Noruega (continuación)
El día siguiente nos esperaba una de las actividades que más nos apetecían de nuestro viaje: caminar sobre un glaciar.
El parque nacional de Jostedalsbreen alberga una enorme cantidad de glaciares. Recibe el nombre del glaciar Jostedal, uno de los más grandes de Europa, aunque está rodeado por otros muchos. Nosotros íbamos a caminar por uno de ellos: el glaciar Nigards.
El parque nacional de Jostedalsbreen alberga una enorme cantidad de glaciares. Recibe el nombre del glaciar Jostedal, uno de los más grandes de Europa, aunque está rodeado por otros muchos. Nosotros íbamos a caminar por uno de ellos: el glaciar Nigards.
Para ello condujimos hasta el centro de visitantes de Breheimsenteret, donde ofrecen distintos tipos de excursiones. Nosotros habíamos reservado un par de días antes la excursión Short Blue Ice. A nuestra llegada al centro de visitantes, pagamos la excursión y nos explicaron lo que teníamos que hacer. Así pues, condujimos por un pequeño sendero en dirección al glaciar hasta que llegamos a un aparcamiento. Una vez estacionados fuimos a la garita de los guías, donde nos reunimos con el resto de integrantes de la excursión. Nuestro guía, que resultó ser un nepalí que había subido 19 veces el Everest, nos acompañó hasta un pequeño muelle. Allí nos subieron a un bote que nos acercó hasta el glaciar. Desde el punto en el que desembarcamos tuvimos que caminar durante un rato hasta llegar a la lengua.
Justo al lado del inicio del hielo tenían un par de casetas donde nos dieron nuestros aperos para la caminata sobre el hielo: unos crampones, un arnés con una cuerda para ir todos enganchados y un piolet para ayudarnos en nuestros movimientos sobre el hielo. Cuando estuvimos todos equipados nos dieron unas instrucciones de seguridad y unos consejos para hacernos más fácil el trayecto sobre el hielo. Una vez listos, nos adentramos en el glaciar.
Durante la subida fuimos pasando por distintas formaciones y disfrutando de las vistas. La marcha se hacía despacio, pues al ir todos asegurados por la misma cuerda, cuando alguien tenía algún problema se detenía la marcha.
De vez en cuando mirábamos hacia atrás para comprobar lo que habíamos subido, hasta que llegamos a un punto donde nos detuvimos. Allí estuvimos un rato parados y pudimos sentir el frío que hacía. Quien más y quien menos, aprovechó para comer algo. Tras unos diez minutos comenzamos el camino de vuelta.
Pasamos por formaciones muy curiosas y en algún momento vimos algún agujero que nos dio una referencia de lo elevados que estábamos con respecto al terreno.
La verdad es que fue una experiencia muy divertida.
La verdad es que fue una experiencia muy divertida.
Cuando hubimos salido del hielo nos despojamos de todo el equipo y emprendimos el camino de vuelta. Aún tuvimos que caminar un trecho hasta el bote que nos llevó hasta el aparcamiento. Allí nos despedimos de nuestro guía y continuamos el viaje.
Como estábamos en zona de glaciares, tomamos un pequeño desvío para ver el Bøyabreen. Está muy cerca de la carretera, desde donde se llega a una cafetería con aparcamiento. Desde allí mismo se puede observar el glaciar. Cuando llegamos no había nadie, pero algunos minutos después llegó otra pareja de españoles que estaba haciendo una ruta parecida a la nuestra.
Tras un poco de charla y unas cuantas fotos, condujimos hasta nuestro alojamiento, el Hjelle Hotel. El hotel estaba bien, pero sobre todo nos encantó la ubicación: en un pequeño pueblo a la orilla de un lago rodeado de montañas y frente al parque nacional de Jostedalsbreen. Casi podíamos ver los glaciares desde la ventana de nuestra habitación.
Aprovechando la cercanía de este parque nacional, al día siguiente visitamos dos glaciares más.
El primero fue el de Briksdal, muy popular entre los turistas y donde nos encontramos con grandes grupos desembarcados de los cruceros.
