Sri Lanka
Febrero de 2018
Preparativos
La visita a Sri Lanka suele combinarse con las islas Maldivas, motivo por el cual está poniéndose muy de moda entre los recién casados. Como no era nuestro caso, resolvimos concentrarnos en Sri Lanka y dejar para otra ocasión las paradisíacas islas.
Decidimos ir dos semanas, aunque descontando los traslados y cambios de hora solo dispondríamos de doce días reales completos. Consecuentemente adecuamos nuestro recorrido a esa cantidad de tiempo. Una vez comprados los billetes de avión y cerradas las fechas nos pusimos con los preparativos. Aunque la isla no es muy grande las distancias no se recorren a una gran velocidad, por lo que procuramos no planificar las jornadas con demasiadas actividades. Además, si bien el mes de febrero es un buen momento del año para visitar Sri Lanka porque no es época de monzones y el calor es razonable, anochece bastante pronto.
Teniendo en cuenta estos aspectos, confeccionamos una ruta circular de la que excluimos la parte situada más al norte. Después reservamos todos los alojamientos; negociamos con una empresa de taxis local el traslado a nuestro alojamiento el día de llegada al país y contratamos un coche con conductor para los primeros cuatro días. El resto de desplazamientos los iríamos decidiendo sobre la marcha. Por último, reservamos un safari para el segundo día. Con eso quedaba todo listo hasta nuestra salida.
La visita a Sri Lanka suele combinarse con las islas Maldivas, motivo por el cual está poniéndose muy de moda entre los recién casados. Como no era nuestro caso, resolvimos concentrarnos en Sri Lanka y dejar para otra ocasión las paradisíacas islas.
Decidimos ir dos semanas, aunque descontando los traslados y cambios de hora solo dispondríamos de doce días reales completos. Consecuentemente adecuamos nuestro recorrido a esa cantidad de tiempo. Una vez comprados los billetes de avión y cerradas las fechas nos pusimos con los preparativos. Aunque la isla no es muy grande las distancias no se recorren a una gran velocidad, por lo que procuramos no planificar las jornadas con demasiadas actividades. Además, si bien el mes de febrero es un buen momento del año para visitar Sri Lanka porque no es época de monzones y el calor es razonable, anochece bastante pronto.
Teniendo en cuenta estos aspectos, confeccionamos una ruta circular de la que excluimos la parte situada más al norte. Después reservamos todos los alojamientos; negociamos con una empresa de taxis local el traslado a nuestro alojamiento el día de llegada al país y contratamos un coche con conductor para los primeros cuatro días. El resto de desplazamientos los iríamos decidiendo sobre la marcha. Por último, reservamos un safari para el segundo día. Con eso quedaba todo listo hasta nuestra salida.
Parque Nacional Wilpattu
El aeropuerto internacional de Sri Lanka no se encuentra en Colombo sino un poco más al norte, en la localidad de Negombo. A nuestra llegada estaba esperándonos el conductor de la agencia con la que contratamos el traslado, quien nos condujo en dirección al Parque Nacional de Wilpattu, donde haríamos nuestro primer safari del viaje. Este parque tiene dos entradas; la más popular es la entrada principal, donde hay numerosos alojamientos y una gran oferta de jeeps para safaris. Nosotros optamos por la entrada oeste, mucho menos concurrida y por tanto con menor cantidad de alojamientos disponibles, pero también con una densidad de vehículos en la zona más reducida.
El alojamiento que seleccionamos era bastante básico pero hacía sus funciones. Cuando llegamos era ya de noche y nos estaban esperando para cenar. La zona está bastante deshabitada por lo que las comidas hay que hacerlas en el alojamiento.
Esa misma noche habíamos hablado por teléfono con la persona con la que apalabramos el safari del día siguiente para confirmar la hora, así que cuando nos levantamos a las cinco y media de la mañana y nos enteramos de que no había un jeep para nosotros nos llevamos un gran disgusto, además de un cabreo monumental. Afortunadamente, de nuestro alojamiento salía un jeep con dos jóvenes turistas australianos que estuvieron encantados de compartir la excursión con nosotros, por lo que para nuestro alivio el asunto se solucionó satisfactoriamente. Además, el conductor resultó ser un fenómeno y el guía (que ellos llaman naturalista) un gran conocedor de la fauna del lugar, especialmente de los pájaros, así que los nubarrones con los que empezamos el viaje se despejaron rápidamente.
