México
Chiapas y Yucatán
Palenque Desde Guadalajara aterrizamos en el aeropuerto de la ciudad de Villahermosa, en la provincia de Tabasco. En el propio aeropuerto tomamos un bus que nos llevó directamente hasta Palenque, ubicada en Chiapas. Nada más bajar del avión nos percatamos de que habíamos cambiado completamente de latitud. Hasta ahora había hecho calor, pero era un calor seco. A partir de ese momento y durante el resto del viaje, el calor húmedo iba a acompañarnos en todo momento. Esta ciudad no tiene gran interés y no habría turistas si no fuera porque es la población más cercana a las ruinas de Palenque. Al ser una población pequeña, en esta ocasión fuimos caminando desde la terminal de autobuses hasta el alojamiento. Una vez hubimos dejado todas nuestras pertenencias en la habitación, nos subimos en una de las camionetas que circulan entre el pueblo y el centro arqueológico, que se encuentra a unos 7 kilómetros. Las ruinas de Palenque están en la selva, por lo que el lugar es muy espectacular. La zona que se puede visitar es bastante amplia, aunque aún queda mucho por descubrir. Eran nuestras primeras ruinas mayas en México. Nosotros la visita la realizamos a la hora de más calor, pero era la única oportunidad que teníamos, pues a la mañana siguiente teníamos un bus con destino a Campeche. Lo ideal es pernoctar en Palenque y hacer la visita temprano a la mañana siguiente, cuando la temperatura es más benévola, pero para eso hay que destinar dos días a la zona, cosa que no podíamos permitirnos. Así que nos tocó sufrir.
Lo que más nos gustó fue el templo de las Inscripciones y la plaza donde está el grupo de las Cruces, que lo forman tres pirámides: el templo del Sol, el de la Cruz y el de la Cruz Foliada.
A algunas de las pirámides que hay en Palenque se pueden subir. Nosotros a pesar del calor y de la humedad, lo hicimos en todas las que estaba permitido. Cuando finalizamos la visita, volvimos a subirnos a una camioneta y regresamos al pueblo. Nos dimos una ducha, que fue casi el mejor momento del día, y nos pusimos debajo del aire acondicionado hasta que anocheció, cuando salimos para cenar unos tacos.
Yucatán Tuvimos que madrugar para tomar el autobús que nos llevó desde Palenque hasta Campeche, donde llegamos a la hora de comer. Una vez hubimos dejado nuestros bártulos en el alojamiento, fuimos a probar el pan de cazón, plato típico de la ciudad. El centro histórico de Campeche no es muy grande y todo él es bastante parecido: calles paralelas y perpendiculares con casas bajas (generalmente de una planta), cuyas fachadas están pintadas de vivos colores. La ciudad histórica es la única ciudad amurallada que queda en todo México. Aunque las murallas que tienen no parece que pudieran intimidar a nadie. Después de comer estuvimos paseando y debido al calor bochornoso que hacía, casi no nos cruzamos con nadie.
Algunos tramos de la muralla se pueden subir y se puede caminar por ella. Es una visita que ofrece una pequeña realidad del centro histórico: muchas de las fachadas tan bonitas y tan bien pintadas no tienen nada detrás. Se podría decir con razón que “son sólo fachada”. La sensación que nos dio es que los habitantes de Campeche deben vivir en la ciudad que hay fuera de la muralla, dejando el interior principalmente para hoteles y restaurantes para los turistas. La calle más original sin duda es la 59, convertida en peatonal y que han llenado de esculturas. No sabemos si son exposiciones temporales o siempre están las mismas.
Durante nuestra estancia en Campeche nos surgió una duda: a los naturales de esta ciudad se los denomina campechanos. ¿Serán gente muy maja y por eso le damos ese uso a la palabra?
Tras visitar la catedral, un par de iglesias y el centro cultural, decidimos volver al hotel hasta que se fuese el sol. Al atardecer fuimos a la plaza principal y nos sentamos en una terraza de un primer piso a tomar unas margaritas. Después dimos otra vuelta por el centro para verlo iluminado y tras la cena nos fuimos a descansar. Al día siguiente fuimos hasta la estación de autobuses y tomamos el primero que salía con destino a Mérida. Sería nuestro último autobús en tierras mexicanas.
