Suiza (continuación)
Lucerna y alrededores
Para hacer más suave la transición hacia las actividades más urbanas, la mañana siguiente la dedicamos a visitar la garganta del río Aar. Ubicado en los alrededores de Lucerna, este río discurre por una estrecha garganta, a lo largo de la cual han construido unas pasarelas para convertirla en atracción turística. Las dos vías de acceso están conectadas por tren, por lo que lo habitual es adentrarse en la garganta por un lado y regresar en tren al punto de partida. El recorrido, de aproximadamente un kilómetro y medio, es muy bonito y agradable. Al ser todo llano, es un lugar muy frecuentado por familias con niños.
Para hacer más suave la transición hacia las actividades más urbanas, la mañana siguiente la dedicamos a visitar la garganta del río Aar. Ubicado en los alrededores de Lucerna, este río discurre por una estrecha garganta, a lo largo de la cual han construido unas pasarelas para convertirla en atracción turística. Las dos vías de acceso están conectadas por tren, por lo que lo habitual es adentrarse en la garganta por un lado y regresar en tren al punto de partida. El recorrido, de aproximadamente un kilómetro y medio, es muy bonito y agradable. Al ser todo llano, es un lugar muy frecuentado por familias con niños.
Afortunadamente llegamos bastante temprano y no tuvimos problemas para estacionar el coche, pero cuando regresamos de la ruta ¡no cabía ni un alfiler!
Nuestra siguiente parada fue Lucerna. Esta pequeña ciudad, situada a orillas del impronunciable Vierwaldstättersee (lago de los Cuatro Cantones), cuenta con un pequeño centro histórico, donde brilla con luz propia el Kapellbrücke (puente de la Capilla), un puente de madera cubierto similar al que vimos en Thun, pero mucho más grande.
En el puente, que atraviesa en diagonal el río Reuss, se puede contemplar la torre del Agua, una bonita construcción octogonal de treinta metros de altura.
Nuestra siguiente parada fue Lucerna. Esta pequeña ciudad, situada a orillas del impronunciable Vierwaldstättersee (lago de los Cuatro Cantones), cuenta con un pequeño centro histórico, donde brilla con luz propia el Kapellbrücke (puente de la Capilla), un puente de madera cubierto similar al que vimos en Thun, pero mucho más grande.
En el puente, que atraviesa en diagonal el río Reuss, se puede contemplar la torre del Agua, una bonita construcción octogonal de treinta metros de altura.
Sin embargo, el Kapellbrücke no es la única construcción de este tipo en Lucerna: un poco más abajo encontramos el Spreuerbrücke (o puente Spreuer). Este, aún siendo menos espectacular, está conectado a un antiguo molino, por lo que no desmerece.
Ambos puentes conectan la ciudad nueva con la vieja. Desde esta última subimos hasta la antigua muralla de la ciudad, en la que quedan varias torres reconstruidas. Se puede recorrer la estrecha muralla ascendiendo por una torre y bajando por otra, que es lo que hicimos nosotros.
Después caminamos hasta el Löwendenkmal, la escultura del león moribundo, labrado sobre una pared de roca y sita en un pequeño y agradable parque. Seguimos hasta la Hofkirche St. Leodegar, que posee una bonita fachada con dos torres, aunque lo que más nos gustó fue su patio central, rodeado por una bonita arcada llena de tumbas. |
Al salir de la iglesia estuvimos caminando un rato por el centro y, más tarde, por las márgenes del río. Llevábamos ya un rato paseando por Lucerna y el calor húmedo empezaba a cansarnos más que las caminatas por los Alpes de los días anteriores, así que nos fuimos al hotel a descansar. Por la tarde teníamos una cita con unos amigos que viven en las afueras de la ciudad, con quienes pasamos una velada muy agradable.
La mañana siguiente no amaneció como nos hubiera gustado. Aunque el día estaba mayormente despejado, teníamos intención de subir al monte Pilatus, cuya cima estaba parcialmente cubierta de nubes que iban y venían, por lo que no sabíamos si merecería la pena. Aún así decidimos arriesgarnos.
