los viajes de juanma y carol
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Reino Unido​


​Junio de 2019

Sur de Inglaterra


​​Preparativos
 
Como siempre hacemos en este tipo de viajes de una semana por alguna región de Europa, lo primero es comprar el billete de avión a un punto lo más cercano posible a la zona que queremos visitar. Lo segundo, alquilar un coche. Ya después, tranquilamente, confeccionamos un itinerario. 
Para este viaje escogimos como entrada el aeropuerto de Heathrow, en Londres, porque desde allí podíamos llegar fácilmente a Oxford y comenzar desde ese punto nuestra ruta. Reservamos dos noches de alojamiento en la ciudad estudiantil. Nos costó bastante decidirnos: necesitábamos un sitio con aparcamiento, que no nos agotara el presupuesto de la semana; el centro quedó, por tanto, descartado. Encontramos un bed & breakfast que nos gustó, situado a unos quince minutos en autobús y cuarenta y cinco minutos caminando del centro, y reservamos en él. El resto de los alojamientos los iríamos buscando en el momento, según dónde nos apeteciese dormir.
Uno de los preparativos que más dudas nos generó fue la visita a Oxford. El centro está repleto de colegios mayores, muchos de los cuales se pueden visitar. Algunos suelen tener ciertas restricciones horarias, para no interrumpir el día a día de los estudiantes. Incluso pueden estar cerrados al público general, si ese día en su interior se celebra alguna actividad especial. Algunos venden entradas por anticipado. Después de investigar mucho y meditarlo bastante, optamos por comprar entradas para visitar dos colegios, uno por la mañana y otro por la tarde. 
Finalmente, realizamos un proyecto de itinerario por el sur, pasando por algunos de los lugares más populares. Aun así, sobre la marcha fuimos modificando un poco la ruta: habíamos incluido la visita de algunos castillos famosos, que finalmente eliminamos debido a sus restrictivos horarios y, muy especialmente, a sus desorbitados precios. 
En total recorrimos algo más de quinientas millas, es decir, un poco más de ochocientos kilómetros, en una semana.
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Oxford
 
A nuestra llegada al aeropuerto, recogimos el coche y condujimos hasta Oxford. Como aterrizábamos por la tarde, teníamos miedo de no encontrar ningún sitio abierto en el que poder cenar algo cuando llegáramos allí. Afortunadamente, muy cerca del alojamiento que habíamos reservado había un pub que servía comida hasta las nueve de la noche.
El bed & breakfast en el que nos quedamos se llamaba oxfordbnb y estaba situado al final de una calle sin salida, por lo que resultó muy tranquilo. Tuvimos también la suerte de que el dueño tenía que ir al centro a la mañana siguiente y se ofreció a acercarnos (ofrecimiento que no pudimos rechazar).
Uno de los motivos por los que preferimos pernoctar en alojamientos tipo bed & breakfast en lugar de en hoteles es porque, generalmente durante el desayuno, surge la oportunidad de charlar con los dueños de la casa. Con el propietario de oxfordbnb esta charla se produjo durante el viaje en coche al centro, y sirvió principalmente para que el señor despotricara en contra del Brexit y sus implicaciones. En otro momento del viaje, en otro alojamiento, nos encontramos con otros dueños que tenían una opinión completamente contraria. Dejando a un lado la política, que tantas pasiones levanta, el buen señor nos dejó en pleno centro de Oxford.
Como teníamos algo de tiempo antes de la primera visita concertada, entramos en la University Church of St. Mary the Virgin (Iglesia Universitaria de Santa María la Virgen) para subir a la torre. Mientras hacíamos tiempo para que abriesen la torre, paseamos por el interior de la iglesia, que nos pareció muy sobrio y elegante. 
Aunque lo mejor es la panorámica desde lo alto: al no ser una torre demasiado alta, no es una vista especialmente amplia, pero se tiene una perspectiva inigualable de la Cámara Radcliffe y del All Souls College, así como de los edificios circundantes. 