Como el alojamiento se encontraba a menos de diez minutos del parque llegamos a las puertas sobre las seis de la mañana, que es la hora a la que abren. El guía pasó por caja, pagó las entradas de los cuatro turistas y comenzamos nuestro día de safari. Casi doce horas en busca de fauna.
El aeropuerto internacional de Sri Lanka no se encuentra en Colombo sino un poco más al norte, en la localidad de Negombo. A nuestra llegada estaba esperándonos el conductor de la agencia con la que contratamos el traslado, quien nos condujo en dirección al Parque Nacional de Wilpattu, donde haríamos nuestro primer safari del viaje. Este parque tiene dos entradas; la más popular es la entrada principal, donde hay numerosos alojamientos y una gran oferta de jeeps para safaris. Nosotros optamos por la entrada oeste, mucho menos concurrida y por tanto con menor cantidad de alojamientos disponibles, pero también con una densidad de vehículos en la zona más reducida.
El alojamiento que seleccionamos era bastante básico pero hacía sus funciones. Cuando llegamos era ya de noche y nos estaban esperando para cenar. La zona está bastante deshabitada por lo que las comidas hay que hacerlas en el alojamiento.
Esa misma noche habíamos hablado por teléfono con la persona con la que apalabramos el safari del día siguiente para confirmar la hora, así que cuando nos levantamos a las cinco y media de la mañana y nos enteramos de que no había un jeep para nosotros nos llevamos un gran disgusto, además de un cabreo monumental. Afortunadamente, de nuestro alojamiento salía un jeep con dos jóvenes turistas australianos que estuvieron encantados de compartir la excursión con nosotros, por lo que para nuestro alivio el asunto se solucionó satisfactoriamente. Además, el conductor resultó ser un fenómeno y el guía (que ellos llaman naturalista) un gran conocedor de la fauna del lugar, especialmente de los pájaros, así que los nubarrones con los que empezamos el viaje se despejaron rápidamente.
Como el alojamiento se encontraba a menos de diez minutos del parque llegamos a las puertas sobre las seis de la mañana, que es la hora a la que abren. El guía pasó por caja, pagó las entradas de los cuatro turistas y comenzamos nuestro día de safari. Casi doce horas en busca de fauna.
Nada más entrar vimos varias aves: unos marabús en lo alto de la copa de un árbol, un alción de Esmirna (del inglés white-breasted kingfisher) y dos tipos de águilas diferentes, un pigargo oriental (del inglés white-bellied sea eagle) y una águila culebrera chiíla (del inglés crested serpent eagle).
Por la misma zona avistamos también una pareja de cálaos coronados (del inglés malabar pied hornbill) y a punto de cruzar la carretera vimos un varano acuático (del inglés water monitor). De estos vimos bastantes por todo el país, no solamente en los parques nacionales. En un claro encontramos un grupo de ciervos moteados ceilandeses (del inglés Ceylon spotted deer), y sobre un tronco un abejaruco esmeralda (del inglés little green bee-eater).
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Tras eso hicimos dos avistamientos muy curiosos: un pavo real y más tarde un gallo. En todos los parques de Sri Lanka que visitamos encontramos pavos reales, pero el gallo (cuyo nombre es en realidad gallo de Ceilán o gallo de Lafayette) solamente en Wilpattu. Igual estamos totalmente equivocados, pero no parece que sean presas difíciles para un leopardo.
Y hablando de leopardos, un poco más tarde tuvimos la suerte de encontrar uno. El leopardo es el único gran depredador que hay en la isla, por lo que es la estrella de los parques nacionales y de los safaris. El que vimos estaba tranquilamente descansando junto a un árbol, observando con detenimiento los movimientos de una ardilla (no sabemos si pensando en un aperitivo). Estaba un tanto camuflado, pero conseguimos verlo. Como no parecía que fuese a ponerse en marcha, estuvimos un rato contemplando al animal y continuamos nuestro camino.
Al poco vimos una mangosta que nos observó con curiosidad y más tarde un cocodrilo con la boca abierta para controlar que no subiese demasiado su temperatura corporal.
Poco antes de parar a desayunar atisbamos dos reptiles que estaban muy cerca, otro varano y una serpiente. Cada uno continuó por su camino, pero fue una estampa curiosa.
Poco antes de parar a desayunar atisbamos dos reptiles que estaban muy cerca, otro varano y una serpiente. Cada uno continuó por su camino, pero fue una estampa curiosa.
