Noruega
Julio 2015
Lo primero que uno constata cuando organiza un viaje a Noruega es que no se trata precisamente de un destino barato. Y cuando uno llega al propio país, comprueba que es probablemente uno de los países más caros del mundo. Sin embargo, la ilusión de visitar un nuevo lugar hace que se olvide rápidamente este aspecto.
Disponíamos sólo de catorce días para visitar Noruega, así que le dimos muchas vueltas al itinerario. En un principio pensamos visitar la zona de los fiordos, las islas Lofoten y subir hasta Cabo Norte. Después eliminamos Cabo Norte, para más tarde prescindir de las islas Lofoten y quedarnos con la zona de los fiordos. Cuando leímos algunos foros y recomendaciones del país, vimos que los tramos por carretera se recorren a una velocidad mucho menor de lo que pueda imaginarse. Así que decidimos no querer abarcarlo todo y nos centramos en los destinos más importantes.
Compramos un billete de avión hasta Oslo con Norwegian que nos salió muy bien de precio y alquilamos un coche para toda la estancia. Solamente quedaba lo más complicado: definir la ruta concreta.
Desde un principio tuvimos claro que queríamos que el componente naturaleza predominase en nuestro itinerario, así que seleccionamos las cuatro caminatas de montaña más populares y/o espectaculares, así como una excursión para caminar sobre un glaciar. El resto lo fuimos organizando en base a estos cinco eventos.
Decidimos llevar todos los alojamientos reservados con la idea de conseguir un promedio de menos de 100 euros por noche en lugares, a poder ser, con baño propio. No fue tarea fácil, ya que, como hemos dicho, los precios son bastante elevados. Además, durante nuestra búsqueda encontramos muchos sitios de hospedaje únicamente con página web en noruego, y no es este un idioma que dominemos precisamente. Finalmente conseguimos no superar la barrera de los 100 euros por noche de media y en todos los alojamientos (excepto en uno) tuvimos baño propio. Habrá quien piense que con la edad nos estamos haciendo un poco cómodos por el hecho de no querer compartir baño; y bueno, puede que tenga razón.
Así pues, dejamos el itinerario cerrado sabiendo que íbamos a hacer muchos kilómetros en coche. Al final resultaron ser unos 3.200 kilómetros que para catorce días, fueron quizá demasiados.
Disponíamos sólo de catorce días para visitar Noruega, así que le dimos muchas vueltas al itinerario. En un principio pensamos visitar la zona de los fiordos, las islas Lofoten y subir hasta Cabo Norte. Después eliminamos Cabo Norte, para más tarde prescindir de las islas Lofoten y quedarnos con la zona de los fiordos. Cuando leímos algunos foros y recomendaciones del país, vimos que los tramos por carretera se recorren a una velocidad mucho menor de lo que pueda imaginarse. Así que decidimos no querer abarcarlo todo y nos centramos en los destinos más importantes.
Compramos un billete de avión hasta Oslo con Norwegian que nos salió muy bien de precio y alquilamos un coche para toda la estancia. Solamente quedaba lo más complicado: definir la ruta concreta.
Desde un principio tuvimos claro que queríamos que el componente naturaleza predominase en nuestro itinerario, así que seleccionamos las cuatro caminatas de montaña más populares y/o espectaculares, así como una excursión para caminar sobre un glaciar. El resto lo fuimos organizando en base a estos cinco eventos.
Decidimos llevar todos los alojamientos reservados con la idea de conseguir un promedio de menos de 100 euros por noche en lugares, a poder ser, con baño propio. No fue tarea fácil, ya que, como hemos dicho, los precios son bastante elevados. Además, durante nuestra búsqueda encontramos muchos sitios de hospedaje únicamente con página web en noruego, y no es este un idioma que dominemos precisamente. Finalmente conseguimos no superar la barrera de los 100 euros por noche de media y en todos los alojamientos (excepto en uno) tuvimos baño propio. Habrá quien piense que con la edad nos estamos haciendo un poco cómodos por el hecho de no querer compartir baño; y bueno, puede que tenga razón.
