República Checa
Prólogo
Nuestra primera incursión en la República Checa fue allá por junio del 2006. En aquella ocasión hicimos un recorrido en coche de seis días. Decidimos esquivar Praga, pues ambos la conocíamos, y dedicarnos a visitar ciudades y pueblos de Bohemia y Moravia que podían tener un cierto atractivo turístico. Aquel itinerario finalizó en Budapest.
De aquel viaje, algo lejano ya en el tiempo, guardamos pequeños detalles en nuestra memoria: unas carreteras un tanto regulares, ciertas dificultades en la comunicación con los lugareños fuera de las zonas más turísticas, algunos rincones que nos gustaron mucho… y otros que no tanto. En realidad, más que que no nos gustaran, la sensación fue que, dado el estado de las carreteras, el esfuerzo que había que hacer para llegar a ciertos sitios no compensaba la posterior visita.
No obstante, debemos reconocer que, en aquellos tiempos, éramos todavía jóvenes y nuestra experiencia viajera estaba aún tierna, por lo que manteníamos intacta nuestra capacidad de asombro. Así pues, una simple plaza bien mantenida llena de típicos edificios centroeuropeos podía parecernos una maravilla. Así es como recordamos, por ejemplo, la plaza del centro de Cheb, una pequeña población situada junto a la frontera con Alemania, la cual fue nuestra primera parada.
Después les tocó el turno a Mariánské Lázně y Karlovy Vary, dos ciudades-balneario a las que volveríamos en nuestro viaje de 2019 (y de las que hablaremos más adelante).
La siguiente visita fue a la ciudad medieval de Český Krumlov, que, junto a la mencionada Karlovy Vary, fueron los dos lugares que más nos gustaron de nuestro recorrido. En Český Krumlov visitamos el castillo, que domina la ciudad, el cual posee una torre desde donde se veía una bonita panorámica del lugar.
Continuamos por České Budějovice, conocida por ser la cuna de la cerveza Budweiser, donde destaca una amplia y bonita plaza. Por los alrededores de esta ciudad visitamos el castillo de Hluboká nad Vltavou, después condujimos hasta Telč.
Más adelante le tocó el turno a dos conocidas ciudades checas, Brno y Olomouc, para finalizar nuestro itinerario por la República Checa visitando los palacios de las poblaciones de Lednice y Valtice.
Fue una ruta corta que nos sirvió para hacernos una buena idea del país, durante la cual comenzó a fraguarse nuestra fascinación por la Europa del Este, que aún hoy conservamos intacta.
Nuestra primera incursión en la República Checa fue allá por junio del 2006. En aquella ocasión hicimos un recorrido en coche de seis días. Decidimos esquivar Praga, pues ambos la conocíamos, y dedicarnos a visitar ciudades y pueblos de Bohemia y Moravia que podían tener un cierto atractivo turístico. Aquel itinerario finalizó en Budapest.
De aquel viaje, algo lejano ya en el tiempo, guardamos pequeños detalles en nuestra memoria: unas carreteras un tanto regulares, ciertas dificultades en la comunicación con los lugareños fuera de las zonas más turísticas, algunos rincones que nos gustaron mucho… y otros que no tanto. En realidad, más que que no nos gustaran, la sensación fue que, dado el estado de las carreteras, el esfuerzo que había que hacer para llegar a ciertos sitios no compensaba la posterior visita.
No obstante, debemos reconocer que, en aquellos tiempos, éramos todavía jóvenes y nuestra experiencia viajera estaba aún tierna, por lo que manteníamos intacta nuestra capacidad de asombro. Así pues, una simple plaza bien mantenida llena de típicos edificios centroeuropeos podía parecernos una maravilla. Así es como recordamos, por ejemplo, la plaza del centro de Cheb, una pequeña población situada junto a la frontera con Alemania, la cual fue nuestra primera parada.
Después les tocó el turno a Mariánské Lázně y Karlovy Vary, dos ciudades-balneario a las que volveríamos en nuestro viaje de 2019 (y de las que hablaremos más adelante).
La siguiente visita fue a la ciudad medieval de Český Krumlov, que, junto a la mencionada Karlovy Vary, fueron los dos lugares que más nos gustaron de nuestro recorrido. En Český Krumlov visitamos el castillo, que domina la ciudad, el cual posee una torre desde donde se veía una bonita panorámica del lugar.
Continuamos por České Budějovice, conocida por ser la cuna de la cerveza Budweiser, donde destaca una amplia y bonita plaza. Por los alrededores de esta ciudad visitamos el castillo de Hluboká nad Vltavou, después condujimos hasta Telč.
Más adelante le tocó el turno a dos conocidas ciudades checas, Brno y Olomouc, para finalizar nuestro itinerario por la República Checa visitando los palacios de las poblaciones de Lednice y Valtice.
Fue una ruta corta que nos sirvió para hacernos una buena idea del país, durante la cual comenzó a fraguarse nuestra fascinación por la Europa del Este, que aún hoy conservamos intacta.
Noviembre de 2019
Preparativos
Trece años más tarde y por motivos que no vienen al caso, unos amigos nos regalaron una estancia de tres noches en un hotel-balneario en Mariánské Lázně y una cena en un restaurante de cocina española en Praga. Fue un regalo que nos hizo mucha ilusión. En primer lugar, cualquier obsequio que lleve implícita la necesidad de viajar es para nosotros un magnífico regalo; en segundo lugar, nos brindaba la oportunidad de volver a la República Checa y poder visitar Praga juntos (además de explorar algún lugar nuevo en el país y revisitar algún rincón conocido). Por último, y no menos importante, nos permitía encontrarnos allí con nuestros amigos y disfrutar de entretenidas veladas comiendo y bebiendo bien, algo a lo que ambas parejas somos muy aficionadas.