Paramos a desayunar en el único lugar de la zona oeste del parque donde está permitido descender del jeep. Allí el guía nos dio nuestras cajitas con el desayuno y aprovechamos para ir al baño y estirar un poco las piernas.
De vuelta en el 4x4 avistamos nuevamente un alción de Esmirna, un cocodrilo y un varano, para más adelante observar una tortuga india de caparazón blando (del inglés indian flapshell turtle) que estaba tranquilamente al borde del agua tomando el sol.
Continuando nuestro recorrido por el parque nos encontramos con un abejaruco cabecirrufo (del inglés chestnut-headed bee-eater), abejaruco muy similar al que habíamos visto con anterioridad, pero con diferentes características y colores. Más tarde vimos otra águila culebrera chiíla posada en una rama baja, por lo que pudimos contemplarla desde muy cerca. El águila nos observó un momento y alzó el vuelo enseguida, suponemos que para buscar alguna presa que llevarse a la boca. |
Después tuvimos la suerte de divisar una pareja de abejarucos coliazules (del inglés blue-tailed bee-eater), el último tipo que nos faltaba por ver de las tres especies diferentes de abejarucos que habitan en Wilpattu. Por supuesto nosotros nunca los hubiéramos distinguido; fue nuestro naturalista quien los identificó. Y mientras hablábamos de esta circunstancia, el conductor del jeep nos interrumpió para advertirnos de que al otro lado del lago había un leopardo que se estaba encaminando a beber agua.
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Estaba bastante lejos, por lo que tuvimos que utilizar todo el rango que nos daba el objetivo para alcanzar a verlo. Efectivamente vimos cómo el leopardo se acercaba al agua, bebía y se marchaba por donde había venido.
A partir de ese punto iniciamos poco a poco el camino de salida del parque. En ese trayecto vimos unos cuantos búfalos de agua (del inglés water buffalo); un azor moñudo (del inglés crested goshawk), otra águila que no habíamos visto hasta ese momento y que parecía estar bastante concentrada; una nueva manada de ciervos moteados y, ya cerca de la salida, alcanzamos a vislumbrar un elefante muy a lo lejos. El naturalista nos comentó que habíamos tenido muy mala suerte con los elefantes porque habitualmente se dejan ver con mayor facilidad. En cambio, habíamos tenido mucha suerte con los leopardos.
Anuradhapura
El día siguiente a la hora convenida llegó quien iba a ser nuestro conductor los siguientes cuatro días. Nos subimos al coche e iniciamos la marcha. Fuimos hasta Anuradhapura, donde pasaríamos el resto del día. Las ruinas de esta ciudad están un tanto desperdigadas por lo que resultó muy cómodo contratar el coche, ya que el conductor sabía perfectamente dónde ir. Lo primero que hizo fue parar en un museo para que comprásemos las entradas que nos daban derecho a acceder en todos los lugares de interés turístico de la ciudad. De ahí fuimos a la cercana Jetavanarama Dagoba, estupa construida en el siglo III de la que se cree que fue el tercer edificio más alto del mundo en esa época. Contemplamos la mole de ladrillo, que resulta bastante imponente, y la rodeamos.
El día siguiente a la hora convenida llegó quien iba a ser nuestro conductor los siguientes cuatro días. Nos subimos al coche e iniciamos la marcha. Fuimos hasta Anuradhapura, donde pasaríamos el resto del día. Las ruinas de esta ciudad están un tanto desperdigadas por lo que resultó muy cómodo contratar el coche, ya que el conductor sabía perfectamente dónde ir. Lo primero que hizo fue parar en un museo para que comprásemos las entradas que nos daban derecho a acceder en todos los lugares de interés turístico de la ciudad. De ahí fuimos a la cercana Jetavanarama Dagoba, estupa construida en el siglo III de la que se cree que fue el tercer edificio más alto del mundo en esa época. Contemplamos la mole de ladrillo, que resulta bastante imponente, y la rodeamos.
De vuelta en el coche fuimos hasta los Kuttam Pokuna (en inglés twin ponds) o estanques gemelos, que a pesar del nombre no son tal: uno es más grande que el otro. Junto a los estanques vimos un varano y varios monos, animales que encontraríamos repetidamente durante nuestro viaje. La siguiente parada fue para contemplar la estatua Samadhi Buddha, donde encontramos bastante gente alrededor rezando.
