Reino Unido
Agosto 2014
Agosto 2014
Escocia
Preparativos
Nos gusta aprovechar las vacaciones veraniegas para irnos lejos, a lugares más o menos exóticos; pero estaba claro que si queríamos visitar Escocia, por motivos climatológicos, la mejor época serían los meses estivales. Así que en esta ocasión decidimos emplear las vacaciones de verano para hacer un recorrido de catorce días por Escocia.
Los preparativos fueron razonablemente simples. Una vez decididas las fechas, compramos el billete de avión más barato con destino Edimburgo; alquilamos un coche en Arnold Clark (por una vez no fuimos fieles a rentalcars) y reservamos las dos primeras noches y la última en sendos hoteles de Edimburgo. Una vez hubimos conseguido una guía y un mapa de carreteras, hicimos un proyecto de itinerario al que, por motivos meteorológicos, tuvimos que introducir alguna pequeña variación sobre la marcha.
Antes de partir buscamos también algún restaurante interesante en el que poder disfrutar de una comida más o menos exquisita: no estábamos dispuestos a alimentarnos a base de fish & chips durante dos semanas.
Con estos simples preparativos, sólo quedaba esperar el momento de iniciar nuestro viaje.
Preparativos
Nos gusta aprovechar las vacaciones veraniegas para irnos lejos, a lugares más o menos exóticos; pero estaba claro que si queríamos visitar Escocia, por motivos climatológicos, la mejor época serían los meses estivales. Así que en esta ocasión decidimos emplear las vacaciones de verano para hacer un recorrido de catorce días por Escocia.
Los preparativos fueron razonablemente simples. Una vez decididas las fechas, compramos el billete de avión más barato con destino Edimburgo; alquilamos un coche en Arnold Clark (por una vez no fuimos fieles a rentalcars) y reservamos las dos primeras noches y la última en sendos hoteles de Edimburgo. Una vez hubimos conseguido una guía y un mapa de carreteras, hicimos un proyecto de itinerario al que, por motivos meteorológicos, tuvimos que introducir alguna pequeña variación sobre la marcha.
Antes de partir buscamos también algún restaurante interesante en el que poder disfrutar de una comida más o menos exquisita: no estábamos dispuestos a alimentarnos a base de fish & chips durante dos semanas.
Con estos simples preparativos, sólo quedaba esperar el momento de iniciar nuestro viaje.
Edimburgo
Aterrizamos en Edimburgo por la tarde. Entre que llegamos a nuestro hotel y nos dieron una habitación, cuando salimos a cenar ya era de noche y los sitios que encontramos abiertos para cenar ya no ofrecían comida, solamente bebida. Tuvimos que conformarnos con unos kebabs, aunque después fuimos a The Albanach, un céntrico pub en el que bebimos nuestras primeras cervezas del viaje. Nos llamó la atención que tenían una carta de más de 100 whiskys diferentes y decidimos probar suerte con uno. Teníamos una leve idea de la cultura del whisky escocés, pero no pensábamos que llegase a tanto. Durante los siguientes catorce días tuvimos la oportunidad de comprobarlo.
Una vez calentitos por el whisky, estuvimos paseando un rato por la Royal Mile, que es la calle principal. Era tarde, no había ni un alma, pero sí una niebla bastante densa: todo ello le daba un aire encantador al ambiente.
A la mañana siguiente persistía la niebla, aunque no con la densidad de la noche anterior. Lo primero que hicimos fue acercarnos a la oficina de información turística para comprar el Explorer Pass, que es un bono que, en un periodo de 14 días, permite escoger siete para visitar diferentes monumentos diseminados por Escocia. Es un sistema curioso que a nosotros nos vino de perlas.
Comenzamos la visita a la ciudad paseando por George Street, amplia calle llena de edificios señoriales. Pasamos por la peatonal Rose Street, muy animada por las noches pero bastante vacía por las mañanas. De ahí fuimos hasta Princes Street, una de las principales arterias de la ciudad, desde donde se obtiene una bonita vista del castillo… en días soleados.
