Reino Unido
Escocia (continuación)
Isla de Skye
Continuando por las Highlands nos desplazamos hasta la isla de Skye, quizá lo que más nos gustó del viaje. La carretera desde Drumnadrochit hasta la isla de Skye es muy bonita, pues va pasando en todo momento junto a diferentes lagos y transcurre entre valles y montañas. Fue una pena que nos lloviera casi todo el tiempo.
A esta isla se accede por un único puente o en ferry. Nosotros optamos siempre por el puente. Antes de entrar en la isla paramos en una oficina de turismo, donde nos ayudaron a encontrar alojamiento para las dos siguientes noches: queríamos dedicarle dos días a visitar la isla. A la persona que nos atendió le resultó muy complicado (y muy caro) encontrar un mismo alojamiento para las dos noches en la isla. Sólo nos pudo dar la opción de alojarnos más o menos cerca del puente pero fuera de la isla. Aunque eso suponía que tendríamos que hacer más millas, el precio era inmejorable (comparado con lo que nos estábamos encontrando); como la ubicación no estaba tan mal, aceptamos.
Decidimos dividir la visita a la isla en dos partes: el primer día recorreríamos la zona suroeste y el segundo la noreste. Aún a riesgo de que nos cataloguen de algo que no somos, la primera parada la hicimos en la destilería Talisker. Por ser la única destilería de toda la isla, y quizá por ser una marca bastante conocida, a nuestra llegada había mucha gente. Como no tenían disponibilidad para la visita hasta una hora más tarde, decidimos no esperar, ya que queríamos llegar al castillo de Dunvegan antes de que cerraran. Y esta vez lo conseguimos.
Isla de Skye
Continuando por las Highlands nos desplazamos hasta la isla de Skye, quizá lo que más nos gustó del viaje. La carretera desde Drumnadrochit hasta la isla de Skye es muy bonita, pues va pasando en todo momento junto a diferentes lagos y transcurre entre valles y montañas. Fue una pena que nos lloviera casi todo el tiempo.
A esta isla se accede por un único puente o en ferry. Nosotros optamos siempre por el puente. Antes de entrar en la isla paramos en una oficina de turismo, donde nos ayudaron a encontrar alojamiento para las dos siguientes noches: queríamos dedicarle dos días a visitar la isla. A la persona que nos atendió le resultó muy complicado (y muy caro) encontrar un mismo alojamiento para las dos noches en la isla. Sólo nos pudo dar la opción de alojarnos más o menos cerca del puente pero fuera de la isla. Aunque eso suponía que tendríamos que hacer más millas, el precio era inmejorable (comparado con lo que nos estábamos encontrando); como la ubicación no estaba tan mal, aceptamos.
Decidimos dividir la visita a la isla en dos partes: el primer día recorreríamos la zona suroeste y el segundo la noreste. Aún a riesgo de que nos cataloguen de algo que no somos, la primera parada la hicimos en la destilería Talisker. Por ser la única destilería de toda la isla, y quizá por ser una marca bastante conocida, a nuestra llegada había mucha gente. Como no tenían disponibilidad para la visita hasta una hora más tarde, decidimos no esperar, ya que queríamos llegar al castillo de Dunvegan antes de que cerraran. Y esta vez lo conseguimos.
Este castillo lo catalogaríamos como palacio con pinta de castillo, cuya visita es por libre. Como a nuestra llegada estaba lloviendo, decidimos comenzar por el interior. Estaba bastante concurrido, pero aún así pudimos verlo con tranquilidad. En uno de los salones nos encontramos con un guardia que ofrecía explicaciones sobre algunas peculiaridades de los muebles, entre ellos, una curiosa silla que se reconvierte en escalera.
A nuestra salida nos dirigimos al embarcadero, donde por un módico precio se puede subir a un bote y hacer una pequeña excursión de 30 minutos para ver una pequeña colonia de focas. Como somos bastante aficionados a ver animales en libertad, no perdimos la oportunidad. Aunque hacía fresco y nos mojamos un poco por la lluvia, pudimos disfrutar viendo las simpáticas focas; casi todas tumbadas sobre las rocas, aunque también había alguna juguetona en el agua.