Se puede acceder a lo alto de esta montaña en tren cremallera (desde Apnachstad) o en teleférico (desde Kriens). También se pueden salvar los más de mil quinientos metros de desnivel a pie, pero tal hazaña no estaba ese día en nuestra agenda.
Por nuestra cercanía a Kriens, nosotros nos decantamos por la opción del teleférico. La subida hasta la cima es bastante larga; de hecho, la mayor parte de la distancia se cubre con un teleférico pequeño. Pero para el tramo final hay que hacer transbordo. Las vistas desde los teleféricos son ya de por sí espectaculares.
Como nos temíamos, la cima estaba cubierta a nuestra llegada. Aunque las nubes no pararon de ir y venir, nunca tuvimos una panorámica despejada del lugar. Fue una auténtica pena, porque las vistas deben ser sensacionales desde allí arriba.
La mañana siguiente no amaneció como nos hubiera gustado. Aunque el día estaba mayormente despejado, teníamos intención de subir al monte Pilatus, cuya cima estaba parcialmente cubierta de nubes que iban y venían, por lo que no sabíamos si merecería la pena. Aún así decidimos arriesgarnos.
Se puede acceder a lo alto de esta montaña en tren cremallera (desde Apnachstad) o en teleférico (desde Kriens). También se pueden salvar los más de mil quinientos metros de desnivel a pie, pero tal hazaña no estaba ese día en nuestra agenda.
Por nuestra cercanía a Kriens, nosotros nos decantamos por la opción del teleférico. La subida hasta la cima es bastante larga; de hecho, la mayor parte de la distancia se cubre con un teleférico pequeño. Pero para el tramo final hay que hacer transbordo. Las vistas desde los teleféricos son ya de por sí espectaculares.
Como nos temíamos, la cima estaba cubierta a nuestra llegada. Aunque las nubes no pararon de ir y venir, nunca tuvimos una panorámica despejada del lugar. Fue una auténtica pena, porque las vistas deben ser sensacionales desde allí arriba.
En lo alto del monte Pilatus hay dos hoteles y varios miradores diseminados. Algunos de estos miradores son de relativamente fácil acceso, mientras que otros requieren un pequeño esfuerzo. Nosotros los visitamos todos. También descendimos hasta una pequeña capilla que hay en un pico adyacente.
A pesar de no disfrutar de amplias panorámicas, la verdad es que no nos arrepentimos de subir, porque el lugar es muy bonito.
A pesar de no disfrutar de amplias panorámicas, la verdad es que no nos arrepentimos de subir, porque el lugar es muy bonito.
Zúrich y alrededores
Con la visita del monte Pilatus nos despedimos definitivamente de las montañas. Desde ese punto nos dirigimos hacia el norte, dejando atrás las grandes cadenas montañosas. Por la tarde le tocó el turno a Zúrich. Turísticamente hablando, esta ciudad no siempre ha sido bien tratada, pues no posee un centro histórico especialmente destacado. Sin embargo, nosotros pasamos una tarde muy agradable recorriendo sus calles y plazas, y tenemos que decir que nos gustó. Además, cenamos en un restaurante griego muy rico, que fue probablemente uno de los mejores momentos gastronómicos de todo el viaje. En el hotel nos dieron un mapa de la ciudad en el que venía marcado un itinerario por el centro, que decidimos seguir. Comenzamos atravesando la estación principal de tren y caminando por la Bahnhofstraße. A la izquierda nos encontramos con la original torre Sternwarte, que fue el primer edificio de hormigón de la ciudad. En su cúpula alberga un observatorio. Salimos a la vereda del río Limago (o Limmat, en el original) y enseguida nos encontramos subiendo una cuesta hasta el parque Lindenhof, un apacible lugar desde donde se aprecia una bonita vista del río.
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Bajando por el lado opuesto llegamos a Augustinergasse, una calle peatonal llena de tiendas y restaurantes, con las mesas de estos último literalmente esparcidas en medio de la calle.
Salimos nuevamente a Bahnhofstraße y la recorrimos un rato. En esta calle se concentran todas las tiendas de marcas de lujo. Giramos a la izquierda hasta la Münsterhof Platz, una animada plaza en la que destaca la iglesia Fraumünster, que alberga vidrieras de Chagall. A esas horas estaba cerrada y no pudimos visitarla.
