Colombia (continuación)
Pueblos y ciudades coloniales
El día siguiente fue un poco latoso. Para llegar desde Filandia hasta Popayán, nuestro destino final, primero tuvimos que ir hasta Armenia. Allí nos subimos a un autobús que nos condujo a Cali, donde tomamos otro autocar que nos llevó hasta Popayán. En total fueron casi ocho horas de transporte, así que llegamos un tanto entumecidos.
Llegamos a nuestro alojamiento ya por la tarde, así que esa noche lo único que hicimos fue dar una vuelta por el centro y cenar algo; la visita turística la dejamos para el día siguiente.
Popayán es una ciudad razonablemente grande, pero su interés turístico radica en su centro histórico. En esa parte, todas las calles están compuestas por casas encaladas, de una o dos plantas, que se distribuyen en torno a la plaza central, que recibe el nombre de Parque Caldas. Por su aspecto es conocida como la Ciudad Blanca.
Comenzamos la mañana subiendo al morro del Tulcán, un promontorio que hace las veces de mirador. Desde ahí se puede ver una panorámica de todo el centro.
El día siguiente fue un poco latoso. Para llegar desde Filandia hasta Popayán, nuestro destino final, primero tuvimos que ir hasta Armenia. Allí nos subimos a un autobús que nos condujo a Cali, donde tomamos otro autocar que nos llevó hasta Popayán. En total fueron casi ocho horas de transporte, así que llegamos un tanto entumecidos.
Llegamos a nuestro alojamiento ya por la tarde, así que esa noche lo único que hicimos fue dar una vuelta por el centro y cenar algo; la visita turística la dejamos para el día siguiente.
Popayán es una ciudad razonablemente grande, pero su interés turístico radica en su centro histórico. En esa parte, todas las calles están compuestas por casas encaladas, de una o dos plantas, que se distribuyen en torno a la plaza central, que recibe el nombre de Parque Caldas. Por su aspecto es conocida como la Ciudad Blanca.
Comenzamos la mañana subiendo al morro del Tulcán, un promontorio que hace las veces de mirador. Desde ahí se puede ver una panorámica de todo el centro.
Después estuvimos toda la mañana paseando por sus animadas calles. En el centro de Popayán hay dos zonas diferenciadas: una llena de comercios y otra que alberga varias universidades, así que el tráfico y los peatones son constantes durante el día.
El Parque Caldas alberga la catedral y la torre del Reloj. No conseguimos entrar en la catedral, ya que siempre que pasamos por delante estaba cerrada.
Nos acercamos también al puente del Humilladero, que con sus once arcos es, junto a la torre del Reloj, el emblema de la ciudad.
A la hora de la comida fuimos al hotel Camino Real para comer en su restaurante. Su afamado cocinero organiza unas jornadas en las que invita a lo más granado de la cocina mundial. Ofrecía un menú degustación que pensábamos que valdría la pena, pero no fue así. Resultó muy caro (para los estándares colombianos) y la comida tenía un estilo francés un tanto pasado de moda que no nos gustó.
Como el centro no es muy grande, la tarde la dedicamos a pasear otro rato y a tomar café y helados. Entramos en el hotel Dann Monasterio, un monasterio reconvertido en hotel que cuenta con patio muy agradable. |
Al atardecer montaron un cine al aire libre en el Parque Caldas y empezaron a proyectar un documental llamado “El silencio de los fusiles”. La cinta explica las negociaciones del proceso de paz entre las FARC y el gobierno de Juan Manuel Santos. Empezamos a verlo por curiosidad y porque no teníamos otra cosa que hacer, pero nos enganchó tanto, que lo terminamos viendo entero. Nos pareció muy interesante, sobre todo para los que hemos seguido el tema muy de lejos.
El día siguiente también fue largo. Volamos desde Popayán hasta Bogotá con nuestra querida aerolínea EasyFly, en un vuelo que, para no perder la costumbre, salió con más de una hora de retraso. Cuando aterrizamos, cogimos un taxi hasta la terminal de autobuses, donde nos subimos en un bus que nos llevase directo hasta Villa de Leyva. En Colombia el concepto “directo” en materia de autobuses quiere decir que no entra en las terminales de autobús de las poblaciones, pero como la gente se puede subir y bajar en cualquier sitio, las paradas son constantes.
Ya por la tarde llegamos finalmente a Villa de Leyva. Nuestro hotel estaba bastante céntrico, así que una vez hubimos hecho el registro y dejado las cosas en la habitación, salimos a dar una vuelta.
El pueblo estaba lleno de turistas del propio país, que habían ido a celebrar el día de la Virgen del Carmen. La plaza Mayor, una de las más grandes de América, estaba llena de tenderetes: por un lado estaban los que vendían artesanía, dulces y regalos; por el otro, los que servían comida y bebida. En un lateral habían puesto un escenario donde se sucedían las actuaciones musicales.
El día siguiente también fue largo. Volamos desde Popayán hasta Bogotá con nuestra querida aerolínea EasyFly, en un vuelo que, para no perder la costumbre, salió con más de una hora de retraso. Cuando aterrizamos, cogimos un taxi hasta la terminal de autobuses, donde nos subimos en un bus que nos llevase directo hasta Villa de Leyva. En Colombia el concepto “directo” en materia de autobuses quiere decir que no entra en las terminales de autobús de las poblaciones, pero como la gente se puede subir y bajar en cualquier sitio, las paradas son constantes.
