los viajes de juanma y carol
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Egipto
Abril 2007

Preparativos

Egipto no era un país que nos atrajera a priori, pero es indudable que todo viajero que se precie de serlo debe visitar alguna vez en su vida las Pirámides de Egipto, igual que debe ver el Taj-Mahal, la Muralla China o la Torre Eiffel, por poner algunos ejemplos. Así que ese motivo, ver las famosas pirámides, fue el que hizo que nos decidiéramos a ir a Egipto. El problema que teníamos era que solamente disponíamos de una semana, así que, aunque no nos gusta hacer viajes organizados, en este caso decidimos hacer una excepción. Como dábamos por hecho que sería un destino relativamente masificado, estuvimos mirando agencias de viaje que ofertaran grupos reducidos. Encontramos una oferta en una agencia online llamada Traveloteca que nos gustó, y que además era más barata que la media, así que nos decidimos a contratarlo con ellos. Escogimos el paquete básico-típico de cuatro días de crucero por el Nilo y tres días en El Cairo. Estaba claro que en este viaje no íbamos a ser muy originales. Nos ofrecieron la opción de, por un módico precio, añadir la visita de Abu Simbel y dijimos que sí. Así, de esta manera tan simple y rápida, tuvimos listo nuestro viaje a Egipto.    
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Crucero

Volamos directamente a Luxor desde Madrid con Egypt Air y a nuestra llegada al aeropuerto egipcio había un chico esperándonos, quien nos subió en una furgoneta y nos condujo directamente al Nile Dolphin M/S, el barco en el que haríamos nuestro crucero. Allí conocimos a Mohamed, quien sería nuestro guía de habla hispana durante toda nuestra ruta, y al resto de los componentes del grupo con quienes compartiríamos el viaje. En total éramos dieciséis, pero cuatro se separarían al llegar a Aswan pues harían un crucero por el Lago Nasser. Por tanto, los de Traveloteca habían cumplido su promesa y seríamos un grupo reducido. Durante la cena nos dieron el programa para todos los días, y lo primero que vimos fue que durante los cuatro días del crucero íbamos a tener que madrugar de lo lindo. El servicio de comidas en el barco fue siempre buffet, y salvo la última noche, no abundaron las especialidades egipcias; fue más bien comida internacional.
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En nuestro primer madrugón nos percatamos de algo que la noche anterior, con las prisas del conductor de la furgoneta para llegar a tiempo a la cena, no habíamos visto: el barco, o más bien la motonave, estaba atracada en el Nilo junto a una infinidad de motonaves, todas cortadas por el mismo patrón. Y según nos comentó Mohamed eso no era nada, pues no era temporada alta: en verano había casi el doble de barcos. 
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Nuestra primera visita fue al Valle de los Reyes. Conforme nos acercábamos con la furgoneta, la zona parecía únicamente un pedazo de zona desértica más, pero una vez allí vimos que estaba todo lleno de carteles indicando las tumbas. Visitamos el interior de dos de ellas, la de Tutmosis III y la de Tausert. Durante la semana que duró nuestro viaje, Mohamed nos fue dando algunas nociones de la historia egipcia y de los parentescos entre diferentes reyes, faraones y dinastías, y al final del viaje, nombres como los anteriores eran ya casi de la familia. Es una pena que a nuestra vuelta a casa nos olvidáramos casi por completo de todas las explicaciones y no nos pusiéramos de acuerdo para emparentar unos con otros. 
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El interior de las tumbas estaba mejor o peor conservado, pero solamente por la dificultad de su acceso y la sensación de estar en un sitio especial merecía la pena su visita. Pudimos ver las diferentes salas que las componían, los dibujos de la época y algún que otro sarcófago y objetos varios.
Después nos condujeron al templo de Hatshepsut, del cual solamente vimos de lejos la entrada excavada en la piedra, ya que Mohamed nos dijo que su interior no merecía mucho la pena. Continuamos hasta los Colosos de Memnón, dos figuras colosales, valga la redundancia, que supuestamente estaban situadas a la entrada de algún templo.
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Después visitamos el templo de Medinet Habu, que fue el primero de una gran cantidad de templos que visitaríamos a lo largo del viaje. El sistema de visita que llevaba Mohamed fue siempre el mismo: primero explicaba un poco algunos aspectos del lugar y después nos concedía un rato para que hiciésemos las imprescindibles fotografías. 
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Ahí fue donde descubrimos, por ejemplo, que los nombres de los faraones se escribían en el interior de un cartucho, o que muchos de los templos que visitamos estuvieron olvidados y cubiertos de arena durante muchos años, hasta que fueron redescubiertos; algo que dado el tamaño de algunos de ellos, nos pareció muy sorprendente.
Cuando finalizamos la visita de Medinet Habu, nos subimos a una pequeña embarcación para atravesar el Nilo y visitar el Templo de Luxor, que se encontraba en la otra orilla. En la entrada principal del templo se halla un solo obelisco, pero en la antigüedad había dos. El segundo que estaba y ya no está se encuentra en la Plaza de la Concordia de París.
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Tras la visita del templo de Luxor, atravesamos las Avenida de las Esfinges y fuimos al templo de Karnak. Toda esa zona era la antigua ciudad de Tebas, que fue una de las más importantes durante la época del antiguo Egipto. En el templo de Karnak vimos la estatua del escarabajo que supuestamente hay que rodear siete veces en sentido contrario a las agujas del reloj para que se concedan los deseos.
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Tras visitar esta sucesión de templos nos llevaron de vuelta al barco para comenzar nuestra travesía por el Nilo. El resto del día fue de navegación. Por las noches, después de la cena, cuando volvíamos a nuestro camarote siempre nos encontrábamos con que el personal del barco había hecho alguna divertida composición con las toallas.

