Montenegro
Septiembre de 2021
Preparativos
Por alguna razón que no logramos identificar, nos sentimos bastante atraídos por los países del este de Europa (aunque Montenegro se ubica más en el sureste, lo consideramos parte de este grupo). Suelen ser lugares agradables, baratos, fáciles de visitar (en algunos casos, a pesar de las carreteras), no muy masificados (aunque aquí también hay excepciones), con rincones muy interesantes, donde se come razonablemente bien y cuyos lugareños suelen ser gente muy amable. A veces puede haber alguna dificultad para entenderse, pero, para nosotros, esto nunca ha supuesto verdaderamente un problema.
Montenegro tiene bastantes kilómetros de costa, por lo que en la época estival suele ser un destino muy popular. Por este motivo, decidimos ir a principios de septiembre, con la idea de disfrutar todavía del buen tiempo sin demasiadas aglomeraciones.
Aunque el país cuenta con dos aeropuertos internacionales, las combinaciones aéreas desde nuestro lado de Europa para llegar a Montenegro no son demasiado atractivas. Sin embargo, hay un plan B excepcional: el aeropuerto de Dubrovnik, en Croacia, está muy cerca de la frontera, por lo que se convierte en una alternativa magnífica (fue por la que nosotros optamos). Compramos los billetes de avión y reservamos un coche de alquiler en el propio aeropuerto. Hay que tener cuidado, porque algunas low cost de alquiler de coches no permiten cruzar la frontera. Las compañías que lo permiten suelen cobrar un pequeño recargo.
Montenegro es un país pequeño. Nosotros habíamos planeado pasar allí nueve días, pero cuando comenzamos a confeccionar el itinerario, nos dimos cuenta de que para visitar los principales lugares turísticos no se necesitaba tanto tiempo. Una idea fabulosa sería combinarlo con Dubrovnik, pero nosotros ya habíamos estado cuando visitamos Croacia, así que decidimos hacer una ruta más relajada, dedicando incluso algún día para ir a la playa.
Reservamos los hoteles antes de salir, así que llevaríamos la ruta bastante cerrada. En total hicimos algo menos de mil doscientos kilómetros de conducción.
Por alguna razón que no logramos identificar, nos sentimos bastante atraídos por los países del este de Europa (aunque Montenegro se ubica más en el sureste, lo consideramos parte de este grupo). Suelen ser lugares agradables, baratos, fáciles de visitar (en algunos casos, a pesar de las carreteras), no muy masificados (aunque aquí también hay excepciones), con rincones muy interesantes, donde se come razonablemente bien y cuyos lugareños suelen ser gente muy amable. A veces puede haber alguna dificultad para entenderse, pero, para nosotros, esto nunca ha supuesto verdaderamente un problema.
Montenegro tiene bastantes kilómetros de costa, por lo que en la época estival suele ser un destino muy popular. Por este motivo, decidimos ir a principios de septiembre, con la idea de disfrutar todavía del buen tiempo sin demasiadas aglomeraciones.
Aunque el país cuenta con dos aeropuertos internacionales, las combinaciones aéreas desde nuestro lado de Europa para llegar a Montenegro no son demasiado atractivas. Sin embargo, hay un plan B excepcional: el aeropuerto de Dubrovnik, en Croacia, está muy cerca de la frontera, por lo que se convierte en una alternativa magnífica (fue por la que nosotros optamos). Compramos los billetes de avión y reservamos un coche de alquiler en el propio aeropuerto. Hay que tener cuidado, porque algunas low cost de alquiler de coches no permiten cruzar la frontera. Las compañías que lo permiten suelen cobrar un pequeño recargo.
Montenegro es un país pequeño. Nosotros habíamos planeado pasar allí nueve días, pero cuando comenzamos a confeccionar el itinerario, nos dimos cuenta de que para visitar los principales lugares turísticos no se necesitaba tanto tiempo. Una idea fabulosa sería combinarlo con Dubrovnik, pero nosotros ya habíamos estado cuando visitamos Croacia, así que decidimos hacer una ruta más relajada, dedicando incluso algún día para ir a la playa.
Reservamos los hoteles antes de salir, así que llevaríamos la ruta bastante cerrada. En total hicimos algo menos de mil doscientos kilómetros de conducción.
Inicio
Aterrizamos en el aeropuerto de Dubrovnik por la tarde y, tras recoger el coche de alquiler, nos dirigimos a la frontera. El paso fue bastante sencillo y no había demasiado tráfico, así que llegamos a nuestro alojamiento antes del anochecer. Habíamos reservado un hotel cerca de la frontera con la idea de no tener que conducir hasta tarde, poder cenar tranquilamente y descansar. Ya comenzaríamos a hacer turismo al día siguiente.
Por la mañana iniciamos las visitas en Herceg Novi. Dejamos el coche en un aparcamiento y dimos un paseo por la ciudad. El centro histórico es muy pequeño y con un pequeño paseo se recorre enseguida. Encontramos un pequeño mercado, donde aprovechamos para comprar algo de fruta; visitamos un par de iglesias y subimos y bajamos unas cuantas escaleras.
