Polonia
Julio 2008
Animados por un amigo polaco, decidimos emprender un viaje de casi tres semanas por Polonia. La organización del viaje fue bastante simple: compramos los billetes de avión para volar hasta Varsovia, alquilamos un coche para la totalidad de nuestra estancia allí, compramos una guía de viaje y fuimos a la oficina de turismo de Polonia en Madrid, donde las simpáticas chicas que nos atendieron nos llenaron de folletos turísticos; pero sobre todo y más importante, nos dieron un excelente mapa de carreteras y nos confeccionaron un preitinerario, que a la postre sería el que haríamos, con pequeños desvíos. Nos avisaron de que las carreteras no estaban en muy buen estado, por lo que para calcular las distancias pensáramos siempre en una media de 50 km/h; desde luego, no pudieron dar más en el clavo.
Antes de partir, decidimos reservar dos noches de hotel en Varsovia para nuestra llegada. Encontramos una oferta en el Marriott (todo un 5 estrellas) por 70 euros la noche con desayuno, que decidimos reservar, ya que como no sabíamos qué tipo de alojamiento encontraríamos durante la ruta, preferíamos comenzar con buen pie.
Antes de partir, decidimos reservar dos noches de hotel en Varsovia para nuestra llegada. Encontramos una oferta en el Marriott (todo un 5 estrellas) por 70 euros la noche con desayuno, que decidimos reservar, ya que como no sabíamos qué tipo de alojamiento encontraríamos durante la ruta, preferíamos comenzar con buen pie.
Aterrizamos a media tarde en Varsovia, así que decidimos ir a la zona de la Plaza de la Ciudad Vieja a cenar y dejar para el día siguiente la visita de la ciudad. Esa noche cenamos nuestros primeros pierogi, que se convertirían en nuestros grandes aliados durante el viaje, ya que es un plato típico que sirven en la totalidad del país. En más de una ocasión nos encontramos en algún restaurante perdido en medio de la nada en el que no tenían carta más que en polaco, y como la comunicación con el camarero resultaba imposible, siempre optábamos por pedir pierogi y algún tipo de sopa. Los susodichos pierogi son una especie de raviolis o empanadillas rellenos de diferentes cosas, que suelen cocerse o freírse.
A la mañana siguiente comenzamos recorriendo la Ruta Real, llamada así por la gran cantidad de antiguas residencias reales que se encuentran a su paso. Es en realidad la calle Nowy Swiat y su continuación por la impronunciable calle Krakowskie Przedmiescie.
A la mañana siguiente comenzamos recorriendo la Ruta Real, llamada así por la gran cantidad de antiguas residencias reales que se encuentran a su paso. Es en realidad la calle Nowy Swiat y su continuación por la impronunciable calle Krakowskie Przedmiescie.
La primera calle está llena de cafés y tiendas bastante elegantes y decorada con flores; la segunda es donde verdaderamente se encuentran los edificios más representativos y que dan nombre a la ruta. Hay varias iglesias y palacios, la Universidad de Varsovia y el Hotel Bristol, al parecer uno de los más famosos de la ciudad.
La Ruta real termina en la imponente plaza Zamkowy, con la columna de Segismundo en el centro y el Castillo Real bordeándola, junto con la entrada a la ciudad vieja y una torre de observación a la que no pudimos resistirnos a subir. Desde allí arriba pudimos disfrutar de una magnífica vista de la calle Krakowskie Przedmiescie por la que veníamos, de la propia plaza y del castillo con el río Vístula a su espalda. El río Vístula fue también una constante en nuestro viaje. Al final perdimos la cuenta de la cantidad de veces que lo atravesamos y nos lo encontramos a nuestro paso, como si el río se hubiese empeñado en estar presente en casi todos los sitios más turísticos de Polonia.
Cuando bajamos de la torre de observación nos adentramos en la Ciudad Vieja o Stare Miasto. Es una zona pequeña por la que es muy agradable pasear contemplando los pintorescos edificios. Tiene su punto más importante en la Plaza de la Ciudad Vieja, en cuyo centro hay una estatua de una sirena.
Atravesamos la plaza y llegamos hasta la Barbacana, situada junto a las murallas; es una construcción que servía para defender el norte de la ciudad. Continuamos hasta la Ciudad Nueva o Nowe Miasto, que en realidad no es tan nueva como dice el nombre: simplemente es menos vieja, ya que surgió a comienzos del siglo XV. La Ciudad Nueva tiene un poco menos de encanto que la Vieja, pero la Plaza de la Ciudad Nueva, donde se ubica la iglesia de San Kasimierz, también tiene su atractivo.
