Israel y los Territorios Palestinos
Jerusalén Una vez encontramos el hotel en el que teníamos la reserva, decidimos dejar el coche (ya que parecía que el tráfico iba a ser caótico), cogimos un taxi y fuimos directamente al Monte de los Olivos, desde donde habíamos leído que se veía una bonita panorámica de la ciudad. Y efectivamente, así era. El problema fue que teníamos el sol de cara y había un poco de bruma, por lo que decidimos que tendríamos que volver otro día, pero por la mañana.
La mayor parte de la ladera del Monte de los Olivos está cubierta por un inmenso cementerio judío. Mientras descendíamos en dirección a la ciudad, pudimos apreciarlo en toda su inmensidad. Encontramos también pequeños grupos de judíos rezando junto a algunas de las tumbas. Pasamos también por delante de tres iglesias que estaban ya cerradas: la iglesia del Dominus Flevit, la iglesia rusa de María Magdalena (cuyas cúpulas doradas en forma de cebolla sobresalen nítidamente) y la iglesia de Todas las Naciones.
Ya en la ladera donde se encuentra la Ciudad Vieja pasamos por el cementerio árabe, que encontramos bastante más descuidado que el judío, y finalmente accedimos, por la Puerta de Los Leones, por vez primera a la ciudad.
Esa tarde decidimos ir sin rumbo fijo, y eso nos llevó a deambular por el barrio musulmán, plagado de todo tipo de tiendas, aunque especialmente de comida y de especias, hasta llegar a la Puerta de Damasco. De ahí fuimos hasta el barrio judío, y una vez ahí, fuimos directos hasta el Western Wall o Muro de las Lamentaciones. Para poder acceder a la plaza en la que se encuentra el Muro hay que pasar un pequeño control de metales. Una vez allí, nos encontramos con la típica estampa que habíamos visto tantas veces: judíos rezando junto al Muro. El acceso al Muro es libre para todo el mundo. Éste se encuentra dividido por una especie de biombo en dos secciones, masculina y femenina, por lo que cada uno de nosotros se dirigió a la que nos correspondía. Los hombres deben cubrirse la cabeza; para los menos precavidos, hay una especie de expositor en el que hay kipás que se pueden coger. Ese día, sin embargo, fuimos un poco tímidos y nos limitamos a observar el lugar desde detrás de la valla que separa la zona del Muro del resto de la plaza.
Para la mañana siguiente teníamos una reserva temprana para hacer la ruta guiada por el túnel del Muro de las Lamentaciones: desde la recepción del hotel nos habían hecho la reserva el día anterior. Volvimos a tomar un taxi, que en esta ocasión nos dejó en la Puerta de Jaffa, y entramos en la Ciudad Vieja. Como llegamos bastante pronto, la mayoría de las tiendas estaban aún cerradas. Había unos cuantos comerciantes que estaban abriendo, pero en general la ciudad dormía. Fue curioso caminar por las calles sin gente, cuando la mayor parte del día estaban atestadas.
La entrada al túnel se encuentra junto al Muro de las Lamentaciones, y como habíamos llegado con un poco de antelación, decidimos ser un poco menos tímidos y acercarnos más a la zona del Muro. Los judíos que allí se congregaban estaban en pleno rezo matutino. En la zona de los hombres hay una entrada lateral en cuyo interior, además de la continuación del Muro, disponen de unas estanterías llenas de libros, casi todos en hebreo, que los judíos cogen y dejan constantemente.
A la hora convenida volvimos a la entrada del túnel e hicimos la visita guiada del mismo. El guía resultó ser un rabino bastante simpático quien, conforme avanzábamos por las entrañas del Muro, nos fue contando un poco de la historia de la ciudad en general y del Muro en particular. Resultó ser una visita histórico-cultural muy interesante.
