Guatemala (continuación)
Cuando aterrizamos en Ciudad de Guatemala nos estaba esperando un coche para llevarnos hasta Panajachel, junto al lago Atitlán, donde íbamos a pasar los siguientes días.
Llegamos ya muy tarde al hotel Uzt Jay, agradable alojamiento muy bien ubicado en el que pernoctaríamos las próximas noches. Nos fuimos directos a la cama pues a la mañana siguiente venían a recogernos para hacer una ruta por los pueblos del altiplano.
Habíamos reservado varios tours y shuttles para esos días con una empresa ubicada en Panajachel llamada Atitrans. Desde el primer día hasta el último fueron muy puntuales y todo salió a pedir de boca. Quedamos encantados con ellos.
Puntual llegó a la mañana siguiente David, magnífico conductor que fue nuestro guía y chófer del día.
Comenzamos parando en un mirador para observar el panorama. Como la noche anterior había una espesa niebla, no nos habíamos podido hacer una idea: sobre un bonito lago totalmente rodeado de montañas, destaca la figura de tres volcanes, dos de ellos muy juntos; a la altura del lago y en diferentes puntos se observaban los pueblos de la zona. Esa mañana además lucía un sol espléndido y apenas había nubes, así que la vista no pudo ser más evocadora.
Llegamos ya muy tarde al hotel Uzt Jay, agradable alojamiento muy bien ubicado en el que pernoctaríamos las próximas noches. Nos fuimos directos a la cama pues a la mañana siguiente venían a recogernos para hacer una ruta por los pueblos del altiplano.
Habíamos reservado varios tours y shuttles para esos días con una empresa ubicada en Panajachel llamada Atitrans. Desde el primer día hasta el último fueron muy puntuales y todo salió a pedir de boca. Quedamos encantados con ellos.
Puntual llegó a la mañana siguiente David, magnífico conductor que fue nuestro guía y chófer del día.
Comenzamos parando en un mirador para observar el panorama. Como la noche anterior había una espesa niebla, no nos habíamos podido hacer una idea: sobre un bonito lago totalmente rodeado de montañas, destaca la figura de tres volcanes, dos de ellos muy juntos; a la altura del lago y en diferentes puntos se observaban los pueblos de la zona. Esa mañana además lucía un sol espléndido y apenas había nubes, así que la vista no pudo ser más evocadora.
Después de transitar por la carretera panamericana un buen rato llegamos a la pequeña población de Cantel, donde paramos en una cooperativa llamada Copavic en la que trabajan el vidrio. Allí pudimos observar con entera libertad el proceso de soplado del vidrio, pasando por todas sus etapas. Producen copas, vasos, jarras y demás recipientes, que luego se venden en la tienda de la entrada. Al parecer todo se elabora con vidrio reciclado. Fue una visita muy interesante.
Cuando nos cansamos, volvimos al coche y fuimos hasta las fuentes georginas, zona con unas piscinas naturales de aguas subterráneas que provienen del volcán Zunil, por lo que están bastante calientes. Había tres piscinas con diferentes temperaturas, comenzando por caliente, seguida de muy caliente, siendo la última solamente para valientes, pues uno se podía achicharrar en su interior.
David nos dejó a nuestro libre albedrío, así que nos pusimos los bañadores y estuvimos un rato disfrutando del lugar. Cuando las manos comenzaron a estar más arrugadas que una pasa decidimos dar por terminado el baño. Aprovechamos para comer allí mismo una magnífica carne a la brasa.
David nos dejó a nuestro libre albedrío, así que nos pusimos los bañadores y estuvimos un rato disfrutando del lugar. Cuando las manos comenzaron a estar más arrugadas que una pasa decidimos dar por terminado el baño. Aprovechamos para comer allí mismo una magnífica carne a la brasa.
Después David nos llevó a dar un pequeño paseo por la zona. Pudimos contemplar la vegetación y caminar junto a un pequeño río.
De nuevo en el coche, fuimos hasta Zunil atravesando campos de cultivo de diversos tipos de verduras, que debido a su hermoso tamaño son exportadas a los sitios más variopintos.
Paramos en la plaza de Zunil, donde tuvimos ocasión de visitar la iglesia, y continuamos hasta Quetzaltenango.
De nuevo en el coche, fuimos hasta Zunil atravesando campos de cultivo de diversos tipos de verduras, que debido a su hermoso tamaño son exportadas a los sitios más variopintos.
Paramos en la plaza de Zunil, donde tuvimos ocasión de visitar la iglesia, y continuamos hasta Quetzaltenango.
