Canadá
OntarioOttawa
La frontera entre Ontario y Quebec la marca el río Ottawa, y en la ciudad se da un caso muy curioso: a un lado del río estamos en Ontario, y por tanto los nombres de los lugares son ingleses, todos los carteles están en inglés, las calles se llaman streets, etc.; si se cruza el puente, se pasa a Quebec, y por tanto los nombres de los lugares son franceses, todos los carteles están en francés y las calles se llaman rues. Comenzamos la visita a Ottawa en el animado Byward Market. De ahí fuimos caminando hasta el imponente Château Laurier (quizá el único nombre francés en la zona inglesa), donde nos cayó otro chaparrón. Vimos la Confederation Square, las esclusas del Canal Rideau y llegamos hasta el Parlament Hill, pequeña colina en la que se encuentran los edificios del Parlamento Canadiense. Intentamos entrar para verlos, pero ya estaban cerrados, así que tuvimos que dejarlo para el día siguiente. Desde los jardines que hay detrás del Parlamento hay una bonita vista de la zona de Quebec y del puente que los une, el Pont Alexandra Bridge, suponemos que llamado así por estar en terreno neutral.
Al otro lado del canal, y ya cerca del río, se encuentra el Major’s Hill Park, desde donde hay una espectacular panorámica del Parlamento.
Al día siguiente comenzamos visitando los edificios del Parlamento. Destaca la vista que hay de toda la ciudad desde lo alto de la Torre de la Paz. A nuestra salida pudimos contemplar toda la parafernalia del cambio de guardia.
Para finalizar
nuestra visita a Ottawa, cogimos el coche y fuimos al otro lado del río, al
Musée Canadien des Civilisations, en el que se muestra las distintas etapas de
la historia del país. En la puerta de entrada al museo había un cartel que
indicaba que estaba prohibido fumar a menos de 9 metros de distancia de la
entrada.
Debemos reconocer que, sin ser nada del otro mundo, la ciudad nos gustó más de lo que esperábamos. Niagara-on-the-lake
Como no pensábamos visitar las cataratas, decidimos hacer otra cosa típica de la zona: visitar alguna bodega. La zona del Niágara está llena de viñedos, así que dejamos el coche en la casa y dando un pequeño paseo fuimos a dos bodegas. En cada una de ellas, por el módico precio de 10$, nos dieron a catar cuatro tipos diferentes de vinos de los que tenían. Y nos llamó mucho la atención el Icewine: se trata de un vino cuya peculiaridad reside en que recogen la uva con la primera helada. Al parecer, eso produce que la uva pierda agua y la concentración de azúcar sea mayor (no es una explicación muy científica, pero sabréis perdonarnos). Suponemos que a los eruditos del vino esta variedad no les parecerá interesante, pero a nosotros nos gustó mucho. Según nos comentaron, este vino sólo se produce en Canadá, Alemania, Austria y Francia. Para nosotros fue todo un descubrimiento.
Tras las dos
catas decidimos que lo mejor era introducir alimento en el cuerpo, así que nos
fuimos al pueblo. Allí preguntamos en la oficina de turismo por el tiempo para
los siguientes días, y nos comentaron que en esa zona iba a seguir lloviendo durante
dos días, pero en Toronto dejaría de llover al día siguiente. Así que, aunque
teníamos que desandar camino, decidimos que pondríamos rumbo a Toronto, para
volver más tarde a ver las cataratas.
Toronto Al día siguiente condujimos hasta Toronto. Según nos íbamos acercando, poco a poco fue dejando de llover y empezó a asomar tímidamente el sol. Al final, tal y como nos dijeron en la oficina de turismo de Niagara-on-the-lake, cuando llegamos a la ciudad lucía un sol espléndido. Encontramos un bed & breakfast en el que decidimos pedir habitación para dos noches. Como aquí no había ningún festival de jazz, pensamos que sería suficiente para ver Toronto. Comenzamos nuestra visita recorriendo la interminable Yonge Street, donde lo primero que vimos fue un enorme cartel con la foto de Penélope Cruz anunciando un lápiz de labios. Hicimos un pequeño recorrido recomendado por nuestra guía por lo que sería el centro de la ciudad, pasando por el Old City Hall, el Royal York Hotel y Union Station; recorrimos Front Street hasta llegar al St. Lawrence Market. Durante este trayecto estuvimos siempre rodeados de rascacielos. Por la tarde paseamos por Chinatown y llegamos hasta una animada y multicultural zona llamada Kensington Market. En esta zona pudimos platicar español con los camareros de un bar mexicano, mientras le dábamos al guacamole y a los tacos con sus correspondientes cervezas mexicanas.
Antes de irnos a descansar, dimos un agradable paseo por las dependencias de la Universidad de Toronto. A la mañana siguiente nos fuimos directos a la famosa CN Tower. Según leímos, el Libro Guinness de los Records la cataloga como la Torre más alta del Mundo, porque se refiere a que menos del 50% de su construcción es suelo habitable. Así que la nueva torre de Dubái es el “edificio” más alto del mundo, pero no la torre más alta, que sigue siendo la de Toronto. Parece un poco cogido por los pelos, pero no vamos a poner en duda las decisiones de tan honorable organización.