La mejor época para visitar la República Checa es de abril a octubre, principalmente porque el clima es más benévolo durante ese intervalo; pero también porque de noviembre a marzo anochece muy pronto, y hay muchos lugares de interés turístico que tienen unos horarios mucho más restringidos (o directamente están cerrados). A pesar de ello, todo en esta vida tiene un lado positivo: de noviembre a marzo hay mucha menos afluencia turística, especialmente en la siempre abarrotada Praga.
En esta ocasión los preparativos fueron razonablemente sencillos. Estaríamos una semana en la República Checa: las tres primeras noches en Praga y las tres últimas en Mariánské Lázně. En medio nos quedó una noche suelta que no teníamos muy claro dónde pasaríamos. Lo decidiríamos sobre la marcha.
Alquilamos un coche para la segunda parte del viaje (los primeros días en Praga no lo necesitaríamos) y reservamos un hotel en Praga (de la estancia en Mariánské Lázně se encargaban nuestros amigos). Y con eso, ya teníamos lista nuestra escapada. Fue en itinerario corto que nos llevó setecientos kilómetros, apenas un depósito de gasolina.
Trece años más tarde y por motivos que no vienen al caso, unos amigos nos regalaron una estancia de tres noches en un hotel-balneario en Mariánské Lázně y una cena en un restaurante de cocina española en Praga. Fue un regalo que nos hizo mucha ilusión. En primer lugar, cualquier obsequio que lleve implícita la necesidad de viajar es para nosotros un magnífico regalo; en segundo lugar, nos brindaba la oportunidad de volver a la República Checa y poder visitar Praga juntos (además de explorar algún lugar nuevo en el país y revisitar algún rincón conocido). Por último, y no menos importante, nos permitía encontrarnos allí con nuestros amigos y disfrutar de entretenidas veladas comiendo y bebiendo bien, algo a lo que ambas parejas somos muy aficionadas.
La mejor época para visitar la República Checa es de abril a octubre, principalmente porque el clima es más benévolo durante ese intervalo; pero también porque de noviembre a marzo anochece muy pronto, y hay muchos lugares de interés turístico que tienen unos horarios mucho más restringidos (o directamente están cerrados). A pesar de ello, todo en esta vida tiene un lado positivo: de noviembre a marzo hay mucha menos afluencia turística, especialmente en la siempre abarrotada Praga.
En esta ocasión los preparativos fueron razonablemente sencillos. Estaríamos una semana en la República Checa: las tres primeras noches en Praga y las tres últimas en Mariánské Lázně. En medio nos quedó una noche suelta que no teníamos muy claro dónde pasaríamos. Lo decidiríamos sobre la marcha.
Alquilamos un coche para la segunda parte del viaje (los primeros días en Praga no lo necesitaríamos) y reservamos un hotel en Praga (de la estancia en Mariánské Lázně se encargaban nuestros amigos). Y con eso, ya teníamos lista nuestra escapada. Fue en itinerario corto que nos llevó setecientos kilómetros, apenas un depósito de gasolina.
Praga
En Praga nos alojamos en el Seven Days Boutique Hotel, un alojamiento con una gran relación calidad/precio y un desayuno bufé muy completo y variado. Hicimos la reserva directamente con ellos, pues, para estancias de tres noches, el precio incluía un traslado gratuito a o desde el aeropuerto; justamente lo que necesitábamos.
En Praga nos alojamos en el Seven Days Boutique Hotel, un alojamiento con una gran relación calidad/precio y un desayuno bufé muy completo y variado. Hicimos la reserva directamente con ellos, pues, para estancias de tres noches, el precio incluía un traslado gratuito a o desde el aeropuerto; justamente lo que necesitábamos.
La tarde en la que aterrizamos en el aeropuerto, el conductor de nuestro transfer estaba esperándonos pacientemente en la sala de llegadas. En algo menos de media hora nos dejó en la puerta del hotel.
Esa noche fuimos a cenar a una cervecería cercana y después nos dimos una vuelta por el centro. A esas horas ya quedaban pocos turistas por allí: la enorme plaza de la ciudad vieja estaba muy tranquila. Tenía una iluminación tenue que le quedaba muy bien. |
La mañana siguiente comenzamos nuestro recorrido siguiendo un itinerario que venía recomendado en nuestra guía, que recorría los lugares más turísticos del centro de Praga.
Para llegar al punto de inicio tuvimos que atravesar la plaza Wenceslao, con una forma más parecida a un bulevar que a una plaza. Tiene una pequeña pendiente, en cuya parte alta se yergue imponente el Museo Nacional.
La plaza está plagada a ambos lados de tiendas de regalos, casas de apuestas, casinos y otros lugares poco edificantes. Mantiene, sin embargo, algunos bonitos edificios de estilo art nouveau; entre otros, el hotel Meran o el Gran Hotel Europa. Bajamos la plaza Wenceslao hasta Můstek y allí giramos a la derecha por la señorial calle Na Příkopě, que desemboca en Náměstí Republiky o plaza de la República. |
En esta plaza destaca el edificio de la Casa Consistorial, el cual alberga un teatro (y, en sus sótanos, un popular restaurante). Se halla unido por un puente a la torre de la Pólvora. Esta torre es inconfundible por el color negro que impregna toda su fachada. La ruta comenzaba en este punto.
Caminando por la calle Celetná se adentraba en pasadizos que daban a patios y rincones poco transitados por los turistas, pero mucho por los lugareños, que los usan como atajos.
