Tailandia
Bangkok y alrededores A la mañana siguiente volamos a Bangkok. En el aeropuerto recogimos el coche de alquiler: la idea era hacer un pequeño itinerario al volante antes de visitar la capital. Nuestro primer destino fue Ayutthaya. Ese día coincidía con el primer día de vacaciones de fin de año en el país, por lo que el embotellamiento en las carreteras era considerable. A pesar de circular por autopistas de cinco y seis carriles, tardamos más de lo previsto en llegar. A nuestra llegada al alojamiento nos ofrecieron unas bicicletas para visitar los puntos de interés. En esa ocasión, aceptamos la invitación, pues Ayutthaya cuenta con un parque histórico en el centro, donde se aglutinan gran parte de los sitios de interés turístico, pero hay unos cuantos lugares desperdigados que bien merecen la pena. |
Decidimos comenzar esa tarde por los que estaban fuera de la ciudad, y dejar para la mañana siguiente la zona del centro. Así que, montados en las bicicletas, emprendimos la marcha.
La primera parada fue Wat Chai Wathanaram. Este antiguo templo, ubicado en la orilla del río, es muy impresionante. Construido todo en ladrillo, el recinto cuenta con numerosos chedi y prang, muchos de ellos muy espectaculares. Además, el reflejo del ladrillo rojo bajo la luz del atardecer confería al conjunto una tonalidad muy especial, que hacía que el lugar resaltara más aún.
La primera parada fue Wat Chai Wathanaram. Este antiguo templo, ubicado en la orilla del río, es muy impresionante. Construido todo en ladrillo, el recinto cuenta con numerosos chedi y prang, muchos de ellos muy espectaculares. Además, el reflejo del ladrillo rojo bajo la luz del atardecer confería al conjunto una tonalidad muy especial, que hacía que el lugar resaltara más aún.
Continuamos pedaleando por la vereda del río y llegamos a la catedral de St. Joseph, ubicada en la misma orilla, que recuerda la presencia europea en la zona.
El punto más alejado de nuestra excursión vespertina fue Wat Phutthaisawan. Dominado por un prang muy alto, este templo combina edificios antiguos y modernos. Entre sus rincones destaca una antigua figura de un Buda recostado, que no nos resultó fácil encontrar (está en un pequeño edificio casi al final del complejo).
El punto más alejado de nuestra excursión vespertina fue Wat Phutthaisawan. Dominado por un prang muy alto, este templo combina edificios antiguos y modernos. Entre sus rincones destaca una antigua figura de un Buda recostado, que no nos resultó fácil encontrar (está en un pequeño edificio casi al final del complejo).
Con la ayuda de las bicicletas regresamos al centro de Ayutthaya antes de que cayera la noche. Nos dio tiempo a ver el enorme edificio del templo Wihan Phra Mongkhon Bophit a lo lejos. Aprovechamos los últimos rayos de luz para pasear por Wat Phra Si Sanphet, que, con sus tres chedi perfectamente alineados, es uno de los sitios más emblemáticos de la ciudad.
Ambos lugares los visitaríamos con más calma a la mañana siguiente. Esa noche nos acercamos a cenar al mercado nocturno, situado a lo largo de una carretera, donde nuevamente había multitud de puestos de comida.
La mañana siguiente, antes de abandonar la ciudad, nos subimos nuevamente a las bicicletas y nos dispusimos a recorrer el parque histórico de Ayutthaya. Comenzamos por Wat Mahatat. Lo más conocido de este templo es una figura de Buda encajada en las raíces de un baniano, un árbol muy común en aquellas latitudes.
A pesar de su originalidad, a nosotros nos gustó mucho más el resto del recinto: un wihan medio destruido, un imponente prang al fondo y diferentes chedi y prang alrededor del wihan, confieren al lugar un atractivo muy interesante.
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La siguiente parada fue Wat Thammikarat, sin duda un templo mucho menos interesante que los demás. Aún así, tiene un wihan semiderruido, un chedi rodeado de figuras de leones y un edificio con una figura de un Buda recostado.
Después regresamos a Wat Phra Si Sanphet, en el que estuvimos la tarde anterior. La majestuosidad de los tres chedi alineados ofrece una de las vistas más espectaculares del parque histórico de Ayutthaya. El templo cuenta con algún componente más, pero nada de interés comparado con los chedi.
