Italia
Marzo 2011
Roma
Primer día
Aterrizamos en Roma por la noche. Una vez hubimos pasado por el apartamento que habíamos reservado a dejar las maletas, nos fuimos directos a cenar a Da Baffetto, donde según dicen, sirven las pizzas con mejor relación calidad/precio de la ciudad. Y damos fe de que es así, porque aunque las probamos mejores, fueron más caras. Tuvimos mucha suerte porque siempre hay mucha gente esperando, pero cuando llegamos nos acomodaron en una mesa directamente. Estábamos sentados al lado de los dos peculiares personajes que se encargan de hacer las pizzas, así que mientras esperábamos, observábamos cómo, sin mediar palabra, funcionaban como una máquina perfectamente engrasada. La pregunta nos vino a la mente enseguida: ¿cuántas pizzas harán estos dos cada día?¿Y cada semana?, ¿y cada mes? ¿Y cuántos años llevarán aquí haciendo pizzas? Sea como fuere, no queríamos ponernos filosóficos nada más llegar, así que dejamos que nuestro sentido del gusto se diese un festín con las pizzas que habíamos pedido. Comenzábamos con buen pie.
Iniciamos nuestra visita a Roma madrugando un poco al día siguiente con la intención de evitar cola en los Museos Vaticanos, pero un sinfín de turistas tuvo la misma idea que nosotros (algo que extrañamente se repetiría durante nuestro viaje: allá donde fuéramos, siempre había manadas de gente que habían tenido la misma idea). Así que aguantamos la cola con una fina lluvia, salpicada de constantes ofrecimientos para evitar la cola y hacer una visita guiada en todos los idiomas posibles. Cuando finalmente accedimos al interior, pasamos un detector de metales y pagamos “religiosamente” la entrada.
Los Museos Vaticanos nos abrumaron. Había infinidad de pasillos, galerías y salas en todas direcciones, todos ellos atiborrados de esculturas y de objetos variopintos, y pintados del suelo al techo. Habría que reencarnarse para poder verlo todo. Como sólo disponíamos de unas cuantas horas, tuvimos que conformarnos con llevar a cabo una visita general sin mucho detenimiento. La joya de la corona es la capilla Sixtina, y así como todos los caminos conducen a Roma, todas las rutas en los Museos Vaticanos llevan a dicha capilla. La capilla Sixtina es el típico lugar que, a pesar de haber visto y leído tanto acerca de él, sorprende. Todos los frescos, la profusión de colores, el sitio propiamente dicho… desde luego en el siglo XV debió haber sido un acontecimiento sin igual, porque aún hoy en día sigue siéndolo. A pesar de que no cabía un alfiler (ya que parecía que todos los visitantes nos hubiéramos puesto de acuerdo para llegar allí a la vez), el sitio es amplio y realmente sobrecoge. Estuvimos un buen rato admirando las paredes y el techo totalmente embobados.
Aterrizamos en Roma por la noche. Una vez hubimos pasado por el apartamento que habíamos reservado a dejar las maletas, nos fuimos directos a cenar a Da Baffetto, donde según dicen, sirven las pizzas con mejor relación calidad/precio de la ciudad. Y damos fe de que es así, porque aunque las probamos mejores, fueron más caras. Tuvimos mucha suerte porque siempre hay mucha gente esperando, pero cuando llegamos nos acomodaron en una mesa directamente. Estábamos sentados al lado de los dos peculiares personajes que se encargan de hacer las pizzas, así que mientras esperábamos, observábamos cómo, sin mediar palabra, funcionaban como una máquina perfectamente engrasada. La pregunta nos vino a la mente enseguida: ¿cuántas pizzas harán estos dos cada día?¿Y cada semana?, ¿y cada mes? ¿Y cuántos años llevarán aquí haciendo pizzas? Sea como fuere, no queríamos ponernos filosóficos nada más llegar, así que dejamos que nuestro sentido del gusto se diese un festín con las pizzas que habíamos pedido. Comenzábamos con buen pie.
Iniciamos nuestra visita a Roma madrugando un poco al día siguiente con la intención de evitar cola en los Museos Vaticanos, pero un sinfín de turistas tuvo la misma idea que nosotros (algo que extrañamente se repetiría durante nuestro viaje: allá donde fuéramos, siempre había manadas de gente que habían tenido la misma idea). Así que aguantamos la cola con una fina lluvia, salpicada de constantes ofrecimientos para evitar la cola y hacer una visita guiada en todos los idiomas posibles. Cuando finalmente accedimos al interior, pasamos un detector de metales y pagamos “religiosamente” la entrada.