A nuestra salida nos dirigimos al embarcadero, donde por un módico precio se puede subir a un bote y hacer una pequeña excursión de 30 minutos para ver una pequeña colonia de focas. Como somos bastante aficionados a ver animales en libertad, no perdimos la oportunidad. Aunque hacía fresco y nos mojamos un poco por la lluvia, pudimos disfrutar viendo las simpáticas focas; casi todas tumbadas sobre las rocas, aunque también había alguna juguetona en el agua.
Al desembarcar paseamos por los jardines, donde destacaríamos un pequeño estanque con floridos nenúfares. Cuando comenzó a llover de verdad nos fuimos al coche y dimos por terminada la visita al castillo.
De ahí fuimos más al norte hasta Waternish, ya que queríamos probar suerte en un restaurante muy recomendado que estaba poco menos que al final de la isla. Desgraciadamente ese día estaba cerrado, así que comenzamos el camino de vuelta. Lo intentamos en otro que habíamos visto a la ida y tenía muy buena pinta. En esa ocasión tuvimos suerte y nuestro olfato gastronómico no nos engañó: en el Old School Restaurant disfrutamos de una cena (a las 5 y media de la tarde) realmente exquisita.
Una vez saciado el apetito pusimos rumbo hacia el alojamiento: habíamos llegado muy al norte de la isla y nos quedaba un largo camino. El paisaje en la isla fue en todo momento magnífico: lagos, pequeñas montañas cubiertas por un manto verde increíble, carreteras serpenteantes… Ese día, además, todo ello estaba envuelto en un manto de neblina y fina lluvia que le daba una sensación más agreste si cabe.
Una vez salimos de la isla llegamos hasta el castillo de Eilean Donan. Famoso por formar parte de la película Los Inmortales (“sólo puede quedar uno”), la estampa del castillo ubicado sobre una pequeña isla en un lago, unido a tierra firme por un puente de piedra con tres arcos, es quizá una de las imágenes más bonitas de Escocia.
Nuestro segundo día en la isla de Skye comenzó con una excursión. Íbamos directos hasta The Old Man of Storr, aunque hicimos algunas paradas intermedias para disfrutar del paisaje (y del sol que asomaba tímidamente).
The Old Man of Storr es una curiosa formación rocosa situada en lo alto de una pequeña montaña, fácilmente visible desde lejos por toda esa zona de la isla. Cuando llegamos dejamos el coche en el arcén de la carretera (el pequeño aparcamiento estaba abarrotado) y comenzamos la subida. No fue un ascenso difícil, pero como hacía un viento bastante frío y fuerte, la cosa tuvo su miga. Sin embargo, la recompensa valió la pena.
Desde lo alto del promontorio se ve una bonita vista de toda la zona, y eso que para cuando llegamos arriba las nubes lo habían copado todo. Esta isla con sol debe ser impresionante, pero desde luego con la neblina que la disfrutamos nosotros tenía también un encanto muy especial.
Como suele ocurrir en estos casos, la subida es muy agotadora, pero la bajada fue tanto o más incómoda. Seguimos bordeando la carretera hasta nuestra siguiente parada: Kilt Rock, una zona de bonitos acantilados (en esta ocasión el mirador se encontraba en el propio aparcamiento, por lo que no hicimos más ejercicio), a los que han puesto el nombre de la falda escocesa. Si lo han hecho porque les recuerda dicha falda, le han echado mucha imaginación. |
Continuamos más al norte de la isla y atravesamos una zona montañosa llamada Quiraing. La carretera que llega hasta este punto suele estar cerrada en invierno. En la cima nos encontramos con un fuerte viento helador (veranito fresquito, sin duda), y aunque vimos varios valientes caminando por las montañas, nosotros decidimos continuar el camino.
En nuestro descenso hasta Uig nos encontramos muchas ovejas con una lana bien espesa, que no dudamos que no les sobra por esas latitudes. En Uig nos tomamos un té bien calentito y de ahí partimos a Portree, capital de la isla.
Portree no es un lugar especialmente bonito, pero se puede pasar un rato agradable paseando por sus abarrotadas calles. Se nota que es la zona con más alojamientos, restaurantes y tiendas en muchos kilómetros a la redonda. Quizá lo más destacable sea el pequeño puerto que tiene, donde sobresalen unas cuantas casas pintadas de vivos colores.
Nosotros aprovechamos para hacer una cena temprana (como casi siempre) y así poder aprovechar las horas de luz que quedaban.
