Cuba (continuación)
Pinar del Río y Viñales
El día siguiente fuimos hasta Pinar del Río. En el trayecto tuvimos nuestros primeros problemas con el coche. Los coches de alquiler en Cuba tienen que utilizar una gasolina llamada “especial”, que simplemente se diferencia de la regular en que tiene un octanaje superior. Cuando recogimos el coche en la oficina de alquiler, la persona que nos lo entregó nos dijo que estaban teniendo problemas de suministro en la isla con esa gasolina, por lo que tendríamos que ser cuidadosos para no quedarnos tirados. A lo largo de todo el recorrido, siempre que el depósito llegaba a la mitad lo llenábamos. Hasta ese momento siempre habíamos encontrado gasolina sin problema. Pero en las afueras de Matanzas paramos en un par de gasolineras y nos dijeron que se les había agotado. Afortunadamente nuestro itinerario nos hizo circunvalar La Habana y allí encontramos una gasolinera con gasolina “especial”. El problema fue que después de llenar el depósito el coche no arrancó. Por más que lo intentamos no hubo manera. Un comprensivo taxista nos prestó su teléfono móvil para que llamásemos al número de emergencias. Y lo de afortunadamente lo decíamos más por el hecho de estar cerca de La Habana que de otra cosa, porque en relativamente poco tiempo apareció un mecánico enviado de la empresa de alquiler. El hombre abrió el capó, tocó algo en el motor y en menos de treinta segundos ya había arrancado. Nunca nos dijo cual fue el problema.
Con el susto en el cuerpo, continuamos nuestro trayecto hacia Pinar del Río.
La primera parada la hicimos en la plantación de tabaco Robaina, a las afueras de la ciudad. Allí hicimos una visita guiada a la plantación y nos ofrecieron una explicación práctica de cómo se elabora un puro.
El día siguiente fuimos hasta Pinar del Río. En el trayecto tuvimos nuestros primeros problemas con el coche. Los coches de alquiler en Cuba tienen que utilizar una gasolina llamada “especial”, que simplemente se diferencia de la regular en que tiene un octanaje superior. Cuando recogimos el coche en la oficina de alquiler, la persona que nos lo entregó nos dijo que estaban teniendo problemas de suministro en la isla con esa gasolina, por lo que tendríamos que ser cuidadosos para no quedarnos tirados. A lo largo de todo el recorrido, siempre que el depósito llegaba a la mitad lo llenábamos. Hasta ese momento siempre habíamos encontrado gasolina sin problema. Pero en las afueras de Matanzas paramos en un par de gasolineras y nos dijeron que se les había agotado. Afortunadamente nuestro itinerario nos hizo circunvalar La Habana y allí encontramos una gasolinera con gasolina “especial”. El problema fue que después de llenar el depósito el coche no arrancó. Por más que lo intentamos no hubo manera. Un comprensivo taxista nos prestó su teléfono móvil para que llamásemos al número de emergencias. Y lo de afortunadamente lo decíamos más por el hecho de estar cerca de La Habana que de otra cosa, porque en relativamente poco tiempo apareció un mecánico enviado de la empresa de alquiler. El hombre abrió el capó, tocó algo en el motor y en menos de treinta segundos ya había arrancado. Nunca nos dijo cual fue el problema.
Con el susto en el cuerpo, continuamos nuestro trayecto hacia Pinar del Río.
La primera parada la hicimos en la plantación de tabaco Robaina, a las afueras de la ciudad. Allí hicimos una visita guiada a la plantación y nos ofrecieron una explicación práctica de cómo se elabora un puro.
Nos tocó un guía muy profesional quien nos explicó con todo lujo de detalles cada uno de los pasos que siguen cuando la planta está creciendo, cómo se va arrancando la hoja y cómo se hace el proceso de secado. También nos comentó cómo funciona el negocio de la venta de tabaco en Cuba, ya que está todavía nacionalizada.
Nos pareció una visita muy interesante, a pesar de haber ido fuera de temporada.
Nos pareció una visita muy interesante, a pesar de haber ido fuera de temporada.
En Pinar del Río hicimos una breve parada. Aparcamos el coche en el centro y dimos un pequeño paseo. Por todo el país pudimos apreciar la típica construcción de casas de colores de una planta con un porche con columnas, pero las calles centrales de Pinar del Río son probablemente uno de los mejores lugares para contemplar este tipo de arquitectura.
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Durante nuestro breve paseo comenzó a llover así que volvimos al coche y decidimos proseguir viaje hacia Viñales. En el camino nos cayó un chaparrón descomunal que hizo que tuviéramos que ir muy despacio durante gran parte del trayecto porque el parabrisas no daba abasto: parecía que las lluvias torrenciales veraniegas habían hecho su aparición.
En Viñales nos quedamos impresionados con la cantidad de casas de huéspedes que había. Calles enteras con hileras de casas a ambos lados, casi todas dedicadas al turismo de habitaciones. Lo que no pensábamos era que nos iba a costar tanto encontrar alojamiento. Estuvimos un buen rato preguntando: en todas nos decían que estaban completos y que las que conocían también lo estaban. Finalmente una amable señora nos acompañó hasta la casa de un familiar que sí tenía disponibilidad. Nos quedamos en el hostal Dr. Boris y Yuya, un lugar muy tranquilo gracias a que estaba un poco alejado de las calles centrales donde están todos los restaurantes.
