los viajes de juanma y carol
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Croacia (continuación)

Una vez en el continente continuamos bajando hacia el sur y llegamos hasta Dubrovnik. Esta ciudad, junto con el Parque Nacional de los Lagos de Plitvice, fueron los dos rincones de Croacia que más nos gustaron. Llamada la Perla del Adriático, esta ciudad fue salvajemente bombardeada durante la Guerra de los Balcanes en el año 1992. La sensación es que fue un ataque más caprichoso que otra cosa, ya que esta ciudad, sin ninguna importancia estratégica ni militar, era el orgullo de los croatas. Dubrovnik quedó seriamente dañada, y al finalizar la guerra, los croatas hicieron un esfuerzo por rehabilitarla, que sin duda fue todo un éxito, porque la ciudad ha quedado impecable.

Como al interior de la muralla no se puede acceder en coche, escogimos un alojamiento en la ladera de la montaña que tenía su parte buena y su parte mala: la buena era que desde el balcón teníamos una vista impresionante de la ciudad; la mala era que, una vez en la ciudad, para volver al alojamiento había una subida que ponía a prueba la resistencia física de cualquiera.
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Como llegamos por la tarde, nos dedicamos a pasear sin rumbo por la ciudad. Al fin y al cabo, la ciudad amurallada no es grande, así que es fácil llegar a los límites de la muralla una y otra vez. La ciudad estaba bastante rebosante de gente: habíamos leído que durante el día es así porque están todos los turistas que han descendido de sus respectivos barcos de crucero, pero que por la noche se quedaba más tranquila. Y aunque es cierto que por la noche bajó la afluencia de gente, ciudad tranquila no es un término que usaríamos.
Nos gustó mucho la calle principal, sin duda la más ancha de Dubrovnik, que recorre la ciudad de un extremo a otro entre las dos puertas. Pero las callejuelas adyacentes también tenían su encanto.
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Lo primero que hicimos a la mañana siguiente fue acceder a las murallas. Se pueden recorrer sus casi dos kilómetros de distancia y son una excelente manera de contemplar la ciudad.
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En algunas zonas la altura era considerable; en otras, lo era el espesor. Bordeando Dubrovnik desde las murallas se puede observar muy bien la infinidad de tejados rojos. En todos ellos se aprecia perfectamente cuáles fueron reconstruidos tras las bombas (la mayoría), por estar muy nuevos y relucientes, y cuales son los originales que se salvaron de la hecatombe.
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Dubrovnik fue el punto más al sur de Croacia en el que estuvimos (realmente unos kilómetros más abajo se acaba el país y comienza Montenegro), así que proseguimos con nuestro itinerario en dirección al norte. La agenda nos indicaba que al día siguiente teníamos que llegar a la isla de Ciovo, que era donde se celebraría la boda de nuestros amigos. Antes de ello, decidimos hacer una pequeña parada en Mostar, en el vecino país de Bosnia y Herzegovina.
No sabíamos qué íbamos a encontrarnos, ni si podríamos pasar la frontera sin dificultad, pero como precisamente esa es la libertad que tiene hacer viajes con el coche sin un rumbo definido, fuimos para allá. La frontera resultó ser una caseta con un policía, que cuando vio nuestros pasaportes españoles nos preguntó: ¿Real Madrid o Barcelona?

Lo primero que vimos al llegar a Mostar fue numerosos edificios con restos de proyectiles en sus fachadas. Los había de todos los tamaños y fue una sensación un tanto sobrecogedora. Decidimos aparcar el coche y preguntar por la ciudad vieja y más concretamente por el famoso puente de Mostar, todo un símbolo de la dichosa Guerra de los Balcanes. Para llegar al puente tuvimos que caminar por una calle empedrada muy animada, llena de tiendas de regalos y de artesanía, y que, sin estar atestada, contaba con más turistas de los que esperábamos encontrar.
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Esta calle discurría paralela al río Neretva, contaba con varias mezquitas, y al fondo se podía ver claramente el puente; dicho puente es en realidad una reconstrucción del original, que databa del siglo XVI y servía para unir las dos culturas en que estaba dividida la ciudad, con los católicos croatas al oeste y los musulmanes bosnios al este del río Neretva.
Una vez lo cruzamos, descendimos hasta la orilla en el lado opuesto para obtener una panorámica del puente y las torres que lo flanquean.
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Como no llevábamos moneda del país (ni siquiera sabíamos cuál era), y no teníamos intención de cambiar, decidimos no alargar más nuestra visita y volvimos por nuestro camino. Cuando llegamos nuevamente al puesto fronterizo, el guardia nos dejó pasar en esa ocasión sin hacernos ninguna pregunta ni mirarnos siquiera los pasaportes.