La mañana siguiente llegamos a Edfú, siguiente parada de nuestro crucero. Allí nos subieron en unas calesas que nos transportaron hasta el templo de Horus. Lo que más nos impresionó de este templo fue la enorme fachada que tenía en la entrada. Mohamed nos contó que este era uno de los muchos templos que estuvieron enterrados bajo la arena durante muchos años, algo que parecía imposible dada las dimensiones de la entrada. Después de visitar el templo de Horus volvimos a la calesa que nos llevó de vuelta al barco para continuar nuestra travesía.
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Después de comer llegamos a Kom Ombo, donde visitamos el templo del mismo nombre. Este templo se encuentra justo al lado de donde atracan las motonaves. Las motonaves que hacen los cruceros por el Nilo son todas muy parecidas, y tienen una curiosa manera de atracar en los sitios, como Kom Ombo, en los que no hay mucho espacio para hacerlo: aparcan en paralelo unas con otras, haciendo coincidir las puertas de acceso de cada una, de manera que los pasajeros de las que van llegando más tarde tienen que atravesar las que llegaron más temprano para llegar a tierra. Es un sistema de dobles, triples, cuádruples filas. Mohamed nos dijo que en temporada alta pueden llegar a haber hasta diez filas de barcos. Nos pareció un poco excesivo (y quizás poco operativo a la hora de visitar los templos), pero como no estuvimos allí en temporada alta no pudimos comprobarlo (ni hubiéramos querido).
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Esa noche, después de cenar, hicimos la tradicional fiesta de la chilaba, que al parecer se lleva a cabo en todos los barcos. Para ello, cada uno de los pasajeros tuvimos que comprarnos una chilaba y ponérnosla. Nos llevaron a un salón donde pusieron música y pasamos un agradable velada charlando con los demás componentes de nuestro grupo.
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El día siguiente amanecimos en Asuán, la ciudad en la que terminábamos el crucero. Mohamed nos había ofrecido una excursión para visitar el pueblo nubio que no estaba incluida en el precio. Todos los componentes de nuestro grupo decidieron hacer dicha excursión excepto nosotros, porque nos dio la sensación de que esa visita estaría muy preparada para los turistas y preferimos quedarnos en Asuán y dar una vuelta por la ciudad. Estuvimos paseando por el zoco y llegamos a un promontorio desde el que se veían un montón de falucas de las que pueblan, junto con las motonaves, el río Nilo.
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Por la tarde, una vez todo el grupo estuvo reunido de nuevo, nos llevaron a una cantera para ver un obelisco inacabado. Los obeliscos debían sacarlos de una sola pieza sin ninguna fisura. Por eso el que vimos en Asuán nunca salió de la cantera, porque sufrió una grieta que hizo que se quedara tumbado para la posteridad. Después nos condujeron hasta la presa de Asuán, una gran obra de ingeniería y la zona más vigilada militarmente de todo Egipto. Gracias a esta presa, los egipcios pudieron controlar las impredecibles crecidas del Nilo, además de dotar de electricidad a todo el país, merced a la energía hidroeléctrica que genera. 
Esa noche nos subimos a una pequeña embarcación y nos llevaron a una isla sobre la que se encuentra el templo de Filé. Una vez allí, nos sentaron a todos los turistas que ese día nos encontrábamos, y que éramos bastante numerosos, y  asistimos a un espectáculo de luz y sonido cuyo principal protagonista fue el propio templo. A pesar de que este tipo de eventos son demasiado turísticos, hemos de reconocer que fue un espectáculo curioso e interesante.
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Abu Simbel

A la mañana siguiente abandonamos el barco y nos subieron en un autobús grande con otros turistas. Tuvimos que esperar hasta que se formó un convoy con más autobuses para salir todos juntos, escoltados por la policía, camino de Abu Simbel. Allí visitamos dos templos que se ubican junto al lago Nasser: el de Ramsés II y el de Nefertari. Originariamente estos dos templos se encontraban en lo que ahora es el lago. Cuando el gobierno egipcio decidió construir la presa de Asuán, vio que los dos templos de Abu Simbel quedarían sepultados por el agua. Pidieron ayuda, económica y logística a la comunidad internacional para poder trasladar ambos templos pieza por pieza a una zona donde poder reubicar los templos para no echarlos a perder. A los países que colaboraron, el gobierno egipcio les hizo un regalo. Por eso tenemos hoy en Madrid el templo de Debod: el gobierno egipcio se lo regaló a España en agradecimiento a la colaboración prestada para mover los templos.

