Vietnam
Diciembre 2015
Preparativos
Visitar el sudeste asiático en los meses de verano debe de ser bastante duro por el calor y, sobre todo, por la humedad. Por eso decidimos aprovechar las vacaciones de Navidad para desplazarnos hasta allí. Teníamos catorce días justos y optamos por Vietnam. Lo primero que hicimos fue comprar los vuelos. Una vez cerradas las fechas comenzó la siempre difícil tarea de confeccionar el itinerario. El viaje a Vietnam suele combinarse con los templos de Angkor Wat en Camboya, una de las visitas obligadas de la zona. Nosotros, sin embargo, optamos por dejarlo para otra ocasión y dedicar las dos semanas a recorrer Vietnam. Una vez hubimos decidido centrarnos solamente en Vietnam, confeccionar el itinerario fue más sencillo de lo que habíamos imaginado. Además de las visitas obligadas, como Hoi An, Hué, la bahía de Halong y, por supuesto, Hanoi y Ciudad Ho Chi Minh, decidimos incluir una corta escapada a algún punto del delta del Mekong y a unas cuevas cerca de Dong Hoi. Para ganar tiempo, compramos billetes de avión para los trayectos más largos. Los más cortos los haríamos en tren o en autobús y los compraríamos in situ sobre la marcha. Cuando el itinerario estuvo cerrado, decidimos reservar todos los alojamientos. En general fueron razonablemente baratos y de muy buena calidad, salvo un par de excepciones. Lo que nos trajo más quebraderos de cabeza fue el mini-crucero por la bahía de Halong. Encontramos tres opciones: crucero de un día, de dos días (y una noche) y de tres días (y dos noches). El de un día lo descartamos desde un principio, ya que durmiendo en Hanoi sería una paliza (desde donde zarpan los barcos hasta Hanoi hay casi 4 horas de trayecto por carretera). Finalmente optamos por el de tres días para poder disfrutar más de la zona. El problema fue que, pese a que encontramos una infinidad de empresas que ofrecían el crucero, los precios eran muy elevados comparativamente a lo que habíamos pagado por los aviones internos o por los alojamientos. Después de mucho dudar, terminamos preguntando en el hotel en el que habíamos reservado en Hanoi, donde nos hicieron una oferta con una compañía mucho más barata que la media. Lo que era mucho más barato no era la compañía, que en su web pedía mucho más dinero, sino la oferta. Así que decidimos contratarlo a través del hotel. Por otro lado, nos enteramos de que desde julio de 2015 las autoridades vietnamitas estaban aplicando una exención de visado a los nacionales de una serie de países (entre los que se encontraba España), siempre que la estancia en Vietnam fuera inferior a 15 días y se hiciera una sola entrada en el territorio. Como nuestro viaje duraba 14 días exactamente, nos pusimos en contacto con la embajada para confirmar la noticia. Nos ratificaron la información, pero nos advirtieron de que podríamos encontrar oficiales en la aduana que no estuviesen al tanto y, por lo tanto, la exención o no de visado quedaba a discreción de la persona que nos sellara el pasaporte. A pesar de todo, decidimos arriesgarnos y no tramitar el visado. Con esto dimos por concluidos los preparativos. Ya sólo quedaba esperar a la fecha de inicio del viaje. Centro de Vietnam
Decidimos comenzar nuestro itinerario por el centro del país, continuar hacia el norte y terminar en el sur. Aterrizamos casi de noche en al aeropuerto de Ciudad Ho Chi Minh. Tras bajar del avión, nos pusimos directamente a la cola del control de pasaportes con la esperanza de que las autoridades no nos pusieran ninguna traba para entrar al país. Cuando llegó nuestro turno, le dijimos al oficial que queríamos acogernos a la exención de visado porque nuestra estancia era inferior a quince días, quien, tras comprobar el billete de vuelta, nos selló el pasaporte sin objetar. A la mañana siguiente teníamos un vuelo temprano, así que habíamos reservado un hotel a unos diez minutos caminando del aeropuerto. El aeropuerto está dentro de la ciudad dado que la urbe ha crecido rodeándolo, así que es posible echar a andar y llegar a un montón de sitios; algo impensable en aeropuertos de otras ciudades. Cenamos algo en un restaurante frente al hotel y nos fuimos a dormir, pues el viaje se nos había hecho muy largo. Nuestro siguiente destino era Hoi An. Para llegar a él volamos a Danang. Allí nos esperaba un conductor que habíamos contratado a través del hotel de Hoi An para el traslado hasta el alojamiento. Habíamos convenido una parada en el trayecto en la que sería nuestra primera visita del país: las montañas de Mármol. De dichas montañas, situadas a las afueras de Danang, antiguamente se extraía mármol, de ahí el nombre. Ahora les resulta más barato importarlo desde China.