Un acceso lateral de Wat Phra Si Sanphet comunica con Wihan Phra Mongkhon Bophit. Se trata de un inmenso wihan que da cobijo a una figura de Buda sentada de dimensiones colosales. Esa mañana el lugar estaba lleno de fieles entonando plegarias.
La última visita que hicimos en Ayutthaya fue Wat Phra Ram, donde sobresale un hermoso prang. Aunque estos templos puedan parecer bastante similares entre sí, la realidad es que cada uno tiene un aspecto que lo hace especial.
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Concluido el paseo, regresamos al alojamiento para devolver las bicicletas y recuperar nuestras pertenencias. Una vez en el coche, emprendimos la marcha.
Ese día teníamos dos paradas planificadas antes de llegar a nuestro destino final. La primera era Lopburi. Allí comenzamos visitando Wat Phra Si Ratana Maha That, un templo ubicado en el interior de un recinto amurallado. El conjunto está salpicado de varios chedi y prang en diferentes estados de conservación, pero un par de prang con forma de mazorca de maíz flanqueados por ángeles nos parecieron lo más asombroso.
Ese día teníamos dos paradas planificadas antes de llegar a nuestro destino final. La primera era Lopburi. Allí comenzamos visitando Wat Phra Si Ratana Maha That, un templo ubicado en el interior de un recinto amurallado. El conjunto está salpicado de varios chedi y prang en diferentes estados de conservación, pero un par de prang con forma de mazorca de maíz flanqueados por ángeles nos parecieron lo más asombroso.
La última visita de Lopburi fue Prang Sam Yot. Se trata de un edificio compuesto por tres prang unidos. Sin embargo, el foco de atención se lo lleva la marabunta de monos que hay por doquier. Para llegar allí atravesamos una manzana de edificios abandonados, absolutamente tomada por los monos. Una imagen con cierto tinte apocalíptico (e insalubre). En todo caso, parece que los habitantes de la ciudad están a favor de mantener ese escuadrón de monos, pues favorece el turismo. Nosotros nos marchamos de allí lo más deprisa posible.
En las afueras de Lopburi encontramos Phra Phutthabat, un complejo lleno de templos. Destaca uno profusamente decorado, en tonos dorado, en cuyo interior se conserva, al parecer, una huella de Buda. El fervor religioso del lugar es bastante imponente.
El complejo está a los pies de una colina. Nosotros encontramos unas escaleras que ascendían y que decidimos subir en busca de alguna panorámica de la zona. Llegamos a un templo en lo alto sin encontrar un lugar donde obtener una buena vista, así que dimos media y vuelta. |
Junto a la puerta de entrada encontramos una calle peatonal llena de puestos de alimentación, con productos muy bien organizados y empaquetados para llevar.
Las dos siguientes noches pernoctaríamos en Isaree Secret Garden, un encantador hotel con bungalós, que fue probablemente el alojamiento que más nos gustó de todo nuestro viaje por Tailandia. Ubicado en una carretera secundaria muy tranquila, estaba regentado por un matrimonio mayor que apenas hablaba inglés. Aún así, conseguimos hacernos entender, y nuestra estancia en el lugar fue sensacional.
Esa noche encontramos un concurrido local de hot-pot para cenar, y nos dimos un homenaje de carne, verdura y noodles, todo cocinado de manera muy sana.
Esa noche encontramos un concurrido local de hot-pot para cenar, y nos dimos un homenaje de carne, verdura y noodles, todo cocinado de manera muy sana.
Al día siguiente nos calzamos las botas de montaña y condujimos hasta el Parque Nacional de Khao Yai. Fuimos directamente hasta el centro de visitantes del parque, donde nos dieron información de las siete rutas de senderismo que hay en él. El señor que nos atendió insistió en que era conveniente contratar un guía para casi todas las caminatas; pero nosotros, que habíamos hecho un trabajo de investigación previo, sabíamos que, salvo un par de ellas, el resto se podían hacer sin guía (eso sí, con un poco de arrojo y sentido de la orientación). Varias llevaban a distintas cataratas, pero nos imaginamos que en esa época del año llevarían poca agua (la temporada de lluvias quedaba lejos), así que optamos por hacer una caminata amplia combinando parte de las rutas cuatro, cinco y tres.
