los viajes de juanma y carol
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Italia


Junio de 2018
​

Nápoles y alrededores


​Preparativos
 
La preparación de nuestra escapada a Nápoles y sus alrededores nos supuso un pequeño quebradero de cabeza. Ya que nos desplazábamos hasta allí, queríamos aprovechar para ir también a la isla de Capri, subir al cráter del Vesubio, visitar Pompeya o Herculano y hacer una pequeña ruta por la costa Amalfitana. Queríamos abarcar demasiado para los cinco días de los que disponíamos.
En un principio pensamos en alquilar un coche para recorrer los puntos costeros, durmiendo cada noche en un lugar. Después leímos que transitar en coche por esa zona en temporada alta era poco menos que una locura. Por otra parte, los precios de los alojamientos en los pueblos de la costa Amalfitana eran escandalosos. Por más vueltas que le dimos, no encontrábamos la combinación perfecta.
Cuando ya pensábamos que estábamos siendo demasiado optimistas intentando abarcarlo todo en tan poco tiempo, de repente vimos la luz: descubrimos que hay un tren que une Nápoles con Sorrento, con paradas en Pompeya y en Herculano. Se nos ocurrió que podíamos quedarnos los cinco días en Nápoles y hacer excursiones de un día a los demás sitios. Encontramos también la posibilidad de recorrer la costa amalfitana en barco en una excursión desde Sorrento: no era barato, pero nos permitía hacerlo todo.
Así que reservamos un alojamiento cerca de Puerta Nolana, la estación desde donde partía el tren. Cada día haríamos una excursión a un enclave y Nápoles lo recorreríamos en los ratos libres.
Estuvimos cotejando las compañías que ofrecían la excursión de un día en barco por la costa Amalfitana y, tras contactar con varias, optamos por reservar con YouKnow.
En Nápoles decidimos alojarnos en un apartamento: escogimos Il Tesoro di San Gennaro, pues ofrecía apartamentos modernos con todas las comodidades; no nos defraudó en absoluto.
Después de haberle dado infinitas vueltas al viaje, por fin teníamos los preparativos terminados.
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Nápoles
 
