Francia
Mayo de 2018
Normandía
Preparativos
En un principio teníamos intención de visitar las regiones de Normandía y Bretaña en un mismo viaje, dedicando una semana a cada zona y aprovechar así el desplazamiento. Sin embargo, por algún motivo, estos destinos nunca terminaban de encontrar acomodo en nuestra agenda viajera. Ante esta perspectiva, un buen día decidimos que fuesen viajes independientes y desde ese momento nos resultó mucho más fácil cuadrarlo: una semana de vacaciones se puede arreglar en cualquier momento.
Decidimos comenzar por Normandía. El planteamiento del viaje era bien sencillo: viajar a París y, dado que la región se encuentra muy cerca de la capital, alquilar un coche en el aeropuerto para visitar los lugares más emblemáticos.
Hicimos una pequeña búsqueda de los pueblos y ciudades más recomendados, donde no podían faltar las playas del famoso desembarco de la Segunda Guerra Mundial, y le añadimos un extra personal: somos muy aficionados a los quesos y a la sidra francesa, así que buscamos sitios donde se elaboraran tan ricos manjares para poder disfrutar de ellos. La experiencia con estos lugares fue bastante desigual, pero no nos adelantemos a los acontecimientos.
Comenzaríamos la ruta por Ruan, capital de la región. Reservamos un hotel en esta ciudad para la primera noche y, como aterrizábamos a media mañana, reservamos también una mesa en un restaurante a mitad de camino.
El resto del recorrido lo iríamos confeccionando sobre la marcha, según fuese acompañándonos la climatología y en función del tiempo que empleáramos en cada lugar.
Al final recorrimos casi 1 400 kilómetros en una semana.
Alta Normandía
A nuestra llegada al aeropuerto fuimos al mostrador de la empresa de alquiler de coches, donde había ya bastante gente esperando; eso hizo que nos pusiéramos en marcha más tarde de lo previsto, aunque no impidió que llegáramos a tiempo a nuestra reserva para comer.
El lugar elegido fue el Auberge du Prieuré Normand, principalmente por dos motivos. El primero, porque ha sido distinguido con el galardón Bib Gourmand de la guía Michelin. Dicha selección suele referirse a restaurantes con una destacada relación calidad/precio: no tienen el glamur y la categoría de un local con estrella Michelin, pero en ellos se come bien por un precio razonable. El segundo motivo fue su ubicación. De camino a Ruan queríamos visitar la Fundación Monet en Giverny, y este restaurante se ubica en el pueblo de al lado.
El local estaba lleno: la única mesa libre que quedaba era la nuestra. Por 29 euros tomamos un menú a base de aperitivo, amuse-bouche, entrante, plato, quesos y postre. Sin ser espectacular, estaba todo muy bueno. De ahí que la distinción de Bib Gourmand le vaya de perlas.
A nuestra llegada al aeropuerto fuimos al mostrador de la empresa de alquiler de coches, donde había ya bastante gente esperando; eso hizo que nos pusiéramos en marcha más tarde de lo previsto, aunque no impidió que llegáramos a tiempo a nuestra reserva para comer.
El lugar elegido fue el Auberge du Prieuré Normand, principalmente por dos motivos. El primero, porque ha sido distinguido con el galardón Bib Gourmand de la guía Michelin. Dicha selección suele referirse a restaurantes con una destacada relación calidad/precio: no tienen el glamur y la categoría de un local con estrella Michelin, pero en ellos se come bien por un precio razonable. El segundo motivo fue su ubicación. De camino a Ruan queríamos visitar la Fundación Monet en Giverny, y este restaurante se ubica en el pueblo de al lado.
El local estaba lleno: la única mesa libre que quedaba era la nuestra. Por 29 euros tomamos un menú a base de aperitivo, amuse-bouche, entrante, plato, quesos y postre. Sin ser espectacular, estaba todo muy bueno. De ahí que la distinción de Bib Gourmand le vaya de perlas.