Comenzamos la visita a la ciudad paseando por George Street, amplia calle llena de edificios señoriales. Pasamos por la peatonal Rose Street, muy animada por las noches pero bastante vacía por las mañanas. De ahí fuimos hasta Princes Street, una de las principales arterias de la ciudad, desde donde se obtiene una bonita vista del castillo… en días soleados.
Visitamos los jardines que hay junto a esta avenida y continuamos hasta el monumento a Scott. Nos debatimos entre subir o no, pero finalmente decidimos continuar nuestra caminata. Desde aquí volvimos a la Royal Mile, la auténtica vía turística de la ciudad que a esas horas presentaba un aspecto bastante más bullicioso del que vimos la noche anterior.
Bajamos hasta el final de la calle, llegando hasta el palacio de Holyrood (donde se hospedan los reyes británicos cuando van por allí) y el parlamento escocés. Decidimos no entrar en el palacio y sí en el parlamento. Había una exposición de tapices pero nosotros, como si nada, nos adentramos hasta la sala de sesiones. Sus señorías los políticos debían de estar de vacaciones, porque estaba vacía (aunque había algún que otro turista).
De camino hacia el castillo pasamos por la animada plaza Grassmarket y paramos a comer en el restaurante Castle Terrace. Los restaurantes escoceses galardonados con alguna estrella Michelín (y este era uno de ellos) suelen ofrecer un menú a mediodía muy bien de precio. Así que decidimos aprovecharnos de ello.
La comida estuvo muy bien y entre otras cosas degustamos uno de los gazpachos más originales que hemos tomado nunca. Quién lo hubiera dicho. Tras los postres, seguimos probando diferentes referencias del casi infinito mundo de los whiskys escoceses.
A la salida del restaurante se había levantado la niebla y un sol radiante nos daba la bienvenida. Tras habernos cerciorado de que no era un efecto del alcohol recién consumido, nos quitamos algo de ropa y fuimos hasta el castillo. Allí estrenamos nuestro Explorer Pass.
El castillo de Edimburgo no es un castillo al uso. Casi ningún castillo de los muchos que vimos y/o visitamos responde al estilo de castillo al que podemos estar acostumbrados: algunos son más bien un palacio, otros una fortaleza. El de Edimburgo está en lo alto de una colina y desde su interior se puede observar una amplia panorámica de una parte de la ciudad. Una vez se accede por la puerta principal, se llega a una pequeña explanada en la que hay diseminados muchos edificios. Algunos de ellos no se pueden visitar por ser en la actualidad residencias privadas, suponemos que de personal militar. Entre los que sí se pueden visitar destaca el que alberga las joyas de la antigua corona de Escocia, ubicados en una cámara acorazada.
Las demás salas están bastante remodeladas y algunas ofrecen, a través de dibujos y diversas figuras, aspectos de la historia de Escocia.
El castillo de Edimburgo no es un castillo al uso. Casi ningún castillo de los muchos que vimos y/o visitamos responde al estilo de castillo al que podemos estar acostumbrados: algunos son más bien un palacio, otros una fortaleza. El de Edimburgo está en lo alto de una colina y desde su interior se puede observar una amplia panorámica de una parte de la ciudad. Una vez se accede por la puerta principal, se llega a una pequeña explanada en la que hay diseminados muchos edificios. Algunos de ellos no se pueden visitar por ser en la actualidad residencias privadas, suponemos que de personal militar. Entre los que sí se pueden visitar destaca el que alberga las joyas de la antigua corona de Escocia, ubicados en una cámara acorazada.
Las demás salas están bastante remodeladas y algunas ofrecen, a través de dibujos y diversas figuras, aspectos de la historia de Escocia.
Cuando finalizamos la visita del castillo entramos en Real Mary King’s Close. Se trata de una atracción en la que se visita una antigua ciudad subterránea. La visita se hace en grupo con un guía que va pasando por diferentes salas y calles subterráneas, y va explicando cómo era la vida en esa zona hace varios siglos. Es una visita un tanto teatralizada, pero muy interesante.