La salida del túnel fue por la Vía Dolorosa, la calle en la que se supone que transitó Jesús con la cruz. De ahí caminamos hasta el Museo de la Torre de David. Decidimos entrar en este museo por dos motivos: el primero, porque desde su azotea se ve una bonita panorámica de la ciudad, y el segundo, porque explica de manera gráfica y amena la historia de Jerusalén. Y realmente se cumplieron los dos pronósticos: pudimos apreciar una bonita y amplia vista de la ciudad, con el Monte de los Olivos al fondo, y nos hicimos una idea de la turbulenta historia de la ciudad. De regalo, contemplamos una enorme maqueta de Jerusalén de finales del siglo XIX. Cuando terminamos la visita del museo, salimos de la Ciudad Vieja y tomamos un moderno tranvía para ir al mercado Mahane Yehuda. Sin lugar a dudas, se trata del mercado más popular de Jerusalén, lleno de puestos y comercios al aire libre, con ingentes cantidades de alimentos frescos, además de sitios de especias, dulces y encurtidos.
Como era viernes a mediodía, el mercado estaba plagado de gente que hacía la compra para el Sabbath. Nosotros decidimos sumarnos a la vorágine comprando aceitunas, frutos secos, dulces y encurtidos. Así tendríamos para ir picando el resto del viaje. Con tanto alimento a nuestro alrededor nos entró hambre y decidimos quedarnos a comer en uno de los pequeños restaurantes que hay junto al mercado, famoso por su hummus. Tras la comida fuimos caminando hasta el barrio Mea She’arim. En este barrio vive una gran cantidad de judíos ultraortodoxos, por lo que en varias ocasiones vimos carteles instando a la gente con intención de adentrarse por sus calles, que lo hiciera vistiendo de manera decorosa o directamente que no lo hiciera (especialmente si se trataba de grupos). Ante tanta advertencia, nos conformamos por dar una vuelta por las calles aledañas, ya que no queríamos importunar las costumbres ni las tradiciones de nadie. Señalar que, según la guía Lonely Planet, “no ceñirse a estas costumbres locales puede resultar en reprobaciones verbales o simbólicas o, incluso, ser apedreado”, algo que no deseábamos bajo ningún concepto.
Continuamos caminando hasta la iglesia Etíope, donde los rasgos y vestimentas de la gente cambiaron por completo, y volvimos a la Ciudad Vieja para, en esta ocasión, adentrarnos en el barrio cristiano e ir a la Iglesia del Santo Sepulcro. Se cree que en el interior de esta iglesia se ubican los sitios quizá más importantes de la religión católica: el lugar donde Jesús fue clavado en la cruz; la Piedra de la Unción, donde su cuerpo fue lavado; y la tumba de Jesús. La iglesia estaba absolutamente abarrotada. Los momentos de fervor religioso por parte de muchos fieles que presenciamos en su interior son sencillamente inenarrables. Viendo esas escenas, uno comprende la magnitud de la frase “la fe mueve montañas”. Cuando salimos de la iglesia estuvimos paseando por el barrio judío mientras esperábamos a que anocheciera y diese comienzo el Sabbath. Entonces nos acercamos a ver el Muro de las Lamentaciones, donde no cabía un alfiler. Parecía que todos los judíos de Jerusalén se hubiesen dado cita en ese punto. Muchos de ellos se habían vestido con unos sombreros y vestimentas que al parecer son especiales para el Sabbath.
Después de tanto fervor religioso, tanto cristiano como judío, fuimos hasta la Puerta de Damasco. Como durante el Sabbath los judíos cierran todos sus negocios, la vida se traslada a Jerusalén Oriental, donde viven la mayoría de los musulmanes. Allí pudimos cenar y tomar un taxi para volver al hotel sin ningún problema.
El día siguiente era sábado, y como una gran parte de la ciudad se paraliza y los aparcamientos de pago dejan de serlo, decidimos utilizar el coche de alquiler. Comenzamos subiendo hasta el Monte de los Olivos para, esta vez sí, poder admirar la vista de Jerusalén desde allí. Había montones de autobuses escupiendo sin parar turistas llegados de todos los confines de la tierra. Aún así, conseguimos encontrar un hueco y hacer las consabidas fotografías. De ahí fuimos hasta la Puerta de Sión, en cuyo aparcamiento dejamos el coche, y donde visitamos los lugares más famosos del Monte Sión: la iglesia y monasterio de la Dormición, donde se cree que murió la Virgen María y en cuyo interior hay una cripta en la que se puede ver una efigie de la Virgen dormida; la tumba del rey David; y la Sala de la Última Cena.