Aterrizamos en el aeropuerto de Dubrovnik por la tarde y, tras recoger el coche de alquiler, nos dirigimos a la frontera. El paso fue bastante sencillo y no había demasiado tráfico, así que llegamos a nuestro alojamiento antes del anochecer. Habíamos reservado un hotel cerca de la frontera con la idea de no tener que conducir hasta tarde, poder cenar tranquilamente y descansar. Ya comenzaríamos a hacer turismo al día siguiente.
Por la mañana iniciamos las visitas en Herceg Novi. Dejamos el coche en un aparcamiento y dimos un paseo por la ciudad. El centro histórico es muy pequeño y con un pequeño paseo se recorre enseguida. Encontramos un pequeño mercado, donde aprovechamos para comprar algo de fruta; visitamos un par de iglesias y subimos y bajamos unas cuantas escaleras.
De vuelta en el coche nos acercamos hasta el monasterio Savina. Debía de haber alguna celebración, porque el lugar estaba lleno de gente y estaban repartiendo comida y bebida a todo el mundo. El cementerio del monasterio se encuentra a la izquierda de la entrada, pero en la parte de atrás encontramos unas cuantas tumbas desde donde se veían los viñedos del propio monasterio. Un lugar bastante bonito que, con un poco menos de bullicio, hubiéramos disfrutado un poco más.
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Ese día íbamos a conducir bastante, pues la idea era dormir en Žabljak, a las puertas del Parque Nacional de Durmitor. Para hacer más llevadero el trayecto, decidimos parar a medio camino y visitar el monasterio de Ostrog. Nada más iniciar la ruta, a la salida de Herceg Novi, condujimos por la carretera que bordea las Bocas de Kotor (también conocida como bahía de Kotor). Una zona muy espectacular a la que regresaríamos al final de nuestro viaje.
La carretera que atraviesa el interior del país nos sorprendió muy gratamente y llegamos muy bien hasta la zona del monasterio. Antes de ascender el último tramo, muy sinuoso y lleno de curvas, paramos a comer en el restaurante Koliba Bogeciti, muy popular y concurrido, donde comimos muy bien.
El monasterio estaba abarrotado, aunque no tanto como cuando nos marchamos. La peculiaridad principal del lugar radica en que está excavado en la roca, lo que lo convierte en un lugar turístico. También alberga reliquias importantes del mundo religioso ortodoxo serbio-montenegrino. Nada más llegar al recinto, encontramos un montón de gente haciendo cola, así que nos pusimos a la misma, sin saber adonde llevaba. Poco a poco fuimos avanzando hasta llegar al final: en lo más profundo del recinto había una sala muy pequeña, donde había un religioso sentado custodiando un ataúd con los restos de algún personaje importante. La gente besaba devotamente una cruz que portaba el religioso en su mano y se santiguaba repetidamente frente al ataúd. Con el mayor de los respetos salimos por donde habíamos entrado, lamentando la pérdida de tiempo.
Después visitamos el edificio adyacente, donde entramos en varias salas y subimos unas escaleras hasta llegar a un lugar abierto, en el que encontramos pinturas sobre la roca.
A la salida comprobamos que la cola era mucho más larga que a nuestra llegada, así que podemos decir que tuvimos suerte.
El monasterio estaba abarrotado, aunque no tanto como cuando nos marchamos. La peculiaridad principal del lugar radica en que está excavado en la roca, lo que lo convierte en un lugar turístico. También alberga reliquias importantes del mundo religioso ortodoxo serbio-montenegrino. Nada más llegar al recinto, encontramos un montón de gente haciendo cola, así que nos pusimos a la misma, sin saber adonde llevaba. Poco a poco fuimos avanzando hasta llegar al final: en lo más profundo del recinto había una sala muy pequeña, donde había un religioso sentado custodiando un ataúd con los restos de algún personaje importante. La gente besaba devotamente una cruz que portaba el religioso en su mano y se santiguaba repetidamente frente al ataúd. Con el mayor de los respetos salimos por donde habíamos entrado, lamentando la pérdida de tiempo.
Después visitamos el edificio adyacente, donde entramos en varias salas y subimos unas escaleras hasta llegar a un lugar abierto, en el que encontramos pinturas sobre la roca.
A la salida comprobamos que la cola era mucho más larga que a nuestra llegada, así que podemos decir que tuvimos suerte.
El interior
El Parque Nacional de Durmitor es uno de los cinco parques nacionales que hay en Montenegro. Nosotros visitaríamos cuatro de ellos.
El día siguiente amaneció frío y con mucha niebla, pero eso no restó ni un ápice de entusiasmo a nuestras ganas de aventura. En primer lugar, recorrimos el anillo del Durmitor, un trazado circular de unos ochenta kilómetros que discurre por el interior del parque y atraviesa varias de las zonas más interesantes (algunas de las cuales no pudimos ver por la dichosa niebla).
Comenzamos la ruta por una zona agreste. Como la niebla se movía bastante, decidimos ir parando en los miradores e ir disfrutando del paisaje que pudiéramos a cada momento.
El Parque Nacional de Durmitor es uno de los cinco parques nacionales que hay en Montenegro. Nosotros visitaríamos cuatro de ellos.