De alguna manera salimos a un lateral de la iglesia de Nuestra Señora de Týn, por el que llegamos hasta la Staroměstské Náměstí o plaza de la Ciudad Vieja. Esta plaza tiene una forma que podríamos caracterizar como indeterminada. Cuenta con muchos lugares interesantes. A pesar de que no se puede contemplar la fachada completa de Nuestra Señora de Týn porque hay un edificio delante, se ven muy bien las torres gemelas de la iglesia.
El único elemento que hace que la plaza no sea totalmente diáfana es el monumento a Jan Hus, uno de los primeros reformadores cristianos de Europa.
De alguna manera salimos a un lateral de la iglesia de Nuestra Señora de Týn, por el que llegamos hasta la Staroměstské Náměstí o plaza de la Ciudad Vieja. Esta plaza tiene una forma que podríamos caracterizar como indeterminada. Cuenta con muchos lugares interesantes. A pesar de que no se puede contemplar la fachada completa de Nuestra Señora de Týn porque hay un edificio delante, se ven muy bien las torres gemelas de la iglesia.
El único elemento que hace que la plaza no sea totalmente diáfana es el monumento a Jan Hus, uno de los primeros reformadores cristianos de Europa.
En la parte baja de la plaza se ubica el Ayuntamiento Viejo, que cuenta con una torre gótica donde se puede contemplar el famoso reloj astronómico. A las horas en punto, las figuras que adornan el reloj se mueven, en un espectáculo que no tiene nada de especial, pero que, sin embargo, hace las delicias de los turistas (y al parecer, de los carteristas).
Continuamos hacia el río pasando por el actual ayuntamiento y entramos en el patio del Klementinum. Allí vimos que se podía subir a la torre y visitar la biblioteca, y decidimos dejar la visita para el día siguiente. Salimos a la calle Karlova, en la que no caben más restaurantes. Siguiendo el itinerario, nos adentramos por un pasaje que llegaba a un patio, que a su vez daba a la avenida que discurre paralela al río. Nos acercamos al mirador donde está la estatua del compositor checo Smetana (un poco oculta por las ramas de un árbol) para contemplar el famoso puente Carlos sobre el río Moldava, con la figura del castillo al fondo. Como ese día había bastante niebla, el castillo quedaba un tanto difuminado.
La ruta propuesta por la guía finalizaba en ese punto. Decidimos acercarnos a Josefov, el barrio judío. En él se conservan varias sinagogas antiguas, algunas de las cuales se pueden visitar. Nosotros nos limitamos a dar una vuelta por la zona, tras lo cual nos acercamos al río y lo cruzamos por el puente Mánesův. Subimos las escaleras que ascienden al castillo con la idea de bajar por los jardines, pero estaban cerrados hasta la primavera. Aún así, el ascenso no fue en vano: justo antes de entrar al castillo, hay un mirador desde donde se contempla una bonita panorámica de la ciudad.
Bajamos las escaleras y nos adentramos en el barrio de Malá Strana. Caminamos hasta la isla de Kampa, lugar muy tranquilo y agradable, a pesar de estar junto al puente Carlos. De hecho, desde la isla se podía disfrutar de una bonita y cercana vista del puente.
Buscamos el muro de John Lennon, que no nos costó demasiado encontrar. Una imagen del artista fallecido domina la pared, alrededor de la cual han dibujado un mapamundi y estampado la palabra “amor” en un montón de idiomas.
Salimos a la calle Karmelitská, giramos por Tržiště y subimos la calle hasta la embajada de Alemania, instalada en un enorme palacio. Subimos unas escaleras y accedimos a la calle Nerudova. Esta calle, hoy plagada de hoteles, era un buen ejemplo de una curiosa práctica que se daba antiguamente en la ciudad: los mercaderes o comerciantes esculpían encima de sus portales una figura o símbolo relacionada con su profesión. Nosotros solamente encontramos dos: una especie de langosta o bogavante en uno, y unos violines en otro. Suponemos que se trataría de pescadores en un portal y de lutieres en el otro.
Salimos a la calle Karmelitská, giramos por Tržiště y subimos la calle hasta la embajada de Alemania, instalada en un enorme palacio. Subimos unas escaleras y accedimos a la calle Nerudova. Esta calle, hoy plagada de hoteles, era un buen ejemplo de una curiosa práctica que se daba antiguamente en la ciudad: los mercaderes o comerciantes esculpían encima de sus portales una figura o símbolo relacionada con su profesión. Nosotros solamente encontramos dos: una especie de langosta o bogavante en uno, y unos violines en otro. Suponemos que se trataría de pescadores en un portal y de lutieres en el otro.
Atravesamos la plaza en la que termina la calle Nerudova y nos acercamos al puente Carlos para atravesarlo y regresar hacia la parte antigua de la ciudad.
Nos pareció que habíamos aprovechado bastante bien el día, así que, como estaba anocheciendo, decidimos dar por concluidas las visitas. Regresamos al hotel a descansar antes de salir a cenar.
A la mañana siguiente tomamos el metro para ir hasta la parada de Hradčanská. Allí comenzaba otro itinerario de nuestra guía. Una vez en la superficie, dimos un pequeño paseo por el barrio de Hradčany, situado al otro lado del castillo. Llegamos al palacio de verano, en cuyo interior había una exposición de fotografía que rememoraba cómo se vivió la caída del muro de Berlín y sus días posteriores, tanto en la República Checa como en diversos países del este de Europa.
Una vez fuera del pabellón, caminamos por los jardines hasta la elegante Casa del Juego de Pelota. Nada más dejarla atrás, pudimos contemplar el castillo en todo su esplendor, con una vista que no suele ser la habitual.