Así pues, dejamos el itinerario cerrado sabiendo que íbamos a hacer muchos kilómetros en coche. Al final resultaron ser unos 3.200 kilómetros que para catorce días, fueron quizá demasiados.
Aterrizamos en Oslo por la tarde. Una vez hubimos recogido el coche de alquiler, condujimos hasta Drammen, donde habíamos reservado un hotel para la primera noche. La idea era hacer al día siguiente la excursión a Kjeragbolten, y como teníamos unas seis horas de coche desde Oslo, queríamos avanzar algo de camino esa tarde.
Drammen es una ciudad de poco interés turístico, así que nos limitamos a dar un paseo y cenar algo antes de irnos a dormir.
A la mañana siguiente madrugamos bastante y nos pusimos al volante. Enseguida descubrimos la razón por la que cunden muy poco los kilómetros en Noruega: los límites de velocidad son muy ajustados, no pudiendo sobrepasarse los 80 km/h en casi ningún sitio. Además, las carreteras muchas veces no tienen separación de carriles, es una misma calzada para los dos sentidos, por lo que hay que ir muy pendiente para no chocarse con alguien de frente (los noruegos generalmente conducen por el centro en este tipo de calzadas).
También constatamos desde un principio que el concepto de carretera panorámica no existe en Noruega, porque prácticamente todas las vías del país podrían tener este calificativo. Generalmente las carreteras transcurren paralelas a un río, un lago o un fiordo, y el paisaje que las rodea es muy bonito en todo momento.
Como íbamos a hacer una excursión que duraría unas seis horas, habíamos buscado alojamiento en el núcleo de población más cercano a Kjeragbolten, en este caso Lysebotn. Este pequeño pueblo está ubicado al final del fiordo del mismo nombre. Se puede llegar hasta él en ferry o por una sinuosa carretera de alta montaña llena de curvas. Nosotros veníamos de Oslo y nuestra única opción era la carretera. Una vez nos hubimos acomodado en el bed & breakfast, dejamos nuestras pertenencias y desanduvimos un poco de camino para llegar hasta Øygardstøl, el restaurante desde donde parte la caminata. Dejamos el coche en el aparcamiento y nos dispusimos a hacer esta excursión. La distancia hasta el final de la ruta son 6 kilómetros y se salva un desnivel de casi 400 metros. El problema es que el trayecto no es una subida constante, sino que se compone de tres grandes subidas intercaladas por dos empinadas bajadas, por lo que el desnivel final es bastante mayor. La vuelta se hace por el mismo camino, lo que supone recorrer otra vez las tres bajadas y dos subidas, así que es una excursión que no da tregua. A eso hay que añadirle que una buena parte del trayecto se hace sobre piedras con una cierta inclinación, donde para ayudarse tanto en la subida como en la bajada han colocado unas cadenas. Resumiendo: que no es exactamente la típica caminata por el monte.
Drammen es una ciudad de poco interés turístico, así que nos limitamos a dar un paseo y cenar algo antes de irnos a dormir.
A la mañana siguiente madrugamos bastante y nos pusimos al volante. Enseguida descubrimos la razón por la que cunden muy poco los kilómetros en Noruega: los límites de velocidad son muy ajustados, no pudiendo sobrepasarse los 80 km/h en casi ningún sitio. Además, las carreteras muchas veces no tienen separación de carriles, es una misma calzada para los dos sentidos, por lo que hay que ir muy pendiente para no chocarse con alguien de frente (los noruegos generalmente conducen por el centro en este tipo de calzadas).
También constatamos desde un principio que el concepto de carretera panorámica no existe en Noruega, porque prácticamente todas las vías del país podrían tener este calificativo. Generalmente las carreteras transcurren paralelas a un río, un lago o un fiordo, y el paisaje que las rodea es muy bonito en todo momento.