Yuya fue una gran anfitriona, con quien tuvimos charlas muy agradables e interesantes en varias ocasiones durante nuestra estancia.
Esa tarde, cuando finalmente escampó, salimos a cenar. Fuimos a un local donde comimos media langosta y una brocheta de pollo a la brasa que estaban buenísimas, acompañadas de las mejores piñas coladas que probamos en todo el viaje.
En Viñales nos quedamos impresionados con la cantidad de casas de huéspedes que había. Calles enteras con hileras de casas a ambos lados, casi todas dedicadas al turismo de habitaciones. Lo que no pensábamos era que nos iba a costar tanto encontrar alojamiento. Estuvimos un buen rato preguntando: en todas nos decían que estaban completos y que las que conocían también lo estaban. Finalmente una amable señora nos acompañó hasta la casa de un familiar que sí tenía disponibilidad. Nos quedamos en el hostal Dr. Boris y Yuya, un lugar muy tranquilo gracias a que estaba un poco alejado de las calles centrales donde están todos los restaurantes.
Yuya fue una gran anfitriona, con quien tuvimos charlas muy agradables e interesantes en varias ocasiones durante nuestra estancia.
Esa tarde, cuando finalmente escampó, salimos a cenar. Fuimos a un local donde comimos media langosta y una brocheta de pollo a la brasa que estaban buenísimas, acompañadas de las mejores piñas coladas que probamos en todo el viaje.
La mañana siguiente comenzamos visitando el valle de Viñales. Para ello subimos hasta el Balcón del Valle, un restaurante con una terraza desde donde se puede contemplar una buena parte de la zona. Este valle está lleno de campos de tabaco y mogotes (montículos aislados con forma de pequeña montaña, pero que no acaban en pico).
La siguiente parada fue en el mural de la Prehistoria. En el frontal de un mogote varios artistas han pintado un mural de dimensiones abrumadoras: tal es así que no llegamos hasta el propio mural, nos contentamos con verlo a distancia.
De ahí nos fuimos hasta cayo Jutías. Es la playa más popular de la zona, donde acuden en tropel no solamente los turistas sino también los propios cubanos. No está muy lejos de Viñales (unos 65 kilómetros), el único inconveniente es que la carretera para llegar es, en ocasiones, bastante mala; y ya cerca del cayo, muy mala.
Eso sí, una vez allí a uno se le olvida que tiene que volver: una playa magnífica, muy larga, con un buen número de pinos y vegetación que llega casi hasta el agua, por lo que la sombra está garantizada. Hay un restaurante muy grande con todo tipo de servicios pues el lugar es muy turístico.
Nosotros aparcamos nuestro coche entre los árboles, como vimos que habían hecho otros, y nos dispusimos a relajarnos y disfrutar del lugar.
Eso sí, una vez allí a uno se le olvida que tiene que volver: una playa magnífica, muy larga, con un buen número de pinos y vegetación que llega casi hasta el agua, por lo que la sombra está garantizada. Hay un restaurante muy grande con todo tipo de servicios pues el lugar es muy turístico.
Nosotros aparcamos nuestro coche entre los árboles, como vimos que habían hecho otros, y nos dispusimos a relajarnos y disfrutar del lugar.
Estuvimos un buen rato en la playa hasta que nos cansamos y decidimos emprender la vuelta hacia Viñales. Al poco de subirnos al coche comenzó a llover, así que fue el momento perfecto. Encontramos a un señor haciendo autostop y lo recogimos. En Cuba es muy habitual ver gente en los arcenes de las carreteras haciendo autostop (ellos lo llaman hacer botella), en parte porque los autobuses no llegan a todos los rincones de la isla, pero también porque muchos no pueden permitirse pagar el billete. Nosotros recogimos a unos cuantos durante nuestro itinerario por la isla, pero mencionamos esta ocasión porque se trataba de un señor mayor que nos pareció muy simpático. Se dice que los cubanos no hablan de política ni de cosas comprometidas en público. Puede que sea así, pero en la intimidad del coche se sueltan la lengua que da gusto. Aprendimos más de la isla con los autoestopistas que con lo que leímos en la guía.
El hombre, que llevaba más de tres horas esperando que alguien parase para llevarlo, iba muy cerca de Viñales, así que lo dejamos en su destino.
Por la tarde volvimos a cenar al mismo lugar del día anterior, donde volvimos a disfrutar del sabor de la comida con sabor a brasa y de la piña colada.
El día siguiente nos despedimos de Yuya deseándole mucha suerte con su negocio y pusimos rumbo hacia La Habana. De camino hicimos una parada en Soroa. Razonablemente cerca de la capital, Soroa es una zona natural montañosa que cuenta con un resort. Se pueden hacer excursiones por el lugar y hay también bonitas cascadas que nosotros no pudimos ver porque estaban secas.