A la mañana siguiente tomamos el metro para ir hasta la parada de Hradčanská. Allí comenzaba otro itinerario de nuestra guía. Una vez en la superficie, dimos un pequeño paseo por el barrio de Hradčany, situado al otro lado del castillo. Llegamos al palacio de verano, en cuyo interior había una exposición de fotografía que rememoraba cómo se vivió la caída del muro de Berlín y sus días posteriores, tanto en la República Checa como en diversos países del este de Europa.
Una vez fuera del pabellón, caminamos por los jardines hasta la elegante Casa del Juego de Pelota. Nada más dejarla atrás, pudimos contemplar el castillo en todo su esplendor, con una vista que no suele ser la habitual.
Salimos del recinto por la otra parte de los jardines y, desde allí, cruzamos el enorme foso del castillo para acceder a su interior. El castillo de Praga no es un castillo al uso. En realidad, es como una pequeña ciudad. Destaca, por encima de todo, la catedral de San Vito, un edificio de proporciones enormes. Pero dentro del castillo también hay un palacio, un convento, una basílica, viviendas y un sinfín de construcciones de todo tipo.
El acceso al recinto del castillo es gratuito. Una vez en él, hay diferentes entradas para poder visitar el interior de los distintos edificios. Hay que tener en cuenta que es la atracción turística más visitada de la ciudad… lo que implica riadas de gente. Nosotros nos limitamos a pasear por los numerosos patios adyacentes, conformándonos con acceder al interior de la catedral de San Vito.
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Continuamos nuestra ruta saliendo del castillo por la puerta que da a la plaza Hradčany, una amplia plaza que cuenta con un par de palacios. El más grande es el Schwarzenberg, perfectamente reconocible gracias a su fachada con esgrafiados. Salimos de la plaza por el lado opuesto, por una angosta calle adoquinada que conducía a la iglesia de San Juan de Nepomuceno y deambulamos un rato por las calles aledañas de este agradable barrio. |
Doblamos por la calle Černínská y ascendimos hasta una plaza donde encontramos dos edificios, el santuario de la Loreta y el palacio Černín, que cuenta con una espectacular fachada de 150 metros de largo.
Dejando atrás el palacio, llegamos a una plaza y, atravesando un callejón, encontramos el monasterio de Strahov. En este monasterio visitamos la biblioteca. Cuenta con dos salas a las que no se puede acceder (solo se pueden contemplar desde la puerta) unidas entre sí por un pasillo en el que hay vitrinas con artículos muy variopintos.
En la plaza donde se ubica el monasterio hay una puerta de acceso a los jardines, que se encuentran en la parte alta de Malá Strana. Desde allí sale un sendero que conduce a la colina Petřín. A lo largo de todo el sendero se puede contemplar una bonita vista de Praga y del castillo.
En la plaza donde se ubica el monasterio hay una puerta de acceso a los jardines, que se encuentran en la parte alta de Malá Strana. Desde allí sale un sendero que conduce a la colina Petřín. A lo largo de todo el sendero se puede contemplar una bonita vista de Praga y del castillo.
En lo alto de la colina se halla la torre vigía de Petřín, a la que se puede subir para contemplar la panorámica. Como el día estaba muy nuboso, nosotros renunciamos a entrar. Nos conformamos con la vista desde el sendero.
El itinerario sugerido en la guía finalizaba ahí. Fue una ruta que nos gustó mucho, pues se adentraba en zonas no tan concurridas de la ciudad, pero que no por eso dejan de ser muy interesantes.
Bajamos dando un paseo hasta Malá Strana y atravesamos el puente Carlos en dirección al Klementinum. El día anterior nos quedamos con ganas de subir a la torre astronómica y decidimos hacerlo en ese momento.
La visita solo se puede hacer guiada y en inglés, en intervalos de media hora. A nuestra llegada únicamente tuvimos que esperar un rato hasta el comienzo de la siguiente visita.
Para llegar a lo alto de la torre hay que subir casi trescientos escalones, muchos de ellos por una escalera de caracol. Digamos que el acceso no es precisamente cómodo. A medio camino se hace una parada para contemplar la sala de la biblioteca barroca, que es espectacular, pero a la que no se puede acceder. Hay que conformarse con contemplarla desde la puerta. Después se siguen subiendo escalones hasta lo alto. La torre cuenta con una pequeña terraza que la rodea, desde donde se obtiene una magnífica vista del centro de Praga.
El itinerario sugerido en la guía finalizaba ahí. Fue una ruta que nos gustó mucho, pues se adentraba en zonas no tan concurridas de la ciudad, pero que no por eso dejan de ser muy interesantes.
Bajamos dando un paseo hasta Malá Strana y atravesamos el puente Carlos en dirección al Klementinum. El día anterior nos quedamos con ganas de subir a la torre astronómica y decidimos hacerlo en ese momento.
La visita solo se puede hacer guiada y en inglés, en intervalos de media hora. A nuestra llegada únicamente tuvimos que esperar un rato hasta el comienzo de la siguiente visita.
Para llegar a lo alto de la torre hay que subir casi trescientos escalones, muchos de ellos por una escalera de caracol. Digamos que el acceso no es precisamente cómodo. A medio camino se hace una parada para contemplar la sala de la biblioteca barroca, que es espectacular, pero a la que no se puede acceder. Hay que conformarse con contemplarla desde la puerta. Después se siguen subiendo escalones hasta lo alto. La torre cuenta con una pequeña terraza que la rodea, desde donde se obtiene una magnífica vista del centro de Praga.
De nuevo en el exterior, pasamos por la plaza de la ciudad vieja, que coincidió con la hora en punto, por lo que tuvimos la ocasión de contemplar el sobrevalorado “espectáculo” del reloj astronómico.
Decidimos poner rumbo al hotel para descansar un rato y hacer tiempo hasta nuestra cita de más tarde. Esa noche teníamos una invitación con nuestros amigos para cenar en un restaurante español. En Praga.