El día siguiente amaneció frío y con mucha niebla, pero eso no restó ni un ápice de entusiasmo a nuestras ganas de aventura. En primer lugar, recorrimos el anillo del Durmitor, un trazado circular de unos ochenta kilómetros que discurre por el interior del parque y atraviesa varias de las zonas más interesantes (algunas de las cuales no pudimos ver por la dichosa niebla).
Comenzamos la ruta por una zona agreste. Como la niebla se movía bastante, decidimos ir parando en los miradores e ir disfrutando del paisaje que pudiéramos a cada momento.
Después de algunas paradas, seguimos avanzando por una zona con granjas y menor interés paisajístico. Llegamos hasta el cañón del río Sušice, donde la vista fue casi nula. Descendimos hasta el fondo del cañón para visitar el lago Sušičko, donde comprobamos, como ponía en la guía, que este bonito lago se seca en verano, dejando una amplia y agradable pradera húmeda.
Ascendimos el cañón por la otra vertiente y llegamos al punto más alto, donde ya comenzaba a despejarse la niebla, lo que nos permitió contemplar algo del cañón.
Más adelante nos encontramos con una amplia panorámica del lago negro, el lugar más visitado del parque. Desde ese punto también pudimos observar una bonita ave rapaz posada sobre la copa de un árbol, justo antes de que iniciara un majestuoso vuelo por la zona.
Más adelante nos encontramos con una amplia panorámica del lago negro, el lugar más visitado del parque. Desde ese punto también pudimos observar una bonita ave rapaz posada sobre la copa de un árbol, justo antes de que iniciara un majestuoso vuelo por la zona.
Una vez completado el anillo, nos dirigimos hasta el lago, donde aparcamos el coche. El entorno del lago es muy bonito, todo rodeado de árboles y con montañas circundándolo, entre las que destaca Durmitor, la que da nombre al parque.
Ya con el cielo prácticamente despejado, dimos un paseo muy agradable bordeando el lago y disfrutando del paisaje.
Ya con el cielo prácticamente despejado, dimos un paseo muy agradable bordeando el lago y disfrutando del paisaje.
Para completar las visitas del parque nos quedaba el puente sobre el cañón del río Tara, pero decidimos dejarlo para el día siguiente, ya que nos pillaba de camino hacia Podgorica. Este cañón es el más profundo de Europa; en algunas zonas incluso puede llegar a los mil doscientos metros de profundidad. Entre los turistas que visitan el parque Durmitor es muy típico hacer una parada en el puente que hay sobre el cañón. Es una monumental obra de ingeniería digna de verse. Nosotros cruzamos al otro lado hasta un camping, desde donde se obtiene una magnífica panorámica, tanto del puente como del propio cañón.
Nuestra segunda parada del día fue el Parque Nacional de Biogradska Gora, donde teníamos intención de hacer una pequeña caminata. Gran parte del trayecto para llegar hasta allí discurre por el propio cañón del Tara, unas veces casi a ras de río, otras desde lo alto. En definitiva, un camino muy bonito que no se puede contemplar en todo su esplendor porque hay que ir bastante pendiente de la carretera.
Lo más llamativo y popular del parque de Biogradska Gora es, al igual que en el de Durmitor, su lago. Nuestra corta visita consistiría en dar un paseo bordeándolo. Dejamos el coche en el aparcamiento junto al lago, por lo que nada más salir del coche nos pusimos a caminar. Algunos tramos del recorrido son sobre tablones de madera, pues se atraviesan zonas muy húmedas y rebosantes de vegetación.
El sendero transcurre casi en su totalidad por la sombra, pues el bosque llega hasta la orilla del lago, dejando muy pocas ocasiones en las que acercarse a la orilla.
En definitiva, un entorno natural muy bonito.
Lo más llamativo y popular del parque de Biogradska Gora es, al igual que en el de Durmitor, su lago. Nuestra corta visita consistiría en dar un paseo bordeándolo. Dejamos el coche en el aparcamiento junto al lago, por lo que nada más salir del coche nos pusimos a caminar. Algunos tramos del recorrido son sobre tablones de madera, pues se atraviesan zonas muy húmedas y rebosantes de vegetación.
El sendero transcurre casi en su totalidad por la sombra, pues el bosque llega hasta la orilla del lago, dejando muy pocas ocasiones en las que acercarse a la orilla.
En definitiva, un entorno natural muy bonito.
De vuelta en el coche, continuamos acercándonos a Podgorica, aunque antes paramos en el monasterio de Morača. Para llegar hasta él recorrimos el cañón del río del mismo nombre, por lo que la conducción del día no pudo ser más entretenida y espectacular: primero el cañón del Tara y después el de Morača.
Del monasterio solamente se puede visitar su agradable jardín y la iglesia. Está muy bien reformado y, a pesar de estar junto a la carretera, es un remanso de paz. El edificio que alberga las habitaciones de los monjes se puede ver desde fuera. A través de una verja se ven numerosos panales de miel. El lugar estaba muy tranquilo y apenas había actividad. Cuando ya nos íbamos tañeron una campana, suponemos que llamando a los monjes a comer.