Nosotros aprovechamos para hacer una cena temprana (como casi siempre) y así poder aprovechar las horas de luz que quedaban.
Tras esta cena nos despedimos de la isla. Al volver hacia el alojamiento paramos nuevamente en el castillo de Eilean Donan. El interior del castillo estaba ya cerrado, pero la puerta para atravesar el puente y llegar hasta la edificación estaba abierta, así que entramos.
Estuvimos un rato admirando el paisaje y haciendo fotos, hasta que nos fuimos al alojamiento. No queríamos acostarnos tarde porque al día siguiente queríamos madrugar un poco.
Estuvimos un rato admirando el paisaje y haciendo fotos, hasta que nos fuimos al alojamiento. No queríamos acostarnos tarde porque al día siguiente queríamos madrugar un poco.
La idea era llegar hasta Glenfinnan hacia las 10 de la mañana, hasta donde tendríamos que recorrer no pocas millas. El motivo de ir con hora es porque en Glenfinnan hay un viaducto por donde pasa la vía del tren, y un poco antes de las once de la mañana lo atraviesa un tren de vapor. Pero no cualquier tren de vapor, sino el Jacobite, famoso por aparecer en ese mismo viaducto en una escena de una de las películas de la saga de Harry Potter. Se ve que Escocia es un buen sitio donde buscar exteriores para cierto tipo de películas.
Y lo conseguimos. Dejamos el coche en el aparcamiento y subimos hasta un pequeño promontorio que hace las veces de mirador, tanto del viaducto como del monumento a Glenfinnan, el cual se encuentra al otro lado junto al lago. Allí, junto a otras dos parejas, vimos pasar el famoso tren de vapor.
Y lo conseguimos. Dejamos el coche en el aparcamiento y subimos hasta un pequeño promontorio que hace las veces de mirador, tanto del viaducto como del monumento a Glenfinnan, el cual se encuentra al otro lado junto al lago. Allí, junto a otras dos parejas, vimos pasar el famoso tren de vapor.
Después vimos también el monumento, ubicado en una ensenada muy bonita. Desde aquí nos fuimos a la vecina Fort William.
Fort William
En Fort William queríamos hacer una caminata y pasar el día, así que lo primero que hicimos nada más llegar fue buscar alojamiento. Encontramos un bed & breakfast bastante tranquilo que tenía disponibilidad, y allí nos quedamos. Una vez hubimos descargado nuestros bártulos, nos subimos al coche y comenzamos a ascender el Glen Nevis hasta donde se termina la carretera, donde aparcamos. Después de una caminata de una hora, llegamos a Steall Meadows, un bonito valle totalmente verde dominado por una cascada de 100 metros de altura.
Estuvimos paseando y disfrutando del lugar, hasta que decidimos que queríamos llegar hasta el pie de la cascada. Para ello había que vadear un río, lo que se podía hacer de dos maneras: descalzándose y atravesándolo, pues no cubría más allá de las rodillas (aunque tenía la incomodidad de que el lecho del río estaba lleno de piedras); o atravesando un puente con tres cables, uno para cada mano y otro para los pies. Elegimos esta segunda opción, por ser más divertida y porque ofrecía la posibilidad de no mojarse.
Resultó más fácil de lo que parecía. Luego llegar hasta la base de la cascada no lo fue tanto, pues se ve que había llovido mucho y la zona estaba muy embarrada y mojada. Aún así lo conseguimos.
Para volver tuvimos que atravesar nuevamente el puente de los tres cables, lo cual hicimos con mayor facilidad pues ya éramos unos expertos.
Volvimos al coche y regresamos hasta el alojamiento. Una vez nos hubimos duchado, salimos a pasear por Fort William. La localidad no es nada del otro mundo. Tiene una calle central peatonal llena de restaurantes (en uno de los cuales hicimos nuevamente una temprana cena) y de tiendas.
A la salida de la cena nos encontramos con una pequeña banda de gaitas compuesta por jóvenes quienes, tras desfilar un poco, se pusieron en una pequeña plaza a amenizar al personal. Después de escucharlos un rato nos fuimos dando un paseo hasta la escalera de Neptuno, una curiosa serie de ocho esclusas consecutivas (aunque a distinto nivel) pertenecientes al canal de Caledonia.