A nuestra llegada al aeropuerto de Nápoles nos subimos a un autobús que nos llevó hasta la plaza Garibaldi, auténtico centro neurálgico de la ciudad. Desde ahí fuimos caminando al alojamiento. Bueno, no exactamente. El dueño tiene una tienda de ropa justo al lado, por lo que si se llega antes de la hora de entrada (como fue nuestro caso) o si se quiere dejar las maletas tras la salida, se puede utilizar la tienda a tal efecto. Cuando llegamos a la tienda dejamos la maleta allí y el dueño nos dijo que nos enviaría un mensaje al móvil cuando el apartamento estuviera disponible.
Lo primero que hicimos fue dar una vuelta por el mercado de Puerta Nolana, justo al lado del alojamiento, donde nos surtimos de comida para los siguientes días. En la plaza de Puerta Nolana se instalan los puestos de ropa, mientras que los de comida se ubican en los alrededores. Nos gustaron especialmente los de pescado y marisco.
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De ahí nos acercamos a comer a la Antica Osteria Pisano, muy cerca de la zona, donde comimos muy bien y razonablemente barato.
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Durante la comida recibimos el mensaje del dueño del apartamento, así que cuando terminamos de comer, volvimos a la tienda de ropa y subimos al alojamiento. Mientras nos explicaba el funcionamiento de todo, le preguntamos por la separación de residuos. Nos miró, juntó los dedos de la mano apuntando hacia arriba (en ese gesto tan típicamente italiano) y con cierta desgana nos dijo “Questo è Napoli”, queriendo decir que ahí no se reciclaba nada. Nos sorprendió porque hacía no mucho habíamos estado en Milán y allí nos comentaron que eran muy estrictos con los residuos: lo separaban y reciclaban prácticamente todo. Después del inesperado choque cultural comenzamos la visita a la ciudad por el centro histórico. 
Caminamos hasta el Duomo, cuyo interior muy bien cuidado nos pareció fascinante; sobre todo porque tenía muchos detalles interesantes.
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Entramos en la Via dei Tribunali: comenzaba el típico espectáculo napolitano de calles estrechas y largas, con la ropa de sus habitantes tendida al aire. En una pequeña plaza encontramos un mural de Bansky, cubierto por una vitrina para preservarlo. Un poco más adelante llegamos a la Piazza San Gaetano. Allí lo primero que hicimos fue comernos un babà, un postre típicamente francés que curiosamente es también muy tradicional en la ciudad de Nápoles; se encuentra por todas partes.
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Cuando nos terminamos el delicioso babà entramos en la espectacularmente barroca Basilica di San Paolo Maggiore. Después cruzamos la plaza y entramos en San Lorenzo Maggiore, mucho más austera que la anterior.
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Desde la plaza sale la Via San Gregorio Armeno, una de las calles más originales de la ciudad: está plagada a ambos lados de tiendas donde se venden figuras variopintas. Cuando se acerca la Navidad, se llenan de figuritas para adornar el Belén. 
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Al final de la calle giramos a la derecha y continuamos por la Via San Biaggio dei Librai. Si no es la calle más larga de la ciudad, debe andar cerca.
Llegamos hasta la Piazza San Domenico Maggiore, dominada por un obelisco. Allí entramos en la iglesia del mismo nombre, también bastante espectacular.
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​Salimos de la iglesia por la parte de atrás y volvimos a incorporarnos a la calle por la que veníamos. Antes de seguir recorriéndola hicimos una parada para tomar un helado: podríamos decir sin mucho pudor que somos adictos a los helados italianos. Cuando andamos por tierras italianas, solemos dar rienda suelta a nuestra dulce perdición.
En algún punto la calle cambia de nombre y se convierte en la Via Benedetto Croce. Allí encontramos a mano derecha la basílica y el claustro de Santa Clara. 
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En ese momento entramos solamente en la basílica y dejamos la visita al claustro para el último día. En la original y amplia basílica estaba oficiándose una boda, así que la contemplamos desde una esquina y continuamos nuestro recorrido.
Llegamos hasta la Piazza del Gesù Nuovo, donde visitamos la iglesia del mismo nombre. Fue probablemente la que más nos gustó de todas en las que entramos. El interior es de un estilo barroco muy recargado y, aunque a priori no sería nuestro estilo favorito, el caso es que nos encantó. 
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Continuamos por la calle que veníamos y llegamos hasta la Via Toledo. Allí decidimos bajar hasta los Quartieri Spagnoli, los barrios españoles, donde las calles estrechas, la ropa tendida al aire, los coches aparcados en cualquier lugar y la gente sentada en la calle charlando ociosamente llegan a su máximo esplendor en la ciudad.
Estuvimos deambulando un poco por la zona, paseando por las callejuelas y observando de refilón el modo de vida de la gente que abarrota esos barrios.
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Regresamos a la Via Toledo y continuamos bajando hacia el mar. Allí nos encontramos con la Galleria Umberto I, un bonito y espectacular pasaje con tiendas y bares que a esas horas empezaba a vaciarse.
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Recorrimos la Via Toledo hasta el final y llegamos a la Piazza del Plebiscito, una plaza enorme flanqueada de un lado por el Palacio Real y, del otro, por la basílica San Francesco da Paola.
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Atravesamos la plaza y llegamos hasta un parque donde comienza el paseo marítimo. Desde allí pudimos contemplar por primera vez el Vesubio.
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Volvimos hasta la Piazza del Plebiscito y subimos por Via Chiaia, la calle de las tiendas por excelencia en Nápoles. Al final de la calle está la zona de bares y copas de la ciudad, donde nosotros aprovechamos para tomar el aperitivo. En Italia se está poniendo de moda el aperitivo vespertino, que consiste en pagar un sobreprecio por una bebida a cambio de acceder a un buffet libre con tapas y platos típicamente italianos. Nosotros optamos por dos Aperol Spritz, probablemente la bebida por excelencia del aperitivo italiano, que llegaron junto a un plato lleno de cosas para picar.
Rematamos la cena acercándonos a comer una pizza fritta a Antica Pizza Fritta da Zia Esterina Srobillo. A los napolitanos les gustan mucho los fritos; la pizza frita es una de las especialidades. El local al que fuimos nosotros es uno de los más conocidos en la ciudad. Solamente ofrecen pizza frita para llevar y la verdad es que nos gustó mucho: el relleno es muy natural y está muy rico. Además, pese a ser frita, no estaba nada grasienta.
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Volvimos al alojamiento en metro y de camino fuimos parando para contemplar algunas de las estaciones más originales. Se dice que la línea 1 es la más bonita de Europa. La que más nos gustó fue la de Toledo, con un pequeño tragaluz en unas escaleras mecánicas que inunda de luz el lugar. El psicodélico hall de entrada y los pasillos de Università también nos gustaron mucho, así como los paneles del andén de Materdei.
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El mayor problema del recorrido fue la escasa afluencia de trenes: cada vez que nos bajábamos para ver la estación, luego nos tocaba esperar un buen rato hasta el siguiente.
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Costa Amalfitana
 