Del monasterio solamente se puede visitar su agradable jardín y la iglesia. Está muy bien reformado y, a pesar de estar junto a la carretera, es un remanso de paz. El edificio que alberga las habitaciones de los monjes se puede ver desde fuera. A través de una verja se ven numerosos panales de miel. El lugar estaba muy tranquilo y apenas había actividad. Cuando ya nos íbamos tañeron una campana, suponemos que llamando a los monjes a comer.
Podgorica, a pesar de ser la capital del país, no es uno de los sitios con mayor interés turístico de Montenegro. A pesar de ello, pasamos una tarde muy agradable en la ciudad. Una vez dejamos nuestras pertenencias en el hotel, nos acercamos a comer a Pod Volat. Se trata del típico restaurante céntrico al que van todos los turistas. Sin embargo, estaba también lleno de locales y la comida resultó ser muy rica y barata.
Tras la parada, nos acercamos a lo que se supone que es la ciudad antigua: en realidad se trata de un entramado de calles serpenteantes con un par de mezquitas en renovación y casas más o menos restauradas. Junto al río se supone que quedan restos de una fortaleza, aunque nosotros solamente vimos unos cuantos muros. Atravesamos el restaurado puente antiguo para dirigimos a la llamada ciudad nueva. En la avenida principal paramos en la pastelería Čarolija, donde tomamos un par de dulces muy ricos.
Entramos en la moderna catedral, donde estuvimos contemplando la enorme cantidad de frescos que inundan su interior. Desde allí nos acercamos a contemplar el puente del Milenio.
Estuvimos paseando por las calles tranquilas del centro y terminamos en Kokotov Rep, una agradable coctelería donde degustamos dos cócteles deliciosos en una agradable terraza interior.
Tras la parada, nos acercamos a lo que se supone que es la ciudad antigua: en realidad se trata de un entramado de calles serpenteantes con un par de mezquitas en renovación y casas más o menos restauradas. Junto al río se supone que quedan restos de una fortaleza, aunque nosotros solamente vimos unos cuantos muros. Atravesamos el restaurado puente antiguo para dirigimos a la llamada ciudad nueva. En la avenida principal paramos en la pastelería Čarolija, donde tomamos un par de dulces muy ricos.
Entramos en la moderna catedral, donde estuvimos contemplando la enorme cantidad de frescos que inundan su interior. Desde allí nos acercamos a contemplar el puente del Milenio.
Estuvimos paseando por las calles tranquilas del centro y terminamos en Kokotov Rep, una agradable coctelería donde degustamos dos cócteles deliciosos en una agradable terraza interior.
Con eso dimos por acabado el día, aunque no la visita.
A la mañana siguiente, antes de abandonar la ciudad, nos acercamos al mercado central, donde estuvimos contemplando los productos frescos que ofrecían. Nos encantó la variedad de fruta y, sobre todo, sus precios tan comedidos.
En las afueras de Podgorica visitamos la bodega Plantaže, la más grande de Montenegro y una de las más grandes de Europa. Tienen tres zonas de viñedos repartidas en tres emplazamientos diferentes por el país, pero nosotros teníamos interés en visitar Šipčanik, camino de la frontera con Albania. La mayor peculiaridad de esta bodega es que está ubicada en una montaña, en cuyas entrañas la antigua Yugoslavia de Tito cavó un descomunal hangar secreto para aviones de guerra. Con el paso del tiempo (y de los acontecimientos) el lugar quedó en desuso y la bodega compró el terreno. En el interior del “agujero” es donde almacenan los barriles con el vino.
La visita incluyó la cata de tres vinos de la bodega que no fueron especialmente destacables. Sin duda, una bodega única en el mundo.
A la mañana siguiente, antes de abandonar la ciudad, nos acercamos al mercado central, donde estuvimos contemplando los productos frescos que ofrecían. Nos encantó la variedad de fruta y, sobre todo, sus precios tan comedidos.
En las afueras de Podgorica visitamos la bodega Plantaže, la más grande de Montenegro y una de las más grandes de Europa. Tienen tres zonas de viñedos repartidas en tres emplazamientos diferentes por el país, pero nosotros teníamos interés en visitar Šipčanik, camino de la frontera con Albania. La mayor peculiaridad de esta bodega es que está ubicada en una montaña, en cuyas entrañas la antigua Yugoslavia de Tito cavó un descomunal hangar secreto para aviones de guerra. Con el paso del tiempo (y de los acontecimientos) el lugar quedó en desuso y la bodega compró el terreno. En el interior del “agujero” es donde almacenan los barriles con el vino.
La visita incluyó la cata de tres vinos de la bodega que no fueron especialmente destacables. Sin duda, una bodega única en el mundo.
En nuestro camino hacia la costa montenegrina visitamos el Parque Nacional del Lago Skadar, uno de los principales hábitats de aves de Europa. Un tercio de la extensión de este parque discurre por terreno albanés. La localidad más popular del parque es Virpazar. Aunque hay una carretera que conecta esta localidad con Podgorica, nosotros decidimos dar un pequeño rodeo para pasar por el mirador de Pavlova Strana, ubicado en la parte más septentrional del parque. Desde el mirador se puede contemplar una magnífica panorámica de un meandro del río Rijeka Crnojevića.