Para esta ciudad habíamos elegido un bed & breakfast llamado Casa Ana, que fue una gran decisión. Regentado por Ana, una cubana trotamundos muy amable, el lugar tenía un patio interior con una pequeña piscina y se estaba en la gloria. Siguiendo la recomendación de Ana, fuimos a comer a la Chaya Maya, donde entre otras cosas pudimos degustar los panuchos, plato típico de Mérida, y quizá la mejor cochinita pibil que probamos durante nuestra estancia en México. Este restaurante tenía también un patio central y se estaba muy a gusto. Tras la comida iniciamos la visita de la ciudad. Al final siempre nos pasaba igual: nos poníamos a hacer turismo a la hora de más calor.
Fuimos hasta la plaza Grande, que estaba muy animada con muchos puestos de comida. Intentamos entrar en la casa de Montejo, pero ese día estaba cerrada. Donde sí pudimos entrar fue en el palacio de Gobierno, en el que además de los consabidos murales pudimos ver un bonito salón. Tras esta visita estuvimos paseando un rato por el centro, donde entramos a la catedral y a alguna que otra iglesia. Desde ahí fuimos hasta el paseo de Montejo, una avenida con varias mansiones a ambos lados. La recorrimos casi entera porque al final de este paseo se encontraba la oficina donde íbamos a recoger el coche que habíamos alquilado para recorrer el resto de la ruta por la península del Yucatán.
El trámite de recogida del coche fue un poco más lento de lo que suele ser habitual en esos casos, ya que tuvimos que hacer mucho papeleo. Una vez el coche estuvo en nuestro poder, fuimos a aparcarlo junto al alojamiento. Al anochecer nos acercamos hasta La Negrita Cantina, donde estuvimos cenando, viendo música en directo y bebiendo unas margaritas y demás brebajes típicos. La mañana siguiente madrugamos un poco, ya que teníamos que conducir un buen trecho para llegar hasta Uxmal. Estas ruinas están ubicadas un poco en medio de la nada y forman parte de lo que se conoce como Ruta Puuc, que engloba a una serie de ruinas de características similares. A diferencia de Palenque o de las que vendrían en días venideros, en Uxmal no se encuentran demasiados turistas, suponemos que en parte por su relativamente difícil acceso. Nada más entrar se ve el edificio que es probablemente el más espectacular de las ruinas, la casa del Adivino, cuya forma de pirámide ovalada es muy original. Justo detrás se halla el cuadrángulo de las Monjas, un amplio patio rodeado por edificios bajos con decoración, especialmente de larguísimas serpientes.
Desde ahí se atraviesa una puerta con un curioso arco y se llega al juego de pelota. Se continúa y se llega a la Gran Pirámide. Esta sí se puede subir, al contrario que la de la casa del Adivino. Desde lo alto de la Gran Pirámide hay una amplia vista de la zona. La subida sirve también para ver el palomar a un lado y para llegar al palacio del Gobernador, que posee una fachada muy larga. A su lado se encuentra la casa de las Tortugas, llamada así porque hay una larga hilera de tortugas grabadas en la cornisa.
Por toda la zona encontramos una gran cantidad de iguanas muy bonitas; aunque se mimetizaban con las rocas, se distinguían perfectamente.
En términos generales, podemos decir que la visita a Uxmal fue muy interesante.
Desde Uxmal condujimos un buen trecho hasta Valladolid. Habíamos reservado alojamiento en esta ciudad por su cercanía a Chichén Itzá, cuyas ruinas visitaríamos al día siguiente. Nos habían dicho que estas ruinas eran las más visitadas de México y queríamos estar a primera hora. La tarde en Valladolid fue más bien de descanso. Comimos algo, aprovechamos para hacer la colada, descansamos debajo del aire acondicionado, nos tomamos unos helados… En fin, nada provechoso desde el punto de vista turístico. A la mañana siguiente nos dimos un pequeño madrugón y conseguimos llegar a Chichén Itzá unos minutos antes de que abrieran. Aun así, no fuimos los primeros. Dejamos el coche en el aparcamiento, compramos las entradas y comenzamos la visita. Lo primero que se ve nada más entrar es El Castillo, probablemente la pirámide maya más famosa. La parte de la entrada está perfectamente reconstruida para conseguir asombrar al turista. La de detrás, ya no tanto. Como llegamos de los primeros no había casi nadie por ahí. Además, a esas horas el sol no estaba muy alto y una parte estaba totalmente en sombra. Una vez nos hubimos deleitado con el Castillo, fuimos hasta el juego de pelota. Esta parte casi nos pareció más espectacular, porque fue el juego de pelota más grande que vimos en unas ruinas mayas.
