México
Abril 2015
Preparativos
México es un país bastante extenso, así que estimamos que para hacernos una buena idea del país, necesitaríamos tres semanas para visitarlo. Una vez hubimos encontrado las fechas, decidimos comprar un vuelo entrando al país por la capital, Ciudad de México, y saliendo por Cancún. Así podríamos optimizar un poco más el tiempo. Tras este paso llegó el siempre problemático momento de decidir el itinerario. Aunque creíamos que tres semanas serían suficientes, enseguida nos dimos cuenta de que hubiéramos necesitado algunos días más para recorrer todas las zonas que nos apetecía conocer. Así que hubo que sacrificar lugares. Compramos un vuelo interno desde Guadalajara a Villahermosa, lo que nos dividió el itinerario en dos tramos y zonas principales: la primera mitad estaríamos en Ciudad de México y la zona del Bajío, donde visitaríamos una buena sarta de ciudades declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco (Querétaro, San Miguel de Allende, Guanajuato…), para después volar al norte de Chiapas y visitar las ruinas de Palenque y continuar hacia la península del Yucatán. A pesar de la recomendación de amigos, decidimos dejar fuera del itinerario Oaxaca, principalmente por motivos logísticos. Si en la primera zona la frecuencia de autobuses entre ciudades daba para elegir entre compañías, calidades y precios sin problema, en la segunda parte sólo encontramos una única empresa que ofrecía el servicio interurbano. Tal fue la incomodidad, que para visitar la península de Yucatán decidimos alquilarnos un coche, a pesar de las recomendaciones en contra que pudimos leer y escuchar acerca de la famosa “mordida” de la policía. Decidimos llevar todos los hoteles reservados excepto hacia el final de nuestro viaje: terminaríamos en la Riviera Maya con la intención de pasar una o dos noches en algún resort del tipo “todo incluido”. Habíamos buscado por Internet y los precios de los hoteles-resort nos habían parecido estratosféricos, así que, ilusos de nosotros, pensábamos que una vez por allí sería más fácil encontrar alguna oferta. Ciudad de México
Aterrizamos en la capital sobre las 5:30 de la mañana y una vez hubimos realizado los trámites aduaneros, tomamos el metro y nos fuimos hacia el hotel. Nos sorprendió ver la gran cantidad de gente que se agolpaba ya a esas horas en el suburbano. Afortunadamente, a pesar de la hora tan temprana a la que llegamos al hotel, nos dieron una habitación, por lo que después de una buena ducha decidimos comenzar a hacer turismo. Lo primero fue buscar un sitio donde desayunar; una vez solventado el asunto, fuimos dando un paseo hasta la plaza del Zócalo. Entre los edificios que rodean esta inmensa plaza destacan la catedral metropolitana y el palacio nacional. No pudimos acceder al centro de la plaza porque estaba acotada por unas vallas, ya que al parecer esos días se estaba rodando una película de James Bond. Así que nos tuvimos que conformar con recorrerla por los laterales.
Decidimos entrar al palacio nacional para ver los famosos murales de Diego Rivera. La entrada es gratuita y se puede deambular por las dependencias del palacio con bastante libertad.
Aunque la pintura de Diego Rivera no está entre nuestras favoritas, los murales impresionan mucho, especialmente el de la escalera principal. Hay bastantes murales también a lo largo de una galería del primer piso. El segundo edificio que visitamos fue la catedral metropolitana. Este fue el primero de muchos templos cristianos que visitaríamos durante nuestro recorrido por el país. Junto a la catedral se halla el Sagrario Metropolitano, iglesia a la que no pudimos acceder por estar cerrada, pero cuya fachada destaca por dos motivos: el primero, y que salta enseguida a la vista, es que está torcida, motivado porque el centro de la ciudad se construyó sobre una laguna y por causa de los diferentes terremotos que han sacudido la capital de México; el segundo motivo es porque tiene una fachada de marcado estilo churrigueresco.
De ahí caminamos hasta la cercana plaza de Santo Domingo con idea de entrar en la Secretaría de Educación, pero no pudimos hacerlo porque había una pequeña manifestación y no permitían el acceso. En cualquier caso, pudimos admirar la propia plaza, con sus soportales a un lado donde hay numerosos puestos de copistas.
Aprovechando que hacía un día despejado, fuimos hasta la torre Latinoamericana y subimos al mirador de la última planta. Desde esa altura se observa una bonita y muy amplia vista de esta vasta ciudad. Destacan en primer plano el palacio de Bellas Artes y la Alameda, y un poco más lejos, la plaza del Zócalo. La entrada a la torre permitía el acceso a la misma durante todo el día, por lo que decidimos volver cuando anocheciera para ver la ciudad iluminada.