Salimos de nuevo al río y cruzamos a la otra orilla. En esa zona destacan el ayuntamiento, ubicado en un edificio sobre el río, y la catedral, imponente edificio con dos torres muy altas.
Salimos nuevamente a Bahnhofstraße y la recorrimos un rato. En esta calle se concentran todas las tiendas de marcas de lujo. Giramos a la izquierda hasta la Münsterhof Platz, una animada plaza en la que destaca la iglesia Fraumünster, que alberga vidrieras de Chagall. A esas horas estaba cerrada y no pudimos visitarla.
Salimos de nuevo al río y cruzamos a la otra orilla. En esa zona destacan el ayuntamiento, ubicado en un edificio sobre el río, y la catedral, imponente edificio con dos torres muy altas.
Después de callejear un poco, tomamos la calle Niederdorfstraße y la recorrimos entera. Si todas las plazas que habíamos encontrado a nuestro paso nos habían parecido muy animadas, esta calle se lleva, sin duda, la palma.
Niederdorfstraße desemboca en un puente que conduce a la estación de trenes, donde habíamos comenzado nuestro recorrido. En ese momento decidimos irnos a cenar al restaurante griego que hemos mencionado.
A la mañana siguiente, de camino a Basilea, paramos en Aarau, una pequeña población que cuenta con un bonito y acogedor centro histórico. Cuenta con unas callejuelas muy bien conservadas, en las que sorprenden los originales aleros de los tejados, todos pintados con coloridos motivos. Es claramente el elemento más original del lugar.
También encontramos un par de torres bien restauradas y una plazuela con una bonita fuente.
Niederdorfstraße desemboca en un puente que conduce a la estación de trenes, donde habíamos comenzado nuestro recorrido. En ese momento decidimos irnos a cenar al restaurante griego que hemos mencionado.
A la mañana siguiente, de camino a Basilea, paramos en Aarau, una pequeña población que cuenta con un bonito y acogedor centro histórico. Cuenta con unas callejuelas muy bien conservadas, en las que sorprenden los originales aleros de los tejados, todos pintados con coloridos motivos. Es claramente el elemento más original del lugar.
También encontramos un par de torres bien restauradas y una plazuela con una bonita fuente.
Basilea y alrededores
Tras la corta parada en Aarau, llegamos a Basilea, ciudad fronteriza con Alemania. Nuestro primer contacto con la ciudad no fue nada bueno: encontramos muchas calles cortadas, llenas de obras, con el tráfico desviado y las consiguientes aglomeraciones. Cuando finalmente encontramos un aparcamiento subterráneo y nos deshicimos del coche, sentimos un gran alivio.
Comenzamos la visita acercándonos al pequeño barrio de St. Alban, donde unos pocos canales, una torre y varios edificios antiguos confieren a esta pequeña zona un aire apacible y muy agradable.
Desde allí caminamos un rato hacia el centro por la vereda del Rin, hasta llegar a la Münsterplatz, una amplia y diáfana plaza donde se halla la catedral. Accedimos a su claustro por un lateral, donde encontramos una magnífica sala con arcos y un techo de madera sostenido por una solitaria columna.
Tras la corta parada en Aarau, llegamos a Basilea, ciudad fronteriza con Alemania. Nuestro primer contacto con la ciudad no fue nada bueno: encontramos muchas calles cortadas, llenas de obras, con el tráfico desviado y las consiguientes aglomeraciones. Cuando finalmente encontramos un aparcamiento subterráneo y nos deshicimos del coche, sentimos un gran alivio.
Comenzamos la visita acercándonos al pequeño barrio de St. Alban, donde unos pocos canales, una torre y varios edificios antiguos confieren a esta pequeña zona un aire apacible y muy agradable.
Desde allí caminamos un rato hacia el centro por la vereda del Rin, hasta llegar a la Münsterplatz, una amplia y diáfana plaza donde se halla la catedral. Accedimos a su claustro por un lateral, donde encontramos una magnífica sala con arcos y un techo de madera sostenido por una solitaria columna.
