los viajes de juanma y carol
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Diciembre de 2017​
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Madeira

Preparativos

 
Por su situación geográfica, cualquier época del año es buena para visitar el archipiélago de Madeira. Así que cuando nos vimos en la situación de disponer de una semana libre en el mes de diciembre, decidimos ir para allá.
Este archipiélago está compuesto por cinco islas, de las cuales solamente dos, Madeira y Porto Santo, están habitadas. Con buen tino los portugueses denominan a las otras tres “Ilhas Desertas”. Nosotros visitamos solamente la isla de Madeira.
Lo primero que hicimos fue comprar el billete de avión y reservar un coche de alquiler para toda nuestra estancia. La isla no es muy grande: leyendo información en blogs y páginas web de viajes vimos que mucha gente establecía su base en Funchal, la capital, y desde allí iba y venía a los lugares que quería visitar. Nosotros decidimos alojarnos en diferentes lugares y hacer un pequeño círculo alrededor de la isla.
Uno de los grandes atractivos de Madeira son sus levadas. La isla es muy montañosa y en la parte alta hay mucha agua debido a las constantes precipitaciones, por ello los autóctonos inventaron un sistema para transportar esa agua hasta la parte baja, donde se encuentran las zonas de cultivo. Construyeron unas acequias (llamadas levadas) para transportarla y, junto a ellas, un pequeño camino para que los lugareños pudieran vigilar que nada interrumpiera el curso del agua. Muchas de ellas siguen en uso todavía, siendo muy accesibles para el público. Suelen tener muy poco desnivel (el justo para que fluya el agua, pero no demasiado para que no erosione el terreno), por lo que recorrerlas no supone mucha dificultad.
Madeira está repleta de levadas, así que escoger cuáles recorrer es todo un ejercicio de síntesis. Por comodidad, restringimos nuestra elección a las que eran de ida y vuelta, esto es, al llegar al final de la levada hay que volver al principio desandando el camino. Obviamos las que comenzaban en un punto y finalizaban en otro, ya que hubiéramos necesitado un medio de transporte para regresar al punto de inicio. Una vez aplicado ese filtro, seleccionamos las más recomendadas y programamos una levada casi para cada día (al final hubo días en que hicimos dos).
También encontramos alguna ruta de senderismo interesante que decidimos incorporar al itinerario. Así que en la planificación que hicimos quedó una cosa clara: a Madeira iríamos principalmente a caminar.
Reservamos los alojamientos para las siete noches que pasaríamos y decidimos hacerlo en cuatro lugares diferentes: el primero junto al aeropuerto, ya que aterrizábamos ya de noche; después dos noches en un alojamiento rural al norte de la isla; una noche en un apartamento en la punta más alejada de Funchal; y las dos últimas en un apartamento en la capital. A pesar de haber recorrido toda la isla, al final condujimos algo menos de 500 kilómetros con el coche.
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Este de la isla
 
Las agencias de alquiler de coche del aeropuerto de Madeira se encuentran nada más atravesar la sala de llegadas, así que el proceso de recogida del coche fue bastante rápido. Esa noche habíamos reservado una habitación en el Boutique Hotel Santa Cruz, un hotel moderno muy agradable en el centro de Santa Cruz, población en la que se encuentra realmente el aeropuerto. 

​Nada más dejar las cosas en la habitación, bajamos a cenar a la Taberna do Petisco, sobre la que habíamos leído muy buenas referencias. Cenamos lapas a la plancha con mantequilla y ajo y camarones en salsa, todo acompañado por un bolo do caco, el pan típico de Madeira. Fue bueno, bonito y barato, así que comenzábamos bien nuestras vacaciones.
​Durante nuestra estancia en la isla madrugamos todos los días para aprovechar las horas de luz, ya que en diciembre anochece hacia las seis. 
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Así que, a la mañana siguiente, después de un copioso desayuno, nos subimos al coche y condujimos hasta Ponta de São Lourenço, el lugar más al este de la isla.
Cuando se acabó la carretera aparcamos el coche y comenzamos a caminar hacia la punta. Se trata de una caminata de ocho kilómetros ida y vuelta.
Desde un principio el paisaje no tiene absolutamente nada que ver con el resto de la isla. No sabemos si por el tipo de suelo o por el constante viento, el caso es que toda esa zona apenas tiene vegetación, lo que contrasta con el resto de Madeira, que está totalmente cubierta de foresta.