Por la tarde nos desplazamos hasta el barrio de San Ángel, donde se encuentran los principales restaurantes turísticos de la ciudad. Desde ahí fuimos caminando hasta el vecino barrio de Coyoacán, una especie de oasis dentro del bullicio constante que es Ciudad de México.
Estuvimos dando un agradable paseo por las tranquilas calles de Coyoacán y nos sentamos un rato en un banco de una plaza, donde estuvimos observando al personal que allí se congregaba. Una vez comenzó a anochecer, volvimos hasta la torre Latinoamericana y nuevamente subimos hasta el mirador, desde donde pudimos disfrutar de las mismas vistas de la mañana, pero en esta ocasión con toda la ciudad oscura y llena de luces.
Acabamos la jornada bastante cansados pero muy satisfechos de nuestro primer día en México.
Al día siguiente nos debatimos entre ir o no a Xochimilco. Conocido como la Venecia mexicana por sus canales, parece que el momento adecuado para ir es el sábado, por ser el día más animado. Pero como nosotros no íbamos a estar un sábado en la ciudad, decidimos acercarnos aunque no viésemos la zona en todo su esplendor. Llegar hasta Xochimilco es toda una aventura. Hay que tomar la línea 2 del metro hasta la última parada más al sur (Tasqueña) y a la salida hay que subir a un tren ligero y recorrer toda la línea hasta el final. Una vez allí, todavía hay que caminar unos 15 minutos hasta llegar al embarcadero más cercano, el de Belem. Allí negociamos el precio de una trajinera para que nos diera una vuelta por los canales. El sitio es agradable, pero tampoco nos pareció nada del otro mundo. Como era de esperar, estaba bastante tranquilo y apenas nos cruzamos con unas cuantas trajineras más, aunque éstas eran de grupos grandes y llevaban mariachis y todo. Suponemos que los sábados serán más divertidos, pero los demás días no nos parece que valga la pena el desplazamiento hasta allí.
Cuando volvíamos hacia la estación del tren nos encontramos el mercado de Xochimilco y estuvimos recorriéndolo. Estaba bastante concurrido y muy bien surtido de frutas y verduras, aunque la palma se la llevaban los interminables tipos de chiles.
Tuvimos que recorrer nuevamente toda la línea de tren ligero hasta el metro, y allí nos subimos y fuimos hasta la Secretaría de Educación, ya que el día anterior no la habíamos podido visitar.
Este edificio resultó ser bastante grande: cuenta con tres plantas con murales, aunque los más representativos son los de la tercera planta. Pintados también por Diego Rivera (el artista se prodigó con las pinturas murales), destaca uno en el que aparece retratada Frida Kahlo. El lugar nos gustó mucho y fue un gusto poder deambular libremente por el edificio. Eso es algo que nos encantó de México: se puede entrar gratuitamente y pasear por el interior de numerosísimos edificios oficiales, y disfrutar de la arquitectura y de las pinturas murales que suelen poblar estos sitios, con total libertad. A la salida fuimos a comer a la Hostería de Santo Domingo, ubicada muy cerca de la Secretaría de Educación. La idea era probar los chiles en nogada. Aunque es un plato de temporada (y cuando estuvimos nosotros no era el momento), en este restaurante sirven este plato todo el año. El local tiene dos plantas y es muy agradable, y aunque la carta es muy extensa y contiene cosas muy apetecibles, nosotros nos ceñimos al plan y probamos los chiles en nogada, que resultaron exquisitos.
Después de comer nos acercamos hasta el castillo de Chapultepec. Ubicado en lo alto de la colina de Chapultepec, este castillo es más bien un palacio de estilo muy europeo. Llegamos poco antes de que cerraran y nos dejaron pasar sin pagar la entrada. Pudimos pasear por las dependencias y ver la decoración de las habitaciones y los salones. Desde una de las terrazas se ve el paseo de la Reforma, una de las avenidas más importantes de la ciudad.
De vuelta hacia el centro, entramos en el palacio Postal, que es la bonita sede del edificio de correos, recorrimos la peatonal avenida Francisco Madero, llena de gente y de tiendas, y nos encontramos de nuevo con el palacio de Bellas Artes.
Al bajar nos acercamos dando un paseo hasta la plaza Garibaldi. En esta animada plaza se dan cita por las noches innumerables grupos de mariachis y la gente se acerca hasta aquí para contratar sus servicios. Nosotros no nos atrevimos a contratarlos para que nos cantaran una ranchera, pero estuvimos viendo y escuchando las de otras personas que sí lo hicieron.