Conocida como Xela por los locales, se trata de la segunda ciudad más grande de Guatemala y una de las que mayor herencia española posee en cuanto a arquitectura. Nuestro conductor nos dejó en la plaza central y nos dio todo el tiempo que quisiéramos para recorrer la zona.
Entramos en la municipalidad y vimos su jardín interior; atravesamos una galería llena de bares y cafeterías; paseamos por la plaza y sus alrededores; y finalmente entramos en una panadería-cafetería-bollería-pastelería llamada Xelapán, donde disfrutamos de unos bollos y dulces realmente exquisitos.
Entramos en la municipalidad y vimos su jardín interior; atravesamos una galería llena de bares y cafeterías; paseamos por la plaza y sus alrededores; y finalmente entramos en una panadería-cafetería-bollería-pastelería llamada Xelapán, donde disfrutamos de unos bollos y dulces realmente exquisitos.
Volvimos al coche y continuamos nuestro recorrido hasta San Andrés Xecul, donde pudimos contemplar una de las iglesias más originales del país, con su fachada toda pintada de amarillo y repleta de figuras y decoración.
De vuelta hacia Panajachel le pedimos a David que nos parara en el cementerio de Sololá, ya que a nuestro paso por esta población al inicio de la ruta habíamos visto que era muy colorido. Dio la casualidad de que un conocido personaje de la localidad había fallecido y estaba medio pueblo en su entierro. El ambiente era muy diferente a los entierros a los que estamos acostumbrados: para empezar, las tumbas y los nichos del cementerio están pintados de vivos colores y la gente se subía por encima con total naturalidad. Además, en ese entierro había un grupo de músicos y la gente cantaba canciones alegres. Y para finalizar, todo el mundo fue muy amable y respetuoso con nosotros, mientras nos permitían sacar todas las fotografías que quisimos. Aunque hay que decir que la amabilidad de la gente fue una constante durante toda nuestra estancia en Guatemala.
Antes de llegar a Panajachel paramos en otro mirador para contemplar el lago y los volcanes, en esta ocasión con una luz completamente distinta.
El día siguiente fue el más duro de nuestra estancia en Guatemala. Comenzó muy temprano, cuando a las 6:00 de la mañana una empleada de la agencia Atitrans nos recogió en nuestro hotel. Caminamos con ella hasta el muelle, donde nos subimos a una lancha que atravesó el lago hasta el pueblo de San Pedro la Laguna. Ahí nos bajamos, tomamos un buen desayuno y nos encontramos con el guía que nos acompañaría y guiaría en nuestra ascensión al inactivo volcán San Pedro. Íbamos a vencer un desnivel de unos 1.500 metros (desde 1.500 metros de altitud que se encuentra el lago Atitlán hasta 3.000 m que tiene la cima del volcán). Así pues, una vez finalizamos el desayuno, nos subimos los cuatro a un tuc-tuc que nos condujo hasta la entrada al parque que alberga el volcán.
La ascensión fue muy dura. Nosotros no estamos especialmente en forma, pero no somos en absoluto dos personas sedentarias; aunque pudimos subir y bajar sin quejarnos en exceso, al final terminamos muy cansados.
Se comienza atravesando plantaciones de café para continuar a través de maizales hasta llegar a una pequeña área de descanso. Hasta ahí va todo bien.
La ascensión fue muy dura. Nosotros no estamos especialmente en forma, pero no somos en absoluto dos personas sedentarias; aunque pudimos subir y bajar sin quejarnos en exceso, al final terminamos muy cansados.
Se comienza atravesando plantaciones de café para continuar a través de maizales hasta llegar a una pequeña área de descanso. Hasta ahí va todo bien.
A partir de este punto hasta la cima, no hay más que vegetación variada y una subida constante y sin descanso. Una vez se alcanza la cima, la vista es de esas que quitan el hipo: se puede ver todo el lago, los pueblecitos que hay por la zona y las montañas que rodean el lago totalmente cubiertas de vegetación, donde destacan los otros dos volcanes de la zona, el Tolimán y el Atitlán.
Estuvimos sentados sobre unas piedras contemplando la vista durante una media hora, ya que nuestro guía nos recomendó no descansar más tiempo para que los músculos no se enfriaran.
La bajada fue mucho más aburrida. Había bastante barro, por lo que tuvimos que andar con cuidado para no darnos una culada, y como siempre, aunque se baja más fácilmente de lo que se sube, las rodillas sufren mucho más y es más incómodo. Volvimos a parar en el mirador a descansar un rato y enseguida emprendimos la marcha hasta llegar a la entrada. Allí nos esperaba el mismo tuc-tuc que nos había subido, que nos llevó de vuelta al embarcadero. Nos despedimos del guía y nos subimos a una lancha que nos trasladó nuevamente a Panajachel, donde le dijimos adiós a la empleada de Atitrans y regresamos al hotel para darnos una ducha reconfortante.
