los viajes de juanma y carol
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Suiza


​Julio de 2020
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Preparativos
 
Suiza es un país muy caro. Lo primero que uno encuentra cuando empieza a buscar información para visitar este país son referencias a sus precios desorbitados. Por supuesto, a la par aparecen los comentarios sobre sus paisajes idílicos, sus montañas interminables, sus frondosos valles, sus caudalosos ríos y prístinos embalses, sus miles de kilómetros de túneles o los bellos centros históricos de sus ciudades y pueblos. Si hay algo de lo que hay que mentalizarse bien es que, para visitar este pequeño país, hace falta tener un límite muy alto en la tarjeta de crédito. Eso, o ajustar muy bien el número de días que se vayan a emplear en recorrer el país.
Nosotros decidimos que serían doce los días que pasaríamos en tierras helvéticas, por lo que adecuamos la ruta a ese número. No dispondríamos de tiempo suficiente para recorrer todo el país, por lo que decidimos prescindir del cantón italiano y concentrarnos en la zona franco-alemana.
Otro aspecto que teníamos claro era que queríamos hacer alguna caminata por los Alpes. Para ello reservamos cuatro días, que dedicaríamos exclusivamente para realizar cuatro excursiones en dos emplazamientos distintos. 
El resto del itinerario lo iríamos confeccionando sobre la marcha, según las inclemencias meteorológicas que nos fuésemos encontrando a nuestro paso. 
Decidimos desplazarnos hasta Suiza con nuestro propio coche, por lo que tuvimos que añadirle un día y medio a nuestro recorrido, tanto a la ida como a la vuelta. 
Al no tener que comprar billetes de avión ni reservar coche de alquiler, hicimos solamente dos preparativos previos a nuestra salida: reservamos hotel en Ginebra para el día de llegada y compramos online la Swiss Half Care Card, una tarjeta que permite a su titular obtener descuentos de hasta el 50 % en el precio del billete en todos los medios de transporte (tren, funicular, tren cremallera, góndola…); fue el dinero mejor invertido de todo el viaje.
A pesar de las reducidas dimensiones del país, al final condujimos mil trescientos kilómetros por Suiza.
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Ginebra
 
Cuando se atraviesa por vía terrestre la frontera de Suiza, es obligatorio adquirir una viñeta para poder circular por las carreteras del país. El lado positivo es que, a pesar de la ingente cantidad de túneles que hay por doquier, no se paga ningún peaje.
El coche es un medio de transporte muy cómodo, pues ofrece una gran libertad de movimientos y horarios. El gran problema en Suiza es el aparcamiento. El estacionamiento está regulado en todo el país, y, o bien es de pago, o está limitado a un tiempo determinado. En muchos lugares estas normas rigen incluso las veinticuatro horas del día. 

Llegamos a Ginebra a primera hora de la tarde, así que disponíamos de tiempo para recorrer la ciudad. Una vez hubimos dejado nuestras cosas en el hotel y conseguido deshacernos del coche, salimos a caminar. Lo primero que hicimos fue acercarnos a la zona de las Naciones Unidas. En la Place des Nationscontemplamos la Broken Chair, una monumental escultura de una silla con una pata rota, que simboliza el rechazo a las minas antipersona. Justo enfrente se halla la entrada al palacio de las Naciones, precedido por una bonita sucesión de banderas de los Estados miembros.
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En el parque que rodea este edificio encontramos el museo Ariana, un elegante edificio que alberga una exposición de cerámica y cristal y que, para nuestra sorpresa, estaba abierto ¡y era gratuito! Aprovechamos la ocasión y recorrimos la planta baja, donde contemplamos algunas piezas sorprendentes.
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Desde ahí emprendimos la marcha hacia el centro de la ciudad. Valoramos utilizar algún medio de transporte público, pero como habíamos pasado muchas horas sentados en el coche conduciendo hasta Suiza, optamos por caminar.
