Uzbekistán
Marzo 2016
Preparativos
En una ocasión, leyendo blogs y webs de viajes de apasionados trotamundos como nosotros, descubrimos la belleza de los monumentos de Uzbekistán y decidimos que era un país que debía entrar en nuestra abultada lista de destinos pendientes. Aunque pueda sonar remoto y extraño, casi todo el mundo ha oído hablar de la Ruta de la Seda o de ciudades como Samarcanda. Pues esta ciudad se encuentra en Uzbekistán y no es ni mucho menos la única urbe de la Ruta de la Seda que se encuentra en este país. Uzbekistán se caracteriza por un clima extremo: en invierno hace mucho frío, con temperaturas medias bajo cero, mientras que en verano hace mucho calor. Así que decidimos que la Semana Santa podía ser un buen momento para visitarlo. No hay muchas combinaciones aéreas para llegar desde España. Además, en general, todas ofrecen horarios bastante incómodos. Optamos finalmente por volar con Aeroflot vía Moscú. Como teníamos diez días libres, compramos los billetes de avión en base a las fechas disponibles y después confeccionamos el itinerario. Aunque aterrizábamos en Taskent, la capital, decidimos centrarnos primero en las visitas imprescindibles: Samarcanda, Bukhara y Khiva. Resolvimos dedicar dos días completos a cada una de estas ciudades guiados por el tiempo empleado por otros viajeros. A este respecto, cometimos un pequeño error: muchos de esos viajeros habían estado en Uzbekistán en verano y, por tanto, no habían podido hacer turismo durante las horas de más calor. De ahí que necesitasen dos días para cada una. Pero nosotros íbamos en marzo, y salvo que lloviese, podríamos optimizar mejor el tiempo. De ese pequeño detalle nos dimos cuenta un poco tarde por lo que al final nos sobró algo de tiempo, especialmente en Khiva. Aunque la única repercusión fue que pudimos tomarnos las visitas con más calma y madrugar menos de lo que suele ser habitual cuando estamos de viaje. En cuanto a los traslados, queríamos llevar cerrados el primero (tren de Taskent a Samarcanda) y el último (avión de Khiva a Taskent). Los otros dos trayectos de la ruta (de Samarcanda a Bukhara, y desde ésta última a Khiva) los gestionaríamos sobre el terreno. Intentamos comprar los billetes por internet, pero sólo conseguimos el de avión. Para el billete de tren contactamos con una empresa uzbeca llamada Advantour que se encargó del trámite (somos conscientes de que pagamos un sobreprecio desorbitado, pero preferimos no arriesgarnos a quedarnos sin asiento). Por último, reservamos los alojamientos en cada una de las ciudades. En general los hoteles en Uzbekistán no son especialmente lujosos así que, fiándonos de las opiniones de tripadvisor, escogimos unos sitios sencillos y agradables que tenían buena pinta. La obtención del visado fue sencilla: llevamos los papeles que nos pidieron al consulado y en una semana teníamos los pasaportes con la autorización. Estábamos listos para nuestro viaje. Ya sólo quedaba esperar a que llegara la fecha de salida. Samarcanda
Aterrizamos en Taskent a las 2:30 de la madrugada. Los trámites de inmigración para pasar la aduana son muy latosos incluso para los propios uzbecos. Primero hay que atravesar el control de pasaportes, donde se lo toman con calma con cada viajero; después rellenar un papel para la aduana (por pasajero y por duplicado) donde hay que especificar todo el material de valor que se lleva, incluido el dinero en efectivo; finalmente se cruza la aduana. Cuando salimos del aeropuerto eran casi las 4:00 de la mañana. Como pudimos comprobar a lo largo de nuestra estancia, Uzbekistán es un país donde los trámites burocráticos son muy exhaustivos. Nuestro tren hacia Samarcanda salía a las 8:00 de la mañana, así que habíamos contratado con Advantour también el traslado a la estación de trenes. Cuando salimos del aeropuerto estaban esperándonos. Nos subieron a un coche y nos entregaron los billetes de tren. A cambio nosotros les pagamos en efectivo el dinero acordado. Podría sorprender que la empresa se encargue