El restaurante se llama El Camino y está regentado por David Böhm, un cocinero oriundo de Mariánské Lázně, donde había dirigido un restaurante de tapas mediterráneas durante once años. Tras ese periplo, había decidido dar el salto a la capital. El chef es un gran amante de la cocina española y viaja a nuestro país de manera recurrente, desde que el destino lo uniera con unos jóvenes de los Arribes de Duero.
El local todavía no estaba abierto, pero merced a la gran amistad que le une con nuestros amigos, David tuvo la amabilidad de prepararnos un menú degustación en exclusiva para las dos parejas. Fue una experiencia única e irrepetible: seis personas en la cocina para cuatro comensales.
El restaurante se llama El Camino y está regentado por David Böhm, un cocinero oriundo de Mariánské Lázně, donde había dirigido un restaurante de tapas mediterráneas durante once años. Tras ese periplo, había decidido dar el salto a la capital. El chef es un gran amante de la cocina española y viaja a nuestro país de manera recurrente, desde que el destino lo uniera con unos jóvenes de los Arribes de Duero.
El local todavía no estaba abierto, pero merced a la gran amistad que le une con nuestros amigos, David tuvo la amabilidad de prepararnos un menú degustación en exclusiva para las dos parejas. Fue una experiencia única e irrepetible: seis personas en la cocina para cuatro comensales.
La cena fue sencillamente un festival de comida y bebida. Le deseamos mucha suerte en su aventura en Praga.
Kutná Hora
A la mañana siguiente nos acercamos dando un paseo a recoger el coche de alquiler. Volvimos al hotel a por nuestros bártulos y nos despedimos de Praga. Decidimos acercarnos a visitar Kutná Hora, a pesar de que el día estaba lluvioso y desapacible. Tardamos algo más de una hora en llegar. Aparcamos el coche cerca del centro, sacamos nuestros paraguas y comenzamos la visita.
Esta ciudad disfrutó de un pasado glorioso por estar situada junto a unas minas de plata. Como suele ser habitual en estos casos, cuando el mineral se agotó, se eclipsó la gloria, quedando Kutná Hora como una agradable ciudad de provincias.
Lo primero que hicimos fue acercarnos a la oficina de información turística, que desgraciadamente había cerrado… hasta abril.
Subimos por la calle Husova, que parecía ser la más importante del centro, y pasamos por una bonita plaza dominada por la columna de la plaga.
Kutná Hora
A la mañana siguiente nos acercamos dando un paseo a recoger el coche de alquiler. Volvimos al hotel a por nuestros bártulos y nos despedimos de Praga. Decidimos acercarnos a visitar Kutná Hora, a pesar de que el día estaba lluvioso y desapacible. Tardamos algo más de una hora en llegar. Aparcamos el coche cerca del centro, sacamos nuestros paraguas y comenzamos la visita.
Esta ciudad disfrutó de un pasado glorioso por estar situada junto a unas minas de plata. Como suele ser habitual en estos casos, cuando el mineral se agotó, se eclipsó la gloria, quedando Kutná Hora como una agradable ciudad de provincias.
Lo primero que hicimos fue acercarnos a la oficina de información turística, que desgraciadamente había cerrado… hasta abril.
Subimos por la calle Husova, que parecía ser la más importante del centro, y pasamos por una bonita plaza dominada por la columna de la plaga.
Seguimos subiendo por Husova hasta llegar a una pequeña plaza con una fuente, donde parecía que se terminaba la calle. No podía ser que una ciudad que había vivido un gran esplendor no tuviera ningún edificio representativo. El azar hizo que viésemos en el suelo un simpático mapa en el que aparecían destacados los principales lugares de interés de la ciudad, así que recondujimos nuestra ruta hasta ellos. Bajamos por la calle paralela y salimos a la calle Barborská, al final de la cual se encuentra el majestuoso colegio jesuita y, más allá, la catedral de Santa Bárbara. |
Caminamos hasta la catedral por la calle adoquinada. Estaba cerrada, pero desde allí se veía una bonita estampa de Kutná Hora, con unos pequeños viñedos en primer plano.
Desde allí vimos sobresalir la figura de la iglesia de San Jaime y nos fuimos en su búsqueda. Cuando llegamos, escuchamos en su interior el sonido de un órgano y un coro que estaba ensayando. Intentamos acceder, pero todas sus puertas estaban cerradas. Al lado de la iglesia encontramos un mirador desde donde se obtenía una magnífica vista del complejo del colegio y de la catedral con los viñedos. La imagen quedaba un tanto ensombrecida por el clima; en un día soleado debe ser bien bonito.
Ahora sí nos pareció que el trayecto hasta allí había valido la pena. Aun así, nos quedaba una última visita. Regresamos al coche y condujimos hasta el Kostnice Sedlec, un osario situado algo alejado del centro. Aparcamos en la puerta, pagamos la entrada y accedimos al recinto. Alrededor de la iglesia hay un pequeño cementerio. En la cripta se puede disfrutar de una vista muy curiosa: cuando la familia Schwrazenberg compró el monasterio de Sedlec a finales del siglo XIX, encontraron un gran número de huesos de esqueletos humanos apilados en la cripta. La familia permitió al carpintero local dar rienda suelta a su creatividad, pero parece que al hombre se le fue un poco la mano: una serie de adornos y figuras hechos con huesos hacen del lugar una visita muy kitsch.