A la salida nos recorrimos la Royal Mile entera, bajando nuevamente hasta el parlamento y el palacio. Más allá de éste hay un parque llamado Holyrood, al igual que el palacio, donde hay varias colinas entre las que destaca Arthur’s Seat. Habíamos decidido ascender alguna de ellas para fotografiar una panorámica del atardecer en Edimburgo, pero nos pareció que la silla de Arturo estaba un poco lejana; subimos la colina que había en primer término. Conforme íbamos ascendiendo, veíamos cómo una inmensa nube baja proveniente de la zona de la costa iba entrando a toda velocidad en la ciudad. Así que una vez en lo alto, lo que obtuvimos fue más bien una brumosa panorámica del atardecer en Edimburgo. El palacio y el parlamento los vimos algo mejor ya que estaban en primer término.
A la salida nos recorrimos la Royal Mile entera, bajando nuevamente hasta el parlamento y el palacio. Más allá de éste hay un parque llamado Holyrood, al igual que el palacio, donde hay varias colinas entre las que destaca Arthur’s Seat. Habíamos decidido ascender alguna de ellas para fotografiar una panorámica del atardecer en Edimburgo, pero nos pareció que la silla de Arturo estaba un poco lejana; subimos la colina que había en primer término. Conforme íbamos ascendiendo, veíamos cómo una inmensa nube baja proveniente de la zona de la costa iba entrando a toda velocidad en la ciudad. Así que una vez en lo alto, lo que obtuvimos fue más bien una brumosa panorámica del atardecer en Edimburgo. El palacio y el parlamento los vimos algo mejor ya que estaban en primer término.
Aprovechando que en verano anochece muy tarde en Escocia, después de cenar hicimos una última visita: el cementerio de Greyfriars. Fue el primero de muchos que nos iríamos encontrando durante el viaje. Normalmente se trata de antiguos cementerios (aunque algunos no lo son tanto) que con el crecimiento de las ciudades se han quedado en el centro. El de Greyfriars está rodeado de casas (suponemos que durante la noche deben ser bastante tranquilas).
A la entrada del cementerio hay un conocido pub llamado Greyfriars Bobby, en cuya puerta se encuentra la famosa estatua del perro del mismo nombre, del que dicen que veló la tumba de su dueño durante 14 años. Eso es lealtad y lo demás son tonterías. Y claro, le erigieron un monumento.
De camino hacia el hotel pasamos por The Elephant House, una cafetería que se hizo famosa porque allí J. K. Rowlling escribió la saga de libros de Harry Potter.
Con eso dimos por finalizada nuestra visita a la ciudad. Nos quedó una cosa pendiente, pero la dejaríamos para el final del viaje.
Con eso dimos por finalizada nuestra visita a la ciudad. Nos quedó una cosa pendiente, pero la dejaríamos para el final del viaje.
La mañana siguiente fuimos a desayunar a Clarinda’s tearoom, una tetería que habíamos localizado en la Royal Mile el día anterior. Habíamos visto que tenían scones, y como somos un tanto adictos a este tipo de pastas típicamente británicas, decidimos iniciar el día allí.
Una vez hubimos dado cuenta de nuestro desayuno volvimos al hotel, donde una furgoneta de la compañía de alquiler de coches con la que teníamos la reserva pasó a buscarnos; tras recoger a un par de clientes más, nos llevó hasta las oficinas, donde recogimos el coche que nos llevaría por tierras escocesas los siguientes días.
St. Andrews
Nuestra primera visita sería St. Andrews. Pero antes hicimos una parada para comer en The Peat Inn, otro restaurante “estrellado” situado literalmente en medio del campo. El sitio resultó ser una casona de campo muy agradable, donde degustamos una comida exquisita que superó incluso la del día anterior. Desgraciadamente no le pudimos poner la guinda con un whisky local, ya que debíamos seguir conduciendo (en materia de beber y conducir, somos muy responsables).