Como íbamos a hacer una excursión que duraría unas seis horas, habíamos buscado alojamiento en el núcleo de población más cercano a Kjeragbolten, en este caso Lysebotn. Este pequeño pueblo está ubicado al final del fiordo del mismo nombre. Se puede llegar hasta él en ferry o por una sinuosa carretera de alta montaña llena de curvas. Nosotros veníamos de Oslo y nuestra única opción era la carretera. Una vez nos hubimos acomodado en el bed & breakfast, dejamos nuestras pertenencias y desanduvimos un poco de camino para llegar hasta Øygardstøl, el restaurante desde donde parte la caminata. Dejamos el coche en el aparcamiento y nos dispusimos a hacer esta excursión. La distancia hasta el final de la ruta son 6 kilómetros y se salva un desnivel de casi 400 metros. El problema es que el trayecto no es una subida constante, sino que se compone de tres grandes subidas intercaladas por dos empinadas bajadas, por lo que el desnivel final es bastante mayor. La vuelta se hace por el mismo camino, lo que supone recorrer otra vez las tres bajadas y dos subidas, así que es una excursión que no da tregua. A eso hay que añadirle que una buena parte del trayecto se hace sobre piedras con una cierta inclinación, donde para ayudarse tanto en la subida como en la bajada han colocado unas cadenas. Resumiendo: que no es exactamente la típica caminata por el monte.
Como era nuestra primera visita turística en Noruega, nosotros emprendimos la excursión con mucho ánimo y no nos importaron los imponderables que nos fuimos encontrando por el camino.
Al ser casi todo el trayecto sobre piedras no hay un sendero al uso. Para poder seguir la ruta hay señalizaciones en rojo marcadas con una T mayúscula que indican el camino. Esta acertada práctica es muy típica en Noruega y la encontramos en todas las excursiones que hicimos. Durante nuestro trayecto de ida no paramos de encontrar a gente que volvía: estaba claro que ese día íbamos a ser de los últimos en hacer el recorrido. |
Hicimos las tres subidas y las dos bajadas del camino de ida a buen ritmo. Tras la tercera subida hay una planicie bastante grande en la que sufrimos un viento helado bastante intenso y donde tuvimos que caminar algunos tramos sobre nieve. En esa zona se va en todo momento paralelo al fiordo.
Finalmente llegamos a la famosa piedra suspendida, debajo de la cual hay una caída de casi 1000 metros.
Finalmente llegamos a la famosa piedra suspendida, debajo de la cual hay una caída de casi 1000 metros.
Nosotros no nos atrevimos a subirnos encima, pero estuvimos contemplando como otros valientes sí lo hacían.
Tras haber descansado un rato iniciamos el camino de vuelta sin demorarnos demasiado, ya que estaba bastante nublado y amenazaba lluvia. El camino de vuelta es un poco menos exigente ya que “sólo” hay que recorrer tres bajadas y dos subidas, pero también hay que trabajar.
Tras haber descansado un rato iniciamos el camino de vuelta sin demorarnos demasiado, ya que estaba bastante nublado y amenazaba lluvia. El camino de vuelta es un poco menos exigente ya que “sólo” hay que recorrer tres bajadas y dos subidas, pero también hay que trabajar.
Al llegar al aparcamiento lo encontramos prácticamente vacío. Decidimos tomarnos algo calentito en el bar antes de volver al alojamiento y cuando estábamos en el interior, comenzó a llover. Nos libramos de milagro, lo cual fue una constante durante todo nuestro viaje. De los catorce días que estuvimos en Noruega nos llovieron trece, pero pudimos hacer todo lo que nos habíamos planeado. Nos hizo mal tiempo pero tuvimos mucha suerte.
Satisfechos con nuestra primera incursión noruega nos fuimos al bed & breakfast, donde nos esperaba una ducha bien caliente.
Nuestro siguiente destino era Stavanger. Para llegar allí, a la mañana siguiente decidimos salir de Lysebotn en ferry, ya que estaba lloviendo bastante y no nos apetecía adentrarnos en carreteras estrechas llenas de curvas durante un montón de kilómetros.
El trayecto en transbordador debe de ser muy bonito en días soleados, pero a nosotros nos tocó un día de nubes bajas, niebla y lluvia, por lo que pudimos disfrutarlo poco.