Dejamos el coche en el aparcamiento y desde allí caminamos casi 3 kilómetros hasta llegar al glaciar. Hay una especie de carritos de golf gigantes que hacen el mismo trayecto, pero nosotros preferimos ir a pie. El paseo es corto pero muy bonito; rodeados de grandes montañas en todo momento, viendo caídas de agua por doquier.
Aprovechando la cercanía de este parque nacional, al día siguiente visitamos dos glaciares más.
El primero fue el de Briksdal, muy popular entre los turistas y donde nos encontramos con grandes grupos desembarcados de los cruceros.
Dejamos el coche en el aparcamiento y desde allí caminamos casi 3 kilómetros hasta llegar al glaciar. Hay una especie de carritos de golf gigantes que hacen el mismo trayecto, pero nosotros preferimos ir a pie. El paseo es corto pero muy bonito; rodeados de grandes montañas en todo momento, viendo caídas de agua por doquier.
En el trayecto se pasa junto a una cascada muy estruendosa debido a la descomunal cantidad de agua que vierte constantemente.
El sendero termina en un pequeño lago en el que desemboca el glaciar. Se puede deambular por su orilla hasta un punto donde una valla prohíbe el paso. El glaciar ha retrocedido bastante; de hecho vimos una señal que marcaba el lugar donde llegaba el glaciar en el año 1920, cuando prácticamente todo el lago era glaciar.
El sendero termina en un pequeño lago en el que desemboca el glaciar. Se puede deambular por su orilla hasta un punto donde una valla prohíbe el paso. El glaciar ha retrocedido bastante; de hecho vimos una señal que marcaba el lugar donde llegaba el glaciar en el año 1920, cuando prácticamente todo el lago era glaciar.
La vuelta hasta el aparcamiento fue igual de entretenida salvo por un poco de lluvia que nos cayó.
El segundo glaciar que visitamos fue el de Kjenndal. Para llegar hasta él tuvimos que transitar por una carretera bastante sinuosa que transcurría paralela a un lago color esmeralda sencillamente espectacular.
En el aparcamiento de este glaciar apenas había un par de coches. Estaba claro que este no formaba parte del circuito. Al igual que en el de Briksdal, tuvimos que caminar por un sendero hasta el final del mismo. Desde ahí se aprecia una vista un tanto lejana del glaciar, así que decidimos continuar caminando a pesar de no haber una senda señalizada.
El segundo glaciar que visitamos fue el de Kjenndal. Para llegar hasta él tuvimos que transitar por una carretera bastante sinuosa que transcurría paralela a un lago color esmeralda sencillamente espectacular.
En el aparcamiento de este glaciar apenas había un par de coches. Estaba claro que este no formaba parte del circuito. Al igual que en el de Briksdal, tuvimos que caminar por un sendero hasta el final del mismo. Desde ahí se aprecia una vista un tanto lejana del glaciar, así que decidimos continuar caminando a pesar de no haber una senda señalizada.
Aunque había que ir saltando de piedra en piedra, se podía continuar con un poco de cuidado. Cuando la cosa se empezó a poner más difícil vimos un cartel advirtiendo del peligro de derrumbamiento, así que decidimos no seguir avanzando. Además, la lluvia que había comenzado en Briksdal no había cesado del todo, por lo que una vez que hubimos sacado unas cuantas fotos volvimos al coche.
El resto del día fue un tanto infructuoso. La lluvia fue intensificándose y cuando llegamos al alojamiento que habíamos reservado en Geiranger estaba lloviendo a mares. Afortunadamente, en esta población habíamos reservado una agradable cabaña en el Fossen Camping que disponía de un pequeño salón con cocina, así que pasamos una tarde razonablemente a gusto.
Geiranger está situado al final del fiordo del mismo nombre. Como el camping se encuentra en lo alto de la montaña, desde la terraza de nuestra cabaña teníamos unas bonitas vistas del pueblo y del fiordo.
Cuando nos levantamos al día siguiente había dejado de llover, pero estaba todo muy mojado. Nos acercamos al mirador de Flydalsjuvet, el más conocido de los miradores que hay por la zona. Junto al aparcamiento han colocado una silla donde al parecer alguna reina noruega acostumbraba a sentarse para ver la panorámica.