Los Museos Vaticanos nos abrumaron. Había infinidad de pasillos, galerías y salas en todas direcciones, todos ellos atiborrados de esculturas y de objetos variopintos, y pintados del suelo al techo. Habría que reencarnarse para poder verlo todo. Como sólo disponíamos de unas cuantas horas, tuvimos que conformarnos con llevar a cabo una visita general sin mucho detenimiento. La joya de la corona es la capilla Sixtina, y así como todos los caminos conducen a Roma, todas las rutas en los Museos Vaticanos llevan a dicha capilla. La capilla Sixtina es el típico lugar que, a pesar de haber visto y leído tanto acerca de él, sorprende. Todos los frescos, la profusión de colores, el sitio propiamente dicho… desde luego en el siglo XV debió haber sido un acontecimiento sin igual, porque aún hoy en día sigue siéndolo. A pesar de que no cabía un alfiler (ya que parecía que todos los visitantes nos hubiéramos puesto de acuerdo para llegar allí a la vez), el sitio es amplio y realmente sobrecoge. Estuvimos un buen rato admirando las paredes y el techo totalmente embobados.
Después anduvimos por el otro ala de los museos, donde pudimos ver una curiosa colección de arte moderno y contemporáneo, compuesta casi en su totalidad por cuadros y esculturas con temas relacionados con la religión.
Finalmente salimos del recinto por las famosas escaleras en forma de caracol.
Finalmente salimos del recinto por las famosas escaleras en forma de caracol.
A nuestra salida comprobamos que no había cola, lo que confirmó nuestras sospechas de que todos los turistas nos habíamos puesto de acuerdo para ir a la misma hora. Teníamos pensado entrar en la basílica de San Pedro con la intención de subir a la cúpula, pero estaba muy nublado y lloviendo a ratos, así que decidimos dejarlo para un día que hiciera sol.
Como se acercaba la hora de comer, fuimos al barrio judío con la intención de comer en Sora Margherita, donde dicen que hacen las mejores alcachofas alla giudia de toda la ciudad. Cuando llegamos había un montón de gente en la calle haciendo cola, así que reservamos para cenar al día siguiente y nos fuimos en busca de otro sitio, en este caso en el Trastevere. Antes de partir hacia Roma habíamos buceado por los foros en busca de sitios recomendados donde comer, y llevábamos una pequeña selección de lugares de visita obligatoria. La primera noche ya habíamos visitado uno y ahora nos íbamos a por el segundo, porque teníamos claro que la comida iba a ser uno de los puntos fuertes del viaje; y es que somos unos grandes amantes de la auténtica cocina italiana.
En el Trastevere nos perdimos varias veces, porque ese barrio es un conglomerado de callecitas todas llenas de restaurantes, trattorias y osterías. Al final de nuestra estancia conseguimos orientarnos un poco por esa zona, pero esa era la primera vez y fue un poco arduo. Finalmente dimos con el sitio que andábamos buscando, llamado Mario's, y entramos. La camarera que nos tocó era una señora bastante mayor, que caminaba con lentitud, pero que tenía todas sus mesas bastante bien atendidas. Habíamos leído que era temporada de alcachofas y que estas son muy típicas especialmente en Roma, así que comenzamos lo que podría denominarse una “ruta gastronómica de la alcachofa”. De hecho, las comimos casi a diario; alguna vez incluso para comer y cenar. En Mario’s, además de las alcachofas, probamos una excelente saltimbocca alla romana. Nos pareció un local donde se come muy bien y muy barato. Por la tarde fuimos a la Piazza Navona, sin duda la plaza más original de Roma y una de las más bonitas de la ciudad. Estuvimos paseando por la plaza admirando las tres fuentes que tiene. De las tres, la que más destaca es la ostentosa fuente de los cuatro ríos situada en el centro de la plaza. También contemplamos los edificios que la rodean, entre los que identificamos el Instituto Cervantes en Roma, con una magnífica ubicación sin duda.
Como se acercaba la hora de comer, fuimos al barrio judío con la intención de comer en Sora Margherita, donde dicen que hacen las mejores alcachofas alla giudia de toda la ciudad. Cuando llegamos había un montón de gente en la calle haciendo cola, así que reservamos para cenar al día siguiente y nos fuimos en busca de otro sitio, en este caso en el Trastevere. Antes de partir hacia Roma habíamos buceado por los foros en busca de sitios recomendados donde comer, y llevábamos una pequeña selección de lugares de visita obligatoria. La primera noche ya habíamos visitado uno y ahora nos íbamos a por el segundo, porque teníamos claro que la comida iba a ser uno de los puntos fuertes del viaje; y es que somos unos grandes amantes de la auténtica cocina italiana.