St. Andrews
Nuestra primera visita sería St. Andrews. Pero antes hicimos una parada para comer en The Peat Inn, otro restaurante “estrellado” situado literalmente en medio del campo. El sitio resultó ser una casona de campo muy agradable, donde degustamos una comida exquisita que superó incluso la del día anterior. Desgraciadamente no le pudimos poner la guinda con un whisky local, ya que debíamos seguir conduciendo (en materia de beber y conducir, somos muy responsables).
En St. Andrews comenzamos visitando la catedral, o lo poco que queda de ésta. La guía habla de esta catedral como una de las más espléndidas del Reino Unido. En la actualidad quedan un par de fachadas y una torre. Sin embargo, nos encantó. Todo el complejo está cubierto de césped, hay muchas tumbas alrededor de las ruinas y está ubicada junto al mar. Todo ello hace que sea un conjunto bastante llamativo.
Subimos a lo alto de la torre para observar la panorámica de la catedral. Desde arriba también pudimos ver lo que queda del castillo, hacia donde nos llevaría nuestra siguiente visita. Al bajar de la torre estuvimos deambulando por las tumbas y disfrutando del sitio y del espléndido sol que hacía, tras lo cual caminamos hasta el cercano castillo.
Éste se encuentra casi más derruido que la propia catedral. Situado igualmente junto al mar, la visita más curiosa en su interior es un túnel al que se puede acceder a duras penas, ya que tiene una entrada bastante angosta, y que, a pesar del cuidado que tuvimos, nos supuso más de un coscorrón.
Finalizamos la visita de St. Andrews caminando por las animadas calles del centro. Esta localidad es muy popular por estar cerca de Edimburgo, pero al parecer también por sus apreciados campos de golf.
Antes de comenzar a buscar alojamiento decidimos bordear la costa y visitar algunos pueblos de pescadores recomendados en la guía. Según salíamos de St. Andrews, vimos que una infinita nube baja iba entrando desde el mar, al igual que había sucedido el día anterior por la tarde en Edimburgo.
Cuando llegamos a Crail, que cumple con su condición de pequeño pueblo pesquero, la nube se había apoderado de la zona. Es cierto que nuestro paseo por esta pequeña población tuvo su encanto merced a la nube, pero esto motivó que cuando terminamos nuestra corta parada, decidiésemos no visitar más pueblos de la zona.
Cuando llegamos a Crail, que cumple con su condición de pequeño pueblo pesquero, la nube se había apoderado de la zona. Es cierto que nuestro paseo por esta pequeña población tuvo su encanto merced a la nube, pero esto motivó que cuando terminamos nuestra corta parada, decidiésemos no visitar más pueblos de la zona.
Aprovechamos que todavía no era tarde para hacer unos cuantos kilómetros (o mejor dicho, millas) y llegar a dormir cerca del castillo de Glamis, que sería la primera visita del día siguiente.
Centro de Escocia
Más parecido a un palacio que a un castillo, el Glamis Castle está ubicado en medio de una finca boscosa bastante grande. Allí pudimos ver por vez primera (y casi única) las famosas vacas de las Highlands, de color marrón, muy peludas y con unos cuernos muy desarrollados. La visita al interior del castillo es organizada y con hora, así que mientras esperábamos nuestro turno, estuvimos paseando por los jardines.
Centro de Escocia
Más parecido a un palacio que a un castillo, el Glamis Castle está ubicado en medio de una finca boscosa bastante grande. Allí pudimos ver por vez primera (y casi única) las famosas vacas de las Highlands, de color marrón, muy peludas y con unos cuernos muy desarrollados. La visita al interior del castillo es organizada y con hora, así que mientras esperábamos nuestro turno, estuvimos paseando por los jardines.
El interior está decorado con mucho detalle y se nota que la familia dueña del sitio todavía pasa ciertas épocas en el castillo. Por pertenecer a una familia con el apellido Lyon, en todas las estancias que visitamos (excepto en una) encontramos algún símbolo de un león. Fue un de los castillos más interesantes de todos los que visitamos en Escocia.
