los viajes de juanma y carol
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Turquía
Septiembre 2013

Preparativos

Teníamos muchas ganas de visitar Turquía, pero no queríamos hacerlo durante los meses de julio y agosto. En parte por las temperaturas, en parte para evitar la temporada alta, principalmente en Estambul. Así que decidimos hacerlo un mes de septiembre, porque pensamos que las temperaturas serían un poco más benevolentes y la afluencia en Estambul sería menor. Acertamos con la primera y nos equivocamos con la segunda.
Los preparativos del viaje no fueron muy complicados. Estambul y la Capadocia eran imprescindibles, pero queríamos hacer también una ruta en coche por la costa del Egeo. Visitamos la oficina de turismo de Turquía en Madrid, donde nos aconsejaron con las visitas y nos dieron un mapa de carreteras que a la postre sería el que usamos durante el trayecto por tierras otomanas.
Decidimos dejar Estambul para el final, así que compramos un billete de avión hasta Izmir, donde alquilaríamos un coche; de ahí iríamos bajando por la costa del Egeo y llegaríamos hasta Antalya, desde donde pondríamos rumbo a la Capadocia pasando por Konya. Decidimos dedicar tres noches a la Capadocia para después devolver el coche en el aeropuerto de Kayseri y desde ahí volar hasta Estambul, donde permaneceríamos cuatro noches; tras lo cual, volveríamos a casa.
Compramos el billete de Kayseri a Estambul, alquilamos el coche, y decidimos reservar el alojamiento en Estambul y en la Capadocia. La ruta en coche por el Egeo la dejamos abierta, para ir haciendo visitas sobre la marcha.
Por último, como nuestro vuelo a Izmir llegaba de noche, decidimos reservar también alojamiento en esta ciudad, y para evitar colas, compramos por Internet las entradas al Palacio de Topkapi y a Santa Sofía.
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Costa del Egeo

Nuestro vuelo hasta Izmir hacía escala en Estambul, donde tuvimos que pagar el visado de entrada al país. En el aeropuerto aprovechamos para sacar dinero de un cajero y tener así moneda local. Una vez aterrizamos en Izmir, también conocida en Occidente como Esmirna, recogimos el coche y nos fuimos directos al hotel que habíamos reservado. Cenamos algo por la zona y nos fuimos a dormir, para poder madrugar al día siguiente. Habíamos decidido cambiar nuestros hábitos de horario para aprovechar las horas de sol, ya que en Turquía amanece más temprano y anochece antes. 
A la mañana siguiente comenzamos nuestra visita a Turquía. Y lo hicimos por Pérgamo (o Bergama, en turco original). En esta ciudad hay dos centros arqueológicos bastante interesantes. Comenzamos por la acrópolis, ubicada en lo alto de una colina, y desde donde se ve una bonita vista de los alrededores. 
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De estas ruinas destaca el teatro, con un aforo de 15.000 personas, muy bien conservado y ubicado literalmente sobre la ladera de la colina, lo que hace que tenga un gran desnivel y unas bonitas vistas. También es interesante el templo de Trajano, que está siendo restaurado. Nos gustaron mucho las galerías que hay debajo del templo, que enlazan con el teatro.
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De ahí bajamos hasta el Asclepeion, situado junto a un centro militar. La visita comienza por una larga vía asfaltada bastante espectacular, desde la que se llega a una zona de ruinas donde se encuentra el restaurado teatro, con capacidad para 4.000 personas y donde al parecer se llevan a cabo eventos culturales. Junto al teatro hay una hilera de columnas jónicas. Después de deambular un rato por estas ruinas, de camino hacia la salida volvimos a pasar por la vía asfaltada y nos dimos cuenta que desde ahí se veía la acrópolis en la ladera de la colina. Era una lejana pero bonita vista.
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Desde Pérgamo condujimos hasta Éfeso. Antes de adentrarnos en el que quizá fue el centro arqueológico más impresionante de todos los que vimos en Turquía, decidimos parar en la vecina Selçuk para comer y para buscar un alojamiento donde pasar la noche. Una vez llevamos a cabo ambas acciones, fuimos hasta Éfeso. Lo primero que vimos fue el teatro, realmente impresionante. Para llegar a él se camina por una espléndida avenida asfaltada, que en la antigüedad comunicaba la zona con el mar (actualmente el mar ha retrocedido 10 kilómetros). Para hablar del teatro se nos acabarían los adjetivos. El más importante teatro antiguo de Turquía tenía capacidad para 24.000 personas. Está bastante reconstruido, pero no resta valor a la monumentalidad del sitio. Desde lo alto de las gradas se ve la magnífica avenida de entrada rodeada de árboles por todas partes.