Tras la comida nos acercamos a Giverny. Dejamos el coche en los aparcamientos que hay a la entrada del pueblo, pues por sus escasas calles solamente pueden transitar los locales, y nos acercamos hasta la casa-museo. Pensamos que un domingo después de comer no habría mucha gente, pero nos equivocamos. Tuvimos que hacer cola para entrar y, una vez dentro, el lugar estaba bastante concurrido. Aún así pudimos disfrutar de él con tranquilidad.
Comenzamos visitando la casa, donde sin duda destaca el primer estudio del artista. Todos los cuadros que hay en el interior son copias, pero como se conservan muchas fotografías de la época en la que Monet desarrolló su labor allí, han reproducido al milímetro las estancias.
Comenzamos visitando la casa, donde sin duda destaca el primer estudio del artista. Todos los cuadros que hay en el interior son copias, pero como se conservan muchas fotografías de la época en la que Monet desarrolló su labor allí, han reproducido al milímetro las estancias.
El recorrido por el interior de la casa continúa subiendo al primer piso, donde se deambula por las habitaciones. De vuelta a la planta baja se atraviesan el salón (lleno de láminas con motivos japoneses) y por último la cocina.
Frente a la casa hay un enorme jardín lleno de flores y plantas por el que dimos un paseo.
Frente a la casa hay un enorme jardín lleno de flores y plantas por el que dimos un paseo.
A través de un pequeño paso subterráneo se accede al famoso jardín japonés, que se encuentra al otro lado de la carretera.
Dicho jardín cuenta con un pequeño bosque de bambú, un estanque y el puente que tantas veces pintó el artista. Estaba lleno de flores de vivos colores por todas partes. Es el aliciente de haber ido en primavera. Bordeamos el estanque, atravesamos el puente (en el que había cola para hacerse un selfie) y regresamos al otro lado de la carretera.
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La visita finaliza por la tienda, situada en el Atelier des Nymphéas, el inmenso estudio en el que Monet pintó los paneles de los nenúfares, entre los que destaca uno de sesenta metros.
Cuando terminamos la visita volvimos al coche y fuimos hasta Ruan. Dejamos las cosas en el hotel que habíamos reservado y salimos a dar un paseo por la ciudad.
El centro de Ruan no es demasiado grande y se recorre a pie fácilmente. Comenzamos acercándonos a la iglesia abacial de Saint-Ouen, que estaba ya cerrada. Es un edificio de proporciones enormes que cuenta con un agradable jardín a sus espaldas.
Cuando terminamos la visita volvimos al coche y fuimos hasta Ruan. Dejamos las cosas en el hotel que habíamos reservado y salimos a dar un paseo por la ciudad.
El centro de Ruan no es demasiado grande y se recorre a pie fácilmente. Comenzamos acercándonos a la iglesia abacial de Saint-Ouen, que estaba ya cerrada. Es un edificio de proporciones enormes que cuenta con un agradable jardín a sus espaldas.
En las calles adyacentes comenzamos a ver las típicas casas normandas con entramados de madera en sus fachadas. Se ven muchos edificios de este estilo por todo el centro de la ciudad.
Tomamos la estrecha rue Damiette y desembocamos en la Place Barthélémy, donde encontramos la iglesia de San Maclou. Aquí sí pudimos entrar, ya que acababa de terminar la misa.
La catedral también estaba cerrada. Aún así pudimos contemplar su soberbia fachada, mezcla de varios estilos arquitectónicos (aunque destaca el gótico). Como muchos edificios de Normandía, tuvo que ser reconstruida tras la Segunda Guerra Mundial.
Caminamos por la rue du Gros Horloge hasta llegar al reloj. Situado en un edificio que atraviesa la calle, el mecanismo de este reloj es uno de los más antiguos en Francia. Se puede hacer una visita para ver las entrañas del mismo, pero nuevamente el lugar estaba cerrado.