Ya por la tarde llegamos finalmente a Villa de Leyva. Nuestro hotel estaba bastante céntrico, así que una vez hubimos hecho el registro y dejado las cosas en la habitación, salimos a dar una vuelta.
El pueblo estaba lleno de turistas del propio país, que habían ido a celebrar el día de la Virgen del Carmen. La plaza Mayor, una de las más grandes de América, estaba llena de tenderetes: por un lado estaban los que vendían artesanía, dulces y regalos; por el otro, los que servían comida y bebida. En un lateral habían puesto un escenario donde se sucedían las actuaciones musicales.
Mientras caía la tarde estuvimos caminando por las calles adyacentes a la plaza. Las casas bajas cuentan con balcones o ventanas de madera; el suelo está adoquinado con unas piedras grandes, que resultaban un tanto incómodas para caminar.
Todo estaba abarrotado, y el bullicio y el ruido acechaban en cada esquina. Cuando se hizo de noche, comimos unas mazorcas de maíz en un puesto y una ración de un exquisito cerdo asado en otro. Todo ello regado con una fresca y rica cerveza artesanal.
En Colombia, las procesiones consisten en una ristra de vehículos adornados con globos y flores que discurren despacio por las calles y van haciendo sonar la bocina todo el rato. Es todo un jolgorio con un exceso de decibelios.
Estuvimos viendo pasar vehículos de todo tipo (camiones, coches de bomberos, tractores, autobuses escolares…) hasta que nuestros tímpanos dijeron basta.
Estuvimos viendo pasar vehículos de todo tipo (camiones, coches de bomberos, tractores, autobuses escolares…) hasta que nuestros tímpanos dijeron basta.
La mañana siguiente madrugamos un poco para subir hasta el mirador del Cristo. Villa de Leyva está rodeada de montañas, algunas de las cuales están realmente pegadas a la ciudad. En mitad de lo alto de una de ellas hay una estatua de un Cristo, desde donde hay una bonita vista de la ciudad.
La ascensión tiene un desnivel muy pronunciado todo el rato, pero el tramo final es el más difícil. De hecho, para minimizar un poco la carga física, esa parte (que se hace sobre terreno pedregoso) la hicimos un poco en zigzag. Por eso habíamos ido pronto: para que el calor nos pillase ya de vuelta.
Una vez se pasa la zona arbolada de la subida ya se ve una espectacular vista de la ciudad, por lo que no sería necesario llegar hasta el Cristo. Pero ya que estábamos cerca, decidimos llegar. Sin duda la panorámica es una gran recompensa por el esfuerzo. |
La vuelta también la hicimos un poco en zigzag hasta que llegamos a la zona arbolada. Allí simplemente seguimos el sendero que nos condujo hasta el pueblo.
Regresamos al alojamiento a desayunar y a ducharnos. Antes de marcharnos volvimos a recorrer las calles que habíamos visto la tarde anterior.
Todavía era pronto y la ciudad comenzaba a despertar. En la plaza había todavía muchos puestos y tenderetes cerrados. Tan solo los que ofrecían algo de desayunar estaban abiertos.
Regresamos al alojamiento a desayunar y a ducharnos. Antes de marcharnos volvimos a recorrer las calles que habíamos visto la tarde anterior.
Todavía era pronto y la ciudad comenzaba a despertar. En la plaza había todavía muchos puestos y tenderetes cerrados. Tan solo los que ofrecían algo de desayunar estaban abiertos.
Villa de Leyva es un lugar bonito y agradable que, dada su relativa cercanía a Bogotá, podemos entender que sea un lugar muy visitado por los colombianos.
Recogimos nuestras cosas del hotel e iniciamos nuestra pequeña odisea hasta el siguiente destino: Monguí. Para llegar hasta allí, en Villa de Leyva tomamos una buseta hasta Tunja, allí un autobús hasta Sogamoso y, en esta última, una buseta hasta Monguí.
Monguí es una pequeña población famosa por dos razones: la primera, es que es uno de los principales lugares del mundo en la confección de balones de fútbol; la segunda, que es la puerta de entrada al páramo de Ocetá. Nosotros estábamos allí por lo segundo.
Recogimos nuestras cosas del hotel e iniciamos nuestra pequeña odisea hasta el siguiente destino: Monguí. Para llegar hasta allí, en Villa de Leyva tomamos una buseta hasta Tunja, allí un autobús hasta Sogamoso y, en esta última, una buseta hasta Monguí.
Monguí es una pequeña población famosa por dos razones: la primera, es que es uno de los principales lugares del mundo en la confección de balones de fútbol; la segunda, que es la puerta de entrada al páramo de Ocetá. Nosotros estábamos allí por lo segundo.
Nada más bajarnos de la buseta en Monguí nos pasamos por la oficina de Monguí Travels para confirmar la excursión al páramo que habíamos reservado para el día siguiente. Era una caminata de unos dieciséis kilómetros en los que venceríamos un desnivel de unos mil metros: Monguí se encuentra a 2 900 metros de altitud y llegaríamos hasta los 3 900 metros. Así que la mitad de la excursión era de subida y la otra mitad de bajada.