Volvimos al coche y regresamos hasta el alojamiento. Una vez nos hubimos duchado, salimos a pasear por Fort William. La localidad no es nada del otro mundo. Tiene una calle central peatonal llena de restaurantes (en uno de los cuales hicimos nuevamente una temprana cena) y de tiendas.
A la salida de la cena nos encontramos con una pequeña banda de gaitas compuesta por jóvenes quienes, tras desfilar un poco, se pusieron en una pequeña plaza a amenizar al personal. Después de escucharlos un rato nos fuimos dando un paseo hasta la escalera de Neptuno, una curiosa serie de ocho esclusas consecutivas (aunque a distinto nivel) pertenecientes al canal de Caledonia.
Al día siguiente condujimos hasta Oban. Por el camino nos topamos con un curioso castillo situado sobre una pequeña isla.
Oban
Antes de entrar en la ciudad de Oban paramos en el castillo, un tanto alejado del centro. Resultó ser una fortificación sin demasiado interés, ubicada junto al puerto deportivo de la ciudad.
De ahí continuamos hasta Oban. Esta es una ciudad muy concurrida, pues desde allí salen multitud de ferrys con dirección a otras tantas islas.
No teníamos muy claro que Oban mereciese un día completo de visita, pero como comenzó a salir un sol espléndido y la ciudad estaba realmente animada, decidimos quedarnos. Una vez más la tarea de encontrar alojamiento no fue fácil. En toda Escocia encontramos una gran cantidad de sitios donde pasar la noche, especialmente bed & breakfast, pero tienen muchísimo más turismo del que nos hubiéramos imaginado. Se ve que la gente reserva sus alojamientos con antelación. El que encontramos en Oban era un poco más cutre de lo que nos hubiera gustado, pero no estábamos en condiciones de ponernos exquisitos.
Iniciamos la visita de la ciudad yendo hasta la destilería con la intención de hacer la visita guiada. Optamos por apuntarnos a la que comenzaba una hora más tarde, y así pudimos ver algo de la ciudad mientras tanto.
Decidimos comenzar subiendo hasta la McCaig’s Tower. Más que una torre, se trata de una amplia construcción semicircular situada en lo alto de una colina. Por supuesto, el esfuerzo de la subida merece la pena porque se ve una bonita panorámica de la ciudad, el puerto y la isla que hay enfrente. Al estar justo detrás de la destilería de whisky, hay un ligero y constante olorcillo a esta bebida espirituosa.
De ahí descendimos hasta el puerto, donde estuvimos contemplando la vista, las juguetonas gaviotas y el constante traqueteo de gente por todas partes.
Cuando llegó la hora, nos acercamos hasta la destilería. La visita fue básicamente muy parecida a la que hicimos en Dalmore, con la diferencia de que la de Oban era mucho más pequeña. Nos enseñaron de nuevo el proceso de elaboración y finalizamos con una cata del whisky Oban 14 years. En esta ocasión tuvimos que pagar 7 libras cada uno por la visita, pero a cambio nos regalaron el vaso típico de la destilería.
De nuevo al aire libre, subimos hasta el mirador de Pulpit Hill. La subida hasta este punto resultó un poco más larga y pronunciada que la anterior. Desde aquí también había una vista panorámica de la ciudad muy bonita.
De nuevo al aire libre, subimos hasta el mirador de Pulpit Hill. La subida hasta este punto resultó un poco más larga y pronunciada que la anterior. Desde aquí también había una vista panorámica de la ciudad muy bonita.
Fieles a nuestra costumbre, hicimos una cena temprana. En este caso en un restaurante de pescado y marisco en el puerto, ya que Oban se caracteriza por tener buenos locales con este tipo de productos.
Después de cenar, como todavía teníamos sol para rato, dimos un agradable paseo vespertino por la Corran Esplanade, especie de paseo marítimo que sale de la ciudad por el norte y está lleno de bonitos edificios típicamente británicos. Durante la caminata tuvimos ocasión de ver algunas aves curiosas.
Después de cenar, como todavía teníamos sol para rato, dimos un agradable paseo vespertino por la Corran Esplanade, especie de paseo marítimo que sale de la ciudad por el norte y está lleno de bonitos edificios típicamente británicos. Durante la caminata tuvimos ocasión de ver algunas aves curiosas.