El comienzo fue la parte más complicada, pues el sendero apenas estaba señalizado: había que atravesar una zona de selva frondosa y no había casi ninguna indicación que ayudase. Aún así, nos las ingeniamos para intuir el camino y fuimos haciendo kilómetros.
Cuando finalizó el tramo del sendero cuatro y comenzó el del cinco, empezaron a aparecer postes y señales indicando el camino, por lo que desde ese punto todo fue mucho más fácil.
En nuestro recorrido avistamos un tímido ciervo sambar oculto tras la maleza, pero que no se inmutó demasiado a nuestro paso. Más adelante, una pareja de pintadas que huyeron despavoridas cuando nos divisaron. Más tarde nos cruzamos con una pareja de civetas: la primera pasó cerca de nosotros a toda velocidad, pero la segunda se paró un segundo a contemplarnos, a poco más de un metro de nosotros. Con la gran cantidad de vegetación que había por todas partes, parece mentira que se pudieran desplazar tan rápido. Fue un momento increíble (una vez se nos quitó el susto del cuerpo).
También encontramos a nuestro paso árboles centenarios con formas muy curiosas y un montón de insectos variopintos. Cuando nos acercábamos a la confluencia de las rutas cinco y tres, avistamos un mono en lo alto de la copa de un árbol.
En nuestro recorrido avistamos un tímido ciervo sambar oculto tras la maleza, pero que no se inmutó demasiado a nuestro paso. Más adelante, una pareja de pintadas que huyeron despavoridas cuando nos divisaron. Más tarde nos cruzamos con una pareja de civetas: la primera pasó cerca de nosotros a toda velocidad, pero la segunda se paró un segundo a contemplarnos, a poco más de un metro de nosotros. Con la gran cantidad de vegetación que había por todas partes, parece mentira que se pudieran desplazar tan rápido. Fue un momento increíble (una vez se nos quitó el susto del cuerpo).
También encontramos a nuestro paso árboles centenarios con formas muy curiosas y un montón de insectos variopintos. Cuando nos acercábamos a la confluencia de las rutas cinco y tres, avistamos un mono en lo alto de la copa de un árbol.
Después de atravesar selva durante un largo rato, salimos a una enorme explanada donde había una torre de observación sobre un pequeño lago. Allí estuvimos descansando un rato antes de continuar la marcha. Solamente nos quedaba por recorrer una parte del sendero número tres. Hasta ese momento, no nos habíamos cruzado con nadie. Sin embargo, el sendero tres es uno de los más transitados, pues tiene fama de ser una de las zonas donde más fácil es avistar fauna.
A pesar de ello, fue el único tramo en el que no encontramos animales (más allá de grupos de turistas acompañados por sus inseparables guías).
La ruta número tres finaliza en la carretera, a unos cuatro kilómetros del centro de visitantes. Decidimos hacer auto-stop, aunque nos hicimos a la idea de que igual nos tocaría caminar. Tuvimos la gran suerte de que se detuviera una familia tailandesa en su camioneta y nos dejara amablemente en el aparcamiento donde habíamos estacionado el coche. Antes de regresar al hotel, comimos en la zona de restauración que había junto al centro de visitantes. |
En el camino de vuelta al alojamiento, encontramos un mercado de comida en un descampado y decidimos comprar un par de curries y algo de fruta; así no tendríamos que salir a cenar y podríamos quedarnos descansando en el hotel tras el esfuerzo de la jornada (la ruta por el parque fue de casi quince kilómetros).
El siguiente día condujimos hasta Phimai para visitar el parque histórico. El recinto en el que se encuentra no es demasiado grande. Para acceder al templo se atraviesa el puente de los naga, una estructura elevada dominada por varias figuras con estas formas mitológicas.
El siguiente día condujimos hasta Phimai para visitar el parque histórico. El recinto en el que se encuentra no es demasiado grande. Para acceder al templo se atraviesa el puente de los naga, una estructura elevada dominada por varias figuras con estas formas mitológicas.
Al otro lado del puente hay un gran patio, desde donde se contemplan los tres prang del santuario central. El prang central está profusamente decorado con dinteles llenos de figuras muy bien conservadas.