Alrededores de Ciudad de México Teotihuacán Para llegar hasta Teotihuacán tomamos el metro hasta la estación Autobuses del Norte. Allí se encuentra una de las centrales de autobuses más grandes de la ciudad. A nuestra llegada al edificio preguntamos por los autobuses que iban hasta Teotihuacán y nos informaron dónde se hallaban las taquillas. Compramos dos billetes de ida y vuelta y nos subimos al primer autobús que salía. Afortunadamente, solamente tuvimos que esperar unos cinco minutos. Pensábamos que el autobús estaría lleno de turistas, pero resultó que éramos los únicos: parece que o bien los turistas madrugaron menos que nosotros, o en general prefieren hacer el viaje organizado en grupo. Después de más de una hora de trayecto nos dejaron en la puerta 1. Preguntamos dónde debíamos tomarlo para volver y nos comentaron que paraban en todas las puertas, así que nos despreocupamos del tema. Comenzamos visitando el lugar por la ciudadela y el templo de Quetzalcóatl. Nos encontramos con muchos grupos muy numerosos de escolares, que estaban en general más concentrados en pasar un buen día de excursión que en entender el significado de todo aquello. Desde ahí tuvimos que caminar un rato hasta llegar a la zona realmente espectacular: la calzada de los Muertos y las dos pirámides. A nuestra derecha nos encontramos la pirámide del Sol, al parecer la tercera más grande del mundo después de la de Keops en Egipto y la de Cholula, también en México.
Con paciencia subimos los 248 peldaños que tiene para llegar hasta lo más alto: desde allí arriba se obtiene una magnífica panorámica de toda la zona.
Una vez hubimos hecho las fotografías de rigor, descendimos hasta la calzada de los Muertos y la recorrimos hasta el final para llegar a la pirámide de la Luna. Esta pirámide es más pequeña que la anterior y además no se pueden subir todas sus escaleras, tan solo un tramo; el tamaño de los escalones es mucho mayor y por tanto un poco incómodo. Lo mejor es que desde la zona a la que se puede subir se ve una bonita vista de la calzada de los Muertos y de la pirámide del Sol.
Antes de marcharnos entramos en el palacio de los Jaguares y el templo de los Caracoles Emplumados. Esta zona está en restauración, pero agradecimos estar a la sombra un rato, porque hasta ese momento habíamos estado a pleno sol.
Desde ahí salimos del recinto por la puerta 3 y allí esperamos hasta que llego el autobús que nos llevó de vuelta a la ciudad. Del trayecto de vuelta no recordamos nada, porque lo pasamos entero durmiendo en nuestros asientos. Puebla y Cholula
Para ir hasta Puebla tuvimos que dirigirnos a otra central de autobuses de Ciudad de México, en esta ocasión, la estación CAPU. Allí descubrimos que había varias compañías con diferentes precios que ofrecían el servicio. Escogimos una que salía enseguida y nos fuimos a pasar el día a Puebla. El trayecto duró poco más de dos horas. La estación de autobuses de Puebla se encuentra en las afueras de la ciudad, así que desde allí tomamos un taxi que nos dejó en el Zócalo, el mismo centro de la ciudad. Había varios motivos que hacían atractiva la visita a esta ciudad: más de 70 iglesias sólo en el centro histórico, montones de edificios virreinales por todas partes… Y la que más nos interesaba a nosotros: Puebla es la cuna de un plato mexicano que tomó su nombre de la ciudad, el mole poblano. Por una cuestión de horarios comenzamos la visita por el templo del Rosario, una de las muchas iglesias que hay en la ciudad, sólo que ésta destaca por la capilla del Rosario que hay en su interior: esta capilla está profusamente decorada con ángeles y querubines, y todo ello cubierto por láminas de oro de 24 quilates. Realmente cuando se accede a la capilla la impresión es brutal. Además hay bastantes ventanas justo debajo de la cúpula, por lo que con la luz solar que entra el reflejo de tanto oro es cuando menos chocante. A la salida estuvimos paseando un poco sin rumbo por las calles adyacentes al Zócalo. Todo el centro es plano con calles rectas que se cortan unas con otras formando una cuadrícula. El área está plagada de edificios de dos plantas, muchos de ellos pintados de colores o decorados con azulejos. Durante el paseo pasamos por delante del museo de la Revolución, cuyo edificio conserva los agujeros de bala que recibió en la fachada. También vimos que en todas las tiendas vendían una bebida típica poblana llamada Rompope, que es un licor de huevo con diferentes sabores (aunque el tradicional es el de vainilla). En una de las tiendas muy amablemente nos la dieron a probar.