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La siguiente parada es la biblioteca de Celso, cuya imagen todos hemos visto en los libros de historia cuando éramos jóvenes. Lo que queda de esta biblioteca es una hermosa fachada de dos pisos muy bien restaurada. 
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De la biblioteca sale una avenida asfaltada que sube por la ladera de la colina y que tiene zonas para visitar a ambos lados. Al final de la avenida se encuentra el odeón, con capacidad para 1.500 personas, que era donde se reunían los responsables de la ciudad. 
Desde lo alto de la avenida hay una vista muy bonita de la misma, con la biblioteca al fondo.
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Afortunadamente hicimos la visita a última hora de la tarde. Eso nos permitió ahorrarnos las hordas de turistas que visitan Éfeso provenientes de los cruceros que atracan en Kusadasi, y disfrutar de una temperatura menos agobiante. 
Continuando hacia el sur, dirección Bodrum, hicimos tres paradas en otros tantos yacimientos arqueológicos. El primero fue Priene. Situado un tanto perdido en medio de la montaña, no nos cruzamos con ningún otro turista durante nuestra visita. Para acceder al yacimiento se sube por una avenida en cuesta, al final de la cual nos encontramos con el teatro. Situado sobre una pequeña ladera, de reducidas dimensiones y un tanto destruido, fue uno de los que más nos gustaron, quizá por la sensación de intimidad que daba estar solos y de que fuera un lugar recogido. En el templo de Atenea han reconstruido cinco columnas jónicas de gran tamaño, que junto con los restos esparcidos por la zona permite hacerse una idea de las proporciones que debía de tener el templo. No fue uno de los yacimientos más imponentes que visitamos, pero fue uno de los que más acogedores.
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La siguiente parada fue en Mileto, ciudad mundialmente conocida por el famoso Tales. Lo único que merece la pena de este yacimiento es el teatro, de enormes proporciones (tenía capacidad para 20.000 plazas) y razonablemente conservado. Aunque deambulamos por el resto del yacimiento no hubo nada que nos llamase la atención. En este había más gente que en el anterior: nos cruzamos con una pareja de italianos. 
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El tercer yacimiento del día fue Dídima. Las ruinas de Dídima se reducen a un templo. Quedan tres columnas enormes en pie que muestran la magnitud que quisieron darle a este templo, y que por eso mismo nunca fue terminado. El diámetro de las columnas es bastante impresionante. Esta visita fue muy corta comparada con los otros dos yacimientos que vimos ese día.
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De Dídima condujimos a Bodrum. Allí encontramos un hotel muy tranquilo y muy bien de precio, que además contaba con piscina. Después de la soledad y tranquilidad que habíamos disfrutado ese día, llegar a Bodrum fue cuando menos chocante. Tanto la ciudad de Bodrum como la península del mismo nombre son un lugar muy típico de veraneo. Según nos comentó el dueño del hotel, en invierno hay unos 90.000 habitantes en toda la península; en verano esa cifra sube hasta los dos millones. Turista más, turista menos, el caso es que la ciudad estaba llena de gente. 
Comenzamos nuestra visita por el castillo de San Pedro, ya que queríamos visitarlo antes de que cerraran. El castillo está muy bien conservado y se ubica en el centro de la ciudad junto al mar, de manera que cuando se transita por las murallas se ve una bonita vista en todo momento. Tiene varias salas en las que se exponen diferentes reliquias, unas más interesantes que otras. 
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Cuando finalizamos la visita al castillo estuvimos paseando por la ciudad, toda llena de tiendas, restaurantes y turistas, tras lo cual regresamos al hotel para aprovechar la piscina. Después del día de visitas que llevábamos, nos merecíamos un baño.

La noche en Bodrum, como casi toda ciudad playera que se precie, tiene también su aliciente para quien guste de este tipo de sitios: la discoteca Halikarnas es una de las más grandes y conocidas de toda Turquía. Los decibelios que despide pueden escucharse desde casi toda la ciudad. Afortunadamente, no desde el hotel que habíamos escogido, con lo que pudimos dormir plácidamente.
