Rusia
Abril 2010
Moscú
En el año 2010 hicimos un viaje a Rusia para visitar Moscú y San Petersburgo. Llevábamos tiempo queriendo visitar estas dos ciudades y no sabíamos en qué época del año ir: en invierno imposible (quién es el valiente que hace turismo con 20 ó 30 grados bajo cero) y en verano los precios del alojamiento se disparaban de manera un tanto disparatada. Finalmente, tras consultar con algún que otro oriundo, decidimos que la Semana Santa podría ser un buen momento. Las temperaturas están por encima de cero pero todavía queda nieve; no es temporada alta, por tanto los precios de los hoteles se pueden pagar; no hay aglomeraciones en el Hermitage ni en el Kremlin; es fácil conseguir billetes de tren entre Moscú y San Petersburgo…
En primer lugar compramos los billetes de avión, después reservamos los hoteles y más tarde contactamos con una agencia en San Petersburgo en la que hablaban español para que nos compraran los billetes de tren entre ambas ciudades. Una vez hecho esto, comenzaba el auténtico papeleo. Para ir a Rusia se necesita un visado. Hasta ahí, normal. Pero el visado hay que tramitarlo a través de una agencia (y solo hay cuatro agencias habilitadas por la embajada rusa). Además, hace falta un seguro médico y una carta de invitación. Esta última puede conseguirse de algún hotel reservado en Rusia, pero: 1) pueden cobrar por ella y 2) pueden obligar a pagar el importe total de la estancia por anticipado. Las agencias, por un módico precio, pueden llevar todos los trámites a cabo, y como el único momento de pereza de nuestros viajes es el de la burocracia, decidimos pasar por el aro. Así que dos semanas y 214 euros más tarde, teníamos todo lo necesario para iniciar nuestro viaje a las dos ciudades más importantes del país más grande del mundo. Decidimos iniciar nuestro viaje en San Petersburgo, así que en cuanto aterrizamos en Moscú, tomamos el tren hasta Beloruskaya y allí el metro hasta Leningradski, desde donde partía nuestro tren. Al llegar allí tuvimos nuestro primer encuentro con la grandiosidad del país. En Rusia, que como ya hemos dicho es el país más grande del mundo, todo es grande (las avenidas, los edificios, la burocracia…). Hasta tal punto, que en la Plaza Leningradski hay tres estaciones de tren (de hecho la llaman la Plaza de las Estaciones). De cada estación parten trenes para diferentes destinos y, como si Murphy (el de la ley) estuviese por allí, encontramos la nuestra a la tercera, y eso que preguntamos varias veces. Ahí también nos dimos cuenta de que hablar idiomas era algo que no iba a servirnos demasiado, así que decidimos aprender algunas palabras en ruso y familiarizarnos con el alfabeto cirílico para poder entender algún que otro cartel. El tren partía a las 23:59 horas, y desde media hora antes se permitía el acceso al mismo. Sentíamos curiosidad por saber cómo iba a ser el tren: habíamos leído mucho acerca de los trenes en Rusia, y no precisamente cosas buenas. Para este primer trayecto habíamos reservado el tren 004 “Express”. No sabemos el por qué de ese sobrenombre, pues la mayoría de los trenes nocturnos tardan 8 horas en hacer el trayecto y éste no era la excepción. Cuando anunciaron el número de andén de nuestro tren, nos fuimos para allá. La agencia que nos tramitó los billetes de tren nos envió un billete electrónico. Había otras que nos obligaban, a nuestra llegada a Moscú, a pasar por la agencia física para recoger el billete en mano. Cuando llegamos al vagón correspondiente le dimos el billete a la persona que estaba en la puerta. Otra vez la burocracia rusa aparecía en nuestro camino: tuvo que consultar con un par de compañeros y hacer un par de llamadas telefónicas antes de dejarnos subir. Al parecer el tema de los billetes electrónicos no está muy extendido todavía por allí. Después de ese momento de incertidumbre, subimos al tren y nos encontramos con una cabina bastante moderna. Tenía un armario, un mueble que era un pequeño lavabo y una mesa con un sofá. El sofá se reconvertía en cama que, junto con una litera superior, formaba el compartimento doble. Las camas, para ser de tren, resultaron ser muy cómodas, y el edredón que disponía cada una, muy calentito. Exactamente a las 23:59 partió nuestro tren, que llegó a San Petersburgo a las 8:00 en punto, tal y como estaba programado. Después de cinco días en San Petersburgo volvimos a Moscú. A nuestra llegada de nuevo a la Plaza de las Estaciones, tuvimos ciertos problemas en encontrar la entrada al metro. Habíamos encontrado la salida (en ambas ciudades el metro está muy organizado: se accede por un sitio y se sale por otro), pero no dábamos con la entrada. Preguntamos a un taxista que en perfecto ruso nos explicó dónde estaba. Como no entendimos nada, el amable señor nos acompañó hasta que la vimos. Llegamos al hotel sobre las siete y media de la mañana, y esta vez no tuvimos tanta suerte: no tenían habitación libre y por tanto tendríamos que esperar. Así que decidimos dejar las maletas en recepción y realizar una primera inmersión en la ciudad. Habíamos reservado un hotel muy céntrico, por lo que decidimos encaminarnos directamente a la Plaza Roja.