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El espacio en la torre es más bien escaso, por lo que cuando empezó a llegar gente, nos fuimos. A la salida bordeamos la Cámara Radcliffe y nos acercamos al puente de los Suspiros. Oxford, al igual que Venecia, tiene un puente con ese nombre, aunque en este caso no esté sobre un canal: en la New College Lane, este puente une dos partes del Hertford College.
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Paseamos por Broad Street, contemplando cómo poco a poco se iba incrementando la actividad en la ciudad: los estudiantes aparecían como setas por todas partes y los autobuses de turistas comenzaban a llegar.
A las diez teníamos la reserva para visitar la biblioteca Bodleiana. Cuando llegamos, mostramos nuestras entradas, nos dieron unas identificaciones y nos invitaron a acceder a la Divinity School, donde nos sentamos a esperar el inicio de la visita. A partir de ese momento, la famosa saga de películas de Harry Potter estuvo presente en casi cada rincón de Oxford. 
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La visita comienza en dicha sala, donde la guía nos explicó la importancia histórica del lugar… y las secuencias de las mencionadas películas que se filmaron allí. Después subimos a la biblioteca, donde rigen unas normas muy estrictas sobre lo que se puede y no se puede hacer. De la biblioteca se ve solo una pequeña parte, ya que al resto solamente pueden acceder estudiantes y profesores con su permiso correspondiente. Por último, nos llevaron a la Convocation House, una sala adyacente a la Divinity School, donde en ocasiones se celebran bodas. 
La visita duró una hora y estuvimos solamente en tres dependencias: en nuestra opinión, tuvo mucha charla y poco recorrido.
A la salida dimos un amplio paseo por la ciudad. Accedimos a la entrada de varios colegios mayores y visitamos el mercado cubierto, donde degustamos las famosas galletas de Ben’s Cookies, muy ricas y de sabores diferentes.
Después de comer fuimos al New College, uno de los más antiguos a pesar del nombre. La visita incluye varias dependencias, que cada cual recorre a su ritmo: no es una visita guiada.
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Comenzamos por el claustro, muy agradable y tranquilo, que cuenta con un roble centenario. Continuamos por la capilla, muy original al estar dividida en dos partes muy diferenciadas, en cuyos muros se expone un cuadro de El Greco (se cree es un autorretrato); lo siguiente fue la sala de comedor, la más antigua de todos los colegios de Oxford (e incluso de Cambridge), donde los residentes celebran sus almuerzos diarios. Y, por último, los jardines, que están rodeados por la muralla originaria de la ciudad. 
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A esas horas había muy poca gente por las instalaciones, por lo que fue una visita muy amena que nos gustó mucho.
Seguimos paseando por Oxford, atravesamos Cornmarket Street, llena de tiendas y, a esas horas, de gente, y pasamos por delante del ayuntamiento. Bajamos St. Aldate’s Street y llegamos hasta el Christ Church College, uno de los más famosos y más visitados, especialmente tras el rodaje de las susodichas películas. Este era el otro lugar para el que habíamos comprado entrada antes de salir de casa. Aunque el horario que habíamos escogido era para una hora después, nos acercamos a la entrada para ver si nos dejaban pasar. Como la visita a este college era también sin guía, no nos pusieron ningún problema.
Aquí las aglomeraciones de turistas eran ya considerables. Nada que ver con la paz y tranquilidad que se respiraba en el New College. Todos los colegios poseen en su interior una capilla o iglesia, pero una de las principales peculiaridades de este es que alberga en su interior nada menos que la catedral de Oxford. 
​La visita, que sigue un orden concreto, comienza por una elegante escalera con techo en forma de abanico, que conduce hasta la sala que sirve de comedor: un lugar espléndido. Tres hileras de mesas con sillas, multitud de cuadros en las paredes y unos arcos con vidrieras en la parte alta, hacen de este salón uno de los rincones más visitados de Oxford. El hecho de que fuese la inspiración del comedor de la saga de Harry Potter también ayuda.
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Se baja por la misma escalera y se accede a un enorme patio cuadrangular cubierto de césped, donde se halla la entrada principal del college, que solamente pueden utilizar personas autorizadas. Este patio, el más grande de los colegios de la ciudad, está rodeado por un edificio de dos plantas que suponemos que albergarán las habitaciones de los estudiantes. 
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De ahí se pasa a la mencionada catedral, un edificio magníficamente conservado (o restaurado) con unas espléndidas vidrieras y un techo que impacta por su altura.
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A pesar del gentío, fue una visita muy interesante y espectacular. Una vez de vuelta en la calle, paseamos por la gran pradera que hay en el exterior para contemplar la vista del lateral del colegio.
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Desde allí caminamos hasta el barrio de Jericho, una zona con locales modernos y alternativos, donde primero hicimos una parada para tomar un cóctel y después nos acercamos hasta The White Rabbit, donde cenamos unas pizzas muy ricas. Con eso dimos por finalizada la visita a Oxford, una ciudad muy bien conservada. Durante los bombardeos de la aviación alemana por territorio británico durante la Segunda Guerra Mundial, Oxford quedó libre de bombas. Se cuenta que fue porque Hitler planeaba convertirla en la capital una vez conquistase el país, para lo cual quería que estuviese intacta. 
 
