los viajes de juanma y carol
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Reino Unido

Mayo 2013

Londres

La capital del Reino Unido ha estado ligada a nuestras vidas, por diferentes motivos que aquí no vienen a cuento. A pesar de ello, un buen día decidimos visitarla desde un punto de vista estrictamente turístico, tratando de no tener en cuenta nuestras experiencias previas. Y esto fue lo que nos aconteció.

Ya se sabe que Londres es bastante caro. Si a eso le añadimos que hay que pagar en libras, elegir un hotel donde hospedarse puede ser complicado. Nosotros para estancias superiores a 3-4 noches generalmente preferimos optar por la opción de un apartamento. Y eso es lo que hicimos en esa ocasión. Alquilamos un apartamento muy amplio y bien comunicado en el siempre animado barrio de Camden Town, que nos permitió acceder a los principales lugares de interés con cierta comodidad.
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Comenzamos nuestra visita por la céntrica Picadilly Circus, siempre abarrotada de gente. Atravesamos el Soho, no demasiado animado a esas horas, aunque pudimos ver cómo grababan una película/serie/anuncio. Cuando vimos la misma toma unas diecisiete veces, decidimos que era suficiente y seguimos nuestro camino. A nosotros todas nos parecieron iguales, pero el director no parecía ser de nuestra misma opinión. Pasamos por la peatonal Carnaby Street y llegamos a Oxford Street, probablemente una de las calles de Londres con más tiendas por metro cuadrado (allí quizá por yarda o milla cuadrada, no sabemos). Recorrimos la calle, haciendo diversas paradas en diferentes tiendas, y llegamos hasta Marbel Arch, por donde decidimos entrar al inmenso Hyde Park. Pasamos por el famoso Speaker’s Corner, donde desafortunadamente no encontramos a ningún espontáneo dando un discurso, y estuvimos paseando tranquilamente por el parque. Llegamos hasta el lago y salimos por Hyde Park Corner, donde recorrimos toda la calle Picadilly de vuelta hasta Picadilly Circus. Atravesamos por Leicester Square, lugar donde se dan cita todas las tiendas de venta de entradas para teatros y musicales londinenses, y continuamos hasta la zona de Covent Garden. Del antiguo mercado de frutas y verduras sólo queda la estructura de hierro y vidrio. El resto son cafeterías, tiendas y puestos de artesanía.
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Cansados como estábamos de tanta caminata volvimos al apartamento, y después de un breve descanso, subimos caminando hasta lo alto de la vecina Primrose Hill, desde donde vimos una lejana vista de algunos edificios de la ciudad. El contraste entre Camden Town, zona bastante alternativa, y la vecina Primrose Hill, con elegantes mansiones de estilo victoriano y caros coches en la puerta, fue bastante curioso.
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El día siguiente comenzamos por Trafalgar Square, inmensa plaza dominada por un lado por la National Gallery y por el otro por la imponente columna coronada por el almirante Nelson.
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Desde la plaza tomamos la Whitehall Parliament Street. Pasamos por la House of Guards, donde vimos un pequeño cambio de la guardia de dos jinetes; por Downing Street, llena de verjas, cámaras y seguridad en general (y un descomunal grupo de ruidosos chiquillos); y llegamos hasta Parliament Square , donde pudimos contemplar por vez primera de cerca el famoso Big Ben.
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Londres, al igual que las grandes e importantes ciudades del mundo, está llena de turistas durante todo el año. Da lo mismo que sea verano, invierno, puente, fin de semana o lo que sea. Y eso se nota especialmente en las zonas más turísticas. Esta plaza estaba llena de grupos de gente de todas las nacionalidades, a pesar de lo cual pudimos aprovechar para hacer unas cuantas fotos al famoso reloj. Sin embargo, la entrada a la Abadía de Westminster suponía un acto de paciencia que no estábamos dispuestos a soportar. La enorme cola que había para acceder, unido al desorbitado precio de la entrada, hicieron que siguiéramos por nuestro camino. Y es que en Londres, todos los sitios turísticos que no son gratuitos son realmente caros.