Continuando nuestras visitas le tocó el turno a la Abhayagiri Dagoba, otra estupa muy parecida a la anterior aunque mejor conservada (o restaurada). Junto a la estupa había una sala con un Buda tumbado donde los fieles entraban para hacer sus ofrendas.
Cerca de esta estupa encontramos una zona en ruinas donde había una piedra de la luna, una losa de piedra semicircular tallada que es una característica única de la arquitectura cingalesa antigua. La colocaban a la entrada del recinto seguido de unos escalones adornados con unas figuras regordetas.
Con ello terminamos la visita a la zona de ruinas y nuestro conductor nos llevó a Mahavihara, el corazón de la antigua Anuradhapura. Allí aparcó y nos acompañó hasta la entrada de la Ruvanvelisaya Dagoba, una espectacular estupa blanca protegida por un muro adornado con un sinfín de figuras de elefantes. Nuestra estancia en la ciudad coincidió con un día festivo nacional, circunstancia que los devotos aprovecharon para visitar los lugares más sagrados. Esta estupa debía de ser uno de esos lugares, porque en la zona se agolpaba una gran multitud. |
Rodeamos la estupa siguiendo la marea humana y continuamos caminando hasta el vecino Sri Maha Bodhi, árbol sagrado y centro físico y espiritual de Anuradhapura. Allí la muchedumbre era ya casi abrumadora: con algo de calma conseguimos acercarnos hasta el recinto que rodea al famoso árbol.
De vuelta en el coche, le pedimos a nuestro conductor que nos llevara a comer a algún sitio. Fuimos al restaurante de un hotel en lo que parecía la típica encerrona (cara) para turistas; resultó ser una de las mejores comidas de las que disfrutamos en Sri Lanka.
Por la tarde le tocó el turno a Mihintale, una colina situada en las afueras de la ciudad. Nuestro conductor nos dejó en el aparcamiento y desde ahí tuvimos que ascender casi dos mil escalones. A pesar de ello, la expedición no resultó tan dura como pensábamos ya que eran escalones pequeños, aunque el último tramo tuvimos que hacerlo descalzos: todos los recintos medianamente sagrados en Sri Lanka hay que visitarlos descalzos y con ropa decorosa (que suele significar hombros y piernas cubiertas).
Por la tarde le tocó el turno a Mihintale, una colina situada en las afueras de la ciudad. Nuestro conductor nos dejó en el aparcamiento y desde ahí tuvimos que ascender casi dos mil escalones. A pesar de ello, la expedición no resultó tan dura como pensábamos ya que eran escalones pequeños, aunque el último tramo tuvimos que hacerlo descalzos: todos los recintos medianamente sagrados en Sri Lanka hay que visitarlos descalzos y con ropa decorosa (que suele significar hombros y piernas cubiertas).
Tras una primera ascensión rodeados de árboles sin hojas se llega a lo que se conoce como Refectorio de los monjes y Casa de las Reliquias. En realidad, se trata de unas ruinas que, a pesar del nombre, no despertaron mucho nuestro interés más allá de una antigua fuente con forma de león rampante (circunstancia que hizo que aprendiéramos el significado de dicha palabra).
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De ahí sale el segundo tramo de escaleras a mitad del cual procedimos a descalzarnos, dejando nuestros zapatos en un lugar destinado a tal efecto. En esta parte coincidimos con un numeroso grupo de fieles que portaban una bandera descomunalmente larga.
Al final se llega a una especie de plaza desde donde se accede a los tres lugares más interesantes de Mihintale. En primer lugar subimos hasta Aradhana Gala, una roca en la que han excavado unos escalones y que con la ayuda de una barandilla se puede escalar. No es cómodo, ya que recordemos que se va descalzo y que además está lleno de gente que sube y baja por el mismo sitio. Con paciencia conseguimos llegar a lo alto y contemplar así una bonita vista de la zona.
Bajamos como pudimos (resultó mucho más difícil y peligroso, porque a lo anterior hubo que añadirle que habían caído unas gotas de lluvia y el suelo estaba un poco resbaladizo) para después subir hasta la Mahaseya Dagoba, que sobresale en la zona por encima de toda la vegetación y había sido adornada con la bandera que habíamos visto un rato antes.
