lado, con unas bonitos murales de azulejos que sin duda vivieron mejores días, y la Estufa Fría al otro, un invernadero con un bosque de plantas tropicales. Desde lo alto del Parque Eduardo VII, es decir, en el lado opuesto a la Plaza Marqués de Pombal, hay una gran vista del parque, de la zona de Baixa y del río al fondo. No lejos de ahí se encuentra la Plaza de Toros, reconvertida en un moderno centro comercial desde que se prohibieron las corridas de toros en Portugal.
Desde Cais do Sodré existe la posibilidad de tomar un transbordador y cruzar a la otra orilla del río Tajo, a la zona de Cacilhas, donde puede verse una bonita panorámica del puente 25 de abril y de Lisboa en general. Nosotros lo hicimos en nuestro primer viaje a Lisboa y mereció la pena.
También en nuestra primera visita fuimos hasta el Parque de las Naciones, que fue sede de la Expo’98. Da la sensación de que los portugueses hicieron todo lo posible por revitalizar la zona y no dejarla como una reliquia del pasado. Así, además de un teleférico que recorre toda la zona, hay grandes avenidas peatonales por las que es fácil ver familias enteras paseando, varios pabellones obra de los arquitectos portugueses más importantes, y dos construcciones importantes: el puente Vasco de Gama, que con sus 17,2 kilómetros (de los cuales 10 están sobre el Tajo) es el más largo de Europa, y una bonita estructura de cristal y acero que cobija el Oceanário, el acuario más grande de Europa.
También en nuestra primera visita fuimos hasta el Parque de las Naciones, que fue sede de la Expo’98. Da la sensación de que los portugueses hicieron todo lo posible por revitalizar la zona y no dejarla como una reliquia del pasado. Así, además de un teleférico que recorre toda la zona, hay grandes avenidas peatonales por las que es fácil ver familias enteras paseando, varios pabellones obra de los arquitectos portugueses más importantes, y dos construcciones importantes: el puente Vasco de Gama, que con sus 17,2 kilómetros (de los cuales 10 están sobre el Tajo) es el más largo de Europa, y una bonita estructura de cristal y acero que cobija el Oceanário, el acuario más grande de Europa.
Y por supuesto queda el barrio de Belém. Cualquier visita a la capital lusa debe incluir una visita a este alejado emplazamiento. Desde Cais do Sodré hay numerosos autobuses que llevan a Belém. Allí hay que visitar cuatro cosas de obligado cumplimiento, que afortunadamente están todas juntas. Lo primero sería pasar por la pastelería Antiga Confeitaria de Belém. Tanto para sentarse como para comprar para llevar habrá que hacer cola, pero es imprescindible degustar sus famosos pastéis de Belém. Son pequeños pasteles de hojaldre rellenos de crema con la parte superior quemada que están sencillamente deliciosos. Son originarios de esta pastelería y cuando empezaron a cocinarlos, allá por 1837, pronto adquirieron una notable fama que llevó, primero al resto de pastelerías de Lisboa, y después a todo Portugal, a reproducirlos. Entonces, esta pequeña pastelería tuvo la ocurrencia de patentar el nombre, de tal forma que el resto de pastelerías portuguesas tuvieron que cambiarle la manera de llamarlos. Así, para el mismo tipo de pastelillo, en esta pastelería se sigue llamando con su nombre original, pastéis de Belém, mientras que en el resto de pastelería de Portugal, en el que siempre es fácil encontrarlos, se llaman pastéis de nata. Pero siempre se habla del mismo producto. ¿O quizás de uno parecido? La verdad es que igual estamos inducidos por la propaganda, pero siempre que hemos ido a Portugal hemos devorado estos deliciosos pastelillos, y queremos creer que los que más nos han gustado han sido los que hemos probado en esta pastelería de Belém, es decir, los originales.