Esa tarde dimos un corto paseo por el pueblo, cuyo principal atractivo es la plaza y alguna que otra calle empedrada. Por todas partes vimos tiendas donde vendían balones de fútbol. |
Al día siguiente tuvimos que madrugar un poco. A las siete y media de la mañana estábamos ya en la sede de Monguí Travels listos para emprender la caminata. Allí estaba Miguel, nuestro guía ese día. A última hora se nos unió una chica colombiana recién llegada de Medellín, por lo que finalmente seríamos cuatro.
El primer tramo de ascenso discurrió tranquilamente por una pista de tierra durante algo más de tres kilómetros. A partir de ahí nos adentramos en la vegetación.
Como el camino era de constante subida, enseguida pudimos observar una bonita panorámica de la zona, con la población de Monguí a lo lejos.
Hicimos una primera parada para subirnos a una piedra que parecía un promontorio. Desde arriba había una vista increíble del entorno.
El primer tramo de ascenso discurrió tranquilamente por una pista de tierra durante algo más de tres kilómetros. A partir de ahí nos adentramos en la vegetación.
Como el camino era de constante subida, enseguida pudimos observar una bonita panorámica de la zona, con la población de Monguí a lo lejos.
Hicimos una primera parada para subirnos a una piedra que parecía un promontorio. Desde arriba había una vista increíble del entorno.
Continuamos ascendiendo por una pequeña cresta y al poco tiempo aparecieron nuestros queridos frailejones: ya estábamos en el típico paisaje de páramo colombiano.
Estuvimos caminando un buen rato junto a los frailejones hasta que llegamos a un pequeño campo de lupinos gigantes, unas flores que no habíamos visto nunca y que también nos maravillaron.
Miguel nos propuso aprovechar la parada junto a los lupinos para comer y fue todo un acierto: nada más terminar, comenzó a llover y ya no paró prácticamente hasta la vuelta.
Continuamos ascendiendo hasta el punto más alto: allí llegamos a una zona llena de piedras y frailejones que nos ofreció una vista increíble, a pesar de que en ese punto la lluvia se había convertido en granizo. Esa zona con sol debe ser impresionante.
Continuamos ascendiendo hasta el punto más alto: allí llegamos a una zona llena de piedras y frailejones que nos ofreció una vista increíble, a pesar de que en ese punto la lluvia se había convertido en granizo. Esa zona con sol debe ser impresionante.
Tuvimos que caminar un rato sobre las rocas, lo que hizo que tuviéramos que ayudarnos de las manos, que con el frío y la lluvia se nos habían quedado congeladas.
Al salir de la zona de piedras llegamos a una explanada donde pudimos contemplar otro tipo de frailejones: en total ese día vimos tres especies diferentes. Después llegamos a una pequeña cascada donde nos hubiera gustado detenernos si el clima hubiera sido más favorable. Ese iba a ser el punto más lejano del día: a partir de ahí iniciábamos el camino de vuelta.
|
Al cabo de un rato la lluvia dio una tregua, y ya pudimos caminar más tranquilamente. Pasamos junto a una zona donde había lupinos comunes, otra especie de la planta que habíamos visto anteriormente, en esta ocasión en una versión de menor tamaño.
El camino de regreso fue más sencillo, especialmente porque en un momento dado incluso llegó a salir el sol. A pesar de la climatología tan adversa que sufrimos, la excursión al páramo de Ocetá fue una experiencia inolvidable. Nuevamente el paisaje de los páramos nos había maravillado.
Llegamos a la plaza del pueblo y allí nos despedimos de nuestros compañeros de ruta. Después de la ducha salimos a cenar algo y nos fuimos a dormir.
La mañana siguiente comenzamos nuevamente un periplo para llegar a Barichara, nuestro siguiente destino. Tuvimos que deshacer buena parte del camino que habíamos hecho dos días atrás, tomando una buseta hasta Sogamoso y allí un autobús hasta Tunja. En Tunja iniciamos el camino hacia el norte, para lo cual nos subimos a otro autobús que nos llevó hasta San Gil. En San Gil debíamos coger una buseta hasta Barichara, pero no salía hasta media hora más tarde, así que como estábamos un poco cansados, negociamos el precio con un taxista para que nos llevara hasta la puerta de nuestro alojamiento en Barichara.
Nuevamente habíamos empleado casi todo el día en desplazamientos y llegábamos por la tarde a nuestro destino.
Según nos dijeron en el hotel esa tarde, unas horas antes había caído una lluvia torrencial en la zona, hecho que constatamos al ver todas las calles bastantes húmedas. Afortunadamente, aunque el pavimento era de piedras grandes, era mucho más cómodo de caminar que el de Villa de Leyva, por lo que salimos a dar un paseo antes de que anocheciera. Barichara es un pueblo muy agradable y tranquilo, nada que ver con el bullicio de Villa de Leyva. Parece que parte de la gente adinerada de Colombia está comenzando a comprar casas de veraneo allí.
El pueblo está muy bien cuidado y, salvo alguna calle con algún tramo sin asfaltar, se pasea muy fácilmente pues no es demasiado grande.
La mañana siguiente comenzamos nuevamente un periplo para llegar a Barichara, nuestro siguiente destino. Tuvimos que deshacer buena parte del camino que habíamos hecho dos días atrás, tomando una buseta hasta Sogamoso y allí un autobús hasta Tunja. En Tunja iniciamos el camino hacia el norte, para lo cual nos subimos a otro autobús que nos llevó hasta San Gil. En San Gil debíamos coger una buseta hasta Barichara, pero no salía hasta media hora más tarde, así que como estábamos un poco cansados, negociamos el precio con un taxista para que nos llevara hasta la puerta de nuestro alojamiento en Barichara.
