los viajes de juanma y carol
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Islandia​
Agosto 2016

Preparativos
 
Cuando se tiene pensado visitar Islandia, lo primero que se debe asumir es que el viaje va a ser bastante caro. Por este motivo los preparativos cobran mayor importancia que en otros destinos. Conseguir buenos precios en los billetes de avión, el alquiler del coche y, sobre todo, en los alojamientos, resulta crucial para no regresar del viaje con la tarjeta de crédito tiritando.
Confeccionar el itinerario nos resultó sin embargo algo más sencillo. La carretera 1, también llamada de circunvalación, rodea toda la isla, así que ese sería nuestro recorrido: dar la vuelta a la isla parando en los principales puntos de interés y tomando algún que otro desvío. Finalmente hicimos poco más de 2500 kilómetros con el coche de alquiler.

El principal problema llegó a la hora de buscar los alojamientos. Aunque Islandia está viviendo un momento dorado en cuanto al turismo (ya es la mayor fuente de ingresos del país), la oferta hotelera está creciendo mucho más lentamente que el número de turistas, siendo escasa y muy cara. Afortunadamente, muchos de sus habitantes han sabido ver el negocio y la oferta de alquiler de particulares está aumentando a buen ritmo. Así fue como airbnb vino a salvarnos. Siete de las diez noches que pernoctamos en Islandia lo hicimos en casas particulares reservadas a través de esta plataforma. Además, en su mayoría fueron apartamentos, lo que nos permitió llevarnos algunas viandas de casa y poder cocinar.
Al alquiler del coche también tuvimos que dedicarle tiempo. En Islandia hay carreteras asfaltadas o de grava aptas para todo tipo de vehículos. Luego están las carreteras F, por las que solamente pueden transitar vehículos 4x4, ya que en muchas de ellas hay incluso que vadear ríos. Por ello, la diferencia entre alquilar un simple utilitario y un 4x4 es bastante importante. Después de meditarlo mucho, decidimos optar por un vehículo compacto; las dos visitas que queríamos hacer para las que era imprescindible un 4x4 las contrataríamos con agencias locales.
Por último, antes de salir compramos las entradas para la Blue Lagoon. Según la guía de la Lonely Planet, “la Laguna Azul es a Islandia lo que la torre Eiffel a París”. Por ese motivo, comprar las entradas con mucha antelación se convierte en algo obligatorio, si es que se quiere visitar. Pero claro, ¿quién no visita la torre Eiffel cuando va a París?
El sur

El norte

El oeste
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Sur de Islandia
 
Aterrizamos en el aeropuerto de Keflavík a las dos y media de la madrugada. El aeropuerto internacional de Islandia se encuentra en las afueras de esta población, situada a unos 50 kilómetros de Reikiavik. Recogimos el coche de alquiler y condujimos no más de diez minutos hasta el alojamiento. Como nuestro vuelo llegaba tan tarde pensamos que lo mejor era llegar a la cama lo antes posible, así que habíamos reservado un apartamento en la misma población de Keflavík. Tuvimos la fortuna de que la casa tenía un supermercado al lado, por lo que a la mañana siguiente pudimos comprar unas cuantas cosas para desayunar.
Comenzamos nuestras visitas en Islandia conduciendo hasta el parque nacional de Þingvellir. Este parque es el yacimiento histórico más importante del país, pues allí se estableció el primer parlamento. A nosotros nos gustó más el componente de naturaleza del sitio: es el lugar en el que confluyen las placas tectónicas norteamericana y euroasiática. Varios grupos de fallas así lo demuestran. De hecho, se puede caminar por el interior de una de ellas (concretamente, la de Almannagjá). Además, hay muchos otros senderos claramente marcados por todo el parque.
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Una vez hubimos aparcado el coche en el aparcamiento (de pago) dimos un agradable paseo por la zona. Llegamos hasta la catarata Öxarárfoss, primera de las muchas caídas de agua que veríamos a lo largo de nuestro viaje, y continuamos hasta Þingvallabær, una pequeña granja ubicada en la vereda de un río (que en la actualidad alberga la residencia oficial de verano del primer ministro), junto a la que se levantan una iglesia y un cementerio.