Una vez hubimos hecho las fotografías de rigor, descendimos hasta la pequeña localidad de Rijeka Crnojevića para atravesar su icónico puente. Desde allí, una sinuosa carretera nos condujo hasta Virpazar. Este lugar resultó ser un hervidero de gente, ya que allí se agolpan las empresas que ofrecen rutas en bote por el lago Skadar. A nosotros nos dio pereza dicha actividad, así que nos conformamos con dar una vuelta y contemplar el paisaje.
De vuelta en el coche, abandonamos el interior del país y nos dirigimos hacia la costa, en la que permaneceríamos hasta el final del viaje. La idea era descender hasta Ulcinj, el punto más al sur de nuestro recorrido, muy cerca de la frontera con Albania, e ir bordeando el litoral hacia el norte, de vuelta al inicio de la ruta.
La costa
Llegamos a Ulcinj por la tarde. Antes de que anocheciera, tuvimos tiempo de dar un paseo por el centro histórico, que en realidad no es más que una pequeña fortaleza antigua. La mayor parte del interior de dicha fortaleza estaba en obras o abandonado; tan solamente encontramos algunos hoteles y restaurantes que ofrecían una bonita panorámica del atardecer.
Atravesamos la playa del centro de la ciudad por el paseo marítimo, plagado de bares y restaurantes con la música bastante alta, y con una mezquita entre medias. Y es que Ulcinj, dada su cercanía a Albania, es la ciudad montenegrina con mayor número de mezquitas. En las afueras de la ciudad hay una playa larguísima que no visitamos.
La costa
Llegamos a Ulcinj por la tarde. Antes de que anocheciera, tuvimos tiempo de dar un paseo por el centro histórico, que en realidad no es más que una pequeña fortaleza antigua. La mayor parte del interior de dicha fortaleza estaba en obras o abandonado; tan solamente encontramos algunos hoteles y restaurantes que ofrecían una bonita panorámica del atardecer.
Atravesamos la playa del centro de la ciudad por el paseo marítimo, plagado de bares y restaurantes con la música bastante alta, y con una mezquita entre medias. Y es que Ulcinj, dada su cercanía a Albania, es la ciudad montenegrina con mayor número de mezquitas. En las afueras de la ciudad hay una playa larguísima que no visitamos.
En definitiva, un lugar totalmente prescindible desde el punto de vista turístico (al menos cenamos muy bien y muy barato).
La mañana siguiente comenzamos nuestra ruta hacia el norte bordeando la costa. La primera parada fue en Bar; más concretamente, en la ciudad antigua (Stari Bar). Para acceder a esta pequeña ciudad amurallada hay que atravesar una bonita calle llena de bares y tiendas de recuerdos. La ciudad está conservada como museo, por lo que se paga una entrada para visitarla. En el interior encontramos edificios en mejor o peor estado de conservación, pero puesto que había muy pocos turistas, la pudimos recorrer con tranquilidad. Al menos, hasta que se puso a llover.
Desde una de las almenas contemplamos el acueducto exterior y después entramos en las dos iglesias que quedan en pie; en general, aun siendo una visita menor, nos gustó esa mezcla de vegetación cubriendo zonas derruidas con pequeños edificios muy bien restaurados.
La mañana siguiente comenzamos nuestra ruta hacia el norte bordeando la costa. La primera parada fue en Bar; más concretamente, en la ciudad antigua (Stari Bar). Para acceder a esta pequeña ciudad amurallada hay que atravesar una bonita calle llena de bares y tiendas de recuerdos. La ciudad está conservada como museo, por lo que se paga una entrada para visitarla. En el interior encontramos edificios en mejor o peor estado de conservación, pero puesto que había muy pocos turistas, la pudimos recorrer con tranquilidad. Al menos, hasta que se puso a llover.
Desde una de las almenas contemplamos el acueducto exterior y después entramos en las dos iglesias que quedan en pie; en general, aun siendo una visita menor, nos gustó esa mezcla de vegetación cubriendo zonas derruidas con pequeños edificios muy bien restaurados.
A la salida nos sentamos en el pequeño porche de un bar a tomarnos un rico café turco mientras esperábamos a que amainara la lluvia.
En las afueras de Petrovac paramos en el monasterio de Gradiste, uno de los muchos monasterios que jalonan la costa. Pequeño y muy bien restaurado, está ubicado en lo alto de una colina. Nos pareció un auténtico remanso de paz.
En las afueras de Petrovac paramos en el monasterio de Gradiste, uno de los muchos monasterios que jalonan la costa. Pequeño y muy bien restaurado, está ubicado en lo alto de una colina. Nos pareció un auténtico remanso de paz.
En Petrovac tardamos más tiempo en encontrar sitio para aparcar que en hacer la visita turística. Esta población cuenta con una popular playa en el centro, al final de la cual encontramos lo que la guía definía como un “castillo” (que en realidad no era más que una pequeña roca con algún vestigio de muralla), desde donde se contemplaba una curiosa formación de estratos en las rocas. A veces nos preguntamos qué criterios siguen los redactores de las guías turísticas para decidir qué lugares incluyen o no en ellas.