Nuevamente habíamos empleado casi todo el día en desplazamientos y llegábamos por la tarde a nuestro destino.
Según nos dijeron en el hotel esa tarde, unas horas antes había caído una lluvia torrencial en la zona, hecho que constatamos al ver todas las calles bastantes húmedas. Afortunadamente, aunque el pavimento era de piedras grandes, era mucho más cómodo de caminar que el de Villa de Leyva, por lo que salimos a dar un paseo antes de que anocheciera. Barichara es un pueblo muy agradable y tranquilo, nada que ver con el bullicio de Villa de Leyva. Parece que parte de la gente adinerada de Colombia está comenzando a comprar casas de veraneo allí.
El pueblo está muy bien cuidado y, salvo alguna calle con algún tramo sin asfaltar, se pasea muy fácilmente pues no es demasiado grande.
Fuimos a la catedral, situada en el parque principal, pero estaba cerrada; llegamos hasta el parque de las Artes, en la parte alta del pueblo, y también estaba cerrado. Pasamos por el cementerio, ubicado casi en el centro del pueblo, igualmente cerrado a esas horas (aunque en esta ocasión tenían un cartel con los horarios de apertura). En fin, que nos recorrimos prácticamente casi todo el pueblo en un par de horas.
Cuando anocheció fuimos a cenar a un lugar de comida sana que nos recomendó la dueña del alojamiento y donde cenamos muy bien.
A la mañana siguiente madrugamos un poco para desayunar pronto. Queríamos recorrer el Camino Real a Guane. Es un camino empedrado construido por los indígenas que une las poblaciones de Barichara y Guane, atravesando el valle cubierto de bosque que las separa. Lo habitual es hacerlo en ese sentido (ya que es todo bajada) y luego tomar una buseta de vuelta a Barichara. Como hacía calor, preferíamos hacerlo lo antes posible.
A la mañana siguiente madrugamos un poco para desayunar pronto. Queríamos recorrer el Camino Real a Guane. Es un camino empedrado construido por los indígenas que une las poblaciones de Barichara y Guane, atravesando el valle cubierto de bosque que las separa. Lo habitual es hacerlo en ese sentido (ya que es todo bajada) y luego tomar una buseta de vuelta a Barichara. Como hacía calor, preferíamos hacerlo lo antes posible.
Antes de comenzar pasamos por el cementerio, aprovechando que ya estaba abierto. No es muy grande, pero es bastante bonito y tiene tumbas interesantes, con dibujos y estatuas curiosas.
El Camino Real parte desde cerca de un mirador que hay sobre el valle, que estaba bastante cubierto la tarde anterior. Esa mañana había amanecido mucho más despejado.
Buena parte del camino discurre pegado a la montaña y entre árboles. Como a esas horas el sol estaba todavía muy bajo nos fue dando la sombra casi todo el trayecto.
El camino, sin ser una maravilla, es muy agradable y cómodo. La primera parte tiene un desnivel bastante importante, así que hay que ir con un ojo mirando dónde se pisa y con otro disfrutando de la vista del valle.
Buena parte del camino discurre pegado a la montaña y entre árboles. Como a esas horas el sol estaba todavía muy bajo nos fue dando la sombra casi todo el trayecto.
El camino, sin ser una maravilla, es muy agradable y cómodo. La primera parte tiene un desnivel bastante importante, así que hay que ir con un ojo mirando dónde se pisa y con otro disfrutando de la vista del valle.
Cuando el terreno pasa a ser más o menos llano, se camina entre prados llenos de vegetación. Durante el trayecto vimos unos buitres que andaban merodeando, probablemente porque habría algún animal muerto por la zona.
Cerca ya de Guane, hay una casa en la que al fondo hay un mirador. Es un pequeño promontorio con una cruz al que se sube fácilmente y desde donde se ve todo el cañón.
Cerca ya de Guane, hay una casa en la que al fondo hay un mirador. Es un pequeño promontorio con una cruz al que se sube fácilmente y desde donde se ve todo el cañón.
Finalmente llegamos a Guane. El recorrido total tiene una longitud de entre seis y nueve kilómetros, dependiendo de dónde se mire o con quien se hable: en nuestra guía ponía nueve, en un mapa que nos dieron en el hotel ponía seis, y por la zona nos dijeron que entre siete y ocho kilómetros.
Guane es una especie de Barichara en diminuto. Las calles están también empedradas y la arquitectura es idéntica. En la plaza principal hay una iglesia y una torre del reloj. Dimos un paseo por sus calles y cuando hubimos recorrido el pueblo entero, nos sentamos a tomar algo hasta que saliera la buseta de vuelta a Barichara.
Guane es una especie de Barichara en diminuto. Las calles están también empedradas y la arquitectura es idéntica. En la plaza principal hay una iglesia y una torre del reloj. Dimos un paseo por sus calles y cuando hubimos recorrido el pueblo entero, nos sentamos a tomar algo hasta que saliera la buseta de vuelta a Barichara.