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Después del paseo volvimos al coche y continuamos hasta el emplazamiento de Geysir. Allí encontramos una pequeña zona geotermal en la que se ubica el géiser Geysir, que como se puede imaginar, dio nombre a este tipo de accidente geográfico. Sin embargo, la mayor atracción del lugar es el géiser Strokkur, que lanza un gran chorro de agua cada pocos minutos, por lo que mientras dura la visita se puede disfrutar de este fenómeno de la naturaleza muchas veces. La zona alberga también pequeñas piscinas de colores y secciones de agua burbujeante.
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Tras recorrer toda la zona subimos hasta la colina que hay detrás para observar una panorámica del conjunto y disfrutar de las erupciones del Strokkur desde lo lejos.
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Volvimos al coche y seguimos hasta nuestra siguiente parada, la catarata Gullfoss. Estas tres atracciones conforman el llamado Círculo Dorado, tan popular en Islandia. Es probablemente la ruta más turística de todo el país, ya que se realiza como una excursión de un día desde Reikiavik.
Gullfoss es seguramente la catarata más famosa de Islandia (por ser la más visitada). Es un espectacular salto de agua doble con un enorme caudal. 
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Junto al aparcamiento hay un camino que conduce a una bifurcación. Tomamos primero la de la izquierda, que nos llevó hasta un mirador de la catarata, para luego volver y tomar el otro camino; tras bajar unas escañeras llegamos hasta el borde, donde el ruido del agua era bastante impresionante.
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Antes de dar el día por concluido, de camino a nuestro alojamiento hicimos una parada en el cráter Kerið. Si nuestra memoria no nos falla, fue el único lugar en el que nos cobraron entrada, ya que el cráter está ubicado en unas tierras de dominio privado. Parece que los dueños han decidido rentabilizar la afluencia de turistas.
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Bordeamos el pequeño cráter y después bajamos por el sendero que conduce hasta el minúsculo lago que se ha formado en su interior. Al final del sendero alguien ha colocado un banco, que es un buen sitio para descansar después de un completo día de visitas.
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Llegamos a nuestro alojamiento en Hveragerði por la tarde, donde nos dio tiempo a dar un paseo por esta pequeña población. En un restaurante-panadería compramos un pan de ruibarbo horneado geotérmicamente.
Al día siguiente teníamos contratada una de las dos excursiones que habíamos reservado con una agencia local para evitar tener que alquilar un 4x4. A las ocho y media de la mañana nos recogieron en la vecina Selfoss y nos subimos en un autobús 4x4 con ruedas grandes aptas para recorrer carreteras F. Después de unas tres horas de recorrido dando botes llegamos a Landmannalaugar. Este sitio es un paraje singular como pocos en el mundo lleno de montañas de diferentes colores a causa de la riolita, una lava que contiene unos minerales que se enfrían muy lentamente, dando lugar a dichos colores.
El autobús nos dejó en el camping. En la caseta de información compramos un pequeño mapa en el que venían dibujadas las principales rutas de senderismo que se pueden hacer por la zona. Nuestro autobús salía de vuelta en unas seis horas, así que ese era el tiempo del que disponíamos para recorrer el lugar. Escogimos la ruta Suðurnámur, de 8,5 kilómetros, a la que le asignaban una duración aproximada de cuatro horas.
Nada más comenzar a caminar comenzamos a ascender una colina empinada. Desde arriba ya empezamos a quedarnos deslumbrados con el paisaje. 
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Vimos que el camping estaba situado justo al borde de un campo de lava y a lo lejos pudimos contemplar algunos de los glaciares que rodean la zona. Desde allí también observamos algún que otro vehículo vadeando el último río que hay antes de acceder a la zona de acampada, así como la pequeña multitud de gente que se estaba bañando en los manantiales termales que hay junto al camping.
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Continuamos caminando y subiendo una montaña tras otra. En un momento dado se puso a llover, pero dado que no hay ningún tipo de vegetación no había manera de ponerse a cubierto, así que decidimos seguir caminando. Afortunadamente la lluvia no fue demasiado intensa y tampoco se prolongó mucho, por lo que cuando hubo parado volvimos a sacar las cámaras y seguimos disfrutando del paisaje. Durante las dos o tres primeras horas de la ruta nos cruzamos apenas con dos o tres personas (seguramente estaban haciendo la ruta en sentido inverso). 