El interior de la catedral es majestuoso, con unas vidrieras imponentes. Tanto la fachada principal como la lateral son también muy bonitas. El hecho de que estén bastante reconstruidas no le resta ni un ápice de interés.
Salimos de la plaza por la calle Augustinergaße, llena de edificios elegantes y, tras callejear un rato, aparecimos en la plaza del ayuntamiento. Este edificio, situado en uno de los laterales de la plaza, destaca principalmente por su llamativo color rojo. Nos detuvimos unos instantes a admirar la original decoración de su fachada antes de entrar en el patio principal. Como no se podía visitar nada más, salimos nuevamente a plaza y dimos un paseo por ella.
Salimos de la plaza por la calle Augustinergaße, llena de edificios elegantes y, tras callejear un rato, aparecimos en la plaza del ayuntamiento. Este edificio, situado en uno de los laterales de la plaza, destaca principalmente por su llamativo color rojo. Nos detuvimos unos instantes a admirar la original decoración de su fachada antes de entrar en el patio principal. Como no se podía visitar nada más, salimos nuevamente a plaza y dimos un paseo por ella.
Después deambulamos por la zona hasta llegar a la Spalenvorstadt, una calle con bonitos edificios a ambos lados, la cual desemboca en la Spalentor, antigua puerta de entrada a la ciudad.
La última visita que efectuamos en la ciudad fue al Kunstmuseum Basel. Habíamos leído que tenía una buena colección de pinturas de los siglos XIX y XX, así que, aprovechando que la última hora de apertura antes del cierre la entrada es gratuita, decidimos acercarnos (aunque eso supuso recorrer sus salas un poco más deprisa de lo que nos hubiese apetecido).
Esa tarde todavía tuvimos tiempo de hacer una última visita. De camino a Neuchâtel paramos en un pequeño pueblo llamado Sainte-Ursanne. El lugar está un tanto apartado de las rutas turísticas convencionales de Suiza, pero su proximidad a la frontera con Francia hace que tenga bastante afluencia de visitantes. Por suerte para nosotros, nuestra llegada coincidió más o menos con la hora a la que los centroeuropeos se van a cenar y los españoles todavía no hemos merendado, por lo que pudimos recorrer sus calles completamente solos.
La entrada al pueblo estaba en obras y había una gran excavadora en medio de la calle. Afortunadamente, el resto estaba en buenas condiciones. Nos gustó mucho su iglesia, que cuenta con un fabuloso claustro y es bastante grande para las dimensiones del pueblo. Suponemos que en la antigüedad tuvo mayor protagonismo.
Salimos del pueblo por una calle que llegaba al río, donde encontramos un puente desde el que se obtenía una bonita vista, tras lo cual regresamos al punto de inicio.
En definitiva, un pueblo muy recogido, al que se tarda más en llegar que en visitarlo.
Esa tarde todavía tuvimos tiempo de hacer una última visita. De camino a Neuchâtel paramos en un pequeño pueblo llamado Sainte-Ursanne. El lugar está un tanto apartado de las rutas turísticas convencionales de Suiza, pero su proximidad a la frontera con Francia hace que tenga bastante afluencia de visitantes. Por suerte para nosotros, nuestra llegada coincidió más o menos con la hora a la que los centroeuropeos se van a cenar y los españoles todavía no hemos merendado, por lo que pudimos recorrer sus calles completamente solos.
La entrada al pueblo estaba en obras y había una gran excavadora en medio de la calle. Afortunadamente, el resto estaba en buenas condiciones. Nos gustó mucho su iglesia, que cuenta con un fabuloso claustro y es bastante grande para las dimensiones del pueblo. Suponemos que en la antigüedad tuvo mayor protagonismo.
Salimos del pueblo por una calle que llegaba al río, donde encontramos un puente desde el que se obtenía una bonita vista, tras lo cual regresamos al punto de inicio.
En definitiva, un pueblo muy recogido, al que se tarda más en llegar que en visitarlo.