Una vez contemplamos la abadía por sus cuatro costados, caminamos hasta el Lambeth Bridge para atravesar el río Támesis y contemplar el Big Ben y la House of Parliament desde la otra vereda.
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La zona sur del río, conocida como Southbank, tiene una promenade junto al río que llega hasta el London Bridge y por la que es muy agradable pasear (evidentemente si el tiempo acompaña, pero es que nosotros tuvimos mucha suerte en nuestra visita).
Llegamos hasta el London Eye, noria construida en el año 2000 y que hasta 2006 fue la más grande del mundo, cuando fue superada por la de Nachang (China), que a su vez fue superada en 2008 por la de Singapur, que suponemos que algún día también será superada.
Hicimos la cola para comprar los billetes y después la que daba acceso a la noria. Una vez dentro disfrutamos de unas bonitas vistas de la ciudad durante los 40 minutos que tarda aproximadamente la noria en dar una vuelta completa. El espacio de la cabina, toda ella de cristal, es bastante amplio; suponemos que en parte porque no dejan que se llene demasiado de gente. Destaca sin duda la vista del Big Ben y la House of Parliament.
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Una vez con los pies nuevamente en tierra, continuamos recorriendo el Southbank, donde comimos nuestros primeros fish and chips del viaje, y llegamos hasta la Tate Modern. Decidimos visitar la exposición permanente, que es la zona gratuita del museo. Este museo nos produjo sensaciones encontradas: tuvimos nuestra diversidad de opiniones con algunas cosas que nos encantaron y otras que nos parecieron una broma, como nos suele pasar con el arte actual. 
De ahí continuamos bordeando el río un poco más y llegamos hasta The Shard. Este edificio, propiedad del estado de Catar, se terminó de construir en 2012 y durante unos meses fue el rascacielos más alto de Europa. El edificio alberga oficinas, viviendas y un hotel, si bien sus últimas plantas (de la 68 a la 72) han sido destinadas al público en general (que pueda pagar las 25 libras que cuesta subir) para contemplar la vista más alta de Londres. Nosotros (que por lo que se ve si pudimos costearnos las 50 libras que nos costó) decidimos subir para ver el atardecer desde allí arriba. Aunque el día estaba un tanto brumoso, tuvimos suerte porque pudimos contemplar la vista: hay días en que las nubes están por debajo del piso 68 y la visibilidad es nula, y si se ha comprado la entrada con antelación, al parecer no devuelven el dinero.
The Shard ofrece una impresionante vista principalmente del Tower Bridge y de la Tower of London. Del resto la vista es amplia, pero por ejemplo el Big Ben queda demasiado lejos. Después de haber disfrutado la vista desde el London Eye por la mañana y de The Shard por la tarde, reconocemos que nos gustó más la de la noria. En The Shard se puede permanecer el tiempo que se quiera, y aunque no hay ni un solo asiento que pudiera hacer más llevadera la espera, decidimos aguantar hasta que se fuera el sol y se iluminara la ciudad para poder así ver “London by night”.
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Durante nuestra estancia en Londres visitamos a varios amigos, cuyos encuentros no vamos a relatar aquí. Sin embargo, una de esas visitas nos llevó hasta la casa de un matrimonio amigo que vive en Kew Gardens. En esta bonita y residencial zona, muy alejada del centro y cercana al aeropuerto de Heathrow, se encuentran los jardines que dan nombre al barrio, y que es el jardín botánico. Su visita es, cómo no, bastante cara, pero nuestros amigos tenían un carnet del sitio que permitía un invitado cada uno y pudimos pasar sin pagar. Estuvimos un buen rato caminando por las 132 hectáreas que conforman los jardines, que han sido declarados Patrimonio de la Humanidad de la Unesco. Por la época del año en que fuimos a Londres, todas las plantas habían florecido y el espectáculo de colores fue bastante deslumbrante. Suponemos que en otoño debe ser también muy bonito. Entramos en diversos invernaderos donde pudimos contemplar plantas y árboles de todo el mundo, aunque ya de por sí los edificios acristalados eran interesantes. Fue una visita inesperada y suponemos que poco habitual para el turista, que disfrutamos mucho.
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El día siguiente lo comenzamos dando un paseo por el tranquilo barrio de Chelsea, que culminó en Sloane Street desde donde fuimos a Harrods, legendario establecimiento de lujo por el que estuvimos curioseando.