Recorrimos la bulliciosa Rue de Lausanne, plagada de tiendas y restaurantes a ambos lados, hasta llegar a la Rue du Mont Blanc, que desembocaba en el puente del mismo nombre. Desde ese puente se tiene una vista magnífica del lago Leman. 
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Contábamos con contemplar el jet d’Eau, el famoso chorro del lago, pero no estaba encendido, así que nos contentamos con acercarnos dando un paseo hasta la plataforma donde está situado. No encontramos ningún cartel explicando por qué no estaba en funcionamiento.
Después regresamos hasta el jardín inglés, donde contemplamos el reloj florido, y desde allí nos internamos en el centro histórico. 
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La Vieille-Ville, como se la conoce, es pequeña y no especialmente interesante. Está ubicada sobre una pequeña colina, en cuya cima se encuentra la catedral, ya cerrada a esas horas. Sí pudimos acceder al patio central del ayuntamiento, donde encontramos una rampa en espiral muy original, por la que ascendimos tres pisos.
Bajamos hasta el monumento de la Reforma, un muro decorado con las efigies de los cuatro principales artífices de la Reforma, y situado en un agradable parque.
Terminamos la tarde degustando sendos cócteles en Le Verre à Monique.
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Zermatt
 
A la mañana siguiente madrugamos un poco y pusimos rumbo a Zermatt. De camino a nuestro destino tuvimos que bordear el lago Leman, donde gozamos de bonitas estampas de colinas plagadas de viñedos dispuestos en terrazas, todos orientados al lago. Después nos adentramos en la montaña y el paisaje cambió completamente.
En Zermatt solamente están permitidos los vehículos eléctricos, por lo que tuvimos que aparcar el coche en la estación de tren de Täsch y tomar el tren que une ambas localidades.
Esa mañana habíamos salido del hotel en Ginebra con la ropa de montaña puesta, así que, en cuanto llegamos a Zermatt, dejamos nuestras pertenencias en el hotel y nos dispusimos a hacer la primera gran caminata del viaje: la ruta de los cinco lagos. 
Tanto en Zermatt como en la cordillera montañosa que la rodea, la estrella es sin duda el monte Cervino. Aunque sus 4 478 metros de altitud no lo convierten en el más alto de la zona, la característica figura triangular terminada en punta del Matterhorn (como lo denominan allí) es el emblema de Suiza.
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Para llegar al punto de inicio nos montamos en un funicular que nos subió hasta Sunnegga, donde hicimos trasbordo a una góndola para ascender hasta Blauherd. La ruta comenzaba aquí, e iba pasando junto a cinco lagos hasta regresar a Sunnegga, desde donde retornaríamos hasta Zermatt. En total eran algo más de diez kilómetros, mayormente de bajada.
Nada más comenzar a caminar nos topamos con una espectacular vista del Cervino. Sería la norma: toda la ruta discurre de cara a la famosa montaña, por lo que lo tendríamos siempre a la vista.
Al no tratarse de una ruta especialmente difícil, es la más popular en la zona, por lo que nos encontramos con bastante gente en todo momento.
El primer lago, Stellisee, es el más grande; por la ubicación, fue el que más nos gustó. Desde un poco más arriba se podía disfrutar de una maravillosa panorámica del conjunto.
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El segundo, Grindjisee, ofrecía una bonita estampa del Cervino, ya que quedaba enclavado entre árboles.
En el tercero, Grünsee, vimos a unos cuantos valientes bañándose: no hay que olvidar que algunos de estos lagos se forman de aguas de los glaciares. 
Los dos últimos fueron los menos reseñables. La ruta fue muy agradable y razonablemente fácil por ser bajada, si bien los caminos contaban con muchas piedras y tuvimos que estar bastante atentos.
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De vuelta en Zermatt (y tras una ducha reponedora), salimos a dar un paseo. Si bien desde casi cualquier parte de la población se puede contemplar el Cervino, nosotros subimos a una zona desde donde la vista era muy bonita, pues se veía la ciudad en primer plano y la montaña detrás.