El principio del sendero se hace sobre unos tablones que desaparecen pronto; el resto del trayecto se camina junto a acantilados. El hecho de que fuéramos los primeros caminantes del día y de que el sol estuviera saliendo todavía hizo que la experiencia fuese muy bonita. 
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No se puede alcanzar la punta misma porque el terreno no es accesible, pero se llega hasta un promontorio cercano cuyo ascenso es sin duda lo más duro de la ruta. Una vez allí se da media y vuelta y se regresa al aparcamiento. 
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Desde allí se puede ver, a lo lejos, la faraónica obra de ampliación de la pista del aeropuerto. El aeropuerto de Madeira siempre ha tenido fama de ser peligroso, suponemos que debido a que tiene el mar a un lado y la montaña al otro; quizás también porque la pista de aterrizaje era un poco corta. Por ese motivo decidieron ampliarla construyendo un viaducto enorme lleno de columnas de sujeción que permite aterrizar aviones de casi cualquier tamaño. 
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Durante el trayecto de vuelta comenzamos a encontrarnos turistas que marchaban hacia la punta. Cuanto más nos acercábamos hacia el aparcamiento, mayor era la afluencia.
Una vez en el coche nos acercamos hasta el Miradouro do Pico do Facho, el primero de muchos miradores en los que pararíamos a lo largo del viaje. Desde este punto, situado a las afueras de Machico, se obtiene una bonita vista del pequeño valle en el que se asienta la población. También hay una panorámica casi completa de la pista de aterrizaje. Estuvimos esperando a que aterrizara algún avión y solo después de esperar un rato vimos despegar uno.
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​Bajamos con el coche hasta Machico y entramos en una cafetería a tomar un café con un pastel de nata. Nos encanta esa combinación, la cual repetimos todos los días durante nuestra estancia en Madeira.
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Desde Machico subimos hasta Santo António da Serra. Ahí empezamos a darnos cuenta de la orografía de la isla: todo repleto de montañas plagadas de vegetación y carreteras que no paran de ascender y descender, con unos desniveles en ocasiones de auténtico susto. Afortunadamente, en los últimos años han perforado la isla para construir una serie de túneles que ahorran una significativa cantidad de tiempo, sobre todo en distancias largas.
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​Una vez en Santo da Serra (como lo conocen los locales), aparcamos junto a la Quinta do Santo da Serra y entramos a recorrer los jardines. El lugar está repleto de arbustos de hortensias, pero en diciembre apenas tenían flores. Desde luego no escogimos la mejor época del año para visitarlo. Parece que en la primavera este lugar es muy exuberante.
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Después del paseo encontramos un puesto donde un señor vendía bolo do caco con chorizo. Como la noche anterior nos había gustado tanto ese pan decidimos pedir uno para cada uno.
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Volvimos a entrar a los jardines y nos sentamos en un banco a disfrutar el bolo do caco, que estaba muy rico. Al menos en ese sentido nuestro desvío hasta Santo da Serra no había sido infructuoso del todo.
Tras la comida fuimos a recorrer nuestra primera levada, la Vereda dos Balcões. Se trata de un pequeño trayecto de un kilómetro y medio que llega hasta un espléndido mirador; por ser un sendero muy amplio ni siquiera lo catalogan como levada, sino de vereda. Es muy sencillo de recorrer y por eso está lleno de familias con niños. 
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La vereda discurre junto a la acequia, que ofrecía un bonito aspecto otoñal con toda la hojarasca de tonos marrones diseminada por el suelo. La levada continúa (aunque no es transitable para el público), pero en este punto se bifurca hacia el mirador, desde donde se disfruta de una amplia y bonita vista.
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Como ya comenzaba a atardecer decidimos emprender tranquilamente la marcha hacia el alojamiento. En el camino hicimos dos paradas: la primera fue en el Miradouro da Portela, desde donde se contempla una amplia y bonita vista de Porto da Cruz; la segunda, en Santana. Allí aparcamos el coche y fuimos a ver las casas típicas. Estas casas estaban antiguamente habitadas por agricultores. En la actualidad, o están deshabitadas o las han transformado en tiendas de productos típicos de Madeira. Sea como fuere, los pocos turistas que a esas horas deambulábamos por Santana estábamos allí fotografiando las casas.