Nuestro siguiente destino era Stavanger. Para llegar allí, a la mañana siguiente decidimos salir de Lysebotn en ferry, ya que estaba lloviendo bastante y no nos apetecía adentrarnos en carreteras estrechas llenas de curvas durante un montón de kilómetros.
El trayecto en transbordador debe de ser muy bonito en días soleados, pero a nosotros nos tocó un día de nubes bajas, niebla y lluvia, por lo que pudimos disfrutarlo poco.
A pesar de todo, desde el ferry pudimos contemplar tanto la piedra del Kjerag, donde habíamos llegado la tarde anterior, como la plataforma conocida como Preikestolen, donde subiríamos al día siguiente.
Durante el trayecto nos resultó sorprendente la enorme cantidad de cascadas que había por todas partes, y que no pararíamos de ver durante todo nuestro trayecto por tierras noruegas.
El transbordador nos dejó en Lauvvik, desde donde condujimos hasta Stavanger. En el interior del barco nos encontramos con una pareja de jóvenes suizos que iban a hacer autoestop para ir a Stavanger, y decidimos llevarlos con nosotros.
Fuimos directos hasta el hotel que habíamos reservado, donde se apearon nuestros invitados, y nos instalamos en la habitación. A pesar de la lluvia decidimos acercarnos al centro para comer algo y ver algo de la ciudad.
Afortunadamente la constante lluvia dio paso a chubascos intermitentes, y en esos espacios en los que dejaba de llover salíamos para dar una vuelta.
Stavanger es una ciudad pequeña cuyas principales atracciones turísticas se recorren en poco tiempo. Comenzamos paseando por las calles del centro, todas empedradas y llenas de edificios de madera de colores. Llegamos hasta la torre Valberg, que ya estaba cerrada, y bajamos hasta la catedral, situada junto a un pequeño lago y donde tampoco pudimos entrar.
Fuimos directos hasta el hotel que habíamos reservado, donde se apearon nuestros invitados, y nos instalamos en la habitación. A pesar de la lluvia decidimos acercarnos al centro para comer algo y ver algo de la ciudad.
Afortunadamente la constante lluvia dio paso a chubascos intermitentes, y en esos espacios en los que dejaba de llover salíamos para dar una vuelta.
Stavanger es una ciudad pequeña cuyas principales atracciones turísticas se recorren en poco tiempo. Comenzamos paseando por las calles del centro, todas empedradas y llenas de edificios de madera de colores. Llegamos hasta la torre Valberg, que ya estaba cerrada, y bajamos hasta la catedral, situada junto a un pequeño lago y donde tampoco pudimos entrar.
Después nos acercamos al otro lado del puerto donde se halla la zona antigua, llamada Gamle Stavanger, que se compone de tres calles paralelas, también con suelo adoquinado y con casas de maderas. La diferencia entre ambas zonas es que mientras que el centro está lleno de tiendas y locales comerciales emplazados en casas de distintos colores, en Gamle todos los edificios son de viviendas y están pintados de color blanco. Fue un paseo corto, pero la verdad es que lo disfrutamos mucho, ya que las calles estaban desiertas.
Quizá el mejor hallazgo que hicimos en Stavanger fue la página web del tiempo en Noruega, yr.no, donde se puede consultar el clima por horas en casi cualquier punto del país. Dada la inestabilidad meteorológica que sufrimos no paramos de consultarla, y podemos decir que las predicciones acertaron en gran medida. Así comprobamos que en el Preikestolen predecían lluvia al día siguiente por la tarde, por lo que madrugamos para llegar allí lo antes posible.
Condujimos de vuelta hasta Lauvvik, donde nos subimos a un ferry que nos trasladó hasta Oanes, en la orilla opuesta; desde allí continuamos unos 16 km hasta llegar al aparcamiento del Preikestolen.
Condujimos de vuelta hasta Lauvvik, donde nos subimos a un ferry que nos trasladó hasta Oanes, en la orilla opuesta; desde allí continuamos unos 16 km hasta llegar al aparcamiento del Preikestolen.
