Francia
Ruta por el sur (continuación)
Arribamos a Belcastel, una pequeña población situada a orillas del río Aveyron. Está ubicada también en la ladera de una montaña, y en lo más alto, el castillo. Como ya era por la tarde, echamos un vistazo a nuestra lista de restaurantes de la zona, que tan exitosa estaba resultando. Encontramos que en Belcastel había otro restaurante galardonado con una estrella Michelín y que además contaba también con un pequeño hotel. Afortunadamente tenían mesa para esa noche, pero desafortunadamente no tenían habitación disponible, aunque muy amablemente llamaron por teléfono para preguntar en el alojamiento más cercano, a poco más de 3 kilómetros de Belcastel, donde sí tenían disponibilidad. Les dimos las gracias y nos despedimos hasta más tarde.
La visita de Belcastel fue aún más corta que las anteriores, puesto que el pueblo es bien pequeño. Más allá del castillo, la iglesia y el puente, hay unas cuantas casas y poco más.
La visita de Belcastel fue aún más corta que las anteriores, puesto que el pueblo es bien pequeño. Más allá del castillo, la iglesia y el puente, hay unas cuantas casas y poco más.
Fuimos al alojamiento que nos habían reservado y volvimos al restaurante, Le Vieux Pont, dispuestos a disfrutar de una nueva velada gastronómica. Una noche más pedimos el menú degustación; y una noche más, disfrutamos de lo lindo. En este sitio, nos gustó especialmente la colorida presentación de casi todos los platos, además, por supuesto, de la calidad de los mismos. En cuanto al carro de los quesos, fue incluso mejor que los dos anteriores.
El día siguiente lo comenzamos visitando una cueva o gruta, la Gouffre de Padirac. Lo primero que asombra cuando se llega a la entrada es el enorme boquete que hay en la tierra. Se toman dos ascensores consecutivos y se llega al fondo del agujero, desde donde se ve el exterior por última vez antes de adentrarse en la cueva. A partir de ahí, comienza la gruta. Caminamos un poco hasta llegar a un pequeño embarcadero (todo subterráneo, por supuesto) donde nos subieron en una pequeña balsa y nos condujeron hasta el extremo opuesto. Allí desembarcamos e hicimos una pequeña caminata con un guía que nos fue explicando la formación de la zona y sus carácterísticas. Es una pena que desde la zona de las balsas no dejasen fotografiar ni filmar, aunque suponemos que será para preservar el sitio. Una vez terminamos la caminata, volvimos al embarcadero para hacer el camino de vuelta, donde volvimos a tomar los dos ascensores para salir a la calle. Fue una visita realmente espectacular.
Continuamos nuestro tour por tierras francesas y llegamos a Rocamadour. Esta población se encuentra emplazada también sobre la ladera, en este caso de un cañón. El castillo se encuentra en lo alto y fue por donde comenzamos nuestra visita. Desde ahí se obtiene una magnífica y amplia vista de toda la zona. Para bajar a la calle principal de Rocamadour lo hicimos por unas rampas en las que están representadas las estaciones de Semana Santa, con las paradas de la cruz. La rampa finaliza en el santuario, construido pegado a la roca de la montaña. Tras visitar el conjunto religioso, bajamos aún más para llegar a la calle principal. Decidimos recorrerla entera y disfrutamos con las tiendas que encontramos en ella.
Para volver hasta el coche optamos por el ascensor. Hay dos ascensores en Rocamadour, cada uno para un tramo (del castillo al santuario y del santuario a la calle principal); nosotros decidimos usar el segundo, ya que nos daba pereza subir por las rampas del camino de la cruz.
Una vez de vuelta en el coche, pusimos rumbo de nuevo hacia el río Lot, en esta ocasión hacia Saint-Cirq-Lapopie. Esta población fue una de las que más nos gustaron de nuestra ruta. Sin duda merecedora de estar en la lista de los pueblos más bellos de Francia.
Su ubicación es de por sí de lo más atractiva: en lo alto de un risco sobre el mismo río Lot, nuevamente esparcida por la ladera, lo que hizo que una vez más tuviésemos que subir y bajar todo el rato. En la oficina de turismo nos proporcionaron un mapa del sitio con el correspondiente itinerario sugerido, que una vez más llevamos a cabo. Empezamos por el lugar en el que estaba el castillo, del que hoy en día no queda nada. Desde este punto se obtiene una bonita vista, tanto de todo Saint-Cirq-Lapopie, como del río y de la otra orilla. Continuamos bajando hasta la iglesia, tras lo cual bajamos hasta el final de la calle principal. Desde aquí también se veía una bonita vista de la zona.