The Cotswolds
 
Los dos días siguientes habíamos planeado visitar los Cotswolds, una zona de la campiña inglesa llena de preciosos pueblos con edificios de piedra, rodeados de grandes praderas y suaves colinas, donde las ovejas pueden pastar libremente. “Cotswolds”, como su propio nombre indica, proviene de las palabras “cote”, que significa “recinto de ovejas” y “wold”, cuya traducción es “terreno elevado”. Es una zona muy bonita, por lo que uno de los mayores retos surge a la hora de decidir qué poblaciones visitar. Leímos un sinnúmero de blogs y guías de viaje, en los que había una cierta unanimidad en torno a unos pocos pueblos (que marcamos como imprescindibles), y mucha diversidad de opiniones con respecto a otros (que marcamos como probables). Al final, en el día y medio que condujimos por la región, visitamos doce.
Por cercanía con Oxford, comenzamos el recorrido por los Cotswolds en Burford. Dejamos el coche en el aparcamiento para visitantes y caminamos por la calle principal, donde se encuentran los principales edificios de interés. Allí ya pudimos hacernos una clara idea de lo que nos íbamos a encontrar en los pueblos de la región: casas de piedra de dos plantas con tejados de teja, flores por todas partes, y todo muy limpio y cuidado.
En Burford también entramos en la iglesia episcopal, situada junto al aparcamiento, cuyo jardín estaba repleto de tumbas. Una estampa muy típica de los países anglosajones.
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La siguiente parada fue en Stow-on-the-Wold. De este nos gustó mucho una plaza triangular con una cruz en el centro y la iglesia de St. Edward, cuya entrada está custodiada por dos robles centenarios. Una de sus calles principales se denomina Sheep Street, en una clara declaración de intenciones de qué produjo la prosperidad en la zona. Stow-on-the-Wold está lleno de restaurantes.
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Desde allí fuimos a Chipping Campden, a la postre uno de los que más nos gustaron. Al igual que la mayoría, la calle principal es muy agradable; está muy transitada y llena de alojamientos, y tiene un pequeño edificio que albergaba un antiguo mercado. Además, en algunas calles secundarias cuenta con varias casas con tejados de paja. También nos gustó mucho la iglesia de St. James.
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La siguiente población que visitamos fue Broadway, que ha pasado a nuestros recuerdos sin pena ni gloria. Después fuimos a Stanton, el pueblo más pequeño de todos los que visitamos. No encontramos prácticamente a nadie por sus calles y, aunque no dio más que para un corto paseo, nos pareció uno de los más bonitos; quizá porque no parecía muy turístico.
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Continuando la ruta paramos en Snowshill, organizado en torno a una plaza, en cuyo centro está la iglesia del pueblo.
Aunque ya estaba atardeciendo, viendo que las visitas eran razonablemente cortas, decidimos continuar y acercarnos hasta Upper Slaughter, mucho menos interesante que su vecino Lower Slaughter. Este último cuenta con un pequeño río con un apacible sendero a su lado, donde encontramos un molino de agua. 
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El último pueblo del día fue Bourton-on-the-Water, conocido como la Venecia de los Cotswolds, pues cuenta con un pequeño canal con unos puentes peatonales (a nuestro parecer, no son nada del otro mundo). Un lugar claramente sobrevalorado.
La mañana siguiente nos llevamos una sorpresa. El día anterior habíamos visitado muchos pueblos y, en general, el poco turismo que habíamos encontrado había sido local. Pero cuando llegamos a Birbury, nos encontramos grandes autobuses descargando numerosos grupos de orientales. Fue una imagen que no nos esperábamos. Resulta que este lugar está considerado uno de los pueblos más bonitos del Reino Unido. Lo es principalmente por una pequeña calle llamada Arlington Row, ubicada junto a un lago, con una serie de casas en fila: es, con toda probabilidad, la imagen más fotografiada de los Cotswolds.
Nosotros nos acercamos también hasta la iglesia, un auténtico remanso de paz comparado con Arlington Row.
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La penúltima parada de los Cotswolds fue Tetbury, mucho más grande y animada que el resto de poblaciones que visitamos. Aquí destacan unos escalones conocidos como Chipping Steps, el antiguo mercado en pleno centro y la iglesia de St. Mary the Virgin, con un interior muy elegante y luminoso.
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Y por último, Castle Combe, otro diminuto pueblo pintoresco, bonito y agradable. Allí encontramos una curiosa plaza triangular, un pequeño canal y una iglesia, cuya salida estaba en una calle con unas casas muy cuidadas. 
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Nuestro podio de pueblos en los Cotswolds estaría formado por Chipping Camden, Stanton y Castle Combe.
 