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Esa noche (y la siguiente) dormimos en Casa das Proteas, un apartamento rural muy acogedor situado a las afueras de São Jorge que su simpática dueña regenta con mucha profesionalidad. Ofrece cenas, pero hay que avisar con un día de antelación, así que quedamos en que la noche del día siguiente cenaríamos allí.
 
Norte de la isla
 
El día siguiente lo comenzamos recorriendo la Levada do Caldeirão Verde, una de las más conocidas de Madeira. La levada parte desde el parque das Queimadas y su longitud es de seis kilómetros y medio (solo ida). Se vuelve por el mismo camino, por lo que en total son trece kilómetros de paseo. Se puede añadir un pequeño tramo al principio saliendo desde el Rancho Madeirense, a poco más de dos kilómetros del parque das Queimadas, lo que deja el recorrido final en unos diecisiete kilómetros. Nosotros queríamos salir desde Queimadas, pero debimos tomar mal algún desvío y aparecimos en el Rancho Madeirense. En vez de dar media vuelta y buscar el parque, decidimos aparcar y comenzar la caminata desde allí. 
El primer tramo hasta el parque das Queimadas es también una levada, por cuyo ancho sendero se camina con mucha facilidad y tranquilidad. El paisaje era bien bonito, típicamente otoñal, y los dos kilómetros se nos pasaron volando.
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Una vez en Queimadas, atravesamos el aparcamiento donde nos hubiera gustado dejar el coche y que no fuimos capaces de encontrar, y comenzamos propiamente la Levada do Caldeirão Verde
Ya desde el principio el sendero se estrecha, desapareciendo en muchos tramos, en los que se camina sobre el tabique de la levada. Afortunadamente esas zonas están aseguradas con un cable y, aunque se va bordeando la montaña, no hay riesgo de caídas. 
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Al poco rato de travesía atravesamos un pequeño puente para continuar bordeando las montañas, rodeados en todo momento de vegetación; algún árbol caído nos obligó a agacharnos. 
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Así llegamos hasta el primero de los tres túneles que hay en esta ruta. En estos túneles, cavados con pico y pala, reina la más absoluta oscuridad, haciéndose necesario el uso de linternas para atravesarlos. El último es el más incómodo ya que el techo es bastante bajo, lo que nos obligó a caminar un tanto agachados para evitar golpearnos la cabeza; además tiene el suelo muy húmedo.
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En un par de ocasiones la espesa vegetación desaparece y pudimos contemplar el paisaje: infinitas montañas y valles totalmente cubiertos de árboles y de vegetación. Realmente bonito.
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Después de atravesar el tercer túnel llegamos a nuestro destino: la caldera verde. Una cascada de casi cien metros de altura vierte agua sobre una poza de color verdoso. Un lugar impresionante de agua cristalina, donde en verano la gente se baña.
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A pesar de haber añadido los dos kilómetros a la ruta, solamente nos cruzamos con otra pareja durante el camino de ida. La vuelta ya fue otra cosa.
Tras disfrutar del lugar emprendimos la vuelta hacia el coche. Como ya era más tarde, empezaba a haber bastante gente caminando por la levada. Dado que en muchos momentos el camino es realmente estrecho y solamente cabe una persona, tardamos mucho más tiempo en volver. Aun así, seguimos disfrutando del lugar.
Llegamos nuevamente al parque das Queimadas y desde allí desandamos el camino hasta el coche. Es una ruta magnífica: no nos extraña que sea una de las más populares en la isla.
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Fuimos hasta Santana a comer. Tras descansar un rato tomando un café con un pastel de nata, decidimos subir hasta el pico Ruivo que, con sus 1 862 metros, es la montaña más alta de Madeira.
Para llegar hasta allí tomamos una carretera que sale de Santana y sube directamente hasta Achada do Teixeira, donde se halla el aparcamiento para subir al pico. Desde ahí, un sendero de casi tres kilómetros con un desnivel de unos trescientos metros lleva hasta la cima.
El lugar está cubierto habitualmente por nubes y ese día no iba a ser menos. Aun así, durante la caminata hasta el pico tuvimos suerte, pues muchas de las nubes estaban ya por debajo de nuestra altura (aunque otras estaban atravesando la montaña en ese momento). El sendero de piedra conduce directamente hasta la cumbre, por lo que tanto si está despejado como cubierto y sin visibilidad, es imposible perderse.
