Japón
Julio 2010
Tokio
Preparativos
Nunca habíamos empleado tanto tiempo en preparar un viaje como éste que nos ha llevado a Japón. Una vez escogimos las fechas y compramos los billetes de avión, comenzó la titánica tarea de decidir el itinerario. Habíamos leído y oído que Japón no es un destino ideal para improvisar porque no está en su cultura, y eso de ir a los hoteles sin reserva previa podía suponer no encontrar habitación disponible con facilidad. Así pues, todo parecía indicar que era mejor llevar el itinerario diseñado y los hoteles previamente reservados, con lo que nos pusimos a ello. Buceamos por montones de páginas web, blogs, foros, relatos de viajes y demás, para ver qué sitios visitar y cuáles no, y cuánto tiempo pasar en cada lugar. Afortunadamente existe mucha información sobre este país en la red, aunque después de emplear horas y horas leyendo, igual hubiéramos preferido menos información pues hubiese sido más simple. Con tanta información, lo que a alguien le parece una maravilla, otro lo considera totalmente prescindible, y eso nos hizo cambiar la ruta no pocas veces. Cuando dimos a luz el que fue el itinerario final y comenzó la hora de buscar hoteles para esas fechas, teníamos la sensación de conocer Japón mejor que nuestro propio país. El gran susto del viaje nos lo dimos buscando hoteles. Todo el mundo aconsejaba pasar alguna noche en un ryokan, típico alojamiento japonés con suelos de tatami y en los que se duerme sobre un futón. También se recomendaba este tipo de alojamiento en zonas en las que existiese la posibilidad de que el hotel tuviera onsen, baños de aguas naturales a altas temperaturas. Y la mayoría de los que cumplían ambos requisitos, ofrecían cena y desayuno inseparablemente con el alojamiento. El susto vino con el precio: los más normales pedían unos 300 euros por noche. Decidimos reservar un ryokan en dos sitios, una noche en cada uno, y gastar el mínimo indispensable en el resto para que no se nos fuera todo el presupuesto en unos días. Afortunadamente, en Japón existe la habitación semi-doble, que consiste en una habitación individual con una cama entre individual y de matrimonio, y que sale más rentable que una doble tradicional. Ahora, para compartir ese tipo de habitación hay que quererse mucho, porque el espacio brilla por su ausencia. Una vez hubimos reservado todos los hoteles, compramos el Japan Rail Pass. Se trata de uno de los mejores inventos que han hecho los japoneses a lo largo de su historia (ni coches eléctricos ni nada…). Un pase para subir y bajar de manera indefinida de casi todos los trenes que recorren el país. Se vende sólo en el extranjero, únicamente es válido para turistas con visado temporal, y lo hay de 7, 14 y 21 días. Nosotros compramos el de 14 días. Como para viajar a Japón no hace falta visado, ya sólo nos quedaba esperar al día de salida.
Tokio
Nada más aterrizar en Tokio tuvimos la oportunidad de comprobar por primera vez la eficiencia nipona. Al pasar el control de pasaportes, llegamos a la cinta de las maletas y nos encontramos con un cartel indicando que las maletas provenientes de Moscú (donde habíamos hecho escala) no habían entrado en el vuelo hasta Tokio. Nada de esperar inútilmente en la cinta para ver que no sale, y luego ir a reclamar a ver qué ha pasado: ellos ya sabían que no habían conectado y nos estaban esperando con unas hojas, ya cumplimentadas con los nombres de cada uno, para solicitarnos la dirección del hotel donde nos hospedaríamos y así poder enviárnoslas al día siguiente. En el fondo nos hacían un favor: iban a cargar nuestra maleta hasta el hotel gratis. Algunos españoles que estaban en la misma situación que nosotros no quedaron tan contentos porque llevaban toda la ropa en sus maletas, pero nosotros siempre que facturamos llevamos una mochila con un pequeño neceser y ropa para tres días por si pasa precisamente esto. Así que nos fuimos con nuestro macuto al hotel dispuestos a vencer al jet lag desde el primer día, y esperando, como nos habían prometido, que la maleta llegase a nuestro hotel al día siguiente. Habíamos leído que los fines de semana había que ir a Harajuku para ver a los japoneses vestidos un tanto estrambóticamente, y como era domingo, nos encaminamos para allá. Desplegamos el mapa de transportes de Tokio, y después de hacer unas cuantas ecuaciones de segundo grado, y alguna que otra derivada, elaboramos la que pensamos sería la mejor ruta para llegar hasta