Bath y Bristol
 
Continuamos nuestra ruta prevista y condujimos hasta Bath. Lo primero que hicimos fue buscar alojamiento. Encontramos un bed & breakfast llamado Dorian House que nos gustó mucho: tenía aparcamiento y estaba muy cerca del centro caminando, pero en una zona muy tranquila.Nada más dejar nuestras cosas, enfilamos hacia las termas romanas. Vimos que, si nos apurábamos, nos daría tiempo a visitarlas antes de que cerraran. Situadas en pleno centro de Bath, estas termas son la mayor atracción turística de la ciudad; y con razón. 
Más allá de la teatralidad con la que las han decorado para crear una experiencia más interactiva, las salas están muy bien conservadas. Nada más entrar, se accede a una terraza rectangular que asoma a la piscina más grande del sitio: una vista sensacional. Además, desde una parte de la terraza se contempla la abadía, que se encuentra justo enfrente de las termas, por lo que la panorámica no puede ser mejor.
Después de rodear la terraza, se baja al piso inferior para ver de cerca la piscina. En esta planta también hay una serie de habitaciones, que eran las salas de baños fríos, calientes, masajes, vestuarios… Y todo por duplicado: en una parte, la zona de las mujeres y en el lado contrario, la zona de los hombres.
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La construcción de estos baños se inició unos años antes de que diera comienzo el siglo I a.C., y el resultado es una de las termas romanas mejor conservadas en todo el mundo.
A la salida cruzamos a la abadía. La subida a la torre era en visita guiada con horario, pero esa tarde ya no había más huecos. Sí pudimos entrar en el interior de la iglesia y visitarla. Nos pareció bastante espectacular, especialmente la bóveda principal, toda hecha con formas de abanico como la que habíamos visto en Oxford. 
Los muros y los suelos del interior están repletos de lápidas conmemorativas. Se dice que es el suelo con más losas de este tipo en todo el Reino Unido.
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De nuevo en el exterior, como todavía nos quedaban varias horas de luz, recorrimos la ciudad. Deambulamos un poco por el centro y nos dirigimos hacia Royal Crescent, un original edificio de viviendas semicircular frente a una inmensa explanada verde. 
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De ahí caminamos a la cercana The Circus, una glorieta rodeada de tres edificios circulares idénticos, que cuentan con rosario de pequeñas figuras escultóricas en su fachada; se dice que ninguna se repite. En el centro de la rotonda hay un pequeño parque con cinco plataneros descomunales. 
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Volviendo hacia el centro atravesamos la peatonal Union Street, llena de tiendas y de gente. Dejando a un lado la abadía, llegamos hasta el río. Desde allí pudimos contemplar el original puente Pulteney, con casas y tiendas a ambos lados.
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Cruzamos el puente y, desde el otro lado del río Avon, contemplamos la bonita vista del majestuoso edificio The Empire. Caminamos por la promenade del río en dirección contraria al puente Pulteney, para volver a atravesarlo por el siguiente puente.
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Aunque ya empezaba a atardecer, seguimos dando una vuelta por el centro, disfrutando de los magníficos edificios que encontramos por todo Bath.
A la hora de la cena tuvimos un gran dilema: a lo largo y ancho de la ciudad encontramos una oferta gastronómica muy sugerente, con restaurantes de cocina internacional de muchas regiones del mundo, y no sabíamos por cual decidirnos. En el fondo fue una grata sorpresa, ya que no lo esperábamos. Finalmente encontramos un pequeño restaurante vietnamita con muy buena pinta llamado Noya's Kitchen, donde degustamos la típica sopa Phō, que estaba un poco picante y muy rica.