Esta excursión es la más conocida de todo el país y la más popular, especialmente entre los extranjeros. Son unos 3,8 kilómetros por trayecto, con un desnivel de poco más de 300 metros. No es especialmente exigente y de hecho, nos encontramos con embarazadas y niños pequeños en el camino.
Tras la caminata se llega a la plataforma que da nombre al lugar y que en español se conoce como el Púlpito: se trata de una gran piedra con forma de podio que sobresale por encima del fiordo, unida a la montaña solamente por un lado. Tiene una caída de 640 metros. El fiordo sobre el que se eleva es el Lysefjord, el mismo que recorrimos con el transbordador desde Lysebotn el día anterior. |
La vista del fiordo desde la plataforma es extraordinaria. Nosotros decidimos seguir trepando por las piedras para contemplar desde más arriba el Preikestolen lleno de gente sobre el fiordo; desde aquí la panorámica nos pareció aún más espectacular. Generalmente la gente se conforma con quedarse en la piedra, pero creemos que merece la pena este último esfuerzo.
Estuvimos un buen rato deleitándonos con la vista y aprovechamos la parada para comer las provisiones que llevábamos. La bajada fue más tranquila aunque la hicimos a buen paso, porque no queríamos que nos sorprendiese la lluvia. Llegando al aparcamiento se puso a llover y fue cuando empezamos a darnos cuenta de que haber descubierto la web del tiempo había sido todo un hallazgo.
Tras la excursión tuvimos un largo trayecto de coche hasta el siguiente alojamiento. La travesía incluyó cruzar un fiordo en ferry y una parada solamente para contemplar las cataratas Låtefossen, una cascada doble que vierte una descomunal cantidad de agua. Está pegada a la carretera, donde han habilitado un pequeño aparcamiento para que los turistas podamos parar a hacernos fotos, aunque como llovía nuestra parada fue más bien corta.
Esa noche dormimos en Tyssedal, situado a unos quince minutos de donde iríamos de excursión al día siguiente: Trolltunga. Esta iba a ser la caminata más exigente de todo el viaje, 22 kilómetros de ruta circular para ver la famosa lengua del trol. Queríamos alojarnos lo más cerca posible para tener tiempo de hacerla tranquilamente, ya que habíamos leído que se podían tardar fácilmente 10 horas en completarla.
A pesar de que madrugamos, cuando llegamos al aparcamiento del Trolltunga vimos que estaba casi completo. Si el Preikestolen es popular entre los extranjeros, el Trolltunga lo es entre los noruegos.
La caminata comienza con una ascensión bastante dura en la que durante algo más de un kilómetro y medio no se paran de subir escaleras de piedra principalmente. A partir de ahí, el resto de la excursión tiene un perfil más suave; se trata de ir haciendo kilómetros hasta recorrer un total de once, que es donde se encuentra la lengua que da nombre a la excursión. Durante el trayecto tuvimos que caminar mucho tiempo sobre barro y sobre nieve, lo que añadió algo de dureza al asunto.
A pesar de que madrugamos, cuando llegamos al aparcamiento del Trolltunga vimos que estaba casi completo. Si el Preikestolen es popular entre los extranjeros, el Trolltunga lo es entre los noruegos.
La caminata comienza con una ascensión bastante dura en la que durante algo más de un kilómetro y medio no se paran de subir escaleras de piedra principalmente. A partir de ahí, el resto de la excursión tiene un perfil más suave; se trata de ir haciendo kilómetros hasta recorrer un total de once, que es donde se encuentra la lengua que da nombre a la excursión. Durante el trayecto tuvimos que caminar mucho tiempo sobre barro y sobre nieve, lo que añadió algo de dureza al asunto.
En esta caminata, además de las T rojas indicando el sendero, había una señal a cada kilómetro indicando tanto los kilómetros que faltaban como los ya recorridos. La señal era de doble cara, y por el lado opuesto se podían ver los números a la inversa.