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Pilsen y alrededores
Una vez hubimos concluido esta curiosa y original visita, volvimos al coche y nos pusimos en marcha. El día siguiente teníamos que llegar a Mariánské Lázně, así que decidimos proseguir la ruta en esa dirección. Como se estaba haciendo de noche, optamos por parar a pernoctar en Pilsen (o Plzeň en su original checo). Para llegar hasta allí tuvimos que transitar un buen rato por una autopista bastante concurrida. Se nota que la República Checa tiene una posición estratégica importante en Europa en lo que se refiere al transporte de mercancías por carretera. Vamos, que había muchos camiones.
A nuestra llegada a Pilsen preguntamos en un par de hoteles, pero estaban completos. A la tercera fue la vencida. Encontramos un alojamiento simple pero cómodo a unos diez minutos del centro caminando.
Salimos a cenar y aprovechamos para dar un paseo por la ciudad. Pilsen es famosa por ser la cuna de la cerveza Pilsner Urquell. De hecho, la fábrica original, que se puede visitar, mantiene su ubicación en la ciudad. Echamos un vistazo a los horarios de visita en inglés para el día siguiente, pero la primera visita era a la una de la tarde. Muy tarde para nuestro programa.
La ciudad cuenta con una plaza amplia, en cuyo centro se alza una iglesia enorme. Es una distribución curiosa. Por la noche el centro está tenuemente iluminado, pero lo suficiente para disfrutar con las vistas. Después de dar una pequeña vuelta, buscamos un sitio para cenar.
Una vez hubimos concluido esta curiosa y original visita, volvimos al coche y nos pusimos en marcha. El día siguiente teníamos que llegar a Mariánské Lázně, así que decidimos proseguir la ruta en esa dirección. Como se estaba haciendo de noche, optamos por parar a pernoctar en Pilsen (o Plzeň en su original checo). Para llegar hasta allí tuvimos que transitar un buen rato por una autopista bastante concurrida. Se nota que la República Checa tiene una posición estratégica importante en Europa en lo que se refiere al transporte de mercancías por carretera. Vamos, que había muchos camiones.
A nuestra llegada a Pilsen preguntamos en un par de hoteles, pero estaban completos. A la tercera fue la vencida. Encontramos un alojamiento simple pero cómodo a unos diez minutos del centro caminando.
Salimos a cenar y aprovechamos para dar un paseo por la ciudad. Pilsen es famosa por ser la cuna de la cerveza Pilsner Urquell. De hecho, la fábrica original, que se puede visitar, mantiene su ubicación en la ciudad. Echamos un vistazo a los horarios de visita en inglés para el día siguiente, pero la primera visita era a la una de la tarde. Muy tarde para nuestro programa.
La ciudad cuenta con una plaza amplia, en cuyo centro se alza una iglesia enorme. Es una distribución curiosa. Por la noche el centro está tenuemente iluminado, pero lo suficiente para disfrutar con las vistas. Después de dar una pequeña vuelta, buscamos un sitio para cenar.
Nada más levantarnos al día siguiente, recogimos nuestras cosas y pusimos rumbo a Klatovy. Esta pequeña población cuenta con un agradable y pequeño centro histórico, pero la mayor atracción turística es la cripta de la iglesia de los Jesuitas, que alberga unas catacumbas.
Inesperadamente, la oficina de información turística estaba abierta a nuestra llegada, así que entramos a pedir un plano. Aprovechamos para informarnos acerca de los horarios: la cripta abría dentro de una hora, así que como no habíamos desayunado, entramos en una cafetería de la plaza y nos acomodamos. El lugar estaba abarrotado de jubilados locales, pero conseguimos hacernos un hueco en una mesa y desayunar tranquilamente.
De vuelta a la calle comenzamos la visita. En la plaza principal destacan la torre negra, que colinda con el ayuntamiento, y la mencionada iglesia de los jesuitas.
Inesperadamente, la oficina de información turística estaba abierta a nuestra llegada, así que entramos a pedir un plano. Aprovechamos para informarnos acerca de los horarios: la cripta abría dentro de una hora, así que como no habíamos desayunado, entramos en una cafetería de la plaza y nos acomodamos. El lugar estaba abarrotado de jubilados locales, pero conseguimos hacernos un hueco en una mesa y desayunar tranquilamente.
De vuelta a la calle comenzamos la visita. En la plaza principal destacan la torre negra, que colinda con el ayuntamiento, y la mencionada iglesia de los jesuitas.
Continuamos hasta la elegante torre blanca, junto a una iglesia, y continuamos hasta llegar a los restos de la muralla. Salimos al exterior y dimos una vuelta por la zona, pasando por bonitos edificios con fachadas decoradas de estilo art nouveau.
Continuamos nuestro paseo adentrándonos nuevamente intramuros; pasamos junto a una bonita casa con toda la fachada esgrafiada.
Nuevamente en la plaza, nos acercamos a la farmacia barroca, la cual no pudimos visitar, pues de noviembre a marzo solo abre bajo petición para grupos de al menos diez personas. Una pena, porque dicen que es una de las farmacias con interior barroco mejor conservada de Europa.
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Tan solo nos quedaban las catacumbas por visitar, a las cuales se accede por la parte de atrás de la iglesia. En la entrada del recinto hay una interesante exposición de libros y reliquias de épocas pasadas relacionadas con la orden religiosa de los jesuitas. Al fondo de estas salas se encuentran las catacumbas: en ellas se exponen los cuerpos momificados de monjes y benefactores de la nobleza y la burguesía locales. A principios del siglo XX, el lugar sufrió un problema de ventilación, que ocasionó la descomposición de unos 140 cuerpos. En la actualidad se exponen casi cuarenta.
Reemprendimos la conducción y llegamos hasta Domažlice. Esta localidad cuenta con una original y bonita plaza alargada. En uno de sus extremos se halla la puerta Baja; en el otro, la iglesia agustina. A ambos lados, unos soportales recorren todo el lateral de la plaza.