Después de comer fuimos a Hebrón, cuya visita ya hemos relatado anteriormente. A nuestra vuelta a Jerusalén, volvimos hasta el Muro de las Lamentaciones y estuvimos deambulando por la zona, ya cada vez con menor timidez, pero siempre comportándonos de manera muy respetuosa con los que estaban rezando. Incluso nos atrevimos a acercarnos hasta el Muro y tocarlo, donde comprobamos que todas las ranuras de las piedras están abarrotadas con papeles que dejan los fieles. El día siguiente era el día de vuelta a Tel Aviv. Pero antes teníamos un par de visitas imprescindibles todavía en Jerusalén. La primera fue a la Explanada de las Mezquitas. A las siete de la mañana llegamos a la entrada (los no musulmanes solamente pueden acceder por una puerta, que abren a las 7:30) y ya había una cola hermosa de gente esperando. Una vez pasamos los pertinentes controles de seguridad (después de una semana en Israel, nos habíamos convertido en especialistas en ese trámite y ya no había monedas en los bolsillos ni hebillas de cinturón que nos ralentizaran la marcha), accedimos a la zona: nos encontrábamos en uno de los lugares por cuya conquista más batallas y conflictos se han librado en la historia de la humanidad.
Lo primero que nos encontramos fue la Mezquita Al-Aqsa, junto a una zona abierta donde había varios grupos de mujeres musulmanas sentadas charlando. Después pasamos por delante de la Fuente de Al-Kas, una de las que utilizan los musulmanes para llevar a cabo las abluciones antes del rezo y, tras subir unas escaleras, llegamos hasta donde se encuentra la Cúpula de la Roca, sin duda el edificio más imponente de todo Israel. Desgraciadamente, al interior solamente pueden acceder los musulmanes, así que tuvimos que conformarnos con bordearla. Dentro de la Cúpula de la Roca se halla una piedra sagrada tanto para los judíos como para los musulmanes.
Salimos de la Explanada por la Puerta del Zoco, y para volver hasta el coche atravesamos el barrio musulmán, el judío, volvimos a pasar por delante del Muro de las Lamentaciones (y aprovechamos para hacerle una última visita y despedirnos de él), y finalmente llegamos al coche. Después de tres días deambulando por la Ciudad Vieja de Jerusalén, nos desenvolvíamos por el interior de su muralla con bastante soltura.
La última visita de la ciudad fue el Museo Yad Vashem, popularmente conocido como museo del Holocausto. Este extenso museo explica con todo lujo de detalles la historia del perseguimiento al que fue sometido el pueblo judío desde el principio de los años treinta, hasta su culminación en los campos de exterminio. Las diferentes salas del edificio principal muestran objetos, fotografías y testimonios de cómo se fue endureciendo poco a poco la represión sobre los judíos.
La zona de Jaffo es pequeña pero está bastante bien reformada, y supone un agradable enclave comparado con el resto de la ciudad. De ahí cogimos el coche en busca del hotel en el que teníamos reservada una habitación, y pudimos darnos cuenta del auténtico Tel Aviv: mucho tráfico caótico, mucho ruido, edificios antiguos no muy bien cuidados, demasiada suciedad, un excesivo censo de gatos callejeros… y pocas cosas de interés. Esa noche dimos un paseo a pie que resultó carente de interés turístico.
La mañana de nuestro regreso a España nos acercamos hasta el mercado Carmel. Allí pudimos admirar la gran cantidad de puestos de frutas, verduras, especias, encurtidos y demás productos típicos de la zona. Nos ayudó a llevarnos un buen recuerdo. Para terminar comentaremos que nuestra vuelta desde el aeropuerto de Tel Aviv fue menos traumática de lo que esperábamos. En todas partes avisaban de que había que llegar al menos tres horas antes de la salida del vuelo porque había infinidad de colas y controles de seguridad. Nosotros hicimos el check-in online, y como llevábamos equipaje de mano, a nuestra llegada al aeropuerto nos pusieron en una cola pequeña; cuando nos quisimos dar cuenta, ya estábamos en la sala de embarque. Es cierto que en el aeropuerto había infinidad de gente y colas kilométricas, pero nosotros en poco más de media hora habíamos hecho todos los trámites y estábamos listos para volver a España. Así que el check-in online es una opción a tomar en consideración.
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