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Para el postre nos acercamos a The Dark Horse, una coctelería de la que teníamos muy buenas referencias y que no defraudó en absoluto.
A pesar de que nos habían hablado muy bien de Bath, nos sorprendió lo mucho que nos gustó.
Al día siguiente nos acercamos a Bristol, muy cerca de Bath y, a la vez, muy diferente a esta. Como pensábamos pasar solamente la mañana, buscamos un aparcamiento que no fuera muy caro. Curiosamente encontramos uno gratuito no muy lejos del centro. 
Caminamos hasta el río y lo cruzamos en dirección a las dársenas. Toda esta zona, antaño la parte industrial y marítima de la ciudad, está siendo reconvertida en un lugar cultural y de ocio.
Entramos en el museo Shed con la intención de echarle un vistazo y de ver el mural de Banksy. Este mundialmente conocido grafitero y artista es originario de Bristol, por lo que uno de los alicientes de visitar su ciudad natal es buscar y contemplar su obra, diseminada por las paredes de las calles.
Sabíamos que había otro grafiti en las calles aledañas de esta parte de los muelles. Este fue un poco más difícil de encontrar, pero el esfuerzo mereció la pena: un dibujo de La joven de la perla, el famoso cuadro de Vermeer, en el que se aprovecha la alarma del edificio como pendiente. Fue el mural que más nos gustó de todos los que vimos.
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Atravesamos el canal por el Prince Street Bridge y después por el peatonal Pero’s Bridge, y enfilamos hacia la catedral. El interior es sobrio y elegante. Cuenta con un bonito patio junto al claustro, una vidriera de Enrique VIII y un curioso órgano doble.
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Al otro lado de la catedral se halla el ayuntamiento. En la vecina Park Street encontramos el siguiente grafiti de Banksy, este muy a la vista.
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Ascendimos por Park Street y doblamos a la izquierda hacia Brandon Hill, una colina convertida en parque, en cuya cima se ubica la Cabot Tower. Subimos a lo alto de la torre para contemplar la vista de la ciudad.
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Desde allí fuimos hasta el centro de la ciudad propiamente dicho: unas pocas callejuelas donde encontramos el St. Nicholas Market. El centro de este mercado lo ocupan pequeñas tiendas de libros de segunda mano y artilugios varios, mientras que la callejuela superior está plagada de locales de comida, principalmente para llevar. En su mayoría son sitios de comida regional exótica, por lo que hay una mezcla de olores bastante curiosa. Además, a esas horas ya comenzaba a llegar la gente de los alrededores para comer, por lo que el bullicio empezaba a ser importante.
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Llegamos hasta el castillo, que no nos pareció nada del otro mundo, y emprendimos el camino de vuelta hacia el coche. Pasamos por la St. Mary Redcliffe Church, una enorme iglesia ubicada en una plaza y, tras atravesar de nuevo el río, llegamos al aparcamiento.
Condujimos hasta Cheltenham Road, un barrio un tanto alternativo, donde nos quedaban por ver un par de obras de Banksy. Mientras buscábamos los dos murales, dimos una vuelta por la zona, que a esas horas estaba bastante tranquila. El primer grafiti lo encontramos en la calle principal, junto a otro de algún otro artista; el segundo, en la entrada de un edificio residencial.
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Con eso dimos por finalizada nuestra visita a Bristol. Nos pareció que el binomio de estas dos ciudades, Bath-Bristol, tan cercanas en kilómetros y tan lejanas en concepto de ciudad, fue un contrapunto magnífico. Bath, tan señorial y elegante; Bristol tan diferente y alternativa. 
 