Sin embargo, aquí constatamos por vez primera algo que no nos gustó de este tipo de atracciones. El castillo abría sus puertas de 10:00 a 18:00 horas, pero la primera visita era a las 10:30 y la última a las 16:30. Teniendo en cuenta que en verano en Escocia amanece a las 5:00 y anochece a las 22:00 horas, el porcentaje de horas de luz en el que se puede hacer la visita es mínimo. El resto de atracciones tenía horarios similares. Si se para a comer algo entre cada visita y se le añade el tiempo de desplazamiento entre un sitio y otro, al final quedan muy pocas horas útiles para visitar recintos cerrados. A lo mejor lo hacen para que la gente alargue sus vacaciones y se quede más días.
Desde Glamis condujimos hasta Dunkeld, donde paramos para visitar la catedral, y de paso para comer. La catedral de Dunkeld es muy curiosa, ya que está medio derruida. Literalmente: la mitad de ella se destina al culto y la otra mitad está en ruinas. El emplazamiento es muy bonito, pues se encuentra junto a un río; además, está rodeada de árboles y de un pequeño cementerio. Fue una visita corta pero agradable.
Desde Glamis condujimos hasta Dunkeld, donde paramos para visitar la catedral, y de paso para comer. La catedral de Dunkeld es muy curiosa, ya que está medio derruida. Literalmente: la mitad de ella se destina al culto y la otra mitad está en ruinas. El emplazamiento es muy bonito, pues se encuentra junto a un río; además, está rodeada de árboles y de un pequeño cementerio. Fue una visita corta pero agradable.
Nuestra siguiente parada fue la población de Pitlochry. Ubicada cerca de Dunkeld, tuvimos la mala suerte de que debido a un accidente de tráfico la carretera que las une estuvo cortada un buen rato. Como no hay un camino alternativo, no tuvimos otra opción que armarnos de paciencia.
Cuando finalmente llegamos a Pitlochry, pasamos por la oficina de turismo para ver si nos echaban una mano con el alojamiento. Para nuestra desgracia nos dijeron que estaba todo lleno, ya que ese día se hacía una recreación de una batalla que hubo por allí hace unos cuantos años y que al parecer era muy popular. Decidimos continuar con las visitas e intentar dormir en el siguiente punto de nuestro itinerario.
Hicimos una pequeña parada en Queen’s view para observar el panorama y justo se puso a llover con cierta intensidad.
Cuando finalmente llegamos a Pitlochry, pasamos por la oficina de turismo para ver si nos echaban una mano con el alojamiento. Para nuestra desgracia nos dijeron que estaba todo lleno, ya que ese día se hacía una recreación de una batalla que hubo por allí hace unos cuantos años y que al parecer era muy popular. Decidimos continuar con las visitas e intentar dormir en el siguiente punto de nuestro itinerario.
Hicimos una pequeña parada en Queen’s view para observar el panorama y justo se puso a llover con cierta intensidad.
De ahí continuamos rápidamente hasta el Blair Castle: queríamos llegar antes de que lo cerraran porque después nos iríamos de esa zona, y no estábamos dispuestos a esperar hasta el día siguiente.
Afortunadamente la visita de este castillo es por libre, por lo que la última entrada es más tarde, y por tanto, llegamos a tiempo.
Al igual que el de Glamis, se trata más bien de un palacio. En todas las salas había unos tarjetones explicativos en muchos idiomas. Aunque nos gustó menos que el de Glamis, tuvo unas cuantas salas simpáticas, especialmente la última que se visita, que es el salón de baile; curiosamente, la única de todo el castillo en la que se pueden hacer fotos.
Afortunadamente la visita de este castillo es por libre, por lo que la última entrada es más tarde, y por tanto, llegamos a tiempo.
Al igual que el de Glamis, se trata más bien de un palacio. En todas las salas había unos tarjetones explicativos en muchos idiomas. Aunque nos gustó menos que el de Glamis, tuvo unas cuantas salas simpáticas, especialmente la última que se visita, que es el salón de baile; curiosamente, la única de todo el castillo en la que se pueden hacer fotos.