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El día siguiente abandonamos la costa por un momento y nos fuimos al interior para visitar dos lugares: Aphrodisias y Pammukale. El primero es uno de los yacimientos que más nos gustaron de Turquía, motivado principalmente porque tiene el estadio mejor conservado del país. Aunque las gradas tienen una cierta cantidad de vegetación, la estructura se conserva muy bien. 

El teatro y el odeón están también en muy buen estado, y tiene unas cuantas zonas más por las que da gusto pasear. Nos gustaron especialmente el propileo o tetrapilón.
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Después pusimos rumbo a Pammukale. Considerado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, es sin duda uno de los lugares más sorprendentes de Turquía… y que a nosotros nos decepcionó un poco. Pammukale tiene dos zonas bien diferenciadas: una es el yacimiento arqueológico, que visita poca gente, y otra es la zona de las piscinas termales, formadas por unas fuentes de agua caliente con un alto contenido en sales calcáreas y que ha modelado un acantilado de una forma muy original. El sitio se puede ver desde kilómetros de distancia. 
Comenzamos visitando el yacimiento, que no nos pareció nada del otro mundo. Como en casi todas las zonas arqueológicas que visitamos a lo largo del país, lo mejor conservado es el enorme teatro. 
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Después nos cercamos a las piscinas termales. Para entrar hay que descalzarse y hay que tener mucho cuidado, ya que el terreno está muy húmedo y es altamente resbaladizo. El sitio es bastante espectacular, pero la enorme cantidad de gente y la actitud general de esta (el guardia no paraba de hacer sonar su silbato para llamar la atención), hizo que el sitio perdiese casi todo el encanto. El agua que no para de bajar por un canalón en el lateral está bastante caliente, aunque en las piscinas que se han formado no lo está tanto. Bajamos un poco por la formación hasta que nos cansamos. Volvimos al coche y condujimos de nuevo hasta la costa. Fue un día de muchas horas de coche que nos dejó un sabor agridulce.
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A la mañana siguiente comenzamos visitando un yacimiento muy diferente de los que habíamos visto hasta el momento. Pinara, que es como se llama el sitio, es bastante agreste sin apenas indicaciones de lo que se puede encontrar y, por supuesto, sin turistas. Empezamos caminando por una carretera de arena y vimos un cartel indicando la ubicación del teatro. Este se encuentra sobre un pequeño montículo y es bastante pequeño, en comparación con otros que habíamos visto. 
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Desde el teatro pudimos avistar el motivo por el que Pinara es conocido: se han encontrado más de 12.000 tumbas licias sobre las colinas. En la montaña frente al teatro vimos que se trataba de nichos cavados sobre la roca. Cómo accedían hasta allí, es una incógnita para nosotros. En otra colina adyacente encontramos que había más tumbas, pero que parecían accesibles, así que comenzamos a caminar por la montaña y por un momento nos sentimos auténticos exploradores. Fuimos encontrando muchas tumbas, algunas de las cuales parecían mausoleos. Casi todas estaban excavadas en la roca de la montaña, salvo algún sarcófago de piedra que vimos. Tuvimos que hacer bastante ejercicio subiendo la montaña por caminos inexistentes no sin cierto esfuerzo, mientras nos cruzaba un grupo de cabras que paseaban por la zona como si fuera lo más fácil del mundo.
Fue una de las visitas más sorprendentes de nuestra ruta por la costa turca.
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Continuamos visitando dos nuevos yacimientos que no nos resultaron especialmente atractivos. El primero fue Xanthos, nombrado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, algo que no llegamos a entender: por qué este yacimiento tiene ese honor y otros muchos mejor conservados y más interesantes no lo tienen. 
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No pudimos despejar dicha incógnita, así que una vez hubimos visto el teatro y dado una vuelta por el lugar, nos fuimos al siguiente: Patara. Este yacimiento es famoso por encontrarse junto a una concurrida playa a la que por las noches las tortugas van a desovar. Del yacimiento destaca, cómo no, un hermoso teatro y alguna cosa más desperdigada.
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Como no teníamos intención de bañarnos en la playa, nos fuimos a Uçagiz.