Su ubicación es de por sí de lo más atractiva: en lo alto de un risco sobre el mismo río Lot, nuevamente esparcida por la ladera, lo que hizo que una vez más tuviésemos que subir y bajar todo el rato. En la oficina de turismo nos proporcionaron un mapa del sitio con el correspondiente itinerario sugerido, que una vez más llevamos a cabo. Empezamos por el lugar en el que estaba el castillo, del que hoy en día no queda nada. Desde este punto se obtiene una bonita vista, tanto de todo Saint-Cirq-Lapopie, como del río y de la otra orilla. Continuamos bajando hasta la iglesia, tras lo cual bajamos hasta el final de la calle principal. Desde aquí también se veía una bonita vista de la zona.
La vuelta la hicimos por la calle paralela hasta volver al aparcamiento donde habíamos dejado el coche. Como ya venía siendo habitual en nuestras visitas, toda la población estaba llena de casas y edificios en piedra con sus entramados de madera.
De ahí fuimos a Cordes-sur-Ciel, que decidimos sería el sitio donde pasaríamos la noche. En Cordes no había ningún restaurante de nuestra lista, así que una vez encontramos alojamiento, nos conformamos con cenar en uno de los sitios que había en la plaza.
El día siguiente fue el último de nuestra ruta improvisada, pues esa noche teníamos que llegar a dormir a Albi. Visitamos Cordes-sur-Ciel a primera hora de la mañana, cuando los turistas que habitualmente lo abarrotan no habían aparecido. Estuvimos caminando sin rumbo por la ciudadela y se hizo un paseo muy agradable y tranquilo.
El día siguiente fue el último de nuestra ruta improvisada, pues esa noche teníamos que llegar a dormir a Albi. Visitamos Cordes-sur-Ciel a primera hora de la mañana, cuando los turistas que habitualmente lo abarrotan no habían aparecido. Estuvimos caminando sin rumbo por la ciudadela y se hizo un paseo muy agradable y tranquilo.
Continuamos el curso del río Aveyron y llegamos a Penne, pequeña población ubicada en una cumbre rocosa sobre el río, en lo alto de la cual se alza lo que queda del castillo.
Sin perder la orilla del río fuimos hasta Bruniquel, otro pueblo con encanto de los que visitamos en nuestro viaje. En Bruniquel tampoco había muchos turistas, y también dimos un pequeño paseo por sus estrechas calles adoquinadas.
Las últimas poblaciones que visitamos ese día fueron Puycelci y Castelnau de Montmiral. En ninguna de ellas encontramos demasiados turistas, lo que nos permitió aparcar sin problemas y pasear tranquilamente por ambos sitios. De Puycelci destacaríamos su ubicación y de Castelnau de Montmiral, su plaza.
Y tras eso, llegamos a Albi, último destino de nuestro viaje. Para no perder la costumbre, comenzamos visitando el mercado cubierto de la ciudad, ubicado en el mismo centro y con un toque de mercado gourmet más que de mercado de abastos. Una vez más volvimos a disfrutar con los puestos de frutas, verduras, panes y quesos, que siempre eran nuestros favoritos.
Seguimos por la iglesia y el claustro de Saint-Salvi, la una con unas curiosas estatuas de madera, el otro con una bonita hilera de arcos con columnas dobles. Nuestro itinerario por Albi continuó por las callejuelas del centro, todas peatonales y llenas de edificios de ladrillo, de eso el sobrenombre de Albi la roja.
Bajamos hasta la ribera del río Tarn y cruzamos a la otra orilla por el Pont Vieux. Volvimos por el Pont du 22 Août 1944. La vista panorámica que se obtiene desde ambos puentes es sencillamente sensacional.
Regresamos al centro y entramos en la Catedral Sainte-Cecile, probablemente el edificio de ladrillo más grande que hemos visto nunca. Curiosamente, la puerta principal de la catedral se encuentra en un lateral y se accede a través de una escalinata. El interior de la catedral es majestuoso. En la guía que llevamos hay toda una explicación historico-arquitectónica increíble que no vamos a reproducir aquí, en parte porque la mitad de los nombres no sabemos lo que significan (nuestra cultura arquitectónica no da para tanto), en parte porque este relato toca ya a su fin. El caso es que es uno de los interiores de catedral más originales que hemos visto.
Finalizamos nuestra visita a Albi entrando en el Museo Touluse-Loutrec, ubicado en el Palais de la Berbie, junto a la catedral. Aunque en dicho museo no se encuentran las obras probablemente más famosas del autor, parecía lógico que hubiese un museo de estas características en su ciudad natal. A la salida del museo, estuvimos paseando por sus jardínes, que dan a la orilla del río.
Con eso terminó nuestra ruta por el sur de Francia. Una vez más, disfrutamos mucho del país vecino, de su cultura, sus pueblos y ciudades, y sobre todo de su gastronomía.