El templo de Ramsés II tenía una particularidad realmente increíble para haber sido construido hace tanto tiempo: fue construido con una orientación tal que 61 días antes y después del solsticio de verano, los rayos del sol llegaban hasta el fondo iluminando las figuras de Amón, Ra y Ramsés, pero no la de Ptah, considerado el dios de la oscuridad. Supuestamente esas fechas se corresponden con el nacimiento y la coronación de Ramsés II. Cuando lo trasladaron intentaron que la ubicación fuera exacta para mantener esa peculiaridad, sin embargo ha habido un día de diferencia, y ahora son 60 días antes y después del solsticio de verano cuando los rayos solares llegan hasta el fondo del templo.
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En la entrada hay cuatro espectaculares estatuas de veinte metros de altura, y junto al templo de Ramsés II se encuentra el de Nefertari, la esposa predilecta de Ramsés II. La fachada del templo de Nefertari está decorada con seis estatuas de menor tamaño que las del templo de Ramsés. De las seis estatuas, cuatro representan a Ramsés II y dos a Nefertari.
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Una vez concluimos las visitas de los dos templos volvimos al autobús y nos condujeron al pequeño aeropuerto de Abu Simbel. Allí, después de esperar bastante tiempo, nos subimos al avión que nos llevó a la capital del país.

El Cairo

A nuestra llegada a El Cairo nos llevaron hasta el Hotel Conrad, en el que nos hospedaríamos hasta nuestra vuelta a España.
En nuestra primera mañana en la ciudad nos llevaron directamente a ver las famosas pirámides de Keops, Kefren y Micerinos. Primero hicimos una parada en un sitio desde el que se obtenía una amplia vista de las tres pirámides, y más tarde fuimos hasta la base de las mismas pirámides. Allí Mohamed nos dejó a nuestro libre albedrío un rato. Algunos de nuestro grupo le preguntaron la posibilidad de entrar en alguna de las pirámides y él lo desaconsejó, comentando que el interior es muy parecido a las tumbas que vimos el primer día en el Valle de los Reyes, además de las enormes colas que habría. Nosotros desechamos la idea directamente y estuvimos dando una vuelta.
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Las pirámides son bastante impresionantes, especialmente de cerca. Uno siempre piensa lo mismo acerca de ellas: cómo es posible que hace tantos años fuesen capaces de construir semejante obra de ingeniería.
Después fuimos a ver la no menos famosa Esfinge de Gizeh, que se encuentra al lado de las pirámides. También es bastante grande, y la cara es exactamente igual que cuando la estudiábamos en los libros de historia, sin la nariz. Todo el conjunto estaba abarrotado de turistas, así que una vez más nos alegramos de no haber ido en temporada alta, porque si la cantidad de gente y la temperatura suben casi exponencialmente, esa zona debe ser realmente agobiante.
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Una vez finalizamos nuestra visita nos condujeron a Menfis, capital del Imperio Antiguo. Allí fuimos en primer lugar al museo de Mit Rahina, un museo al aire libre en el que pudimos ver, entre otras cosas, un coloso de Ramsés II de 10 metros en piedra caliza, la esfinge de alabastro y el sarcófago de Amenhotep I.
De ahí nos llevaron a Sakkara, principal necrópolis de Menfis en la que hay también bastantes pirámides, aunque más pequeñas que las de Keops, Kefren y Micerinos. Sin embargo en esa zona se encuentra la pirámide escalonada de Zoser, que está considerada la estructura en piedra más antigua del mundo. Fue construida por Imhotep, quien está a su vez considerado como el primer arquitecto de nombre conocido de la historia de la humanidad.
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Con esto dieron por finalizadas las visitas del día. Esa noche salimos a cenar en busca de algún sitio típicamente egipcio, sin turistas y con la idea principal de comer auténtica comida del país. En el barco las tres comidas del día habían sido siempre buffet de tipo internacional salvo la cena del último día, que estuvo orientada a degustar diferentes especialidades de la cocina egipcia. Pero al fin y al cabo se trataba de comida hecha para turistas, y nosotros queríamos algo un poco más real. Así que deambulamos hasta que encontramos un sitio de Kushari, que es un plato típico compuesto de lentejas, arroz y macarrones, servido con salsa de tomate. El sitio estaba plagado de egipcios y ningún camarero dio la sensación de hablar ninguna lengua más allá del árabe. Nos sentamos en una mesa y como solamente servían Kushari y agua, no tuvimos problemas de comunicación. Nos pusieron un cuenco enorme a cada uno, que ninguno de los dos pudimos terminar. A la hora de pagar sí tuvimos algún problema: no teníamos nada más que euros, ya que en todas las zonas turísticas los aceptan como si de moneda local se tratase, y hasta ese momento no habíamos salido del circuito turístico. Le dimos al camarero un billete de cinco euros y nos dijo (o al menos eso suponemos) que se iba a buscar cambio. Cuando volvió, puso sobre la mesa todo el dinero y nos mostró que cogía solamente el precio de la cena. Sabíamos que sería barato, por eso le habíamos dado solamente un billete de cinco euros, pero nuestra sorpresa fue mayúscula cuando vimos que había recogido menos de la mitad: la cena nos había costado unos dos euros. Uno supone que siempre que viaja a un país extranjero existe una pequeña posibilidad de pagar un pequeño sobreprecio por las cosas. En ese instante nos dimos cuenta de que durante nuestra estancia en Egipto no sólo habíamos desembolsado un poco más, prácticamente nos habían timado cada vez que habíamos sacado la cartera. Decidimos dejarle al joven camarero todo el cambio de los cinco euros, porque aún así nos parecía una cantidad irrisoria por la cena. El chico al principio no comprendió, pero cuando se dio cuenta de que le estábamos dejando una propina mayor que el precio de la cena, comenzó a hacernos reverencias y no nos puso una alfombra a nuestra salida porque no tenía una a mano.