Este diminuto pueblo pesquero, de relativamente difícil acceso, nos encantó. Como estaba atardeciendo decidimos quedarnos allí a dormir, así que una vez encontramos alojamiento, que resultó ser el más barato de todo el viaje, hicimos una excursión caminando hasta Simena, una península situada frente al pueblo a la que solamente se puede acceder por barco o caminando. Tiene un pueblo aún más pequeño que en el que íbamos a pernoctar. Para llegar a él hay que subir una colina llena de sarcófagos licios desperdigados, en lo alto de la cual se yergue un castillo desde donde se ven unas vistas realmente espectaculares de la zona: el agua en calma, pequeñas islas y penínsulas, barcos, la luz del atardecer… Realmente muy bucólico. Llegamos hasta el pueblo, donde encontramos una tumba licia que reposa medio sumergida en el agua. 
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Tranquilamente emprendimos el camino de vuelta para llegar antes de que anocheciera. Después de la imprescindible ducha, salimos a cenar. Encontramos un restaurante donde degustamos una de las mejores comidas de toda nuestra ruta por Turquía. De entrantes optamos por el bufé de mezzes (diferentes tipos de ensaladas y entrantes fríos) y de segundo nos ofrecieron una bandeja con diferentes pescados para hacer al grill. Escogimos uno autóctono que estaba exquisito.
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Por la noche dimos un par de vueltas al pueblo; al ser tan pequeño nos llevó muy poco tiempo. Aprovechamos la calma para hacer un poco de fotografía nocturna y cuando empezó a refrescar, nos fuimos a dormir.
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El día siguiente lo comenzamos visitando un lugar curioso llamado Chimaera. Fuimos con el coche hasta el medio del bosque, aparcamos y comenzamos a subir una montaña por un camino bastante empinado. Cuando estábamos a punto de arrepentirnos de haber ido, porque la subida se nos estaba haciendo eterna, llegamos al lugar. Se trata de una zona rocosa con numerosos agujeros por los que salen pequeñas fogatas producidas por efectos del gas metano. Como hemos dicho, un sitio curioso, pero no sabemos si merece la pena el desvío de la ruta y el esfuerzo de subir la montaña para verlo.
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Aunque comenzábamos a estar un poco saturados de yacimientos arqueológicos, ese día visitamos Phaselis. Muy popular por tener varias zonas de playa, era una antigua ciudad con tres puertos. Como siempre, lo mejor conservado era el teatro, pero en esta ocasión también pudimos ver restos de un acueducto.
Continuando nuestra ruta llegamos a Antalya, que sería nuestro punto final de la ruta por la costa. A partir de ahí iríamos hacia la Capadocia, aunque hicimos alguna parada interesante en el camino.
Acceder con el coche a la zona antigua de Antalya tiene su miga: solamente hay un acceso y el tráfico por la zona es bastante horrible. Hay que pasar una barrera y, una vez dentro, el tráfico desaparece dando paso a una maraña de calles donde es muy fácil desorientarse. En cuanto encontramos nuestro alojamiento, aparcamos el coche en la puerta y decidimos no moverlo hasta el día siguiente. 
La zona antigua de Antalya es razonablemente pequeña y se encuentra en plena reforma. Hicimos un agradable recorrido más o menos sin rumbo que nos llevó por los lugares más importantes, entre los que destacaríamos el puerto y el bazar. El puerto es pequeño y estaba lleno de embarcaciones. El zoco tiene dos zonas: una en la parte de la ciudad antigua y otra justo al otro lado de la calle que sirve de frontera entre lo antiguo y lo nuevo. 
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Esa tarde, como íbamos simplemente de paseo y con calma, aprovechamos para disfrutar de un té turco y unos dulces típicos a los que nos estábamos aficionando durante el viaje, para desgracia de nuestras dentaduras.
En los alrededores de Antalya hay tres yacimientos arqueológicos bastante importantes, que fueron los últimos que visitamos. Comenzamos con Termessos, que nos pareció bastante impactante. Llamado el Machu Picchu de Turquía, quizá de manera un tanto exagerada, está ubicado en el interior de un parque nacional, en lo alto de una montaña. Parar llegar a él hay que conducir por una empinada carretera y desde ahí, casi trepar por la montaña. Sin duda es un sitio indicado solamente para gente en buena forma o con muchas ganas de visitarlo. 
