Marruecos
Abril 2006
Marrakech
Nuestro itinerario por tierras marroquíes no tuvo una preparación especial ni exhaustiva. Compramos los vuelos a Marrakech, y reservamos el alojamiento en esta ciudad para dos días. El resto lo iríamos improvisando, si bien llevábamos la idea de visitar también Casablanca, Rabat, Fez y Meknes.
Nuestro itinerario por tierras marroquíes no tuvo una preparación especial ni exhaustiva. Compramos los vuelos a Marrakech, y reservamos el alojamiento en esta ciudad para dos días. El resto lo iríamos improvisando, si bien llevábamos la idea de visitar también Casablanca, Rabat, Fez y Meknes.
Para el alojamiento en Marrakech descubrimos un modo de alojamiento que no conocíamos: el riad. En general se trata de pequeños edificios magníficamente bien restaurados, que cuentan con pocas habitaciones. Y decimos en general, porque la mayoría cumplían estos requisitos, si bien hay otros mucho más grandes, con muchas habitaciones. Después de mucho buscar, nos decantamos por uno situado junto a la famosa plaza Jemaa el Fna y que contaba con 5 habitaciones: el riad Akka.
Una vez aterrizamos en Marrakech, tomamos un taxi que nos llevó hasta una plaza, donde el taxista nos indicó que hasta el hotel debíamos ir andando porque había que ir por unas callejuelas por las que no cabían los coches. En el mismo momento en el que nos estábamos bajando, apareció un hombre con una carretilla que le preguntó algo al taxista, y este nos comentó que ese señor nos llevaría hasta el hotel. Así que les dejamos hacer, al uno y al otro, y nos adentramos en la Medina de Marrakech, en la que efectivamente no había lugar para los coches. Después de callejear un poco, el señor de la carretilla nos dejó junto a una puerta y nos dijo que ese era el riad Akka. En un principio pensamos que no podía ser porque las fotos que habíamos visto del sitio por Internet nos mostraban un lugar muy bien puesto y elegante, y ahí no había más que una puerta. El señor insistió en que era ahí, y de hecho llamó a la puerta. Nos abrió un joven que confirmó que habíamos llegado a nuestro destino. Pagamos al hombre de la carretilla y entramos en el riad. Lo primero que hizo el joven fue invitarnos a acomodarnos en unos sofás, y nos trajo el típico té verde marroquí con las típicas pastas de miel y pistachos. Mientras degustábamos ambas cosas, apareció el dueño del riad y se sentó con nosotros a charlar. Nos contó que él y su mujer eran los dueños del establecimiento, y que vivían a caballo entre Marrakech y París. Cuando acabamos el té y la charla, nos condujeron a nuestra habitación. El edificio era un pequeño palacio de tres plantas con un patio en el centro y con una terraza en la última planta. La habitación, tal como habíamos visto en Internet, estaba muy elegantemente decorada. Nuestro viaje comenzaba con buen pie.
Una vez aterrizamos en Marrakech, tomamos un taxi que nos llevó hasta una plaza, donde el taxista nos indicó que hasta el hotel debíamos ir andando porque había que ir por unas callejuelas por las que no cabían los coches. En el mismo momento en el que nos estábamos bajando, apareció un hombre con una carretilla que le preguntó algo al taxista, y este nos comentó que ese señor nos llevaría hasta el hotel. Así que les dejamos hacer, al uno y al otro, y nos adentramos en la Medina de Marrakech, en la que efectivamente no había lugar para los coches. Después de callejear un poco, el señor de la carretilla nos dejó junto a una puerta y nos dijo que ese era el riad Akka. En un principio pensamos que no podía ser porque las fotos que habíamos visto del sitio por Internet nos mostraban un lugar muy bien puesto y elegante, y ahí no había más que una puerta. El señor insistió en que era ahí, y de hecho llamó a la puerta. Nos abrió un joven que confirmó que habíamos llegado a nuestro destino. Pagamos al hombre de la carretilla y entramos en el riad. Lo primero que hizo el joven fue invitarnos a acomodarnos en unos sofás, y nos trajo el típico té verde marroquí con las típicas pastas de miel y pistachos. Mientras degustábamos ambas cosas, apareció el dueño del riad y se sentó con nosotros a charlar. Nos contó que él y su mujer eran los dueños del establecimiento, y que vivían a caballo entre Marrakech y París. Cuando acabamos el té y la charla, nos condujeron a nuestra habitación. El edificio era un pequeño palacio de tres plantas con un patio en el centro y con una terraza en la última planta. La habitación, tal como habíamos visto en Internet, estaba muy elegantemente decorada. Nuestro viaje comenzaba con buen pie.