Tras rodear la estupa, en la parte trasera encontramos la típica sala con el Buda tumbado donde la gente hacía sus ofrendas. Al lado había también un numeroso grupo rezando sentado en el suelo en torno a un monje.
Desde allí arriba se veía una bonita vista de toda la zona.
Desde allí arriba se veía una bonita vista de toda la zona.
Bajamos de la estupa y subimos hasta la estatua blanca de Buda, desde donde obtuvimos una nueva panorámica del lugar. Tras descansar un poco de tanta subida y bajada, fuimos a recuperar nuestros zapatos y regresamos hasta el coche.
Esa noche nos quedamos a dormir en Anuradhapura. Lo hicimos en The Villa, una tranquila y moderna casa de huéspedes con tres habitaciones donde estuvimos muy a gusto y donde nos agasajaron con un magnífico desayuno.
Sigiriya
Al día siguiente temprano emprendimos la marcha hacia Sigiriya haciendo dos paradas en el trayecto. La primera fue para contemplar el Buda de Aukana, una colosal estatura de doce metros de altura esculpida directamente en la roca. Sobre ella han colocado un techo para protegerla de las inclemencias meteorológicas. Tras esta corta parada continuamos hasta las famosas cuevas de Dambulla. Se trata de cinco cuevas excavadas en la roca en mitad de una montaña, todas ellas pintadas y llenas de estatuas de Buda.
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Para acceder al recinto hay que subir unas escaleras hasta llegar a un rellano donde se deposita el calzado. A las cuevas se accede atravesando la puerta donde se encuentran las taquillas. Una vez dentro, las cuevas están situadas una al lado de otra, por lo que se pueden visitar en el orden que se quiera. Nosotros seguimos el orden habitual. La primera está bastante oscura y es la más pequeña de todas, aunque a pesar de ello contiene un enorme Buda tumbado.
La segunda es la más grande y espectacular de todas. Es la que más estatuas alberga y tanto las paredes como el techo están completamente pintados. Cuenta incluso con una pequeña estupa.
La segunda es la más grande y espectacular de todas. Es la que más estatuas alberga y tanto las paredes como el techo están completamente pintados. Cuenta incluso con una pequeña estupa.
Las tres cuevas restantes son también muy similares: figuras de Buda por todas partes, en dos de las cuales un Buda gigante reposa tumbado, y cuyas paredes y techo están profusamente decorados.
Así como el Buda de Aukana nos pareció una parada menor, las cuevas de Dambulla nos gustaron mucho.
De vuelta al coche continuamos hasta Sigiriya. Paramos primero a comer para recobrar fuerzas y dejar que pasase el momento de más calor del día. Tras la parada fuimos hasta la famosa roca. Este lugar es el emblema de Sri Lanka y probablemente el sitio más visitado por los turistas, circunstancia que el Gobierno local aprovecha para cobrar la entrada más cara que el Louvre de París.
Una vez se pasa por taquilla se recorren una serie de jardines amplios y bonitos donde hay restos de construcciones antiguas. Desde allí se obtiene una bonita vista de la roca.
Una vez se pasa por taquilla se recorren una serie de jardines amplios y bonitos donde hay restos de construcciones antiguas. Desde allí se obtiene una bonita vista de la roca.
El camino continúa hasta casi la base, desde donde parten una serie de escaleras que culminan con una vertiginosa escalera de caracol que lleva a unos frescos pintados sobre la roca. De ahí se baja por otra escalera de caracol igual de vertiginosa hasta unas escaleras también exigentes que van pegadas a la roca, pero más razonables. Ese tramo conduce a una plataforma donde se pueden contemplar unas enormes garras de león, que albergaban la puerta de entrada a la ascensión final. En esa zona suele haber avisperos y se recomienda ir en silencio para evitar molestar a las avispas y reducir así el peligro de picaduras. Nosotros no vimos ninguna, así que suponemos que será en otra época del año o a otra hora. |
Se atraviesan las garras del león y se acomete el último tramo para llegar a la cima. Allí se puede pasear tranquilamente por los restos de un enorme palacio que había en la cumbre. La vista desde lo alto es increíble ya que todo lo que abarca la vista está cubierto de selva.
Se puede contemplar también la roca de Pidurangala, a la que subiríamos al día siguiente.