El paisaje fue muy bonito en todo momento, especialmente cuando se vislumbra un lago que es el que se ve desde la misma lengua.
Cuando por fin vimos la señal que indicaba que habíamos recorrido la totalidad del trayecto de ida (y que por tanto quedaban cero km para nuestro destino) no pudimos creer la panorámica que vimos: montones de gente diseminados por todas partes. Jamás pensamos que una caminata tan exigente como esta pudiera ser tan multitudinaria. Eso supuso que tuviéramos que hacer cola durante casi 45 minutos para pode hacer la famosa foto sobre la lengua.
La vista final es realmente impresionante, y en ese instante se olvida todo el esfuerzo y todo lo que queda de vuelta.
Aprovechamos la parada para comer, ya que durante los primeros once kilómetros solamente habíamos parado para tomar un refrigerio.
Una vez hubimos comido, descansado y hecho las fotos de rigor, emprendimos el camino de vuelta que hicimos sin parar.
Una vez hubimos comido, descansado y hecho las fotos de rigor, emprendimos el camino de vuelta que hicimos sin parar.
En la última parte, la más próxima al aparcamiento, nos dimos alguna que otra culada, ya que seguía todo muy embarrado: si a la ida este tramo simplemente nos había ralentizado la marcha, a la vuelta, con el cansancio y todo, no pudimos evitar escurrirnos.
Cumplimos con el protocolo a rajatabla y tardamos 10 horas justas en volver al aparcamiento. Fue una excursión agotadora pero que realmente mereció la pena. Esa noche dormimos de maravilla.
Cumplimos con el protocolo a rajatabla y tardamos 10 horas justas en volver al aparcamiento. Fue una excursión agotadora pero que realmente mereció la pena. Esa noche dormimos de maravilla.
Al día siguiente pusimos rumbo a Bergen. A las afueras de la ciudad visitamos la iglesia de madera de Fantoft. Diseminadas por todo el país hay numerosas iglesias de madera muy curiosas. Las que se llevan la palma son las que tienen una especie de arquitectura vikinga, y ésta era una de ellas. En esta construcción eclesiástica nos topamos con bastantes grupos multitudinarios: habíamos llegado a la zona invadida por los cruceros. No podíamos creernos la cola que había para entrar a esta pequeña iglesia, así que hicimos un par de fotos y nos marchamos.
Antes de ir a nuestro hotel nos acercamos hasta el funicular Ulriken643. Bergen tiene dos funiculares, uno que sale desde el centro de la ciudad y otro a las afueras. El de Ulriken643 se encuentra a las afueras, así que aprovechamos que estábamos con el coche para visitarlo. Hacía un día de perros, con lluvia y nubes bajas, y cuando llegamos al funicular nos dijeron que la visibilidad desde la cima era casi nula, por lo que desechamos subir. Tendríamos otra oportunidad con el del centro.
Cuando encontramos nuestro hotel, dejamos nuestras pertenencias y nos fuimos a aparcar el coche al aparcamiento de la estación de tren. La cuestión del aparcamiento en Noruega fue un quebradero de cabeza constante. En todas partes es de pago, generalmente por horas, y en algunos sitios el horario es bastante amplio (de 8 a 23 horas), por lo que suele ser mucho más barato (o como mínimo, menos caro), dejarlo en un estacionamiento las 24 horas.
Una vez nos deshicimos del coche hasta el día siguiente, lo primero que hicimos fue ir a comer. Cuando salimos del restaurante había dejado de llover, así que comenzamos la visita a la ciudad. La zona turística de Bergen es también pequeña, y de todas las ciudades en las que estuvimos en Noruega fue la que más nos gustó.
Comenzamos la visita de la ciudad acercándonos a la catedral, a la que no pudimos acceder porque había un funeral y no estaba permitida la entrada a personas ajenas al evento.
Continuamos por la calle Lille Øvregaten, la típica vía adoquinada con casas de madera que tanto nos gusta fotografiar a los turistas. Esta calle pasa por el funicular del centro de Bergen, el Fløibanen. En ese momento había una cola descomunal, así que decidimos posponer la visita, lo cual fue un error porque el clima no nos brindó una segunda oportunidad.