Para llegar al cenote Sagrado hay que caminar por una larga avenida, que a esas horas estaba llena de vendedores ambulantes montando sus chiringuitos. Para quien no esté familiarizado con el término, diremos que un cenote, además de una cena muy opípara (aunque el término no esté recogido en el diccionario), es un depósito de agua en las profundidades de la tierra. Al parecer por la península de Yucatán hay un gran número de cenotes: hasta el momento se han descubierto unos 2 500, pero se da por supuesto que hay muchos más.
Volvimos hasta donde se encuentra El Castillo para ver la plaza de las Mil Columnas, en la que como se puede imaginar, hay un sinnúmero de columnas colocadas con mucho orden.
Continuamos hasta el Observatorio, un edificio circular construido para el mismo fin, y vimos los templos que hay alrededor. Antes de abandonar el lugar estuvimos recorriéndolo, contemplando los diversos edificios que hay diseminados, para terminar pasando otra vez por El Castillo y echarle un último vistazo. Para esa hora, todos los comerciantes tenían ya sus puestos bien montados y los grupos de turistas empezaban a llenar el lugar. Era el momento de marcharse.
Aunque apretaba el calor, decidimos acercarnos hasta las ruinas de Ek Balam. Situadas razonablemente cerca de Chichén Itzá, estas ruinas son menos visitadas, ya que no pueden competir con sus vecinas. Aún así, encontramos un par de edificios bastante curiosos: un pequeño zigurat y una acrópolis enorme con una pirámide muy alta a la que se puede subir. A pesar de las temperaturas de esa hora, decidimos hacer el esfuerzo y subir los escalones. Desde arriba hay una vista inmensa de los alrededores. En la acrópolis han colocado unos tejados de paja para preservar las figuras que hay debajo.
Fue una visita menor, pero nos alegramos de haber hecho el esfuerzo. Desde allí pusimos rumbo a la Riviera Maya, la última etapa de nuestro viaje. Habíamos reservado un alojamiento en Playa del Carmen donde nos quedaríamos un par de días para hacer excursiones por la zona antes de trasladarnos al resort “todo incluido”. Durante nuestra estancia en México habíamos estado buscando ofertas en varias agencias de turismo. Finalmente no encontramos nada a precios razonables, así que tuvimos que conformarnos con una oferta que vimos en un resort por internet. Allí estaríamos las dos últimas noches de nuestro viaje.
Llegamos por la tarde a Playa del Carmen y fuimos a hacer una comida tardía a un restaurante llamado El Hongo. Es un local alternativo donde sirven comida de calidad a muy buen precio. Y unos zumos exquisitos. Por la noche nos acercamos al centro de Playa del Carmen. La calle más importante de este municipio es la Quinta Avenida, una calle peatonal absolutamente plagada de restaurantes y tiendas para turistas. Por la noche es un auténtico hervidero de gente.
Durante nuestro paseo por esta calle encontramos varias agencias y con una de ellas contratamos la excursión del día siguiente para hacer snorkel en la isla de Cozumel. Esta isla se encuentra justo enfrente de Playa del Carmen. Hay tres empresas de transbordadores que prestan el servicio de conexión. Al llegar a Cozumel nos encontramos con la persona que nos llevaría hasta el bote, quien nos dijo que teníamos todavía una media hora libre; así que nos fuimos a dar un paseo por San Miguel de Cozumel, que es como se llama la principal población de la isla. A la hora convenida nos llevaron al bote y con otros turistas nos dieron el equipo de snorkel y nos soltaron en un par de sitios. Resultó bastante decepcionante. Ni el coral era demasiado bonito, ni los peces eran nada del otro mundo. Además, el guía les echaba comida y algunos de los turistas pisaban el coral. Es decir, un despropósito. Suponemos que habrá zonas muy bonitas en Cozumel donde hacer snorkel, pero nosotros no las visitamos. En las que estuvimos nosotros no valían nada y, para colmo, había un fuerte olor a gasoil. Al finalizar la excursión volvimos al ferry con mal sabor de boca, así que una vez en Playa del Carmen, para resarcirnos, decidimos ir a comer al que está considerado como el mejor restaurante del lugar: Yaxché, especializado en comida maya. Pedimos ceviche, panuchos y arrachera, y nos dimos un buen festín. Para el día siguiente habíamos contratado la excursión Cobá Exotik con Exotik Mayan Tours, una empresa regentada por un matrimonio español que nos habían recomendado unos amigos.