de comprar los billetes por adelantado y que el cliente no haga ningún pago hasta estar en el lugar, pero tiene una explicación: el tipo de cambio. El cambio oficial de euros o dólares a soms, que es la moneda local, es aproximadamente un 50 % más bajo de lo que se paga en el mercado negro. Durante nuestra estancia en Uzbekistán el cambio oficial era 1 euro = 3 200 soms aproximadamente. En el mercado negro nosotros llegamos a conseguir 6 900 soms por cada euro. Por eso Advantour no nos pidió dinero por adelantado. Por los billetes de tren de Taskent a Samarcanda para los dos y el traslado del aeropuerto a la estación nos pidieron 55 euros. Si nos hubieran pedido una transferencia ellos hubieran cobrado 176 000 soms aproximadamente. Sin embargo, cuando nos recogieron nosotros les dimos los 55 euros en efectivo, que ellos podrían cambiar a 6 900 soms, e ingresarían unos 379 500 soms. Merece la pena asumir el riesgo de que el turista no se presente. Durante el trayecto del aeropuerto a la estación el guía nos ofreció parar a cambiar dinero en el mercado negro. Conseguimos negociar 1 euro = 5 900 soms. Fue el peor cambio de todo nuestro viaje, si bien habíamos leído que cuanto más lejos de la capital, más fácil era lograr una conversión mejor. Nos dejaron sobre las 4:30 en la estación. Allí tuvimos que pasar primero por la garita de entrada donde enseñamos los billetes y los pasaportes a los guardias. Una vez dentro del edificio tuvimos que enseñar nuevamente los pasaportes para poder pasar el escáner, tras lo cual nos indicaron que nos acercásemos a un mostrador donde nuevamente enseñamos los billetes y los pasaportes. En cada puesto había no menos de dos policías o vigilantes. La estación estaba vacía excepto por una turista que estaba durmiendo en un rincón, así que nos acoplamos en otro rincón y dormitamos un rato hasta que poco a poco empezó a llegar gente. El tren que cubre el trayecto entre Taskent y Samarcanda es el llamado Afrosiyob, construido por la empresa española Talgo. De hecho, pudimos ver el logo de Talgo en el tren. Se estacionó en la vía media hora antes de la salida. Para acceder al andén tuvimos que mostrar nuevamente los billetes y los pasaportes, al igual que para subir al tren.
El trayecto duró poco más de dos horas y fue muy cómodo (mucho más que las sillas de la estación de tren). Del paisaje no podemos hablar en exceso porque pasamos el viaje más bien dormidos. A nuestra llegada a Samarcanda había un montón de taxistas y similares esperando a los viajeros. Lo de similares lo decimos porque, según habíamos leído en la guía, en Uzbekistán cualquier persona con un coche es susceptible de ser un taxista. Tuvimos que regatear el precio (algo que sería muy habitual durante nuestra estancia) y conseguimos por una cantidad que nos pareció razonable que nos llevaran hasta el hotel. Nos alojamos en el hotel Samarkanda Safar, un lugar tranquilo regentado por un matrimonio y su hijo. El padre hablaba algo de francés y el hijo algo de inglés, así que más o menos pudimos apañarnos. Nuestro recorrido turístico en Uzbekistán comenzó y terminó visitando una glorieta con una estatua de Amir Temur (más conocido como Tamerlán). Parece que en la mayoría de ciudades de Uzbekistán hay alguna estatua de este conquistador; todas ellas son diferentes. La primera visita propiamente dicha fue al mausoleo de Gur Emir, donde se encuentra enterrado el referido Tamerlán. Fue nuestro primer contacto con un tipo de arquitectura impresionante que al final de nuestro viaje nos resultaría muy familiar: una majestuosa puerta principal con una no menos espectacular cúpula azul detrás, y uno o dos minaretes a ambos lados.
Tras atravesar la puerta de entrada se accede a un patio en el que hay una pequeña puerta. Cruzando por un corredor llegamos hasta la espléndida sala en la que se encuentra el sepulcro con los restos de Tamerlán (aunque había varios sepulcros más haciéndole compañía, al parecer pertenecientes a hijos y nietos). Es una estancia muy espectacular.