La bajada fue mucho más aburrida. Había bastante barro, por lo que tuvimos que andar con cuidado para no darnos una culada, y como siempre, aunque se baja más fácilmente de lo que se sube, las rodillas sufren mucho más y es más incómodo. Volvimos a parar en el mirador a descansar un rato y enseguida emprendimos la marcha hasta llegar a la entrada. Allí nos esperaba el mismo tuc-tuc que nos había subido, que nos llevó de vuelta al embarcadero. Nos despedimos del guía y nos subimos a una lancha que nos trasladó nuevamente a Panajachel, donde le dijimos adiós a la empleada de Atitrans y regresamos al hotel para darnos una ducha reconfortante.
Subir y bajar el volcán y contemplar la vista fue toda una experiencia, aunque haciendo una valoración a posteriori no sabemos si es una excursión que realmente valga la pena: nosotros tuvimos mucha suerte, pero generalmente la cima del volcán San Pedro está cubierta de nubes, por lo que suponemos que la vista será mucho más limitada. En segundo lugar, durante la ascensión no hay más que un par de sitios desde los que ver un bonito panorama, ya que el resto está cubierto de vegetación en todo momento; al final se convierte en una aburrida subida sin descanso. Por último, no se ve en ningún momento el interior del volcán, por lo que en realidad se puede equiparar a una simple subida a una montaña: está el glamour de decir “hemos subido a lo alto de un volcán”, pero poco más.
En cualquier caso, y a pesar del cansancio vespertino y las agujetas del día siguiente, no nos arrepentimos de la excursión.
Al día siguiente tomamos un shuttle hasta Chichicastenango para visitar su famoso mercado. Tres días a la semana, todas las calles del centro de la ciudad se llenan de puestos con artesanía, ropa, productos típicos y demás cosas, y se abarrota de gente de la comarca y de turistas. Es un mercado orientado en parte a los locales y en parte a los turistas.
En cualquier caso, y a pesar del cansancio vespertino y las agujetas del día siguiente, no nos arrepentimos de la excursión.
Al día siguiente tomamos un shuttle hasta Chichicastenango para visitar su famoso mercado. Tres días a la semana, todas las calles del centro de la ciudad se llenan de puestos con artesanía, ropa, productos típicos y demás cosas, y se abarrota de gente de la comarca y de turistas. Es un mercado orientado en parte a los locales y en parte a los turistas.
En el centro de todas estas calles se halla el mercado de abastos, donde los productos que se venden son principalmente fruta y verdura.
Estuvimos paseando sin rumbo por las calles, observando el magnífico colorido de las ropas y telas, tanto las que llevan puestas los guatemaltecos como las que se vendían en los puestos. Aprovechamos para comprar unas cuantas cosas para la casa, con el correspondiente regateo de precio.
Cuando nos entró hambre fuimos a una zona de mesas corridas de madera, donde unas mujeres cocinan allí mismo. Comimos cosas sencillas pero muy sabrosas, y sobre todo, muy baratas.
Según iban pasando las horas el mercado se iba quedando más vacío, perdiendo gradualmente el enorme bullicio mañanero. A la hora convenida volvimos donde el shuttle había aparcado, y con él regresamos a nuestro hotel en Panajachel.
Esa tarde, entre que el clima no acompañaba y que teníamos agujetas del día anterior, la pasamos relajados y no hicimos nada especial.
Cuando nos entró hambre fuimos a una zona de mesas corridas de madera, donde unas mujeres cocinan allí mismo. Comimos cosas sencillas pero muy sabrosas, y sobre todo, muy baratas.
Según iban pasando las horas el mercado se iba quedando más vacío, perdiendo gradualmente el enorme bullicio mañanero. A la hora convenida volvimos donde el shuttle había aparcado, y con él regresamos a nuestro hotel en Panajachel.
Esa tarde, entre que el clima no acompañaba y que teníamos agujetas del día anterior, la pasamos relajados y no hicimos nada especial.
Nuestro último día en Panajachel madrugamos un poco. Aprovechando que el día había amanecido con un sol espléndido, nos acercamos al embarcadero para hacer unas fotos del lago y los volcanes.