Escogimos el día siguiente para hacer la excursión en barco por la costa Amalfitana. En Porta Nolana tomamos el tren que nos llevó hasta Sorrento. A la salida de la estación esperamos a que pasaran a recogernos y nos llevaran hasta Piano de Sorrento, donde está el muelle del que salen las excursiones de YouKnow. Nos subieron a una embarcación y comenzamos nuestro recorrido.
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Bordeamos la costa hasta Sorrento, donde recogimos a cuatro pasajeros más. A partir de ahí nos separamos un poco de la costa y el capitán puso la lancha a toda máquina.
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Vimos la isla de Capri a lo lejos, pasamos entre dos pequeños islotes y contemplamos Positano, también desde la distancia. La idea según nos comentó el capitán era navegar rápidamente hasta el punto más alejado, que era Amalfi, e ir volviendo más tranquilamente y más cerca de la costa. Cuando nos acercamos a Amalfi redujo la marcha y paró en el muelle. Desembarcamos y nos dio algo más de una hora para ver el pueblo.
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Sin duda la mayor atracción de Amalfi es la Cattedrale di Sant’Andrea, ubicada en la pequeña Piazza del Duomo y que se encuentra en lo alto de una escalinata. Subimos las escaleras con la intención de entrar, pero estaba cerrada, así que bajamos de nuevo y comenzamos a caminar por la Via Lorenzo d’Amalfi, la calle principal, en dirección a la montaña. Esta calle está plagada de bares, pizzerías y tiendas, todas con un enfoque eminentemente turístico.
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En un punto indeterminado decidimos darnos la vuelta y volver a la Piazza del Duomo, donde nos comimos un panini sin pena ni gloria y un helado exquisito.
Bordeamos la Spiaggia Grande en busca de una vista un poco más amplia de Amalfi, tras lo cual volvimos en dirección al muelle, pues ya era casi la hora convenida.
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Cuando estuvimos todos en el bote continuamos la marcha. Al poco de iniciar la navegación paramos. Era el momento lúdico del día. El conductor del bote sacó unos aperitivos y unas bebidas frías y nos dimos un chapuzón. El agua estaba muy limpia y a una temperatura magnífica.
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Cuando todos nos hubimos refrescado por dentro y por fuera, continuamos hasta Positano. Sin duda lo mejor de recorrer la costa Amalfitana por mar son las vistas que hay en todo momento de la costa; especialmente de las principales poblaciones, diseminadas sobre las escarpadas laderas. Eso hace que estos municipios apenas tengan zonas planas y haya que estar subiendo y bajando todo el rato.
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En Positano la parada fue más larga, por lo que nos dio tiempo a dar una vuelta más amplia. Desembarcamos en el muelle situado, al igual que en Amalfi, junto a la Spiaggia Grande. En Positano era bastante más grande que en Amalfi.
Comenzamos a subir la calle principal en dirección a la montaña. En ella encontramos, además de bares y tiendas, galerías de arte y alojamientos refinados. Sin duda en Positano se respira más glamur que en Amalfi. Entramos en alguna galería de arte, un poco por ver las obras y también por recibir una pequeña ración de aire acondicionado.
Cuando habíamos ascendido bastante, en uno de los cruces de la calle por la que íbamos decidimos ir hacia la derecha. Desde allí pudimos contemplar una bonita vista de Positano.
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Encontramos unas escaleras que bajaban aparentemente hacia la playa. Como no queríamos desandar camino, nos metimos por ahí. Como parecían unas escaleras privadas de algún hotel, preguntamos si se podía llegar a la playa por ellas y nos dijeron que sí. Tuvimos que descender no pocos escalones, atravesando alguna que otra piscina de hotel, pero finalmente llegamos a la playa.
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La atravesamos hasta llegar al muelle y decidimos continuar por un camino que bordeaba la costa, que iba hasta otra playa. Cuando habíamos recorrido la mitad nos dimos media vuelta porque la hora de zarpar se acercaba.
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De vuelta en el barco continuamos la navegación en dirección a Sorrento. Entramos con la embarcación en una pequeña cueva, donde tuvimos que tener cuidado para no lastimarnos la cabeza; después pasamos por una pequeña cascada. 
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Antes de llegar a Sorrento el capitán sacó una botella de limoncello y brindamos por la excursión. Paramos en Sorrento para dejar a los turistas que se habían subido allí y nosotros decidimos desembarcar también para dar una vuelta por el municipio, ya que solamente habíamos estado en la estación de tren.
Desembarcamos en la Marina Grande y subimos por una cuesta hasta lo alto de la ladera para ir hacia el centro. Por el camino vimos varios parques y alguna que otra iglesia.
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En la Chiesa de San Francesco encontramos un claustro muy agradable y muy bonito, lleno de buganvillas.
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Dimos un paseo por las estrechas calles del centro, abarrotadas de tiendas para turistas, de pizzerías y restaurantes. Sorrento fue la población que mas nos gustó de las tres que visitamos. Además, al estar en lo alto de la ladera es mayormente plana, por lo que no hay que andar subiendo y bajando todo el rato como sucedía en Amalfi y en Positano.
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Sin duda nos faltó algún rincón imprescindible de la costa Amalfitana, pero la excursión que hicimos nos sirvió para hacernos una buena idea de la zona.
Capri
 