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Durante todo el tiempo lo que más nos llamó la atención, además del paisaje, fue el silencio tan absoluto que había. Cuando nos parábamos solamente se oía nuestra respiración; si la aguantábamos no se escuchaba absolutamente nada.
A partir de un determinado punto pareció que ya no íbamos a tener que subir más, lo cual agradecimos porque habíamos enlazado unos cuantos ascensos bastante importantes.
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El camino, perfectamente señalizado en todo momento, nos condujo hasta una enorme llanura situada al otro lado del campo de lava que tendríamos que atravesar para volver al punto de partida. Esa llanura es el final de la ruta más fácil y popular de Landmannalaugar. Allí ya encontramos mucha más gente. 
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Tuvimos que atravesar un par de ríos antes de llegar al campo de lava, que fue también muy espectacular. Todo cubierto de un musgo muy mullido que invitaba a sentarse en él. ​
De vuelta al camping, como teníamos tiempo hasta la salida del autobús, decidimos darnos un baño en los manantiales termales, que seguían llenos de gente. Nos pusimos el bañador y, aunque hacía frío, nos metimos en las zonas de agua caliente que mana del interior de la tierra y donde se estaba muy a gusto. No podía haber nada mejor y más relajante para después de la caminata que habíamos hecho.
El camino de vuelta a Selfoss fue igual de entretenido que el de la ida, al menos hasta que llegamos al asfalto. Ahí ya pudimos dar una cabezada.
En Selfoss recogimos el coche y volvimos hasta nuestro pequeño apartamento en Hveragerði. Fue una excursión increíble por un lugar único.
El siguiente día lo tuvimos plagado de visitas. Comenzamos por las cataratas Seljalandsfoss, las cuales se veían a lo lejos desde la carretera muchos kilómetros antes de llegar. De las numerosas cataratas que hay en Islandia, esta es única, ya que se puede pasar por detrás de la caída del agua. Un corto sendero llega hasta la cascada desde el aparcamiento. Resulta una sensación curiosa pasar por detrás de una catarata.
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Caminando por el sendero que discurre paralelo a la montaña llegamos a la vecina Gljúfrafoss, otra catarata que está un tanto escondida. Se puede ver escalando un promontorio en el que han colocado unas cadenas para ayudarse a subir, o entrando por un pequeño cañón que llega hasta la base. Nosotros la vimos desde ambos puntos. Primero subimos como pudimos el peñasco debido a la cantidad de barro que tenía (nos costó un poco: debe resultar inaccesible después de la lluvia). Después nos adentramos por el pequeño cañón para llegar hasta la base. Puesto que ambos caminos presentan ciertas dificultades, casi nadie se acerca a verla a pesar de estar al lado de Seljalandsfoss. 
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La siguiente parada fue nuevamente en otra catarata. En esa ocasión le tocó el turno a Skógafoss, también visible desde la carretera. Esta cascada también nos resultó muy espectacular. Se puede caminar hasta la base por el amplio lecho del río y contemplar de cerca el golpeo del agua. También se puede subir por un camino empinado que hay a la derecha de la cascada hasta donde empieza la caída del agua. Desde lo alto la vista no nos pareció tan espectacular; nos gustó más desde un entrante que hay a mitad de la subida. 
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Con Skógafoss terminaban las visitas a cataratas por ese día.
Continuamos un rato por la carretera de circunvalación en busca de nuestra siguiente parada: los restos de un avión estadounidense que en la década de los 70 tuvo que hacer un aterrizaje de emergencia en la playa de Sólheimasandur. Para llegar hasta donde se halla lo que queda del aparato hay un camino de arena que sale de la carretera 1. Antiguamente era transitable en coche, pero en la actualidad los dueños de las tierras han cerrado el paso a los vehículos (hay una cadena en la verja), al parecer por culpa del vandalismo. Por ese motivo, se han improvisado un par de zonas donde dejar el coche y hay que llegar hasta el avión caminando. No estábamos muy seguros de si sabríamos encontrar el acceso, pero en cuanto vimos dos aparcamientos llenos de coches en medio de la nada, uno a cada lado de la carretera, supusimos que ese era el lugar. Aparcamos allí, saltamos la cadena y caminamos por una interminable llanura negra en dirección al mar. Tardamos unos cuarenta y cinco minutos en llegar al sitio y un poco menos en ver los restos, ya que aunque el lugar es absolutamente plano, lo que queda del avión se encuentra en una pequeña hondonada que no lo hace visible hasta que no se está casi al lado.