Al salir de la visita había dejado de llover y aprovechamos para pasear por sus jardines. El recinto tiene también una iglesia derruida con su inevitable cementerio.
Highlands
Continuamos nuestra ruta y nos adentramos en el parque nacional de Cairngorms. Llegamos hasta Aviemore, la localidad más importante y concurrida del parque, y allí no tuvimos mucho problema para encontrar alojamiento. Nos hospedamos en un bed & breakfast y reservamos para dos noches, ya que al día siguiente queríamos disfrutar del parque (o de una ínfima parte de él).
Aunque a la mañana siguiente amaneció chispeando, la previsión meteorológica decía que iba a dejar de llover, al menos unas cuantas horas. A pesar de nuestra dudas iniciales, decidimos seguir con nuestros planes: alquilar unas bicis y hacer algún recorrido por la zona. En este parque comenzamos a darnos cuenta de que, en general, los escoceses no dejan de hacer sus planes por la lluvia. Si fuera así, se pasarían media vida encerrados en casa. Así que nosotros hicimos lo mismo. Fuimos hasta el vecino pueblo de Rothiemurchus, alquilamos unas bicis, compramos un pequeño mapa de la zona que marcaba los senderos ciclables, nos pusimos los ponchos de lluvia y comenzamos a pedalear. Pronto la previsión del tiempo se materializó y no sólo dejó de llover, sino que salió el sol.
Hicimos una excursión de 5 horas durante las cuales estuvimos pedaleando por bosques bien bonitos, llenos de lagos y de vegetación, siempre rodeados de montañas. Afortunadamente, el mapa que compramos donde alquilamos las bicis estaba muy bien indicado, y todo fue sobre ruedas (chiste fácil).
Previamente a nuestra salida habíamos parado a comprar algo de comida en un supermercado, así que a mitad de mañana nos sentamos junto a un lago para dar buena cuenta de ello y poder seguir con la excursión.
El día transcurrió entre sol y nubes, pero justo cuando llegábamos a la tienda a devolver las bicis se puso a llover con una intensidad enorme, aunque por suerte sólo nos pilló un momento.
Después de descansar un rato y de cenar, salimos a dar una vuelta por la montaña aprovechando que todavía quedaban varias horas de luz.
El día siguiente condujimos hasta la pequeña y agradable ciudad de Inverness, capital de las Highlands. Paramos en la concurrida oficina de turismo para que nos dieran algún mapa y nos informaran sobre las visitas.
La ciudad está dividida en dos partes por el río Ness, que tiene su origen en el famoso lago del mismo nombre. Inverness no tiene un encanto especial, pero pasamos un rato agradable paseando por sus calles. Sobre un pequeño promontorio en el centro de la ciudad se encuentra el castillo, que no se puede visitar debido a su uso para labores administrativas.
La ciudad está dividida en dos partes por el río Ness, que tiene su origen en el famoso lago del mismo nombre. Inverness no tiene un encanto especial, pero pasamos un rato agradable paseando por sus calles. Sobre un pequeño promontorio en el centro de la ciudad se encuentra el castillo, que no se puede visitar debido a su uso para labores administrativas.
Al bajar el promontorio estuvimos paseando por la vereda del río y observando las típicas construcciones erigidas a cada lado. En un pequeño puente peatonal dimos media vuelta y nos metimos por Church St., donde encontramos la Old High Church, típica iglesia con un pequeño terreno lleno de lápidas.
Nuestra última visita fue el Victorian Market, pequeña galería cubierta llena de tiendas de regalos.
Nuestra última visita fue el Victorian Market, pequeña galería cubierta llena de tiendas de regalos.
Durante nuestra corta estancia en Escocia, en todos los bares y restaurantes habíamos visto una botella de whisky cuyo diseño nos había gustado mucho. Cuando descubrimos que la destilería donde se producía estaba cerca de Inverness, decidimos visitarla.