La Plaza Roja nos pareció sencillamente espectacular. Está muy bien
cuidada: todos los edificios están en perfecto estado de conservación. Entramos
por una puerta que hay en el lado opuesto a donde se encuentra la Catedral de
San Basilio y la imagen no pudo ser más impactante. Una enorme plaza
rectangular, en la que el Kremlin abarca todo el lado derecho, a la izquierda
una pequeña iglesia, después las Galerías GUM, que es un centro comercial que
se encuentra en un edificio enorme y espectacular, y al fondo la famosa estampa
de la Catedral de San Basilio. Merece la pena ir a Moscú aunque sólo sea para
ver esta plaza. La hora temprana a la que fuimos hizo que se encontrase
prácticamente vacía, lo que le daba un aire especial.
Salimos por la misma puerta que habíamos entrado e hicimos una ruta a pie por el barrio de Kitai Gorod, que está al este del Kremlin. De esa zona cabe destacar la calle Varvarka, en la que hay cinco iglesias consecutivas que le confieren a la calle una estampa muy curiosa.
También en esa zona está la Iglesia de la Trinidad de Nikitniki, que se encuentra enclavada entre varios edificios modernos y le da un aire bastante anacrónico. Desde ahí nos dirigimos a la Plaza Lubyanka, donde pudimos contemplar la mole de edificio que fue la sede del KGB.
Luego fuimos a contemplar el famoso teatro del Bolshoi, que desgraciadamente estaba en rehabilitación, y que no pudimos disfrutar en todo su esplendor por estar cubierto por lonas y andamios. Este teatro se encuentra en el principio de la calle Petrovka. Al final de esta calle se halla el Monasterio alto de San Pedro, que bien merece una visita.
Empezábamos a estar un poco cansados, y nuestro cuerpo pedía a gritos una duchita, así que decidimos encaminar nuestros pasos de vuelta hacia el hotel. Para ello bajamos por la calle Bolshaya Dmitrovka, pasando por delante del Ayuntamiento. De vuelta al hotel, la amable recepcionista nos dijo que todavía no disponía de habitación libre, y que en principio hasta las cuatro de la tarde no podría darnos una habitación. Debió ser tal la imagen de desolación que vio en nuestras caras, que inmediatamente decidió acomodarnos en una suite. Decidimos no ponerle ningún pero a su decisión, e hicimos el esfuerzo de alojarnos en la suite, cuando lo que habíamos reservado era una simple y llana habitación doble.
Tras la ducha y el descanso de rigor, salimos con energías renovadas para continuar la visita a la ciudad. Como lo primero era llenar el depósito, fuimos a Elki-Palki, una cadena de restaurantes bastante económica donde por muy poco dinero dimos cuenta de un enorme buffet de ensaladas y de auténtica y fresquita cerveza autóctona.
Como habíamos llegado hasta el río Moscova, dimos un paseo por la
vereda, contemplando los diferentes edificios que se hallan a ambos lados del
río, las grandes avenidas y la infinidad de coches que pueblan dichas avenidas.
Así, hicimos algo de tiempo para nuestro siguiente destino: el metro. Justamente famoso, el metro de Moscú es de visita obligada. Las estaciones suelen tener un andén central y las vías están a ambos lados, una para cada sentido de la línea. En las estaciones más espectaculares, el andén central está compuesto por unos arcos entre los cuales suele haber diversos motivos y símbolos de la época socialista. Asimismo, las lámparas son más propias de un palacio de los zares que de una estación de metro. Nosotros hicimos una ruta de ocho estaciones que, por si le sirve de referencia a alguien, fueron (pronúnciese como se pueda): Mayakovskaya, Ploshchad Revolyutsii, Kievskaya, Krasnopresnenskaya, Belorusskaya, Novoslobodskaya, Prospekt Mira y Komsomolskaya. Suponemos que habrá más estaciones interesantes, pero con estas ocho pudimos disfrutar de lo lindo del metro moscovita. Además, nunca nos había pasado estar casi dos horas subiendo y bajando de los trenes del metro, todo para no ir a ningún lugar. Para el día siguiente habíamos contratado una visita guiada al
Kremlin, a través de una agencia de internet en la que hablan perfectamente
español. La guía había quedado en recogernos en nuestro hotel y de ahí iríamos
caminando al Kremlin. La cita era a las 10 de la mañana, y cuando bajamos, unos
10 minutos antes de la hora, nuestra guía ya estaba esperándonos. Una vez más,
la puntualidad rusa hacía honor a su nombre.