Una vez disfrutamos de la vista de lo alto de la roca de Sigiriya iniciamos el camino de regreso al aparcamiento, desde donde nuestro conductor nos condujo hasta el alojamiento. Para esa noche y la siguiente habíamos elegido el Sigiriya Flower Guest, una casa de huéspedes con dos habitaciones muy cómoda y agradable, regentada por un matrimonio tremendamente amable que hablaba un inglés un tanto básico.
A la mañana siguiente madrugamos bastante porque queríamos hacer bastantes cosas. Lo primero era llegar a la roca de Pidurangala, que estaba muy cerca de donde pernoctamos. Llegamos con el coche hasta la base, desde donde emprendimos la subida a la roca. Han excavado unos escalones que hacen que la subida sea razonable. Tan solo al final hay que trepar un poco por unas rocas para alcanzar una roca plana que hace de plataforma, desde donde se obtiene una magnífica vista de la roca de Sigiriya.
A la mañana siguiente madrugamos bastante porque queríamos hacer bastantes cosas. Lo primero era llegar a la roca de Pidurangala, que estaba muy cerca de donde pernoctamos. Llegamos con el coche hasta la base, desde donde emprendimos la subida a la roca. Han excavado unos escalones que hacen que la subida sea razonable. Tan solo al final hay que trepar un poco por unas rocas para alcanzar una roca plana que hace de plataforma, desde donde se obtiene una magnífica vista de la roca de Sigiriya.
Al igual que ocurría desde la cima de la tarde anterior, desde lo alto de Pidurangala también se ve toda la selva que rodea el lugar.
Polonnaruwa
Cuando nos dimos por satisfechos descendimos la roca y volvimos al coche para poner rumbo a nuestro siguiente destino: las ruinas de Polonnaruwa.
Al igual que sucediera el primer día en Anuradhapura, nuestro conductor fue parando en los principales lugares de interés turístico de la ciudad. Lo primero fue parar en el museo Arqueológico para comprar las entradas que permiten el acceso a todos los centros arqueológicos, que ya de paso aprovechamos para visitar. Salvo alguna estatua interesante, casi todo el museo estaba compuesto por fotografías de los yacimientos que visitaríamos a continuación.
Comenzamos la visita a las ruinas por complejo del Palacio Real. Allí contemplamos los restos de tres edificaciones. Empezamos por las del propio Palacio Real, en mal estado de conservación. Seguimos por el Salón de Audiencias, sin duda el más interesante de los tres: cuenta con unas bonitas escaleras que parten de una piedra de la luna; están coronadas por dos leones. Un friso con esculturas de animales a tres alturas entre las que destacan las de elefantes rodea todo el edificio.
Bajando unas escaleras se accede al tercer edificio, una piscina en desuso con dos surtidores en forma de boca de cocodrilo.
Cuando nos dimos por satisfechos descendimos la roca y volvimos al coche para poner rumbo a nuestro siguiente destino: las ruinas de Polonnaruwa.
Al igual que sucediera el primer día en Anuradhapura, nuestro conductor fue parando en los principales lugares de interés turístico de la ciudad. Lo primero fue parar en el museo Arqueológico para comprar las entradas que permiten el acceso a todos los centros arqueológicos, que ya de paso aprovechamos para visitar. Salvo alguna estatua interesante, casi todo el museo estaba compuesto por fotografías de los yacimientos que visitaríamos a continuación.
Comenzamos la visita a las ruinas por complejo del Palacio Real. Allí contemplamos los restos de tres edificaciones. Empezamos por las del propio Palacio Real, en mal estado de conservación. Seguimos por el Salón de Audiencias, sin duda el más interesante de los tres: cuenta con unas bonitas escaleras que parten de una piedra de la luna; están coronadas por dos leones. Un friso con esculturas de animales a tres alturas entre las que destacan las de elefantes rodea todo el edificio.
Bajando unas escaleras se accede al tercer edificio, una piscina en desuso con dos surtidores en forma de boca de cocodrilo.
La siguiente zona que visitamos es conocida como el Cuadrángulo; sin duda es la más interesante de todas. Primero entramos en el Thuparama Gedige, un pequeño templo con techo en el que las piedras de las paredes parecen un auténtico tetris.
Después pasamos por el Latha-Mandapaya, estructura que posee una curiosa valla de piedra emulando a las vallas de madera; el Atadage, con una serie de columnas y una estatua de un Buda de pie; y el Hatadage, un poco mejor conservado y que cuenta con tres esculturas en su interior.