Cuando confeccionamos el itinerario por Montenegro, sabíamos de antemano que nos iba a sobrar tiempo para visitar el país, así que decidimos planificar un día de playa para descansar. Para ello, buscamos un alojamiento agradable con piscina y un tanto más “cómodo” de lo que solemos reservar. Escogimos el Hotel Vivid Blue Serenity Resort. Situado un poco más al norte de Petrovac, nos pareció el lugar ideal para un día de tranquilidad. El hotel está ubicado en un pequeño promontorio frente al mar. También dispone de un servicio gratuito de traslado a una cercana playa, donde pasamos el resto de la mañana. Por la tarde preferimos la piscina del hotel y, antes de la cena, disfrutamos de un magnífico atardecer tomando unos cócteles. |
Al día siguiente continuamos con las visitas. Comenzamos ascendiendo a un monte por una carretera sinuosa para disfrutar de una magnífica panorámica de la diminuta (pero fotogénica) península de Sveti Stefan. Esta península, que separa dos hermosas playas por un pequeño istmo, es un hotel de lujo que en ese momento estaba cerrado. Después de hacer las fotografías de rigor, descendimos para ver la península de cerca. Recorrimos ambas playas y, atravesando un pequeño bosque, llegamos hasta una tercera que estaba un poco más escondida.
De vuelta en el coche seguimos bordeando la costa hasta Budva. Aquí el panorama cambió por completo: una ciudad mucho más grande de lo que habíamos visto hasta el momento, montones de hoteles y negocios, mucho tráfico y mucha gente por todas partes…
Dejamos el coche aparcado razonablemente cerca de la ciudad antigua. Antes de adentrarnos en sus murallas fuimos hasta el lado opuesto de la playa adyacente para hacer unas fotos. Nos encontramos con que, bordeando el acantilado, se llegaba a otra playa de aguas cristalinas que ya estaba abarrotada a esas horas.
Dejamos el coche aparcado razonablemente cerca de la ciudad antigua. Antes de adentrarnos en sus murallas fuimos hasta el lado opuesto de la playa adyacente para hacer unas fotos. Nos encontramos con que, bordeando el acantilado, se llegaba a otra playa de aguas cristalinas que ya estaba abarrotada a esas horas.
La ciudad antigua de Budva está muy bien conservada. La llaman la pequeña Dubrovnik: y es exactamente eso. Está construida con el mismo tipo de piedra. El entramado de sus estrechas callejuelas es muy agradable, especialmente en verano, ya que proporciona muchas zonas de sombra.
Se pueden visitar varias iglesias, la catedral y algún que otro museo. Nosotros hicimos una parada para tomarnos un rico helado antes de continuar con nuestra ruta. Una vez hubimos finalizado nuestro paseo, volvimos al coche y nos acercamos al monasterio de Podmaine. Situado en lo alto de una montaña a las afueras de Budva, se trata de otro apacible y tranquilo monasterio, muy bien restaurado, en el que se puede visitar la pequeña iglesia, que cuenta con unos interesantes frescos.
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En este punto abandonamos momentáneamente la costa y nos adentramos en el interior. Para ello tuvimos que subir un puerto de montaña, desde donde pudimos contemplar una bonita vista de Budva y su ciudad antigua, y también de la península de Sveti Stefan.
Ya en el interior llegamos a Cetiña, antigua capital de Montenegro. Allí nos alojamos en el Gradska Cetinje, un magnífico hotel boutique ubicado en el mismo centro de la ciudad.
Cetiña es un lugar pequeño. El mayor aliciente de la ciudad es pasear por sus agradables calles peatonales contemplando los edificios que en su tiempo albergaron embajadas, la gran mayoría de los cuales son en la actualidad edificios públicos. Cuenta también con un monasterio (en el que solamente nos dejaron acceder a la iglesia) y un bonito parque. Somos conscientes de que tiene un interés turístico limitado, pero nosotros estuvimos muy a gusto. Tras comernos un enorme bocadillo con forma de herradura que estaba muy rico, como hacía una temperatura muy agradable, al caer la tarde nos tomamos unos cócteles en la terraza de nuestro hotel.
Cetiña es un lugar pequeño. El mayor aliciente de la ciudad es pasear por sus agradables calles peatonales contemplando los edificios que en su tiempo albergaron embajadas, la gran mayoría de los cuales son en la actualidad edificios públicos. Cuenta también con un monasterio (en el que solamente nos dejaron acceder a la iglesia) y un bonito parque. Somos conscientes de que tiene un interés turístico limitado, pero nosotros estuvimos muy a gusto. Tras comernos un enorme bocadillo con forma de herradura que estaba muy rico, como hacía una temperatura muy agradable, al caer la tarde nos tomamos unos cócteles en la terraza de nuestro hotel.
Cetiña se encuentra junto al Parque Nacional de Lovćen. Este parque sería nuestra primera visita del día siguiente y el cuarto y último parque nacional montenegrino que visitaríamos.