Cheddar y Wells
 
Seguimos yendo hacia el sur hasta llegar a Cheddar, el internacionalmente reconocido pueblo con nombre de queso (o queso con nombre de pueblo). Encontramos un alojamiento en el vecino pueblo de Axbridge. Después de dejar nuestras cosas en la habitación, nos acercamos a Cheddar. Queríamos recorrer la pequeña garganta del mismo nombre. Aparcamos el coche en el aparcamiento del principio de la carretera que transcurre por el interior de la garganta. Desde allí subimos por una calle muy empinada hasta llegar a lo alto. Caminamos un buen rato por ese lado de la garganta, contemplando las vistas de la zona en cada punto panorámico que encontrábamos. 
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En un momento dado, el sendero comenzó a descender abruptamente hasta la carretera. En realidad, la garganta no era demasiado profunda, así que la bajada no fue demasiado técnica. Una vez abajo, volvimos caminando por el arcén de la carretera hasta Cheddar, contemplando la garganta desde abajo. La calle que llegaba hasta el aparcamiento estaba plagada de atracciones para turistas, quienes acuden a este lugar atraídos por el nombre del pueblo. Realmente se trató de una visita prescindible. El lugar es bonito, pero no es especialmente espectacular.
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Lo mejor fue la cena. Junto a nuestro alojamiento había un pub de aspecto ordinario llamado The Crown Inn, donde vimos que servían comida de la India, así que decidimos entrar. Cenamos unos deliciosos curris, acompañados de una magnífica sidra y una cerveza bien fresquita.
Al día siguiente amaneció diluviando. Hasta ese momento, el clima había sido muy benevolente con nosotros. ¡Pero qué sería de una visita al Reino Unido sin algo de lluvia! Pese a ello, no alteramos nuestros planes.
Fuimos hasta la cercana Wells para visitar su famosa catedral. Aparcamos el coche, sacamos los paraguas y caminamos hasta el lugar. La catedral se encuentra en una pequeña explanada de hierba que permite contemplar la fachada en todo su esplendor. En ella se pueden encontrar una serie de esculturas organizadas por alturas, según su importancia religiosa: en la parte más baja hay escenas bíblicas y, conforme se va ascendiendo, se suceden los reyes, los obispos, los ángeles, los apóstoles y, sobre todos ellos, Jesucristo. 
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Pero lo más espectacular está en el interior. La entrada es gratuita, aunque en la taquilla hacen un cierto énfasis en que la catedral se financia principalmente con las donaciones de los visitantes.
​Una vez dentro, en la hermosa nave principal llaman mucho la atención unos arcos de tijera. Aunque parecen una construcción moderna, tienen más de seiscientos años.
En un lateral de la nave se halla la sala capitular, en cuyo techo vimos el entramado de abanicos que ya habíamos visto en otras construcciones similares. Para acceder a ella hay que subir unas escaleras muy desgastadas por el uso.
También nos gustaron mucho las vidrieras y la zona del coro, separada de la nave principal por el órgano. 
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El patio del claustro está salpicado de antiguas lápidas, lo que lo convierten en realidad en un pequeño cementerio. Bordeando el claustro se accede a la salida.
La catedral de Wells es, sin duda, una construcción muy espectacular realmente bien conservada.
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A un lado de la catedral se ubica la Vicar’s Close, una pequeña y espectacular calle a la que accede por un arco. Dicen de ella que es la calle más vieja de Europa habitada de forma continua. Sea como fuere, es un sitio muy bonito, con todas las casas alineadas con su pequeño parterre en la entrada, todas ellas con sus respectivas chimeneas. 
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A pesar de la persistente lluvia, nos acercamos hasta el Bishop’s Palace, en el lado opuesto de la catedral. Aunque no teníamos intención de entrar en el palacio, sí accedimos al recinto y paseamos un rato alrededor del foso. A la salida recorrimos High Street, la calle principal de Wells, repleta de tiendas y sitios para comer. Justo cuando emprendíamos la vuelta hacia el coche, dejó de llover. 

