los viajes de juanma y carol
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Francia
Mayo de 2015​

​Mónaco y Niza
 
Nuestra primera incursión en la Côte d’Azur (o Costa Azul para los hispanohablantes) fue gracias a una escapada de tres días. Volamos a Niza, donde alquilamos un coche, y lo primero que hicimos fue acercarnos hasta el Principado de Mónaco. Hay una autopista que une ambas ciudades, pero nosotros decidimos ir por la carretera de la costa para distraernos un poco con los paisajes.
A nuestra llegada a Mónaco buscamos un aparcamiento donde dejar el coche para no tener que preocuparnos de cambiar el tique del estacionamiento por horas. El entramado de vías en Mónaco es un lío increíble. Está todo lleno de calles prohibidas, túneles y demás menesteres, que hacen que conducir por sus calles sin conocerlas o tener un mapa sea bastante difícil. Por pura casualidad encontramos el aparcamiento de Square Gastaud, que resultó estar en el mismo centro.
Encontramos una oficina de turismo y pedimos un mapa para poder ubicarnos, aunque orientarse es muy fácil: a un lado está el mar y al otro la montaña.
Comenzamos subiendo la colina hasta llegar al palacio de los príncipes de Mónaco, lugar donde reside la familia real. Llegamos justamente a la hora en la que se celebraba el cambio de la guardia, así que nos quedamos a verlo. Nunca hemos entendido cómo este tipo de actividades suscita tanto interés entre los turistas (en nuestra opinión suelen ser más bien sosos), pero ahí estábamos nosotros en medio de una multitud tratando de ver algo.
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Cuando finalizó la representación estuvimos paseando por las callejuelas del Mónaco antiguo. Entramos en la catedral, donde vimos la tumba de Grace Kelly, y luego nos acercamos a la rue des Remparts, desde donde se obtiene una magnífica vista del puerto deportivo, conocido como La Condamine.
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Mónaco va indisolublemente unida (entre otras cosas) al Gran Premio de Fórmula 1. Nuestra visita fue a primeros de mayo, y dada la cercanía del evento deportivo, ya estaban colocadas casi todas las instalaciones necesarias. Así, desde el mirador de la rue des Remparts pudimos ver muy bien la zona de boxes y las gradas. Bajamos la colina hasta llegar precisamente a las calles donde se celebra la carrera, atravesando esa zona camino del casino.
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Los cruceros que surcan esta parte del Mediterráneo ya habían atracado y descargado a los turistas, así que por algunas calles con estrechas aceras era difícil desplazarse.
El principado entero está lleno de glamour, pero la plaza del casino se lleva la palma. Es habitual ver algún que otro Ferrari aparcado en la puerta del propio casino o del Hotel de París, justo al lado.
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Cuando habíamos dado una vuelta por allí comenzó a llover un poco. Valoramos la posibilidad de entrar en un café y tomar algo, pero como no queríamos quedarnos sin presupuesto la primera mañana, decidimos volver a por el coche. Al fin y al cabo, no teníamos intención de alargar mucho más nuestra visita a Mónaco.
Al llegar al aparcamiento se nos ocurrió una idea que seguramente no fue muy original, pero decidimos ponerla en práctica: recorrer con el coche las calles por las que discurre el circuito de Fórmula 1. Así que eso hicimos. Después de equivocarnos un par de veces, conseguimos dar una vuelta entera, la cual inmortalizamos en el siguiente vídeo.
Somos grandes amantes de la gastronomía francesa y no concebimos visitar el país vecino sin programar de antemano una comida o cena en algún restaurante. En esta ocasión, de entre los lugares que encontramos por la zona, elegimos uno galardonado con una estrella Michelín llamado Les Bacchanales, situado en la localidad de Vence. Como Vence era uno de los pueblos que queríamos visitar por los alrededores de Niza, decidimos reservar el alojamiento allí mismo para poder degustar algún vino sin tener que conducir después.
De camino a Vence paramos en el pueblo medieval de Éze. Dado que este pequeño municipio es todo peatonal, dejamos el coche en el aparcamiento a la entrada del pueblo y recorrimos a pie sus empinadas callejuelas. La niebla se cernía sobre el pueblo, lo que le daba un ambiente un tanto fantasmagórico. Nos pareció que estaba muy bien conservado; además, encontramos varios alojamientos y restaurantes de postín. Allí aprovechamos para picar algo, pues queríamos llegar con hambre a la cena.
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Como el tiempo seguía sin acompañar demasiado, volvimos al coche y condujimos hasta Vence. Fuimos directamente al alojamiento que habíamos reservado, el Hotel Villa Roseraie, que ocupa una mansión muy agradable.
Dejamos el coche y el equipaje y salimos a pasear por el pueblo. El centro histórico es también peatonal y tiene una disposición circular muy curiosa. A esas horas de la tarde estaba prácticamente vacío, lo que le dio un encanto especial a nuestro recorrido, especialmente después de haber sufrido la multitud en Mónaco.
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Una de las principales atracciones de Vence es la Chapelle du Rosaire, que fue decorada por Matisse. Parece que se puede visitar, pero cuando nos acercamos nosotros estaba cerrada a cal y canto.
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La cena en el restaurante no estuvo mal, pero sin duda por debajo de nuestras expectativas. Cenamos bien; el servicio, con eso de que nuestro nivel de francés es un poco limitado, fue muy amable, pero cuando vamos a ese tipo de restaurantes esperamos algo más.