Los principales edificios turísticos de Uzbekistán son bastante antiguos (generalmente anteriores al siglo XV) y, por tanto, están todos restaurados o en proceso de restauración. En nuestra opinión eso no le resta autenticidad ni belleza al lugar, ya que se supone que los trabajos de remodelación se hacen tratando de ser fieles en lo posible a cómo era el lugar en su época. Sea como fuere, nosotros disfrutamos y nos asombramos con todos y cada uno de ellos.
La siguiente parada fue en el Registán, la zona monumental que más nos impresionó de Uzbekistán. Se trata de una plaza con tres descomunales madrasas dispuestas en forma de U invertida. El cuarto lado lo forma un mirador muy inteligentemente colocado para disfrute y deleite de los turistas. A pesar de que era una imagen que habíamos visto en fotografías muchas veces, cuando nos acercamos al mirador nos quedamos sin habla. Para visitar el complejo hay que pagar una entrada que incluye el acceso a las tres madrasas. Nada más comenzar nuestra visita se nos acercó un guardia a preguntarnos la nacionalidad. Cuando le respondimos, nos dijo en perfecto español que nos cobraba diez euros por dejarnos subir a lo alto del minarete. En la guía ya habíamos leído que se podía llegar a un acuerdo con los vigilantes, porque en teoría no está permitido subir (y son los propios guardias los que se ocupan de evitar que la gente suba…). Intentamos que nos bajara el precio pero no hubo manera. Fue la única vez en todo el viaje que no pudimos regatear el precio. Decidimos rechazar la oferta y dedicarnos a las madrasas.
La estructura de las madrasas es siempre idéntica: una gran puerta que da acceso a un patio, el cual se halla rodeado de habitaciones con pequeñas puertas que se utilizaban para albergar a estudiantes. En otros países musulmanes la madrasa estaba ligada indisolublemente a estudios religiosos, pero parece que en Uzbekistán se usaba para cualquier tipo de estudios, incluidos los religiosos.
La siguiente que visitamos fue la que estaba emplazada en el centro, la madrasa Tilla-Kari. Esta era un poco diferente porque en su interior había una espectacular mezquita prolijamente decorada.
En el mismo corredor donde se halla la mezquita había más puestos y tiendas de regalos. El resto de la madrasa estaba en obras. La tercera del conjunto fue la madrasa Sher Dor, famosa porque la puerta principal está decorada con dos leones. El patio interior estaba en obras, pero se podían contemplar las dos cúpulas azules que hay tras la puerta.
Así pues, las tres madrasas, aunque parecidas (todas tenían dos minaretes), eran diferentes entre sí. Y desde luego, competían en espectacularidad.
Después de disfrutar con el Registán decidimos comer en un local que había frente al conjunto monumental. Era una chaikhana, un tipo de local muy común en Uzbekistán: un salón de té al que la gente acude a fumar en pipa de agua y donde se puede comer y beber a cualquier hora. Allí pudimos probar un par de especialidades del país: el pan (los uzbecos son unos compulsivos comedores de pan) y el shashlik (pinchos de carne que hacen a la brasa). Aunque sabíamos que la gastronomía uzbeca no iba a ser un punto destacado del viaje, no empezábamos con mal pie.
Junto a nuestra siguiente visita encontramos el mercado central de Samarcanda, así que decidimos parar antes en él. Allí pudimos recorrer la enorme cantidad de puestos de todo tipo que había y ver qué productos comen los locales. Nos llamó la atención el gran número de tenderetes de encurtidos que tenía. Como estaba separado por productos, deambulamos por la zona de los frutos secos, de los dulces, de los panes, de las verduras (donde vimos unas zanahorias amarillas y una especie de patata verde que no habíamos visto nunca), de los quesos, de los arroces y las pastas, de la fruta (un poco pobre, basada principalmente en distintos tipos de manzanas y plátanos importados de Ecuador)… A pesar de ser por la tarde el lugar estaba bastante animado.
Tras haber recorrido el mercado entramos en la mezquita Bibi Khanum. Dedicada a una de las mujeres de Tamerlán, tiene una descomunal puerta de entrada tras la cual hay un amplio patio con tres mezquitas a los lados, todas con sus típicas cúpulas azules. La más grande es la de enfrente, que en el momento de su construcción ostentó el título de más alta del mundo, mientras que las de los laterales son algo más modestas.