Geiranger está situado al final del fiordo del mismo nombre. Como el camping se encuentra en lo alto de la montaña, desde la terraza de nuestra cabaña teníamos unas bonitas vistas del pueblo y del fiordo.
Cuando nos levantamos al día siguiente había dejado de llover, pero estaba todo muy mojado. Nos acercamos al mirador de Flydalsjuvet, el más conocido de los miradores que hay por la zona. Junto al aparcamiento han colocado una silla donde al parecer alguna reina noruega acostumbraba a sentarse para ver la panorámica.
Bajamos un poco por la carretera hasta Vesterås Gard y aparcamos el coche. La idea era caminar unos kilómetros hasta los miradores de Løsta y Vesteråsfjellet. Comenzamos a caminar por un sendero que estaba lleno de cabras, pero había demasiado barro. Los efectos de toda una noche diluviando se hacían notar, así que abortamos la misión.
Volvimos al coche y condujimos hasta el mirador de Ørnesvingen. Para ello tuvimos que bajar hasta Geiranger y continuar la carretera que subía por la montaña. Tras un montón de curvas encontramos este moderno mirador. Desde allí había una panorámica muy distinta a la del mirador de Flydalsjuvet. Se veía Geiranger al fondo pero la vista del fiordo era mucho más amplia y cercana.
Volvimos al coche y condujimos hasta el mirador de Ørnesvingen. Para ello tuvimos que bajar hasta Geiranger y continuar la carretera que subía por la montaña. Tras un montón de curvas encontramos este moderno mirador. Desde allí había una panorámica muy distinta a la del mirador de Flydalsjuvet. Se veía Geiranger al fondo pero la vista del fiordo era mucho más amplia y cercana.
El destino de ese día era la ciudad de Ålesund, pero antes de llegar nos desviamos en el camino porque queríamos acercarnos a Trollstigen. Tras cruzar un nuevo fiordo en ferry, condujimos por una carretera muy bonita hasta llegar al centro de visitantes de Trollstigen, donde aparcamos el coche. La visita del lugar es muy simple: hay que bajar una larga escalera hasta llegar al mirador.
Desde ahí, además de una bonita vista de un valle, se ve perfectamente la carretera que da nombre al lugar y que se conoce como la escalera del trol. Esta sinuosa calzada, plagada de curvas de horquilla, solamente está abierta en verano.
Tras disfrutar de la panorámica, deshicimos un poco de camino y enfilamos hacia Ålesund.
Habíamos reservado un alojamiento en mitad del campo a las afueras de la ciudad, y tras pasar a dejar nuestras pertenecías, continuamos hacia la ciudad.
Fuimos directamente al mirador de Kniven, sobre el monte Aksla. Desde este punto se ve una bonita vista de la ciudad y una amplia panorámica de la zona. Es sin duda el mayor atractivo turístico de Ålesund. A este mirador se puede acceder desde el centro subiendo una escalinata de 418 escalones. Nosotros como fuimos en coche, nos los ahorramos.
Fuimos directamente al mirador de Kniven, sobre el monte Aksla. Desde este punto se ve una bonita vista de la ciudad y una amplia panorámica de la zona. Es sin duda el mayor atractivo turístico de Ålesund. A este mirador se puede acceder desde el centro subiendo una escalinata de 418 escalones. Nosotros como fuimos en coche, nos los ahorramos.
Tras las pertinentes fotos, bajamos hasta la ciudad y dejamos el coche en un aparcamiento. Ålesund es muy pequeña y no posee un punto de interés turístico emblemático. Sin embargo, quizá condicionados por haber gozado del primer día de sol espléndido (y el último) que disfrutamos en todo el viaje, a nosotros nos gustó. Su característica principal es que no se parece en nada a otras poblaciones noruegas. En 1904 Ålesund sufrió un devastador incendio que destruyó prácticamente toda la ciudad. La reconstrucción se llevó a cabo por una serie de arquitectos noruegos formados en Alemania que la rediseñaron en estilo art nouveau.
Nuestra visita consistió en un agradable y tranquilo paseo por las calles del centro, admirando los edificios, viendo los yates atracados en el muelle, y parando a comer y a tomar un helado. En definitiva, disfrutando de la primera vez que nos dejábamos el chubasquero en el coche.