Cuando comenzamos a ver los restos de las construcciones, la pregunta obvia que nos vino a la cabeza es ¿cómo hace tantos siglos se les ocurrió transportar esos pedruscos tan grandes hasta allí? La guía no nos dio la solución, así que nos dedicamos a contemplarlo. La zona tenía murallas y un teatro junto a un acantilado. Encontramos restos y piedras esparcidos por todas partes, y eso hacía más difícil caminar por la zona. Además, era bastante temprano, y a esa altitud, hacía un viento bastante helador. Continuamos subiendo la montaña y cuando estábamos a punto de dar media vuelta encontramos una zona llena de sarcófagos desperdigados por todas partes. Sin duda, la zona más impactante del yacimiento. 
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En la guía leímos que en la cima de la montaña había una torre de vigilancia y en ella el guarda forestal invitaba a un té a quien llegase. Como entre unas cosas y otras habíamos subido bastante, decidimos subir a comprobarlo. Y así, cuando llegamos a la torre, el guarda salió a recibirnos y nos invitó a entrar a la torre, a subir a la terraza y nos ofreció unos prismáticos para observar el paisaje. Realmente la vista desde allí es impresionante. No es de extrañar que decidieran construir en ese punto la torre de vigilancia. Y como mencionaba la guía, el amable guarda nos invitó a un té turco. Fue un esfuerzo que valió la pena.
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El penúltimo yacimiento que visitamos fue Perge. En esta ocasión no pudimos ver el teatro, pues estaba cerrado por peligro de derrumbamiento. Vimos el estadio y paseamos por la zona principal, en la que destacan lo que queda de dos torres, varias vías rodeadas de columnas, algún mosaico desperdigado y una zona llena de columnas.
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Y el último fue Aspendos. En este, el teatro es sin duda uno de los más interesantes que se conservan en Turquía. El resto del yacimiento no lo vimos porque estábamos saturados de piedras.
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Nos quedaban por delante muchos kilómetros hasta la Capadocia, así que decidimos hacer noche en una ciudad llamada Konya. Esta ciudad es famosa por ser la cuna de los derviches giróvagos. En esta ciudad desarrolló su labor el creador de esa religión, el poeta Mevlana, y allí se encuentra su mausoleo. Es lugar de peregrinación y donde va la gente que quiere convertirse en derviche.
La ciudad tiene fama de ser bastante religiosa y conservadora, y es cierto que la densidad de pañuelos que vimos cubriendo las cabezas de las mujeres fue muy superior a cualquier otro lugar en el que estuvimos de Turquía.
En Konya nos alojamos en un pequeño hotel de solamente 7 habitaciones: Hotel Dervish. Resultó ser uno de los mejores y más agradables de nuestro viaje. Los dos chicos que regentan el hotel resultaron ser realmente simpáticos y pudimos charlar con ellos sobre muchos aspectos de la vida en Turquía. 
Cuando salimos del hotel estaba ya anocheciendo, así que decidimos dar una vuelta antes de ir a cenar al restaurante que nos recomendaron en el hotel. Por casualidad encontramos el mercado de abastos, que a pesar de la hora seguía abierto, aunque estaba prácticamente vacío de gente. Allí pudimos disfrutar viendo los diferentes tipos de fruta y verdura, frutos secos, aceitunas, quesos, yogures, cereales y demás. 
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Tras esto fuimos a cenar. Después nos acercamos a los jardines del Museo Mevlana, donde los chicos del hotel nos dijeron que habría un espectáculo de derviches gratuito. Cuando llegamos estaban empezando. Había un grupo de músicos y un cantante, que comenzaron a tocar y cantar una música más o menos hipnótica; al rato, los derviches giróvagos, que habían estado arrodillados, poco a poco se levantaron, se quitaron sus capas y comenzaron a girar sobre sí mismos. En un momento dado, todos se pararon, y estuvieron quietos un rato, tras lo cual comenzaron bailar. Cuando habíamos visto la rutina varias veces, decidimos poner punto y final al espectáculo y nos fuimos a dormir.
A la salida de Konya, y ya de camino a la Capadocia, hicimos una pequeña parada en el Caravasar de Sultanhani. Los caravasares eran los lugares donde paraban las caravanas de la ruta de la seda. Este de Sultanhani es uno de los mejores conservados de la zona.
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