Comenzamos haciendo una caminata llamada Wolf Trail. Esta ruta circular se supone que es la más popular del parque, pero en sus algo más de diez kilómetros de longitud, solamente nos cruzamos con otras dos parejas. El itinerario está muy bien señalizado, por lo que no tiene perdida. Se deja el coche en el aparcamiento del hotel Ivanov y se siguen los carteles que se adentran en el bosque. Durante un buen rato estuvimos atravesando el bosque y ascendiendo lentamente, hasta que salimos de él y nos encontramos con una espléndida vista del mausoleo de Petar II Petrović-Njegoš, al que iríamos después. |
El punto álgido de la ruta es un mirador desde el que hay una espléndida vista de la costa: hacia el sur, abarca hasta la lejana península de Sveti Stefan y, hacia el norte, hasta la bahía de Kotor, donde se contempla perfectamente la pista del aeropuerto de Tivat.
De regreso al coche condujimos hasta el mencionado mausoleo. Para acceder a él hay que subir un buen tramo de escaleras hasta llegar hasta la sala donde se halla la tumba de Petar II Petrović-Njegoš, uno de los mayores defensores de la historia de la identidad montenegrina. Detrás del mausoleo hay una plataforma desde la que se contempla una bonita vista de 360 grados del lugar.
La bahía de Kotor
Desde lo alto del mausoleo, en pleno corazón del Parque Nacional de Lovćen, iniciamos el descenso hacia Kotor. Para ello tuvimos que descender por la Kotor Serpentine, una estrecha carretera que cuenta con más de treinta curvas de herradura. Vale la pena ser un tanto intrépido y animarse a recorrerla, porque las vistas de la bahía de Kotor en algunas de las curvas ofrecen la panorámica más bonita y espectacular del país.
Por el camino encontramos también un bar en el que habían construido un mirador (para acceder al mirador era obligatoria una consumición por persona). Ya sea desde una curva o desde la terraza-mirador, las vistas son impresionantes. Además, según se va descendiendo, la perspectiva va cambiando poco a poco.
Desde lo alto del mausoleo, en pleno corazón del Parque Nacional de Lovćen, iniciamos el descenso hacia Kotor. Para ello tuvimos que descender por la Kotor Serpentine, una estrecha carretera que cuenta con más de treinta curvas de herradura. Vale la pena ser un tanto intrépido y animarse a recorrerla, porque las vistas de la bahía de Kotor en algunas de las curvas ofrecen la panorámica más bonita y espectacular del país.
Por el camino encontramos también un bar en el que habían construido un mirador (para acceder al mirador era obligatoria una consumición por persona). Ya sea desde una curva o desde la terraza-mirador, las vistas son impresionantes. Además, según se va descendiendo, la perspectiva va cambiando poco a poco.
Una vez llegamos a Kotor fuimos directos al alojamiento. Tras dejar las cosas y comer algo, decidimos pasar la tarde en Tivat. El mayor aliciente de esta pequeña población, conocida como el Mónaco de Montenegro, es pasear por su puerto deportivo contemplando no solo los fastuosos yates que están allí atracados, sino los lujosos hoteles que pueblan el entorno. Es también un agradable sitio desde donde contemplar la puesta de sol.
Regresamos a Kotor y dimos un paseo nocturno por la ciudad amurallada. Por la noche, la población cuenta con una iluminación muy adecuada: permite disfrutar de las siluetas de los edificios y las calles sin una contaminación lumínica abrumadora, pero sin necesidad de encender la linterna del móvil.
Kotor está situada en el extremo de la bahía que lleva su nombre. Su ubicación excepcional permite contemplar la bahía desde la ladera sobre la que está encaramada dicha población. Una de las visitas más populares es subir la ladera hasta un castillo derruido. Para ello, hay que armarse de valor, ya que se deben ascender unos mil doscientos escalones. Aunque la vista merece mucho la pena, los más perezosos pueden darse la vuelta antes, ya que desde el principio se disfruta de una bonita vista.
Nosotros comenzamos la siguiente jornada con esta ascensión: no solo porque era la hora de menos calor, sino porque la ladera tapa la salida del sol, lo que nos permitió hacer todo el camino de subida en sombra.
Como las escaleras van serpenteando hacia arriba, en todo momento hay una bella panorámica de Kotor y de su bahía. A mitad de camino más o menos hay una pequeña iglesia, ideal para hacer una breve parada y recargar fuerzas.
Kotor está situada en el extremo de la bahía que lleva su nombre. Su ubicación excepcional permite contemplar la bahía desde la ladera sobre la que está encaramada dicha población. Una de las visitas más populares es subir la ladera hasta un castillo derruido. Para ello, hay que armarse de valor, ya que se deben ascender unos mil doscientos escalones. Aunque la vista merece mucho la pena, los más perezosos pueden darse la vuelta antes, ya que desde el principio se disfruta de una bonita vista.
Nosotros comenzamos la siguiente jornada con esta ascensión: no solo porque era la hora de menos calor, sino porque la ladera tapa la salida del sol, lo que nos permitió hacer todo el camino de subida en sombra.
Como las escaleras van serpenteando hacia arriba, en todo momento hay una bella panorámica de Kotor y de su bahía. A mitad de camino más o menos hay una pequeña iglesia, ideal para hacer una breve parada y recargar fuerzas.
El castillo está derruido en gran medida y apenas tiene interés. Los más osados pueden continuar subiendo más allá del castillo, pero nosotros preferimos dar media vuelta y regresar a Kotor para adentrarnos intramuros.