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El día siguiente fue un poco más duro. Compramos un billete combinado llamado Peak to Peak (reducido al 50 % con nuestra tarjeta maravillosa) que nos permitiría subir hasta dos de los puntos más altos del lugar.
Comenzamos por el Matterhorn Glacier Paradise, a 3 883 metros de altitud. Fue el único lugar en todo nuestro recorrido por Suiza donde pasamos algo de frío.
Para llegar hasta allí, primero tuvimos que subir hasta Trockener Steg en teleférico (salvando un desnivel de casi 1 300 metros), y allí cambiar a una góndola grande y moderna que nos llevó a la cima. Este segundo tramo se hace completamente sobre la lengua de un glaciar.
En el Glacier Paradise se pueden hacer varias cosas; entre ellas, disfrutar de las pistas de esquí de verano o contratar una excursión para caminar por el glaciar. Si no se hace ninguna de estas actividades, las posibilidades se reducen: hay una cafetería, un mirador desde donde se obtiene una espectacular vista de 360 º del entorno y una zona excavada bajo el glaciar con túneles y figuras esculpidas en hielo. Nosotros visitamos estas dos últimas.
La vista desde la terraza panorámica es muy bonita: abarca una gran cantidad de montañas por todas partes; los túneles que albergan las figuras de hielo es la parte favorita de las familias con niños.
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Regresamos a la góndola para llegar de nuevo hasta Trockener Steg, desde donde comenzamos la primera ruta del día: el Matterhorn glacier trail. Este sendero, de casi siete kilómetros de longitud, discurre por dos glaciares extintos que estaban a los pies del Cervino. Al igual que la ruta del día anterior, aunque era principalmente de bajada, el camino estaba lleno de grava y piedras, por lo que había que prestar atención.
La primera mitad del itinerario se va acercando hacia el Cervino, llegando hasta casi la base del mismo. Por el camino se van dejando pequeños lagos a los lados y algún que otro nevero.
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Una vez en la base de la montaña, el sendero se va alejando hasta alcanzar el siguiente valle: las vistas desde ese punto son increíbles, porque, aunque ya no se ve el Cervino, se contempla una panorámica espectacular del otro lado del valle, con la vista de Zermatt al fondo. 
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Desde ahí, una bajada (en algunos puntos casi temeraria) lleva directamente hasta la estación de Schwarzsee, donde finaliza la ruta.

​En Schwarzsee bajamos en teleférico hasta Furi y allí cambiamos a otro teleférico que nos subió hasta Riffelberg. Desde allí iniciamos la caminata vespertina hasta la estación de tren de Rotenboden, pasando por el lago Riffelsee. Todo el tramo era de subida, pero de apenas algo más de tres kilómetros.
El punto más destacado de esta caminata es el lago, desde donde se disfruta de una bucólica vista de la sempiterna montaña. Como a esas alturas del día ya llevábamos muchas horas de ruta acumuladas, decidimos descalzarnos y poner los pies un rato en remojo.
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Antes de dar por finalizado el día subimos hasta Rotenboden, y allí esperamos el tren cremallera que nos condujo hasta Gornergrat, a 3 089 metros de altitud. Desde el mirador que hay junto a la estación de tren se puede ver una gran cordillera de picos por encima de los cuatro mil metros, cuyos glaciares desembocan en el glaciar Gornergletscher, el principal del Monte Rosa, que, con sus 4 634 metros de altitud, es el pico más alto de Suiza.
En Gornergrat se puede dar una pequeña vuelta para contemplar el lugar y disfrutar un poco más de la vista. Desde allí regresamos a Zermatt en un tren cremallera. Fue un día exigente, pero muy ameno y divertido.
