Nepal
Abril 2009
Katmandú
A nuestra llegada a Katmandú
aparecieron dos personas, un conductor y una especie de guía, que nos llevaron
hasta el hotel. El guía nos dio nuestro plan para nuestra estancia en Nepal, y
nos ayudó a hacer el check in en el hotel. Después se fue y nos dejó citados
para el día siguiente con quien realmente iba a ser nuestro guía en Katmandú,
un joven que hablaba español. Así que como teníamos el resto del día libre,
cogimos un taxi y nos fuimos al barrio de Thamel. Encontramos una concentración
de tiendas con material de senderismo y escalada por metro cuadrado espectacular.
Esta zona está plagada de callejuelas estrechas llenas de tiendas y de gente por la que no dejan de pasar automóviles, creando una
sensación de bullicio impresionante. O eso creíamos nosotros, porque aquello no
fue nada comparado con lo que nos esperaba en la India.
Paramos para comer nuestra
primera comida autóctona, regada con una cerveza cuyo nombre no podía ser más
original: Everest. Encontramos que la comida nepalí se parece mucho en general
a la comida india.
Después de reponer fuerzas seguimos paseando por la zona, siempre con la precaución de no perdernos, algo que parecía realmente fácil. Así, pudimos observar una pila de occidentales haciendo cola en una casa de cambio de moneda; pilas de casas construidas unas encima de otras sin ningún criterio aparente; varios españoles con camisetas de Televisión Española y publicidad de “Al filo de lo imposible” haciendo la compra en un supermercado; impresionantes conglomerados de cables agarrados a postes de electricidad de manera inverosímil; en fin, unas cuantas estampas que nos resultaron cuando menos curiosas. Al día siguiente bajamos unos minutos antes de la hora convenida al lobby del hotel y ya nos estaba esperando el que iba a ser nuestro guía durante los dos días que permaneceríamos en Katmandú. Nos acompañó al coche, que conducía otra persona, e iniciamos nuestra visita “oficial” a la ciudad. Comenzamos por la impronunciable stupa Swambhunath, más conocida como stupa de los monos, por el simple hecho de que la entrada está plagada de monos pequeños. Tiene 2000 años de antigüedad y es un lugar de peregrinaje tanto para los budistas como para los hindúes. El sitio nos resultó bastante espectacular, suponemos que en parte porque era la primera stupa que veíamos.
Después nos condujeron a la
Hanuman Dokha Durbar Square, una plaza en el centro de Katmandú. Estaba rodeada
de edificios construidos en ladrillo y madera, muchos de ellos con forma
piramidal. Reinaba un caos generalizado, entre los vehículos, los turistas, los
propios nepalíes, las vacas, las palomas y los niños correteando por todas
partes.
Pero era un entorno muy agradable y muy original. Cuando el guía nos explicó las cuatro cosas de rigor, nos dejó a nuestro aire durante un rato. Así pudimos pasear por la zona, donde encontramos un enorme mercadillo de objetos de metal.
Después nos llevaron hasta
Patan, ciudad ubicada en el valle de Katmandú y también llamada Lalitpur. Allí
vimos la Plaza Durbar, también plagada de edificios de madera y ladrillo, y el
Templo de Oro, en el que al parecer hay una escuela de monjes budistas.
Con esta visita finalizaban las excursiones del día, y cuando nos preguntaron dónde queríamos que nos dejaran dijimos que al hotel, así podríamos descansar un rato y quien sabe si echar un sueño. Cuando llegamos a la habitación y estábamos ya en posición horizontal, tuvimos la brillante idea de echar un vistazo a la cámara para ver las fotos del día. Y decimos brillante porque resultó que la pastilla de memoria se había estropeado a mitad del día y no había registrado ninguna foto de Patan. Tal fue la rabia que nos dio, que cambiamos la pastilla, cogimos un taxi y nos volvimos a Patan, para recorrer de nuevo lo que habíamos recorrido solo unas pocas horas antes, y así poder hacer unas cuantas fotos y traernos un recuerdo de la zona. Desde entonces hemos adquirido la costumbre de chequear las fotos que vamos haciendo cada poco rato.
Hemos de decir que tanto para acceder a la plaza Durbar de Patan, como al Templo de Oro, había que pagar. Cuando volvimos por la tarde y les explicamos a los señores de las garitas de cada entrada lo que nos había pasado, nos dejaron entrar sin pagar sin ningún problema. Nunca sabremos si nos habían entendido o si simplemente nos dejaron pasar porque todavía teníamos el susto del momento marcado en nuestras caras.
A la mañana siguiente volvimos a
bajar a la recepción un poco antes de la hora acordada con el guía, y una vez
más, ya estaba esperándonos. Nos dijo que el conductor le había llamado al
teléfono móvil y le había dicho que se le había estropeado el coche, así que él
había llamado a la empresa y nos mandarían un coche lo antes posible. Nosotros,
que ingenuamente considerábamos que veníamos de un país avanzado, nos sentamos
con mucha calma en los sillones del lobby pensando “a saber cuánto tardarán en
enviarnos un coche estos pobres”. Cual fue nuestra sorpresa cuando no
llevábamos ni cinco minutos esperando y apareció otro conductor con otro coche.