Salimos por la parte de atrás del santuario y estuvimos recorriendo el complejo. Dos cosas nos llamaron también la atención: la pequeña muralla que rodea el recinto (tiene unas ventanas con columnas) y las puertas de los laterales (perfectamente alineadas), que permiten ir pasando por las diferentes estancias.
Salimos por la parte de atrás del santuario y estuvimos recorriendo el complejo. Dos cosas nos llamaron también la atención: la pequeña muralla que rodea el recinto (tiene unas ventanas con columnas) y las puertas de los laterales (perfectamente alineadas), que permiten ir pasando por las diferentes estancias.
Estuvimos un rato recorriendo el lugar. A la salida caminamos hasta el museo nacional, en cuyo interior se conservan restos de esculturas, frisos, dinteles y otros elementos arquitectónicos del parque histórico. Durante el rato que permanecimos en el museo estuvimos completamente solos. Es una pena que los visitantes se limiten al parque, pues nos pareció que el museo tenía cosas realmente muy interesantes.
A las afueras de Phimai encontramos Sai Ngam, un baniano de 350 años de antigüedad, que cuenta con unas ramificaciones interminables. Cuesta creerlo, pero parece que todas provienen de la misma raíz del árbol.
Seguimos la ruta hacia el este de Tailandia hasta Prakhon Chai, una población cercana a la frontera con Camboya, donde dormiríamos las dos siguientes noches. Por casualidad encontramos un restaurante formidable en la localidad, llamado Baan Peet, al que fuimos a cenar las dos noches. El día siguiente teníamos planeado visitar los dos últimos parques históricos de nuestro viaje. El primero fue Phanom Rung, encaramado en lo alto de una pequeña montaña.
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Aunque llegamos a la entrada muy temprano, nos sorprendió la cantidad de coches que había ya en el aparcamiento. La respuesta la encontramos nada más ascender las escaleras de la entrada: había una especie de festividad religiosa. Vimos un grupo de monjes y una muchedumbre a su alrededor entregándoles ofrendas. Fue una estampa muy espectacular, con toda la gente congregada en la avenida que conduce al templo principal y un gran prang al fondo, bajo la tonalidad de la luz de la mañana.
Sorteamos a la muchedumbre por un lateral y recorrimos la gran avenida hasta la entrada del templo propiamente dicha. Para llegar al templo hay que subir otro tramo de escaleras, que está precedido por una plataforma presidida por unos bonitos naga.
En lo alto se encuentra el santuario central, con una bonita fachada principal. Tras atravesarla, estuvimos recorriendo el interior, admirando las paredes y muros prolíficamente decorados con diversas figuras humanas y mitológicas.
En lo alto se encuentra el santuario central, con una bonita fachada principal. Tras atravesarla, estuvimos recorriendo el interior, admirando las paredes y muros prolíficamente decorados con diversas figuras humanas y mitológicas.
Llegamos hasta el final del parque y dimos media vuelta. Bordeamos el santuario y salimos por la fachada principal. La muchedumbre que estaba en la avenida ya se había dispersado y el lugar se había quedado más vacío, por lo que pudimos disfrutar de él con más tranquilidad.
Junto a la terraza de la entrada había un pabellón no demasiado grande, el cual contaba con unas puertas con bonitos marcos.
Bajamos las escaleras hasta el aparcamiento y condujimos hasta Prasat Muang Tham. Este templo es más pequeño que Phanom Rung y, supuestamente, está menos valorado; sin embargo, a nosotros nos gustó mucho. La fachada de la entrada es también muy bonita. Al atravesarla, se accede a un gran patio donde se encuentra el prang central, rodeado de cuatro bonitos estanques. Los dinteles del prang cuentan con una interesante decoración muy bien conservada (o restaurada), mientras que los estanques, cubiertos de flores de loto, poseen sendos naga en cada esquina. |
Tanto Phanom Rung como Prasat Muang Tham son dos visitas muy interesantes: al estar uno tan cerca del otro, estos dos pequeños parques históricos tan bien conservados son una visita combinada perfecta.
Por la tarde nos quedamos en el alojamiento descansando y disfrutando de la piscina. Cuando anocheció nos acercamos a cenar a Baan Peet.
