Grecia
Atenas
Esta vez el hotel lo habíamos reservado en el
céntrico barrio de Monastiraki. La zona estaba muy bien, muy animada y llena de
tiendas y de restaurantes, pero el hotel fue realmente cutre. Está visto que
hay sitios en los que es mejor no escatimar euros en el alojamiento, y Atenas
parece uno de esos sitios. En fin, como no teníamos previsto pasar demasiadas
horas en el hotel (las estrictamente necesarias para dormir), decidimos
ponernos en marcha.
Como nuestra visita comenzó por la tarde, fuimos a ver el atardecer a lo alto de la colina de Licabeto. Para ello tuvimos que subir en funicular, y desde la cima de la colina se obtiene una vista verdaderamente amplia de toda la ciudad, y especialmente de la Acrópolis, que aunque está bastante alejada, al estar también sobre otra colina se puede contemplar perfectamente. Allí vimos como iba anocheciendo y cómo se iluminaba el Partenón. Al día siguiente, nada más levantarnos iniciamos nuestra visita a la capital helénica por la Acrópolis, como no podía ser de otra forma. En la Acrópolis se halla el Partenón, que aunque está un poco machacado por los avatares de la historia, deja entrever la importancia y magnitud que debió tener allá por el siglo V cuando fue construido. Cerca del Partenón se encuentra el Erecteion, donde están las famosas Cariátides, que son las estatuas que sujetan el pórtico con la cabeza. Las que se ven son una réplica, pero nosotros nos hicimos a la idea de que eran las originales y nos fuimos tan contentos.
Desde la Acrópolis se tiene una buena panorámica del Teatro de Herodes Antico y del de Dioniso, ambos situados en la ladera derecha según se sube hasta el Partenón. En este último se celebran actuaciones de teatro, música y danza por las noches. También se puede ver el Templo de Zeus Olímpico, o más bien lo poco que queda de él. Se supone que era el mayor templo de Grecia y de hecho tardaron más de setecientos años en construirlo.
Cuando nos cansamos de deambular por la zona, y de sortear los miles de turistas que, como nosotros, inundábamos la Acrópolis, nos encaminamos a la colina de Filopappos, situada frente a la entrada. Había un agradable camino entre árboles, y se llega hasta un punto en el que, en nuestra opinión, se obtiene la mejor y más espléndida vista del complejo de la Acrópolis, con el Teatro de Herodes Antico en primer plano y el Partenón dominando la estampa. Fue una vista sublime (se nos acabarían los adjetivos para describirlo).
Cuando nos regocijamos lo suficiente con la panorámica, caminamos hasta el Ágora, donde vimos el Templo de Hefesto, que según leímos en la guía, es el templo dórico mejor conservado de Grecia.
Desde ahí seguimos caminando hasta el antes mencionado Templo de Zeus Olímpico, donde pudimos observar más de cerca las pocas columnas que todavía quedan en pie, y continuamos hasta el Estadio Panateneo, o Estadio Olímpico, pues en él se celebraron, en 1896, los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna. El estadio está construido en mármol y tiene capacidad para 50.000 personas, algo que parece increíble pues no parece que sea tan grande como para poder albergar tanta gente. A la derecha de la valla desde la que se ve el estadio hay unas placas conmemorativas hechas de mármol en las que están grabados (en griego, por supuesto) los nombres de todas las ciudades que han albergado unos Juegos Olímpicos, junto con las fechas en que se celebraron (aunque en el momento en que fuimos no estaba muy actualizado, ya que habían grabado sólo hasta Atenas 2004). En otro mármol estaban los nombres de los Presidentes del Comité Olímpico Internacional (COI) y las fechas de sus respectivos mandatos.
A esas horas ya empezaba a anochecer, y aunque nuestros pies nos pedían una tregua, decidimos volver hasta la colina de Filopappos, para grabar en nuestra retina una última vez la impresionante vista de la Acrópolis, esta vez iluminada.
Después nos fuimos al barrio de Monastiraki, donde teníamos el hotel, y donde tomamos nuestra última cena griega, regada por nuestra amada cerveza Mythos. Al día siguiente cogimos un autobús en la plaza Syntagma que nos llevó al aeropuerto, donde nos subimos al avión que nos trajo de vuelta al hogar. |