En el Trastevere nos perdimos varias veces, porque ese barrio es un conglomerado de callecitas todas llenas de restaurantes, trattorias y osterías. Al final de nuestra estancia conseguimos orientarnos un poco por esa zona, pero esa era la primera vez y fue un poco arduo. Finalmente dimos con el sitio que andábamos buscando, llamado Mario's, y entramos. La camarera que nos tocó era una señora bastante mayor, que caminaba con lentitud, pero que tenía todas sus mesas bastante bien atendidas. Habíamos leído que era temporada de alcachofas y que estas son muy típicas especialmente en Roma, así que comenzamos lo que podría denominarse una “ruta gastronómica de la alcachofa”. De hecho, las comimos casi a diario; alguna vez incluso para comer y cenar. En Mario’s, además de las alcachofas, probamos una excelente saltimbocca alla romana. Nos pareció un local donde se come muy bien y muy barato. Por la tarde fuimos a la Piazza Navona, sin duda la plaza más original de Roma y una de las más bonitas de la ciudad. Estuvimos paseando por la plaza admirando las tres fuentes que tiene. De las tres, la que más destaca es la ostentosa fuente de los cuatro ríos situada en el centro de la plaza. También contemplamos los edificios que la rodean, entre los que identificamos el Instituto Cervantes en Roma, con una magnífica ubicación sin duda.
En nuestro camino hacia el panteón atravesamos la Piazza della Minerva. En medio de la plaza se puede contemplar una curiosa estatua de un elefante con un obelisco encima.
Cuando ya anochecía llegamos a la Piazza della Rotonda, donde se encuentra el panteón. La plaza tenía mucho ambiente, con las terrazas llenas de gente a pesar del fresco que hacía y de la amenaza de lluvia. También, por supuesto, con los turistas que paseábamos por allí. La plaza y el panteón tenían una tenue iluminación que nos gustó mucho. De hecho, como a esas horas el panteón estaba cerrado, volvimos al día siguiente por la mañana. Nos pareció que, a plena luz del sol, el conjunto carecía del encanto de la noche anterior.
Desde el panteón fuimos una vez más al Trastevere en busca de un nuevo sitio de nuestra lista, en este caso para cenar. Esta vez le tocó el turno a Ivo, uno de los más conocidos y concurridos restaurantes de la zona. Afortunadamente llegamos pronto y no tuvimos que esperar. Este restaurante nos decepcionó un poco porque las pizzas no tenían la calidad de Da Baffetto; además eran más caras. Fue una recomendación fallida, pero no siempre se puede aceptar.
Segundo día
La mañana siguiente amaneció soleada, así que convinimos que este sería el día de subir a la cúpula de la basílica de San Pedro. Pero antes decidimos pasear un rato por la ciudad hasta llegar al panteón, donde esta vez sí pudimos entrar.
Segundo día
La mañana siguiente amaneció soleada, así que convinimos que este sería el día de subir a la cúpula de la basílica de San Pedro. Pero antes decidimos pasear un rato por la ciudad hasta llegar al panteón, donde esta vez sí pudimos entrar.
Nuestro itinerario nos llevó por un sinfín de callejuelas todas ellas cubiertas de adoquines, que le dan a la ciudad un toque muy auténtico, pero que cuando llevas muchas horas caminando no hay bota ni zapato que lo aguante. Roma sin sus adoquines no sería la misma, pero sin duda sería mucho más cómoda de visitar. Por las mencionadas callejuelas nos fuimos encontrando constantemente iglesias y plazas de todos los tamaños, aunque en general las iglesias eran grandes y las plazas pequeñas (nos dio un poco la sensación de que los italianos, en cuanto una calle se ensancha un poco, ya dicen que es una plaza). Finalmente llegamos al panteón. El edificio por dentro es bastante impresionante, con una bóveda enorme y una abertura en lo más alto, por donde en días lluviosos entra todo el agua. En la zona central hay unas aberturas en el suelo por donde se canaliza dicha agua. De hecho, había algunas zonas un tanto húmedas de las lluvias del día anterior. Como hacía mucho sol, entraba la luz por la abertura iluminando el interior. Nos pareció uno de los edificios más interesantes de la ciudad.
De ahí nos desplazamos hasta la vía del Corso, una de las calles principales de Roma y quizá la más famosa. Fuimos bajando hasta la Piazza Venezia, pasando por la Piazza del Parlamento, donde contemplamos la enorme escalera; la Piazza Colonna, con la llamada columna de Marco Aurelio, aunque la estatua de este emperador que coronaba la columna fue cambiada hace varios siglos por una de San Pablo; la Piazza di Pietra, donde se encuentra el Pallazzo della Borsa, que por la noche iluminan con los colores de la bandera italiana; y la Piazza de San Ignacio, donde pudimos observar a un grupo de carabinieri discutiendo acaloradamente de fútbol. Finalmente llegamos a la Piazza Venezia, donde pudimos contemplar en todo su esplendor el descomunal edificio del monumento a Vittorio Emanuele II.