Después desayunamos y nos subimos a un chicken bus que nos condujo a la vecina Sololá. El bus estaba realmente abarrotado de gente, pero aún así no dejaban de entrar más personas. Cuando ya casi no cabía un alfiler, nos pusimos en marcha. Una vez en Sololá tomamos otro chicken bus para llegar al mercado, ya que aunque no está lejos de la plaza central, su situación en la parte alta de la ciudad hace que la subida caminando no sea muy atractiva.
El mercado se ubica en una zona especial habilitada para ello y funciona dos veces por semana. Si pensamos que el de Chichicastenango estaba animado el día anterior, aquello no fue nada comparado con el de Sololá.
El mercado se ubica en una zona especial habilitada para ello y funciona dos veces por semana. Si pensamos que el de Chichicastenango estaba animado el día anterior, aquello no fue nada comparado con el de Sololá.
En este los turistas éramos muy pocos: es un mercado al que acude gente de los alrededores para comprar y vender todo tipo de productos. Aunque principalmente hay comida, también hay zonas de ropa.
Estuvimos deambulando un buen rato, cotilleando por todos los puestos, disfrutando del ambiente y del color.
Estuvimos deambulando un buen rato, cotilleando por todos los puestos, disfrutando del ambiente y del color.
A la salida decidimos volver caminando hasta la plaza central. Desde la calle que baja se veía una bonita vista con un volcán al fondo. En la plaza pasamos por delante de la municipalidad y estuvimos dando un paseo por los alrededores. Cuando nos cansamos, volvimos a subirnos a un chicken bus que nos llevó de vuelta a Panajachel.
Como teníamos tiempo hasta que saliera nuestro shuttle a Antigua, que sería nuestro último destino en Guatemala, paramos a comer unos magníficos bocadillos de carne a la brasa en Guajimbo’s, un restaurante ubicado en la céntrica calle Santander.
Tras la refección, volvimos al hotel a esperar a que pasaran a buscarnos. A la hora convenida, el shuttle de Atitrans nos recogió y partimos hacia Antigua. En el camino nos encontramos muchísimo tráfico, así que llegamos bastante tarde y no tuvimos tiempo más que de ir a cenar e irnos a dormir. En Antigua nos alojamos en Casa Marie, una casona en la que vive Marie con su hijo y que ofrece tan solo dos habitaciones. Es una trotamundos francesa de agradable e interesante conversación. Ella se encargó de gestionarnos la excursión del día siguiente.
Nos recogieron por la mañana temprano en un shuttle y fuimos hasta el volcán Pacaya, nuestra última excursión en Guatemala. Esta vez íbamos en un grupo de unas diez personas de muchos lugares del mundo, y aunque el tour consistía simplemente en ascender una pequeña parte del volcán (nada duro, y menos comparado con el volcán San Pedro), hubo que acomodarse al paso del grupo.
Durante la subida tuvimos ocasión de ver a lo lejos el volcán Agua, que al parecer tiene actividad constante. De hecho, vimos salir una pequeña cantidad de humo por el cráter a pesar de la distancia (por lo que a lo mejor dicha cantidad no era tan pequeña).
Tras la refección, volvimos al hotel a esperar a que pasaran a buscarnos. A la hora convenida, el shuttle de Atitrans nos recogió y partimos hacia Antigua. En el camino nos encontramos muchísimo tráfico, así que llegamos bastante tarde y no tuvimos tiempo más que de ir a cenar e irnos a dormir. En Antigua nos alojamos en Casa Marie, una casona en la que vive Marie con su hijo y que ofrece tan solo dos habitaciones. Es una trotamundos francesa de agradable e interesante conversación. Ella se encargó de gestionarnos la excursión del día siguiente.
Nos recogieron por la mañana temprano en un shuttle y fuimos hasta el volcán Pacaya, nuestra última excursión en Guatemala. Esta vez íbamos en un grupo de unas diez personas de muchos lugares del mundo, y aunque el tour consistía simplemente en ascender una pequeña parte del volcán (nada duro, y menos comparado con el volcán San Pedro), hubo que acomodarse al paso del grupo.
Durante la subida tuvimos ocasión de ver a lo lejos el volcán Agua, que al parecer tiene actividad constante. De hecho, vimos salir una pequeña cantidad de humo por el cráter a pesar de la distancia (por lo que a lo mejor dicha cantidad no era tan pequeña).
La excursión finalizaba en una zona llena de roca volcánica que parece que hace no demasiado fue lava. En esa zona, el guía sacó una bolsa de nubes de gominola y la repartió entre el grupo. La idea era que escarbáramos entre las piedras buscando un poco de calor, y pinchando en un pequeño palo la nube, la pusiéramos junto a dicha fuente de calor que manaba para que se chamuscara un poco. Una auténtica chorrada para turistas que todos los del grupo llevamos a cabo religiosamente.