En Barichara nos acercamos al parque de las Artes, que seguía cerrado. Preguntamos a un vendedor ambulante que había cerca, quien nos dijo que teníamos que ir a una casa que había en un lateral a pedir que nos abrieran. Eso hicimos. El guarda nos abrió la puerta y por fin pudimos entrar en el parque. En su interior hay una serie de esculturas de artistas locales, algunas de las cuales hacen las veces de fuentes, aunque ninguna funcionaba. Cuando lo recorrimos entero le dimos las gracias al señor y nos fuimos. |
Dimos otro corto paseo por el pueblo, recorriendo las mismas calles que la tarde anterior, pero en esa ocasión con sol y mucha luz. El centro tenía más bullicio, pero en cuanto nos alejábamos un par de calles, la tranquilidad lo inundaba todo.
Antes de irnos pasamos a comer por el restaurante “El Compa”, donde degustamos dos de las especialidades del lugar, el cabrito asado (que ellos llaman cabro) y la carne oreada.
Cuando hubimos terminado de comer, volvimos al alojamiento a recoger nuestras pertenencias y nos fuimos. Es difícil de medir, pero creemos que Barichara fue la población que más nos gustó de todas las que visitamos en Colombia.
En la plaza cogimos una buseta que nos llevó hasta San Gil y allí, un autobús que nos condujo hasta Bucaramanga. Este segundo trayecto fue bastante largo y un tanto tedioso, pues mucha parte del mismo se emplea en bajar una interminable montaña llena de camiones.
Llegamos a Bucaramanga por la noche, así que cenamos algo y nos fuimos a dormir.
La idea de ir hasta Bucaramanga era porque es la ciudad con aeropuerto más cercana a Barichara. Desde allí íbamos a volar hasta Cartagena de Indias. Habíamos vuelto a escoger un vuelo de EasyFly programado al día siguiente por la mañana, temprano: eso nos permitiría pasar dos días completos en Cartagena, uno para ver la ciudad y otro para ir a unas islas en busca de playas paradisíacas. Pero para no defraudarnos, los de EasyFly nos enviaron un correo electrónico durante nuestra estancia en Colombia diciendo que nos habían cambiado el horario del vuelo: ahora saldríamos a las cinco de la tarde. Estuvimos buscando alguna combinación diferente, pero no encontramos nada, así que lo único que pudimos hacer fue refunfuñar.
Ese cambio de horario nos regaló una mañana libre en Bucaramanga con la que no contábamos. Consultando la guía encontramos que San Juan de Girón, un municipio que pertenece al área metropolitana de Bucaramanga, merecía una visita. Así que nos cogimos una buseta y nos fuimos para allá.
Girón resultó ser una especie de Popayán en pequeño. Casas bajas encaladas, calles cuadriculadas en torno a una plaza… En definitiva, un lugar agradable para pasear.
En la plaza cogimos una buseta que nos llevó hasta San Gil y allí, un autobús que nos condujo hasta Bucaramanga. Este segundo trayecto fue bastante largo y un tanto tedioso, pues mucha parte del mismo se emplea en bajar una interminable montaña llena de camiones.
Llegamos a Bucaramanga por la noche, así que cenamos algo y nos fuimos a dormir.
La idea de ir hasta Bucaramanga era porque es la ciudad con aeropuerto más cercana a Barichara. Desde allí íbamos a volar hasta Cartagena de Indias. Habíamos vuelto a escoger un vuelo de EasyFly programado al día siguiente por la mañana, temprano: eso nos permitiría pasar dos días completos en Cartagena, uno para ver la ciudad y otro para ir a unas islas en busca de playas paradisíacas. Pero para no defraudarnos, los de EasyFly nos enviaron un correo electrónico durante nuestra estancia en Colombia diciendo que nos habían cambiado el horario del vuelo: ahora saldríamos a las cinco de la tarde. Estuvimos buscando alguna combinación diferente, pero no encontramos nada, así que lo único que pudimos hacer fue refunfuñar.
Ese cambio de horario nos regaló una mañana libre en Bucaramanga con la que no contábamos. Consultando la guía encontramos que San Juan de Girón, un municipio que pertenece al área metropolitana de Bucaramanga, merecía una visita. Así que nos cogimos una buseta y nos fuimos para allá.
Girón resultó ser una especie de Popayán en pequeño. Casas bajas encaladas, calles cuadriculadas en torno a una plaza… En definitiva, un lugar agradable para pasear.
Comenzamos por el Parque Principal, la plaza central donde destaca la catedral del Señor de los Milagros, que a esas horas estaba vacía. Las callejuelas nos condujeron después hasta el cementerio de Nuestra Señora de Monguí, que nos encantó. Era un lugar pequeño lleno de bloques con nichos, con lápidas originales y decoradas. |
Regresamos hasta el Parque Principal y decidimos dar por concluida nuestra visita. Cogimos una buseta que nos llevó de nuevo a Bucaramanga, pero en lugar de volver a la zona del alojamiento, tomamos una que nos dejara en el centro: queríamos pasar por el mercado central. Somos muy aficionados a recorrer los mercados en los destinos a los que vamos para ver qué cosas comen los locales. Además, hasta ese momento en toda nuestra estancia en Colombia no habíamos visitado ninguno.
Nos bajamos de la buseta a unas dos o tres calles del mercado. Toda esa zona mostraba ya la animación habitual en torno a los mercados.