Al día siguiente cambiamos nuestro medio de locomoción por el ferry. Cuando llegamos al muelle desde donde salen los transbordadores a la isla de Capri había un caos importante. Hay varias compañías que operan ese trayecto y había gente por todas partes haciendo cola. Con paciencia conseguimos hacernos con billetes en un horario en el que no tuvimos que esperar demasiado.
En Capri todos los transbordadores llegan a Marina Grande, que es el centro de transporte principal de la isla. Cuando atracamos y pusimos el pie en tierra, el caos fue incluso mayor que en Nápoles. Había gente por todas partes haciendo cola: para coger un taxi, para subir a Capri en funicular, para coger el autobús hasta Anacapri…
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Decidimos tomárnoslo con calma. Lo primero que hicimos fue comprar los billetes de vuelta al continente, porque allí había mucha gente y no queríamos quedarnos a dormir en la isla.
Las dos poblaciones principales de la isla son Capri y Anacapri. Decidimos ir primero a Anacapri, que está un poco más alejado, para lo cual nos pusimos a la cola del autobús. Fueron llegando autobuses que se fueron llenando, hasta que nos tocó el turno. 
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En Anacapri dimos un paseo por la calle principal del municipio, en la que principalmente encontramos restaurantes y tiendas, todo muy enfocado al turismo. Y eso que se supone que es mucho menos turística que Capri.
Cuando se nos acabó la calle dimos media vuelta y fuimos hasta el teleférico para subir hasta el monte Solaro. Este teleférico es una atracción en sí mismo: las vistas según se asciende al monte son muy amplias.
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El monte Solaro es el punto más alto de la isla, por lo que las vistas desde la cima son espectaculares. Hay un pequeño recorrido que va pasando por diversos miradores que vale mucho la pena. Lo primero que se ve son los tres farallones seña de identidad de Capri.
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También se ve alguna que otra cala espectacular a la que solamente se puede acceder por mar. Y por supuesto, hay una bonita estampa de la ciudad de Capri.
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​​Un poco más al fondo se puede contemplar también el monte Vesubio, cuya estampa es mejor desde el teleférico de vuelta, aunque ese día estaba un poco brumoso. En la bajada también se obtiene una amplia vista de Anacapri, pues a la subida queda un poco de espaldas.
A la salida del teleférico cogimos el bus que baja hasta Capri. Por el camino pudimos ir viendo unas panorámicas de la isla muy bonitas.
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El centro de Capri era un hervidero de gente a pesar del calor que hacía. Decidimos tomar un callejuela y pasear un rato. En cuanto nos alejamos unos metros del meollo, nos quedamos prácticamente solos.
El centro está plagado de tiendas y restaurantes, pero las estrechas calles son muy tranquilas y parecen zonas eminentemente residenciales.
Cada cierto tiempo encontrábamos carteles con un mapa de la zona, lo que hizo que estuviésemos siempre perfectamente orientados, a pesar de estar un buen rato caminando sin rumbo.
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Cuando regresamos a la calle principal dimos por concluida la visita a Capri. Decidimos descender hasta Marina Grande caminando, pues todavía teníamos tiempo hasta la salida del ferry.
La bajada resultó ser bastante empinada y más larga de lo que pensábamos. Nos cruzamos con algún despistado que subía a Capri con la maleta por allí: más le hubiese valido haber tomado el funicular.
En Marina Grande nos sentamos tranquilamente a tomar un café y a descansar, ya que llevábamos todo el día caminando sin parar; con el calor que hacía realmente nos merecíamos un descanso.
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Nos quedamos sin ver muchas cosas en la isla. Hubieran hecho falta al menos dos días para poder profundizar.
Como llegamos a Nápoles al atardecer, decidimos aprovechar las horas de luz que quedaban. Fuimos caminando hasta el lungomare, el paseo marítimo. Para nuestra sorpresa, cuando llegamos a él nos encontramos que estaba cerrado al tráfico desde la Via Partenope: en lugar de coches, había una multitud de gente paseando o montando en bici. Nosotros, que somos unos peatones empedernidos, estamos siempre a favor del cierre de calles al tráfico para dar espacio a los peatones. Además, la historia se empecina en demostrar que cuando se les dan estas zonas a los viandantes, estos las ocupan y disfrutan al máximo.
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Había mucha gente, pero como la zona era muy amplia, cabíamos todos perfectamente: niños con triciclos, ciclistas, gente en monopatín, paseantes…
Recorrimos el paseo marítimo entero mientras contemplábamos el atardecer. Ya de noche fuimos a cenar a Muu Muzarella, un original local en el que todos los platos llevan mozzarella.
De camino al alojamiento nos tomamos un helado, por supuesto.
 