Berna y alrededores
La mañana siguiente la pasamos en Neuchâtel. La ciudad estaba muy animada y llena de gente, especialmente el centro. Situada a orillas del lago Neuchâtel, es una mezcla de ciudad de vacaciones de playa y de turismo un tanto refinado de hotel de lujo.
En la oficina de turismo nos dieron un mapa de la ciudad con una ruta a pie por los lugares más emblemáticos, la cual recorrimos. La primera parada fue en el Hôtel DuPeyrou, una magnífica residencia con unos bonitos jardines. Nos dio un poco de vergüenza entrar en el hotel, así que nos conformamos con visitar sus jardines.
Desde allí caminamos hacia las calles principales del centro, pasando por delante del ayuntamiento. Llegamos hasta la Place des Halles, antigua plaza del mercado, que estaba llena de mesas y gente por doquier; la plaza conserva el antiguo edificio del mercado, hoy reconvertido en restaurante.
La mañana siguiente la pasamos en Neuchâtel. La ciudad estaba muy animada y llena de gente, especialmente el centro. Situada a orillas del lago Neuchâtel, es una mezcla de ciudad de vacaciones de playa y de turismo un tanto refinado de hotel de lujo.
En la oficina de turismo nos dieron un mapa de la ciudad con una ruta a pie por los lugares más emblemáticos, la cual recorrimos. La primera parada fue en el Hôtel DuPeyrou, una magnífica residencia con unos bonitos jardines. Nos dio un poco de vergüenza entrar en el hotel, así que nos conformamos con visitar sus jardines.
Desde allí caminamos hacia las calles principales del centro, pasando por delante del ayuntamiento. Llegamos hasta la Place des Halles, antigua plaza del mercado, que estaba llena de mesas y gente por doquier; la plaza conserva el antiguo edificio del mercado, hoy reconvertido en restaurante.
Las paralelas Rue du Seyon y Rue des Molins nos parecieron muy bonitas, con edificios muy bien reformados a ambos lados y llenas de tiendas y restaurantes. En una de sus intersecciones encontramos una caseta de una bodega que ofrecía una degustación gratuita de sus vinos. Habíamos visto muchos viñedos en los alrededores de Ginebra, pero parece que la zona de Neuchâtel también es prolija en vinos. A tenor del calor que hacía ese día, no es de extrañar que la uva pueda madurar lo suficiente. No quisimos excedernos en la cata, pues teníamos que conducir, pero pudimos probar unos cuantos blancos y algún tinto. Nos llevamos una grata sorpresa.
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En cuanto terminamos de catar los vinos, tocó subir la cuesta hasta el castillo. A espaldas de la iglesia Collégiale, las dependencias del castillo tienen en la actualidad un uso administrativo. Aún así se podía acceder al patio.
La iglesia estaba en obras, pero pudimos acceder al claustro, un lugar muy agradable y muy bien restaurado.
El centro de Neuchâtel es pequeño y la ruta finalizaba en una explanada frente al lago. Comimos algo y nos marchamos a visitar la capital del país.
Berna fue probablemente la ciudad que más nos gustó de Suiza. Situada a orillas del río Aar, el mismo cuya garganta recorrimos en los alrededores de Lucerna, Berna posee un centro histórico muy original.
Conseguimos aparcar fácilmente y muy cerca del centro, lo cual fue una novedad en nuestro viaje. Comenzamos el paseo y enseguida llegamos a la puerta del parlamento; no en vano, es la capital del país. Vimos un cartel que anunciaba que el edificio se podía visitar gratuitamente, pero cuando nos acercamos a la entrada de visitantes nos dijeron que solamente con reserva previa, y esa tarde ya estaban completos. Fue una pena, porque de haberlo sabido nos hubiera encantado entrar.
Por fuera el edificio es enorme. Desde el puente de Kirchenfeld obtuvimos una gran vista del parlamento así como de la catedral y de un pequeño canal que hay en el río.
El centro de Neuchâtel es pequeño y la ruta finalizaba en una explanada frente al lago. Comimos algo y nos marchamos a visitar la capital del país.
Berna fue probablemente la ciudad que más nos gustó de Suiza. Situada a orillas del río Aar, el mismo cuya garganta recorrimos en los alrededores de Lucerna, Berna posee un centro histórico muy original.