Al día siguiente teníamos un largo trayecto hasta llegar a nuestro siguiente destino, Trondheim, que incluía dos transbordadores, y que serían los dos últimos de nuestro itinerario.
Para ello madrugamos un poco para que nos cundiera la conducción, entre otras cosas porque queríamos dar un pequeño rodeo para pasar por la Atlanterhavsveien, o lo que es los mismo, la panorámica carretera del Atlántico. Se trata de una vía de ocho puentes consecutivos que une 17 islotes entre Vevang y la isla Averøya. Antes de salir hacia Noruega, cuando estábamos confeccionando la ruta, habíamos visto unas imágenes aéreas de la zona muy espectaculares y nos apetecía pasar por allí. No diremos que el desvío no valió la pena, pero desde luego lo que se ve a pie de carretera no tiene nada que ver con la vista de pájaro.
Para ello madrugamos un poco para que nos cundiera la conducción, entre otras cosas porque queríamos dar un pequeño rodeo para pasar por la Atlanterhavsveien, o lo que es los mismo, la panorámica carretera del Atlántico. Se trata de una vía de ocho puentes consecutivos que une 17 islotes entre Vevang y la isla Averøya. Antes de salir hacia Noruega, cuando estábamos confeccionando la ruta, habíamos visto unas imágenes aéreas de la zona muy espectaculares y nos apetecía pasar por allí. No diremos que el desvío no valió la pena, pero desde luego lo que se ve a pie de carretera no tiene nada que ver con la vista de pájaro.
En cualquier caso, ya que estábamos por allí, aprovechamos para hacer unas cuantas paradas en los diferentes miradores que hay en la zona. Nos sirvieron para estirar las piernas y para observar a los pescadores que había por la zona.
Dada la cercanía a la que nos hallábamos, decidimos acercarnos a la ciudad de Kristiansund. Aparcamos el coche en la calle del muelle y caminamos por ella un rato. Estuvimos viendo los barcos que había en la zona y nos acercamos hasta Mellemværftet, un antiguo astillero reconvertido en chatarrería náutica.
Kristiansund no tiene apenas interés turístico, así que continuamos nuestro camino. Durante el trayecto nos encontramos con una joven pareja polaca haciendo autoestop que iban a Trondheim y decidimos llevarlos.
Cuando llegamos a nuestro destino había comenzado nuevamente a llover, así que dejamos a los autoestopistas en el centro y fuimos al hotel. Habíamos reservado una habitación en el Comfort Hotel Trondheim, un alojamiento muy confortable a buen precio y muy bien ubicado. El único problema fue, una vez más, el aparcamiento; sin embargo, nos enteramos de que la Katedralskole permitía estacionar durante el verano en su complejo por un módico precio, y allí lo dejamos.
El resto de la tarde fue un tanto infructuoso debido a la lluvia, así que lo único que hicimos fue cenar algo e irnos a dormir.
Al día siguiente amaneció nublado pero sin lluvia, por lo que dimos un largo paseo por la ciudad. Sin duda, la zona más fotogénica es Bryggen, la parte del río que se encuentra entre los puentes Bakke y el peatonal Gamle. Las dos veredas están llenas de palafitos, casas de madera sobre el río apoyadas sobre pilares del mismo material, y cuyo reflejo sobre el agua hace que sea una vista muy bonita.
Cuando llegamos a nuestro destino había comenzado nuevamente a llover, así que dejamos a los autoestopistas en el centro y fuimos al hotel. Habíamos reservado una habitación en el Comfort Hotel Trondheim, un alojamiento muy confortable a buen precio y muy bien ubicado. El único problema fue, una vez más, el aparcamiento; sin embargo, nos enteramos de que la Katedralskole permitía estacionar durante el verano en su complejo por un módico precio, y allí lo dejamos.
El resto de la tarde fue un tanto infructuoso debido a la lluvia, así que lo único que hicimos fue cenar algo e irnos a dormir.