Al día siguiente comenzamos visitando el Museo Egipcio. Decir que el edificio está repleto de antigüedades sería quedarse corto. Hay tal cantidad de obras por todas partes que harían falta semanas para poder admirarlas todas. Nosotros nos conformamos con la sala en la que está expuesta la máscara de Tutankamón, sin duda la sala más concurrida de todo el museo; y no sin razón, ya que es sencillamente impresionante. Una vez acabamos la visita organizada con Mohamed por el interior del museo, nos dejó tiempo para que visitáramos las salas que quisiéramos. Estuvimos deambulando, viendo infinidad de objetos y tratando de no perdernos entre tantas cosas.
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La siguiente parada de nuestra ruta fue la Ciudadela de Saladino. Situada en una pequeña montaña, desde ahí se observaría una bonita panorámica de la llamada Ciudad de los Mil Minaretes si no fuera por la enorme contaminación que hay en El Cairo. Hay una desorbitada cantidad de vehículos a todas horas, todos conduciendo de manera caótica (que por cierto hacen que cruzar una calle, aunque sea con semáforo, se convierta en una auténtica hazaña). El caso es que desde la Ciudadela de Saladino atisbamos una vista de la ciudad y admiramos la Mezquita de Alabastro, según Mohamed uno de los primeros distintivos que se observan entrando a El Cairo desde cualquier punto (y nosotros añadimos: si la polución lo permite). La vista de la mezquita es magnífica, al igual que su interior. Por dentro destacan las enormes bóvedas y las lámparas que abarrotan la estancia.
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De ahí fuimos al famoso mercado Khan el-Khalili, donde estuvimos deambulando entre las callejuelas, observando los puestos y tiendas, y toda la diversa mercancía en ellos expuesta. Estaba de lo más ajetreado y concurrido, no solamente de turistas. Hicimos una parada en un café de la Plaza de Al-Hussein, donde tomamos una infusión de Karkadé, planta de color rojo perteneciente a la familia del hibisco y al parecer muy popular en Egipto, tanto fría como caliente. Nos cobraron cuatro euros por los dos Karkadés, el doble que por la cena de la noche anterior: estábamos claramente en territorio turístico.
Con la visita a tan conocido mercado terminaron los servicios ofrecidos por nuestro guía. Nos llevaron de vuelta al hotel y nos despedimos de él, ya que al día siguiente vendría solamente un chófer para llevarnos de vuelta al aeropuerto.

Esa tarde decidimos salir a dar una vuelta por la ciudad por nuestra cuenta. Estuvimos paseando por el barrio de Zamalek, y al cruzar el río vimos la gran cantidad de casas sobre el agua que había. Paramos a cenar en un sitio que recomendaba la guía que habíamos llevado, y que decía que siendo turístico, se podía probar auténtica comida egipcia. Comimos principalmente a base de mezze, entrantes fríos servidos en pequeñas cantidades y que dan pie a probar bastantes cosas. Y por supuesto, unos cuantos postres típicos, con su miel y sus pistachos. Fue un buen banquete para terminar nuestra aventura egipcia.
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