Herculano y Vesubio
 
Nos daba pereza visitar en el mismo día Pompeya y Herculano, así que tuvimos que tomar la decisión de prescindir de uno de los dos yacimientos arqueológicos. Según habíamos leído, Pompeya es enorme y atrae a una considerable masa de turistas, mientras que Herculano es más pequeño y, a pesar de estar mejor conservado, es menos multitudinario. Por esos motivos decidimos optar por visitar Herculano.
La misma línea de tren que llega hasta Sorrento pasa por Herculano, así que cogimos uno temprano para estar a primera hora en el yacimiento. Desde la estación se accede muy fácilmente: no hay más que bajar en dirección al mar y se llega enseguida.
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Nada más traspasar una puerta romana con el nombre del lugar se puede observar la antigua población a la derecha. Una vez hubimos pasado por la taquilla, accedimos por el final. La visita comienza por una bajada a mano izquierda que da a lo que era la antigua orilla. Nosotros fuimos a mano derecha y entramos directamente en las calles. El orden da igual, porque es lo suficientemente pequeño para que no se quede nada por visitar.
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Con la entrada nos dieron una pequeña guía en español que resultó muy útil, porque va explicando las particularidades de cada casa.
El lugar quedó sepultado por una erupción del Vesubio, por lo que el estado de conservación del lugar es razonablemente bueno.
En varias casas encontramos restos de pinturas y mosaicos, unos en mejor estado que otros, pero lo suficientemente bien conservados (o restaurados) para hacerse una buena idea.
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Recorrimos tranquilamente todas las estancias del lugar, acabando la visita por lo que debe ser el principio y que sin duda es el lugar más singular: los fornicis. Se trata de unos almacenes que estaban más o menos donde se encontraba la orilla del mar por aquel entonces. Fue allí donde los habitantes de Herculano encontraron la muerte intentando huir de la lava. Se escondieron ahí y ahí quedaron los esqueletos de todos ellos. Es una visión sobrecogedora, sobre todo el pensar en la agonía de esa gente.
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A la salida del yacimiento encontramos un par de representantes de Vesubio Tour ofreciendo el traslado de ida y vuelta hasta el cráter del Vesubio, así que decidimos irnos con ellos. Nos recogieron con una furgoneta allí mismo y nos subieron hasta el aparcamiento más cercano al cráter. Los turismos aparcan en uno más alejado, pero los autobuses turísticos llegan más arriba.
Desde allí una caminata no muy larga llega hasta el borde del cráter. Según se va ascendiendo se disfruta de una amplia y magnífica vista del golfo de Nápoles, en la que se puede ver la ciudad en toda su extensión. Y eso que ese día estaba también un poco brumoso.
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El cráter está lleno de arena, pero no hay que olvidar que los geólogos insisten en que el volcán está todavía activo y podría haber una erupción en cualquier momento. Afortunadamente, esta no se produjo durante nuestra estancia.
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El cráter no se puede bordear entero, sino tan solo un tramo que no llega ni a la mitad. Llegamos hasta el final del camino, dimos media vuelta y regresamos nuevamente hasta el aparcamiento. Cuando estuvimos dentro todos los ocupantes de la furgoneta, nos bajaron hasta la estación de tren a la que habíamos llegado por la mañana. Desde allí tomamos el primer tren de vuelta a Nápoles. Como todavía era pronto, decidimos seguir visitando la ciudad.
 