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Durante el camino alcanzamos a vislumbrar el pico do Arieiro, el tercero más alto de la isla y que visitaríamos días más tarde. A unos doscientos metros de la cumbre se llega al refugio, que parecía estar en desuso. Desde ahí, la subida final se hace un poco más dura porque el tramo es de escaleras. 
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Cuando llegamos al punto más alto las nubes lo invadían todo y la visibilidad era muy reducida. Desde luego, con el día completamente despejado debe ser algo digno de verse.
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El camino de vuelta se hace por el mismo sitio. Como a esas horas ya estaba todo cubierto de nubes, nos limitamos a seguir el sendero hasta el aparcamiento.
Regresamos al alojamiento y, tras darnos una buena ducha, cenamos allí mismo. Del menú que nos ofreció la dueña de Casa das Proteas elegimos un plato de bacalao y otro de pez espada. El “espada” es en realidad lo que nosotros llamamos pez sable, que nada tiene que ver con nuestro emperador. Es el pescado más típico de la isla y lo sirven en todas partes: bien a la plancha, frito u horneado. Uno de los platos más típicos de Madeira es “espada com banana”, que es con el que nos agasajó la anfitriona y que resultó muy suculento.
Muy cerca de donde pernoctamos se ubicaba la levada del día siguiente. La Levada do Rei comienza en la estación de tratamiento de aguas de São Jorge. En esta ocasión no tuvimos ningún problema en encontrar el lugar. Dejamos el coche en el inicio de la levada y comenzamos a caminar. El camino lleva hasta un lugar llamado Ribeiro Bonito. La distancia es de algo más de cinco kilómetros, que se convierten en poco más de diez contando la vuelta.
Para encontrar la levada hay que subir unos escalones que hay junto a la estación de tratamiento de aguas, desde donde se comienza a caminar junto a la acequia. El agua que circulaba por ella era tan cristalina que pudimos ver varios peces nadando a favor y en contra de la corriente.
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​Esta levada tenía una vegetación menos espesa que la del día anterior, por lo que se podía admirar el paisaje más a menudo. A lo largo del paseo atravesamos algún pequeño túnel. Cerca ya del final hay una pequeña cascada que cae sobre la levada, teniendo que sortearse por debajo con cierta rapidez (y con el chubasquero puesto).
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La levada finaliza, como hemos dicho, en Ribeiro Bonito, situado en pleno corazón de un espectacular y tupido bosque de laurisilva, donde la proliferación de árboles y vegetación es tal que casi no deja pasar los rayos de sol. Parecía que se hacía de noche. La temperatura descendió drásticamente a la vez que aumentó la sensación de humedad, hasta tal punto que tuvimos que abrigarnos con toda la ropa que llevábamos.
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Como ese día habíamos sido los más madrugadores, durante el trayecto de ida no coincidimos con ningún senderista. Durante la vuelta nos cruzamos con varios grupos de personas de avanzada edad: realmente la comodidad de que el terreno sea prácticamente llano hace que sea accesible para todos los públicos. Tan solo hay que estar en disposición de poder caminar diez kilómetros.
De vuelta en el coche condujimos por toda la vertiente norte de la isla hasta llegar a Porto Moniz, donde teníamos reservado el alojamiento. Por el camino paramos en São Vicente, donde dimos una pequeña vuelta por el diminuto casco antiguo. Aprovechamos la parada para comer. De postre degustamos el café con pastel de nata de rigor en una panadería magnífica que encontramos junto al restaurante.
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Más allá de São Vicente, antes de llegar a Seixal, paramos a ver la cascada del Véu da Noiva, que por la caída de agua que golpea sobre las rocas supuestamente hace recordar el velo de una novia.
Finalmente llegamos a Porto Moniz. En esa ocasión habíamos reservado un apartamento en las afueras de la ciudad que resultó estar en lo alto de la montaña (de camino al alojamiento vivimos una de las experiencias más aterradoras en lo que a conducción se refiere: una carretera de doble sentido, estrechísima y con una pendiente de al menos el 35 % solo apta para valientes…). Tras dejar las cosas decidimos bajar a la ciudad. En el camino paramos en un mirador para ver el conjunto. Una vez en Porto Moniz dimos una vuelta, vimos sus famosas piscinas naturales (donde más de un osado se estaba bañando, a pesar de que la temperatura no era precisamente la ideal) y decidimos hacer algo de compra en un supermercado para cenar en el apartamento y no tener que volver a bajar.