El mercado central de Bucaramanga se ubica en un antiguo aparcamiento de cuatro plantas. El edificio anterior, situado justo enfrente, está tapiado (en algún momento parece que decidieron trasladarlo a su ubicación actual). Así que, para cambiar de planta, en vez de subir escaleras, se accede por las rampas de subida y bajada de coches.
Nos bajamos de la buseta a unas dos o tres calles del mercado. Toda esa zona mostraba ya la animación habitual en torno a los mercados.
El mercado central de Bucaramanga se ubica en un antiguo aparcamiento de cuatro plantas. El edificio anterior, situado justo enfrente, está tapiado (en algún momento parece que decidieron trasladarlo a su ubicación actual). Así que, para cambiar de planta, en vez de subir escaleras, se accede por las rampas de subida y bajada de coches.
En la primera planta encontramos las verduras, donde vimos el mismo tipo de aguacates que habíamos ido comiendo durante nuestra estadía en el país: de un calibre XXL, con un hueso más grande que una pelota de tenis.
En la tercera planta estaban los puestos de carne y pescado; en la cuarta vimos puestos varios y la zona de comer.
Como no teníamos prisa, decidimos volver dando un paseo hasta nuestro alojamiento, a pesar de que había una buena tirada.
Comimos unas hamburguesas muy ricas en un local junto al hotel. Después recogimos nuestros bártulos y nos fuimos al aeropuerto en taxi.
Y por fin, Cartagena de Indias
Como no podía ser de otra manera, nuestro vuelo a Cartagena salió con una hora de retraso. Como se puede ver, nuestra experiencia general con EasyFly fue gloriosa.
Llegamos a Cartagena de noche, así que los dos días que pensábamos pasar allí se convirtieron en una noche y un día. Decidimos prescindir de la playa y dedicar el día siguiente a visitar la ciudad antigua.
Habíamos leído que el centro histórico es muy bullicioso por las noches, así que decidimos reservar un alojamiento al lado del aeropuerto y movernos en taxi. Al fin y al cabo, hospedarse en el centro era mucho más caro y el traslado en taxi costaba apenas dos euros.
Nada más aterrizar recibimos de lleno la típica bofetada de calor húmedo brutal habitual de las poblaciones caribeñas. Afortunadamente nuestro alojamiento tenía aire acondicionado.
Dejamos nuestras cosas en el hotel, nos subimos a un taxi y fuimos directos al meollo. Como teníamos hambre, enfilamos hacia uno de los sitios a los que teníamos previsto ir, de nombre Alquímico. Este lugar es famoso por su coctelería, pero sabíamos que también servían comida. Nos acomodamos en la barra, donde cenamos un ceviche y unas croquetas de queso muy ricas acompañados de dos cócteles sensacionales.
Como no teníamos prisa, decidimos volver dando un paseo hasta nuestro alojamiento, a pesar de que había una buena tirada.
Comimos unas hamburguesas muy ricas en un local junto al hotel. Después recogimos nuestros bártulos y nos fuimos al aeropuerto en taxi.
Y por fin, Cartagena de Indias
Como no podía ser de otra manera, nuestro vuelo a Cartagena salió con una hora de retraso. Como se puede ver, nuestra experiencia general con EasyFly fue gloriosa.
Llegamos a Cartagena de noche, así que los dos días que pensábamos pasar allí se convirtieron en una noche y un día. Decidimos prescindir de la playa y dedicar el día siguiente a visitar la ciudad antigua.
Habíamos leído que el centro histórico es muy bullicioso por las noches, así que decidimos reservar un alojamiento al lado del aeropuerto y movernos en taxi. Al fin y al cabo, hospedarse en el centro era mucho más caro y el traslado en taxi costaba apenas dos euros.
Nada más aterrizar recibimos de lleno la típica bofetada de calor húmedo brutal habitual de las poblaciones caribeñas. Afortunadamente nuestro alojamiento tenía aire acondicionado.
Dejamos nuestras cosas en el hotel, nos subimos a un taxi y fuimos directos al meollo. Como teníamos hambre, enfilamos hacia uno de los sitios a los que teníamos previsto ir, de nombre Alquímico. Este lugar es famoso por su coctelería, pero sabíamos que también servían comida. Nos acomodamos en la barra, donde cenamos un ceviche y unas croquetas de queso muy ricas acompañados de dos cócteles sensacionales.
Ya con el estómago lleno, dimos una pequeña vuelta por la ciudad que confirmó nuestras sospechas: el centro de Cartagena es muy bullicioso por las noches, con muchos locales con mesas en la calle y la música a todo volumen. Tras dar un corto paseo decidimos acercarnos a la coctelería con mejor reputación de la ciudad, El Barón. Sin duda los cócteles que sirven en este local tienen una gran calidad, pero son muy similares a los que se pueden encontrar en casi cualquier coctelería del mundo. Estando en Colombia, hubiéramos preferido probar mezclas con destilados, zumos y siropes de productos locales. La mañana siguiente volvimos al centro para visitarlo en su totalidad. Hay una diferencia enorme entre pasear durante el día y cuando anochece por Cartagena. No sabemos dónde se esconderán todos los turistas, pero es un hecho que estos empiezan a aparecer cuando cae la tarde.
|
La ciudad está toda amurallada. Accedimos al interior por la puerta del Reloj, al otro lado de la cual se extiende la plaza de los Coches, con unos soportales donde se pueden encontrar un rosario de puestos de dulces típicos. Sobre estos soportales se ven los balcones de madera característicos de la ciudad.