Continuamos caminando hasta llegar a la iglesia de San Francisco, donde se encuentra el cuerpo canonizado de San Cristóbal, el cual atrae a bastantes visitantes por ser el patrón de los conductores. Nosotros nos conformamos con admirar su fachada.
De ahí fuimos al barrio de los artistas, un lugar muy original. Hay una ristra de numerosas casetillas juntas en las que los artistas exponen y venden sus obras, mientras trabajan en nuevos proyectos a la vista del público. Desgraciadamente no había demasiadas abiertas, no sabemos si por la hora, el día, o porque hubieran tenido que cerrar. No obstante, es un lugar agradable, siendo además peatonal.
Junto al barrio de los artistas se encuentra el Parián, un mercado de artesanía y regalos de construcción parecida al barrio los artistas.
Cerca del Parián se encuentra el callejón de los Sapos. En esta bonita calle hay varias tiendas que venden la típica cerámica de colores pintada a mano, que se conoce localmente con el nombre de talavera. Las talaveras están presentes en forma de azulejos decorando fachadas por toda la ciudad.
La siguiente parada fue en la Casa de la Cultura. Ahí subimos al primer piso para visitar la biblioteca Palafoxiana, la que fue la primera biblioteca pública de América y que alberga varios miles de volúmenes. El lugar está muy bien cuidado y es una maravilla para los amantes de los libros.
Antes de ir a comer, pasamos nuevamente por el Zócalo y entramos en la enorme catedral de Puebla. Habíamos leído que se podía subir a lo alto de una de sus dos torres, pero no conseguimos encontrar el acceso, ni siquiera preguntando en su interior a algunos empleados.
Como ya nos rugía el estómago, decidimos visitar primero Las Ranas, una taquería que es una institución en la ciudad y cuya especialidad son unos exquisitos y enormes tacos árabes, muy parecidos a los tacos pastor. Y por fin le tocó el turno al mole poblano. En la oficina de turismo nos habían recomendado varios restaurantes donde probarlo, así que elegimos el más cercano. La experiencia fue magnífica: la salsa de mole cubría por completo el pollo que había debajo, y a pesar de estar un tanto picante, estaba exquisita. Una vez degustamos el mole poblano, pudimos dar por finalizada nuestra visita a Puebla. Preguntamos desde dónde salían los autobuses hacia Cholula y afortunadamente estaba bastante cerca, así que fuimos para allá. Nos montamos en el primero y llegamos a esta pequeña población con la idea de ver la segunda pirámide más grande del mundo.
Comenzamos visitando el Zócalo, bonita plaza con rosario de soportales a un lado y un parque al otro, y rodeada por varias iglesias. Junto a los soportales está la parroquia de San Pedro, pero al otro lado de la plaza se encuentra el exconvento de San Gabriel, que incluye tres iglesias, entre las que destaca la capilla Real, de estilo árabe y que cuenta en su interior con 49 cúpulas. Tras visitar las iglesias, paseamos un poco por el centro y nos encaminamos hacia la pirámide, donde nos encontramos con algo curioso. Tras ser abandonada la pirámide, la naturaleza siguió su curso y la tapó por completo con vegetación. Cuando llegaron los españoles, lo que vieron fue un cerro, en cuya cumbre decidieron erigir una iglesia, conocida como el santuario de Nuestra Señora de los Remedios. Muchos años más tarde se descubrió que el cerro no era tal, sino una antigua pirámide cubierta, la pirámide Tepanapa. Decidieron dejarlo tal cual aunque excavaron por el interior de la pirámide, y hoy en día se pueden visitar los túneles. Nosotros nos conformamos con subir hasta el santuario y poder ver una bonita vista de Cholula y sus alrededores.
A la bajada nos acercamos al mercado Cosme del Razo, que a esas horas no estaba en su punto álgido precisamente. A estas alturas decidimos iniciar nuestro regreso a Ciudad de México. Preguntamos dónde podíamos tomar un autobús para volver a Puebla, pero nos dijeron que desde Cholula había uno que conectaba directamente la capital. Pensamos que sería buena idea y ahorraríamos tiempo, pero fue un error lamentable. El autobús que iba de Cholula a Ciudad de México no era ni mucho menos directo, e hizo no sabemos cuántas paradas por el camino en no pocas poblaciones, por lo que llegamos de noche a la capital. Pero al menos estábamos contentos, porque tanto Puebla como Cholula (especialmente la primera) nos parecieron dos visitas muy interesantes.
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