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Este de la isla
 
Cuando reservamos el alojamiento en Casa da Grota, no sabíamos que se encontraba a escasos minutos en coche del inicio de la levada matutina que habíamos decidido hacer al día siguiente, la Levada da Ribeira da Janela. Esta levada de sentido único tiene una longitud de veintitrés kilómetros, pero se necesita transporte para volver al punto de inicio, motivo por el cual la habíamos descartado inicialmente. En el centro de información turística de São Vicente nos sugirieron una versión corta de la ruta: llegar hasta el primer túnel (se podía tardar algo menos de una hora y media) y desde allí emprender el camino de regreso. Eso es lo que hicimos.
Nuevamente fuimos los primeros en dejar el coche en el aparcamiento de la levada. Esta es un poco diferente de las anteriores. Primero, porque la acequia por la que discurre el agua es claramente más ancha y profunda que las otras, por lo que transporta bastante más agua. En segundo lugar, porque en algunas partes se abría la vegetación y en la vista panorámica que se podía disfrutar no solamente se veían montañas y árboles: aquí también vimos alguna que otra población y bancales o terrazas donde suponemos que plantaban alimentos.
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Por lo demás, el tramo fue muy bonito y no se nos hizo demasiado largo. Una vez hubimos alcanzado el primer túnel, emprendimos el camino de vuelta al coche. Teníamos que reservar fuerzas, pues todavía nos quedaban más levadas que recorrer ese día.
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De allí fuimos hasta Rabaçal, desde donde partían las dos levadas que íbamos a recorrer. Dejamos el coche en el aparcamiento y nos subimos a una lanzadera que une el aparcamiento con la casa forestal. Es un trayecto de unos dos kilómetros por los que no está permitido el tránsito de vehículos privados (para ello está la lanzadera, que cubre la distancia). El precio del transporte es de tres euros si se hace un solo trayecto, o de cinco si se compra ida y vuelta. Casi todo el mundo prefiere caminar, pero nosotros no le encontramos el sentido: es un tramo que discurre por el asfalto y no aporta nada al recorrido. A la ida éramos los únicos en la furgoneta. Una vez en la casa forestal hay que recorrer un pequeño tramo hasta la bifurcación de las dos levadas. Si se sigue recto se convierte en la Levada do Risco; si se baja las escaleras se llega hasta la Levada das 25 Fontes. Aunque nosotros pensábamos recorrer las dos, decidimos comenzar por la de las 25 fuentes.
Para llegar hasta la levada hay que bajar un buen número de escaleras, que evidentemente habrá que subir a la vuelta. Una vez completado ese tramo se llega al inicio de la levada. Desde la bifurcación de las levadas son poco más de dos kilómetros hasta las 25 fuentes, que suman un total de cuatro entre la ida y la vuelta, por lo que más allá de las escaleras no es un recorrido muy largo. La principal diferencia con el resto es que durante un buen rato se camina sobre piedras, de manera que las consecuencias de no llevar un buen calzado pueden ser bastante dolorosas.
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Desde algunos puntos del recorrido de la Levada das 25 Fontes se ve la cascada a la que se llega al final de la Levada do Risco. Uno de los tramos que más nos gustaron fue una parte en la que los árboles forman una especie de bóveda arbolada por encima del camino muy espectacular.
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El hecho de ir y volver por el mismo camino fue un poco más incómodo que en levadas anteriores. Por muchas zonas de piedras se hacía realmente difícil dejar pasar a los que caminaban en dirección contraria. Aun así, merece la pena el recorrido.
La zona conocida como las 25 Fontes alberga una pequeña poza originada por el agua que fluye de una pared rocosa llena de helechos. Es un lugar agradable lleno de pájaros nada tímidos, seguramente acostumbrados a que la gente les de comida. 
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Una vez hubimos disfrutado del lugar, volvimos sobre nuestros pasos desandando el camino. Tuvimos que subir todas las escaleras que habíamos bajado antes; al llegar a la bifurcación, continuamos por la Levada do Risco. Desde ese punto hasta la cascada hay algo más de un kilómetro, que se hace por un sendero muy ancho que transcurre junto a la levada, infinitamente más cómodo que la de las 25 fuentes. Al final se llega a un mirador desde donde se ve la cascada. 
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Después, como de costumbre, se regresa a la casilla de salida. Una vez en la casa forestal esperamos a que llegase la lanzadera para que nos transportase hasta el aparcamiento. En esa ocasión algunos caminantes más se animaron a subirse a la furgoneta.