Nosotros visitamos Thuy Son, también conocida como la montaña de agua, que es la más grande y popular de las cinco que componen el complejo. El atractivo de estos promontorios es que cuentan con varias cuevas y pagodas diseminadas por sus laderas que se pueden visitar. Accedimos por la puerta B y decidimos hacer el recorrido completo de la montaña, saliendo por la puerta A. Antes de las escaleras de acceso hay una taquilla donde se paga la entrada. A partir de ahí, los turistas pueden deambular libremente. Tardamos unas dos horas en recorrerla. Entramos en varias cuevas (una de ellas bastante amplia), en cuyo interior siempre encontramos figuras de Buda y altares de diversos tamaños. Subimos al punto más alto de la montaña por una escalinata, desde donde pudimos contemplar Danang a lo lejos, así como una amplia panorámica de la costa, donde están construyendo un buen número de resorts e instalaciones hoteleras para atraer al turismo de playa.
Durante el paseo vimos una pagoda de siete pisos y visitamos todos los templos que fuimos encontrando a nuestro paso. Había figuras de Buda hechas de mármol por todas partes.
En la base de la montaña se agolpan un sinfín de tiendas con objetos de mármol, algunos de ellos bastante esperpénticos. Fue una visita muy agradable, bonita, sin mucha gente, en la que todo está muy bien cuidado. Comenzábamos muy bien nuestro itinerario por Vietnam. Volvimos al coche, desde donde el conductor nos llevó hasta nuestro alojamiento en Hoi An. Nos quedamos en el hotel Hoi An TNT Villa, un lugar moderno, muy cómodo y tranquilo, que contaba con piscina. A nuestra llegada nos esperaban con un zumo muy rico de fruta de la pasión.
Nuestra primera visita fue a la sala de la congregación china de Cantón, más que nada porque fue el primer sitio que encontramos. Es una especie de templo en el que destacan la figura de una carpa y un dragón, pero sobre todo una escultura bastante estrambótica de unos dragones que se encuentra en el jardín posterior al edificio.
Desde aquí caminamos hasta el puente cubierto japonés, una de las mayores atracciones de Hoi An que siempre está abarrotada.
Continuamos paseando y disfrutando del centro de Hoi An hasta que decidimos entrar en el siguiente recinto. En esa ocasión fue el templo de Quang Cong, bastante recargado y con unos cuantos bonsáis a la entrada.
Para cambiar un poco de aires, nuestra tercera visita fue a la casa Tan Ky. Una de las atracciones de Hoi An es visitar casas históricas y ésta es una de ellas. Profusamente decorada, es estrecha y alargada, finalizando en un pequeño patio al otro lado. La dinámica de las visitas a las casas es siempre la misma: te sientan en unas sillas, te invitan a un té mientras se espera para reunir un pequeño grupo de gente, y después viene un guía que te da una pequeña explicación histórica. Entender o no el acento inglés de la persona que lo cuenta depende de la pericia de cada uno.
Continuando nuestro paseo llegamos hasta el mercado, que señala el límite donde vuelve a haber vehículos a motor. Había casi tantos puestos en el interior como en el exterior. Junto al mercado encontramos un restaurante recomendado en la guía para degustar platos típicos de la zona, así que decidimos entrar. Fue una de las comidas más caras que probamos (siendo bastante barata), pues era un sitio para turistas, aunque estaba todo muy rico. Fue el comienzo de nuestro enamoramiento con la gastronomía vietnamita. Al día siguiente queríamos hacer una excursión a My Son, para lo cual estuvimos preguntando en algunas de las muchas agencias de viaje que hay en la ciudad. Finalmente dimos con una en la que la chica que nos atendió nos dio un buen precio, así que decidimos contratarla. Sería también el principio de una próspera relación comercial (especialmente para ella casi con toda seguridad).