Conseguimos aparcar fácilmente y muy cerca del centro, lo cual fue una novedad en nuestro viaje. Comenzamos el paseo y enseguida llegamos a la puerta del parlamento; no en vano, es la capital del país. Vimos un cartel que anunciaba que el edificio se podía visitar gratuitamente, pero cuando nos acercamos a la entrada de visitantes nos dijeron que solamente con reserva previa, y esa tarde ya estaban completos. Fue una pena, porque de haberlo sabido nos hubiera encantado entrar.
Por fuera el edificio es enorme. Desde el puente de Kirchenfeld obtuvimos una gran vista del parlamento así como de la catedral y de un pequeño canal que hay en el río.
El centro histórico lo conforman poco más de tres largas calles, las cuales discurren paralelas entre sí, con edificios de tres plantas construidos con el mismo tipo de piedra que el parlamento, que cuentan con unas bonitas arcadas. Ello hace que la ciudad sea muy transitable, incluso en días de lluvia.
La catedral estaba en obras, a pesar de lo cual pudimos acceder a su interior. En la portada principal hay una representación del Juicio Final, con un gran número de pequeñas estatuas que abarrotan la escena. El interior es un tanto austero y cuenta con unas bonitas vidrieras.
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Recorrimos la calle hasta abajo y cruzamos el río por el puente Nydeggbrücke. Nos tomamos un helado en el puesto de helados situado al otro lado del puente, junto a Bärenpark, un terraplén que alberga osos pardos, el símbolo de Berna. Después regresamos hacia el centro. Subimos por otra calle muy parecida a la que habíamos recorrido a la bajada, pero un poco más ancha. Esta contaba con unas fuentes dispuestas estratégicamente cada ciertos metros. Por doquier ondeaban banderas de Suiza, en preparación de la celebración de la fiesta nacional, que estaba muy próxima en el calendario.
Pasamos por delante del Zytglogge, la torre del reloj medieval de la ciudad vieja, tras lo cual dimos un paseo por la parte alta, que a esas horas de la tarde estaba muy concurrida. Decidimos hacer una merienda cena y para ello compramos unos kebabs, nos acercamos a un parque y nos sentamos en la hierba a comerlos.
El día siguiente fue nuestra última jornada de visitas en Suiza. Comenzamos la mañana en Friburgo: primero entramos en el museo de Arte e Historia para ver sus jardines, después en la iglesia del vecino convento franciscano de los Cordeliers y más tarde en la catedral de San Nicolás. Los tres edificios están muy cerca entre sí, separados apenas por una glorieta.
El día siguiente fue nuestra última jornada de visitas en Suiza. Comenzamos la mañana en Friburgo: primero entramos en el museo de Arte e Historia para ver sus jardines, después en la iglesia del vecino convento franciscano de los Cordeliers y más tarde en la catedral de San Nicolás. Los tres edificios están muy cerca entre sí, separados apenas por una glorieta.
Caminamos hasta el ayuntamiento, que estaba en obras, y recorrimos la Grand-Rue hasta el final. Esta calle, plagada de elegantes edificios, acaba en una estrecha callejuela con gran desnivel que baja directamente hasta la Basse-Ville. La ciudad baja es como un pequeño pueblo en medio de la ciudad. Es un lugar tranquilo, con una plaza rodeada de varios cafés, bonitas callejuelas y un par de puentes: el Pont de Berne, es cubierto y de madera, y el Pont du Milieu, de piedra. Desde este último se contempla una bonita panorámica.
Atravesamos el mencionado Pont du Milieu para abandonar la Basse-Ville. Bordeando el río llegamos a una amplia plaza triangular con el curioso nombre de Planche-Supérieure.
Atravesamos otro puente, en esta ocasión el Pont Saint-Jean, y caminamos hasta el funicular, que une la parte baja de la ciudad con la alta. A la salida del funicular caminamos hasta la Rue de Lausanne, una calle muy animada, llena de comercios y restaurantes. La recorrimos entera, de camino al lugar donde habíamos estacionado el coche.