De vuelta en el coche comimos unos bocadillos que nos habíamos hecho esa mañana en el apartamento antes de salir y continuamos nuestro camino.
 
Sur de la isla
 
Esa noche dormiríamos en Funchal, pero antes de llegar a la capital teníamos que visitar todavía unas cuantas cosas. Primero fuimos al Miradouro da Boca da Encumeada. La vista de este mirador es bonita pero no nos pareció de las más espectaculares. Su fama viene de que, desde ese punto (que se encuentra en medio de la cordillera que atraviesa Madeira a mil metros de altura), se puede contemplar tanto la costa norte (São Vicente) como la costa sur (Ribeira Brava). Sin embargo, durante la subida por el puerto hasta llegar al mirador hay varios salientes que ofrecen una panorámica en nuestra opinión más interesante que el propio mirador. De hecho, se ve la entrada al túnel que atraviesa la isla de sur a norte.
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Como no podía ser de otra manera, la siguiente parada fue en otro mirador. En esa ocasión le tocó el turno al Miradouro do Cabo Girão. Esta construcción, situada a 580 metros de altura, tiene el atractivo de contar con una plataforma de cristal suspendida en el aire que permite disfrutar de una vertiginosa vista del cabo.
Desde el mirador también hay una buena panorámica de Funchal, en la que se puede ver cómo se extiende la ciudad por las colinas de las montañas.
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En el momento de nuestra visita el mirador era gratuito. No obstante, había instalados unos tornos de acceso que en ese momento no estaban operativos, por lo que suponemos que será de pago en un futuro próximo.
De allí bajamos toda la colina hasta Câmara de Lobos, un pequeño pueblo pesquero en el que hicimos una breve parada.
Nada más aparcar encontramos una pastelería en la que nos tomamos nuestra ración diaria de café y pastel de nata. Después caminamos por el pueblo, que a esas horas de la tarde estaba muy animado. Llegamos hasta el pequeño puerto, donde habían varado todas las embarcaciones pesqueras; en una vimos cómo estaban secando bacalao.
En nuestro camino de vuelta al coche pasamos por una calle que tenía unos carteles muy originales diseñados con pegatinas de refrescos varios.
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Ese día no dio para más. De Câmara de Lobos nos fuimos a Funchal, donde nos alojamos en un apartamento las dos últimas noches de nuestra estancia en Madeira.
El último día de turismo en la isla madrugamos nuevamente, ya que queríamos visitar muchas cosas. Comenzamos conduciendo hasta el pico do Arieiro, que con 1 810 metros de altura es el tercero más alto de la isla.
Hasta ahora no hemos hablado de los cambios de presión en la isla. Salimos de nuestro apartamento en Funchal a una altura ligeramente superior a la del nivel del mar; en el pico alcanzamos los mil ochocientos metros, para acabar bajando nuevamente al nivel del mar. Este fue uno de los momentos más extremos, pero nos pasamos toda la semana subiendo y bajando, con el consiguiente taponamiento de oídos cada dos por tres. Fue sin duda lo más incómodo de la visita, junto con el desmesurado desnivel de algunas carreteras.
El pico do Arieiro es muy cómodo de visitar, ya que se puede llegar con el coche hasta la cima; no hace falta caminar, a diferencia del pico Ruivo. El aparcamiento está junto a la estación de radar del Ejército del Aire.
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Sin embargo, si se quiere caminar, se puede. Ya dijimos que desde el pico Ruivo vimos a lo lejos la cima del Arieiro: en realidad lo que vimos fue la estación de radar, por eso supimos identificar el pico. Pues bien, hay dos senderos que los unen: uno de cinco kilómetros y medio y otro de siete. El primero es más corto porque parte de las montañas se atraviesan por túneles. El único inconveniente es que, al estar una montaña en la vertiente norte y la otra en la sur, se debe hacer el camino de ida y vuelta, lo que la convierte en una ruta muy exigente.
Nosotros decidimos caminar un trecho para no quedarnos exclusivamente en la vista del pico do Arieiro. Llegamos hasta la bifurcación de los senderos, a la altura del túnel del Pico do Gato. En total debieron ser algo más de dos kilómetros entre la ida y la vuelta. El problema fue que apenas había tramos rectos: estuvimos todo el rato subiendo y bajando escaleras.