allí. Y es que, queridos amigos, el metro de Tokio tiene su intríngulis. Nosotros que pensábamos que después de lo bien que se nos dio el metro de Moscú podríamos con cualquier cosa… Para empezar, en Tokio hay dos metros, uno con 9 líneas y el otro con 6. Además hay bastantes líneas privadas que se mezclan con las anteriores, y para acabar de complicarlo está el JR, que es otra sucesión de líneas férreas (entre la que se encuentra la popular línea Yamanote, que es una línea circular). Y todos los sistemas son independientes. Es así hasta tal punto, que en la mayoría de los casos no comparten ni siquiera estación, aunque tengan el mismo nombre. Puede parecer un poco lioso, pero os aseguramos que allí lo es mucho más. Al final uno se acostumbra, y hemos de decir que al tercer día nos movíamos por la red de transportes de la ciudad como si llevásemos toda la vida haciéndolo. Pero nos costó alguna que otra novatada. Contaremos alguna que no nos deje en muy mal lugar: nos aseguramos que estamos en la estación correcta, en la línea correcta y en la dirección correcta y… resulta que es un expreso que no para en todas las estaciones y, por supuesto, la nuestra se la pasó de largo. En cuanto paró en la siguiente estación, cambio de andén y vuelta atrás, no sin antes asegurarnos de que el primer metro que llega es local y para en todas las estaciones. Hubo más, pero las dejamos para la intimidad, que somos muy vergonzosos.
A lo que íbamos, que llegamos a Harajuku y no había nada más que un par de chicas vestidas a lo manga. El resto debía estar de vacaciones o en casa delante del aire acondicionado (que es lo que hubiéramos hecho nosotros de no ser porque estábamos haciendo turismo). El viaje no
resultó infructuoso porque tuvimos el primer choque cultural del viaje: la
calle Takeshita-dori. Toda una calle llena de tiendas de ropa “moderna” y de
abalorios de todo tipo, llena de gente, y delante de cada comercio, una persona
gritando, suponemos que las ofertas o las gangas del interior, invitando a los
transeúntes a entrar en la tienda. Nos recorrimos casi toda la calle, y cuando
empezaba a entrarnos dolor de cabeza por el bullicio, decidimos salir por una
calle lateral y escapar. Son ese tipo de momentos que aunque se cuenten o se
fotografíen o incluso se graben en vídeo, hay que estar allí para vivirlo. Y es
que hemos encontrado que Japón es, sobre todo, un país para vivirlo.
El segundo choque cultural lo tuvimos cuando nos entró hambre. En Tokio, debido a la falta de espacio, es muy común ver edificios en los que solamente hay restaurantes. Encontramos uno de éstos y vimos en la entrada varias fotos de los distintos restaurantes que había en cada planta. Nos pareció que el de la quinta planta tenía buen aspecto. Subimos a la quinta planta y en el restaurante nos sientan en una mesa para dos y nos traen un vasito con agua y una servilleta húmeda, algo que comprobaríamos hacen en todos los restaurantes de Japón. Nos bebimos el agua y nos limpiamos las manos con la toallita, y cuando nos traen la carta estaba solamente en japonés, y no había fotos por ninguna parte. Habíamos leído que casi todos los restaurantes del país tienen o ejemplos de los platos a la entrada o fotos en la carta, y este no tenía ninguna de las dos cosas. Así que pedimos una carta en inglés y nos dijeron que no tenían. Llegados a ese punto de incomunicación, decidimos que la única solución era irnos de allí. Hicimos unas cuantas reverencias, ellos nos hicieron unas pocas más, y nos fuimos en busca de un sitio que tuviera alguna muestra o alguna foto. Afortunadamente, durante el resto de las tres semanas no tuvimos ningún problema similar a la hora de comer. Cuando nuestros párpados empezaron a negarse a cumplir las órdenes de nuestro cerebro, decidimos que era el momento de volver al hotel a dormir. Al día siguiente comenzarían realmente nuestras vacaciones. Comenzamos nuestro recorrido por el barrio de Asakusa. Estuvimos paseando un poco por sus calles hasta llegar al que era el primer templo de nuestra visita, el Templo de Asakusa Kannon. Aunque uno de los edificios estaba en obras, el conjunto nos pareció muy espectacular. En ese momento no teníamos idea de la cantidad de templos y santuarios que tendríamos ocasión de ver a lo largo de las tres semanas que pasaríamos en el país. Una vez visto el templo pasamos por la Nakamise Shopping Arcade, una animadísima calle cubierta, repleta de tiendas de todo tipo.