Por la tarde nos quedamos en el alojamiento descansando y disfrutando de la piscina. Cuando anocheció nos acercamos a cenar a Baan Peet.
Bangkok
A la mañana siguiente madrugamos bastante, pues teníamos un largo trayecto hasta Bangkok.
Afortunadamente, ese día no había demasiado tráfico, por lo que la conducción no nos llevó muchas horas. Fuimos directos al aeropuerto para devolver el coche de alquiler. Sabíamos que el tráfico en Bangkok era terrible a todas horas, por lo que preferíamos no tener que preocuparnos del coche en la ciudad. En esta etapa por el este del país recorrimos casi mil trescientos kilómetros.
Una vez nos hubimos desprendido del coche, cogimos un taxi para llegar hasta nuestro hotel. Descargamos nuestras cosas, nos informaron un poco de cómo movernos por la ciudad y salimos a aprovechar la tarde.
Nos subimos a un barco de línea de los que surcan el río y nos bajamos en Chinatown. A esas horas de la tarde había ya bastante bullicio en la zona, pero nada comparado con lo que nos encontraríamos cuando cayera el sol.
A la mañana siguiente madrugamos bastante, pues teníamos un largo trayecto hasta Bangkok.
Afortunadamente, ese día no había demasiado tráfico, por lo que la conducción no nos llevó muchas horas. Fuimos directos al aeropuerto para devolver el coche de alquiler. Sabíamos que el tráfico en Bangkok era terrible a todas horas, por lo que preferíamos no tener que preocuparnos del coche en la ciudad. En esta etapa por el este del país recorrimos casi mil trescientos kilómetros.
Una vez nos hubimos desprendido del coche, cogimos un taxi para llegar hasta nuestro hotel. Descargamos nuestras cosas, nos informaron un poco de cómo movernos por la ciudad y salimos a aprovechar la tarde.
Nos subimos a un barco de línea de los que surcan el río y nos bajamos en Chinatown. A esas horas de la tarde había ya bastante bullicio en la zona, pero nada comparado con lo que nos encontraríamos cuando cayera el sol.
Empezamos acercándonos al templo Wat Mangkon Kamalawat, donde auténticas hordas de fieles no paraban de entrar y salir con ofrendas y regalos. Mientras, en la sala principal, unos monjes entonaban unos cánticos.
Cuando conseguimos salir del templo, comenzamos a recorrer las callejuelas de Chinatown, todas ellas abarrotadas de comercios organizados por materias. Empezamos por la zona de alimentación, continuamos por los textiles, pasamos a la parte de baratijas y regalos, hasta que finalmente conseguimos salir de ese laberinto interminable.
Cuando conseguimos salir del templo, comenzamos a recorrer las callejuelas de Chinatown, todas ellas abarrotadas de comercios organizados por materias. Empezamos por la zona de alimentación, continuamos por los textiles, pasamos a la parte de baratijas y regalos, hasta que finalmente conseguimos salir de ese laberinto interminable.
Como comenzaba a atardecer, buscamos un lugar cerca del río donde tomar algo y contemplar el ocaso. Encontramos un hotel llamado River View Residence, en cuya última planta hay un bar panorámico desde donde se disfruta de una bonita vista del río. Allí nos acodamos, con dos cervezas bien fresquitas.
Como hemos dicho, cuando regresamos a la calle principal de Chinatown estaba todo abarrotado de lugares para comer. Montones de gente por todas partes hacían cola casi en cualquier sitio. Nosotros nos pusimos en la cola de Nai-Ek Roll Noodles, uno de los tantos sitios míticos que vienen en todas las guías, por donde pasan los más afamados cocineros occidentales. La fila se movía rápido, así que enseguida nos vimos con una sopa y un plato de cerdo delante de nosotros. Muy rico, sabroso y muy barato.
El momento de mayor caos y gentío de nuestro recorrido por Tailandia lo vivimos la mañana siguiente. Decidimos visitar Wat Phra Kaeo a primera hora. El lugar es un conglomerado de edificios apiñados sin un orden aparente. A esas horas, los autobuses descargaban manadas de turistas sin parar. El resultado, como se puede imaginar, era casi agobiante.