Tal y como habíamos quedado, a las 7 en punto de la mañana nos recogió Antonio, el dueño de la empresa, quien sería nuestro guía. Tuvimos la suerte de que ese día nadie más había reservado la excursión, por lo que fue un tour privado. La excursión comenzó en una reserva maya, donde un chamán nos hizo un rito de purificación. Tras eso, estuvimos caminando un rato por la selva, hasta llegar a un lago. Allí nos subimos a unas canoas y remamos un rato hasta otro punto del lago, desde donde nos tiramos en tirolina. El cable pasaba por encima del lago, así que la experiencia fue muy excitante. Tras bajarnos de la tirolina, caminamos otro rato por la reserva hasta llegar a un cenote, que estaba casi todo cubierto: no había más que un pequeño agujero en el suelo. Allí nos pusimos los bañadores, y ayudados por una polea, bajamos hasta el agua haciendo rappel. El agua estaba bien fresquita, ya que no recibía la luz solar, y fue todo un gusto. En el cenote había bastantes murciélagos, pero a esas horas debían estar durmiendo.
Para salir del agujero nos ayudamos de una escalera que había colocada. Fue un pequeño esfuerzo que valió la pena. Tras las dos intrépidas actividades fuimos hasta una casa maya donde cultivan todo tipo de plantas, tanto medicinales como de comer; también tienen panales de abejas para hacer miel. Tenían una curiosa variedad de abeja, pequeña y que no pica, algo que pudimos comprobar por nosotros mismos metiendo la mano en el panal y dejando que se posaran sobre nuestras manos.
Con esta curiosa visita finalizaba la parte de la reserva maya de nuestra excursión. Tras esto, Antonio nos llevó hasta la zona arqueológica de Cobá. Comimos antes de entrar para reponer fuerzas y después visitamos el complejo. Lo más importante de Cobá es la Gran Pirámide, que con sus 42 metros de altura es el segundo edificio maya más alto de la península de Yucatán. Como no podía ser de otra manera, subimos las escaleras hasta la cima. Los escalones no están en muy buen estado y parece que en breve van a prohibir ascender a la pirámide. Nosotros tuvimos la suerte de llegar a tiempo.
Con eso dimos por concluida la excursión Cobá Exotik. Antonio condujo de vuelta a nuestro hotel, donde nos despedimos y le agradecimos el día tan magnífico que nos había hecho pasar, tanto por las actividades como por lo bien que lo pasamos charlando.
Al día siguiente nos trasladábamos al resort, pero antes decidimos visitar un cenote. De la gran variedad que hay por esa zona, optamos por el cenote Dos Ojos. A la llegada los guías nos explicaron todas las excursiones que se podían hacer, que eran bastantes, ya que la zona incluía muchos cenotes y tipos de excursión. Nosotros nos quedamos con la típica de snorkel con guía al cenote Dos Ojos. Condujimos hasta la entrada al propio cenote, donde aparcamos el coche. Allí nos dieron el equipo, que en esa ocasión constó de tubo, gafas, aletas, neopreno y linterna. Nos pusimos todo y nos dejaron estar un rato en el primer ojo para que nos acomodásemos al material y al agua fresca. Al rato llegó nuestro guía, reunió al grupo y nos pusimos manos a la obra. Hicimos un recorrido por el primer y el segundo ojo y accedimos a una cueva. En algunas de las zonas no se podía sacar mucho la cabeza del agua por la proximidad del techo. El agua estaba realmente cristalina y con la ayuda de la linterna se podía ver muy bien. La excursión duró algo más de una hora y fue una experiencia sensacional. Del resto del viaje no hay mucho que contar. Desde el cenote Dos Ojos fuimos al resort, donde a nuestra llegada nos pusieron la pulsera del “todo incluido” y pasamos dos días principalmente descansando, bebiendo y comiendo. No es la manera en la que nos gusta pasar nuestras vacaciones ni nuestro tiempo libre, pero después de tres semanas recorriendo México, agradecimos un poco la falta de horarios. Al menos durante dos días. Más hubiera sido un exceso.
El día de vuelta condujimos hasta el aeropuerto de Cancún donde devolvimos el coche y volamos para casa.
Nos trajimos un muy buen recuerdo de México. La gente fue muy amable en todo momento y las visitas fueron muy variadas, desde ciudades y edificios de estilo colonial, hasta ruinas mayas y naturaleza. Comimos y bebimos muy bien y no nos “mordió” ningún policía. Qué más se puede pedir. |