Dejamos el coche en el aparcamiento e hicimos una caminata para subir a lo alto de un mogote, hasta una lugar llamado con mucho acierto El Mirador. La subida es un tanto pronunciada y culmina con unas escaleras. Desde lo alto se ve una amplia panorámica de los alrededores.
El hombre, que llevaba más de tres horas esperando que alguien parase para llevarlo, iba muy cerca de Viñales, así que lo dejamos en su destino.
Por la tarde volvimos a cenar al mismo lugar del día anterior, donde volvimos a disfrutar del sabor de la comida con sabor a brasa y de la piña colada.
El día siguiente nos despedimos de Yuya deseándole mucha suerte con su negocio y pusimos rumbo hacia La Habana. De camino hicimos una parada en Soroa. Razonablemente cerca de la capital, Soroa es una zona natural montañosa que cuenta con un resort. Se pueden hacer excursiones por el lugar y hay también bonitas cascadas que nosotros no pudimos ver porque estaban secas.
Dejamos el coche en el aparcamiento e hicimos una caminata para subir a lo alto de un mogote, hasta una lugar llamado con mucho acierto El Mirador. La subida es un tanto pronunciada y culmina con unas escaleras. Desde lo alto se ve una amplia panorámica de los alrededores.
Después fuimos hasta El Castillo de las Nubes, un restaurante con forma de castillo ubicado en lo alto de otra colina, aunque mucho más accesible que el mogote anterior.
Decidimos quedarnos a comer en el restaurante del lugar y fue todo un acierto. Comida sencilla pero muy sabrosa.
De vuelta al coche condujimos hasta Las Terrazas, una pequeña ciudad ecológica. Justo cuando estábamos aparcando comenzó la lluvia torrencial vespertina a la que comenzábamos a acostumbrarnos. Como tenía pinta de ir a durar un rato, decidimos abortar la visita y marcharnos a La Habana. Pero mojarnos, nos mojamos: de repente empezó a entrar agua en el coche por un hueco en la luna delantera y durante el rato que estuvo lloviendo nos calamos. Afortunadamente quedaba menos para devolver el coche.
Decidimos quedarnos a comer en el restaurante del lugar y fue todo un acierto. Comida sencilla pero muy sabrosa.
De vuelta al coche condujimos hasta Las Terrazas, una pequeña ciudad ecológica. Justo cuando estábamos aparcando comenzó la lluvia torrencial vespertina a la que comenzábamos a acostumbrarnos. Como tenía pinta de ir a durar un rato, decidimos abortar la visita y marcharnos a La Habana. Pero mojarnos, nos mojamos: de repente empezó a entrar agua en el coche por un hueco en la luna delantera y durante el rato que estuvo lloviendo nos calamos. Afortunadamente quedaba menos para devolver el coche.
La Habana
El cambio de itinerario que hicimos a mitad de ruta nos hizo llegar a La Habana un día antes de lo planeado, por lo que íbamos a poder visitar la ciudad con calma.
Decidimos dividir la visita en dos partes: las dos primeras noches nos quedaríamos en Vedado y las tres siguientes en La Habana Vieja. Aprovechando que aún teníamos el coche comenzamos buscando alojamiento por la zona antigua: en general, todo lo que vimos con disponibilidad nos pareció muy ruidoso y un tanto cutre. Afortunadamente, encontramos un sitio llamado Colón House donde tenían una habitación disponible para las tres noches que necesitábamos. Sin ser nada especial, estaba razonablemente cuidado y parecía muy tranquilo. Después de negociar el precio de las tres noches, dejamos pagada la primera en concepto de reserva y decidimos buscar un alojamiento en Vedado para esa noche y la siguiente. El encargado de Colón House nos dijo que tenía un conocido que alquilaba habitaciones en Vedado (¡cómo no!) y nos acompañó en el coche hasta esa zona. El lugar no nos gustó nada, así que nos despedimos del chico y continuamos buscando. Encontramos una casa que tenía una habitación disponible y después de verla decidimos quedarnos. El lugar se llamaba Casa Eduardo y fue el propio Eduardo quien nos la enseñó. Estaba dentro de su casa pero en el ala opuesta, por lo que pensamos que allí tendríamos privacidad y estaríamos muy bien, como así fue. Además, teníamos un aparcamiento al lado donde por casualidad había una oficina de la empresa que nos alquiló el coche, por lo que pudimos devolverlo allí mismo.
Para celebrar que ya estábamos en La Habana y que teníamos el alojamiento resuelto hasta nuestra partida, nos acercamos al hotel Nacional para tomarnos un mojito en sus jardines. Estaba ya anocheciendo y ese día no íbamos a poder dedicar tiempo a hacer turismo. El hotel nos pareció muy elegante y el jardín que da al Malecón es un sitio muy agradable. Todo ello lógicamente se reflejó en el precio de las bebidas.
El cambio de itinerario que hicimos a mitad de ruta nos hizo llegar a La Habana un día antes de lo planeado, por lo que íbamos a poder visitar la ciudad con calma.