Al día siguiente amaneció nublado pero sin lluvia, por lo que dimos un largo paseo por la ciudad. Sin duda, la zona más fotogénica es Bryggen, la parte del río que se encuentra entre los puentes Bakke y el peatonal Gamle. Las dos veredas están llenas de palafitos, casas de madera sobre el río apoyadas sobre pilares del mismo material, y cuyo reflejo sobre el agua hace que sea una vista muy bonita.
Cruzamos el puente Bakke para ver el nuevo barrio Møllenberg, antiguo barrio obrero reconvertido en novísimos edificios de ladrillo junto al muelle.
Después subimos hasta el fuerte Kristiansten, que no nos entusiasmó, y bajamos para pasear por la calle Nedre Bakklandet, adoquinada y llena de casas de madera, que a esas horas comenzaba a tener bastante actividad.
Dejamos para el final la catedral de Nidaros, considerada la construcción medieval más grande de Escandinavia. Destaca la fachada principal, llena de adornos y de estatuas. Con esta última parada dimos por concluida la visita a Trondheim. Como teníamos un largo trayecto hasta nuestro siguiente destino, comimos algo y emprendimos la marcha. Nuestro tiempo en Noruega se agotaba, pero todavía nos quedaba una excursión y visitar la capital. |
Esa tarde condujimos hasta Lemonsjoe Fjellstu & Hyttegrend, el alojamiento que habíamos escogido por su ubicación. Al día siguiente haríamos la travesía del Besseggen, de la que dicen que es la excursión más popular entre los noruegos. Nuestro hospedaje se encontraba a una media hora en coche.
El alojamiento era muy tranquilo. Estaba situado junto a un lago y una estación esquí, en plena naturaleza. Una vez nos hubimos registrado no teníamos mucho que hacer, así que estuvimos caminando por los alrededores un rato, hasta que llegó la hora de ir a dormir.
Al día siguiente madrugamos mucho porque queríamos llegar al aparcamiento del Besseggen antes de que se llenara. Y lo conseguimos.
Nosotros hicimos la excursión de la manera habitual en verano: tomamos el barco en el aparcamiento de Gjendesheim, donde habíamos dejado el coche, y fuimos hasta Memurubu. Allí nos bajamos para volver caminando hasta el aparcamiento recorriendo toda la ladera de la montaña, y pasando por la famosa cresta que da nombre a la excursión: Besseggen. En total caminaríamos algo menos de 16 kilómetros durante unas 6 horas.
El barco circula solamente en verano, por lo que en otras épocas del año esta caminata es más exigente, ya que hay que hacer la ida y la vuelta a pie.
Una vez en Memurubu, comenzamos a caminar. El primer tramo es una subida constante bastante larga hasta que se llega a lo alto de la montaña.
El alojamiento era muy tranquilo. Estaba situado junto a un lago y una estación esquí, en plena naturaleza. Una vez nos hubimos registrado no teníamos mucho que hacer, así que estuvimos caminando por los alrededores un rato, hasta que llegó la hora de ir a dormir.
Al día siguiente madrugamos mucho porque queríamos llegar al aparcamiento del Besseggen antes de que se llenara. Y lo conseguimos.
Nosotros hicimos la excursión de la manera habitual en verano: tomamos el barco en el aparcamiento de Gjendesheim, donde habíamos dejado el coche, y fuimos hasta Memurubu. Allí nos bajamos para volver caminando hasta el aparcamiento recorriendo toda la ladera de la montaña, y pasando por la famosa cresta que da nombre a la excursión: Besseggen. En total caminaríamos algo menos de 16 kilómetros durante unas 6 horas.
El barco circula solamente en verano, por lo que en otras épocas del año esta caminata es más exigente, ya que hay que hacer la ida y la vuelta a pie.
Una vez en Memurubu, comenzamos a caminar. El primer tramo es una subida constante bastante larga hasta que se llega a lo alto de la montaña.
Desde ahí comienzan las increíbles vista de la zona que nos acompañarían todo el trayecto. El lago Gjende que recorrimos en barco queda siempre a la derecha. A lo largo de la marcha se va pasando junto a otros lagos en el lado de la izquierda. Se ve incluso un glaciar.
Después de un buen rato caminando paramos a comer algo, ya que necesitaríamos energías para continuar la travesía. Hacía bastante frío, pero sobre todo un viento helado, así que no nos demoramos mucho. A lo lejos se divisaba ya la cresta del Besseggen.