Antes de irnos a dormir entramos en una cava especializada en whiskys donde degustamos un par de referencias que no habíamos probado. Puro vicio.
Hasta ese momento habíamos capeado la lluvia. Pero después de un magnífico día de sol en Oban, amaneció con muchas nubes que pronto se convirtieron en una constante lluvia intensa. Esto desbarató los planes que teníamos para ese día: visitar Loch Lomond and the Trossachs National Park. Así que pasamos de largo y decidimos avanzar un día en nuestro itinerario. La siguiente etapa nos conducía hasta Stirling, pero de camino hacia esta ciudad hicimos dos pequeñas visitas: no era plan pasarse todo el día sin hacer nada.
Stirling
La primera fue bastante curiosa. En el centro del lago Menteith hay una pequeña isla, en la cual se hallan los restos del priorato de Inchmahome. Para llegar hasta la isla se toma un bote desde el aparcamiento que lleva directamente hasta donde se encuentra el priorato. Al parecer los monjes lo construyeron ahí para permanecer alejados de todo y poder destinar su tiempo a la meditación y el rezo. Aunque los edificios están en ruinas, queda lo suficiente en pie para apreciar el entorno.
Hasta ese momento habíamos capeado la lluvia. Pero después de un magnífico día de sol en Oban, amaneció con muchas nubes que pronto se convirtieron en una constante lluvia intensa. Esto desbarató los planes que teníamos para ese día: visitar Loch Lomond and the Trossachs National Park. Así que pasamos de largo y decidimos avanzar un día en nuestro itinerario. La siguiente etapa nos conducía hasta Stirling, pero de camino hacia esta ciudad hicimos dos pequeñas visitas: no era plan pasarse todo el día sin hacer nada.
Stirling
La primera fue bastante curiosa. En el centro del lago Menteith hay una pequeña isla, en la cual se hallan los restos del priorato de Inchmahome. Para llegar hasta la isla se toma un bote desde el aparcamiento que lleva directamente hasta donde se encuentra el priorato. Al parecer los monjes lo construyeron ahí para permanecer alejados de todo y poder destinar su tiempo a la meditación y el rezo. Aunque los edificios están en ruinas, queda lo suficiente en pie para apreciar el entorno.
La segunda y última visita del día fue el castillo de Doune. Sin ser nada del otro mundo, quizá su mayor atractivo reside en que en él se rodó parte de la película de los Monty Pyhton y el Santo Grial.
De hecho, con la entrada prestan gratuitamente una audioguía en la que el actor Terry Jones, del famoso grupo inglés, comenta las distintas dependencias del castillo y habla de algunas escenas de la película. Una vez terminamos de escuchar los comentarios del susodicho, nos refugiamos en un bed & breakfast cercano a Stirling y pasamos la tarde viendo como diluviaba, mientras decidíamos en qué íbamos a emplear el día que habíamos ganado con respecto al itinerario previsto. |
Contra todo pronóstico, al día siguiente paró de llover y pudimos pasear por Stirling. El centro de la ciudad es pequeño y se puede pasear con facilidad. Lo principal son las dos calles paralelas que suben hacia el castillo, llenas de edificios típicos. Nosotros subimos por una y bajamos por la otra.
La primera parada la hicimos para entrar en la iglesia de Holy Rud. El interior nos resultó más espectacular que el exterior. En la parte posterior hay un cementerio desde donde se contempla la propia iglesia y una parte del castillo.
La primera parada la hicimos para entrar en la iglesia de Holy Rud. El interior nos resultó más espectacular que el exterior. En la parte posterior hay un cementerio desde donde se contempla la propia iglesia y una parte del castillo.
Salimos del cementerio y subimos hasta el castillo. De todos los que visitamos, este fue el que tenía más dependencias en las que se podía entrar. El único problema es que muchas de las salas estaban un tanto teatralizadas con figuras y cosas un poco fuera de lugar. En el centro del castillo se encuentra la Gran Sala, totalmente reconstruida y de color amarillento. Es fácilmente visible desde muchos puntos de la ciudad y nos parece que queda como un pegote en medio del castillo.
Destacaríamos la sala con la colección de caras de importantes personajes de otras épocas, muchas de ellas talladas sobre madera, y el museo de un famoso regimiento militar británico-escocés, en el que se explica con bastante detalle las diferentes guerras en las que ha participado dicho regimiento desde 1794 hasta la actualidad.