Cuando anocheció atravesamos el río. En el puente varios vendedores ofrecían velas envueltas en una pequeña caja para posar en el río a modo de ofrenda. Nosotros continuamos hasta llegar al mercado nocturno. Allí un sinfín de puestos, principalmente de artesanía y regalos, hacían las delicias de los turistas. A nosotros nos gustaron más las tiendas de globos y pantallas para lámparas. A la mañana siguiente, a la hora convenida, pasaron a recogernos por el hotel para la excursión de My Son. Esta visita es una de las principales atracciones en Hoi An.
Las ruinas tienen varios grupos de edificios, pero los mejor conservados son los que se visitan en primer lugar. El resto pasaría casi a la condición de prescindible. Nos tocó un guía que hablaba un inglés difícil de entender, a pesar de que repetía las cosas un buen número de veces. Así que cuando vimos un mapa del lugar y comprendimos dónde estaba todo, decidimos independizarnos del grupo y hacer la visita por nuestra cuenta leyendo las explicaciones de la guía que teníamos. El lugar fue fuertemente bombardeado por el ejército estadounidense durante la guerra de Vietnam, por eso está bastante destruido. De hecho, se ven muchos cráteres por la zona originados por las bombas.
El primer grupo de ruinas tiene varios edificios en pie, dos de los cuales hacen las veces de pequeños museos y contienen restos de esculturas en su interior. El lugar se encuentra en plena selva y, por tanto, está rodeado y bastante recubierto de vegetación. Aún así, como todos los grupos de ruinas están muy juntos, se pasea fácilmente y no se tarda demasiado en verlos todos. De hecho, dado que no está demasiado cerca de Hoi An, al final se pasa más tiempo en el bus yendo y viniendo que en la propia visita. De regreso a Hoi An fuimos directamente al mercado a comer. Elegimos uno de los puestos al azar y degustamos por primera vez los famosos rollitos vietnamitas. Después visitamos las dos últimas atracciones a las que nos daba derecho nuestro ticket, que fueron nuevamente un templo y una antigua casa. Al acabar decidimos volver un rato al hotel para disfrutar de la piscina: no siempre tenemos la oportunidad de bañarnos en una piscina al aire libre un día tan señalado como el de Nochebuena.
Por la tarde volvimos a la agencia de viajes donde habíamos contratado la excursión de My Son; después de mucho negociar, compramos el billete de autobús hacia Hué del día siguiente, y el viaje en tren desde Hué hasta Dong Hoi para tres días más tarde.
Para desplazarnos hasta Hué utilizamos un medio de transporte muy habitual en Vietnam, el “sleeping bus”. Se trata de un autobús con tres filas de asientos de dos alturas separadas por dos pasillos, cuyas butacas están reclinadas. Aunque se pueden inclinar más o menos, la idea es ir tumbado o recostado durante todo el viaje. Como suele ser habitual en estos países, el aire acondicionado está a encendido a toda potencia, por lo que a pesar de la manta que hay en cada asiento, hay que ir preparado para pasar frío. Cabe mencionar que tienen wifi. Tardamos poco más de 3 horas en llegar a Hué, nuestro siguiente destino. Allí compartimos taxi con una pareja neozelandesa que viajaba con sus tres hijos a los que habíamos conocido en el propio autobús, ya que nuestros hoteles estaban muy cercanos.
En Hué nos quedamos en el Alba Spa Hotel, que contaba con una pequeña piscina de jacuzzi de carácter gratuito para los clientes en horario de tarde. Aquí también nos recibieron con un zumo de frutas. Una vez dejamos nuestras pertenencias en la habitación, fuimos en primer lugar al mercado Dong Ba. Para llegar a él tuvimos que atravesar el río por un puente de hierro habilitado solamente para peatones y motos. Este enorme mercado cubierto tiene casi tantos puestos en el interior como en el exterior. Como somos unos apasionados de los mercados, estuvimos deambulando sin rumbo, cotilleando en un sinfín de puestos las verduras, frutas y demás productos que vendían, algunos totalmente desconocidos para nosotros. Nos llamó la atención la gran cantidad de hierbas frescas que había.