Para acceder a la cresta hay una pronunciada bajada desde donde se ve a la izquierda el lago Bessvatnet: aquí comienza lo bueno. El terreno pedregoso entre los dos lagos se va estrechando a la vez que aumenta la inclinación.
La primera parte se sube sin demasiado problema. Después hay un pequeño llano que da paso a la zona más estrecha y escarpada del Besseggen. En este punto hay que ayudarse con las manos para avanzar y poner mucho cuidado porque la zona es estrecha y hay un considerable desnivel a cada lado. Para colmo, cuando estábamos en esta parte de la cresta se puso a llover, por lo que tuvimos que extremar las precauciones para no escurrirnos.
Una vez se supera la zona más abrupta, hay que darse la vuelta para contemplar la impresionante vista de la cresta con un lago a cada lado.
Ya en la cima, en la lejanía se puede apreciar el aparcamiento. Desde ahí comienza un larguísimo descenso sobre piedras, que resultó ser casi lo más incómodo del trayecto.
De vuelta en el aparcamiento nos quitamos las botas y metimos un poco los pies en el lago. El agua estaba bastante fría, pero después del esfuerzo y, sobre todo, de la bajada todo el rato sobre piedras, fue un momento de relajación que se agradeció.
La tarde consistió en conducir hasta el hotel que habíamos reservado camino ya de Oslo, nuestra última etapa del viaje.
Cuando llegamos a la capital comenzó una vez más la operación aparcamiento. En el hotel nos recomendaron una zona junto a la fortaleza: el sitio más barato de toda la ciudad para aparcar. Así que dejamos allí el coche y como estaba lloviendo, decidimos dedicar la tarde a la cultura. Teníamos intención de visitar la Galería Nacional y descubrimos que había un pase de un día que daba acceso a 5 museos; la Galería Nacional estaba incluida, por lo que nos decantamos por esta opción.
Vimos que dos de esos cinco museos estaban muy próximos entre sí, justo al lado de donde habíamos aparcado el coche, así que empezamos visitándolos.
Comenzamos por el museo de Arte Contemporáneo, que solamente tenía dos exposiciones temporales, ninguna de las cuales nos gustó lo más mínimo. No había exposición permanente ni nada parecido.
Cruzamos al museo de Arquitectura con la esperanza de que nos gustase algo más y fue casi peor. Era bastante pequeño y nuevamente albergaba tan solo dos exposiciones temporales carentes de interés (bajo nuestro punto de vista, claro).
Comenzábamos a comprender el motivo por el que estos museos compartían entrada con la Galería Nacional: debía de ser casi la única manera de atraer al público, ya que ambos estaban prácticamente vacíos.
Decidimos no procrastinar más. Resguardándonos de la lluvia como pudimos, nos acercamos al que nos interesaba. Allí ya encontramos el bullicio típico de una atracción turística.
La Galería Nacional nos gustó mucho. Es un museo razonablemente pequeño que consta de 24 salas en las que se expone un magnífico resumen de la historia de la pintura. Hay una pequeña representación de todos los estilos pictóricos. Conforme van avanzando las salas, se va pasando por las distintas épocas, siendo las salas más importantes una dedicada al nacionalismo noruego y otra con obras de Munch exclusivamente. En la primera pudimos ver unos paisajes increíbles, mientras que en la segunda pudimos disfrutar de una de las cuatro versiones que este artista hizo de su famoso cuadro El Grito.
La tarde consistió en conducir hasta el hotel que habíamos reservado camino ya de Oslo, nuestra última etapa del viaje.
Cuando llegamos a la capital comenzó una vez más la operación aparcamiento. En el hotel nos recomendaron una zona junto a la fortaleza: el sitio más barato de toda la ciudad para aparcar. Así que dejamos allí el coche y como estaba lloviendo, decidimos dedicar la tarde a la cultura. Teníamos intención de visitar la Galería Nacional y descubrimos que había un pase de un día que daba acceso a 5 museos; la Galería Nacional estaba incluida, por lo que nos decantamos por esta opción.