Nos dio mucha rabia no poder entrar en el reloj ni en la catedral. Pensamos hacerlo al día siguiente, pero la catedral no abría hasta las dos de la tarde y el reloj directamente no abría, porque era lunes y los lunes está cerrado. |
Así que contemplamos el reloj por fuera y continuamos por la calle hasta la Place du Vieux Marché. Esta plaza es famosa porque es el lugar donde fue quemada Juana de Arco. En el centro de la plaza han construido una iglesia en su nombre; del viejo mercado solo queda un pequeño recinto que alberga unos pocos puestos.
Como ya anochecía dimos por concluida la visita a la ciudad y nos fuimos a cenar. Entramos en un lugar llamado Creperie Rouennaise, donde comimos unas galettes riquísimas acompañadas de la primera (de muchas) sidra normanda del viaje. La galette es una variante del famoso crepe francés, elaborada con trigo sarraceno. De todas las que probamos en Normandía, la de este local fue la que más nos gustó con diferencia.
El día siguiente amaneció lluvioso. La idea era subir hasta Dieppe (el punto más al norte al que queríamos ir) e ir bajando por la costa. Antes queríamos visitar unas abadías a las afueras de Ruan.
Comenzamos por la abadía benedictina de Saint-Georges de Boscherville. Fundada en 1113, el lugar ha sido reconstruido varias veces y en la actualidad ya no es monasterio, aunque en la iglesia se siguen dando oficios.
Con el precio de la entrada incluyen una audioguía para facilitar la visita. Esta comienza en una pequeña sala adyacente a la iglesia, que cuenta con una pequeña zona ajardinada. En la parte trasera de la iglesia está el jardín, desde donde se obtiene una bonita vista del conjunto.
Comenzamos por la abadía benedictina de Saint-Georges de Boscherville. Fundada en 1113, el lugar ha sido reconstruido varias veces y en la actualidad ya no es monasterio, aunque en la iglesia se siguen dando oficios.
Con el precio de la entrada incluyen una audioguía para facilitar la visita. Esta comienza en una pequeña sala adyacente a la iglesia, que cuenta con una pequeña zona ajardinada. En la parte trasera de la iglesia está el jardín, desde donde se obtiene una bonita vista del conjunto.
En ese punto empezó a lloviznar, así que acortamos drásticamente nuestro paseo por el jardín y fuimos hacia el interior de la iglesia. Aunque las reconstrucciones a lo largo de la historia han añadido algunos aspectos diferentes del original, según parece la iglesia conserva bastante bien su estilo románico normando primitivo, que veríamos repetidamente en nuestra ruta en este tipo de edificios.
A la salida nos esperaba una pequeña sorpresa: la lluvia se había transformado en nieve. Como la mayoría de las actividades que queríamos hacer en Normandía eran al aire libre, decidimos modificar un poco el itinerario y ese día hacer alguna de interior, aunque eso nos obligase a desandar camino. Así que nos fuimos a Fécamp a visitar el Palais Bénédictine.
Este palacio es la sede de la empresa que produce el Bénédictine, un licor francés a base de hierbas. Este licor, cuya receta se perdió, fue creado por un monje benedictino. Muchos años más tarde, Alexandre le Grand la redescubrió (o al menos eso dijo él) y creó este suntuoso palacio para destilar la bebida masivamente y exportarla al mundo.
La visita al palacio tiene dos partes bien diferenciadas: en la primera se visitan diferentes dependencias y salones de corte más palaciego, entre las que destacan una sala con una colección de llaves y cerraduras, una habitación dedicada a libros antiguos e incunables, y otras estancias que hacen del lugar un bonito museo.
Este palacio es la sede de la empresa que produce el Bénédictine, un licor francés a base de hierbas. Este licor, cuya receta se perdió, fue creado por un monje benedictino. Muchos años más tarde, Alexandre le Grand la redescubrió (o al menos eso dijo él) y creó este suntuoso palacio para destilar la bebida masivamente y exportarla al mundo.