La Costa Jurásica
 
Desde Wells condujimos hasta el sur de la isla. Esa tarde y el día siguiente los emplearíamos en recorrer una parte de la Costa Jurásica: 153 kilómetros de costa frente al canal de La Mancha. Como es de suponer, nosotros solamente visitaríamos una pequeña parte para hacernos una idea.
Llegamos hasta un pequeño pueblo llamado Osmington, desde donde tomamos un desvío que llegaba hasta el mar. Allí encontramos un bonito pub junto al mar llamado Smuggler’s Inn, en el que aparcamos el coche. La idea era hacer una ruta de unos ocho kilómetros, pero estaba muy nublado y nos temíamos lo peor. Pese a ello, comenzamos a caminar por un sendero que salía detrás del pub y ascendía por la colina, para bajar después hasta la playa. Recorrimos la casi desértica playa de piedras, hasta que el sendero volvió a aparecer. Viendo lo gris que estaba el cielo, decidimos retornar desde ese punto. Fue una sabia decisión: justo cuando nos faltaban unos cien metros para llegar al coche, se puso a diluviar. Así que no nos mojamos mucho.
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Previendo que la tarde no daría mucho más de sí, buscamos un alojamiento y decidimos dar el día por terminado. En el pequeño pueblo de Wool encontramos un agradable y tranquilo bed & breakfast llamado Fingle Bridge, donde nos quedamos. Los amables dueños nos recomendaron para cenar un pub muy cercano llamado Black Bear Inn, así que nos acercamos a él dando un paseo. El sitio estaba muy concurrido y cenamos bastante bien.
A la mañana siguiente pudimos charlar un rato con nuestros anfitriones mientras desayunábamos (conversación que inevitablemente derivó en el Brexit) y les dejamos que nos explicaran todas sus convicciones a favor de la ruptura (un punto de vista totalmente opuesto al de nuestro anfitrión en Oxford). Está claro que la política levanta pasiones en todos los rincones del planeta.
Tras el desayuno, condujimos hasta el aparcamiento de Lulworth Cove. Allí pensábamos hacer dos caminatas, cada una hacia un lado opuesto de la costa. La primera de ellas era un exigente paseo para llegar hasta Durdle Door. ​
La marcha comenzó con una constante subida que nos llevó a lo alto del acantilado. Desde allí pudimos contemplar una bonita panorámica del lugar. 
​Continuamos nuestro camino hasta llegar a otro aparcamiento, donde tomamos un sendero que descendía hacia dos playas, una a cada lado. A nuestra izquierda encontramos una pequeña bahía semicircular llamada Man of War Bay.
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A la derecha está la playa en la que se encuentra la curiosa formación de Durdle Door. Este arco data de la época jurásica, unos ciento cuarenta millones de años. Es una de las imágenes más famosas de la costa.
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Recorrimos un poco la playa para alejarnos del gentío, que se quedaba junto a las rocas. Después subimos hasta lo alto del acantilado en busca de una panorámica diferente.
Cuando hubimos tomado suficientes fotografías, emprendimos el camino de vuelta al aparcamiento donde habíamos dejado nuestro coche. Pasamos de largo y llegamos hasta la pequeña bahía de Lulworth Cove. Subimos a un pequeño promontorio para ver esta ensenada.
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Desde ese punto bajamos hasta la propia playa y la recorrimos. Al final de la misma salía un sendero hacia lo alto de la montaña. Subimos la empinada cuesta y desde allí comenzamos el descenso hacia el aparcamiento.
Cuando acabamos las dos rutas, retomamos el itinerario por la costa y condujimos hasta Studland, el punto más al este de la Costa Jurásica. Dejamos el coche en el aparcamiento y caminamos poco más de un kilómetro para llegar a la punta. En ese lugar se hallan las Old Harry Rocks, unas rocas que se separaron de la costa. 
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La vista del acantilado y del enclave desde este punto es realmente espectacular. Desde aquí también se avista la playa de Studland, uno de los sitios elegidos por los aliados durante la Segunda Guerra Mundial para ensayar el desembarco de Normandía, el llamado Exercise Smash.
 