Tras recorrer el mercado por los cuatro costados, nos encaminamos a la ciudad imperial. Hué tiene una ciudadela amurallada bastante amplia cuyo interior alberga la susodicha ciudad imperial, una especie de ciudad prohibida china a menor escala. Ya en el interior de la ciudadela encontramos un puesto callejero de comida y decidimos sentarnos a comer. Aunque la señora que lo regentaba no hablaba ni pizca de inglés, nos pareció entender que solamente ofrecían un plato, Bun thit Nuong, así que no hubo mucha opción. Nos sentamos en las sillas liliputienses tan habituales en Vietnam y nos comimos un cuenco cada uno. Como era de imaginar, resultó muy barato (apenas un euro por persona). Lo que no esperábamos es que fuera una de las comidas más ricas de toda nuestra estancia en el país. Afortunadamente para nosotros, en Vietnam decidimos no ser demasiado escrupulosos y comer casi en cualquier lado, porque las comidas más apetitosas y ricas las disfrutamos en puestos callejeros.
Entramos en la ciudad imperial por la tarde, lo que tuvo dos efectos inesperados muy positivos. El primero, que no encontramos mucha gente, por lo que pudimos deambular tranquilamente por todas partes; el segundo, que la luz del atardecer le daba a algunas zonas un color y un ambiente especialmente sugestivos.
Decidimos seguir la recomendación de la guía y visitamos el interior del recinto en el sentido contrario a las agujas del reloj. Eso nos permitió dejar para el final la zona más bonita.
Al recinto se accede por una puerta bastante imponente donde se compra el ticket. Nosotros compramos uno combinado con tres tumbas imperiales que visitaríamos el día siguiente. Una vez en el interior, hay una serie de pequeños palacios o templos separados por grandes patios. Encontramos muchos edificios que estaban restaurados con bastante acierto. Otros se encontraban en plena fase de restauración. Llegamos hasta un jardín en el extremo opuesto donde estuvimos contemplando a un jardinero que estaba trabajando con bonsáis.
No vamos a aburrir aquí con los nombres de los complejos. Sí diremos que el que más nos gustó fue el complejo del templo de To Mieu que, como hemos dicho, visitamos al final. Está amurallado dentro de la propia ciudadela y tiene un templo alargado muy bonito que da a un patio con tres grandes puertas. En este patio hay nueve urnas enormes de más de 2 000 kilogramos de peso cada una. Sin casi gente y con la bonita luz del atardecer, fue uno de los momentos que mejor recuerdo nos dejaron de Vietnam.
Como ese día se habían acabado las visitas, volvimos al hotel paseando y deambulando por las calles de Hué, observando a sus gentes y, sobre todo, el brutal tráfico de motos, algo que sería una constante en todo el país. Al día siguiente visitamos las tres tumbas imperiales que habíamos seleccionado previamente, las cuales se encuentran dispersas por los alrededores de la ciudad. Como no queríamos sumarnos a una excursión en grupo, preguntamos en varias agencias de viaje el precio de un transporte privado. Finalmente paramos un taxi y mediante signos y escribiendo en un papel, acordamos un precio bastante más bajo que el que nos ofrecían las agencias. Así pues, nos subimos y nos fuimos con el conductor.
La primera en la que paramos fue la tumba Lang Khai Dinh, quizá la más espectacular de las tres, aunque a nosotros nos gustó más la segunda.
La segunda tumba a la que fuimos fue la de Minh Mang. En el primer patio encontramos los guardianes de la tumba; a continuación se atraviesa un pequeño edificio y se accede a un segundo patio enorme. Éste, a su vez, finaliza en otro edificio, detrás del cual hay una puerta en la que una escalinata baja hasta un pequeño lago que rodea parte del complejo.
Esta tumba fue la que más nos gustó, sobre todo por su enclave, junto a un lago y en medio de un bosque. La tercera y última visita fue a la de Tu Duc, sin duda la más popular y en la que más turistas encontramos. Este complejo es el más grande de los tres, ya que Tu Duc la diseñó para habitarla antes y después de su muerte. Posee también un pequeño lago.
Encontramos muchas partes que estaban siendo rehabilitadas. De entre las zonas que se pueden visitar, destacan tres edificios que dan a un mismo patio, así como un pequeño pabellón sobre el lago. Una vez finalizada la visita, el taxista nos devolvió al hotel.
