Grecia
Rodas
Cuando aterrizamos en Rodas lo primero que
hicimos fue alquilar un coche para los dos días que habíamos previsto estar
ahí. Afortunadamente, a pesar de lo intempestivo de la hora, la oficina de
alquiler de coche estaba abierta y no tuvimos ningún problema para conseguir
uno. Comenzamos bajando hasta un pequeño pueblo llamado Lindos, que hemos de
reconocer hizo honor a su nombre. Cuando llegamos y aparcamos el coche, las
calles estaban desiertas. Estaba claro que la actividad en el pueblo y la
llegada de turistas comenzaba más tarde. Eso nos permitió dar un agradable y
solitario paseo por sus callejuelas. En cuanto encontramos un madrugador bar
que estaba abierto, entramos a desayunar sin pensarlo.
Después, continuamos paseando, contemplando lo que quedaba de un pequeño anfiteatro que había sobre una ladera de una colina, y haciendo tiempo porque hasta las nueve de la mañana no abrían la Acrópolis (o lo que queda de ella), situada en lo alto de una enorme roca. Según leímos en la guía, la ascensión hasta la Acrópolis se puede hacer en burro, pero a esas horas los pobres animales debían estar todavía durmiendo.
Cuando llegamos a lo alto, después de subir una larga y empinada cuesta, pudimos visitarla prácticamente solos, y contemplar las bonitas vistas panorámicas que hay del pueblo desde allí. Cuando bajamos al pueblo el ambiente era completamente distinto. Los autobuses repletos de turistas comenzaban a llegar, las tiendas vendiendo recuerdos y artesanía típica estaban todas abiertas... El pueblo estaba despierto y listo para comenzar la rutina de un día más. Era el momento de marcharse. Fue toda una experiencia poder visitar Lindos sin gente.
Volvimos al coche y pusimos dirección a Petaloudes, una zona en la que hay un parque natural que es el hábitat de una mariposa llamada “Callimorpha qyuadripunctareia”. Hicimos la visita sugerida por el parque, en el que seguimos un sendero que iba subiendo y bajando por una montaña y bordeando ríos y riachuelos.
Después decidimos que era el momento de ir a la ciudad de Rodas, capital de la isla. Una vez llegamos a la ciudad estuvimos dando alguna que otra vuelta más de la debida, hasta que conseguimos encontrar la ciudad antigua, y aparcamos el coche cerca de una de las puertas de la muralla que la rodea. Lo primero que hicimos una vez estuvimos en el interior de la muralla fue buscar alojamiento. Y no fue tarea fácil. En primer lugar porque no veíamos muchos hoteles, y en segundo porque los pocos alojamientos que encontrábamos estaban llenos. Finalmente dimos con una especie de casa de huéspedes, con un bonito jardín, en donde alquilaban habitaciones. El precio era muy superior al que nos habíamos acostumbrado durante nuestro viaje pero decidimos aceptarlo, en parte porque estaba muy cerca de donde habíamos dejado el coche, en parte porque no se nos estaba dando muy bien la búsqueda, y en parte porque el sitio tenía muy buena pinta. Además, los dueños eran una atípica y simpática pareja anglo-japonesa, que no sabemos muy bien qué pintaban en Rodas regentando un pequeño edificio como ese.
La ciudad que se encuentra en el interior de la muralla es la típica ciudad medieval, con sus edificios representativos bastante bien conservados, sus calles adoquinadas, sus tiendas para turistas... Y es que los cruceros que navegan por esa zona del Mediterráneo tienen parada obligada en el puerto, que se encuentra junto a una de las puertas de entrada a la ciudad. Durante la tarde había auténticas riadas de turistas, pero según fue anocheciendo se fueron yendo hacia sus respectivos barcos, y la ciudad se quedó en calma. Esa tarde, mientras paseábamos, cayó una tormenta descomunal acompañada de un granizo enorme. Nosotros nos pusimos nuestros plásticos salvadores que guardamos desde que nos los regalaron durante nuestra visita a las cataratas del Niágara, y nos pusimos debajo de un toldo para esperar a que escampase, pues se trataba de la típica tormenta veraniega. Así estábamos cuando pasaron unos señores por delante de nosotros que se estaban mojando de lo lindo. En ese momento, la señora se percata de los plásticos tan majos que llevábamos puestos y le comenta al señor “¿dónde habrán comprado estos dos esos plásticos?”, a lo que nos quedamos mirando fijamente a la señora y le decimos “en Canadá”. La señora se ruborizó un poco y dijo un simple “ah”, porque sin duda pensaba que éramos turistas pero no seríamos españoles y no comprenderíamos lo que decía.
Una vez escampó, seguimos paseando hasta que la gente fue desapareciendo hacia sus barcos y la ciudad se quedó desconocida. Después fuimos a cenar a un sitio bastante cutre que nos recomendaron los dueños del alojamiento y que fue todo un descubrimiento.
A la mañana siguiente nos dieron un desayuno auténticamente para campeones, tras lo cual nos despedimos de la simpática pareja. Seguimos dando una vuelta por Rodas, y fuimos hasta el puerto, estuvimos viendo los barcos que por ahí pululaban y viendo la ciudad amurallada desde el exterior.
Después de comer algo, y en nuestro camino hacia el aeropuerto hicimos una parada en la antigua Ialysos, de la que queda más bien poco: tan solo un monasterio y una capilla, ambos en buen estado, y una fortaleza en ruinas.
A nuestra llegada al aeropuerto devolvimos el coche de alquiler y nos subimos al avión que nos llevó de vuelta a Atenas, donde íbamos a pernoctar en el tercer hotel distinto en menos de una semana.
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