Chile
Diciembre 2007
Preparativos
Con la excusa de ir a Chile para ver a parte de la familia que allí tenemos, decidimos redondear el viaje con una escapada a la Patagonia Chilena que incluyera un crucero por esa región. Se nos plantearon pronto dos cuestiones: con qué compañía volar hasta Chile, y con cuál hacer el crucero. Para volar allí valoramos dos alternativas: vuelo directo de Madrid a Santiago, o vía París. La diferencia de tiempo era considerable. La de precio, también. Así que, como tendríamos que gastar bastante dinero durante todo el viaje, decidimos comenzar ahorrando. Al fin y al cabo, una escala y seis horas más de vuelo, a cambio de ahorrar 500 euros por persona, no era descabellado. La segunda cuestión fue un poco más compleja. Encontramos dos compañías que hacían cruceros por la Patagonia Chilena: Skorpios y Australis. La compañía Skorpios ofrecía tres cruceros que transitaban cada uno por una zona diferente, mientras que Australis ofrecía dos en la misma zona solo que en diferente sentido. Finalmente nos decidimos por el Australis, en parte porque era el que navegaba más al sur siendo el único que pasaba por el Cabo de Hornos, y en parte porque la familia de Chile nos comentó que los conocidos que habían hecho el Australis, habían quedado encantados. Una vez despejadas las dos incógnitas, compramos los billetes de avión internos, pues la Patagonia está realmente lejos de Santiago de Chile, y reservamos unas cuantas excursiones y hoteles en el sur. Ya estábamos listos para el viaje.
Santiago
de Chile
Para llegar a Santiago de Chile desde Europa, además de un interminable viaje, es necesario atravesar los Andes, cordillera que tiene una altura media de 4.000 metros y con numerosos puntos que alcanzan los 6.000. Semejante altura hace que se pueda observar perfectamente desde el avión toda la grandiosidad de esta cordillera, y que inevitablemente venga a la memoria el famoso accidente de 1972 tan bien retratado en el libro y la película que todos conocemos. Una vez superado el escollo, llegamos a Santiago. Nuestro viaje fue en el mes de diciembre, lo cual supuso cargar la maleta de manga corta. Pero como teníamos previsto un viaje a la Patagonia, tuvimos que meter también el forro polar. Fue lo que podríamos denominar, un viaje de contrastes.
Empezamos en Santiago con una visita guiada al
Palacio de la Moneda. Esta visita hay que solicitarla con cierta antelación en
la página del Gobierno Chileno y es gratuita (es necesario llevar el
pasaporte). A nosotros nos tocó hacerla con dos colegios de Antofagasta, ciudad
del norte de Chile, con lo cual éramos los únicos no chilenos de la visita. El
guía fue muy considerado al respecto y no paró de explicarnos cualquier cosa
que pudiera ser obvia para ellos pero totalmente desconocida para nosotros. El
edificio del Palacio de la Moneda no es de una gran belleza arquitectónica,
pero tiene un gran interés histórico-cultural para cualquiera que conozca un
poco la historia de Chile.
En el interior se puede apreciar, entre otras cosas, una maqueta del propio edificio, la Placa Conmemorativa en el supuesto lugar donde fue asesinado Salvador Allende, una capilla y diversos salones y salas, entre las que destaca la sala de las monedas: de todos los Presidentes de la República de Chile se acuña una moneda con su cara por un lado y por el otro una frase célebre del personaje y el periodo de su mandato.
Durante nuestra estancia en el Palacio de la Moneda se produjo el Cambio de la Guardia, que pudimos apreciar en primerísima persona, y del que el guía dijo que es el tercer Cambio de la Guardia más bonito del mundo, después del inglés y del ruso. Nos salió patriota, el guía. Al finalizar la visita nos dimos un paseo por el centro, donde había el habitual caos que inunda las ciudades en víspera de la Navidad. El centro de la ciudad es la Plaza de Armas, donde habían instalado un árbol navideño descomunal. Se nos hacía extraño estar en diciembre paseando por la calle en manga corta y viendo cómo la gente compraba regalos para Papá Noel (que por cierto, allí lo llaman “el Viejito Pascuero”). La Catedral y el edificio de Correos son los edificios más representativos de esta plaza.
Después entramos en un clásico de la ciudad: un café
“con piernas”. Son cafés en los que solamente hay camareras, que llevan unos
vestidos cortos y ajustados: de ahí le viene el sobrenombre. No queremos emitir
ningún juicio de valor al respecto. Sólo diremos que son auténticas
instituciones en la ciudad, y como tales queríamos conocerlas. Una vez
saboreado el café, continuamos con nuestra visita.
Para tener una panorámica de la ciudad (dentro de lo que permite la polución) subimos al cerro San Cristóbal. La subida la hicimos en funicular y la bajada en teleférico. Dicen que desde lo alto del cerro, en los pocos días claros al año que disfrutan en Santiago, se obtiene una magnífica vista, con todas las montañas rodeando la ciudad. En realidad, el hecho de estar rodeada de grandes montañas es el motivo por el cual la contaminación permanece y la ciudad amanece casi siempre cubierta de polución. A nosotros nos tocó un día gris en el que las montañas tan solo se intuían.
Valparaíso
y Viña del Mar
Antes de emprender nuestro camino hacía el sur, hicimos una visita estas dos ciudades, que están cerca de Santiago y se pueden visitar en un día. Nosotros quisimos tomarlo con calma e hicimos noche en Valparaíso. Viña del Mar nos decepcionó bastante. Nos pareció la típica ciudad de veraneo, toda ella destinada a satisfacer las necesidades del turismo y con pocos sitios de interés. Iniciamos nuestra visita viendo el Reloj de Flores; después caminamos por el paseo marítimo, donde cabe destacar el Castillo Wulff; continuamos por un bulevar muy grande lleno de tiendas y fuimos a desembocar al Parque Quinta Vergara, donde se encuentra el Palacio Vergara. Como en general no nos estaba gustando mucho la ciudad, decidimos dar por finalizada la visita y poner rumbo a Valparaíso.
Valparaíso es otra cosa. Rodeada de colinas repletas
de casas con vivos colores, lo mejor para apreciarla es ir al puerto y dar una
vuelta en barco. Desde el agua, además de tener una vista espectacular de la
ciudad, se pueden ver los leones marinos que merodean por el puerto en busca de
comida.
Valpo (como la llaman los lugareños) está dividida en dos zonas: el Plan, que es la zona llana, y los Cerros, todos con sus antiguos ascensores (en realidad son una especie de pequeños funiculares) que suben a lo alto y así ahorran una pequeña caminata por una empinada cuesta.
Pero no nos engañemos: la ciudad está descuidada y sucia, hay bastante pobreza, la visión de los cables eléctricos que hay sobre las calles es muy chocante, e incluso cuando caminábamos por uno de sus cerros se nos acercó una patrulla de la policía y nos recomendó que nos marcháramos de esa zona. Suponemos que habrá gente a la que esta ciudad no le guste, pero a nosotros nos pareció de lo más auténtico.
Comimos en el Café Turri, se supone que uno de los sitios más famosos de Valparaíso. A nosotros nos defraudó: nos pareció bastante caro y la comida era sofisticada pero nada especial. A nuestra vuelta leímos en un blog chileno que lo llamaban “Trampa para turistas”. No podríamos estar más de acuerdo.
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