Antes de salir del riad a reconocer el terreno, le dijimos a nuestro amable anfitrión que nos recomendara un sitio para cenar. Nos explicó cómo llegar a un restaurante, del que nos dijo que era el típico sitio en el que los turistas no entraríamos ni locos, pero que si salvábamos nuestro rechazo inicial, degustaríamos un exquisito cous-cous por un precio de risa. Así que nos encaminamos directamente para allá, y el hombre acertó en todo: no nos gustó en exceso la pinta del local pero decidimos entrar, y comimos un magnífico cous-cous realmente barato.
Al día siguiente comenzamos visitando la Madraza Ben Youssef, para continuar perdiéndonos por el zoco. Vimos miles de tiendas de todo tipo, atravesamos el zoco de las babuchas, y continuamos por el de los tintoreros, donde encontramos montones de ropa colgando para secar los tintes.
Continuamos viendo la Mezquita Kutubia, cuyo alminar sirvió de modelo a la Giralda de Sevilla, y finalmente desembocamos en la plaza Jemaa el Fna.
Esta plaza es el centro neurálgico de Marrakech y está siempre llena de gente. Hay una zona en la que ponen unos carros principalmente con dos productos: unos llenos de naranjas en los que sirven baratísimos zumos recién exprimidos, y otros en los que hay unas montañitas de infinidad de frutos secos que se compran al peso.
Más tarde salimos de la Medina para ver las magníficas murallas que la envuelven, y estuvimos haciendo tiempo para volver a cenar a la plaza de marras. Si durante el día la plaza está animada y llena de gente, por la noche el bullicio es sencillamente impresionante. Montan unos tenderetes y unas barbacoas con unas mesas alargadas que la gente comparte mientras cena algunas de las especialidades que ofrecen. Es todo un espectáculo.
Cuando volvimos al riad para dormir nos encontramos con el joven que nos atendió al principio, y cuando le preguntamos a qué hora servían el desayuno, nos respondió que a la que quisiéramos, ya que el desayuno lo elaboraban en el momento. Así que cuando bajamos a la mañana siguiente a desayunar a la hora que habíamos convenido, nos ofrecieron unas cuantas exquisiteces todas ellas recién hechas. Este alojamiento sería de largo el más caro de nuestro viaje, pero la verdad es que mereció la pena.
Esa mañana nos encontramos con el dueño del establecimiento, y nos comentó que conocía un taxista que por un módico precio podía darnos una vuelta por algunas de las zonas más alejadas de la ciudad. Como la primera vez que habíamos confiado en el caballero había dado muy buen resultado, decidimos hacerlo por segunda vez. Así que llamó a su amiguete, y concertamos la cita para más tarde. Mientras hacíamos tiempo visitamos la mezquita Kasbah, las Tumbas Sadíes y el Palacio el-Bahia.
Tras esto nos encontramos con el simpático taxista, que nos hizo un itinerario de un par de horas, y nos llevó hasta la entrada principal del Palacio Real, para después visitar el Jardín de L’Agdal. Después nos sacó de la ciudad y nos llevó a un asentamiento bereber, donde pudimos degustar un té dentro de una típica tienda bereber, y dar una pequeña vuelta en camello. Nos dio la sensación de que aunque lo tenían como si fuese algo muy auténtico, en realidad era más bien una atracción para turistas. Antes de devolvernos al punto de partida, nos llevó a ver el Jardín Menara.
Esa mañana nos encontramos con el dueño del establecimiento, y nos comentó que conocía un taxista que por un módico precio podía darnos una vuelta por algunas de las zonas más alejadas de la ciudad. Como la primera vez que habíamos confiado en el caballero había dado muy buen resultado, decidimos hacerlo por segunda vez. Así que llamó a su amiguete, y concertamos la cita para más tarde. Mientras hacíamos tiempo visitamos la mezquita Kasbah, las Tumbas Sadíes y el Palacio el-Bahia.
Tras esto nos encontramos con el simpático taxista, que nos hizo un itinerario de un par de horas, y nos llevó hasta la entrada principal del Palacio Real, para después visitar el Jardín de L’Agdal. Después nos sacó de la ciudad y nos llevó a un asentamiento bereber, donde pudimos degustar un té dentro de una típica tienda bereber, y dar una pequeña vuelta en camello. Nos dio la sensación de que aunque lo tenían como si fuese algo muy auténtico, en realidad era más bien una atracción para turistas. Antes de devolvernos al punto de partida, nos llevó a ver el Jardín Menara.