Dejamos para el final el más bonito de todos, el Vatadage. A este edificio de forma circular se accede a través de unas escaleras que dan a una terraza circular. De la terraza parten cuatro entradas a la zona central del edificio; cada una de ellas cuenta con una bonita escalera con una piedra de la luna y figuras regordetas en los escalones. Todas están coronadas por un Buda sedente.
Por supuesto, para entrar en todas las construcciones tuvimos que descalzarnos, así que para no estar poniéndonos y quitándonos las zapatillas hicimos toda la visita descalzos. De vuelta al coche fuimos hasta las ruinas del grupo norte. Allí comenzamos visitando el Lankatilaka, un enorme templo en cuyo centro hay una gran estatua de un Buda decapitado. Las paredes del templo están profusamente decoradas tanto por dentro como por fuera. Es una pena que no estén en un mejor estado de conservación, pues el lugar debía ser muy bonito. |
En esa misma zona se ubica el Gal Vihara, un grupo de cuatro estatuas de Buda talladas en piedra y que son muy espectaculares por la calidad de sus detalles. Destaca el Buda reclinado, de catorce metros, y el Buda de pie a su lado. En las otras dos figuras está representado sentado.
Todo el complejo está cubierto por un tejado metálico para preservar las esculturas.
Todo el complejo está cubierto por un tejado metálico para preservar las esculturas.
La última visita de Polonnaruwa fue a la Casa de la Imagen Tivanka, un edificio no muy bien conservado en el que destacan algunos frescos en su interior muy desgastados y unas pequeñas figuras restauradas en la pared exterior.
Con esto dimos por finalizada la visita a las ruinas de Polonnaruwa. Afortunadamente de ahí fuimos directamente a comer, pues nuestro estómago pedía enérgicamente su ración diaria, tras lo cual nos desplazamos hasta el parque nacional de Kaudulla.
Entre Sigiriya y Polonnaruwa hay dos parques nacionales (separados por una carretera) famosos por albergar una gran cantidad de elefantes. Estos animales se trasladan de un parque a otro dependiendo de la época del año, para lo cual cruzan la carretera por donde les viene en gana. Precisamente por esta razón los conductores tienen que extremar las precauciones en esta zona. En el mes de febrero, que es cuando lo visitamos nosotros, suele haber más en Kaudulla. En el parque nacional de Minneriya suele ser más fácil verlos en verano.
En nuestro caso, fuimos hasta la entrada al parque de Kaudulla y allí contratamos un jeep para que nos diera una vuelta en busca de los paquidermos.
Entre Sigiriya y Polonnaruwa hay dos parques nacionales (separados por una carretera) famosos por albergar una gran cantidad de elefantes. Estos animales se trasladan de un parque a otro dependiendo de la época del año, para lo cual cruzan la carretera por donde les viene en gana. Precisamente por esta razón los conductores tienen que extremar las precauciones en esta zona. En el mes de febrero, que es cuando lo visitamos nosotros, suele haber más en Kaudulla. En el parque nacional de Minneriya suele ser más fácil verlos en verano.
En nuestro caso, fuimos hasta la entrada al parque de Kaudulla y allí contratamos un jeep para que nos diera una vuelta en busca de los paquidermos.
Este parque alberga también otro tipo de animales, aunque nosotros solamente vimos un pigargo oriental sobre un nido (en el que parecía haber crías) y los referidos elefantes. Eso sí, vimos una buena manada. Estaban junto a un lago comiendo tranquilamente. Todos los jeeps que estaban a esas horas en el parque habían ido a contemplar a tan espléndidos animales. Había un macho un tanto separado de la manada, suponemos que a punto de alcanzar la edad en la que la matriarca lo iba a expulsar de la misma. Había también un par de crías, que siempre son espectáculo para la vista. |
En un momento en que una parte de la manada estaba junto a la carretera hubo un pequeño instante de tensión: dada la falta de conocimientos etológicos por parte de los conductores, estos procuran acercarse con el jeep a los animales todo lo posible; pero como lo hacen sin orden ni concierto, el tumulto provocó que la matriarca diera un buen barrito y dejara claro quién mandaba allí. Los elefantes pararon un momento de comer y cuando se calmó el asunto volvieron a lo suyo.
Cuando se cumplió el tiempo de safari que habíamos convenido el conductor dio media vuelta y volvimos a la entrada, donde nuestro conductor nos llevó de vuelta a Sigiriya. Fue un día muy largo pero muy bien aprovechado.