El edificio más importante es una especie de capilla, que alberga una figura de Buda de color esmeralda, toda ella de jade. Se dice que es la figura más venerada del país.
También hay numerosos chedi, un wihan enorme, unos murales que decoran toda la pared de la galería que rodea el lugar, una maqueta de los templos de Angkor Wat, varios prang alineados, así como unos cuantos edificios más, que no acertamos a descubrir qué eran o para qué servían.
También hay numerosos chedi, un wihan enorme, unos murales que decoran toda la pared de la galería que rodea el lugar, una maqueta de los templos de Angkor Wat, varios prang alineados, así como unos cuantos edificios más, que no acertamos a descubrir qué eran o para qué servían.
Salimos por una puerta lateral que conecta con el Palacio Real. Aunque el rey de Tailandia ya no reside allí, el edificio mantiene todo su esplendor.
Una vez en la calle, caminamos en paralelo a la muralla que protege el palacio, hasta llegar al templo Wat Pho. El recinto que alberga este templo es también muy grande y contiene numerosos edificios. El primero que visitamos fue un wihan, que alberga una descomunal figura de Buda yacente de color dorado. La figura cuenta con unos pies enormes, decorados con incrustaciones de nácar.
En torno al wihan principal de templo hay numerosos chedi desperdigados. Una vez hubimos deambulado por el recinto y entrado en todos los edificios en los que estaba permitido entrar, salimos del templo.
Como estábamos junto al embarcadero, nos subimos en el trasbordador que cruza el río para visitar Wat Arun, situado justo enfrente. Este templo consiste básicamente en un altísimo prang, ubicado sobre un promontorio, visible desde muy lejos. Dicho promontorio cuenta con varias terrazas y unas escaleras a cada lado; se puede subir hasta la primera terraza, aunque la vista desde allí no es gran cosa.
Regresamos al otro lado de la orilla del río y, tras negociar duramente con varios taxistas, conseguimos uno que nos llevara a buen precio hasta la casa de Jim Thompson.
Esta casa-museo perteneció a un empresario norteamericano de la industria de la seda llamado Jim Thompson, que se instaló en Bangkok en los años cincuenta. Decoró su casa con un cuidado exquisito y, a su muerte, esta se convirtió en un museo.
La visita solo es posible hacerla en grupo: salen cada cinco o diez minutos. Está todo muy coordinado (da un poco la sensación de que está hecho para sacar el mayor rendimiento económico posible, lo cual nos parece legítimo), pero se pasa muy deprisa por las dependencias y no da tiempo a disfrutar de los numerosos detalles que hay por todas partes. Eso sí, el lugar es un auténtico remanso de paz en medio del bullicio constante que es la ciudad de Bangkok. |
Por la tarde tomamos el tren elevado y fuimos hasta la torre MahaNakhon. De reciente construcción, es el edificio más alto de la ciudad. En su interior alberga tanto casas particulares como oficinas. Las últimas plantas se han destinado a miradores panorámicos de trescientos sesenta grados, siendo la penúltima planta acristalada y la última al aire libre.
La vista desde allí arriba es sencillamente impresionante. Hicimos coincidir la visita con el atardecer para añadirle un aliciente extra. Eso sí, no fuimos los únicos turistas que tuvieron esa brillante idea.
Nuestro tercer día en Bangkok lo iniciamos visitando el palacio Suan Pakkad, una antigua residencia principesca reconvertida en museo. El lugar cuenta con dos zonas bien diferenciadas: un edificio moderno (que aloja un pequeño museo donde se exponen una serie de artilugios antiguos) y otra parte compuesta por ocho edificios, que conforman una antigua casa palaciega tailandesa. El museo cuenta con alguna curiosidad interesante, pero sin duda, lo mejor es la casa palaciega. Los ocho bloques de edificios, orientados a un gran patio central, están unidos entre sí por una pasarela elevada. Era la antigua manera de construir para que, cuando llegara la época de lluvias y se anegara la parte de abajo, los habitantes pudieran seguir viviendo en la primera planta sin verse afectados. Pudimos ver ese mismo tipo de construcción el día anterior en la casa de Jim Thompson. La gran diferencia radica en que, en este palacio, la visita se hace por libre, por lo que se puede deambular tranquilamente por las estancias, disfrutando de la decoración y los detalles. Si bien el palacio Suan Pakkad es menos espectacular que la casa de Jim Thompson, la visita nos pareció igual de interesante.