Tras esto, volvimos a la sempiterna plaza, donde subimos a la primera planta del café de Francia para insistir un poco en el tema del té verde, mientras contemplábamos la plaza desde lo alto. Cuando anocheció cenamos de nuevo en un chiringuito de la plaza.
Cuando hicimos la reserva del riad antes de salir hacia Marruecos, pensamos que dos días serían suficientes para visitar la ciudad. Así que a la mañana siguiente, con gran pesar por nuestra parte ya que nos había encantado el alojamiento, nos despedimos y nos fuimos a la estación de tren, donde compramos dos billetes con destino a Fez. Nos esperaban siete horas de trayecto.
Fez
El viaje en tren fue principalmente aburrido. Al principio no había ningún asiento libre, y tuvimos que quedarnos de pie en medio del pasillo, como tantas otras personas, lo cual era poco operativo, especialmente cuando pasaba un chico con un carro con bebidas y comidas. Cuando había pasado una hora aproximadamente y ya creíamos que tendríamos que estar las siete horas de pie, conseguimos un asiento, que fuimos turnándonos para descansar. A mitad de trayecto se quedó libre el asiento contiguo y pudimos hacer el resto del viaje sentados.
Cuando por fin llegamos a la estación de Fez, encontramos un hotel Ibis nada más salir, así que no lo pensamos en exceso y entramos a ver si tenían alguna habitación disponible. Tuvimos suerte, y allí nos instalamos para las siguientes dos noches.
Esa misma tarde nos encaminamos hacia la Medina, no tanto con la intención de ver algo, como con la idea de desentumecer un poco las piernas después de nuestro interminable viaje en tren. Pasamos por delante del Palacio Real, donde pudimos apreciar la espectacular puerta. No vive mal el rey de Marruecos: tiene un palacio real en Fez y otro en Marrakech, aunque reside en el de Rabat. Tres por el precio de uno.
Fez
El viaje en tren fue principalmente aburrido. Al principio no había ningún asiento libre, y tuvimos que quedarnos de pie en medio del pasillo, como tantas otras personas, lo cual era poco operativo, especialmente cuando pasaba un chico con un carro con bebidas y comidas. Cuando había pasado una hora aproximadamente y ya creíamos que tendríamos que estar las siete horas de pie, conseguimos un asiento, que fuimos turnándonos para descansar. A mitad de trayecto se quedó libre el asiento contiguo y pudimos hacer el resto del viaje sentados.
Cuando por fin llegamos a la estación de Fez, encontramos un hotel Ibis nada más salir, así que no lo pensamos en exceso y entramos a ver si tenían alguna habitación disponible. Tuvimos suerte, y allí nos instalamos para las siguientes dos noches.
Esa misma tarde nos encaminamos hacia la Medina, no tanto con la intención de ver algo, como con la idea de desentumecer un poco las piernas después de nuestro interminable viaje en tren. Pasamos por delante del Palacio Real, donde pudimos apreciar la espectacular puerta. No vive mal el rey de Marruecos: tiene un palacio real en Fez y otro en Marrakech, aunque reside en el de Rabat. Tres por el precio de uno.
En la Medina entramos por la puerta Boujelud, también bastante espectacular, y que por la noche tiene una iluminación muy atractiva.
Nos sentamos a cenar en un sitio en el que había bastantes nativos, pensando que sería un buen augurio. El camarero que nos atendió resultó ser muy simpático, y hablaba bastante bien español. Nos hizo unas recomendaciones que aceptamos, y cenamos muy bien. Durante nuestra cena se sentaba de vez en cuando con nosotros y nos daba un poco de charla. En un momento dado, se sentaron dos norteamericanos en la mesa contigua a la nuestra, y les dio una carta diferente a la que nos había ofrecido a nosotros. Con todo el desparpajo del mundo nos miró, y nos dijo que los españoles éramos como los marroquíes, que no teníamos mucho dinero, pero que los japoneses y los yanquis tenían mucha pasta, así que debían pagar más por lo mismo. Esa era la política de la casa.