Aprovechamos para comer algo y probar un dulce típico de la zona. Después dimos una pequeña vuelta por las calles adyacentes a la plaza. Cuando vimos que no había mucho más que ver, volvimos al coche.
La penúltima parada del día fue en Horšovský Týn. Llegamos hasta el castillo pero estaba cerrado, Tuvimos que conformamos con dar un pequeño paseo por los jardines que encontramos detrás, que contaban con un bonito estanque. Tras esta corta parada, seguimos nuestro camino.
La penúltima parada del día fue en Horšovský Týn. Llegamos hasta el castillo pero estaba cerrado, Tuvimos que conformamos con dar un pequeño paseo por los jardines que encontramos detrás, que contaban con un bonito estanque. Tras esta corta parada, seguimos nuestro camino.
Mariánské Lázně y Karlovy Vary
Como hemos comentado al inicio, nuestro alojamiento en Mariánské Lázně era por cortesía de unos amigos, que nos habían regalado una estancia de tres noches en régimen de media pensión en un hotel en Mariánské Lázně, el Falkensteiner Hotel Grand MedSpa Marienbad. Se trata de un elegante hotel-balneario con zona wellness, muy frecuentado por alemanes y rusos, que acuden a él en busca de algún tratamiento beneficioso para la salud, disfrutando de paso de las instalaciones y comodidades que ofrece el hotel. Tras acomodar nuestros bártulos en la habitación, salimos a dar un paseo. Ya estaba atardeciendo y la noche nos cayó encima, con todo su frescor; afortunadamente, íbamos bien abrigados. Mariánské Lázně y Karlovy Vary son dos de las tres poblaciones-balneario que conforman el triángulo de ciudades termales de Bohemia. Ambas son muy señoriales y están llenas de elegantes edificios. Karlovy Vary es más grande y quizá más famosa. Sin embargo, a nosotros nos gustó mucho más Mariánské Lázně, principalmente por dos motivos: el primero, porque cuenta con un bonito y enorme parque por el que es una delicia pasear (incluso de noche y con frío); el segundo, porque está rodeada de bosque, con montones de senderos donde disfrutar de la naturaleza. |
En nuestra primera incursión en la República Checa en el año 2006 visitamos estas dos poblaciones, aunque en otra época del año. En aquella ocasión, era finales de junio, por lo que pudimos gozar de un día de sol espléndido, en plena temporada alta, con todas las fuentes en funcionamiento y el bullicio de los turistas por todas partes. En esta ocasión, la estancia fue en el mes de noviembre, con el otoño ya muy avanzado y días muy cortos y fríos. A pesar de ello, las dos ciudades nos gustaron mucho más esta vez.
Como decíamos hace un par de párrafos, habíamos salido a dar un paseo. Aunque se hizo de noche, llegamos hasta la kolonáda, una larga estructura de hierro forjado, que es el edificio más representativo de la ciudad.
Como decíamos hace un par de párrafos, habíamos salido a dar un paseo. Aunque se hizo de noche, llegamos hasta la kolonáda, una larga estructura de hierro forjado, que es el edificio más representativo de la ciudad.
A su lado hay un pabellón donde se pueden probar las distintas aguas medicinales de los manantiales que llegan a la ciudad. La gente se compra unos pequeños recipientes de porcelana que hacen las funciones de vaso, los cuales van rellenando y bebiendo con agua de cada fuente. Nosotros los probamos todos. Si bien en general no nos hicieron mucha gracia, el que más nos gustó fue el de la fuente Karolinin, que no estaba tan caliente como los demás y tenía un ligero y original toque gaseoso. Y por el nombre, claro.
La mañana siguiente decidimos acercarnos a visitar Karlovy Vary, antes de lo cual hicimos una pequeña parada en Loket. El centro histórico de Loket es casi una isla: se encuentra en un promontorio a orillas de un meandro, en el cual sobresale majestuosa la figura del castillo.
Aparcamos el coche fuera del centro y atravesamos un puente para llegar. El lugar estaba un poco desangelado, aunque seguramente en verano la sensación sea otra. El centro es bonito y recogido, con una original plaza de forma alargada semicircular, que cuenta en su centro con una columna. Está rodeada de típicos edificios de arquitectura centroeuropea.
La mañana siguiente decidimos acercarnos a visitar Karlovy Vary, antes de lo cual hicimos una pequeña parada en Loket. El centro histórico de Loket es casi una isla: se encuentra en un promontorio a orillas de un meandro, en el cual sobresale majestuosa la figura del castillo.
Aparcamos el coche fuera del centro y atravesamos un puente para llegar. El lugar estaba un poco desangelado, aunque seguramente en verano la sensación sea otra. El centro es bonito y recogido, con una original plaza de forma alargada semicircular, que cuenta en su centro con una columna. Está rodeada de típicos edificios de arquitectura centroeuropea.
Recorrimos la plaza en su totalidad y salimos del centro por el otro extremo. Allí cruzamos otro puente y ascendimos por una carretera para contemplar la vista desde el lado opuesto. Desde ese punto, la panorámica del castillo era todavía más espectacular.
Desanduvimos el camino atravesando el centro y los dos puentes y volvimos al coche. Condujimos hasta Karlovy Vary, donde dejamos el coche en un aparcamiento. El centro discurre paralelo a un río y está flanqueado a ambos lados por montes, por lo que el itinerario de ida y de vuelta fue casi por el mismo lugar.
Nada más llegar a cualquiera de las dos calles principales, cada una en una margen del río, se puede contemplar la elegante arquitectura que impregna la ciudad: bonitos y relucientes edificios señoriales de estilo centroeuropeo.