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A la mañana siguiente comenzamos visitando el vecino pueblo de St.-Paul-de-Vence. Nuevamente tuvimos que aparcar el coche en un aparcamiento a la entrada del pueblo, pues St. Paul también es peatonal. Esta localidad es famosa por sus tiendas de arte y artesanía, además de porque por sus murallas han pasado toda una pléyade de artistas como Léger, Braque, Picasso o Modigliani, entre otros.
Las tiendas de arte son bastante variopintas; algunas un tanto clásicas, otras modernas hasta la médula. Hay para todos los gustos.
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Recorrimos hasta el final la calle principal que atraviesa todo el pueblo, la rue Grande. Al otro lado del pueblo se halla el cementerio, donde está enterrado Marc Chagall. No tuvimos que hacer mucho esfuerzo para encontrar su tumba: vimos un concurrido grupo de japoneses haciendo fotos de todo tipo sobre un sepulcro y supusimos que sería ese. Como era de esperar, acertamos.
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Conforme iba pasando el tiempo se empezó a llenar el pueblo, con el consiguiente incomodo para pasear por él pues sus calles son realmente estrechas. Llegamos hasta la plaza de la iglesia y después recorrimos un poco sus murallas. Salimos por la misma puerta por la que habíamos entrado y nos acercamos a la Fondation Maeght, un curioso museo cercano. Con obras de conocidos artistas diseminadas por el edificio y los jardines, alberga también una exposición temporal.
Volvimos al coche y decidimos visitar un último pueblo antes de partir para Niza. Le tocó el turno a Haut-de-Cagnes. En este pequeño pueblo ubicado en lo alto de una colina nuevamente tuvimos que dejar el coche en un aparcamiento para recorrer sus calles a pie. 
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Quizá fue el menos interesante de las localidades que visitamos, aunque como había salido el sol, comimos en la terraza de un restaurante situado en la plaza principal y resultó muy agradable.
El monumento más importante de Haut-de-Cagnes es el antiguo Château Grimaldi. Dudamos si visitar o no su interior, pero teníamos tantas ganas de llegar a Niza que decidimos dejarlo para otra ocasión.
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Lo primero que hicimos a nuestra llegada a Niza fue ir al hotel para dejar el equipaje. Una vez hechos los trámites, iniciamos una larga caminata para recorrer todo lo que pudiéramos de la ciudad.
Comenzamos nuestro itinerario por el puerto, el cual nos pareció relativamente pequeño para la afluencia de yates que le presuponíamos. Vimos también algún ferry de línea atracado.
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Bordeamos la colina del castillo y subimos por las escaleras hasta lo alto de la misma para llegar a la torre Belanda. Desde arriba disfrutamos de una magnífica panorámica de la playa y de la ciudad.
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​Dimos un paseo por la colina antes de emprender la bajada, visitando a nuestro paso el cementerio que allí se encuentra. En cuanto comenzamos la bajada nos encontramos con la vieja Niza: calles estrechas con edificios de vivos colores (donde predominan el rojo y el amarillo) con ventanas o balcones, todos ellos con contraventanas (generalmente de color verde o azul). No tardamos demasiado tiempo en darnos cuenta de que Niza nos iba a gustar.
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Llegamos hasta la plaza Garibaldi y volvimos a adentrarnos en las callejuelas. Encontramos la heladería Fenocchio, la más famosa de la ciudad, donde degustamos unos cuantos sabores de los muchos que ofrecían.
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Recorrimos la animada rue Alexandre Mari, plagada de restaurantes (principalmente de marisco) con mesas en la calle, para llegar hasta la Place Masséna. Esta plaza forma parte de un enorme bulevar llamado Promenade du Paillon, que cuenta con una gran zona ajardinada en el centro y es un lugar magnífico para pasear sin rumbo y sin prisa.
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De ahí fuimos hasta la playa y recorrimos la famosa Promenade des Anglais y el Quai des Etats-Unis. Se trata de un enorme paseo marítimo lleno de sillas azules en las que sentarse a descansar, tomar el sol (a esas horas ya poco) u observar a la gente.
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Volvimos a la ciudad vieja pasando por el Cours Saleya y la Rue des Ponchettes. Nos internamos entre las callejuelas, primero para tomar algo en un local muy animado llamado Distilleries Ideales, y después para cenar. Encontramos un restaurante que ofrecía cocina ítalo-francesa llamado Carpe Diem que nos pareció que tenía buena pinta y nos decidimos por él. Afortunadamente, nuestro olfato no nos falló. Tras la cena repetimos en la heladería.
Nuestro último día en Niza lo iniciamos yendo hasta el museo Matisse, el cual nos resultó un tanto decepcionante. Parece como si las mejores obras del artista estuviesen repartidas por diferentes museos de todo el mundo y aquí solamente hubieran recopilado algunas obras y objetos personales para montar un museo.
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Una vez de vuelta al centro repetimos nuestros paseos de la tarde anterior: la Promenade du Paillon y las callejuelas del centro. Encontramos un diminuto restaurante llamado Le Petit Lascaris, ubicado junto al palacio del mismo nombre, donde disfrutamos de una comida típicamente francesa en un ambiente típicamente francés. Antes de partir hacia el aeropuerto hicimos una última visita a la siempre concurrida heladería Fenocchio: fue un punto y final muy agradable.
Niza nos encantó y nos pareció una magnífica ciudad para pasear y pasar un fin de semana epicúreo.