Decidimos dividir la visita en dos partes: las dos primeras noches nos quedaríamos en Vedado y las tres siguientes en La Habana Vieja. Aprovechando que aún teníamos el coche comenzamos buscando alojamiento por la zona antigua: en general, todo lo que vimos con disponibilidad nos pareció muy ruidoso y un tanto cutre. Afortunadamente, encontramos un sitio llamado Colón House donde tenían una habitación disponible para las tres noches que necesitábamos. Sin ser nada especial, estaba razonablemente cuidado y parecía muy tranquilo. Después de negociar el precio de las tres noches, dejamos pagada la primera en concepto de reserva y decidimos buscar un alojamiento en Vedado para esa noche y la siguiente. El encargado de Colón House nos dijo que tenía un conocido que alquilaba habitaciones en Vedado (¡cómo no!) y nos acompañó en el coche hasta esa zona. El lugar no nos gustó nada, así que nos despedimos del chico y continuamos buscando. Encontramos una casa que tenía una habitación disponible y después de verla decidimos quedarnos. El lugar se llamaba Casa Eduardo y fue el propio Eduardo quien nos la enseñó. Estaba dentro de su casa pero en el ala opuesta, por lo que pensamos que allí tendríamos privacidad y estaríamos muy bien, como así fue. Además, teníamos un aparcamiento al lado donde por casualidad había una oficina de la empresa que nos alquiló el coche, por lo que pudimos devolverlo allí mismo.
Para celebrar que ya estábamos en La Habana y que teníamos el alojamiento resuelto hasta nuestra partida, nos acercamos al hotel Nacional para tomarnos un mojito en sus jardines. Estaba ya anocheciendo y ese día no íbamos a poder dedicar tiempo a hacer turismo. El hotel nos pareció muy elegante y el jardín que da al Malecón es un sitio muy agradable. Todo ello lógicamente se reflejó en el precio de las bebidas.
A la mañana siguiente visitamos unos cuantos lugares por Vedado que estaban un poco alejados, aprovechando nuestro último día con coche en Cuba. Comenzamos por la plaza de la Revolución, un lugar diáfano bastante grande donde se celebran las conmemoraciones y otros grandes eventos revolucionarios. A un lado de la plaza se yergue el memorial a José Martí, que consiste en una estructura muy alta delante de la cual hay una estatua del poeta.
Al otro lado de la plaza se pueden ver dos edificios oficiales que cuentan con sendos murales, uno con la efigie de Che Guevara y otro con la del guerrillero Camilo Cienfuegos.
De vuelta al coche condujimos hasta la necrópolis Cristóbal Colón. En ningún viaje habíamos visitado tantos cementerios como en este. Este concretamente es uno de los más grandes de América; de hecho, en la entrada venden un mapa del lugar.
Nosotros estuvimos deambulando entre las tumbas, algunas de las cuales nos resultaron curiosas, como una con forma de pirámide.
Nosotros estuvimos deambulando entre las tumbas, algunas de las cuales nos resultaron curiosas, como una con forma de pirámide.
Entre las más famosas del cementerio se halla el monumento a los bomberos, pero la más visitada y homenajeada es la de Amelia Goyri, llamada La Milagrosa. Cuenta la leyenda que murió al dar a luz al igual que su bebé. Cuando muchos años más tarde se abrió la tumba para exhumar sus restos se encontró que el de Amelia estaba intacto y el bebé, que había sido enterrado a sus pies, apareció en sus brazos. Desde entonces hay un auténtico rosario de personas todos los días pidiendo ayuda a Amelia. En los alrededores de su tumba hay un sinfín de tablillas homenajeando a la mujer.
Nuestro recorrido por Vedado nos llevó hasta el hotel Habana Riviera, uno de varios hoteles míticos que hay en este barrio. Este concretamente debe su fama a que su dueño fue un conocido mafioso norteamericano. El lobby de este hotel, con su estética años 50, nos encantó.
El resto de las cosas que queríamos ver en Vedado se encontraban cerca las unas de las otras y las podíamos hacer caminando, así que en ese momento decidimos ir a devolver el coche a la oficina de alquiler.
El siguiente sitio al que fuimos fue al callejón de Hamel, por ser el más alejado. Está situado entre Vedado y Centro Habana. El lugar es famoso por ser donde se desarrolló la música afrocubana y por estar lleno de galerías de arte. A nosotros nos pareció más bien un producto de marketing, donde todos los que están por allí intentan venderle algo a los turistas.
Volvimos hacia Vedado caminando por el Malecón, contemplando las vistas de la Habana Vieja y viendo pasar un sinfín de coches antiguos norteamericanos.
El siguiente sitio al que fuimos fue al callejón de Hamel, por ser el más alejado. Está situado entre Vedado y Centro Habana. El lugar es famoso por ser donde se desarrolló la música afrocubana y por estar lleno de galerías de arte. A nosotros nos pareció más bien un producto de marketing, donde todos los que están por allí intentan venderle algo a los turistas.
Volvimos hacia Vedado caminando por el Malecón, contemplando las vistas de la Habana Vieja y viendo pasar un sinfín de coches antiguos norteamericanos.