La mejor estancia es, sin duda, un hermoso salón abierto que da al patio (no se debe estar nada mal en él en la época húmeda del verano tailandés).
La mejor estancia es, sin duda, un hermoso salón abierto que da al patio (no se debe estar nada mal en él en la época húmeda del verano tailandés).
A la salida caminamos un rato por la vereda de uno de los khlong que aún quedan en Bangkok. Los khlong son canales que antiguamente anegaban la ciudad por todas partes; no en vano, a Bangkok se la conocía como la “Venecia de Oriente”. Con el tiempo, muchos de estos canales se rellenaron, así que quedan muy pocos. Los más anchos se pueden recorrer en una barcaza.
Abandonamos el canal y salimos a la calle a buscar un tuk-tuk para llegar hasta el Monte Dorado. Esta pequeña colina, en cuya cima se alza un templo, fue en su día el lugar más elevado de Bangkok. Aun hoy, el chedi dorado que corona el lugar es visible desde bastante lejos.
Coincidimos en la subida con un grupo de peregrinos (o al menos, eso nos parecieron). Una vez en la cúspide, pudimos disfrutar de una amplia y bonita panorámica de la ciudad.
Coincidimos en la subida con un grupo de peregrinos (o al menos, eso nos parecieron). Una vez en la cúspide, pudimos disfrutar de una amplia y bonita panorámica de la ciudad.
El último templo que visitamos en Tailandia fue, quizá, uno de los que más nos gustó; aunque esta aseveración puede no ser del todo exacta, pues visitamos un gran número de ellos. Wat Suthat nos pareció especial. Seguramente, el hecho de que las dos salas principales del templo estuvieran llenas de fieles sentados, entonando apaciblemente unos cánticos, tuvo mucho que ver. Además, el wihan posee una colosal figura de un Buda de bronce, y tanto las columnas como las paredes están completamente cubiertas de murales.
Por la tarde fuimos a Old Farang, el antiguo barrio de los extranjeros. Allí visitamos la catedral de la Asunción: una iglesia un tanto ecléctica, mezcla de diferentes estilos. También entramos en el hall del colindante hotel Mandarín Oriental, donde el lujo asiático adquiere su máxima expresión.
Muy cerca de este hotel se halla la State Tower, a la que nos dirigimos para contemplar el atardecer. En la última planta hay un par de locales con terraza, que ofrecen una bonita panorámica sobre la ciudad (no tan espectacular como la de la torre MahaNakhon que visitamos el día anterior, eso sí). Nos acomodaron en el bar Distil, donde nos tomamos dos exquisitos cócteles (a precio de oro).
Para cenar nos acercamos a Prachak Roasted Duck, un concurrido local en el que el plato estrella son sus deliciosos noodles de huevo con pato asado.
El último día de nuestro viaje fue bastante tranquilo. Empleamos la mañana en visitar el mercado Chatuchak, el mercado de fin de semana más grande de Tailandia. Allí nos perdimos durante varias horas por los infinitos pasillos, llenos de tiendas de todo tipo.
El último día de nuestro viaje fue bastante tranquilo. Empleamos la mañana en visitar el mercado Chatuchak, el mercado de fin de semana más grande de Tailandia. Allí nos perdimos durante varias horas por los infinitos pasillos, llenos de tiendas de todo tipo.
Cuando tuvimos la sensación de haber pasado varias veces por el mismo lugar, emprendimos el camino de regreso al centro. Por la tarde nos dimos otro masaje tailandés para despedirnos. Después fuimos a cenar a una de las sucursales que Din Tai Fung tiene en la ciudad, donde degustamos unos exquisitos dim sum (entre otras cosas). No fue una cena especialmente tailandesa para finalizar el viaje, pero somos muy aficionados a los restaurantes de esta cadena.
Nos marchamos de Tailandia con muy buen sabor de boca (y no solo por haber comido tan bien). Aunque nos hubiera gustado haber podido disfrutar de algún día más de playa e islas, en términos generales fue un viaje muy completo. Entendimos perfectamente por qué es uno de los principales destinos turísticos mundiales desde hace mucho tiempo.