Al otro lado de la calle se halla el mausoleo de Bibi Khanum, al que no llegamos a acceder. Nos conformamos con la vista del edificio desde fuera.
En ese momento decidimos dar por finalizadas las visitas del día y dedicarnos a menesteres organizativos. Queríamos visitar dos lugares cercanos a Samarcanda y teníamos que decidir qué medio de transporte usaríamos para llegar a Bukhara. Preguntamos en una especie de oficina de turismo donde intentaron simplemente vendernos algunas excursiones. Caminando sin rumbo encontramos un hotel muy grande y decidimos entrar a preguntar. Allí una amable chica nos orientó con mucho acierto. En un principio teníamos pensado visitar los lugares cercanos a Samarcanda el mismo día que nos desplazásemos a Bukhara y contratar un taxi que nos hiciera todo el recorrido. Ella nos recomendó hacer las visitas con un transporte privado en una mañana, volver a Samarcanda y trasladarnos después a Bukhara en tren; combinación que sería mucho más cómoda y barata. Así que nos quedamos con esa idea y cuando llegamos a nuestro hotel se lo comentamos al dueño. Él nos negoció el transporte para el día siguiente con un conductor de su confianza y muy amablemente nos llevó en su coche hasta la estación de trenes, donde nos ayudó a comprar los billetes a Bukhara para dos días más tarde. El día siguiente a la hora convenida el conductor pasó a recogernos por el hotel. Las carreteras en Uzbekistán no son precisamente como las autopistas en Alemania. Hay muchos tramos sin asfaltar, otros llenos de baches… Al poco rato de salir nos dimos cuenta de que la opción que nos había propuesto la chica del hotel había sido la acertada, porque desplazarse así hasta Bukhara hubiera sido un suplicio. La primera parada la hicimos en Urgut para visitar su conocido bazar. Parece que los días de más actividad son los fines de semana y tuvimos la suerte de que nuestra estancia coincidiera en sábado. El bazar de Urgut se encuentra a las afueras de la población en una inmensa explanada a la que se accede por una gran puerta. Allí se agolpaban uzbecos que querían cambiarnos euros o dólares por soms. Tal y como habíamos leído, las inmediaciones de los bazares son buenos sitios para cambiar moneda en el mercado negro. Estuvimos regateando un poco hasta que llegamos a un acuerdo y compramos algunos miles de soms para ir tirando. Al fin y al cabo, todo es muy barato en Uzbekistán, por lo que no hace falta cambiar grandes cantidades (además de la incomodidad que supone transportar los grandes fajos de billetes).
El bazar consiste en un montón de puestos organizados por diversas calles. Se parece más a un mercadillo que a otra cosa. De hecho, apenas vimos turistas y sin embargo el lugar estaba muy concurrido. Parece que los precios de la ropa, calzado, alfombras, etc. son muy baratos en este enclave. En los límites del recinto se encuentran los puestos de comida, donde estuvimos curioseando un poco más. Allí nos llamaron la atención los de venta de pan, quesos, pipas (los uzbecos comen muchas pipas) y los de productos varios, donde encontramos unos surtidos de galletas que nos encantaron y que veríamos por todo el país.
Tras la corta visita volvimos al coche y el conductor nos llevó hasta Shakhrisabz. Por el camino paró en lo alto de una montaña para que viéramos un cartel de Samarqand con tres aros olímpicos, y junto a una roca que tiene una curiosa forma de corazón.
En Shakhrisabz el conductor nos dejó para que recorriésemos el lugar a nuestro ritmo. Comenzamos por el llamado palacio de Ak Saray, del que no quedan más que dos pilares descomunales donde se encontraba la puerta principal. La magnitud de esas dos construcciones da una idea de lo que debió de ser este emplazamiento. Desgraciadamente no queda nada más.
Los lugares para visitar en Shakhrisabz se encuentran todos en la misma zona. En el momento en el que nosotros la visitamos estaban reformando todo: han construido una especie de parque donde todo es peatonal y estaban pavimentando aceras y colocando bancos y jardines por todas partes. O sea, dándole un aire definitivamente turístico al lugar.