Continuando con el barrio de Belém, tenemos el Monasterio de los Jerónimos, enorme, magnífico, muy bien conservado (tras el terremoto de 1755, dicen que fue uno de los pocos edificios que se mantuvo en pie), todo un espectáculo de construcción, sobre todo si se observa desde el parque que hay enfrente.
Al otro lado de ese parque está la tercera visita de la zona: el Padrão dos Descobrimentos. Se trata de un edifico que rinde homenaje a los descubrimientos, en cuyo interior hay un ascensor que sube a lo alto, desde donde se obtiene una vista impresionante del puente 25 de abril, del Monasterio de los Jerónimos, del parque que los separa, y de la rosa de los vientos esculpida en el suelo junto al propio edificio.
Y por supuesto, de la cuarta visita del barrio, la Torre de Belém. Este fue un edificio militar construido para defender la desembocadura del Tajo, y que ha quedado como uno de los sitios obligados para el turismo de la ciudad. En una de nuestras visitas a Lisboa tuvimos la feliz idea de ir a Belém a ver el atardecer y fue todo un espectáculo ver ponerse el sol por detrás de la torre.
Suponemos que quedan más rincones interesantes que ver en Lisboa, pero estos han sido los que hemos visitado nosotros. Tenemos pendiente para una futura visita acercarnos hasta las vecinas localidades de Sintra y Cascais, de las que todo el mundo habla maravillas.
Y para terminar este pequeño relato, comentaremos un hotel y dos restaurantes que nos han gustado. El hotel es el Ibis Liberdade, situado junto a la Plaza del Marqués de Pombal y por tanto muy buena opción si se viaja en avión. Es un hotel sin pretensiones, con habitaciones pequeñas pero funcionales y con una excelente relación calidad/precio. Y los dos restaurantes son dos locales un poco más modernos que lo que puede encontrarse por ejemplo en el Bairro Alto. Uno es el restaurante Assinatura, cercano también a la Plaza del Marqués de Pombal, en el que los días laborables ofrecen un menú ejecutivo a mediodía magnífico y muy bien de precio (26 euros la última vez que estuvimos). Consta de un primero, un segundo y un postre, pero existe la posibilidad de saltarse algún plato con la rebaja correspondiente en el precio. Mezclan ingredientes tradicionales con una concepción moderna de la cocina que, para qué negarlo, es muy de nuestro gusto.
Y para terminar este pequeño relato, comentaremos un hotel y dos restaurantes que nos han gustado. El hotel es el Ibis Liberdade, situado junto a la Plaza del Marqués de Pombal y por tanto muy buena opción si se viaja en avión. Es un hotel sin pretensiones, con habitaciones pequeñas pero funcionales y con una excelente relación calidad/precio. Y los dos restaurantes son dos locales un poco más modernos que lo que puede encontrarse por ejemplo en el Bairro Alto. Uno es el restaurante Assinatura, cercano también a la Plaza del Marqués de Pombal, en el que los días laborables ofrecen un menú ejecutivo a mediodía magnífico y muy bien de precio (26 euros la última vez que estuvimos). Consta de un primero, un segundo y un postre, pero existe la posibilidad de saltarse algún plato con la rebaja correspondiente en el precio. Mezclan ingredientes tradicionales con una concepción moderna de la cocina que, para qué negarlo, es muy de nuestro gusto.
El otro es el restaurante Alma. A este sitio fuimos a cenar y escogimos el menú clásico y el moderno, uno cada uno; fue una sucesión de originales y sabrosos platos, cocinados también desde un punto de vista moderno.
Consideramos que son dos buenas opciones si se quiere probar algo más allá de la comida tradicional que puede encontrarse en multitud de restaurantes en Lisboa.
Mientras se nos hace la boca agua recordando ambos restaurantes, terminamos nuestra historia con Lisboa. De momento.
Mientras se nos hace la boca agua recordando ambos restaurantes, terminamos nuestra historia con Lisboa. De momento.