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La visita no tiene un gran interés, más allá de lo curioso del asunto y del lugar. Pero era algo que nos apetecía hacer. Al parecer todos los tripulantes sobrevivieron.
Tras la caminata de ida y vuelta nos entró hambre, así que paramos en un merendero que encontramos unos kilómetros más adelante en la carretera. A lo largo de toda la carretera que circunvala la isla hay repartidas pequeñas zonas de descanso donde se puede parar. Muchas de ellas están acondicionadas con mesas y bancos de madera anclados al suelo que resultan un lugar magnífico para comer y descansar.
El promontorio de Dyrhólaey fue nuestra siguiente visita. Paramos en primer lugar en una zona desde donde se veía la inmensa playa negra de Reynisfjara y al fondo sus famosas columnas basálticas, que visitaríamos más tarde. Era una amplia y bonita panorámica.
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Desde ahí fuimos en coche hasta el faro. Se puede ir caminando pero había una subida bastante pronunciada, así que decidimos optar por la vía cómoda. Toda esa zona era carretera de arena pero perfectamente transitable por todo tipo de vehículos. Las vistas desde la zona del faro también eran muy amplias. 
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Continuamos hasta la playa de Reynisfjara, donde pudimos observar la curiosa y famosa formación de roca basáltica. Aparentemente toda esta zona es un buen lugar para el avistamiento de frailecillos, pero nosotros no tuvimos suerte: llegamos a finales de agosto y al parecer ya se habían marchado de Islandia. 
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Estuvimos caminando un poco por la playa, pero nos dimos media vuelta porque era toda de piedra y por ende bastante incómoda para pasear. Desde esta playa se veía muy bien en la lejanía el promontorio de Dyrhólaey.
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Las visitas que teníamos programadas para la jornada se habían terminado, así que nos marchamos hacia el alojamiento que teníamos reservado para esa noche. Para ello tuvimos que conducir un buen rato por la carretera de circunvalación, atravesando el impresionante campo de lava llamado Skaftáreldahraun. Durante un buen rato lo único que vimos fue ese inmenso campo de lava cubierto por completo por un musgo verde. Nos pareció un paisaje impresionante. Paramos en una de las áreas de descanso a contemplarlo y a hacer unas fotos. 
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Una vez nos hubimos registrado en el alojamiento (ese día tocaba hotel), aprovechamos que todavía quedaba luz para acercarnos al cañón Fjaðrárgljúfur. Tuvimos que conducir un trecho por una carretera de arena, pero no tuvimos mucho problema en llegar. El paisaje fue una vez más muy sorprendente. Había un camino que seguía el borde del cañón por el que estuvimos caminando un buen rato y disfrutando de las vistas de este curioso lugar.
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Al día siguiente comenzamos yendo al parque nacional de Skaftafell. Allí dejamos el coche en el aparcamiento y en la oficina de información preguntamos por las rutas. Queríamos visitar la cascada Svartifoss, que es lo que suele hacer casi toda la gente, pero queríamos llegar también hasta el mirador del glaciar Skaftafellsjökull. La persona que nos atendió nos explicó cómo llegar a ambos sitios (aunque en realidad los senderos están muy bien señalizados). Esta circunstancia se repitió durante todo el viaje. Los caminos suelen estar perfectamente indicados; incluso suelen poner estacas cada pocos metros cuando la senda puede no estar tan clara, algo que es muy de agradecer para el excursionista.
El camino hasta la catarata Svartifoss fue bastante llevadero, una vez superada la inclinada primera parte. Como la cascada se va viendo desde lo lejos, nos fuimos haciendo a la idea de lo que veríamos. Aún así, cuando se llega hasta su base, resulta espectacular ver toda la formación de roca basáltica con la caída de agua. 