La guía era una chica muy simpática llamada Oksana, que hablaba perfectamente español y que estaba haciendo un doctorado. Cuando llegamos a la entrada del Kremlin había una pequeña cola, pero Oksana nos comentó que en verano el gentío y la muchedumbre pueblan el acceso. Así pues, al ir en esa época no habría florecido ni un solo árbol en toda Rusia, pero no tardamos nada en atravesar el control.
Una vez dentro, nos condujo a la Plaza de las Catedrales, llamada así, como ya os habréis imaginado, por estar rodeada de ídem. Visitamos tres de ellas, cada una con su correspondiente explicación histórico-arquitectónica por parte de Oksana, quien además supo salir airosa de todas las preguntas de todo tipo con las que la bombardeamos. Y es que, cuando de culturas diferentes a la nuestra se trata, somos realmente curiosos.
Tras un pequeño paseo por el interior, nos condujo a la Armería, otra de las dependencias dentro del Kremlin que pueden ser visitadas. Allí se encuentran multitud de regalos que los diferentes países realizaron a Rusia a lo largo de la historia, entre los que destacan varios huevos de Fabergé realmente increíbles; una curiosa y ostentosa colección de carruajes; y diversos ropajes que llevaron los mandatarios más importantes de la historia del país.
Con el recorrido de la Armería finalizó nuestra visita guiada al Kremlin, que en total duró casi cuatro horas. Nos despedimos de Oksana, agradeciéndole los servicios prestados, y, por supuesto, remunerándoselos. Antes de continuar visitando otras cosas, decidimos volver a la Plaza Roja. Volvimos a entrar por la misma puerta que la vez anterior, y esta vez estaba bastante más concurrida. Entramos en las Galerías GUM, que resultaron estar llenas de tiendas un poco pijas.
De ahí fuimos a la Catedral del Cristo Redentor. Esta iglesia fue derruida por orden de Stalin, y en su lugar se construyó una piscina al aire libre. En los años noventa decidieron reconstruirla, y al parecer costó bastante más de lo previsto.
Delante de esta Catedral hay un puente peatonal desde donde se ve una bonita vista panorámica del río y el Kremlin al fondo.
Esa misma noche pudimos presenciar un auténtico espectáculo: la Plaza
Roja iluminada. Hay que reconocer que quizá sea una iluminación un tanto excesiva,
pero es algo digno de verse. Había casi más gente que por la tarde, y es que
sin duda es una de las atracciones nocturnas más visitadas de la ciudad.
Al día siguiente volvíamos para España, pero como nuestro vuelo salía
por la tarde, dimos nuestros últimos paseos por Moscú. El día amaneció
lloviendo, como si la ciudad llorase por nuestra marcha (que cursi nos ha
quedado eso…). Debemos reconocer que tuvimos suerte: de los ocho días que
estuvimos en Rusia, solamente nos llovió el día que volvíamos a España.
Lo primero que hicimos fue tomar el metro e ir hasta el Monasterio de Novodévichi, donde tuvimos la ocasión de presenciar lo que suponemos fue una procesión ortodoxa de Semana Santa (esto lo decimos con ciertos reparos pues no estamos seguros). El recinto que abarca el monasterio está rodeado de tumbas donde descansan algunos de los mayores artistas e intelectuales de la historia rusa. Hay también un museo en el que hay expuestas diversas obras muy bien conservadas, y una maqueta muy bien hecha del conjunto del monasterio. Novodévichi, junto con el Kremlin y la Plaza Roja, son los tres únicos monumentos de Moscú que pertenecen a la lista de Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
No queríamos irnos sin visitar el interior de la Catedral de San Basilio. En nuestro camino de vuelta a la Plaza Roja pasamos por el puente Bolshoy Kamenny, desde donde se obtiene una bonita vista de la muralla del Kremlin con sus torres. El interior de la Catedral no nos gustó. Después de haber disfrutado de las tres Catedrales del Kremlin o de la del Salvador de la Sangre Derramada de San Petersburgo, el interior de la Catedral de San Basilio, que carece de nave principal, nos defraudó mucho. Casi lo más destacable es la amplia vista que se obtiene de la Plaza Roja desde una de sus ventanas.
Desde allí, en la Plaza Roja, donde había comenzado nuestra visita a
la capital de Rusia, terminó nuestro viaje. Fuimos al hotel a recoger las
mochilas, y de allí partimos hacia el aeropuerto. Como broche final, el vuelo
fue tremendamente puntual. No esperábamos menos.
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