Tras esto, volvimos sobre nuestros pasos y llegamos hasta la orilla del río Vístula, desde donde pudimos contemplar una bonita vista de la parte trasera del Castillo Real. Después volvimos hacia la zona donde estaba el hotel, que es ya verdaderamente una zona nueva de la ciudad. Pasamos por la Plaza Teatralny y llegamos hasta el Palacio de la Cultura y la Ciencia.
Este mastodóntico edificio, regalo de la unión Soviética a Polonia en la década de los años 50 y semejante a las llamadas Siete Hermanas de Moscú, tiene en lo alto una zona de observación a la que, fieles a nuestro estilo, decidimos subir. La vista desde arriba no era de las más interesantes, entre otras cosas, porque la zona antigua queda un tanto alejada, pero había una colosal vista del hotel Marriott en el que nos alojábamos.
A la mañana siguiente, antes de salir de la ciudad, pasamos por el parque Lazienki, donde estuvimos paseando por sus jardines, contemplando muchos de sus bonitos rincones, especialmente su famoso pabellón sobre el agua.
De camino a Lublin, hicimos una parada para ver el Palacio de Kozlowka. Aquí comenzó las diferentes pequeñas epopeyas que sufrimos a lo largo de nuestro viaje por los problemas de idioma, aunque ésta se resolvió felizmente por casualidad. La señora que estaba en la taquilla de entrada trató infructuosamente de explicarnos en perfecto polaco que para visitar el palacio por dentro había que hacerlo mediante una visita guiada. Cuando conseguimos comprenderlo y compramos las entradas, nos llevamos la sorpresa de que la visitas eran solamente en polaco. Así que decidimos relajarnos, poner cara de póquer cuando la guía hablase y contemplar las diferentes salas. La casualidad hizo que una pareja de polacos que iban en el grupo tuvieran a un norteamericano de invitado, al que iban traduciendo al inglés todas las explicaciones, con lo que nos pegamos a ellos como una lapa y así conseguimos que la visita fuese un poco más entretenida. Cuando finalizó dicha visita, paseamos por los jardines del palacio y después condujimos hasta Lublin.
Lublin es una ciudad pequeña, aunque en realidad, salvo Varsovia, casi ninguna ciudad polaca es excesivamente grande, y son por tanto fáciles de visitar. Comenzamos la visita a la ciudad atravesando la Puerta de Cracovia, que marca la entrada a la ciudad vieja. Allí pasamos por la plaza del mercado, donde se halla el ayuntamiento.
Recorrimos toda la calle Grodzka hasta llegar a la zona donde está el Castillo de Lublin, un bonito edificio que domina una plaza, y al que para acceder hay que subir unas cuantas escaleras. Cuando llegamos al castillo estaba ya cerrado, pero en cualquier caso la experiencia del Palacio de Kozlowka nos había dejado sin muchas ganas de entrar.
Continuamos dando un pequeño paseo por Lublin y nos fuimos, ya que queríamos llegar a dormir a Zamosc, pequeña localidad cercana a la frontera con Ucrania. Lo más bonito de Zamosc es la Plaza Mayor, donde se encuentra el ayuntamiento, y donde aprovechamos para cenar en una terraza de uno de los restaurantes que había en los locales. Nada hacía presagiar que al día siguiente iba a amanecer diluviando.
Aún así, la mañana siguiente fuimos valientes y dimos una pequeña vuelta por la ciudad, que obviamente estaba bastante vacía, tras lo cual fuimos al coche y condujimos hasta Kazimierz Dolny. Aparcamos junto a la bonita plaza del mercado, donde compramos una especie de torta típica con forma de gallo.
Como seguía lloviendo, decidimos continuar hasta Sandomierz. En esta pequeña población vimos la Puerta de Opatow, en la que subimos hasta lo alto para ver una panorámica de la zona; continuamos hasta la Plaza del Mercado, curiosamente inclinada y rodeada de bonitos edificios, en cuyo centro se alza el ayuntamiento.
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En nuestro camino hacia Cracovia tuvimos que atravesar el Vístula; para ello, tuvimos que subir el coche en un remolcador en el que cabían tres coches, el cual cruzaba a la otra orilla tirando de un cable. De todas las veces que atravesamos el río, fue esta sin duda la más entretenida.
Esa noche dormimos en el Zamek Niepolomice, bonito y reformado castillo en la localidad de Niepolomice, donde esa noche, según nos dijeron en recepción, fuimos los únicos huéspedes.
Esa noche dormimos en el Zamek Niepolomice, bonito y reformado castillo en la localidad de Niepolomice, donde esa noche, según nos dijeron en recepción, fuimos los únicos huéspedes.