En el Parque
Sumida tomamos una embarcación (una especie de barco de batman) que nos llevó
por el río Sumida hasta el barrio de Odaiba. La travesía no fue especialmente interesante,
pero nos permitió un delicioso rato de descanso y de aire acondicionado.
Cuando llegamos a Odaiba y nos bajamos del batbarco hacía un calor de mil demonios. En esta zona pudimos ver el Venus Fort, enorme centro comercial de outlet que simula el ambiente de una ciudad italiana del siglo XVIII. Después vimos la sede de la Fuji TV, donde había miles de adolescentes viendo la actuación de alguna famosa artista local, y terminamos en el Decks Tokyo Beach, otro mega centro comercial desde donde se apreciaba una magnífica vista del Rainbow Bridge. Decidimos que por la noche debía haber una bonita panorámica y apuntamos en nuestra agenda la posibilidad de volver otro día a cenar.
Hicimos una pequeña parada por nuestra reducida habitación del hotel para descansar un poco del sofocante calor y darnos una duchita, y comprobar, como no podía ser de otra manera, que nuestra maleta efectivamente había llegado sana y salva al hotel.
La mañana siguiente nos acercamos a ver el Palacio Imperial y fue un tanto decepcionante: solo se puede ver un puente y la silueta de parte del Palacio. Después dimos un paseo por el Jardín del Este, situado junto al Palacio y también poco interesante.
De ahí fuimos al barrio de Shinjuku, todo un maremágnum de rascacielos donde se encuentra el Tokyo Metropolitan Government Office, compuesto por dos edificios, uno de los cuales tiene dos torres. Se puede subir, gratuitamente, a la planta 45 de cada torre, y obtener una gran panorámica de la ciudad. Dicen que en días claros la vista alcanza hasta el Monte Fuji.
Decidimos subir a las dos torres, un poco con la excusa de que la vista debía ser diferente, pero en realidad porque nos daba pereza salir a la calle y enfrentarnos al calor húmedo tan agobiante que inundaba la ciudad. Efectivamente, la vista no es idéntica desde ambas torres, pero tampoco difiere en exceso.
En el mismo barrio de Shinjuku hay otra zona en la que no abundan los rascacielos, sino las tiendas y los sitios de comidas, y los edificios están abarrotados de carteles publicitarios.
Por la tarde le
tocó el turno a la zona de Ginza, llena de todo tipo de tiendas de las marcas
más caras. En Ginza las tiendas son un tanto peculiares: son edificios enteros (se
ve que con una planta no tienen espacio suficiente para mostrar todo el stock).
En la última planta de la tienda Apple encontramos a un chico español muy
simpático que nos contó que llevaba unos pocos años viviendo en Tokio, y que
estaba encantado de la vida.
Ese día cenamos en un Tepanyaki un poco tarde, y sólo había una pareja de japoneses cuando entramos. La carta en inglés era un tanto escueta y los dos japoneses, que dijeron que hablaban inglés, se ofrecieron muy amablemente a traducirnos la pizarra con las sugerencias del día. El momento fue un tanto embarazoso, porque tenían un acento tal que no entendíamos nada de los que nos traducían, así que decidimos obsequiarles con unos cuantos arigatos y nos ceñimos a lo poco que entendimos de la carta.
Nuestro tercer día en Tokio lo comenzamos dando una vuelta por el barrio de Shibuya. Queríamos visitar el que dicen es uno de los cruces más famosos del mundo por la cantidad de gente que pasa por él. Tanto el cruce como todo el barrio estaban bastante deshabitados, supusimos que por ser por la mañana, así que decidimos volver por la noche para ver si era tan bullicioso como se suponía. Continuamos por el barrio de Harajuku, que también estaba bastante tranquilo. Terminamos la visita a la zona en el santuario Meiji. Aquí nos pasó un poco como en el templo de Asakusa: todo nos sorprendió y nos pareció muy interesante, sin saber que a lo largo del viaje íbamos a visitar multitud de santuarios.
De ahí nos
marchamos al único museo que visitamos en Tokio: el Museo Edo-Tokio. Ofrece una
interesante visión de la evolución de la vida en Tokio desde la antigüedad
hasta nuestros días, todo ello acompañado de muchas maquetas y reproducciones a
mayor y menor escala.