La ciudad está muy bien conservada. Su tamaño es algo mayor a la ciudad antigua de Budva. Accedimos a todas las iglesias que nos encontramos abiertas, algunas de las cuales tenían frescos o retablos muy interesantes y bien conservados.
Estuvimos deambulando sin rumbo un buen rato por las calles de Kotor, simplemente disfrutando del lugar. Cuando nos percatamos de que ya habíamos pasado varias veces por muchos sitios, dimos por concluida la visita.
La ciudad está muy bien conservada. Su tamaño es algo mayor a la ciudad antigua de Budva. Accedimos a todas las iglesias que nos encontramos abiertas, algunas de las cuales tenían frescos o retablos muy interesantes y bien conservados.
Estuvimos deambulando sin rumbo un buen rato por las calles de Kotor, simplemente disfrutando del lugar. Cuando nos percatamos de que ya habíamos pasado varias veces por muchos sitios, dimos por concluida la visita.
Después de comer nos acercamos hasta Perast, pequeña población situada más o menos en el centro de la bahía de Kotor. Encajonada entre una ladera y el mar, esta localidad no se extiende mucho más allá de la calle que hace las veces de paseo marítimo. Afortunadamente es muy tranquila, estando el tráfico restringido a los residentes locales. Dispone de dos aparcamientos para los visitantes, uno a cada extremo de la población. Posee alojamientos de cierto nivel y las casas están muy bien restauradas, aunque la mayor atracción de Perast son las dos islas que hay enfrente: Gospa od Škrpjela (Nuestra Señora de las Rocas) y Sveti Dorde (San Jorge). La segunda es un islote privado que alberga un pequeño monasterio y el cementerio más antiguo de la zona. Pero Gospa od Škrpjela se puede visitar. Constantemente salen botes desde Perast cargados de turistas. En esta isla se puede entrar a una pequeña iglesia y admirar el paisaje que la rodea.
Antes de regresar a Kotor nos tomamos un refrigerio en una agradable terraza mientras disfrutábamos del paisaje.
Al día siguiente regresábamos a casa. Nos hubiera gustado recorrer la carretera que bordea toda la bahía, pero ese día se celebraba el Triatlón de Perast y la carretera estaría cortada casi toda la mañana. Así pues, no tuvimos más remedio que ir en sentido contrario hasta Tivat y allí tomar el ferry que nos cruzara al otro lado.
Deshicimos el camino hacia la frontera, pasando nuevamente por Herceg Novi, la primera población montenegrina que visitamos a nuestra llegada. Atravesamos la frontera con Croacia sin mayor problema y condujimos hasta Cavtat, ya que nuestro vuelo salía por la tarde.
Esta pequeña población croata, ubicada muy cerca del aeropuerto de Dubrovnik, fue un magnífico lugar donde pasar nuestras últimas horas del viaje. Cavtat cuenta con dos pequeñas penínsulas que se pueden recorrer a pie fácilmente. En la primera hay un bosque por el que discurre un sendero panorámico; la otra península está llena de casas y también cuenta con un paseo para rodearla.
Al día siguiente regresábamos a casa. Nos hubiera gustado recorrer la carretera que bordea toda la bahía, pero ese día se celebraba el Triatlón de Perast y la carretera estaría cortada casi toda la mañana. Así pues, no tuvimos más remedio que ir en sentido contrario hasta Tivat y allí tomar el ferry que nos cruzara al otro lado.
Deshicimos el camino hacia la frontera, pasando nuevamente por Herceg Novi, la primera población montenegrina que visitamos a nuestra llegada. Atravesamos la frontera con Croacia sin mayor problema y condujimos hasta Cavtat, ya que nuestro vuelo salía por la tarde.
Esta pequeña población croata, ubicada muy cerca del aeropuerto de Dubrovnik, fue un magnífico lugar donde pasar nuestras últimas horas del viaje. Cavtat cuenta con dos pequeñas penínsulas que se pueden recorrer a pie fácilmente. En la primera hay un bosque por el que discurre un sendero panorámico; la otra península está llena de casas y también cuenta con un paseo para rodearla.
Desde Cavtat se ve Dubrovnik, aunque un tanto en la lejanía. Hay botes que salen con cierta frecuencia que comunican ambos municipios. Sin duda, fue un buen fin de fiesta.
En resumen, y como hemos comentado al inicio de este relato, Montenegro es un país con unas cuantas atracciones turísticas muy interesantes. Si se visita lo principal (y se excluyen lugares poco interesantes) y se le añade una excursión a Dubrovnik, puede quedar un viaje muy recomendable de entre siete y diez días. Pero aunque solamente se disfrute de la bahía de Kotor, merece la pena el viaje.
En resumen, y como hemos comentado al inicio de este relato, Montenegro es un país con unas cuantas atracciones turísticas muy interesantes. Si se visita lo principal (y se excluyen lugares poco interesantes) y se le añade una excursión a Dubrovnik, puede quedar un viaje muy recomendable de entre siete y diez días. Pero aunque solamente se disfrute de la bahía de Kotor, merece la pena el viaje.