Al día siguiente cogimos un tren y fuimos a Meknes. Esta ciudad, casi tan famosa como Fez, no nos gustó demasiado. Vimos los lugares más importantes, como la Plaza el Hedim, la puerta Mansour, la tumba de Muley Ismail y la cuenca de Aguedal. Nos llevó una mañana entera. Mientras esperábamos el tren que nos llevaría de vuelta a Fez entramos a tomar un té a un bar que estaba bastante lleno, pero en el que solamente había hombres. Fue una sensación un tanto extraña, porque de hecho todos nos miraron con mayor o menor descaro, pero nosotros nos tomamos nuestro té y nos fuimos.
Al día siguiente cogimos un tren y fuimos a Meknes. Esta ciudad, casi tan famosa como Fez, no nos gustó demasiado. Vimos los lugares más importantes, como la Plaza el Hedim, la puerta Mansour, la tumba de Muley Ismail y la cuenca de Aguedal. Nos llevó una mañana entera. Mientras esperábamos el tren que nos llevaría de vuelta a Fez entramos a tomar un té a un bar que estaba bastante lleno, pero en el que solamente había hombres. Fue una sensación un tanto extraña, porque de hecho todos nos miraron con mayor o menor descaro, pero nosotros nos tomamos nuestro té y nos fuimos.
En Meknes nos sucedió una cosa muy curiosa. Mientras estábamos en un semáforo esperando para cruzar, vimos que se acercaba un autobús rojo, igual que los que circulan en Madrid. Y según se va acercando vemos que tiene, en la parte superior delantera, un cartel con el mismo número y ruta que el que pasa por la puerta de nuestra casa en Madrid. Fue un momento de desconcierto, hasta que vimos que era un modelo de los antiguos, y que en un lateral tenía un cartel con la ruta que hacía en Meknes. Supusimos entonces que el Ayuntamiento de Madrid le vendería los autobuses antiguos a los marroquíes, pero estos ni siquiera se tomaban la molestia de quitar el cartel con el que los recibían, y parecía un autobús madrileño en toda regla.
A nuestra vuelta a Fez, mientras callejeábamos por la Medina, encontramos un chico que se ofreció a hacernos de guía por las intrincadas calles, y prometió enseñarnos los principales rincones de la ciudad. Como hablaba bastante bien español le preguntamos dónde lo había aprendido, y nos contestó que con los turistas. Así que decidimos “contratarle”. Comenzó llevándonos al interior de un edificio en el que subimos todas las escaleras hasta la azotea, donde había una pequeña vista de la ciudad, y en particular de la Mezquita Kairouyine. A la bajada nos metió en una tienda donde nos ofrecieron alfombras. Con la mayor educación que pudimos, declinamos la oferta y continuamos la visita. La siguiente parada fue el barrio de los tintoreros, donde vimos las cubas en las que tintan la ropa. Apenas tenían actividad, suponemos que por la hora.
A nuestra vuelta a Fez, mientras callejeábamos por la Medina, encontramos un chico que se ofreció a hacernos de guía por las intrincadas calles, y prometió enseñarnos los principales rincones de la ciudad. Como hablaba bastante bien español le preguntamos dónde lo había aprendido, y nos contestó que con los turistas. Así que decidimos “contratarle”. Comenzó llevándonos al interior de un edificio en el que subimos todas las escaleras hasta la azotea, donde había una pequeña vista de la ciudad, y en particular de la Mezquita Kairouyine. A la bajada nos metió en una tienda donde nos ofrecieron alfombras. Con la mayor educación que pudimos, declinamos la oferta y continuamos la visita. La siguiente parada fue el barrio de los tintoreros, donde vimos las cubas en las que tintan la ropa. Apenas tenían actividad, suponemos que por la hora.
Después nos llevó a una tienda en la que nos ofrecieron toda clase de perfumes y colonias. Estaba claro que el itinerario alternaba una visita de la ciudad con una visita a una tienda. Continuamos explorando las laberínticas calles de Fez, y terminamos en una tienda donde había productos todos ellos hechos en madera. El amable vendedor trató por todos los medios de que nos lleváramos algo, pero fue infructuoso. Le pagamos al chaval la suma acordada, le dimos las gracias y nos despedimos de él.
Al día siguiente, antes de coger el tren que nos llevaría a Casablanca, hicimos una última visita, en esta ocasión a la Madraza Bou Inania.
Casablanca
Por la tarde cogimos el tren hasta Casablanca, donde decidimos permanecer otras dos noches, con la idea de ir y volver a Rabat y así no tendríamos que cambiar de hotel.