Stonhenge y Salisbury
 
Por la tarde condujimos hasta Stonhenge, una de las visitas que más nos apetecían del viaje. Pese a nuestro entusiasmo, el conjunto monumental fue una pequeña decepción. Dejamos el coche en el descomunal aparcamiento y fuimos a la taquilla. Allí pagamos dos entradas a un precio desorbitado. Las taquillas están a más de un kilómetro del sitio arqueológico, cuya distancia se puede cubrir en autobús o andando (aunque la lanzadera es gratuita, nosotros preferimos ir caminando). Al llegar vimos que el conjunto estaba vallado: solo era posible ingresar en él con una entrada válida. De lo contrario, se accedía a una parte más alejada.
En torno a los megalitos hay un sendero que circunvala la formación a una cierta distancia. En la primera parte había un poco de atasco, ya que todo el mundo se agolpaba en un punto concreto para hacerse la foto de rigor. Tras unas cuantas paradas, completamos la vuelta hasta llegar al punto de inicio. 
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Se calcula que la estructura de Stonehenge tiene aproximadamente unos cuatro mil quinientos años de antigüedad. Los expertos especulan que su construcción pudiera haber coincidido en el tiempo con la de las pirámides de Egipto.
Más allá de toda la literatura y la leyenda que posee el enclave, no nos pareció un lugar excepcional; y menos al precio al que cobran la entrada. Esta visita corroboró nuestra idea de que, en el Reino Unido, los precios de las entradas a museos, palacios, castillos y demás lugares de interés turístico son, en general, desorbitados. Desde luego, en el caso concreto de Stonhenge, creemos que no merece la pena pagar, ya que se puede contemplar el lugar igualmente, aunque sea desde una distancia mayor.
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Justo cuando emprendíamos el regreso hacia el aparcamiento comenzó a caer un buen chaparrón, así que a la vuelta hicimos uso de la lanzadera gratuita. Antes de irnos visitamos el museo/exhibición, incluido en la entrada. Su interior está dividido en dos zonas: una sala circular donde exponen un pequeño vídeo en 360 grados, y otra más grande, con restos y explicaciones del sitio.
Con esta visita dimos el día por concluido. En los alrededores encontramos un hotel de la cadena Travelodge con habitaciones disponibles y pernoctamos allí. Cenamos algo en un pub cercano y nos fuimos a dormir.
El día siguiente era el día de vuelta. Nuestro vuelo salía a primera hora de la tarde, así que, nada más levantarnos, nos acercamos hasta Salisbury. Como era domingo y un tanto temprano, la localidad estaba todavía bastante tranquila. Nos acercamos a contemplar su espléndida catedral, a la que solamente pudimos acceder a la nave principal, ya que la visita al resto de dependencias no comenzaba hasta mucho más tarde.
Al salir dimos un paseo por el centro donde, salvo algún bar, estaba todo cerrado. Nos gustó mucho Guildhall Square, la plaza principal.
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Como vimos que la ciudad iba a tardar un rato en desperezarse, volvimos al coche y emprendimos la marcha de vuelta a Londres. Nos quedaba una última cosa que hacer antes de volver al aeropuerto: comer un Sunday Roast, el famoso asado tradicional que sirven prácticamente todos los locales del Reino Unido los domingos. Habíamos buscado algún lugar cerca del aeropuerto que nos permitiese comerlo y llegar a tiempo de coger nuestro vuelo. El elegido fue un pub llamado The Alma, en una zona residencial de Windsor. Como no llevábamos reserva, llegamos pronto para estar los primeros cuando abrieran. No nos pusieron ningún problema. Disfrutando de sendos asados bien ricos fue la mejor manera de terminar nuestro recorrido por el sur de Inglaterra.