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Interlaken y alrededores
 
Al día siguiente regresamos a Täsch, donde recuperamos nuestro coche y continuamos camino hasta Kandersteg. Para ello tuvimos que emplear un medio de transporte que no conocíamos: el tren de coches. Para atravesar la zona montañosa que separa los Alpes peninos de los Alpes berneses, la única infraestructura existente es un túnel para el transporte de vehículos por ferrocarril. Funciona como un ferry, pero con vagones. En este caso, la locomotora remolca una serie de vagones unidos ente sí, en los que se van colocando los coches en fila. Obviamente, los viajeros no pueden salir de sus vehículos.
Tras 15 minutos de trayecto a oscuras, al otro lado del túnel nos esperaba Kandersteg. Esa mañana íbamos a visitar el lago Oeschinensee. Este lago se encuentra en medio de las montañas, 400 metros por encima de Kandersteg. Para llegar a él se puede ir en teleférico o caminando. Nosotros optamos por la segunda opción.
El inicio de la caminata fue bastante agradable, por una pista rodeada de árboles con poca pendiente. Pero de repente, justo al abandonar el sendero de arena, la cosa comenzó a empinarse de lo lindo: salvamos los 400 metros de desnivel en una corta subida.
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El lago está encajonado en una zona muy bonita, rodeada de montañas. Lo bordeamos un rato hasta llegar a una especie de playa, donde había gente bañándose. Allí encontramos unos bancos, donde nos sentamos a descansar y aprovechamos para comer. Nos arrepentimos profundamente de no haber llevado los bañadores: algo que comprobamos por todo el país fue lo aficionados que son los helvéticos a bañarse en sus lagos, por fríos que puedan estar.
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El regreso al coche decidimos hacerlo por otro camino, confiando en que tendría una pendiente menos abrupta. No fue el caso: nos tocó bajar despacio, haciendo fuerza para no resbalar.
Por la tarde condujimos hasta el lago Thunsee. Nuestra primera parada junto al lago fue en Spiez, una tranquila población que no nos pareció especialmente interesante. Tiene una especie de castillo ubicado al pie del lago, rodeado por unos cuanto viñedos, y poco más.
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La siguiente parada fue en Thun, una población que posee un centro histórico muy original y bonito. El río Aar, que atraviesa el centro, cuenta con un brazo cerrado por una esclusa, que hace las delicias de los surfistas (algo que también veríamos en Lucerna más adelante). La esclusa se puede atravesar a pie por un bonito puente de madera cubierto, adornado de flores. Este brazo da lugar a una pequeña isla en pleno centro, que es poco más que una calle con numerosos puentes a ambos lados.
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La plaza del ayuntamiento está llena de edificios porticados y es muy agradable. Desde allí parte la arteria principal del centro, llena de tiendas y restaurantes. En ella encontramos unas escaleras cubiertas que ascienden a la parte alta del centro de Thun, donde se ubica el castillo. Aunque ya estaba cerrado cuando llegamos, pudimos atravesar su patio y salir por el lado opuesto.
Terminamos la visita paseando por la vereda del río y contemplando los edificios que recibían la apacible luz del atardecer.
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Nos fuimos a dormir a Wilderswil, localidad muy cercana a Interlaken, en la que pernoctaríamos las tres siguientes noches. 
Desde Wilderswil parte el tren cremallera que nos subiría hasta Schynige Platte. Allí hicimos una caminata de algo más de seis kilómetros llamada Loucherhorn Panorama Trail. Esta ruta recorre un altiplano que ofrece unas deslumbrantes vistas panorámicas en todo momento, con un par de miradores estratégicos a lo largo del recorrido. El primero al que se llega es el de Daube. Desde allí se contempla perfectamente la ciudad de Interlaken, así como los dos lagos que la rodean, el Thunersee y el Brienzersee.
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Tras dejar atrás este mirador, se camina por una pequeña cresta, con unas vistas sobrecogedoras: a un lado Interlaken y sus dos lagos; al otro, la cordillera de cuatromiles, entre los que destacan el Jungfrau, el Mönch y el Eiger. Desafortunadamente estos tres picos estuvieron bastante cubiertos toda la mañana (aunque al día siguiente tendríamos más suerte).