La visita al palacio tiene dos partes bien diferenciadas: en la primera se visitan diferentes dependencias y salones de corte más palaciego, entre las que destacan una sala con una colección de llaves y cerraduras, una habitación dedicada a libros antiguos e incunables, y otras estancias que hacen del lugar un bonito museo.
Después se accede a una sala donde se expone un corto vídeo, antes de pasar a la zona de elaboración y almacenaje. La visita finaliza en la cantina donde se degustan el licor y un cóctel hecho con el mismo, ambos incluidos en el precio de la entrada.
Como a la salida la climatología no había cambiado, decidimos dar el día por terminado y conducir hasta Dieppe, donde buscamos un hotel para refugiarnos hasta el día siguiente.
El día siguiente aparcamos en la Place Nationale, en pleno centro, para dar un paseo por las calles adyacentes. Vimos la iglesia Saint-Jacques y recorrimos la calle del mismo nombre hasta su intersección con la Grande Rue. Esta vía peatonal es la calle comercial de Dieppe. Volvimos por ella y llegamos hasta el puerto deportivo. Allí estuvimos observando todos los yates atracados, suponemos que a la espera de un clima más benigno.
El día siguiente aparcamos en la Place Nationale, en pleno centro, para dar un paseo por las calles adyacentes. Vimos la iglesia Saint-Jacques y recorrimos la calle del mismo nombre hasta su intersección con la Grande Rue. Esta vía peatonal es la calle comercial de Dieppe. Volvimos por ella y llegamos hasta el puerto deportivo. Allí estuvimos observando todos los yates atracados, suponemos que a la espera de un clima más benigno.
Bordeamos todo el puerto hasta llegar a la zona que se abre frente al mar. Allí está la gran playa de la ciudad, separada de las casas por una enorme explanada de césped y un aparcamiento.
La playa es de piedras pequeñas, así que después de caminar un poco por ella decidimos regresar al paseo marítimo. Desde allí ya veíamos al otro lado de la playa el comienzo de los acantilados que han hecho tan popular a esta zona de Francia: la costa de Alabastro (Côte d'Albâtre en el francés original) que recorreríamos ese día.
Llegamos hasta casi al final del paseo marítimo, para después volver hacia el centro de la ciudad y enseguida hacia el coche. No nos pareció que Dieppe tuviese demasiados atractivos más, así que comenzamos a bordear la costa.
Camino nuevamente de Fécamp, hicimos una pequeña parada en Varengeville-sur-Mer, un pequeño pueblo que ofrece una bonita panorámica desde su iglesia al borde del acantilado.
Camino nuevamente de Fécamp, hicimos una pequeña parada en Varengeville-sur-Mer, un pequeño pueblo que ofrece una bonita panorámica desde su iglesia al borde del acantilado.
El día anterior habíamos pasado por la oficina de información turística de Fécamp y nos habían dado un mapa de la ciudad. En dicho mapa vimos un par de puntos panorámicos a los cuales decidimos ir. Uno de ellos se encuentra junto a la Chapelle Notre-Dame de Salut, ubicada en el acantilado al norte de Fécamp, desde donde hay una bonita vista de los acantilados al norte y de la propia ciudad hacia el sur.
La ciudad está construida justo en el espacio que dejan los acantilados (algo que volveríamos a ver en la siguiente parada); la vista desde allí resultó muy espectacular.
Estuvimos dando un paseo por la zona y encontramos también varias edificaciones defensivas construidas por los nazis, que forman parte del llamado muro atlántico diseñado por el mariscal Rommel para defenderse del desembarco: los alemanes sabían lo que se les venía encima, pero no sabían cuándo ni dónde. A lo largo de toda la costa normanda encontraríamos más edificaciones como estas.
De vuelta al coche bajamos por una vertiginosa cuesta hasta el centro de la ciudad y recorrimos su paseo marítimo. Al igual que en Dieppe, la playa de Fécamp es también de piedras, aunque estas son un poco más grandes (lo cual no sabemos realmente si es mejor o peor).