Al día siguiente decidimos dar una pequeña vuelta antes de llegar a Cracovia, parando en Wieliczka para visitar sus famosas minas de sal. Nos unimos a una visita en inglés donde, mientras descendíamos a grandes profundidades, nos contaron que aunque tiene 700 años de antigüedad, todavía sigue siendo explotada. Visitamos unas cuantas cámaras en las que había estatuas de sal, algunas muy simpáticas como los siete enanitos; pero sin duda la más espectacular es la capilla, donde tienen relieves en las paredes (entre los que destacan una réplica de La última cena), estatuas, candelabros y un altar, todo hecho con sal. Fue una visita muy curiosa e interesante.
Decidimos continuar hacia el sur e hicimos una excursión realmente original: el descenso del río Dunajec en una balsa con palos de madera. Nos tocó el turno con una familia con niños, en la que la madre hablaba inglés y nos ayudó con los comentarios de los dos remeros, uno de los cuales era bastante parlanchín. Afortunadamente para nuestra integridad no había rápidos durante el descenso, y llegamos a nuestro destinos sanos y secos.
Tomamos un autobús que nos llevó al punto de destino, donde recogimos el coche y fuimos hasta Zakopane, una de las poblaciones más importantes en los Montes Tatras, conocida por tener unas excelentes instalaciones para hacer deportes de invierno. Teníamos la intención de hacer alguna caminata por los Tatras y de subir en algún teleférico. Cuando llegamos a Zakopane era ya de noche. La recepcionista del alojamiento que escogimos nos dijo que las previsiones meteorológicas pronosticaban que iba a estar lloviendo los próximos días, tanto en Zakopane como en la zona de Cracovia. Como no teníamos intención de estar tres días parados esperando sin hacer nada, la mañana siguiente continuamos nuestro camino y pusimos rumbo a Wroclaw, para dar un rodeo y esperar a que llegase el buen tiempo a Cracovia. En el camino paramos en Oswiecim, que para los no polacos no significa nada, pero no así su traducción: Auschwitz. El famoso campo de concentración de Auschwitz fueron en realidad tres campos de concentración: Auschwitz I, II y III. Se fueron abriendo conforme iban llegando prisioneros y los iban llenando, todo eso antes de que los nazis tomaran la Decisión Final, el exterminio. Comenzamos visitando Auschwitz II, también llamado Birkenau, donde pudimos ver la famosa estampa de la vía de tren que se interna en el campo de concentración.
La entrada al campo era gratuita y permitía caminar libremente entre los barracones que quedan en pie. Había varias cámaras de gas; parece ser que funcionaron sin parar durante unos cuantos años, hasta que los nazis las destruyeron en su huída para no dejar constancia de las atrocidades cometidas. El resto del campo estaba en bastante buen estado de conservación.
Aunque pueda parecer un tópico, realmente se nos pusieron los pelos de punta cada vez que leíamos algunos de los carteles explicativos que hay repartidos por el campo, o cada vez que entrábamos en los barracones de los prisioneros. Cuando finalizamos la visita de este campo de concentración y exterminio, decidimos no visitar los otros dos, y nos marchamos a Wroclaw.
Breslau como le dicen los alemanes, o Wroclaw como la llaman los polacos, fue una de las ciudades de Polonia que más nos gustó. Bien es cierto que las tres cuartas partes de la ciudad fueron devastadas durante la Segunda Guerra Mundial, pero su reconstrucción a partir de los planos originales ha sido todo un acierto. La Plaza Mayor del Mercado es la segunda más grande del país. Con el bonito edificio del Ayuntamiento y un grupo de casas ubicados en el centro, es realmente original.
Breslau como le dicen los alemanes, o Wroclaw como la llaman los polacos, fue una de las ciudades de Polonia que más nos gustó. Bien es cierto que las tres cuartas partes de la ciudad fueron devastadas durante la Segunda Guerra Mundial, pero su reconstrucción a partir de los planos originales ha sido todo un acierto. La Plaza Mayor del Mercado es la segunda más grande del país. Con el bonito edificio del Ayuntamiento y un grupo de casas ubicados en el centro, es realmente original.
Localizamos una torre de una iglesia a la que se podía subir. Desde arriba contemplamos una bonita vista, especialmente de la propia Plaza del Mercado; pero también de la Catedral, que sobresalía una barbaridad entre los edificios adyacentes, y de una pequeña parte del río con unos cuantos puentes. Porque ese fue otro aspecto de Wroclaw que nos encantó, los numerosos puentes (al parecer más de 100) que hay por toda la ciudad sobre el río Odra y sus canales (por una vez no se trataba del Vístula).
Una vez bajamos de la torre visitamos la Catedral, y después deambulamos por la ciudad hasta que se nos puso a llover. Se veía que la borrasca que andaba por Cracovia iba siguiendo nuestros pasos.