De ahí fuimos hacia el Vaticano, porque empezaban a acercarse unas cuantas nubes y queríamos aprovechar para ver la ciudad soleada desde lo alto de la cúpula. Cruzamos por el Ponte Sant’Angelo, que a esas horas estaba atiborrado de gente, y contemplamos el castillo del mismo nombre, con su curiosa forma circular.
Cuando llegamos a la plaza de San Pedro y vimos la interminable cola que había para entrar en la basílica, decidimos comer algo porque parecía que esa visita nos iba a llevar un buen rato. Como teníamos una reserva para cenar, decidimos darle una tregua al estómago y nos conformamos con unas ensaladas y unos paninis.
Tras eso volvimos a la plaza, nos armamos de paciencia y nos pusimos a la cola. Afortunadamente se movía más rápido de lo previsto, ya que no era más que un control de metales. Una vez hubimos atravesado el arco detector, nos fuimos hacia el interior. Decidimos ir directos a la cúpula, así que otra vez nos pusimos ante otra cola interminable. Había dos tipos de entradas: con o sin ascensor. Pagamos la entrada que incluía el ascensor, porque aún así había que subir más de 300 escaleras y no era plan de quemar energías sin necesidad. Después de comprar la entrada, esperar a que nos tocara el turno para tomar el ascensor, y subir las siguientes 300 escaleras a paso de tortuga merced a la cantidad de gente que había, llegamos al exterior de lo alto de la cúpula, desde donde había una magnífica panorámica de toda la ciudad. Entre medias de las escaleras pasamos por el interior de la cúpula, desde donde se aprecia una pequeña parte de la basílica por dentro y se pueden ver con todo lujo de detalles los mosaicos que decoran la bóveda.
El espacio en el exterior no era muy grande y estaba completamente lleno de gente; hasta tal punto que era difícil rodearlo y tardamos una eternidad. A pesar de todo disfrutamos de las vistas, especialmente de la plaza de San Pedro y de los edificios que componen los Museos Vaticanos.
Cuando se nos hizo casi insoportable estar rodeados de tanta gente casi sin poder movernos, decidimos emprender el descenso. Antes de llegar al ascensor de bajada se pasa por una zona donde se ve la cúpula por fuera y se aprecia todo el personal apretujado en lo alto. Después de la bajada en ascensor entramos finalmente en el interior de la basílica propiamente dicha.
El interior es sencillamente impactante. Todo el mármol, las estatuas, los mosaicos… realmente deja sin palabras. Claro que uno, viendo toda esa opulencia y espectacularidad, se hace algunas preguntas, pero quizá este no sea el lugar adecuado para iniciar un debate teológico. Desde el punto de vista artístico, que es lo que nos interesa, es un sitio sin igual. No dejamos de disfrutar también de la Pietà de Miguel Ángel, que tantas veces habíamos visto en fotografía. También nos resultó impactante el interior de la bóveda, con sus ventanas y sus mosaicos.
Una vez hubimos terminado de admirar la basílica por dentro, y ya que estábamos dedicando la tarde a ver panorámicas de la ciudad, decidimos encaminarnos hacia la Passeggiatta del Gianicolo. Fue una subida larga y constante, pero la zona ofrece una vista bastante amplia de la ciudad.
Durante la ascensión se fue nublando sospechosamente y cuando llegamos a lo alto comenzó a diluviar. Estábamos entrampados, porque en esa zona no había donde resguardarse. Además, como había amanecido con un sol espléndido, habíamos dejado el paraguas en el apartamento. Afortunadamente, en ese mismo momento vimos aparecer un microbús y nos abalanzamos sobre él sin saber muy bien hacia dónde nos conducía y sin tener billete para el trayecto. Tuvimos suerte con ambas cosas, porque no pasó ningún revisor y además nos condujo cerca de nuestro alojamiento, así que nos bajamos y fuimos directos para cambiarnos la ropa que en tan sólo unos minutos de lluvia se nos había empapado.