La segunda parada del día fue Gruyères. Este pequeño pueblo está emplazado sobre una colina, a la que se accede por una rampa. En los alrededores hay numerosos aparcamientos, ya que es un destino muy visitado. El pueblo consta prácticamente de una calle llena de restaurantes y tiendas de recuerdos, al final de la cual hay un castillo, que se puede visitar. En la ladera encontramos una iglesia con su cementerio.
La segunda parada del día fue Gruyères. Este pequeño pueblo está emplazado sobre una colina, a la que se accede por una rampa. En los alrededores hay numerosos aparcamientos, ya que es un destino muy visitado. El pueblo consta prácticamente de una calle llena de restaurantes y tiendas de recuerdos, al final de la cual hay un castillo, que se puede visitar. En la ladera encontramos una iglesia con su cementerio.
Tras pasear por el lugar, lo cual no nos llevó demasiado tiempo, nos acercamos a La Maison du Gruyère, muy cerca del pueblo, donde hicimos una pequeña degustación del famoso queso con diferentes maduraciones.
Decidimos finalizar nuestro día en Lausana. Desde allí emprenderíamos el camino de vuelta a casa al día siguiente. El centro de la ciudad es un poco extraño, pues está construido a dos alturas, lo que implica que las calles tienen un buen desnivel: es una disposición un tanto singular y difícil de explicar.
Subimos hasta la catedral y, desde allí, hasta el Château St.-Maire, dos de los lugares más altos de Lausana.
Decidimos finalizar nuestro día en Lausana. Desde allí emprenderíamos el camino de vuelta a casa al día siguiente. El centro de la ciudad es un poco extraño, pues está construido a dos alturas, lo que implica que las calles tienen un buen desnivel: es una disposición un tanto singular y difícil de explicar.
Subimos hasta la catedral y, desde allí, hasta el Château St.-Maire, dos de los lugares más altos de Lausana.
Descendimos a la parte baja por las escaleras del mercado, una pasarela cubierta por un entramado de madera, que lleva directamente a las calles peatonales más céntricas. Deambulamos un poco por la zona, que no nos llamó especialmente la atención, tras lo cual decidimos acercarnos al campus universitario. Lausana tiene dos líneas de metro que confluyen en la parada de Flon, justo donde estaba localizado nuestro hotel. La ubicación era, pues, muy conveniente, pues desde allí podíamos acceder fácilmente a casi cualquier punto alejado de la ciudad.
En el campus universitario dimos un paseo mientras contemplábamos los principales edificios, entre los que destaca el Rolex Learning Center. Nos habíamos llevado algo de cena, así que aprovechamos las mesas dispuestas alrededor del edificio para disfrutar de un tranquilo pícnic.
En el campus universitario dimos un paseo mientras contemplábamos los principales edificios, entre los que destaca el Rolex Learning Center. Nos habíamos llevado algo de cena, así que aprovechamos las mesas dispuestas alrededor del edificio para disfrutar de un tranquilo pícnic.
Antes de que anocheciera regresamos en metro hasta Flon, donde hicimos transbordo a otra línea para bajar hasta el lago Leman. Fuimos dando un paseo junto al lago hasta que llegamos al Museo Olímpico. A esas horas el edificio principal estaba cerrado, pero se podía pasear libremente por los jardines. Allí encontramos esculturas bastante interesantes y un par de cosas curiosas: un listón de salto de altura y otro de pértiga colocados a la altura del último récord del mundo (nos quedamos asombrados de la gran altura que rebasan los atletas), así como una recta de atletismo de cien metros, en cuyo lateral hay instaladas unas luminarias, que se van encendiendo sucesivamente al ritmo del último plusmarquista mundial. Una manera curiosa de acabar la tarde.
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En líneas generales, tenemos que decir que la zona alpina de Suiza nos gustó mucho más (además de que la disfrutamos más) que la parte urbana y cultural. Sin duda, hubo rincones en pueblos y ciudades que nos encantaron, pero el paisaje de montaña, lleno de glaciares, lagos, vegetación, ríos y senderos perfectamente señalizados, nos pareció sencillamente idílico. Un paraíso para los amantes de la naturaleza.