Antes de nuestro viaje no pensábamos que esos coches, presentes en casi cualquier postal de Cuba, fueran a encontrarse por todas partes. Más bien creíamos que eran un producto para turistas nostálgicos. Aunque en parte es así, especialmente en La Habana, se pueden ver por toda la isla ya que eran los coches que habían antes del embargo. Hoy en día comprarse un coche en Cuba es todo un lujo, por eso los propietarios de esos coches antiguos los mantienen, aunque sea reparándolos una y mil veces. De hecho, allí nos enteramos de que a ese tipo de coches lo llaman “almendrón”, porque dicen que por fuera son muy bonitos, pero por dentro nadie sabe cómo están.
Después de ver pasar unos cuantos almendrones por el Malecón continuamos paseando por Vedado. Recomendados por Eduardo fuimos a comer al restaurante ubicado en el sótano del hotel Capri, otro de los conocidos hoteles de la zona.
Después entramos en el lobby del hotel Habana Libre, antiguamente llamado Havana Hilton y cargado también de historia. Nos gustó el bar del hotel y decidimos volver por la noche a tomar un cóctel.
Después entramos en el lobby del hotel Habana Libre, antiguamente llamado Havana Hilton y cargado también de historia. Nos gustó el bar del hotel y decidimos volver por la noche a tomar un cóctel.
Continuamos disfrutando de Vedado, contemplando los edificios que sin duda fueron magníficos tiempo atrás hasta llegar al edificio Focsa. Esta mole visible desde cualquier parte tiene un bar en el último piso, adonde nos dirigimos. La planta donde se ubica el bar está dividida: una parte es restaurante y otra una barra de bar con mesas; en cualquier caso, toda la zona ofrece una vista panorámica increíble de la ciudad. Nos sentamos en una mesa y nos tomamos sendos cócteles mientras contemplábamos la vista y la inmortalizábamos.
De vuelta a la calle fuimos a tomar un helado al Coppelia. La heladería de Vedado es la más grande que vimos en Cuba, ocupando una manzana completa. Tiene forma de platillo volante y cuenta con cuatro accesos. En los cuatro había una cola considerable, así que nos armamos de paciencia y esperamos. En este Coppelia había más variedad, así que pudimos pedir más sabores. Como estaba muy lleno compartimos mesa con una pareja de jóvenes enamorados a los que les hizo mucha ilusión compartir helado con unos españoles. Por una vez en nuestro viaje no hacíamos nosotros las preguntas: nos tocó resolver todas las curiosidades de los jóvenes acerca de España y Europa.
De allí nos fuimos hasta el Malecón para ver atardecer. A esas horas el lugar estaba ya muy animado y había mucha gente charlando e incluso tocando música.
Después de la cena volvimos al bar del hotel Habana Libre, nos tomamos unos cócteles y tuvimos una entretenida charla con el camarero acerca del ron cubano y de los cócteles que se hacían en la isla.
La mañana siguiente después de desayunar, buscamos un taxi para ir hasta la Colón House, donde nos quedaríamos el resto de noches. Después de regatear el precio con un par de taxistas, encontramos uno que nos convenció y nos llevó hasta La Habana Vieja. A nuestra llegada al alojamiento dejamos las cosas en la habitación y comenzamos la visita de esa zona de la capital.
Hubo dos cosas que nos chocaron enseguida en La Habana Vieja: la primera, la cantidad de gente ociosa que se ve por todas partes. Eso lo habíamos visto por todo el país (y siempre nos hacíamos la misma pregunta: toda esta gente ¿a qué se dedica?), pero en La Habana Vieja y, sobre todo en Centro Habana, es mucho más significativo. Lo segundo fue la alternancia de edificios totalmente reformados junto a otros que parecen estar en estado de ruina y en el que presumiblemente vive gente (hay ropa tendida en el balcón).
Comenzamos acercándonos hasta el Malecón atravesando el callejón de los peluqueros, cuya particularidad es que está lleno de peluquerías y barberías; se identifica fácilmente por el monumento con forma de tijera que hay en uno de los extremos del pasaje. Muy cerca se encuentra el elegante edificio de la Embajada de España (donde había una considerable cola para acceder a su interior).
Hubo dos cosas que nos chocaron enseguida en La Habana Vieja: la primera, la cantidad de gente ociosa que se ve por todas partes. Eso lo habíamos visto por todo el país (y siempre nos hacíamos la misma pregunta: toda esta gente ¿a qué se dedica?), pero en La Habana Vieja y, sobre todo en Centro Habana, es mucho más significativo. Lo segundo fue la alternancia de edificios totalmente reformados junto a otros que parecen estar en estado de ruina y en el que presumiblemente vive gente (hay ropa tendida en el balcón).
Comenzamos acercándonos hasta el Malecón atravesando el callejón de los peluqueros, cuya particularidad es que está lleno de peluquerías y barberías; se identifica fácilmente por el monumento con forma de tijera que hay en uno de los extremos del pasaje. Muy cerca se encuentra el elegante edificio de la Embajada de España (donde había una considerable cola para acceder a su interior).