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Al inicio de la ruta hay un par de miradores desde donde se puede disfrutar de la amplia panorámica que ofrecen: montañas escarpadas por todas partes. En uno de esos miradores pudimos contemplar un águila en vuelo estático observando el suelo, suponemos que acechando a alguna presa que finalmente no se materializó, porque continuó su vuelo. Después nos enteramos de que ese mirador se llama Miradouro Ninho da Manta (mirador nido del águila ratonera). Así que ya sabemos qué hacía el águila.
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Tras dejar atrás esos miradores, comienza un descenso diríamos que casi a los infiernos, pues parece que las escaleras no se acaban nunca. Finalmente llegamos al mencionado túnel y al poco de atravesarlo encontramos la bifurcación. 
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Ahí decidimos dar media vuelta, momento en el que nos tocó volver a subir las escaleras anteriores; si bien la bajada es exigente para las rodillas, la subida lo es para el corazón, así que somos incapaces de decir en qué trayecto sufrimos más.
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De nuevo en el coche, pusimos rumbo a Eira do Serrado. Entre el pico do Arieiro y Eira do Serrado hay una carretera conocida como “carretera fantasma” (porque no aparece en los mapas) que une estos dos lugares, evitando tener que dar un rodeo enorme. El desvío se encuentra muy cerca de la cima. Vimos un cartel que decía que estaba abierta solamente de nueve de la mañana a cinco de la tarde.
Por esa carretera llegamos hasta el mirador de Eira do Serrado. Situado a mil metros de altitud, ofrece una bonita vista de Curral das Freiras. Esta localidad montañosa del interior era donde las monjas de Santa Clara se refugiaban durante las incursiones piratas. 
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Tras haber contemplado la panorámica, bajamos hasta el nivel del mar para llegar hasta el Miradouro do Cristo Rei do Garajau. La estatua está de cara al mar, así que hay que bajar unas escaleras hasta la punta si se quiere ver al Cristo de frente.
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Dada la cercanía y la hora del día, decidimos acercarnos hasta Santa Cruz para comer en la Taberna do Petisco, que tanto nos había gustado el primer día. Para variar un poco el menú, en esa ocasión pedimos un guiso de atún con un curioso maíz frito y algo muy típico de Madeira que no podíamos irnos sin probar: el prego no bolo do caco. Se trata de un bocadillo en pan de bolo do caco que dentro lleva: filete de ternera, lechuga, tomate, queso, jamón y un huevo frito. El pan está untado con mantequilla de ajo, todo ello a la plancha. Un bocadillo realmente memorable.
Tras la comida nos fuimos a Funchal, pues era la última visita de nuestro viaje. Comenzamos por el mercado dos Lavradores. Situado en la zona antigua de la ciudad, este mercado posee tres zonas claramente diferenciadas: en la entrada hay unos tenderetes donde se venden hierbas y flores; en la nave central están los puestos de frutas y verduras, y al fondo se sitúa una nave adyacente donde se ubican los puestos de pescado. 
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Sin duda la zona más colorida es la de la fruta, ya que en Madeira cultivan una amplia variedad de productos, muchos de ellos originarios de América. Así, se pueden encontrar muchos tipos de fruta de la pasión, chirimoyas, piñas o aguacates, similares a los latinos, pero un poco diferentes tanto de aspecto como de sabor.
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En la zona de los pescados pudimos comprobar que el pez sable es sin lugar a dudas el rey. En todos los sitios lo ofrecían, en general en grandes cantidades.
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La nave central cuenta con una planta superior, pero arriba solamente encontramos unos cuantos puestos de fruta con mucha menos afluencia que los de abajo.
Continuamos caminando por las callejuelas empedradas del centro hasta llegar a la catedral. Entramos para contemplar el interior y proseguimos nuestro camino.
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Llegamos a la Avenida do Mar, o paseo marítimo, donde pudimos contemplar los transatlánticos fondeados en el puerto. Desde ahí se obtiene una bonita vista de Funchal y de todo lo que han ido construyendo sobre las laderas de las montañas. 
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Nuestro paseo terminó en un bar tomando una poncha, el cóctel típico de la isla, hecho a base de aguardiente de caña, zumo de naranja y miel.
Nos faltaron un par de cosas más que nos hubiera gustado visitar, pero el tiempo no dio para más. Al día siguiente emprendíamos el camino de vuelta a casa, así que degustando la poncha dimos por finalizada la visita a la isla de Madeira.
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