Vimos que dos de esos cinco museos estaban muy próximos entre sí, justo al lado de donde habíamos aparcado el coche, así que empezamos visitándolos.
Comenzamos por el museo de Arte Contemporáneo, que solamente tenía dos exposiciones temporales, ninguna de las cuales nos gustó lo más mínimo. No había exposición permanente ni nada parecido.
Cruzamos al museo de Arquitectura con la esperanza de que nos gustase algo más y fue casi peor. Era bastante pequeño y nuevamente albergaba tan solo dos exposiciones temporales carentes de interés (bajo nuestro punto de vista, claro).
Comenzábamos a comprender el motivo por el que estos museos compartían entrada con la Galería Nacional: debía de ser casi la única manera de atraer al público, ya que ambos estaban prácticamente vacíos.
Decidimos no procrastinar más. Resguardándonos de la lluvia como pudimos, nos acercamos al que nos interesaba. Allí ya encontramos el bullicio típico de una atracción turística.
La Galería Nacional nos gustó mucho. Es un museo razonablemente pequeño que consta de 24 salas en las que se expone un magnífico resumen de la historia de la pintura. Hay una pequeña representación de todos los estilos pictóricos. Conforme van avanzando las salas, se va pasando por las distintas épocas, siendo las salas más importantes una dedicada al nacionalismo noruego y otra con obras de Munch exclusivamente. En la primera pudimos ver unos paisajes increíbles, mientras que en la segunda pudimos disfrutar de una de las cuatro versiones que este artista hizo de su famoso cuadro El Grito.
El recorrido por este museo hizo que se nos quitara el mal sabor de boca de los dos anteriores.
Como ya no nos daba tiempo a visitar más museos, nos acercamos a las dos calles que quedan del Oslo antiguo, Damstredet y Telthusbakken. Son dos pequeños pasajes adoquinados con casitas de madera: una pequeña representación de lo que habíamos visto en Bergen y Stavanger. La tarde no dio para más y nos fuimos al hotel a descansar. El siguiente sería nuestro último día en Noruega. |
Comenzamos nuestra última jornada acercándonos a la Ópera. Este moderno edificio se halla situado junto al mar. Su novedosa figura hace que sea uno de los lugares más visitados de la ciudad. Se puede caminar por encima merced a su diseño y también se puede acceder gratuitamente al vestíbulo.
Caminando en dirección al moderno barrio de Tjuvholmen pasamos por el ayuntamiento y decidimos entrar a ver el vestíbulo. El edificio por fuera nos pareció que tenía una estética muy soviética, pero el amplio vestíbulo, con sus pinturas y su decoración, nos pareció muy interesante. Además descubrimos que en él se celebra la ceremonia de entrega del Premio Nobel de la Paz, único galardón que se otorgan fuera de Suecia.
A la salida caminamos por el muelle hasta Tjuvholmen. Esta zona está repleta de edificios y hoteles modernos, incluyendo el museo Astrup Fearnley.
De vuelta al centro nos acercamos hasta el palacio real, para más tarde entrar en el aula de la Universidad de Oslo y poder contemplar los murales de Munch.
De vuelta al centro nos acercamos hasta el palacio real, para más tarde entrar en el aula de la Universidad de Oslo y poder contemplar los murales de Munch.
Como no queríamos perder el avión y todavía nos quedaba una importante visita en la ciudad, recogimos el coche, pasamos por el hotel a recoger las maletas y fuimos hasta el parque Vigeland, sin duda una de las mayores atracciones de Oslo.
Este bonito parque no tendría especial relevancia si no fuese porque alberga una impresionante exposición al aire libre de 212 obras del escultor Gustav Vigeland. A lo largo del puente que hay sobre el lago hay una serie de esculturas de bronce. En un pequeño montículo situado al otro lado hay una zona circular repleta de esculturas de granito entre las que destaca el Monolito, una especie de obelisco de 14 metros que simula el apilamiento de más de 100 cuerpos. Más increíble aún es pensar que fue esculpida a partir de una única pieza.
Habíamos leído maravillas de este parque, pero aún así nos sorprendió y nos maravilló. Fue un magnífico punto y final para nuestro viaje por Noruega.