Desde esa zona se podía ver el resto del volcán y se apreciaba perfectamente un buen número de fumarolas saliendo del interior.
Una vez hubimos chamuscado e ingerido las nubes, comenzamos el camino de regreso.
Una vez hubimos chamuscado e ingerido las nubes, comenzamos el camino de regreso.
Regresamos a Antigua de la excursión al volcán Pacaya a primera hora de la tarde, así que aprovechamos el resto de la misma para dar una vuelta por la ciudad. Al fin y al cabo, habíamos pasado varias veces por Antigua y siempre había sido de noche.
Comenzamos nuestro recorrido subiendo hasta el cerro de la Cruz. Desde ahí se puede ver una bonita vista de toda la ciudad, con su cuadrícula de calles empedradas rectangulares, todas llenas de casas bajas de colores.
Sobresaliendo se aprecian diversas iglesias, algunas enteras y otras medio derruidas por varios terremotos que han sacudido la ciudad.
Comenzamos nuestro recorrido subiendo hasta el cerro de la Cruz. Desde ahí se puede ver una bonita vista de toda la ciudad, con su cuadrícula de calles empedradas rectangulares, todas llenas de casas bajas de colores.
Sobresaliendo se aprecian diversas iglesias, algunas enteras y otras medio derruidas por varios terremotos que han sacudido la ciudad.
Una vez hubimos descendido del cerro, entramos en un mercado de artesanía. Continuamos callejeando sin rumbo hasta que llegamos a la 5ª Avenida Norte, donde pudimos ver la estampa más famosa de Antigua: esta calle peatonal empedrada, con un arco amarillo con un reloj y el volcán al fondo, aunque a esas horas había muchas nubes cubriendo el volcán y no lo pudimos ver bien.
Entramos en la iglesia de la Merced y pudimos contemplar la fuente, que con su forma de lirio y 27 metros de diámetro, pasa por ser la más grande de Hispanoamérica.
A la salida seguimos hasta el Parque Central, que es la plaza del centro de la ciudad, y donde se encuentran los edificios públicos y la catedral.
Como ya comenzaba a anochecer, volvimos al hospedaje para ponernos ropa de más abrigo, ya que por la noche refrescaba bastante en Antigua en esa época del año.
Nuevamente dimos un paseo por el centro, ya casi de noche y con una tenue iluminación por las calles, y nos sentamos un rato en un banco del Parque Central para observar al variopinto personal que deambulaba por allí. Estábamos simplemente haciendo algo de tiempo, ya que teníamos una reserva en el restaurante Elú, ubicado en El Convento Boutique Hotel. Este restaurante tiene fama de ser uno de los mejores del país, y puesto que nos íbamos al día siguiente, queríamos despedirnos por todo lo alto gastronómicamente hablando.
La cena estuvo muy bien. Pedimos unos cuantos platos típicos que no habíamos tenido oportunidad de probar (como por ejemplo el pepián) y quedamos encantados. El local no nos entusiasmó demasiado, ya que estaba muy mal insonorizado y muy poco iluminado; pero al fin y al cabo habíamos ido allí a comer.
Nuestro vuelo de vuelta salía al día siguiente a primera hora de la tarde y Marie nos había reservado un taxista de su confianza a media mañana. Como nos levantamos temprano, decidimos salir a dar un paseo y disfrutar de la ciudad vacía. No tenemos nada en contra del bullicio y la animación de la tarde anterior (más bien al contrario), pero caminar esa mañana sin cruzarnos apenas con nadie tuvo también su encanto.
La cena estuvo muy bien. Pedimos unos cuantos platos típicos que no habíamos tenido oportunidad de probar (como por ejemplo el pepián) y quedamos encantados. El local no nos entusiasmó demasiado, ya que estaba muy mal insonorizado y muy poco iluminado; pero al fin y al cabo habíamos ido allí a comer.
Nuestro vuelo de vuelta salía al día siguiente a primera hora de la tarde y Marie nos había reservado un taxista de su confianza a media mañana. Como nos levantamos temprano, decidimos salir a dar un paseo y disfrutar de la ciudad vacía. No tenemos nada en contra del bullicio y la animación de la tarde anterior (más bien al contrario), pero caminar esa mañana sin cruzarnos apenas con nadie tuvo también su encanto.
Fue un punto final muy agradable para un viaje del cual quedamos encantados. Nos gustó mucho todo lo que vimos, disfrutamos mucho del paisaje, pero sobre todo nos trajimos en el recuerdo la amabilidad de los guatemaltecos que encontramos por todas partes.