Decidimos aprovechar para descansar un rato y salimos directamente para cenar, ya que teníamos una reserva del día anterior. Aunque habíamos leído alguna crítica regular del restaurante Sora Margherita, queríamos ver si de verdad servían las mejores alcachofas alla giudia de Roma. El sitio fue cuando menos peculiar. Es pequeño, casi hay que compartir mesa con el vecino, hay una sola carta escrita a mano y sin precios para todo el restaurante, y en general las camareras no te dan mucha opción. Casi nos obligan a pedir las alcachofas, aunque llevábamos idea de hacerlo; de segundo pedimos dos platos de pasta, uno de los cuales fue tonnarelli cacio e pepe, también considerado especialidad de la casa. Las alcachofas resultaron espectaculares, y aunque en ese momento no podíamos saberlo, fueron las que más nos gustaron de todas las que pedimos durante nuestro viaje. Los segundos estuvieron muy apetitosos y la tarta de ricotta con cerezas de postre sencillamente espectacular. El precio fue un tanto elevado, sobre todo por el tipo de local que es, pero es lo que tiene la fama: pueden cobrar lo que quieran, que siempre seguirá habiendo gente que vaya. A esas alturas empezamos a percatarnos que la generalizada mala prensa del servicio en los restaurantes de Roma hacía honor a la verdad, y aunque encontramos algún que otro camarero muy simpático, en general fueron muy secos y bordes.
Tercer día
El tercer día de nuestra estancia en Roma comenzamos nuestra visita por la Piazza del Popolo. Es una plaza amplia con un obelisco en el centro y dos iglesias gemelas en un lado, donde comienza la famosa vía del Corso.
Decidimos aprovechar para descansar un rato y salimos directamente para cenar, ya que teníamos una reserva del día anterior. Aunque habíamos leído alguna crítica regular del restaurante Sora Margherita, queríamos ver si de verdad servían las mejores alcachofas alla giudia de Roma. El sitio fue cuando menos peculiar. Es pequeño, casi hay que compartir mesa con el vecino, hay una sola carta escrita a mano y sin precios para todo el restaurante, y en general las camareras no te dan mucha opción. Casi nos obligan a pedir las alcachofas, aunque llevábamos idea de hacerlo; de segundo pedimos dos platos de pasta, uno de los cuales fue tonnarelli cacio e pepe, también considerado especialidad de la casa. Las alcachofas resultaron espectaculares, y aunque en ese momento no podíamos saberlo, fueron las que más nos gustaron de todas las que pedimos durante nuestro viaje. Los segundos estuvieron muy apetitosos y la tarta de ricotta con cerezas de postre sencillamente espectacular. El precio fue un tanto elevado, sobre todo por el tipo de local que es, pero es lo que tiene la fama: pueden cobrar lo que quieran, que siempre seguirá habiendo gente que vaya. A esas alturas empezamos a percatarnos que la generalizada mala prensa del servicio en los restaurantes de Roma hacía honor a la verdad, y aunque encontramos algún que otro camarero muy simpático, en general fueron muy secos y bordes.
Tercer día
El tercer día de nuestra estancia en Roma comenzamos nuestra visita por la Piazza del Popolo. Es una plaza amplia con un obelisco en el centro y dos iglesias gemelas en un lado, donde comienza la famosa vía del Corso.
Caminamos por esta calle un rato y nos desviamos para acceder a la también famosa Piazza di Spagna. Una vez más, todos los turistas que estábamos en Roma nos habíamos puesto de acuerdo para visitar a la vez esta plaza y sus emblemáticas escaleras. Aunque quizá sin el bullicio y la gente esta plaza no sería lo mismo, no terminamos de encontrarle la gracia al sitio.
Admiramos la Fontana della Barcaccia que se encuentra delante de las escaleras, nos hicimos un par de fotos y decidimos huir de ahí. Volvimos a la Piazza del Popolo, en esta ocasión por la vía del Babuino; una vez de nuevo en la plaza, subimos unas escaleras hasta el Pincio. Desde ahí arriba se ve una bonita panorámica de la Piazza del Popolo con la basílica de San Pedro al fondo.
Estuvimos dudando si dar una vuelta por los jardines de Villa Borghese, pero la alergia llamaba a nuestras puertas de manera descarada, así que decidimos abandonar inmediatamente la zona y caminamos por el Viale Trinita dei Monti hasta llegar a la iglesia del mismo nombre, desde donde pudimos observar toda la escalinata con la Piazza de Spagna al fondo. Esa vista ofrecía una visión más clara de la descomunal cantidad de gente que circulaba por la plaza.
Bajamos las escaleras sorteando al personal y enfilamos hacia otro punto imprescindible en la geografía de la ciudad: la Fontana di Trevi. Aunque la encontramos un poco exagerada, desde luego nos pareció la fuente más espectacular de todas las que vimos. Estaba por supuesto abarrotada de turistas, pero a esas alturas esa circunstancia ya empezaba a dejar de sorprendernos.