Decidimos comer algo antes de continuar visitando la ciudad y encontramos un lugar donde servían Bún Bò Hue, una especialidad local que no queríamos perdernos y que nos encantó. Tras la comida nos subimos a un taxi que nos llevó hasta la pagoda Tien Mu, situada a orillas del río que divide en dos la ciudad, y a la que se accede por unas escaleras. Lo primero que se contempla desde arriba es una bonita torre de siete pisos. Junto a la torre hay una campana que, según leímos en la guía, pesa más de 2 000 kilos.
Detrás de la torre hay una puerta que da a un patio muy grande donde está el edificio principal de la pagoda. Cuando consideramos que ya habíamos sudado suficiente, nos subimos a otro taxi y nos fuimos directos al jacuzzi del hotel, donde estuvimos relajándonos un buen rato. Al anochecer salimos a cenar a un local junto al hotel muy popular entre la población local, donde continuamos degustando platos vietnamitas totalmente desconocidos para nosotros: en esa ocasión les tocó el turno al Nem Lui y al Bánh Bèo.
El día siguiente fue bastante relajado, así que nos levantamos sin prisa. Después de desayunar, recogimos nuestras pertenencias y cogimos un taxi que nos llevó a la estación de tren. Allí esperamos a que pasara el tren que nos llevaría hasta Dong Hoi. Fue bastante puntual. En su interior, como no podía ser de otra manera, hacia bastante frío ya que tenía el aire acondicionado muy fuerte. Afortunadamente íbamos preparados.
Al llegar a Dong Hoi nos subimos en un taxi que nos dejó en el hotel que llevábamos reservado. En el propio hotel contratamos la excursión del día siguiente al parque nacional de Phong Nha-Kè Bàng, tras lo cual nos fuimos dando un paseo hasta la zona del mercado. A pesar de ser por la tarde todavía había mucho ambiente. El mercado tenía dos zonas, unas con tenderetes propiamente dichos, y otra donde la gente ponía sus productos sobre esteras y palanganas directamente en el suelo. Había que caminar con cierta precaución para no pisar ningún pescado. Nosotros aprovechamos para comprar unas pequeñas manzanas muy ricas que habíamos probado y que nos habían encantado. Intentamos aprender el nombre de esa fruta que no habíamos visto nunca, pero fue en vano.
Esa noche comimos nuestro primer Bánh Mi. Posiblemente por la influencia francesa, en todo Vietnam encontramos un sinfín de puestos que ofrecían bocadillos (en panes individuales) un tanto picantes y muy ricos. El de Dong Hoi fue el primero de muchos.
Al día siguiente visitamos el parque nacional de Phong Nha-Kè Bàng. Situado junto a la frontera con Laos, este parque está todavía lleno de minas sin explotar, por lo que las visitas son a puntos muy concretos. La nuestra consistiría en recorrer dos cuevas, una por la mañana y otra por la tarde. La excursión de la mañana fue a la cueva Paradise, de la que dicen es la más larga de Asia. Para acceder a la cueva hay que recorrer un buen tramo en minibús. Desde donde nos apeamos del vehículo nos subieron a unos coches eléctricos durante varios kilómetros; después tuvimos que subir un buen trecho de escaleras. Una vez se llega al acceso de la cueva, para entrar hay que bajar otro buen número de escaleras. La cueva está muy bien preparada. Todo el recorrido se hace sobre una plataforma de madera y la iluminación es la justa para poder disfrutar de las formaciones, pero sin que parezca una discoteca. La visita la realiza cada uno a su ritmo, aunque nos dieron un máximo de hora y media, suficiente para llegar al final y volver.
Después nos llevaron a comer a un sitio bastante turístico, a pesar de lo cual la comida fue bastante decente. De allí mismo partían las barcas en las que se visita la cueva Phong Nha. Para acceder a esta cueva se navega un trayecto de unos 5 kilómetros por un río, al final del cual se ve la entrada a la cueva. Cuando se accede a la misma, el barquero apaga el motor y a partir de ese punto recorre el interior de la cueva remando.
En un punto determinado da media vuelta y el recorrido termina con el desembarque en un pequeño muelle desde donde se camina por la cueva hasta salir por el mismo lado que se ha entrado.
Aunque quizá nos pareció más espectacular la cueva Paradise, el hecho de que la cueva Phong Nha sea casi toda acuática le da un punto muy especial.
Una vez fuera de la cueva volvimos a subir a la barca que nos llevó de vuelta a la zona del restaurante, donde montamos en el minibús y volvimos a Dong Hoi. Fue una bonita excursión. |