Nada más llegar a cualquiera de las dos calles principales, cada una en una margen del río, se puede contemplar la elegante arquitectura que impregna la ciudad: bonitos y relucientes edificios señoriales de estilo centroeuropeo.
Al inicio de nuestro recorrido encontramos un pequeño parque, donde en nuestra visita de 2006 había un promontorio de flores con la fecha de aquel día. En la época del año en la que lo visitábamos ahora, las labores de jardinería se encontraban en una etapa muy diferente.
Al final de otro pequeño y bucólico parque se halla la Sadová Kolonáda, uno de los cinco pasajes porticados de la ciudad, que alberga uno de los doce manantiales de Karlovy Vary.
El más grande de estos pasajes es el que encontramos después, la Mlýnská Kolonáda. Este imponente edificio, con largas filas de columnas, contiene cuatro manantiales de los que brotan aguas bastante calientes.
El más grande de estos pasajes es el que encontramos después, la Mlýnská Kolonáda. Este imponente edificio, con largas filas de columnas, contiene cuatro manantiales de los que brotan aguas bastante calientes.
La tercera que encontramos a nuestro paso fue la Tržní Kolonáda, quizá la más original, al ser de madera. Frente a ella está la fuente Vrídlo, que mana como un géiser, aunque en el edificio adyacente el chorro de agua está domesticado y se puede beber. Con sus setenta y dos grados centígrados, es una de las más calientes de la ciudad.
A lo largo de todo el camino fuimos encontrando pequeños puentes que unen las dos calles, aunque nosotros paseamos casi todo el rato por la misma, que es donde están las kolonádas.
En un recodo del río encontramos el monumental Grandhotel Pupp, de enormes dimensiones. Es un edificio majestuoso y elegante, muy acorde con el resto de la ciudad.
En un recodo del río encontramos el monumental Grandhotel Pupp, de enormes dimensiones. Es un edificio majestuoso y elegante, muy acorde con el resto de la ciudad.
En ese punto dimos media vuelta y nos adentramos en la montaña, para ascender hasta un mirador. Subimos un buen trecho y encontramos uno desde donde se obtenía una bonita panorámica de la ciudad. Estuvimos disfrutando un rato de la vista, tras lo cual iniciamos la bajada. Esta fue un poco más peligrosa, al estar el suelo húmedo y cubierto de hojas. |
De nuevo en la avenida principal, tomamos la calle Sadová, la cual nos condujo hasta una bonita iglesia ortodoxa rusa recién restaurada.
Con eso dimos por concluido el paseo y regresamos hasta el coche. De vuelta en Mariánské Lázně, aprovechamos el tiempo que quedaba antes de la cena para disfrutar de las saunas y piscinas del hotel.
La mañana siguiente desayunamos tranquilamente y salimos a dar un paseo por Mariánské Lázně. Comenzamos visitando el cementerio, que estaba muy cerca del hotel, pero ya en la linde del bosque. Las tumbas estaban, en general, muy cuidadas y llenas de flores.
La mañana siguiente desayunamos tranquilamente y salimos a dar un paseo por Mariánské Lázně. Comenzamos visitando el cementerio, que estaba muy cerca del hotel, pero ya en la linde del bosque. Las tumbas estaban, en general, muy cuidadas y llenas de flores.
Continuamos dando un pequeño paseo por el bosque, que en esa época del año estaba precioso. Un intenso color naranja predominaba por todas partes.
Regresamos a la civilización por la parte alta de la ciudad, donde están los hoteles más separados del centro. Salimos a la kolonáda y la recorrimos por dentro.
Nos acercamos al pequeño parque Goethe, dominado por una estatua del famoso escritor. En el centro de este parque hay una iglesia octogonal. En él también encontramos varios majestuosos hoteles, así como un edificio magnífico, que en su tiempo también albergó otro hotel; desgraciadamente, ahora está abandonado. |
Bajando hacia el centro pasamos por la “fuente cantarina”, llamada así porque, cuando está en funcionamiento, está amenizada cada cierto tiempo con música clásica. En noviembre estaba apagada, pero en nuestra anterior visita pudimos contemplarla en todo su esplendor.
Lo mismo nos pasó con el manantial Karolinin, del que no brotaba agua, pero que en nuestra primera visita pudimos beber de él.
Lo mismo nos pasó con el manantial Karolinin, del que no brotaba agua, pero que en nuestra primera visita pudimos beber de él.
Una vez en el parque principal, pasamos junto a las estatuas de Francisco José I y Eduardo VII, quienes acostumbraban a reunirse en esta ciudad en las visitas anuales que hacía el rey inglés.
Seguimos bajando por la calle Hlavní, repleta de edificios señoriales, y concluimos nuestra visita en una cafetería, donde nos sentamos a tomar algo. Después regresamos al hotel a relajarnos y a hacer uso nuevamente de sus magníficas instalaciones. Antes de cenar volvimos a salir a la calle para acercarnos a la vinoteca Smaragd, un local especializado en vinos del centro y el este de Europa. Probamos un vino de Austria y otro muy original de Hungría, que acompañamos de unas exquisitas tablas de quesos austriacos y embutidos locales. Sin duda, un rincón muy destacable en la ciudad. Al día siguiente, tras un abundante y rico desayuno, regresamos a Praga para coger el avión que nos llevaría de vuelta a casa. |
Comparando nuestra visita de 2006 con esta de 2019, encontramos una similitud y una diferencia muy claras: cuando se sale de las zonas más turísticas, el idioma sigue siendo una barrera, si bien cada vez más pequeña, gracias a las nuevas tecnologías. Por el contrario, las carreteras actuales de la República Checa ya nada tienen que ver con las que conocimos en 2006. En este sentido, el país se ha modernizado mucho: ahora da gusto hacer un road trip por la República Checa.