Una vez hubimos realizado las consabidas fotos, nos marchamos nuevamente al barrio judío con la intención de comer en otro restaurante, esta vez el Giggetto. Cuando llegamos estaba lleno y ya no aceptaban más lista de espera, así que nuevamente reservamos para el día siguiente. Pusimos en marcha el plan B, que fue todo un éxito. Nos acercamos a la Osteria Ar Galetto, situada junto a Campo dei Fiori; aunque las mesas de fuera estaban completas, dentro estaba a la mitad, así que nos sentamos y comimos el que fue probablemente el mejor plato de todos cuantos degustamos: pasta con trufa negra y setas. Sencillamente espectacular.
Como nuestro apartamento quedaba al lado, decidimos hacer una parada técnica para echarnos una siesta y así poder continuar la visita de la tarde con fuerzas renovadas.
Esa tarde comenzamos subiendo hasta el parco Savello, desde donde también había una hermosa panorámica de la ciudad. Al lado se encuentra la Orden de los Caballeros de Malta. Habíamos leído que desde la cerradura de la puerta del edificio de dicha orden se contemplaba la cúpula de la basílica de San Pedro. Como estaba al lado decidimos acercarnos. Aunque pueda parecer surrealista, había cola para mirar por la cerradura. Así que nos pusimos los últimos y esperamos pacientemente. No sabemos si quien construyó la puerta lo hizo adrede, pero el caso es que efectivamente, el agujero de la cerradura encuadra perfectamente la cúpula de la basílica. Nos causó un efecto cuanto menos sorprendente.
De ahí bajamos hasta la iglesia de Santa María en Cosmedin para ver la Bocca della Verità, pero ya estaba cerrada, así que tendríamos que volver al día siguiente para hacernos la foto obligatoria. De ahí, subiendo la empinada cuesta que hay, llegamos hasta las escaleras que ascienden hasta la iglesia de Santa María en Aracoeli, que por supuesto subimos y bajamos. Después entramos en la Piazza del Campidoglio, con sus estatuas flanqueando la entrada, su estatua ecuestre de bronce de Marco Aurelio en el centro y los tres palacios alrededor.
Como nuestro apartamento quedaba al lado, decidimos hacer una parada técnica para echarnos una siesta y así poder continuar la visita de la tarde con fuerzas renovadas.
Esa tarde comenzamos subiendo hasta el parco Savello, desde donde también había una hermosa panorámica de la ciudad. Al lado se encuentra la Orden de los Caballeros de Malta. Habíamos leído que desde la cerradura de la puerta del edificio de dicha orden se contemplaba la cúpula de la basílica de San Pedro. Como estaba al lado decidimos acercarnos. Aunque pueda parecer surrealista, había cola para mirar por la cerradura. Así que nos pusimos los últimos y esperamos pacientemente. No sabemos si quien construyó la puerta lo hizo adrede, pero el caso es que efectivamente, el agujero de la cerradura encuadra perfectamente la cúpula de la basílica. Nos causó un efecto cuanto menos sorprendente.
De ahí bajamos hasta la iglesia de Santa María en Cosmedin para ver la Bocca della Verità, pero ya estaba cerrada, así que tendríamos que volver al día siguiente para hacernos la foto obligatoria. De ahí, subiendo la empinada cuesta que hay, llegamos hasta las escaleras que ascienden hasta la iglesia de Santa María en Aracoeli, que por supuesto subimos y bajamos. Después entramos en la Piazza del Campidoglio, con sus estatuas flanqueando la entrada, su estatua ecuestre de bronce de Marco Aurelio en el centro y los tres palacios alrededor.
Según leímos en la guía, la plaza con sus palacios fue diseñada por Miguel Ángel. Nos quedamos con la sensación de que en las mejores visitas de la ciudad siempre estaba su nombre de por medio. En la plaza estaban haciendo una pequeña representación de unas centurias romanas y había gente vestida como en la antigua época romana. Estuvimos disfrutando del evento un rato; cuando nos pareció suficiente echamos a andar hacia el Trastevere. Deambulamos por el que probablemente sea el barrio más conocido de Roma. Pasamos por la plaza de Santa María en Trastevere y estuvimos caminando un rato sin rumbo viendo los diferentes rincones del barrio, que entre nativos y guiris, estaba tremendamente concurrido, aunque esta vez no nos sorprendió: todo el mundo va a cenar al Trastevere. Cuando nos entró hambre fuimos a cenar a La Fraschetta, que a la postre fue el restaurante que más nos gustó de todos los que visitamos. Comenzamos con unas alcachofas alla giudia, seguimos con unas olive ascolane (curiosas aceitunas rellenas de carne y rebozadas) y seguimos con la mejor pizza de todas las que probamos. Y además fue uno de los lugares más baratos de todos.
