India
Abril 2009
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No somos muy amantes de los viajes organizados en grupo. En realidad no lo somos en absoluto. Nos encanta ser los dueños de nuestros propios viajes. Así que cuando decidimos llevar a cabo nuestra primera incursión en la India, lo único que teníamos claro era que no contrataríamos ningún viaje en grupo. Eso, y que iríamos a ver el Taj Mahal. Nos pusimos manos a la obra, leyendo foros y buscando los sitios más habituales para visitar. Poco a poco fuimos decidiendo un itinerario. Luego decidimos, ya que andábamos por ahí, dar un pequeño salto hasta Nepal, al menos para visitar su capital, Katmandú. Más tarde encontramos varias agencias de viajes en Nueva Delhi que ofrecían paquetes turísticos y que prestaban servicios tales como compra de billetes de avión internos y de tren, contratación de coche con chófer, reserva de hoteles… Así que nos pusimos en contacto con algunas para que nos ayudaran en nuestro proyecto, y enseguida hubo uno que nos gustó. Nos ofrecieron una ruta bastante típica, toda organizada. No era lo que queríamos, pero para que negarlo, era una ruta de 14 días muy completa, muy bien de precio, y para nosotros dos solos. Así que, en contra de nuestra costumbre, decidimos contratarla. Era un viaje muy típico, pero la primera vez que se visita un sitio, al final siempre se termina yendo a los lugares más famosos. Ellos nos recogerían en el aeropuerto de Nueva Delhi, y catorce días más tarde nos devolverían al mismo aeropuerto para nuestra vuelta. Nosotros sólo teníamos que encargarnos de comprar los billetes hasta allí, que ellos se encargarían del resto. Así que compramos los billetes de avión con Air France (vía París), les enviamos el 40% del presupuesto que nos dieron y cruzamos los dedos para que fuera una empresa seria y todo saliera bien. Y vaya si salió bien. Pero vayamos poco a poco. Llegada a Nueva Delhi
Al aterrizar en Nueva Delhi se suponía que debía estar alguien con un cartel con nuestro nombre esperando. Había miles de personas con carteles esperando y nos volvimos locos buscando sin encontrar nada. Justo cuando los primeros reproches iban a aflorar (del estilo “ya te dije yo que estos no eran de fiar”…) encontramos a un señor sujetando el cartel con nuestro nombre. Al menos el primer asalto estaba solventado (“ya veras, al menos hasta que les paguemos el 60% que falta”…). El buen hombre nos llevó al coche, que no era otro que el típico Ambassador que habíamos leído que nos íbamos a encontrar por todas partes (como así fue), y nos entregó una carpeta con todo el itinerario más o menos detallado y algunos vouchers que necesitaríamos durante nuestro viaje. Nos condujo al hotel, y como era ya de noche, no pudimos comprobar el caos que se suponía había en las calles de las ciudades de la India. Nos dejó en el hotel y se despidió de nosotros hasta el día siguiente a la hora convenida. Para entrar al hotel había que pasar por un arco de seguridad, que tenía toda la pinta del mundo de no funcionar. Una vez hicimos el check in, nos fuimos directos a dormir. A la mañana siguiente nos armamos de valor y desayunamos un poco de comida india. Como era de esperar era un tanto picante, lo cual vino muy bien para terminar de despertarnos. Ya en el propio buffet del desayuno comprobamos algo que también fue una constante en nuestro viaje: a los indios les encanta pegar la hebra. Teníamos en la mesa de al lado una pareja de nativos ya entrados en años que iniciaron la conversación de una manera sutil: nos preguntaron qué querían decir unas letras que llevábamos serigrafiadas en la camiseta, y que estaban en español. Antes de volver a levantarnos a rellenar los vasos del zumo ya nos estaban contando que vivían desde hacía mucho tiempo en Londres, que volvían a la India todos los años a ver a la familia… Resulta curioso la facilidad que tiene cierta gente para pasar de un tema a otro. Cuando salimos a la calle con nuestras mochilas ya estaba el conductor esperando. Debía llevarnos al aeropuerto porque teníamos que tomar el vuelo a Katmandú, ya que nuestra visita comenzaba por allí. Nos dijo que por el camino pararíamos en la agencia para abonar el resto del dinero que nos faltaba. Cuando llegamos no nos los podíamos creer. Era un sitio cutre, con dos mesas, sin aire acondicionado, con un solo ordenador. El típico sitio que en las películas volverías al día siguiente y te encontrarías una tienda de ropa, preguntarías por la agencia de viajes y te dirían eso de “¿agencia de viajes?, aquí siempre ha habido una tienda de ropa”. Como ya no había marcha atrás, sacamos el fajo de billetes de euro (el hombre nos advirtió que si pagábamos con tarjeta nos cobraría un recargo del 5%, aunque a cambio nos ofreció que pagáramos en euros para no perder dinero en el cambio) y temblando se lo entregamos. Mientras contaba los billetes nos regaló una gorra a cada uno, suponemos que para dejar constancia de que habían existido. Cuando terminó, nos preguntó si teníamos alguna duda. Le preguntamos acerca de algunas cosas que habíamos visto en la carpeta que nos dio el conductor el día anterior, o más bien que no habíamos visto, tales como billetes de tren que debíamos coger y cosas por el estilo. Nos tranquilizó (o al menos lo intentó) diciendo que lo que faltaba nos lo irían dando los guías sobre la marcha. Así que, no muy confiados por la pinta de todo el asunto, nos fuimos al aeropuerto y tomamos nuestro avión a Katmandú. |