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En nuestra visita a Londres no teníamos previsto ningún festín gastronómico: antes de ir estuvimos echando un vistazo a los sitios que pudieran interesarnos, pero los precios nos parecieron un muro insalvable. Sin embargo, leímos que junto a Sloane Street había un hotel, The Berkeley, donde un reputado chef inglés tenía un restaurante con dos estrellas Michelín y decidimos pasarnos. Encontramos que a mediodía servía un menú por 30 libras que nos pareció razonable, así que decidimos probar. Al final al menú le añadimos un plato de quesos y el maridaje de vinos, que junto con el servicio y la propina, hizo que el precio terminara siendo un poco menos razonable. Pero mereció la pena. Después nos enteramos de que el restaurante “solicita” no usar ropa de sport, pero sin duda con nosotros hicieron una excepción.
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Tras la comida fuimos a Buckingham Palace. Observamos la florida glorieta que hay en frente, la verja y los impertérritos guardias en sus guaridas. Sin duda, íbamos a perdernos el famoso cambio de la guardia.
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Continuamos caminando hasta Leicester Square donde compramos dos entradas de última hora con un suculento descuento del 50% para ver un musical esa misma tarde. Mientras esperábamos a que llegase la hora de comienzo del musical, caminamos hasta el río y llegamos hasta un puente desde donde pudimos observar la noria y el Big Ben.
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Nuestra siguiente jornada la comenzamos visitando Notting Hill, elegante barrio lleno de casas de estilo victoriano, muchas de las cuales poseen jardines privados. De ahí pasamos a la vecina Portobello Road, todo un contraste. Por esa calle, famosa por su mercadillo, estuvimos caminando un buen rato cotilleando por los puestos de antigüedades, de segunda mano, de fruta y verduras, etc. También entramos en alguna que otra tienda de cosas de lo más diversas. Portobello Road es todo un entretenimiento.
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Tomamos el metro y fuimos hasta el Borough Market. Allí pudimos disfrutar de un mercado lleno de puestos de delicatessen, donde aprovechamos para comer. Nos decantamos por diferentes opciones, entre ellas varios tipos de bocadillos, y probamos una bebida que no habíamos tomado nunca: Pimm’s. Nos gustó mucho, así que decidimos traernos una botella a España. El mercado estaba muy animado, suponemos que principalmente debido a que ese día lucía el sol con todas sus ganas. Los jardines de la iglesia que se halla junto al mercado estaban abarrotados de turistas, pero también de gente trajeada y bien vestida que aprovechaba su hora de comida para hacerlo al sol.
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Una vez saciamos nuestro apetito caminamos por la vereda del río hasta llegar al Tower Bridge, quizá junto con el Big Ben, el edificio más emblemático de Londres. Para llegar hasta el puente pasamos por delante del moderno edificio del Ayuntamiento, obra del amigo Norman Foster. 
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Ya al otro lado del río bordeamos la Tower of London, fortaleza en la que se custodian las joyas de la corona, que tantas veces han robado en la ficción, y tan pocas en la realidad. Pudimos comprobar también lo diferente que era observar el Ayuntamiento de perfil y de frente.
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De ahí nos encaminamos hasta la City, donde llegamos a tiempo de ver las riadas de empleados saliendo de sus trabajos y yendo directos a por una cerveza a los pubs de la zona. Como el tiempo acompañaba, estaban todos en medio de la acera con su pinta de cerveza (algunos incluso con dos, una en cada mano). Llegamos hasta la base del edificio conocido como The Gherkin (el pepinillo), y de ahí fuimos hasta el edificio de la bolsa.
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Como suele ser habitual, lo que se tiene más cerca se deja para el final. Eso es lo que hicimos nosotros con Camden Town. Lo habíamos ido recorriendo un poco por las noches, pero finalmente el día que volvíamos a casa decidimos dar una vuelta y perdernos por los infinitos puestos de ropa, comida y regalos que tiene. Esa mañana estaba especialmente abarrotado, lo que le daba una vidilla muy especial al sitio.
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Sin duda nos faltaron muchas cosas por visitar, y sobre todo muchos museos por ver, pero así siempre tendremos una excusa para volver a Londres.