El siguiente mirador es un risco llamado Oberberghorn. Para acceder a él hay que subir unas escaleras que han puesto especialmente a tal efecto. Desde arriba la vista es de 360 grados.
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La ruta continúa por la cresta hasta un determinado punto, en el que cambia de rumbo para iniciar el camino de vuelta a la estación de tren de Schynige Platte. En esa parte encontramos alguna granja dispersa y bastantes vacas pastando plácidamente.
Regresamos a Wilderswil en el tren cremallera y desde allí tomamos otro tren que nos llevó hasta Interlaken. Desde la estación de tren caminamos un poco hasta llegar al funicular de Harder Kulm. Este funicular, de considerable desnivel, nos subió al mirador del mismo nombre. 
Desde Harder Kulm se disfruta de una gran vista de Interlaken y sus alrededores. De hecho, al estar en el lado opuesto de Interlaken al que habíamos estado por la mañana, se vislumbra todo el altiplano de Schynige Platte con la cordillera de cuatromiles a su espalda (aunque las nubes continuaban agarradas a las montañas).
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En lo alto de Halder Kulm hicimos una caminata circular entre grandes árboles. Aunque no había ningún mirador ni punto panorámico, fue razonablemente agradable.
Regresamos a Interlaken en el funicular y dimos una vuelta por su calle principal, llegando hasta Unterseen. Ambas comunas están separadas por un caudaloso río. En Unterseen se pueden ver diferentes edificios antiguos y una plaza peatonal.
Al día siguiente hicimos nuestra última caminata de alta montaña. Para ello condujimos hasta Lauterbrunnen, dejamos el coche en un descomunal aparcamiento y tomamos un tren cremallera que nos subió hasta Wengen. Allí nos subimos a una góndola que nos llevó a Männlichen, donde iniciamos la ruta. Pensábamos hacer tres rutas en una: una primera, bastante llana, de Männlichen a Kleine Scheidegg; desde allí salvaríamos una buena subida hasta Eigergletscher por el Eiger Walk; y finalizaríamos con un interminable descenso hasta Alpiglen por el Eiger Trail. En total, algo más de doce kilómetros.
La primera parte fue muy fácil y agradable. Nada más salir de la estación de Männlichen, gozamos de una primera vista magnífica de la cordillera de cuatromiles que habíamos visto el día anterior desde Schynige Platte (esta vez sin nubes). Frente a nosotros se alzaba un promontorio: la ruta consistía en bordear dicho promontorio para obtener un primer plano formidable de las tres montañas más majestuosas: Eiger, Mönch y Jungfrau.
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Una vez llegamos a la estación de Kleine Scheidegg, recorrimos el llamado Eiger Walk. Se trata de un sendero que asciende sin descanso hasta la estación de Eigergletscher, hasta llegar casi hasta la base de la lengua del glaciar. Es un recorrido impresionante, pues a lo largo de él hay una vista increíble de los picos y sus glaciares.
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El último tramo, conocido como Eiger Trail es, como hemos comentado, una interminable bajada hasta la estación de Alpiglen. En este tramo dejamos atrás la vista de las montañas y sus glaciares, que fueron sustituidas por el hermoso valle de Grindelwald, con sus praderas y sus bosques.
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Fue una ruta muy bonita y, aunque no fue demasiado dura, cuando llegamos a la estación de Alpiglen agradecimos que el tren tardase un poco en llegar para sentarnos un rato.
Regresamos en tren a Lauterbrunnen, dejamos las mochilas en el coche y dimos un paseo por el pueblo. Se dice que Lauterbrunnen cuenta con setenta y dos cascadas, pero nosotros solamente vimos unas cuantas; entre ellas, la de Staubbach, una de las más espectaculares, no tanto por la cantidad de agua, como por la gran caída que tiene.
Ese día le dijimos adiós a las caminatas por los Alpes. A partir de ese punto el viaje se tornaría un poco más urbanita y cultural.
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CONTINUACIÓN DE NUESTRO VIAJE POR SUIZA