Cuando encontramos nuestro hotel, dejamos nuestras pertenencias y nos fuimos a aparcar el coche al aparcamiento de la estación de tren. La cuestión del aparcamiento en Noruega fue un quebradero de cabeza constante. En todas partes es de pago, generalmente por horas, y en algunos sitios el horario es bastante amplio (de 8 a 23 horas), por lo que suele ser mucho más barato (o como mínimo, menos caro), dejarlo en un estacionamiento las 24 horas.
Una vez nos deshicimos del coche hasta el día siguiente, lo primero que hicimos fue ir a comer. Cuando salimos del restaurante había dejado de llover, así que comenzamos la visita a la ciudad. La zona turística de Bergen es también pequeña, y de todas las ciudades en las que estuvimos en Noruega fue la que más nos gustó.
Comenzamos la visita de la ciudad acercándonos a la catedral, a la que no pudimos acceder porque había un funeral y no estaba permitida la entrada a personas ajenas al evento.
Continuamos por la calle Lille Øvregaten, la típica vía adoquinada con casas de madera que tanto nos gusta fotografiar a los turistas. Esta calle pasa por el funicular del centro de Bergen, el Fløibanen. En ese momento había una cola descomunal, así que decidimos posponer la visita, lo cual fue un error porque el clima no nos brindó una segunda oportunidad.
Llegamos hasta la torre de Rosenkratz, a la que decidimos subir en busca de una panorámica desde las alturas. La vista desde el mirador de la torre no resultó ser especialmente interesante, pero nos permitió ver los transatlánticos atracados en el puerto. Más tarde nos enteramos de que ese día habían llegado nada menos que cuatro, lo que cual según nos dijeron ocurre pocas veces en el verano, ya que generalmente suele haber menos movimiento. Eso explicaba la gran cantidad de turistas que estábamos encontrando en todos los rincones de la ciudad.
A la salida de la torre fuimos hasta Bryggen, sin duda la zona más turística de la ciudad. Bryggen (que en noruego significa muelle) es el barrio antiguo de Bergen y se caracteriza por su hilera de casas de madera de distintos colores que dan al puerto. Las casas están separadas entre sí por unos estrechos callejones llenos de tiendas de artesanía y regalos.
Los callejones estaban imposibles de gente, así que decidimos volver más tarde, cuando algún barco hubiese zarpado y la zona se quedase un poco más despejada.
Decidimos acercarnos al otro lado del muelle, para lo cual pasamos por una zona llena de puestos de comida con mesas que estaban abarrotados. Ahí nos encontramos con una situación cuando menos curiosa: casi todos los camareros eran españoles o italianos; estaban allí haciendo la temporada de verano. Ninguno hablaba una pizca de noruego, ya que su labor era servir a la gente que bajaba de los cruceros. Después de charlar con algunos de ellos, nos dirigimos al otro lado del muelle, desde donde parten los transbordadores de pasajeros. Desde allí estuvimos haciendo unas cuantas fotos a la zona de Bryggen.
Decidimos acercarnos al otro lado del muelle, para lo cual pasamos por una zona llena de puestos de comida con mesas que estaban abarrotados. Ahí nos encontramos con una situación cuando menos curiosa: casi todos los camareros eran españoles o italianos; estaban allí haciendo la temporada de verano. Ninguno hablaba una pizca de noruego, ya que su labor era servir a la gente que bajaba de los cruceros. Después de charlar con algunos de ellos, nos dirigimos al otro lado del muelle, desde donde parten los transbordadores de pasajeros. Desde allí estuvimos haciendo unas cuantas fotos a la zona de Bryggen.
Volvimos al hotel con la idea de hacer algo de tiempo y recoger el trípode, para después regresar primeramente hasta el lado del muelle desde donde parten los ferrys para hacer unas pocas fotos más; y después a la zona de Bryggen, que estaba mucho menos masificada y más tranquila: parecía que los cruceros se estaban marchando.