Y así llegamos a Ciovo, donde nos reencontramos con nuestros amigos, que se estaban instalando en los apartamentos que habíamos reservado para los siguientes días. La boda estuvo muy bien y muy entretenida, y dejando el campamento base en Ciovo, hicimos unas cuantas excursiones.
La primera fue a Trogir. Para llegar a Trogir solamente teníamos que cruzar un puente. Trogir es una pequeña isla que está unida al continente por un puente y Ciovo es otra isla que está unida a Trogir por otro puente. Así que para llegar de Ciovo al continente, hay que atravesar dos pequeños puentes que son como dos cuellos de botella consecutivos, lo que en época estival se puede convertir en un auténtico suplicio.
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Trogir es una isla muy pequeña que cuenta con un centro urbano muy bonito y cuidado. Comenzamos visitando la plaza principal en la que se encuentra casi todos los edificios más importantes: la catedral, el Ayuntamiento, la iglesia de San Juan Bautista y la logia y torre del reloj. A pesar de contar con todos esos edificios, se trata de una plaza pequeña.
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Después caminamos por el lateral de la isla que da hacia Ciovo, en el que hay un paseo marítimo muy agradable con una hilera de palmeras. Al final se encuentra el castillo de Kamerlengo. El interior del castillo no es nada del otro mundo, pero tiene una torre a la que se puede subir y desde donde se obtiene una bonita panorámica de la isla y del puente que la une con Ciovo. Cuando finalizamos la visita al castillo, estuvimos paseando un rato por las callejuelas de Trogir, que se nos acabaron enseguida ya que, como hemos dicho, es una isla muy pequeña.
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La siguiente excursión que hicimos fue al Parque Nacional Krka. Este parque, al igual que el de los Lagos de Plitvice, está lleno de aguas cristalinas con pequeñas cascadas. La diferencia es que en este parque está permitido bañarse y en el de Plitvice no. Entramos al parque por Skradin, quizá el acceso más popular de todos los que tiene el parque Krka. Allí tomamos un barco que nos condujo a la zona de las cascadas, donde hicimos una ruta a pie por los diversos senderos que rodean la zona. Sin llegar a tener la espectacularidad del de Plitvice, este parque también se merece una visita.
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La última excursión que hicimos, antes de nuestra vuelta a Zagreb, fue a la vecina Split. Al igual que el resto de las ciudades más importantes de Croacia, Split posee un centro urbano no muy grande. En él destaca el palacio de Diocleciano; o más bien, lo que fue ese palacio, ya que está un poco destruido. Comenzamos subiendo al campanario de la catedral para hacernos una idea de la ciudad desde lo alto. Después visitamos la catedral por dentro, continuando por una especie de túnel lleno de tiendas que lleva directamente al puerto. Caminamos por el paseo marítimo que, al igual que en Trogir, cuenta con una gran hilera de palmeras, y volvimos a adentrarnos en la ciudad para deambular por sus animadas calles. Pasamos por la plaza del pueblo, donde se encuentra el ayuntamiento y atravesamos un bullicioso mercado al aire libre.
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Tras pasar unos días de descanso, playa, comida y juegos en Ciovo con nuestros amigos, pusimos rumbo de vuelta a Zagreb, cuya visita habíamos dejado para el final de nuestro viaje.

El casco antiguo de la capital de Croacia tampoco es demasiado grande. Comenzamos nuestra visita por la plaza Kaptol, donde pudimos admirar la catedral de San Esteban.
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De ahí fuimos a Gornji Grad o Ciudad Alta, quizá una de las zonas más interesantes de la ciudad. Los edificios están muy bien conservados y/o remodelados, y hay pequeños detalles muy interesantes, como por ejemplo los azulejos del tejado de la iglesia de San Marcos, con los escudos de Croacia y Zagreb. Destaca también en esa zona la torre de Lotrscak, desde donde disparan un cañonazo todos los días a mediodía.
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Continuamos hacia la animada plaza Josip Jelacic, auténtico centro neurálgico de Zagreb, y que une la Ciudad Alta con la Baja. En Donji Grad (o Ciudad Baja) hay dos parques alargados y paralelos llamados la Herradura Verde, por la forma que tienen. En uno destaca el imponente teatro nacional, bonito edificio amarillo neobarroco. En el otro se pueden ver el Pabellón de Arte (que durante nuestra visita estaba cerrado por remodelación) y una curiosa estación meteorológica. Por ambos parques se puede pasear agradablemente.
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En general encontramos que Croacia está más volcada en el turismo de playa que en el cultural. Los centros históricos de las ciudades son pequeños y están más o menos bien cuidados, pero la inmensa mayoría del turismo que recibe es debido a sus interminables kilómetros de playa. Eso puede ser un aliciente para nórdicos, holandeses o alemanes (que vimos en gran número y por todas partes), pero para nosotros lo es un poco menos. Es cierto que el agua del mar que vimos en Croacia estaba, en general, bastante más limpia que la que encontramos en el litoral mediterráneo español, pero las zonas típicamente de playa estaban igual de abarrotadas que aquí y en verano hace el mismo calor.