Casablanca nos decepcionó muchísimo. Ya sabemos que la mítica película del mismo nombre se grabó en su totalidad en unos estudios de Hollywood, pero aún así, esperábamos algo más. Tan solo hubo dos sitios que nos parecieron destacables. El primero fue la Corniche, una animada zona de playa en el que en el paseo marítimo hay muchos restaurantes. De hecho, la misma noche de nuestra llegada entramos en uno en el que cenamos de maravilla. Y el otro punto digno de destacar de la ciudad es la impresionante Mezquita de Hassan II. Está ubicada junto al mar, lo que le da un encanto añadido, y es un edificio espectacular. La visita interior la hicimos en grupo con un guía que nos fue explicando con todo detalle cada rincón de la mezquita. Cuando llegó al apartado de lo que costó construirla, casi nos da algo. El resto de la ciudad nos pareció bastante feo y carente de atractivo. Fue toda una desilusión.
Al día siguiente, antes de coger el tren que nos llevaría a Casablanca, hicimos una última visita, en esta ocasión a la Madraza Bou Inania.
Casablanca
Por la tarde cogimos el tren hasta Casablanca, donde decidimos permanecer otras dos noches, con la idea de ir y volver a Rabat y así no tendríamos que cambiar de hotel.
Casablanca nos decepcionó muchísimo. Ya sabemos que la mítica película del mismo nombre se grabó en su totalidad en unos estudios de Hollywood, pero aún así, esperábamos algo más. Tan solo hubo dos sitios que nos parecieron destacables. El primero fue la Corniche, una animada zona de playa en el que en el paseo marítimo hay muchos restaurantes. De hecho, la misma noche de nuestra llegada entramos en uno en el que cenamos de maravilla. Y el otro punto digno de destacar de la ciudad es la impresionante Mezquita de Hassan II. Está ubicada junto al mar, lo que le da un encanto añadido, y es un edificio espectacular. La visita interior la hicimos en grupo con un guía que nos fue explicando con todo detalle cada rincón de la mezquita. Cuando llegó al apartado de lo que costó construirla, casi nos da algo. El resto de la ciudad nos pareció bastante feo y carente de atractivo. Fue toda una desilusión.
Rabat
Uno de los dos días que estuvimos en Casablanca lo empleamos en ir a Rabat. La capital de Marruecos nos pareció más interesante de lo habíamos pensado en un principio. Comenzamos visitando la explanada en la que se encuentran el Mausoleo de Mohamed V y la Torre Hassán.
Uno de los dos días que estuvimos en Casablanca lo empleamos en ir a Rabat. La capital de Marruecos nos pareció más interesante de lo habíamos pensado en un principio. Comenzamos visitando la explanada en la que se encuentran el Mausoleo de Mohamed V y la Torre Hassán.
Estando allí, casualidades de la vida, nos encontramos con unos amigos malagueños que estaban haciendo también un tour por Marruecos. Una vez hicimos los comentarios de rigor (del estilo de “qué pequeño es el mundo” o “el mundo es un pañuelo”), nos despedimos porque su autobús continuaba el camino. Desde la zona donde nos encontrábamos había una bonita vista de Salé (antiguo municipio vecino a la capital y hoy convertido en un barrio de ésta) y el Rabat antiguo. De hecho, allí es hacia donde nos dirigimos, y nos adentramos en la Casbah de los Udaya, pequeña fortificación llena de casitas y callejones muy unidos y que por su buen estado de conservación es patrimonio mundial por la UNESCO.
Una vez callejeamos por la Casbah, hicimos una parada en el café que se encuentra en su interior para tomar un té y descansar un rato. Continuamos la visita a Rabat por el zoco, quizá menos glamoroso que los de Marrakech y Fez, pero sin duda mucho más barato.
De camino al Palacio Real pasamos por la Gran Mezquita. Y finalmente llegamos al Palacio Real de Rabat, tercer palacio real que veíamos durante nuestra visita a Marruecos y primero que estaba habitado, o al menos eso suponemos, ya que había bastantes guardias en la entrada que hacían mucho hincapié en la prohibición de hacer fotos más allá de las vallas.
De camino al Palacio Real pasamos por la Gran Mezquita. Y finalmente llegamos al Palacio Real de Rabat, tercer palacio real que veíamos durante nuestra visita a Marruecos y primero que estaba habitado, o al menos eso suponemos, ya que había bastantes guardias en la entrada que hacían mucho hincapié en la prohibición de hacer fotos más allá de las vallas.
En nuestra incursión por Marruecos quizá nos faltó adentrarnos un poco en el desierto, pero lo dejamos pendiente para una futura visita.