Ubicada en la bahía de Alness, la destilería Dalmore se encuentra muy cerca del pequeño pueblo de Alness. A nuestra llegada nos informaron de que teníamos que esperar un rato hasta la siguiente visita, así que decidimos acercarnos al pueblo para comer algo. Alness resultó ser poco más que una calle bastante bien cuidada donde encontramos sin problema un sitio donde tomar algo.
La visita fue gratuita y resultó muy interesante; coincidimos con un grupo de otras 6 personas. Más allá de alguna palabra técnica que no entendimos, y que la mujer que hacía de guía no tuvo el más mínimo inconveniente en explicarnos, nos manejamos bien con la presentación. De una hora de duración, nos explicaron todas las partes del proceso: desde que reciben el grano hasta que lo introducen en las barricas. En la época que fuimos estaban a pleno rendimiento por ser el momento de recogida de la cosecha. Había un tufillo constante a whisky en todas las dependencias. Finalizamos con la cata del Dalmore 12 years.
Ubicada en la bahía de Alness, la destilería Dalmore se encuentra muy cerca del pequeño pueblo de Alness. A nuestra llegada nos informaron de que teníamos que esperar un rato hasta la siguiente visita, así que decidimos acercarnos al pueblo para comer algo. Alness resultó ser poco más que una calle bastante bien cuidada donde encontramos sin problema un sitio donde tomar algo.
La visita fue gratuita y resultó muy interesante; coincidimos con un grupo de otras 6 personas. Más allá de alguna palabra técnica que no entendimos, y que la mujer que hacía de guía no tuvo el más mínimo inconveniente en explicarnos, nos manejamos bien con la presentación. De una hora de duración, nos explicaron todas las partes del proceso: desde que reciben el grano hasta que lo introducen en las barricas. En la época que fuimos estaban a pleno rendimiento por ser el momento de recogida de la cosecha. Había un tufillo constante a whisky en todas las dependencias. Finalizamos con la cata del Dalmore 12 years.
Nuestro itinerario nos llevó de vuelta a Inverness, donde cogimos la carretera que va paralela al canal de Caledonia. Cometimos el pequeño error de parar un par de veces por el canal para pasear y ver las esclusas, lo que hizo que cuando llegamos al siguiente punto de visita éste ya hubiera cerrado. ¡Dichosos horarios escoceses!
Aún así, como hacía buena tarde, lo pasamos bien paseando por este canal que va paralelo al río Ness y que hace que se pueda navegar entre el lago Ness y el mar.
Y así fue como llegamos al famoso lago, de cuyo monstruo no vamos a hablar.
La visita más importante en el lago es el castillo de Urquhart. Como hemos avanzado ya, cuando llegamos estaba cerrado y solamente pudimos contemplarlo desde fuera, así que como queríamos visitarlo y debíamos esperar al día siguiente, buscamos alojamiento en el impronunciable vecino pueblo de Drumnadrochit.
Y así fue como llegamos al famoso lago, de cuyo monstruo no vamos a hablar.
La visita más importante en el lago es el castillo de Urquhart. Como hemos avanzado ya, cuando llegamos estaba cerrado y solamente pudimos contemplarlo desde fuera, así que como queríamos visitarlo y debíamos esperar al día siguiente, buscamos alojamiento en el impronunciable vecino pueblo de Drumnadrochit.
Fue una tarde relajada, sin mucho que hacer por esos pagos. Nos alojamos en el Loch Ness Lodge Hotel. Aunque las habitaciones no eran nada del otro mundo, tenía una biblioteca y una sala de bebidas bastante acogedoras.
La mañana siguiente fuimos los primeros en entrar en el castillo. Si bien la ubicación junto al lago es increíble, lo que queda de la fortificación está bastante derruido. El sitio tiene su encanto, no vamos a negarlo, pero nos resultó un tanto decepcionante haber esperado un día para lo que luego nos encontramos.
La mañana siguiente fuimos los primeros en entrar en el castillo. Si bien la ubicación junto al lago es increíble, lo que queda de la fortificación está bastante derruido. El sitio tiene su encanto, no vamos a negarlo, pero nos resultó un tanto decepcionante haber esperado un día para lo que luego nos encontramos.