Cuarto día
Comenzamos el día volviendo a la iglesia de Santa María in Cospedin para hacernos la foto introduciendo la mano en la Bocca della Verità. Ese día nos sorprendió el maratón de Roma, lo que hizo que muchas calles estuvieran cortadas y en otras muchas tuviésemos que esperar para cruzar porque estaban llenas de corredores. Nos pareció que tiene mucho mérito participar en la maratón de esta ciudad: correr más de 40km debe ser toda una hazaña, pero hacerlo por calles llenas de adoquines más bien parece un acto un tanto masoquista.
Comenzamos el día volviendo a la iglesia de Santa María in Cospedin para hacernos la foto introduciendo la mano en la Bocca della Verità. Ese día nos sorprendió el maratón de Roma, lo que hizo que muchas calles estuvieran cortadas y en otras muchas tuviésemos que esperar para cruzar porque estaban llenas de corredores. Nos pareció que tiene mucho mérito participar en la maratón de esta ciudad: correr más de 40km debe ser toda una hazaña, pero hacerlo por calles llenas de adoquines más bien parece un acto un tanto masoquista.
Nosotros continuamos con nuestra maratón particular y seguimos paseando por la vía del Quirinale, atravesando la plaza homónima, donde está el palacio también del mismo nombre; continuamos por la Via dei Quattro Fontane, llamada así porque en la intersección con la anterior hay una fuente en cada una de las cuatro esquinas. De ahí continuamos hasta la imponente iglesia de Santa Maria Maggiore, sin duda una de las más grandes de la ciudad. La siguiente parada fue otra iglesia, en este caso San Pietro in Vincoli, para contemplar el Moisés, otra obra maestra de Miguel Ángel. Desgraciadamente la iglesia estaba cerrada, así que decidimos volver al día siguiente, ya que a esas alturas no queríamos perdernos nada de este artista.
Como teníamos una reserva para comer y estábamos un poco lejos, nos fuimos caminando tranquilamente en dirección al restaurante. Teníamos tiempo, pero tendríamos que atravesar muchas calles llenas de maratonianos. En esta ocasión, el restaurante Giggetto nos decepcionó. Todo era de buena calidad pero sin tirar cohetes, y además fue de los más caros. Al final los dos locales del barrio judío pecaron de lo mismo: famosos, totalmente llenos siempre, caros y un servicio rallando la bordería. Mucho mejor el Trastevere.
Esa tarde volvimos a subir a la Passeggiatta del Gianicolo, aunque esta vez lo hicimos en autobús para no tener que gastar muchas fuerzas, asegurándonos previamente que no tuviese ninguna pinta de ir a llover. Estuvimos dando una passeggiatta por la ídem y volvimos a la Piazza Campo dei Fiori, donde vimos cómo desmontaban los tenderetes que se colocan allí a diario. El atardecer caía sobre Roma y esa mezcla de la luz del sol que se va y la luz de las farolas que se encienden le daba a la plaza un ambiente muy peculiar.
Decidimos volver a cenar a La Fraschetta. Para ello fuimos caminando atravesando la Isola Tiberina, que nos pareció un lugar curioso, ya que tan pequeña isla alberga un hospital.
Como teníamos una reserva para comer y estábamos un poco lejos, nos fuimos caminando tranquilamente en dirección al restaurante. Teníamos tiempo, pero tendríamos que atravesar muchas calles llenas de maratonianos. En esta ocasión, el restaurante Giggetto nos decepcionó. Todo era de buena calidad pero sin tirar cohetes, y además fue de los más caros. Al final los dos locales del barrio judío pecaron de lo mismo: famosos, totalmente llenos siempre, caros y un servicio rallando la bordería. Mucho mejor el Trastevere.
Esa tarde volvimos a subir a la Passeggiatta del Gianicolo, aunque esta vez lo hicimos en autobús para no tener que gastar muchas fuerzas, asegurándonos previamente que no tuviese ninguna pinta de ir a llover. Estuvimos dando una passeggiatta por la ídem y volvimos a la Piazza Campo dei Fiori, donde vimos cómo desmontaban los tenderetes que se colocan allí a diario. El atardecer caía sobre Roma y esa mezcla de la luz del sol que se va y la luz de las farolas que se encienden le daba a la plaza un ambiente muy peculiar.
Decidimos volver a cenar a La Fraschetta. Para ello fuimos caminando atravesando la Isola Tiberina, que nos pareció un lugar curioso, ya que tan pequeña isla alberga un hospital.