Llegamos hasta el castillo San Salvador de la Punta, una de las cuatro fortificaciones que hay en La Habana. Desde allí se ven otras dos fortalezas al otro lado del canal. Desde esa zona del malecón pudimos ver a lo lejos los grandes hoteles de Vedado (el Nacional y el Habana Libre) y el edificio Focsa. Encontramos un grupo de músicos muy simpáticos que tocaron para nosotros y estuvimos charlando un rato con ellos. Como recompensa a su canción, lo único que nos pidieron fue un poco de agua para beber. Ya dijimos en párrafos anteriores cómo están los precios del agua embotellada en Cuba.
A partir de ahí nos adentramos en las calles del centro pasando por La Bodeguita del Medio, una de las dos coctelerías más famosas de todo Cuba. En su interior dicen que Hemingway se pimplaba los mojitos de tres en tres, y el bar se ha hecho famoso por eso. A pesar de ser una hora temprana había una gran multitud aglomerada en su exterior; en el interior corrían ríos de mojito.
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La calle donde se encuentra La Bodeguita del Medio termina en la plaza de la catedral, una de las cuatro plazas de La Habana Vieja. Es una plaza muy bonita, rodeada de edificios con fachadas con columnas, todo con un estilo muy barroco. Entramos al interior de la catedral, que nos dejó un tanto indiferentes.
Decidimos acercarnos al callejón del Chorro donde se halla uno de los restaurantes más famosos de la ciudad: el paladar de Doña Eutimia. Teníamos intención de reservar una mesa pero nos dijeron que estaban completos para los siguientes cuatro días. Nos llevamos un gran chasco.
Continuamos hasta la plaza de Armas. Ésta cuenta con un agradable parque en el centro donde aprovechamos para descansar un rato. En medio del parque hay una estatua en la que, siempre que pasamos por allí, reposaba una paloma.
Entre los edificios que rodean la plaza destaca sin duda el palacio de los Capitanes Generales, que en la actualidad alberga el museo de la Ciudad. A un lado hay otro palacio, en este caso el del Segundo Cabo, que en ese momento se encontraba en remodelación.
Continuamos hasta la plaza de Armas. Ésta cuenta con un agradable parque en el centro donde aprovechamos para descansar un rato. En medio del parque hay una estatua en la que, siempre que pasamos por allí, reposaba una paloma.
Entre los edificios que rodean la plaza destaca sin duda el palacio de los Capitanes Generales, que en la actualidad alberga el museo de la Ciudad. A un lado hay otro palacio, en este caso el del Segundo Cabo, que en ese momento se encontraba en remodelación.
En una esquina de la plaza de Armas se halla el castillo de la Real Fuerza, la cuarta fortaleza que hemos mencionado antes. Cuenta con una torre con una famosa veleta de bronce llamada La Giraldilla.
La tercera plaza que visitamos fue la de San Francisco de Asís. En ella destaca la iglesia del mismo nombre, el imponente edificio de la Lonja del Comercio (que actualmente alberga oficinas), la terminal Sierra Maestra, donde llegan los barcos cargados de turistas (entre otras embarcaciones) y una fuente con leones más o menos en el centro. Es la plaza más grande y más amplia de las cuatro.
Frente a la iglesia de San Francisco de Asís se sitúa la galería Carmen Montilla, una galería de arte gratuita donde no solo se exponen obras de arte de esta famosa pintora venezolana. En su patio destaca un enorme mural de cerámica de Alfredo Sosabravo.
La cuarta plaza de La Habana Vieja es la plaza Vieja. Probablemente la más animada de todas, cuenta también con varios edificios a su alrededor, aunque ninguno especialmente significativo. O quizás sí: en una esquina está la factoría Plaza Vieja, un lugar donde se puede degustar cerveza artesana que elaboran allí mismo, algo difícil de ver en el resto del país. Nosotros por supuesto aprovechamos para sentarnos un poco y refrescarnos tomando sendas cervezas. Junto a las mesas de fuera un grupo de músicos se puso a tocar para amenizar la velada, algo muy habitual por toda la isla.
Una vez repuestas nuestras fuerzas, retomamos el itinerario pasando por el hotel Conde de Villanueva, que alberga un agradable patio con árboles; parecía un lugar muy tranquilo.
Pasamos por la calle Obispo, repleta de gente a todas horas. Allí vimos la única pastelería que encontramos en todo Cuba, la dulcería San José. Nos contaron que la harina en Cuba no es de muy buena calidad (algo que comprobamos en los diversos panes que comimos); de hecho, el pan es uno de los pocos productos que quedan en la cartilla de racionamiento que todavía usan muchos cubanos para poder subsistir.
Junto a la pastelería se encuentra la farmacia Taquechel, histórico lugar todavía en uso, aunque en la actualidad venden muy pocos productos.
Junto a la pastelería se encuentra la farmacia Taquechel, histórico lugar todavía en uso, aunque en la actualidad venden muy pocos productos.
La siguiente parada fue en el Floridita, la otra coctelería famosa. En ella el amigo Hemingway se bebía los daiquirís dobles y triples, por lo que si en la Bodeguita del Medio todo el mundo tomaba mojitos, aquí la bebida estrella es el daiquirí.