Conectada con la plaza de los Coches, a la izquierda encontramos la plaza de la Aduana, la más grande de la ciudad antigua. En ella se encuentra el ayuntamiento.
Junto a esta se halla una tercera plaza, la de San Pedro Claver, donde destaca la parroquia del mismo nombre. Allí coincidimos con un numeroso grupo de cabos de la Marina de Colombia. En el centro de la plaza hay unas esculturas de metal que adornan el lugar.
Llegamos hasta la muralla y subimos a ella por una rampa. Desde ahí pudimos contemplar una gran vista de la zona financiera de la ciudad. Cartagena de Indias es una ciudad razonablemente grande, pero los turistas normalmente nos concentramos en el casco histórico.
Caminamos un rato por la muralla pero como daba el sol y la temperatura era insoportable, decidimos bajar y transitar por las calles, donde siempre podríamos conseguir algo más de sombra (aunque el calor húmedo agobiante es imposible de esquivar).
A partir de ese punto estuvimos callejeando un rato sin rumbo, disfrutando de las bonitas calles del centro y contemplando maravillados las casas y edificios pintados de colores con sus balcones de madera, en unas zonas más restauradas y en otras menos.
A partir de ese punto estuvimos callejeando un rato sin rumbo, disfrutando de las bonitas calles del centro y contemplando maravillados las casas y edificios pintados de colores con sus balcones de madera, en unas zonas más restauradas y en otras menos.
Entramos en la iglesia de Santo Domingo, donde estuvimos observando el suelo de uno de sus laterales, hecho con lápidas antiguas.
Pasamos varias veces por la catedral, pero siempre la encontramos cerrada. Junto a ella está la plaza Bolívar, y a un costado se encuentra el Museo del Oro Zenú. Decidimos entrar por dos motivos: el primero, porque era gratuito; el segundo, porque así nos refrescábamos un rato bajo el aire acondicionado y nos dábamos una tregua del calor.
A la salida continuamos callejeando y encontramos una heladería italiana. Somos adictos a los helados italianos, lo que, sumado al calor imperante, hizo que no pudiéramos resistirnos a la tentación.
A la salida continuamos callejeando y encontramos una heladería italiana. Somos adictos a los helados italianos, lo que, sumado al calor imperante, hizo que no pudiéramos resistirnos a la tentación.
Cuando tuvimos la sensación de haber pasado tres veces por la misma calle (al fin y al cabo, el centro histórico no es tan grande), nos acercamos a Getsemaní. Esta zona, ubicada fuera de la zona amurallada, es un barrio residencial y está menos reconstruida, por lo que a los amigos de lo auténtico les parecerá más interesante. Está llena de hostales y locales para tomar algo. Decidimos hacer una parada y tomarnos unos batidos para reponer fuerzas.
Volvimos a la zona amurallada atravesando el parque del Centenario. Allí vimos unas cuantas ardillas y una majestuosa iguana.
Continuamos dando una vuelta hasta que llegamos al parque Fernández de Madrid. En esa plaza estaba el restaurante donde pensábamos comer, Mistura Cartagena. El local es bastante pijo, pero la verdad es que comimos de maravilla.
Cuando salimos, decidimos que ya habíamos caminado suficiente bajo el sol, así que nos subimos a un taxi y nos fuimos a descansar un rato a la habitación.
Al atardecer nos desplazamos nuevamente en taxi al centro, concretamente a la terraza del hotel Townhouse, situada en el último piso. Los días sin nubes se puede contemplar el atardecer desde allí arriba. Nosotros íbamos también para tomar un cóctel y conocer a Omar, un barman del que nos habían hablado muy bien. Afortunadamente tenía turno ese día, así que nos atendió él personalmente. Pasamos una velada muy agradable acodados en la barra de la terraza, charlando con Omar de cócteles y bebidas y viéndolo trabajar, mientras veíamos caer la tarde.
Al atardecer nos desplazamos nuevamente en taxi al centro, concretamente a la terraza del hotel Townhouse, situada en el último piso. Los días sin nubes se puede contemplar el atardecer desde allí arriba. Nosotros íbamos también para tomar un cóctel y conocer a Omar, un barman del que nos habían hablado muy bien. Afortunadamente tenía turno ese día, así que nos atendió él personalmente. Pasamos una velada muy agradable acodados en la barra de la terraza, charlando con Omar de cócteles y bebidas y viéndolo trabajar, mientras veíamos caer la tarde.
Salimos del local casi de noche y fuimos directamente a Cebiches & Seviches, a tomar un ídem fresquito. Este local tiene la peculiaridad de que sirven los ceviches en un cucurucho; los susodichos están muy ricos y son muy baratos.
Como a la mañana siguiente salíamos temprano para Bogotá decidimos no alargar más la noche.
Como a la mañana siguiente salíamos temprano para Bogotá decidimos no alargar más la noche.
Nuestro vuelo a Bogotá era con Avianca, la aerolínea regular de referencia del país, aunque parece que ha copiado las malas costumbres de sus competidoras de bajo coste, pues salió con casi una hora de retraso. Desde luego, nuestra experiencia con los vuelos internos en Colombia no fue muy buena.