En La Fraschetta volvimos a cenar muy bien y muy barato. Además el camarero fue muy simpático (¡ya era hora que nos tocara uno así!). Salimos de tan buen humor que decidimos hacer una mega-caminata por las zonas que más nos habían gustado de la ciudad: fue la mejor visita de toda nuestra estancia. Paseamos por la Piazza Venezia, donde la iluminación daba un aire más grandioso si cabe al monumento a Vittorio Emanuele II; continuamos por la Via del Corso hasta la Fontana di Trevi, que estaba casi vacía y también tenía una iluminación sensacional, para seguir por la Piazza della Rotonda; aunque mucho menos animada que durante el día, pudimos admirar el panteón con calma. Terminamos por nuestra favorita, la Piazza Navona, casi vacía a esas horas. Aún a riesgo de sonar un poco cursis, esa “passeggiatta notturna” nos pareció mágica.
Quinto día
Todo en esta vida tiene un final y nuestro viaje a Roma no iba a ser menos. Como nuestro vuelo salía por la tarde, teníamos tiempo para hacer unas últimas visitas. Comenzamos llevando nuestras maletas a la estación de Termini, porque íbamos a estar por las inmediaciones y así no tendríamos que volver hasta el apartamento a por ellas.
Lo primero que hicimos fue ir a ver el Moisés de Miguel Ángel a la iglesia de San Pietro in Vincoli, ya que queríamos estar seguros de que estaba abierta. Una vez hubimos admirado con calma la estatua, fuimos al Coliseo. Habíamos dejado la visita para el último día, coincidiendo que era lunes, ya que habíamos leído que todo cierra en Roma los lunes excepto el Coliseo. Sea por eso o por otra cosa, el caso es que la zona del Coliseo estaba abarrotada de gente. En un principio dudamos si entrar, pero finalmente desechamos la idea y nos conformamos con pasear por la zona.
Todo en esta vida tiene un final y nuestro viaje a Roma no iba a ser menos. Como nuestro vuelo salía por la tarde, teníamos tiempo para hacer unas últimas visitas. Comenzamos llevando nuestras maletas a la estación de Termini, porque íbamos a estar por las inmediaciones y así no tendríamos que volver hasta el apartamento a por ellas.
Lo primero que hicimos fue ir a ver el Moisés de Miguel Ángel a la iglesia de San Pietro in Vincoli, ya que queríamos estar seguros de que estaba abierta. Una vez hubimos admirado con calma la estatua, fuimos al Coliseo. Habíamos dejado la visita para el último día, coincidiendo que era lunes, ya que habíamos leído que todo cierra en Roma los lunes excepto el Coliseo. Sea por eso o por otra cosa, el caso es que la zona del Coliseo estaba abarrotada de gente. En un principio dudamos si entrar, pero finalmente desechamos la idea y nos conformamos con pasear por la zona.
De ahí recorrimos toda la Via de San Giovanni in Laterano, hasta llegar a la plaza del mismo nombre, donde vimos la iglesia homónima.
Para este día habíamos señalado en nuestro mapa gastronómico una trattoria muy cerca del Coliseo: Taverna dei Quaranta. Encontramos la calle enseguida, pero pasamos de largo por delante de él porque pensábamos que estaba algunos números más allá. De hecho, hicimos el comentario de que si no lo encontrábamos volveríamos a ése ya que tenía muy buena pinta. Afortunadamente no muy lejos nos dimos cuenta de que no estaba en el nº 40 como teníamos memorizado, sino en el 24, y que era el mismo que nos había entrado por los ojos (lo cual nos alegró bastante). No podíamos despedirnos de Roma sin nuestras queridas alcachofas. Pedimos una alla giudia y otra alla romana. Después comimos unos bucatini all’amatriciana que estaban deliciosos. Fue un gran fin de fiesta.
Arrivederci Roma!
Para este día habíamos señalado en nuestro mapa gastronómico una trattoria muy cerca del Coliseo: Taverna dei Quaranta. Encontramos la calle enseguida, pero pasamos de largo por delante de él porque pensábamos que estaba algunos números más allá. De hecho, hicimos el comentario de que si no lo encontrábamos volveríamos a ése ya que tenía muy buena pinta. Afortunadamente no muy lejos nos dimos cuenta de que no estaba en el nº 40 como teníamos memorizado, sino en el 24, y que era el mismo que nos había entrado por los ojos (lo cual nos alegró bastante). No podíamos despedirnos de Roma sin nuestras queridas alcachofas. Pedimos una alla giudia y otra alla romana. Después comimos unos bucatini all’amatriciana que estaban deliciosos. Fue un gran fin de fiesta.
Arrivederci Roma!