Esa tarde seguimos los dictados de nuestra agenda y volvimos a Odaiba, para contemplar el Rainbow Bridge y la zona durante el atardecer y el anochecer. Cenamos en un restaurante coreano y tuvimos nuestro primer contacto con la ternera japonesa, a la postre, uno de los grandes descubrimientos del viaje: tanta fama con el pescado y resulta que la ternera es una de las mejores del mundo. Al parecer los restaurantes coreanos (al menos en los de Tokio, no hemos estado en Corea) se caracterizan por tener una especie de plancha incorporada en la mesa, de tal manera que cada uno se cocine la carne a su gusto. Nos sentaron en una mesa con vistas al Rainbow Bridge, con lo que entre cada trozo de carne y cada lingotazo de cerveza pudimos ver cómo poco a poco se iba iluminando toda la zona de la bahía. En cualquier caso, si tenemos que quedarnos con algún momento de la noche, no tenemos claro que sea la del puente iluminándose poco a poco (porque cómo estaba la ternera…).
La mañana de
nuestro cuarto día en Japón madrugamos un poco para ir a la lonja. Decidimos no asistir a la subasta del atún, pero sí acercarnos para ver la vorágine
del lugar. Y fue, sin duda, una de las mejores visitas del viaje: montones de
puestos por todas partes, todos llenos de pescados y moluscos de todo tipo y
tamaño, algún que otro turista con cara de susto paseando entre los puestos
(habría que haber visto la nuestra…), carretillas eléctricas transportadoras
pasando por los estrechos pasillos sin piedad; en definitiva, una actividad
frenética en una zona enorme, y solamente con puestos de pescado.
Desde luego fue tremendamente divertido, a la par que un tanto estresante. Y lo más impactante de todo fue que no había apenas olor a pescado. Eso fue una constante durante el viaje, sobre todo en los restaurantes de sushi: la materia prima debía ser siempre tan, tan fresca, que no había el más mínimo olor a pescado. Realmente increíble.
Al día
siguiente activamos el Japan Rail Pass, esa maravilla que han inventado los
japoneses para que los turistas extranjeros podamos visitar todo el país de la
forma más sencilla y cómoda posible. Habíamos llevado una pequeña planificación
con diversos horarios, pero una vez allí comprobamos la gran afluencia de
trenes que había a todas horas, así que en general nos dedicamos a ir a la
estación y preguntar, al siempre amabilísimo personal que había en los accesos,
por la combinación más rápida para nuestro destino. Ellos sacaban un libretón
de su bolsillo, y nos mostraban el horario, nombre y andén del tren que más nos
convenía, y nosotros les hacíamos caso sin dudarlo. Tienen una cantidad tal de
trenes que no recordamos haber tenido que esperar en la estación más de 20
minutos para coger uno.
Ese día hicimos una excursión a Kamakura y a Yokohama, pero eso lo contaremos más adelante. A nuestra vuelta a la capital, decidimos que ese sería el día en que veríamos el cruce de Shibuya en todo su esplendor. Y si bien no era fin de semana, que imaginamos que debe ser aún más exagerado, pudimos hacernos una idea bastante aproximada de lo que es la locura de ese cruce. Y todo porque se permite el cruce en diagonal (algo que vimos mucho por todo el país): así, cuando los semáforos para los coches se ponen en rojo, se produce una auténtica inundación de gente cruzando en todas direcciones y sentidos posibles.
Al día
siguiente hicimos otra excursión, en esta ocasión a Nikko (también más
adelante), y a nuestra vuelta al hotel les pedimos que enviaran nuestra maleta
a Kyoto. En Japón hay montones de empresas que se dedican a enviar maletas de
un punto a otro del país. Habíamos pensado llevar los nombres de alguna empresa
que se dedicara al asunto, pero supusimos, acertadamente, que los hoteles
estarían muy habituados al tema. Así que hicimos una colada para dejar toda la
ropa limpia, entregamos la maleta en recepción, les dimos el nombre y la
dirección del hotel de Kyoto en el que teníamos la reserva, y les pedimos que
la entregaran tres días más tarde, pues entre tanto íbamos a la zona conocida
como los Alpes Japoneses y era mucho más cómodo ir sólo con las mochilas. Nos
aseguraron que el día que llegásemos a Kyoto tendríamos la maleta esperando en
nuestro hotel.
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