Aprovechamos para pasear por el barrio histórico con más tranquilidad, hasta que comenzó a llover, momento en el que decidimos volver al hotel para no volver a salir.
A la mañana siguiente amaneció lloviendo, incluso más que el día anterior, por lo que nuestra última oportunidad de subir a un funicular se desvaneció por completo. Así que recogimos el coche, cargamos los bártulos y nos marchamos.
A la mañana siguiente amaneció lloviendo, incluso más que el día anterior, por lo que nuestra última oportunidad de subir a un funicular se desvaneció por completo. Así que recogimos el coche, cargamos los bártulos y nos marchamos.
El siguiente destino de nuestra ruta era Flåm. Esta pequeña población está situada estratégicamente al final del fiordo de Aurland, donde los cruceros pueden atracar en el mismo pueblo.
Es un lugar puramente destinado al turismo. Hay un aparcamiento enorme, diversos tipos de alojamientos, una diminuta estación de tren y una gran cantidad de restaurantes. También cuenta con un centro de información turística, adonde nos acercamos porque queríamos recorrer en barco tanto el fiordo de Aurland como su vecino Nærøy. Allí nos informaron de que la mejor opción era tomar el ferry que recorre ambos fiordos llegando hasta Gudvangen, para desde allí coger un autobús que nos trajese de vuelta hasta Flåm. Y eso es lo que hicimos.
Como teníamos tiempo hasta que zarpara nuestro barco, decidimos acercarnos hasta Stegastein, también conocido como el mirador de Aurland. Se trata de una pequeña plataforma panorámica que han construido en lo alto de una montaña para poder contemplar el fiordo de Aurland. Para llegar allí tuvimos que ir por una carretera con no pocas curvas, pero la vista mereció la pena.
Es un lugar puramente destinado al turismo. Hay un aparcamiento enorme, diversos tipos de alojamientos, una diminuta estación de tren y una gran cantidad de restaurantes. También cuenta con un centro de información turística, adonde nos acercamos porque queríamos recorrer en barco tanto el fiordo de Aurland como su vecino Nærøy. Allí nos informaron de que la mejor opción era tomar el ferry que recorre ambos fiordos llegando hasta Gudvangen, para desde allí coger un autobús que nos trajese de vuelta hasta Flåm. Y eso es lo que hicimos.
Como teníamos tiempo hasta que zarpara nuestro barco, decidimos acercarnos hasta Stegastein, también conocido como el mirador de Aurland. Se trata de una pequeña plataforma panorámica que han construido en lo alto de una montaña para poder contemplar el fiordo de Aurland. Para llegar allí tuvimos que ir por una carretera con no pocas curvas, pero la vista mereció la pena.
De vuelta a Flåm comimos algo y a la hora programada nos subimos al ferry. El barco recorre el fiordo de Aurland hasta su unión con el de Nærøy, navegándolo hasta el final. Tanto este segundo fiordo como el de Geriranger, que visitaríamos días más tarde, han sido declarados patrimonio mundial de la Unesco.
La travesía fue bastante bonita. Vimos unos delfines aunque muy a lo lejos, cascadas por todas partes, pequeñas casas construidas en los lugares más insospechados, siempre rodeados por montañas muy altas.
A nuestra llegada a Gudvangen nos subimos al autobús que estaba esperándonos. Cuando llegaron todos los pasajeros, nos llevaron de vuelta a Flåm, donde recogimos el coche y continuamos el camino.
Nada más salir de Flåm atravesamos el túnel de Lærdal, que con sus 24,5 kilómetros de longitud es el túnel de carretera más largo del mundo. A la salida del túnel, cruzamos en ferry otro fiordo: es lo que tiene la orografía noruega. |
Después hicimos un pequeño desvío en nuestra ruta para acercarnos a ver la iglesia de madera de Borgund. Cuando llegamos ya estaba cerrada, pero pudimos contemplarla por fuera. Ubicada junto a otra iglesia de madera más reciente y rodeada por un pequeño cementerio, ambas iglesias se encuentran en medio del campo ofreciendo una bonita estampa.