Sea como
fuere, subimos a la plataforma de observación, a 346 metros de altura. Desde ahí,
tomamos otro ascensor que nos subió hasta el Sky Pod, a 447 metros. La vista de
la ciudad es bastante impresionante. Una de las atracciones de esta torre es el
suelo de cristal que tiene en una parte de la plataforma, aunque nos resultó
menos espectacular de lo que lo venden.
Una vez hecho el chiste de rigor, que se puede escuchar en el vídeo anterior, bajamos para visitar el vecino SkyDome. Hicimos una visita guiada por el interior de este enorme estadio, en el que lo mismo se juega al beisbol, al fútbol o al fútbol americano. Tiene un techo retráctil que, según nos dijo la guía, es la más grande del mundo, y pudimos ver en un pasillo un bate de beisbol que parece que también es el más grande del mundo. Se ve que en Toronto son muy aficionados a aparecer en el Libro Guinness.
Al acabar la visita, tomamos un ferry para ir a las islas que hay en frente de la ciudad. Fuimos hasta la isla Ward y desde ahí recorrimos, dando una agradable paseo, los 6 kilómetros que hay hasta la otra punta de la isla para tomar el ferry de vuelta en Hanlan. Desde estas islas hay una vista panorámica de los edificios de Toronto realmente espectacular.
Cataratas del Niágara
Finalmente íbamos a poder verlas. Después de pasar dos días visitando Toronto y haciendo tiempo para que apareciera el sol en la zona de las cataratas, nos desplazamos hasta allí y llegamos con un día espléndido. Aunque suene muy tópico, diremos aquello de “qué se puede decir que no se haya dicho ya” sobre las cataratas del Niágara. Todo el mundo ha visto montones de fotografías, e incluso alguna que otra película, en la que salen reflejadas. Lo único que podemos decir es que es algo digno de verse. Las cataratas del Niágara son dos cataratas. Una, que está completamente en el lado estadounidense, y otra, que separa los dos países (llamada catarata horseshoe o herradura, por la forma que tiene). Habíamos leído y escuchado que la vista desde el lado canadiense era más bonita que desde el lado estadounidense. Y sin duda así es. Desde el lado canadiense se aprecian las dos cataratas en todo su esplendor.
Todo en torno a las cataratas es bastante caro. La comida, la bebida, los helados, las atracciones… De entre estas últimas, nosotros nos decantamos por dos: el barco Maid of the Mist (Doncella de la Niebla) que navega hasta casi rozar la catarata de herradura, y la Skylon Tower, desde donde suponíamos habría una magnífica vista de ambas cataratas.
Primero subimos en el barco, que pasó frente a la catarata estadounidense y llegó, suponemos que todo lo que pudo, hasta la catarata de herradura. Salpica mucho agua, como es lógico, pero con el precio de la entrada regalan un plástico que viene muy bien. Después subimos a la Skylon Tower. En este caso no hubo record Guinness, pero sí una espléndida vista de la zona, tal y como esperábamos. Al final, entre unas cosas y otras se nos había olvidado comer, así que condujimos hasta un restaurante italiano que recomendaba la guía y que estaba un poco alejado de todo el emporio de las cataratas. Llegamos un poco antes de las cinco y tuvimos que esperar a que abrieran. Cuando entramos, el camarero nos hizo el comentario de “qué pronto vienen a cenar”. No quisimos sacarle de su error, y simplemente esbozamos una sonrisa y pedimos de comer, ya que estábamos a punto de desfallecer.
Kingston y las Mil Islas En este punto pusimos rumbo al norte. Antes de volver a la provincia de Quebec paramos en Kingston, lugar de partida de los cruceros por las Thousand Islands (Mil Islas). Lo primero que hicimos fue comprar dos tickets para el primer barco, y mientras esperábamos dimos un paseo por la ciudad. Kingston es una ciudad pequeña, repleta de zonas verdes, que se ve dando un pequeño y agradable paseo. Tiene unos cuantos edificios característicos, como el Ayuntamiento, un par de catedrales, varias iglesias… A la hora convenida montamos en un barco del estilo de los que surcaban hace tiempo el Mississippi para hacer un viaje de dos horas por las Mil Islas. La primera hora del crucero resultó ser un tanto aburrida, a pesar de que estaba “amenizada” por música en vivo. Finalmente llegamos a la zona de las islas. En general eran islas pequeñas en las que habían construido casas. Algunas eran tan pequeñas que solo tenían una casa.
Suponemos que las villas no serían baratas, entre otras cosas porque también se necesita una embarcación para llegar a ellas. Durante el trayecto vimos varios taxis acuáticos que recogían a la gente en su casa-isla. Pasar un fin de semana en una casa así estará bien, pero más tiempo, en islas tan pequeñas, debe ser un poco claustrofóbico.
Una vez de nuevo en tierra, seguimos hacia la ciudad de Quebec. |