Llegamos hasta el comienzo del acantilado al sur de la ciudad y vimos que a lo largo del paseo marítimo había muchos restaurantes, algunos de ellos llenos a rebosar. Decidimos parar a comer y lo hicimos en la Brasserie Reidrock, donde nos comimos unos mejillones muy ricos. La palma a los destinos turísticos en la costa de Alabastro se la lleva Étretat. Esta población es mucho más pequeña que Fécamp y la visita mucha más gente: un cóctel perfecto para que esté siempre masificada. Han habilitado una serie de aparcamientos a las afueras del municipio para agilizar la visita, pero aún así la carretera pasa por el centro del pueblo, por lo que el colapso está casi asegurado.
Dejamos el coche en uno de estos aparcamientos y caminamos en dirección a la playa. Al igual que vimos en Fécamp, en Étretat la playa está flanqueada por acantilados a ambos lados, aunque en este caso los dos flancos son fácilmente accesibles a pie. Decidimos comenzar subiendo al del sur. La subida no es demasiado larga ni empinada. Desde lo alto se ve una bonita vista de la playa, del pueblo y del acantilado situado al otro lado. |
Vimos que había un sendero que bordeaba el acantilado, así que decidimos caminar un rato por él. Conforme nos alejábamos del pueblo iba habiendo menos gente, pero aún así estaba bastante concurrido. Hicimos unas cuantas fotos y dimos media vuelta.
Bajamos hasta la playa, la recorrimos entera y subimos al acantilado del sur del pueblo, en cuya cima se halla la Chapelle Notre-Dame de la Garde, una pequeña capilla. La subida por ese lado es mucho más corta pero más empinada. Desde arriba nuevamente se disfruta de la panorámica sobre la playa y sobre el acantilado que habíamos subido en primer lugar.
La verdad es que contemplando las vistas se entiende que Étretat sea un destino tan turístico.
Baja Normandía
Volvimos tranquilamente hasta el coche y decidimos ir a dormir a Honfleur, localidad donde termina la costa de Alabastro. También es un destino muy turístico, en su caso no por los acantilados, sino porque es una población muy bonita.
Dejamos nuestras pertenencias en el hotel (no muy céntrico, para poder aparcar el coche) y fuimos caminando hasta el Vieux Bassin, un pequeño puerto deportivo rodeado de restaurantes, corazón de la ciudad.
Baja Normandía
Volvimos tranquilamente hasta el coche y decidimos ir a dormir a Honfleur, localidad donde termina la costa de Alabastro. También es un destino muy turístico, en su caso no por los acantilados, sino porque es una población muy bonita.
Dejamos nuestras pertenencias en el hotel (no muy céntrico, para poder aparcar el coche) y fuimos caminando hasta el Vieux Bassin, un pequeño puerto deportivo rodeado de restaurantes, corazón de la ciudad.
Lo bordeamos contemplando los edificios que lo rodean y pasamos por el lado que está repleto de restaurantes, que a esa hora de la tarde estaba ya muy animado (recordemos que nuestros vecinos del norte cenan mucho antes que nosotros).
Una vez hubimos dado toda la vuelta comenzamos a pasear por las calles adyacentes. El lugar tiene mucho encanto, con todas las calles repletas de típicos edificios normandos con entramado de madera. Se entiende fácilmente por qué es un destino tan turístico. Como curiosidad diremos que la expresión “casas con entramado de madera” en francés se dice “maisons à pains de bois” (lo aprendimos allí: nuestro rudimentario conocimiento del idioma de Molière no da para tanto).
Una vez hubimos dado toda la vuelta comenzamos a pasear por las calles adyacentes. El lugar tiene mucho encanto, con todas las calles repletas de típicos edificios normandos con entramado de madera. Se entiende fácilmente por qué es un destino tan turístico. Como curiosidad diremos que la expresión “casas con entramado de madera” en francés se dice “maisons à pains de bois” (lo aprendimos allí: nuestro rudimentario conocimiento del idioma de Molière no da para tanto).