Y nuevamente Nápoles
 
Esa tarde le tocó el turno a Vomero, el barrio alto de la ciudad (en varios sentidos). Por un lado, porque está en una colina, siendo la forma más habitual de llegar hasta él alguno de los tres funiculares que suben por su ladera. Por otro lado, porque parece la zona más selecta de Nápoles: todas las calles estaban limpias, no había ningún tipo de caos en ellas, ningún coche hacia sonar la bocina constantemente, nadie tiraba nada al suelo, no había coches aparcados en doble (o triple fila). En otras palabras, allí no encontramos ninguno de los rasgos más característicos que habíamos ido encontrado mientras caminábamos por otros barrios napolitanos.
El centro de Vomero es la plaza Vanvitelli. Junto a ella hay una sucursal de Il gelato Mennella, una de las heladerías de la ciudad que más nos habían gustado, así que iniciamos el paseo después de tomarnos un helado.
Fue un gusto olvidarse por un rato de la anarquía que gobierna Nápoles y caminar tranquilamente por este barrio. Nos dirigimos al Castel Sant’Elmo. Este imponente castillo en forma de estrella domina la colina. Desde sus murallas se ve una fabulosa vista del Vesubio y de gran parte de la ciudad.
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En su interior se encuentra el museo del Novecento. Desafortunadamente cuando llegamos ya estaba cerrado, así que tuvimos que conformarnos con recorrer las murallas y contemplar la panorámica.
Salimos del castillo y descendimos hasta Certosa di San Martino, un impresionante monasterio que se halla a los pies del Castel Sant’Elmo. Lo primero que se contempla nada más entrar en el recinto es la iglesia, todo un derroche de elementos barrocos, a la que no se puede acceder porque según leímos en un cartel, el suelo podría ceder. Su interior se puede contemplar desde la puerta principal, que permanece abierta (eso sí, detrás del cordel).
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​Un poco más adelante llegamos a un pequeño claustro llamado Chiostro dei Procuratori, en cuyo centro hay un pozo en desuso.
A mano izquierda sale un largo pasillo que comunica este claustro con el más grande del lugar, el Chiostro Grande, donde encontramos una bonita sucesión de pórticos coronados con estatuas; en el centro hay unas balaustradas con calaveras.
Desde ese claustro hay una entrada que da acceso a la parte trasera de la iglesia y que también es espectacular, con unas dependencias profusamente decoradas.
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Volvimos al primer claustro y llegamos hasta el final, donde hay un tranquilo jardín. Antes de salir pasamos por una sala un tanto oscura en la que tienen expuesto un nacimiento enorme, lleno de figuritas por todas partes.
A la salida del monasterio decidimos volver a la zona de los bares para tomarnos nuestro último aperitivo napolitano. Bajamos por unas interminables escaleras hasta los Quartieri Spagnoli, desde donde caminamos hasta el barrio. Repetimos el Aperol Spritz, aunque en esta ocasión decidimos probar en otro local.
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Nuestra visita a Nápoles estaba a punto de terminar. Pero antes empleamos la mañana del día siguiente en visitar el claustro de Santa Clara. El primer día habíamos entrado solo en la iglesia, por lo que decidimos dejar la visita del claustro para esa mañana. El lugar es realmente espléndido. El claustro está dividido en cuatro pasillos, los cuales están adornados por setenta y dos columnas octogonales y bancos decorados con azulejos de escenas campesinas.
Los laterales del claustro, que poseen unas arcadas muy bonitas, están también decorados con azulejos. 
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En uno de los laterales del claustro hay un museo compuesto principalmente por objetos eclesiásticos, aunque también contiene unas pequeñas ruinas en el jardín.
Nos despedimos de Nápoles comiendo en los Quartieri Spagnoli, concretamente, en Da Nennella, un lugar muy popular tanto para los turistas como para los napolitanos. Sirven un menú del día bastante barato. El bullicio y las voces, principalmente de los camareros, hace que la experiencia sea puramente napolitana.
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Hemos escuchado decir a mucha gente que ha visitado Nápoles que no le ha gustado la ciudad. Habiendo estado en la ciudad, realmente podemos entender ese parecer. Lo que está claro es que la ciudad no deja indiferente, y pasear por sus calles es toda una experiencia.