Como es de imaginar, al estar ubicado en lo alto de un promontorio, desde varias partes de las murallas del castillo se ven panorámicas de diversas zonas de la ciudad. Especialmente del monumento a Wallace, nuestra siguiente visita.
Como es de imaginar, al estar ubicado en lo alto de un promontorio, desde varias partes de las murallas del castillo se ven panorámicas de diversas zonas de la ciudad. Especialmente del monumento a Wallace, nuestra siguiente visita.
Al igual que el castillo, este monumento dedicado a William Wallace se encuentra sobre una colina al otro lado del río Forth y es fácilmente visible desde muy lejos. Se trata de una torre desde donde dicen que se pueden ver muchos campos de antiguas batallas.
Cuando llegamos hasta el aparcamiento del monumento volvía a diluviar (solamente nos respetó durante la visita al castillo), así que tuvimos que esperar dentro del coche hasta que paró. Una vez hubo dejado de llover, subimos la colina hasta la base del monumento. Para entrar al monumento y subir hasta lo alto hay que pagar entrada, pero decidimos no hacerlo, puesto que ya desde la base se observaba el entorno perfectamente. En este caso la vista llegaba hasta el castillo y se veía un bonito meandro formado por el río.
Cuando llegamos hasta el aparcamiento del monumento volvía a diluviar (solamente nos respetó durante la visita al castillo), así que tuvimos que esperar dentro del coche hasta que paró. Una vez hubo dejado de llover, subimos la colina hasta la base del monumento. Para entrar al monumento y subir hasta lo alto hay que pagar entrada, pero decidimos no hacerlo, puesto que ya desde la base se observaba el entorno perfectamente. En este caso la vista llegaba hasta el castillo y se veía un bonito meandro formado por el río.
De Stirling fuimos a la vecina población de Falkirk, famosa por la esclusa giratoria que conecta el canal Forth & Clyde con el de Union. Hay que tener en cuenta que la diferencia entre ambos canales es de 24 metros, aproximadamente lo mismo que un edificio de 8 pisos. Así pues, como se comprenderá, el invento es todo un prodigio de ingeniería.
Una de las atracciones que ofrecen es subirse a una embarcación y atravesar la esclusa. Nosotros preferimos verlo funcionar desde fuera.
Una de las atracciones que ofrecen es subirse a una embarcación y atravesar la esclusa. Nosotros preferimos verlo funcionar desde fuera.
Las visitas del día habían concluido. El día siguiente teníamos que dormir ya en Edimburgo porque dos días más tarde teníamos el madrugador vuelo de vuelta. Como habíamos ganado un día al itinerario por la lluvia, la tarde anterior habíamos decidido incluir una zona de abadías derruidas situada al sur de Edimburgo que no teníamos previsto visitar. Fue todo un acierto.
Sur de Escocia
Esa tarde condujimos hasta un diminuto pueblo llamado Denholm, donde habíamos localizado un bonito alojamiento, el Green bed & breakfast. Llegamos a este tranquilo pueblo por la tarde, donde la simpática dueña del B&B nos recomendó para cenar el que debía ser casi el único sitio en todo el pueblo: un bar-restaurante-hotel muy agradable donde parecía que se había congregado el pueblo entero, y donde cenamos bastante bien y bebimos mejor.
Las abadías se encuentran todas bastante cerca unas de otras y se pueden visitar en una mañana. Empezamos por la de Jedburgh, por ser la más alejada. Nada más llegar al aparcamiento ya se da uno cuenta de la majestuosidad del lugar. La abadía mantiene en muy buen estado la espectacular estructura de tres filas de arcos, pero carece completamente de tejado.
Tiene el consabido cementerio adosado y se puede subir hasta la primera planta de lo que era la fachada principal.
Sur de Escocia
Esa tarde condujimos hasta un diminuto pueblo llamado Denholm, donde habíamos localizado un bonito alojamiento, el Green bed & breakfast. Llegamos a este tranquilo pueblo por la tarde, donde la simpática dueña del B&B nos recomendó para cenar el que debía ser casi el único sitio en todo el pueblo: un bar-restaurante-hotel muy agradable donde parecía que se había congregado el pueblo entero, y donde cenamos bastante bien y bebimos mejor.