La segunda parada fue en la mezquita Kok-Gumbaz, que cuenta con una gran cúpula azul visible desde bastante lejos. Se entra por una puerta lateral porque la entrada principal, que posee dos cúpulas azules más, está siendo restaurada. El interior de la mezquita está sobriamente decorado con azulejos. Visitamos también la tumba de Jehangir y la cripta de Tamerlán, pero no nos parecieron nada destacables. De vuelta al coche pasamos por la estatua de Tamerlán, la segunda que veíamos en Uzbekistán.
Una vez en el coche volvimos hasta Samarcanda. Para ganar tiempo le pedimos al conductor que en vez de devolvernos al hotel nos acercase hasta la mezquita Khuja Khidr. Allí le pagamos el precio acordado y nos despedimos de él.
Esta mezquita fue la primera en activo que visitamos. De hecho, coincidió que había un grupo que estaba rezando. La dinámica del rezo comparada con otros países musulmanes que conocemos es muy diferente. Para empezar, no hacen el ritual de las abluciones, las mujeres no se cubren la cabeza (aunque sí hay que dejar los zapatos fuera), hombres y mujeres están juntos en la misma sala y el rezo lo hacen sentados en unas sillas pegadas a la pared. Solamente ora el que suponemos que es el imán, cuyo rezo suele durar unos cinco minutos. Esta dinámica la vimos muchas veces y no sucedía a horas establecidas, sino cuando se juntaba un grupo. No escuchamos nunca la llamada a la oración desde ningún minarete. La mezquita Khuja Khidr cuenta con un pequeño alminar al que se puede subir, aunque la vista que se obtiene desde él no es especialmente interesante. Casi lo que más nos gustó de esta mezquita fue la perspectiva de la mezquita Bibi Khanum que habíamos visitado la tarde anterior.
La última visita que haríamos en Samarcanda sería al Shah-i-Zinda: un grandioso complejo de mausoleos ubicado junto a un cementerio. Pensando que estarían comunicados, decidimos entrar en este último para echar un vistazo. No somos muy aficionados a visitar este tipo de lugares (aunque a veces lo hacemos), pero en este caso fue por acortar algo de camino. Finalmente vimos que no se podía acceder por él y tuvimos que volver sobre nuestros pasos. En todo caso, nos resultó curioso que muchas de las lápidas tuvieran imágenes dibujadas de la persona enterrada.
El Shah-i-Zinda resultó ser muy espectacular. Realmente se trata de una avenida llena de mausoleos a ambos lados. Se entra por una majestuosa puerta (no puede faltar) y se suben unas escaleras.
A partir de ahí se abre un estrecho corredor con mausoleos recubiertos de azulejos azules que se yerguen en una hilera a izquierda y a derecha. Los interiores de los mausoleos están decorados de manera diversa: algunos sin absolutamente nada (simplemente el enyesado blanco y algún sepulcro también en blanco) y otros cubiertos de azulejos.
Tras este corredor se llega a una zona más amplia en la que tan sólo hay mausoleos a la izquierda, y que resultan ser casi los más bonitos. Finalmente se atraviesa una puerta y se llega al final del lugar, donde además de una mezquita escondida hay una pequeñísima plaza rodeada de tres mausoleos.
El conjunto es sencillamente impresionante. Al fondo del Shah-i-Zinda hay unas escaleras que comunican con el cementerio adyacente. Nuestro instinto había acertado, estaban comunicados, pero no dimos con esa zona desde dentro del cementerio.
El lugar es un centro de peregrinaje para los musulmanes, por lo que estaba bastante concurrido. Una vez hubimos finalizada la visita emprendimos el regreso hacia nuestro hotel, para lo que tuvimos que pasar nuevamente por el Registán. Nos situamos en el mirador y admiramos el conjunto mientras veíamos el atardecer.
En un momento dado iluminaron las tres madrasas con unas luces muy tenues que le daban al conjunto un ambiente muy bonito y nos pusimos a hacer fotos como locos. De repente se apagaron y dieron paso a otras luces de colores que parecían sacadas de una discoteca. Cuando ya había oscurecido casi por completo las cambiaron por una luz blanca más modesta.
En líneas generales diríamos que la ciudad de Samarcanda no es bonita, pero tiene unos monumentos que justifican por sí solos la visita al país.
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