A nuestra llegada a Bogotá compramos en el mismo aeropuerto una tarjeta para poder subir al Transmilenio, una red de autobuses que cuenta con sus propios carriles para circular. Es un sistema que en ciudades con mucho tráfico (como Bogotá) funciona muy bien y puede ahorrar muchísimo tiempo. Y además, es muy barato.
Con el Transmilenio llegamos hasta nuestro alojamiento. Nos quedamos en el barrio de La Candelaria, en pleno centro de la ciudad.
Dejamos las cosas en la habitación y nos fuimos a comer, no sin antes pedir un par de recomendaciones en el hotel (muy acertadas, por cierto). Ese día comimos en Origen Bistró, un local moderno con platos típicos colombianos donde probamos un exquisito plátano en tres texturas, unos chicharrones y una posta cartagenera, un guiso de carne que no habíamos probado en Cartagena de Indias porque allí optamos sobre todo por el pescado.
A nuestra llegada a Bogotá compramos en el mismo aeropuerto una tarjeta para poder subir al Transmilenio, una red de autobuses que cuenta con sus propios carriles para circular. Es un sistema que en ciudades con mucho tráfico (como Bogotá) funciona muy bien y puede ahorrar muchísimo tiempo. Y además, es muy barato.
Con el Transmilenio llegamos hasta nuestro alojamiento. Nos quedamos en el barrio de La Candelaria, en pleno centro de la ciudad.
Dejamos las cosas en la habitación y nos fuimos a comer, no sin antes pedir un par de recomendaciones en el hotel (muy acertadas, por cierto). Ese día comimos en Origen Bistró, un local moderno con platos típicos colombianos donde probamos un exquisito plátano en tres texturas, unos chicharrones y una posta cartagenera, un guiso de carne que no habíamos probado en Cartagena de Indias porque allí optamos sobre todo por el pescado.
Por la tarde dimos una vuelta por el barrio, supuestamente el más bonito de la ciudad, aunque a nosotros nos decepcionó un poco; sobre todo si lo comparamos con algunos de los pueblos y ciudades que habíamos visitado los días anteriores.
Quizá lo más destacado fue la plaza Bolivar, un amplio espacio rodeado de edificios singulares: el Palacio de Justicia, la catedral Primada y el Capitolio Nacional.
Quizá lo más destacado fue la plaza Bolivar, un amplio espacio rodeado de edificios singulares: el Palacio de Justicia, la catedral Primada y el Capitolio Nacional.
Había también alguna calle empedrada con edificios de colores, pero nada que no hubiésemos visto ya.
Después entramos en el Museo Botero, que forma parte de un bonito conglomerado de museos interconectados con el Museo de Arte del Banco de la República y la Casa de Moneda.
Todo el espacio es gratuito. Comenzamos recorriendo el Museo Botero, que además de pinturas, esculturas y dibujos del afamado artista colombiano, cuenta también con una pequeña pero muy representativa muestra de obras de artistas universales, como Picasso, Monet, Renoir, Miró, etc.
El museo está organizado en torno a un patio muy agradable, con una fuente, flores y árboles.
Después entramos en el Museo Botero, que forma parte de un bonito conglomerado de museos interconectados con el Museo de Arte del Banco de la República y la Casa de Moneda.
Todo el espacio es gratuito. Comenzamos recorriendo el Museo Botero, que además de pinturas, esculturas y dibujos del afamado artista colombiano, cuenta también con una pequeña pero muy representativa muestra de obras de artistas universales, como Picasso, Monet, Renoir, Miró, etc.
El museo está organizado en torno a un patio muy agradable, con una fuente, flores y árboles.
Desde ahí accedimos a los otros museos, de corte mucho más moderno, especialmente el Banco de la República. Entre unas cosas y otras salimos ya casi de noche, así que cenamos algo y nos fuimos a dormir
El día siguiente era nuestro último día en Colombia. Como teníamos la mañana libre, aprovechamos para visitar el Museo del Oro. Llegamos un poco pronto y tuvimos que esperar a que abrieran, por lo que fuimos de los primeros en entrar.
En el interior de este museo encontramos una fabulosa colección de obras y piezas antiguas, principalmente de oro (aunque también de otros materiales), descubiertas en Colombia a lo largo de la historia. Está muy bien organizado, lo que hace que la visita sea amena e interesante. En la tercera planta hay una sala en la que proyectan un pequeño espectáculo de luz y sonido sobre una exposición: es la guinda perfecta del museo. |
A la salida fuimos a comer a otro de los restaurantes que nos habían recomendado en el hotel. Concretamente, a La Puerta de la Catedral. Allí nos tomamos unos frijoles rancheros y un ajiaco, la sopa de maíz, patata y pollo de la que ya hemos hablado que nos había gustado tanto. Los acompañamos de dos batidos, uno de lulo y otro de maracuyá, para terminar el viaje con productos típicos.
Recogimos nuestros bártulos del hotel y nos montamos nuevamente en el Transmilenio para volver al aeropuerto y despedirnos del país.
Al principio del relato mencionamos que hablaríamos de los peligros de Colombia. Al respecto solamente podemos remitirnos al eslogan con el que la oficina de turismo de Colombia promociona el país: “el peligro es que te quieras quedar”.
Al principio del relato mencionamos que hablaríamos de los peligros de Colombia. Al respecto solamente podemos remitirnos al eslogan con el que la oficina de turismo de Colombia promociona el país: “el peligro es que te quieras quedar”.