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Una vez realizadas las fotos de rigor continuamos hasta el mirador. Fue un paseo agradable por el medio de la montaña. En realidad no se trata de un mirador per se. Es una zona en la que se acaba el camino y comienza un desnivel lleno de piedras que termina sobre la misma lengua del glaciar. Una vez allí, se trata de buscar unas piedras cómodas en las que sentarse y disfrutar de la vista, sin duda, la más bonita y espectacular de todo nuestro viaje. 
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Desde ahí se contempla perfectamente toda la lengua del glaciar Skaftafellsjökull, incluida la laguna que se ha ido formando en su final debido al deshielo. Este glaciar es una lengua del Vatnajökull, el glaciar más grande de Islandia (ocupa aproximadamente el 8% de la isla) y de toda Europa (aunque como les gusta bromear a los islandeses, tampoco es que eso signifique mucho, ya que Europa no es conocida precisamente por sus enormes glaciares).
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Cuando consideramos que habíamos disfrutado suficiente del paisaje emprendimos el camino de regreso hasta el aparcamiento.
Nos acercamos al vecino glaciar Svínafellsjökull, otra lengua del Vatnajökull separada del Skaftafellsjökull por una montaña. La carretera para llegar hasta la laguna del Svínafellsjökull era de arena, pero transitamos por ella sin problema. Nos acercamos a la lengua por la ladera de la montaña y estuvimos contemplando este glaciar desde una perspectiva muy diferente al anterior.
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Continuamos nuestro trayecto y fuimos hasta Fjallsárlón, una pequeña laguna glaciar llena de icebergs. En realidad la laguna no es especialmente pequeña, pero lo es en comparación con la inmensa laguna de Jökulsárlón que visitaríamos después.
La laguna de Fjallsárlón está repleta de icebergs que se desprenden del glaciar Fjallsárjökull, otro brazo del Vatnajökull. La niebla casi no nos dejaba ver el final del glaciar, pero los icebergs los identificamos sin problema, ya que la laguna está repleta de ellos.
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Después de contemplar la estampa un rato nos fuimos en dirección a la siguiente laguna, la de Jökulsárlón. Hay un sendero que une ambas lagunas, pero nosotros preferimos hacer el trayecto en coche. Fuimos directamente al aparcamiento porque queríamos hacer una excursión en zodiac. En Jökulsárlón hay dos atracciones de pago: una es la mencionada excursión en lancha y la otra en un vehículo anfibio. Ambas permiten dar una vuelta por la laguna, si bien la lancha se acerca mucho más al glaciar. Así que nosotros optamos por esta opción. Preguntamos a uno de los dos turoperadores que había pero nos dijo que estaban completos ese día. En el segundo tuvimos más suerte y encontramos hueco.
Mientras llegaba la hora estuvimos avistando alguna foca que nadaba por la desembocadura. A la hora convenida fuimos al punto de encuentro. A todos los que formábamos parte del tour nos pusieron unos trajes (casi parecían de astronauta) y nos subieron a un autobús que nos llevó hasta donde salían las lanchas. 
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Como éramos veinte nos dividieron en dos grupos de diez y nos repartieron en dos botes. A toda velocidad nos acercamos hasta el glaciar, en esta ocasión el Breiðamerkurjökull, nuevamente una lengua del gigante Vatnajökull.
Las lanchas se pararon a una distancia prudente del glaciar, porque según nos explicó el guía-piloto, si se desprende una parte grande del hielo puede provocar un fuerte oleaje y no estaríamos demasiado seguros en una lancha de esas características.
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Después estuvimos navegando despacio entre los icebergs, algunos de los cuales tenían formas muy curiosas. Justo cuando comenzó a diluviar emprendimos el camino de vuelta. Nos mojamos bastante, pero gracias a los trajes que llevábamos no nos calamos.
De vuelta en el aparcamiento corrimos hasta el coche y, una vez dentro, pusimos rumbo a Höfn, donde pernoctaríamos esa noche.
En Höfn disfrutamos de nuestra primera cena del viaje en un restaurante. Nos habían recomendado el restaurante Humarhöfnin y hacia allí nos dirigimos. Degustamos un plato de cordero y otro de colas de cigalas, acompañados de sendas cervezas artesanas. Fue una cena fantástica.
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