Aprovechamos el paseo para buscar un restaurante en el que cenar: mientras admirábamos las casas y hacíamos fotos, íbamos leyendo cartas para ver si encontrábamos algo que nos sedujese. Finalmente optamos por una crepería, donde comimos unas galettes que nada tuvieron que ver con las de la primera noche en Ruan. Las acompañamos de una sidra de barril servida en una jarra con unos cuencos que estaba deliciosa. El crepe dulce que tomamos de postre sí que estuvo rico.
A la salida pasamos nuevamente por el Vieux Bassin y pudimos contemplarlo iluminado. La zona de los restaurantes ya no estaba tan animada; de hecho, muchos de ellos estaban cerrando.
La mañana siguiente, antes de continuar nuestra ruta, subimos con el coche hasta Mont-Joli, desde donde pudimos contemplar una vista de todo Honfleur. Desde allí también pudimos ver el bonito puente de Normandía, de estilo atirantado, que atraviesa el río Sena justo antes de su desembocadura. Une las ciudades de El Havre y Honfleur.
Nuestro siguiente destino fue Trouville-sur-Mer. Esta localidad, junto con su vecina Deauville, es un histórico destino veraniego de la gente pudiente parisina. Y eso es algo que se nota, tanto en las mansiones y edificios que la pueblan, como en los precios de los establecimientos.
Aparcamos el coche junto a la villa Montebello, antiguo balneario reconvertido en museo. Bajamos hacia el centro por la rue d’Orléans y fuimos a dar justamente a la lonja de pescado. A esas horas todavía no había mucha actividad, aunque los pescaderos ya habían colocado todos sus productos.
Aparcamos el coche junto a la villa Montebello, antiguo balneario reconvertido en museo. Bajamos hacia el centro por la rue d’Orléans y fuimos a dar justamente a la lonja de pescado. A esas horas todavía no había mucha actividad, aunque los pescaderos ya habían colocado todos sus productos.
Caminamos hasta la oficina de turismo donde nos dieron un plano de la ciudad. Llegamos hasta el puente que une Trouville-sur-Mer con Deauville y nos devolvimos por la acera contraria para atravesar el mercado ambulante que estaban montando. Está claro que los habitantes de Trouville no son muy madrugadores. Nosotros aprovechamos el paso por el mercado para probar algunos productos locales, como quesos, embutidos, sidras y cualquier cosa que ofrecieran degustar.
Al final le compramos una botella de zumo de manzana a un productor local (en todas las destilerías de Normandía donde hacen sidra elaboran también zumo de manzana natural; es una auténtica delicia: nada que ver con los zumos de tetra-brik que venden en los supermercados).
Llegamos hasta el bonito ayuntamiento y continuamos por la vereda del río en dirección al casino, un bonito y representativo edificio de principios del siglo XX.
Llegamos hasta el bonito ayuntamiento y continuamos por la vereda del río en dirección al casino, un bonito y representativo edificio de principios del siglo XX.
Bordeamos el casino por detrás y llegamos a la playa. Allí recorrimos la Promenade des Planches, un sendero de maderos que han puesto sobre la arena. Es un paseo muy espectacular: el mar queda a la izquierda y a la derecha se van contemplando las impresionantes mansiones situadas en auténtica primera línea de playa. De hecho, todas cuentan con una puerta y unas escaleras para acceder directamente a la playa.
La mayoría de estas villas fueron construidas a finales del siglo XIX, aunque lo hicieron en diferentes estilos. Uno de los edificios más representativos es el hotel Roches Noires, considerado durante mucho tiempo el mejor hotel de la costa normanda (y eso es mucho decir). En él se han alojado ilustres franceses como Marcel Proust o Marguerite Duras.
Tras nuestro paseo por Trouville decidimos volver al coche y cruzar el río para dar una vuelta por Deauville, pero justo en ese momento se puso a llover con cierta intensidad. Las previsiones para ese día no eran demasiado optimistas, así que habíamos ideado un plan B: era el momento de ponerlo en marcha.