Las abadías se encuentran todas bastante cerca unas de otras y se pueden visitar en una mañana. Empezamos por la de Jedburgh, por ser la más alejada. Nada más llegar al aparcamiento ya se da uno cuenta de la majestuosidad del lugar. La abadía mantiene en muy buen estado la espectacular estructura de tres filas de arcos, pero carece completamente de tejado.
Tiene el consabido cementerio adosado y se puede subir hasta la primera planta de lo que era la fachada principal.
La siguiente fue la abadía de Kelso, bastante más destruida que la anterior y la menos espectacular de todas las que visitamos esa mañana. En ésta resulta curiosa la entrada, que parece estar diseccionada.
De camino a la siguiente hicimos una parada en la Smailholm Tower. Situada literalmente en medio de ninguna parte, esta torre es lo único que queda en pie de una construcción más grande.
Se puede subir a lo alto y aunque la vista es muy amplia, no se ve nada de especial interés.
Se puede subir a lo alto y aunque la vista es muy amplia, no se ve nada de especial interés.
La tercera abadía del día fue la de Dryburgh. También un tanto derruida, mantiene en pie los suficientes elementos como para hacerse una idea de lo que debía ser el edificio. Rodeada por un fabuloso césped, también en ésta se puede subir a una pequeña torre.
La última fue la abadía de Melrose. Ubicada en la bonita población del mismo nombre, también resultó ser bastante espectacular. Rodeada de su propio cementerio, se puede pasear entre las lápidas para bordear la abadía y contemplarla desde todos los ángulos. Aquí también se puede llegar a lo alto de una torre y así poder observar mejor una escultura de un cerdo tocando la gaita.
Final
Al finalizar la visita comimos algo y nos dirigimos de vuelta a Edimburgo. Como llegamos por la tarde y todavía había horas de luz, decidimos visitar algo que se nos quedó pendiente al inicio de nuestro viaje: Calton Hill. Allí subimos al monumento a Nelson, una columna a la que se puede subir y desde donde se disfruta de una magnífica vista de la ciudad, sobre todo por ser bastante completa: desde el castillo al norte hasta la silla de Arthur al sur.
Al bajar estuvimos paseando por la colina, que estaba bastante animada de gente. Después dimos nuestro último paseo por Edimburgo, recorriendo Princes Street y terminando por donde empezamos, la Royal Mile.
Volvimos al coche y nos fuimos al hotel que habíamos reservado previamente junto al aeropuerto antes del inicio del viaje.
Al final de las dos semanas recorrimos 1200 millas por Escocia, o lo que es lo mismo, algo más de 1900 kilómetros.
Resultó ser un viaje muy bonito, donde claramente destaca la naturaleza sobre las ciudades y pueblos. Nos defraudaron un poco los castillos, ya que los que estaban en buen estado eran más bien palacios, y el resto estaban un tanto derruidos. Encontramos muchos más turistas de lo que pensábamos: en una región de la que se dice que hay más ovejas que personas pensábamos que íbamos a estar más solos. Además nos ha parecido un destino muy caro. Más allá del cambio desfavorable de euro a libra, los alojamientos y las entradas de las atracciones turísticas están bastante sobrepreciadas. Pero el principal recuerdo que nos trajimos fue que se trató de un viaje en el que lo pasamos muy bien.
Volvimos al coche y nos fuimos al hotel que habíamos reservado previamente junto al aeropuerto antes del inicio del viaje.
Al final de las dos semanas recorrimos 1200 millas por Escocia, o lo que es lo mismo, algo más de 1900 kilómetros.
Resultó ser un viaje muy bonito, donde claramente destaca la naturaleza sobre las ciudades y pueblos. Nos defraudaron un poco los castillos, ya que los que estaban en buen estado eran más bien palacios, y el resto estaban un tanto derruidos. Encontramos muchos más turistas de lo que pensábamos: en una región de la que se dice que hay más ovejas que personas pensábamos que íbamos a estar más solos. Además nos ha parecido un destino muy caro. Más allá del cambio desfavorable de euro a libra, los alojamientos y las entradas de las atracciones turísticas están bastante sobrepreciadas. Pero el principal recuerdo que nos trajimos fue que se trató de un viaje en el que lo pasamos muy bien.