Nos quedamos bastante atónitos pensando que esa celeridad no la habríamos
conseguido en nuestro lado del mundo. Así que, con la impresión de que todo
estaba un poco mejor organizado de lo que habíamos previsto en un principio,
pusimos rumbo al primer destino del día, el templo Pashupatinath. Se trata de
uno de los templos sagrados más importantes de la religión hindú, siendo
asimismo lugar de peregrinaje para ellos.
Al templo propiamente dicho solamente pueden acceder los hindúes, pero estuvimos dando una vuelta por la zona. Allí vimos las pilas funerarias donde incineran a los muertos, cuyos restos arrojan al río Bagmati, que pasa por delante, o mejor dicho, a lo poco que quedaba de él. Había mucha gente en la zona del templo, y bastantes vacas y monos por los alrededores, algunos de éstos con no muy buenas pulgas que digamos.
Tras esto, nos subimos al coche
y marchamos a ver la stupa Boudhanath, que con sus 36 metros de altura es una
de las más grandes del mundo. Realmente es un entorno bastante espectacular, ya
que se encuentra en el interior de una plaza redonda, toda ella rodeada de
edificios. Entre los edificios y la stupa hay una avenida que circunvala
completamente la stupa.
Según nos contó el guía, al monasterio que hay junto a esa stupa acuden muchos exiliados del Tíbet, donde reciben ayuda. Tuvimos ocasión de entrar al monasterio donde había unos cuantos monjes rezando. De ahí fuimos a Bhaktapur, ciudad no muy alejada de Katmandú, pero a la que se tarda un rato en llegar, dada la precariedad de las carreteras (por llamarlas de alguna manera).
Bhaktapur es una ciudad medieval, toda ella construida en ladrillo y madera. Los turistas tienen que pagar una pequeña entrada para acceder, y una vez dentro se pasea tranquilamente. La ciudad posee cuatro plazas principales. La primera que
visitamos fue la plaza Datatraya, en la que había una magnífica tienda de te,
con cientos de tipos diferentes, y en la que no pudimos evitar la tentación de
comprar unas cuantas bolsitas.
Después callejeamos un poco
hasta llegar a la plaza Taumadi, que fue la que nos pareció más espectacular.
Tiene un par de edificios realmente espectaculares.
Luego le llegó el turno a la
plaza de la Cerámica, llamada así porque es donde los artesanos que trabajan la
cerámica tienen sus chiringuitos. Se les puede ver trabajando, y toda la plaza
está llena de figuritas tiradas secándose al sol.
La última plaza es la más
importante, y también se llama plaza Durbar, como la de Katmandú y la de Patan.
Es la más grande de todas y es donde se encuentra el Palacio de la ciudad. Ese
día era festivo en la ciudad, y estaba toda llena de gente por todas partes,
pero especialmente la plaza Durbar, ya que había una fila enorme de gente que
iba a darle una ofrenda a alguna deidad en el interior del Palacio. De todas
las visitas que hicimos en Nepal, la ciudad de Bhaktapur fue sin duda la que
más nos gustó.
Cuando terminamos con nuestra visita a Bahktapur, nos llevaron a un mirador desde el que se suponía deberíamos poder ver la cordillera del Himalaya a lo lejos, pero había un montón de nubes bajas y fue completamente imposible.
En ese momento nuestro amigo el guía nos dijo que se habían terminado las visitas organizadas y si queríamos nos llevaban de vuelta al hotel. Les pedimos que nos llevaran mejor de nuevo al barrio Thamel, donde nos despedimos del conductor y del guía, de este último definitivamente pues al día siguiente volvíamos a la India para comenzar nuestro periplo por ese país. Cuando dimos una última vuelta por el curioso barrio, tomamos un taxi para volver al hotel. Salimos a buscar un sitio para cenar por la zona y encontramos uno que tenía buena pinta. Una vez dentro, viendo que los camareros no nos hacían mucho caso, nos sentamos en una mesa vacía directamente. Nos trajeron una carta pero no dijeron ni hola. Cuando estábamos empezando a pensar que aquel era un sitio extraño, encontramos un cartel en inglés que decía que todos los camareros del local eran sordomudos. Nos quedamos realmente impactados. Nos sentimos un poco culpables por haber pensado que eran unos antipáticos que ni se dignaban a saludar. Así que todo lo tuvimos que hacer por señas, y en realidad no fue nada difícil. No tuvimos ningún problema ni siquiera a la hora de pagar, ya que un camarero nos explicó mediante señas que teníamos que coger la nota e ir fuera a pagar a la caja. No sabemos qué hubiera pasado si hubiésemos tenido alguna queja. Pero como no fue el caso, no podemos sino alabar la iniciativa de la persona que tuvo la idea de contratar a esa gente. |