Nuestro recorrido turístico finalizó pasando por delante del edificio Bacardí, que en la actualidad alberga oficinas (al parecer el señor Bacardí salió pitando de la isla cuando venció la Revolución y se marchó a Puerto Rico), y del hotel Sevilla, con una bonita fachada y un interior cuidadamente muy andaluz.
Por la noche fuimos a tomar un sándwich cubano a La Bien Pagá, un sitio de bocadillos muy ricos donde probamos un exquisito batido de mamey.
Al día siguiente comenzamos paseando por el paseo de Martí (también conocido como Prado). Es una avenida muy espectacular, con una gran zona con arbolada en el centro para los peatones y edificios antiguos espectaculares a ambos lados. Este paseo comienza en el malecón y termina en Parque Central, para nosotros la plaza más bonita de La Habana. Algunos la consideran la quinta plaza de La Habana Vieja, pero oficialmente pertenece a Centro Habana aunque es justamente el lugar que separa ambos barrios.
Al día siguiente comenzamos paseando por el paseo de Martí (también conocido como Prado). Es una avenida muy espectacular, con una gran zona con arbolada en el centro para los peatones y edificios antiguos espectaculares a ambos lados. Este paseo comienza en el malecón y termina en Parque Central, para nosotros la plaza más bonita de La Habana. Algunos la consideran la quinta plaza de La Habana Vieja, pero oficialmente pertenece a Centro Habana aunque es justamente el lugar que separa ambos barrios.
En medio de Parque Central hay una estatua de José Martí y detrás se encuentra el hotel Inglaterra. En esta plaza se reúnen a todas horas los almendrones más espectaculares y mejor cuidados ofreciendo dar un paseo por la ciudad a los turistas. Nosotros estuvimos merodeando por ahí pero los conductores no nos hicieron ni caso: desde que los estadounidenses pueden viajar por turismo a Cuba, se lanzan directamente a por ellos, seguramente porque no regatean los precios con tal de dar una vuelta en coches antiguos de marcas como Chevrolet, Ford, Buick, Mustang, DeSoto y muchas otras.
Junto al hotel Inglaterra se halla el Gran Teatro de La Habana, espectacular edificio cuyo exterior está totalmente remodelado.
Más allá, ya fuera de Parque Central, está el capitolio. Es un edificio muy espectacular, semejante al capitolio de Washington (dicen que el cubano es un poco más alto…).
Siguiendo por Centro Habana llegamos al barrio chino, curioso porque casi no se ven chinos. Parece que cuando triunfó la revolución la mayoría abandonó el país, por lo que ahora lo único que queda son unos cuantos restaurantes chinos y una puerta que anuncia la entrada al barrio.
Muy cerca está la antigua fábrica de tabacos Partagás. En la actualidad la fábrica ha sido trasladada (parece que temporalmente) a otro lugar y allí ya no se fabrican puros. En el edificio original solamente queda una tienda, que estaba muy transitada por turistas que se llevaban las cajas de habanos de tres en tres.
Muy cerca está la antigua fábrica de tabacos Partagás. En la actualidad la fábrica ha sido trasladada (parece que temporalmente) a otro lugar y allí ya no se fabrican puros. En el edificio original solamente queda una tienda, que estaba muy transitada por turistas que se llevaban las cajas de habanos de tres en tres.
Junto al capitolio, a la altura del parque de la Fraternidad, está el hotel Saratoga, el más elegante y caro de la ciudad; al menos hasta ese momento, ya que la cadena Kempinski acababa de abrir uno en Parque Central. En el Saratoga entramos hasta el bar y nos pareció todo muy elegante y cuidado.
Siguiendo nuestra ruta llegamos al museo de la Farmacia Habanera, muy bonito y bien cuidado, aunque nos gustó más el que vimos en Matanzas.
Deambulando llegamos hasta el centro cultural Antiguos Almacenes, hoy reconvertido en un gigante centro cubierto lleno de puestos de artesanía, ropa y regalos, ideal para los amantes de los recuerdos.
Muy cerca está el museo del Ron, al que no entramos, pero en cuya puerta vimos unos cuantos almendrones aparcados, seguramente esperando a algunos turistas.
Muy cerca está el museo del Ron, al que no entramos, pero en cuya puerta vimos unos cuantos almendrones aparcados, seguramente esperando a algunos turistas.
Después de comer se puso a llover torrencialmente y nos volvimos al alojamiento a esperar a que escampara. Estuvo lloviendo con mucha virulencia hasta bien entrada la noche, así que ese día no hicimos más turismo.
El día siguiente era nuestro último día en Cuba. Como nuestro vuelo salía por la noche habíamos reservado habitación para todo el día, así podríamos volver a descansar y a ducharnos antes de ir hacia el aeropuerto.
Pasamos por delante del museo de la Revolución, que ocupa un bonito edificio (el antiguo palacio presidencial).
El día siguiente era nuestro último día en Cuba. Como nuestro vuelo salía por la noche habíamos reservado habitación para todo el día, así podríamos volver a descansar y a ducharnos antes de ir hacia el aeropuerto.
Pasamos por delante del museo de la Revolución, que ocupa un bonito edificio (el antiguo palacio presidencial).
Después volvimos a recorrer el paseo de Martí hasta llegar al parque Central, donde estuvimos viendo un rato el trasiego de turistas subiendo y bajando de los almendrones.
Pasamos nuevamente por delante del capitolio y nos dedicamos a deambular por La Habana Vieja. Paseamos por casi todas las plazas y recorrimos las calles que ya habíamos visitado, aunque hicimos alguna que otra incursión en edificios que habíamos pasado por alto, como el hotel Valencia, con un bonito patio (y un restaurante de nombre “La Paella”), o el hotel Raquel, con una bonita fachada barroca y un magnífico interior Art Nouveau.
Cuando pasamos por la plaza de la Catedral volvimos al restaurante Doña Eutimia, con la esperanza de que hubiese habido alguna cancelación. Y fue nuestro día de suerte: nos ofrecieron una mesa para comer que aceptamos inmediatamente.
Después de eso, ya nos podíamos volver a casa tranquilos.
Por la tarde fuimos al hotel a descansar un rato y aprovechamos para reservar un coche que nos llevara al aeropuerto. Nos llevamos una sorpresa cuando apareció un flamante almendrón (creemos recordar que era un Buick). Así que no nos fuimos de Cuba sin subir a uno de esos coches míticos.
Consideraciones finales
De los prejuicios con los que fuimos a Cuba nos volvimos sin ninguno. Salvo por la tardanza en recoger el coche de alquiler, no tuvimos en general la sensación de que las cosas fuesen muy lentas. La gente se toma la vida con calma, pero nunca tuvimos que esperar demasiado ni llegamos a desesperarnos en ningún momento.
En cuanto a que los cubanos son muy pesados e intentan engatusar a los turistas: o bien tuvimos mucha suerte, o desde que los estadounidenses viajan a la isla son ellos quienes se han convertido en objetivo de los jineteros. El caso es que no vivimos ningún episodio incómodo. De hecho, diríamos que la mejor experiencia que nos trajimos del viaje fue haber podido charlar con cubanos de todas las edades y condiciones.
Y por último, dos reflexiones. La primera, que hay dos realidades en la isla: por un lado La Habana y los resorts de playa, y por otro, el resto del país. El turista que haga un combinado La Habana-Varadero o algo por el estilo se quedará sin ver la auténtica Cuba. En La Habana hay hoteles de lujo, los supermercados tienen los estantes llenos y se puede conseguir casi cualquier cosa en cualquier momento. En el resto de ciudades las cosas son muy diferentes.
La segunda es que la isla está cambiando a toda velocidad. Conocemos gente que ha ido de turismo cuatro o cinco años antes que nosotros y cuando les contamos nuestras experiencias en el viaje no reconocen casi nada. Nos parece que la tendencia se va a agudizar: probablemente viajar a Cuba dentro de cuatro o cinco años será muy diferente de lo que es ahora. Si es para mejor o peor, eso será decisión de cada uno.
Por la tarde fuimos al hotel a descansar un rato y aprovechamos para reservar un coche que nos llevara al aeropuerto. Nos llevamos una sorpresa cuando apareció un flamante almendrón (creemos recordar que era un Buick). Así que no nos fuimos de Cuba sin subir a uno de esos coches míticos.
Consideraciones finales
De los prejuicios con los que fuimos a Cuba nos volvimos sin ninguno. Salvo por la tardanza en recoger el coche de alquiler, no tuvimos en general la sensación de que las cosas fuesen muy lentas. La gente se toma la vida con calma, pero nunca tuvimos que esperar demasiado ni llegamos a desesperarnos en ningún momento.
En cuanto a que los cubanos son muy pesados e intentan engatusar a los turistas: o bien tuvimos mucha suerte, o desde que los estadounidenses viajan a la isla son ellos quienes se han convertido en objetivo de los jineteros. El caso es que no vivimos ningún episodio incómodo. De hecho, diríamos que la mejor experiencia que nos trajimos del viaje fue haber podido charlar con cubanos de todas las edades y condiciones.
Y por último, dos reflexiones. La primera, que hay dos realidades en la isla: por un lado La Habana y los resorts de playa, y por otro, el resto del país. El turista que haga un combinado La Habana-Varadero o algo por el estilo se quedará sin ver la auténtica Cuba. En La Habana hay hoteles de lujo, los supermercados tienen los estantes llenos y se puede conseguir casi cualquier cosa en cualquier momento. En el resto de ciudades las cosas son muy diferentes.
La segunda es que la isla está cambiando a toda velocidad. Conocemos gente que ha ido de turismo cuatro o cinco años antes que nosotros y cuando les contamos nuestras experiencias en el viaje no reconocen casi nada. Nos parece que la tendencia se va a agudizar: probablemente viajar a Cuba dentro de cuatro o cinco años será muy diferente de lo que es ahora. Si es para mejor o peor, eso será decisión de cada uno.